DISCURSO LEÍDO EN LA SOLEMNE APERTURA DEL CURSO

ACADÉMICO DE 1900 A 1901 EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Miguel de Unamuno

ordenado y dispuesto para la imprenta

por Adolfo Sotelo Vázquez

Universitat de Barcelona

 

Sin que yo se lo diga, de sobra sabe Vd.

si me habrá gustado su discurso, cuyo

desembarazo no falta a conveniencia alguna;

lo cual no sería tampoco falta, tal como andamos

(Carta de Francisco Giner a Miguel de Unamuno, 9-X-1900)

 

Si yo vendo pan no es pan, sino levadura o fermento

(Miguel de Unamuno, «Mi religión», 9-XII-1907)

 

NOTA PREVIA

1

    Con su habitual saber histórico-literario, Azorín describía para los lectores de ABC hace cincuenta años (22-IX-1948) el folleto que en las páginas siguientes editamos y que contenía el «Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1900 a 1901», en la Universidad de Salamanca, por el doctor don Miguel de Unamuno, catedrático de Literatura Griega. La proverbial meticulosidad azoriniana indica que «El libro es chico: quince centímetros de largo por diez de ancho. El papel es amarillento, ligeramente satinado; la impresión, clara, limpia, espaciada, fácil a la lectura. Tiene el libro diecinueve páginas. La cubierta es de un color verde gris, glauco» [1]. El pie de imprenta precisa el lugar y la fecha de edición: Salamanca, Establecimiento Tipográfico del Noticiero Salmantino, 1900.

    Como también advierte la sagaz relectura azoriniana —en el cincuentenario de la crisis de 1898— el libro aparece en un momento decisivo, tras los últimos reveses de la Patria, y ofrece al contemplador del panorama histórico español, al joven maestro vasco afincado en Salamanca, motivos de esperanza y de melancolía, que se concretan en el mensaje del folleto dirigido a la juventud, formulado en la glosa de Azorín del siguiente modo: «Deseamos ahincadamente conocernos; queremos conocer a España. Y en España, principalmente lo soterraño y lo espontáneo: que los jóvenes estudien lo que hay de vivo y fecundo en la tradición» [2]. La mirada escéptica del Azorín de 1948 acertaba a ver en las concisas páginas del folleto una balanza ultrasensible del acontecer español de 1900, al mismo tiempo que en torno a su mensaje se hacía tres inteligentes preguntas: «¿Quienes eran los jóvenes de 1900? ¿Atendieron o no a Unamuno? ¿Hasta qué punto se atiende él mismo?» [3]. La respuesta de estas preguntas constituiría —sin duda— un firme y escrupuloso discurso crítico acerca de la juventud intelectual del 98 y el liderazgo espiritual que sobre ellos ejerció Miguel de Unamuno.

   El pulso que guía a Unamuno en su intervención salmantina de 1900 es síntesis de su primer ideario dibujado inicialmente en los ensayos de 1895 en La España Moderna, En torno al casticismo, en unos tiempos en los que alrededor de su personalidad está cristalizando el grupo de Baroja, Martínez Ruiz y Maeztu. El ademán unamuniano de octubre de 1900 es adelanto del de una naciente generación intelectual a la que se refería con lucidez y penetración Francisco Ayala en un demasiado olvidado texto, fechado en un momento dramático para la conciencia liberal española, 1941:

    Al completarse en la guerra desastrosa contra Estados Unidos la definitiva disgregación del mundo hispano, hora terrible en que una nueva generación intelectual, destinada a elevar de nuevo el valor de la literatura española a un nivel universal, se revuelve en el viejo solar reducido y maltrecho —en él, y contra él—, golpeando sobre las llagas con furor santo y gritando bajo ademanes proféticos la infinita angustia del destino español en un ansia que llega a la obsesión. [4]

2

   El discurso inaugural del curso académico 1900-1901 fue un hito fundamental tanto para la Universidad salmantina como para la trayectoria intelectual unamuniana. Un dato acredita esta importancia: Unamuno fue nombrado Rector el 24 de octubre (había pronunciado el discurso el día primero del mes) y tomó posesión del cargo una semana después. La trascendencia universitaria y ciudadana circunscrita a Salamanca del discurso y del nombramiento de Rector ha sido estudiada con detalle por Jean Claude Rabaté en un estudio imprescindible para conocer los primeros años castellanos de Unamuno [5]. Junto a la resonancia del discurso en la prensa local hay que anotar el amplio eco —no siempre preciso y ajustado— que las palabras unamunianas encontraron en la prensa nacional y en la hispanoamericana [6].

    Unamuno consideraba la oración inaugural como un texto de menor envergadura que los ensayos que hasta entonces había dado a la luz. Así se lo comunica a su habitual corresponsal Pedro Jiménez Ilundain por carta del 19 de octubre de 1900:

    El tal discurso ha alcanzado cierta resonancia no por su valor intrínseco —es de lo más flojo que he hecho— sino por la ocasión y el sitio. Les sorprende a muchos que me decidiera a predicar tales cosas en una solemne apertura de un curso oficial ante un claustro revestido de toga, muceta y borla [7].

    Sin embargo, el Rector salmantino pensó siempre en el discurso que editamos como el primer eslabón de un proyectado y nonato volumen de discursos, del que habla continuamente en su correspondencia del segundo semestre del año 1902. La primera noticia se la ofrece a Santiago Valentí Camp en carta del 26 de junio de 1902, mientras trabaja en la redacción del discurso que debía pronunciar en Cartagena el 8 de agosto: «Por otoño publicaré en un tomo, precedidos de un prólogo, Cinco discursos, que son: 1º, el de apertura de curso; 2º, el de Bilbao; 3º, el de Valencia; 4º, el que leí ante el Rey, y 5º, el que leeré en Cartagena. Este será el más importante» [8]. A Alberto Nin Frías le escribe el 19 de julio de 1902 para indicarle que sus tres obras capitales son hasta esa fecha: los ensayos En torno al casticismo (1895), la novela Paz en la guerra (1897) y Tres ensayos (1900), a la par que le comunica que está preparando un tomo Cinco discursos, «que son el de apertura de curso de esta Universidad, de 1900, el de los Juegos Florales de Bilbao, el que leí ante el Rey, uno que envié a Valencia y el que leeré el 8 del mes que viene en Cartagena» [9].

    Creo que es durante la preparación del discurso de Cartagena —«puse mi alma [...] Yo no hago juegos de palabras ni paradojas en el sentido que a esto se presta. Yo vierto mi alma», le escribe a Jiménez Ilundain (7-XII-1902) [10]— cuando se fragua la obsesión unamuniana por dar a la luz los cinco discursos. En los esbozos del prólogo que debía haber precedido a los discursos, Unamuno indicó su intención de abordar las relaciones del discurso de 1900 con Amor y pedagogía y con Tres ensayos, si bien varios testimonios epistolares hablan de la estrecha dependencia del texto de 1900 y de los restantes que iban a componer el nonato volumen con respecto a los ensayos fundacionales de su pensamiento, En torno al casticismo:

    En Cartagena dije lo que vengo diciendo hace tiempo, lo que dije en mis ensayos En torno al casticismo, en 1895, y dije en mi ensayo La vida es sueño [11].

   Por otra parte el Discurso de 1900 sintetizaba —al aire del ideario del ensayo ¡Adentro! (1900), donde Unamuno expone los pormenores de la misión externa, pero íntima, que está convencido debe cumplir [12]— las reflexiones que había expuesto en su folleto De la enseñanza superior en España (1899) acerca de la doble y convergente tarea que quería para los jóvenes universitarios españoles al alborear el siglo XX:

    [...] ahondar en nuestro propio espíritu colectivo, llegar a sus raíces, intraespañolizarnos, y abrirnos al mundo exterior, al ambiente europeo. Y no persisto en esto, porque de ello escribí de largo cuando allá, hace más de cuatro años diserté, En torno al casticismo [13].

   Síntesis que —no lo olvidemos— coincide con el momento ilusionado de su nombramiento de Rector, misión que acoge dentro de su pensamiento de agitación, acción y rebeldía que acababa de dibujar en ¡Adentro!:

    Morir como Ícaro vale más que vivir sin haber intentado volar nunca, aunque fuese con alas de cera. Sube, sube, pues, para que te broten alas, que deseando volar te brotarán. Sube; pero no quieras una vez arriba arrojarte desde lo más alto del templo para asombrar a los hombres, confiado en que los ángeles te lleven en sus manos, que no debe tentarse a Dios. Sube sin miedo y sin temeridad. ¡Ambición, y nada de codicia! [14].

    Ideario activo que quería pragmatizarse en una serie de sermones laicos o predicaciones verdaderas [15] de las que habla con insistencia a sus interlocutores epistolares en las últimas semanas de 1901. El plan detallado de los seis sermones laicos se lo expone a Jiménez Ilundain en carta del 4 de diciembre de 1901, donde repite lo que le había confesado a Timoteo Orbe el 8 de octubre de 1901 [16]. El 12 de diciembre le comunica a Arzadun que le han llamado de Vigo para pronunciar seis conferencias, «y en vez de soltar seis conferencias de economía política o de lingüística haré una seiscena, seis sermones laicos, con su tinte protestante» [17]. Un día después le escribe a Bernardo G. de Candamo: «Voy a predicar seis sermones laicos. Es mi labor. Tengo fe en mí mismo y esto me da calma. Hasta he empezado a creer en una misión providencial que me está en España encomendada» [18]. Finalmente el 19 de diciembre le dice a Leopoldo Gutiérrez Abascal: «Será una seiscena de sermones laicos en que agitaré hasta el fondo el problema total de vida en España» [19]. La predicación la hará en nombre de la verdad, la verdad de su conciencia: la misma fuerza moral que le había impulsado a la catilinaria de octubre de 1900 ante el claustro de profesores y estudiantes de su Universidad. Desde entonces Unamuno se verá abocado a la pelea y al combate, a la inquisición y a la agitación, para desparramarse, verterse, darse, ofreciendo en texto vivo lo que les pedía a los jóvenes universitarios salmantinos en octubre de 1900.

3

    El Discurso reúne en su tejido ideológico las dos invariantes principales del pensamiento de Unamuno, formuladas en los ensayos de 1895, proyectadas en los ensayos de Ciencia Social (1896), La vida es sueño —el paradigmático ensayo de 1898—, las cartas públicas a Ángel Ganivet (recogidas años más tarde bajo el marbete de El porvenir de España) y los Tres ensayos de 1900. De un lado, el estudio de lo intrahistórico, que oreado por vientos de modernidad europea puede servir de antídoto de la condenada historia bullanguera y superficial. De otro, la apelación a la acción de la juventud en el descubrimiento de sí mismos y de sus verdaderos valores, y del paisaje y la intrahistoria española: es el «menester os es descubrirnos a España» del comienzo del Discurso.

    Alimentado por estos elementos perennes del ideario del primer Unamuno el Discurso se inscribe en el centro mismo de una de las dos preocupaciones axiales del maestro vasco: la inquietud por la educación y la enseñanza, entendidas como caminos seguros de la regeneración espiritual de España. En este sentido el Discurso es heredero del racionalismo pragmático de don Francisco Giner y de su siembra continuada en el dominio de la educación. También desde esta óptica hay que señalar que las novedades del Discurso son mínimas, y más bien hay que leerlo como palimpsesto del pensamiento de Unamuno en la órbita de la temática pedagógica. Unamuno apela a la juventud para que, negándose a empantanarse en las apariencias de la historia y en el literatismo, busque con redundancia de vida y con afán de verdad las entrañas de sí misma y del manantial vivo y cordial de lo intrahistórico.

   La órbita del Discurso viene dibujada por el folleto De la enseñanza superior en España (1899), previamente publicado en ocho entregas en la Revista Nueva (del 5 de agosto al 25 de octubre) al mismo tiempo que lo hacía en La Publicidad barcelonesa (del 24 de agosto al 28 de octubre). Artículos como «La pirámide nacional» (Vida Nueva, 11-IX-1898) [20], «Las Universidades» (Heraldo de Madrid, 9-X-1898) [21], «De exámenes» (Las Noticias, 28-VI-1899) y «La cátedra y el libro» (Las Noticias, 28-VI-1899) [22], conforman el precedente inmediato del quehacer unamuniano en los meses anteriores al Discurso, que tiene como contextos el importante ensayo de Giner, El problema de la educación nacional y de las clases productoras —aparecido a lo largo de 1900 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza [23]; diversos trabajos de esos años de Leopoldo Alas y de Pedro Dorado Montero, y sobre todo, del Discurso de Rafael Altamira en la apertura del curso de la Universidad de Oviedo, de octubre de 1898, con el inequívoco título de La Universidad y el patriotismo [24]. En este mar de datos no creo que sea superfluo indicar que un joven liberal catalán, Santiago Valentí Camp (meses más tarde editor de Unamuno, Baroja y Martínez Ruiz), discípulo de Leopoldo Alas en Oviedo, eligiese como personalidades de referencia en el dominio educativo, a la altura de 1900, a don Francisco Giner, Pedro Dorado Montero y Miguel de Unamuno, según atestiguan los tres excelentes perfiles biográficos que ofrece a los lectores La Publicidad [25]. Para la conciencia liberal española en los horizontes primeros del siglo XX las tres voces universitarias formaban parte de un mismo anhelo y de una idéntica vocación de regeneración espiritual.

   Miguel de Unamuno invitaba desde la apertura del curso académico 1900-1901 a que los jóvenes universitarios buscaran el encuentro con la verdad, sin apriorismos dogmáticos, con verdadera ilusión de entablar un diálogo entre la cultura y la vida auténtica y sincera. La educación era el remedio adecuado contra la envidia y la mentira de la fantasmagoría de la vida colectiva española.

    La urdimbre ideológica, el tono y el léxico del Discurso le eran propios desde 1895 y los ensayos En torno al casticismo (que —no olvidemos— cristalizan una serie de ideas bien conocidas por los lectores del idealismo hegeliano y del positivismo tainiano), pero la impronta convergía con la de de don Francisco Giner y el círculo institucionista. Desde una Universidad y unas enseñanzas, cuyas metodologías reemplacen el libro por el diálogo y el laboratorio, y cuya finalidad sea el descubrimiento de la verdadera faz intrahistórica de la diversidad española, Unamuno cree —quiere creer— que se puede edificar un motivo para vivir las personas y los pueblos, un ideal de verdadero patriotismo:

    ¡Motivo de vivir! ¡Motivo de vivir vida colectiva, fe patriótica, un ideal, conciencia de una finalidad ad extra de nuestro pueblo, pues sin esa finalidad no será el pueblo nunca patria! [26].

    Ideal de verdadero patriotismo que no se queda anclado y cerrado en lo propio excluyente y egoísta, sino que —lo dice en el folleto de 1899— suponga «la forma viva de nuestro lazo con el ideal que de la humanidad nos forjamos» [27]. A los jóvenes universitarios salmantinos del curso 1900-1901 Unamuno les exigía la voluntad de engendrar «un ideal vasto y unitario, un ideal que, por indeciso y vago, lo alcance todo, un motivo de vivir, fíjate bien en esto, un motivo de vivir» [28], según dejó de nuevo escrito en el artículo «Sobre la revolución», publicado en el periódico barcelonés Las Noticias el 5 de mayo de 1901.

 

NOTAS:

[1] José Martínez Ruiz «Azorín», «Bibliografía» (abc, 22-ix-1948), A voleo (1905-1953), Obras Completas (ed. Ángel Cruz Rueda), Aguilar, Madrid, 1954, t. IX, pág. 1335. En el tomo preparado por Laureano Robles, Azorín-Unamuno. Cartas y Escritos Complementarios (Generalitat Valenciana, Valencia, 1990) se data erróneamente el artículo en 1900 (pág. 49) y se ofrece en un lugar cronológicamente inadecuado en las relaciones entre Unamuno y Azorín.

[2] José Martínez Ruiz «Azorín», «Bibliografía», Obras Completas, t. ix, pág. 1336.

[3] Ibidem, pág. 1337.

[4] Francisco Ayala, «Antonio Machado: el poeta y la patria», en Histrionismo y representación, Sudamericana, Buenos Aires, 1944, págs. 170-171.

[5] Jean Claude Rabaté, 1900 en Salamanca (Guerra y Paz en la Salamanca del joven Unamuno), Universidad de Salamanca, 1997.

[6] Un buen botón de muestra lo ofrece la noticia que La Nación de Buenos Aires da el 8 de agosto de 1908 del que va a ser —tras unas esporádicas colaboraciones— uno de sus corresponsales regulares. Se dice en dicha noticia que la alocución inaugural del curso data de 1901. Cf. Miguel de Unamuno, Patriotismo espiritual (Artículos en «La Nación» de Buenos Aires, 1901-1914) (ed. Víctor Ouimette), Universidad de Salamanca, 1997, pág. 33.

[7] Miguel de Unamuno, Epistolario Americano (1890-1936) (ed. Laureano Robles), Universidad de Salamanca, 1996, pág. 95.

 [8] José Tarín Iglesias, Unamuno y sus amigos catalanes, Peñíscola, Barcelona, 1966, págs. 162-163.

 [9] Miguel de Unamuno, Epistolario Americano (1890-1936), pág. 139.

[10] Ibidem, pág. 149.

[11] Ibidem, pág. 149.

[12] «No quiero negarme a nada, no quiero ser ambicioso; prefiero ser un pródigo espiritual, un agitador […] Me desparramaré, sin cálculos egoístas», le dice a Giner en carta del 3 de noviembre de 1900 [Dolores Gómez Molleda (ed.) Unamuno «agitador de espíritus». Correspondencia inédita, Madrid, Narcea, 1977, pág. 90]. «Tengo una misión que cumplir y la cumpliré. Y quiero supeditarme a algo mayor que yo, servir a un ideal, para tener derecho de supeditar a mí otras cosas, y a no detenerme en mi camino por piedra más o menos», le escribe el 12 de diciembre de 101 a Juan Arzadun [«Cartas de Miguel de Unamuno», Sur, 119 (1944), pág. 58. La carta está erróneamente fechada en 1900; por ello enmiendo su datación a 1901].

[13] Miguel de Unamuno, De la enseñanza superior en España [Revista Nueva, 1899], Obras Completas (ed. Manuel García Blanco), Escelicer, Madrid, 1966, t. i, págs. 758-759. Sobre la contaminación que el ideario de En torno al casticismo ejerce en el primer Unamuno (hasta 1905) remito a la consulta de mi libro Miguel de Unamuno: Artículos en “Las Noticias” de Barcelona (1899-1902), Lumen, Barcelona, 1993.

[14] Miguel de Unamuno, Obras Completas, t. I, pág. 949.

[15] «¡Cuantas veces no le he dicho que mi verdadera vocación es la de predicador!» [Cartas íntimas. Epistolario entre Miguel de Unamuno y los hermanos Gutiérrez Abascal (ed. Javier González de Durana), Eguzki, Bilbao, 1986, pág. 78. La carta de Unamuno está fechada el 23 de noviembre de 1897].

[16] Esta carta se puede leer en Miguel de Unamuno, Epistolario inédito i (1894-1914)  (ed. Laureano Robles), Espasa Calpe (Austral), Madrid, 1991, págs. 99-100.

[17] «Cartas a Miguel de Unamuno», Sur, 119, 1944, pág. 58.

[18] Miguel de Unamuno, Epistolario inédito I. (1894-1914), pág. 106.

[19] Cartas íntimas, pág. 120.

[20] Cf. Miguel de Unamuno, España y los españoles (1897-1936), Obras Completas, t. III, págs.  689-691.

[21] Cf. Miguel de Unamuno, Política y Filosofía. Artículos recuperados (1886-1924) (ed. Diego Núñez / Pedro Ribas), Fundación Banco Exterior, Madrid, 1992, págs. 59-61.

[22] Cf. Adolfo Sotelo Vázquez, Miguel de Unamuno: Artículos en «Las Noticias» de Barcelona (1899-1902), págs. 151-156.

[23] Cf. Francisco Giner de los Ríos, Obras Completas, Espasa Calpe, Madrid, 1933, t. XII (Educación y Enseñanza), págs. 237-297.

[24] Cf. Rafael Altamira, Itinerario pedagógico, Reus, Madrid, 1923. El texto de Altamira se editará nuevamente en el siguiente número de Analecta Malacitana, XXI, 2, 1998.

[25] El perfil de Unamuno —aparecido en La Publicidad (16-VII-1900)— lo he reproducido en mi libro Miguel de Unamuno: Artículos en «Las Noticias» de Barcelona (1899-1902), págs. 413-417. El de Giner (La Publicidad, 19-II-1900) lo he publicado en mi artículo «Don Francisco Giner de los Ríos y el nuevo regeneracionismo liberal», Letras Penínsulares, 4, 1991, págs. 71-75. En breve daré a conocer novedades acerca de Pedro Dorado Montero.

[26] Miguel de Unamuno, De la enseñanza superior en España [Revista Nueva, 1899], Obras Completas, t. I, pág. 765.

[27] Ibidem, pág. 765.

[28] Adolfo Sotelo Vázquez, Miguel de Unamuno: Artículos en «Las Noticias» de Barcelona (1899-1902), pág. 318.