LENGUA E IDEOLOGÍA: UN EJEMPLO PERIODÍSTICO

Tomás J. Salas Fernández

 

 

    1. Lenguaje e ideología

    Que la ideología política (quizá sea mejor llamarla ideología, en un sentido general[1] influye en el lenguaje, que es un elemento que puede distorsionarlo, enriquecerlo o introducir en él elementos de confusión es una evidencia. Esto pueden constatarlo los mismos hablantes que sean conscientes de su práctica lingüística y lo han comprobado y estudiado algunos teóricos. Son frecuentes los estudios en este sentido[2] . La ideología produce en el lenguaje una mutación y los términos específicamente políticos son, de forma especial, propensos al cambio y la pluralidad de interpretaciones. «Son términos [los políticos] que ofrecen un halo connotativo y fluctuante a lo largo de la historia»[3] . No es difícil rastrear el significado de algunos términos políticos muy usados («democracia», «república», «libertad») en el devenir histórico y comprobar como han sufrido cambios que, en ocasiones, hacen que la misma palabra tenga significados distintos y hasta contrarios en diversos momentos históricos. Se podrían aducir ejemplos diversos: la palabra «socialismo» presenta significados muy distantes cuando es empleado por el «nacional-socialismo» alemán o en países del «socialismo real»[4]. Se ha estudiado como «democracia», que hoy se usa generalmente en un sentido positivo, tenía para la izquierda radical, en tiempos de la II República española, el sentido de «democracia burguesa» y, por tanto, un significado peyorativo que hoy resultaría extraño[5].

    Pero no vamos a centrar nuestro estudio en el lenguaje político como lenguaje específico, en el que se supone que el componente ideológico se presenta de una forma directa y consciente. En un mitin, en un discurso parlamentario, en un folleto propagandístico hay un lenguaje que el receptor identifica como político y sabe de dónde viene y, normalmente, qué efectos persuasivos pretende. Pero es más complicado identificar este componente ideológico cuando el mensaje no es político, sino de otro tipo (periodístico, publicitario, culto en una obra ensayística). En ese caso se dan dos circunstancias que ocultan el componente ideológico: a) el receptor puede no saber qué está recibiendo realmente, su actitud frente al mensaje es otra, puesto que de otro tipo de mensaje se trata; b) aunque el receptor sea consciente de la carga ideológica, ésta se manifestará a través de elementos más bien indirectos y subliminales (connotación, alusión, ironía, etc.), frente al lenguaje político, más directo en este sentido.

    2. Lenguaje en el periodismo.

    Todos los que se han acercado a estudiar el lenguaje en los medios de comunicación parecen confluir, al menos, en algunos puntos. Uno de ellos es la heterogeneidad de dicho lenguaje como uno de sus rasgos definidores. El lenguaje periodístico es vario en sus formas y recursos [6]y, por lo mismo, puede sufrir contaminaciones con otros tipos de lenguaje, algunos de ellos, como el administrativo, muy alejados de la función periodística[7] . Aquí nos interesa concretamente la contaminación con el lenguaje político, aunque tengamos en cuenta que «no puede olvidarse las distintas finalidades que tienen los dos discursos –el periodístico y el político-: el primero ha de ser radicalmente informativo, el segundo es básicamente persuasivo»[8]. Añadimos a esta diferencia otra expresada en el epígrafe anterior: lo que aparece en el discurso político de forma directa, en el de los medios informativos tiene una forma velada e indirecta; por ello hablamos, no sé si exageradamente, de «ideología subliminal».

    Cada medio tiene sus principios ideológicos; ese es un factor común que ningún teórico parece discutir[9]; y de forma más acentuada, los medios de prensa diaria escrita. En algunos casos, esos principios están explícitamente reconocidos; casi siempre están aceptados y asumidos por los que participan en el medio y sus receptores. Los grandes periódicos nacionales suelen tener lo que llaman «un libro de estilo» que es, sobre todo, un manual de corrección lingüística, pero que también suelen establecer una serie de principios deontológicos y éticos sobre los que se apoya el diario. A pesar del carácter aparentemente aséptico de estos manuales, pueden ser muy interesantes para conocer ese subsuelo ideológico Por ejemplo, el Libro de estilo de El País[10] hace confesión de sus principios ideológicos al reconocerse  como un periódico «independiente, nacional, de información general, con una clara vocación de europeo, defensor de la democracia pluralista según los principios liberales y sociales, y que se compromete a guardar el orden democrático y legal establecido en la Constitución»[11]. De hecho, esta declaración de principios es tan general y, desde el punto de vista político, tan obvia que podría suscribirla cualquier diario de España, con excepción de los que se sitúen en posiciones de extremo radicalismo. En el Libro de estilo de ABC[12], más centrado en aspectos estilísticos, formales y tipográficos, no hay una declaración de principios tan explícita. Pero si vemos antiguos números del periódico, hay una expresa declaración de fundamentos ideológicos en algunos de ellos[13]. En el número de 15 de abril de 1931, un día después de la proclamación de la II República, hay un texto que bajo el título de «Nuestra actitud» es un perfecto resumen del ideario del periódico: «Nuestra fe y nuestros principios no se los lleva el huracán de las pasiones que ha turbado tantas conciencias y ha extraviado a una gran parte del pueblo, sumándolo (creemos que pasajeramente) a esa otra porción que en toda sociedad propende a la rebeldía con los peores instintos, y sobre la que no ha laborado jamás una política honrada. Seguimos y permaneceremos donde estábamos: con la Monarquía constitucional y parlamentaria, con la libertad, con el orden, con el derecho, respetuosos de la voluntad nacional, pero sin sacrificarle nuestras convicciones. La Monarquía es el signo de todo lo que defendemos; es la historia de España. Los hombres y los azares pueden interrumpir, pero no borrar la tradición y la historia, ni extirpar las raíces espirituales de un pueblo, ni cambiar su destino»[14]. El texto me parece apropiado para hace explícito lo que de forma implícita conoce cualquier lector de ABC. No obstante, también buscando en el Libro de estilo, no es difícil espigar algunos detalles que denotan su ideología conservadora nunca negada[15].

    De la misma forma que todos los medios tienen unos principios ideológicos, todos se arrogan a sí mismos, como una de sus señas de identidad más importante, la cualidad de la objetividad y la inmunidad a las presiones externas. Esta separación nítida entre hechos e ideas supone concebir los hechos como algo real, comprobable; y las ideas, como algo irreal, subjetivo, que no puede ser universal; tras esta concepción del mundo, separadora de manera radical de los ámbitos subjetivo y objetivo, se adivina una ideología positivista, que está muy difundida en la mentalidad cientifista de nuestro tiempo que es admitida de forma general y casi indiscutida. Según este positivismo subyacente existe un mundo factual, de los hechos que la subjetividad (la opinión, en periodismo) viene a distorsionar y manipular[16]. Lo que se deduce del presente trabajo es más bien lo contrario: la elección o presentación de cualquier hecho ya supone un componente de subjetividad y, por tanto, de ideología.

    De los dos libros de estilo citados se entresacan múltiples ejemplos de esta subordinación a la idea de objetividad. En el Libro de estilo de El País se lee: «El periodista transmite a los lectores noticias comprobadas y se abstiene de incluir en ellas sus opiniones»[17]; y afirmaciones bastante radicales, como ésta: «el autor de un texto informativo debe permanecer totalmente al margen de lo que cuenta»[18]. Por supuesto el periódico rechaza cualquier presión que pueda mediatizar la objetividad del medio: «El País rechazará cualquier presión de personas de personas, partidos políticos, grupos económicos, religiosos e ideológicos que traten de poner la información al servicio de sus intereses»[19].

    Textos parecidos se pueden aducir del libro de ABC. Por ejemplo: «la información se presentará con máxima objetividad, corrección, impersonalidad y amenidad»[20]; «Deberá redactarse [la noticia] de manera impersonal, huyendo del pronombre personal de primera persona»[21]. Asimismo, leemos en su número fundacional: «Nos sentimos enamorados de la idea de un periódico independiente, imparcial, que cultive la nota gráfica como el medio más directo de llevar al público la expresión de la realidad»[22].

    En resumidas cuentas, no sería difícil alegar más textos en los que los periódicos se arrogan a sí mismos la virtud de la objetividad y la imparcialidad y el alejamiento de cualquier presión externa.

 

    3. La ideología subliminal: exploración de un ejemplo periodístico.

    El ejemplo estudiado en este trabajo consiste en tres textos periodísticos, de la misma fecha y sobre el mismo tema: la crisis de gobierno de enero de 1999, que también tuvo influencia fuera del mismo gobierno, llevando a Javier Arenas a la secretaría general del Partido Popular y a Esperanza Aguirre a la presidencia del Senado. Los tres periódicos elegidos no lo han sido al azar. El País y ABC son, al menos cuantitativamente, los dos diarios más importantes e influyentes de España; el primero, sigue una línea editorial de centro-izquierda o socialdemócrata, y el segundo nunca ha renunciado a sus señas de identidad liberal-conservadoras, monárquicas y católicas. Puede decirse que son los dos periódicos más influyentes a la derecha y a la izquierda. Por otro lado, el Sur es un diario provincial de gran raigambre en Málaga, con una de las mayores tiradas en su género. Tiene, además, una reconocida calidad técnica. En su historia ha sufrido distintos avatares en cuanto a su dependencia empresarial y mayoría de accionariado, y en la actualidad pertenece a una de las empresas de comunicación (multimedia) más importantes e influyentes de España. Suele decirse que los diarios que no son de ámbito nacional no poseen, por lo general, una línea editorial y unos cimientos ideológicos tan sólidos como los nacionales. Son más propensos a los avatares de los cambios accionariales o a las mutaciones políticas. Suele tacharse a estas publicaciones de «oficialistas», o sea, tienen una tendencia indisimulada a apoyar al poder, sea cual sea el que lo detente. Frente a dos diarios a los que se les supone una línea editorial clara y coherente con su historia, Sur puede servirnos de ejemplo de punto de vista, si no «neutro»en la lucha ideológica, lo que parece imposible, sí al menos equidistante de los dos extremos, más cerca de esa pretendida objetividad que se le supone a los medios de comunicación -de la que ellos normalmente alardean-. Por ello nos servirá como «punto intermedio» entre dos textos (y dos medios) claramente situados desde el punto de vista ideológico en lados contrarios del espectro.

    Los textos en cuestión pertenecen al género periodístico del editorial. Se trata quizá del más complejo género periodístico a la hora de estudiar en él los rasgos ideológicos. La clásica división de géneros de opinión y de información[23] hace que algunos tipos de textos tengan una posición clara a este respecto: la noticia (información) debe ser objetiva e impersonal; el artículo (opinión) muestra el mundo personal de su autor, que, de alguna forma se considera ajeno al medio, «colaborador» de éste. El editorial, en cambio, se supone un género de opinión, pero no de forma tan clara como en el artículo, en el que el autor aparece de forma visible, incluso en los rasgos tipográficos y gráficos. Se puede llegar a considerar como un género periodístico específico, con unas características propias[24].

    El libro de El País afirma escuetamente que «los editoriales, que son responsabilidad del director, se ajustarán como principio general a la terminología de este Libro de estilo»[25]. Se les supone, pues, portadores de opinión, pero ¿de quién?, ¿del director, de la empresa, de la redacción? En realidad, llevan opinión –es decir, ideología- y ésta representa algo tan etéreo como eso que se llama la «línea editorial» de un diario; pero expresan esta opinión lo de una forma más sutil e indirecta que el artículo.

    Para estudiar el componente de ideología subliminal que subyace en estos tres textos periodísticos, tenemos en cuenta tres elementos textuales distintos, que son los siguientes: a) conceptos clave, b) uso de elementos paralingüísticos, y c) el uso de la ironía, el doble sentido, la paradoja. Paso al análisis de cada uno.

    3.1. Conceptos clave.

    En cada texto, si es coherente, hay una especie de jerarquía semántica entre sus componentes, de forma que hay conceptos más relevantes para el significado global de texto y otros que lo son menos. En el caso en que consiguiésemos determinar el concepto que está en la cúspide de esta pirámide, éste sería el significado principal en torno al cual se configura todo el texto, lo que, en un ejercicio de comentario de textos tradicional, llamaríamos «el tema». En los textos estudiados destaco dos conceptos claves que, a mi entender, ocupan un lugar importante en esa jerarquía semántica del texto y que en los artículos pueden formalizarse de distintas formas: como palabras, sintagmas, giros. Éstos son, a saber: a) la escala definidora del espectro político: derecha, izquierda, centro, centro-derecha, centro-izquierda; y b) aquellas expresiones que hacen referencia a la idea de un cambio político en el hecho comentado (la crisis de gobierno): mutación, evolución, cambio, crisis, etc.

    a) Hablando de ideologías políticas, está claro que el binomio básico para clasificarlas sigue siendo el de derecha-izquierda, aunque algunos crean que esta dicotomía está superada. Por motivos extralingüísticos (ideológicos, culturales, históricos), cuyo análisis exhaustivo escaparía a los límites de este trabajo, la noción de «izquierda» se carga históricamente de un sentido positivo (y se convierte casi en sinónimo de «avanzado», «progresista») y la de «derecha» toma para sí una inevitable carga negativa. Prueba palmaria de ello es que el término[26] «izquierda» se lo atribuyen a sí mismos los que dicen situarse en este lugar del espectro ideológico, mientras que el término «derecha» nunca se lo aplican a sí mismos los conservadores o moderados; pero sí se lo aplican, con afán siempre peyorativo los de izquierda. Así resulta que la palabra «derecha» es de uso casi exclusivo de la izquierda, mientras que la derecha prefiere para sí el término más suave y menos comprometido de «centro». Escribe con gran agudeza Aleix Vidal-Quadras: «En el lenguaje político español contemporáneo, especialmente en su modalidad coloquial, el término ´derecha´ tiene connotaciones peyorativas. La izquierda lo utiliza para descalificar a sus adversarios y puede llegar a hacerlo sonar como una auténtica injuria (...) En el noble campo de la confrontación semántica, la izquierda (...) ha triunfado en toda la línea (...) la derecha española ha optado por una técnica infalible para evitar el fuego enemigo: se ha transformado en el blanco invisible respondiendo al aséptico nombre de ´centro´»[27]. Ha ocurrido, pues, con la palabra «derecha» que su empleo continuado en un determinado sentido «puede llevar a un cambio de significado, o sea, a que la evocación, la asociación secundaria se interprete como significado objetivo y reemplace a éste»[28]. No se trata de que cambie el contenido lingüístico de la palabra, sino de lo que Leo Weisgerber llama Wirkung, afectividad del lenguaje, actitud ante las cosas evocadas por las palabras[29]. Este fenómeno puede comprobarse en los textos estudiados, de forma que el periódico conservador parece mostrar una auténtica alergia al término «derecha» y vecinos y muestra un patente entusiasmo por «centro». El País, en cambio, resalta por varios medios la identificación del Partido y el Gobierno con la derecha más genuina. ABC usa con una insistencia casi machacona el término «centro» y sus derivados: «Ajuste hacia el centro» [el título], «centrista» [6, 11, 13][30], «centro» [25, 33, 40]. La palabra (o derivados) aparece en 6 ocasiones; además, en contextos de connotación claramente positiva: «genuina vocación centrista» [5-6], «vocación centrista» [11], «actitud centrista» [13], «el gran partido moderado y de centro» [24-25], «giro hacia el centro» [33], «lo que caracteriza al centro político es [...] arte de moderación, razón, equilibrio y diálogo» [40-43]. En contraste con esta reiteración, no se usa en ningún caso el término «derecha» o derivados. El comportamiento de El País es distinto en este sentido. Aparece el término en 5 ocasiones: «centro» [4, 13, 47], «centrismo» [37], «centrista» [40]; una menos que en ABC, aunque la diferencia es mayor si tenemos en cuenta que el artículo de El País es más largo (67 líneas frente a 42). Pero la diferencia mayor radica no en la frecuencia del uso, sino en los contextos[31], que el caso de este último diario son abiertamente peyorativos o cargados de segundas intenciones. Véase: «el tan publicado viaje al centro» [3-4], «más que al centro parece un viaje al caudillismo» [13-14], «el nuevo centrismo pregonado por Aznar» [37]. Los contextos en los que aparecen los términos parecen indicar, aunque no directamente, que el supuesto centrismo del gobierno no es auténtico, sino algo «pregonado», «publicado», pero no real; por otra parte, la voz «caudillismo» tiene una carga negativa evidente, que se asocia al recuerdo del franquismo. También en contraste con ABC, El País sí se refiere a la derecha, y con una expresión contundente: «los más sólidos puntales de la derecha» [38-39]. No es, pues, casualidad que el diario de derechas no cite a la derecha y el de izquierda sí lo haga y, además, ponga en entredicho la coherencia y realidad del término «centro». El Sur en este aspecto, como en otros, guardará una postura equilibrada. Cita «centro» en cuatro ocasiones [9, 25, 30, 56]; coincide con El País en dar un tono negativo a alguna («rechina con el propio viaje al centro» [9]), pero en las otras tiene un tono neutro: «movimientos hacia el centro» [24-25], «viaje al centro» [29] y «centro reformista» [56], sin llegar a las connotaciones positivas que ABC da al término. Puede considerarse también una alusión al centro y a la moderación política la mención del «talante liberal» [37] de Esperanza Aguirre. No se menciona directamente la «derecha», pero hay una clara mención indirecta en la referencia a «militantes anclados en viejos usos y atrincherados en familias y clanes que datan de la época de Fraga» [31-32]. La relación significativa que enlaza «viejos», «atrincherados», «anclados» y «clanes» apunta a una connotación que intenta expresar la idea de ´viejo´, ´caduco´, etc. No es inocente el recuerdo de Fraga, como tampoco lo es, en El País, el recuerdo de Fraga y de Franco. Por tanto, la idea de centrismo libre de toda contaminación de «derecha», está en ABC, pero sólo está en Sur de manera matizada.

    b) El otro concepto es el que hace referencia a la idea de cambio, para describir la crisis de gobierno comentada en los editoriales. La idea es tan amplia y rica, que permite una gran diversidad de matices en su expresión. Un cambio puede, por ejemplo, ser una «ruptura» o un «crisis» y también un «ajuste» o una «adaptación». Si en el apartado a) se veían los distintos usos que pueden tener unas palabras ( o su ausencia o presencia en el texto), en el presente apartado se observa el uso de distintas expresiones relacionadas semánticamente y más o menos intercambiables en los mismos contextos. Así ABC, en este sentido, destaca la palabra «ajuste», en el mismo título, en [3], [5] y en [10]. La idea de que no ha sido un cambio brusco o radical se subraya con los sintagmas «simple ajuste» [3] y «pequeño ajuste» [5]. Los adjetivos crean aquí unos contextos que aportan una idea de estabilidad, de suavidad, de tránsito no traumático. También usa la palabra «cambio» [1, 9] y «giro» [33], que, por supuesto, en la línea del tono que mantiene el artículo, es un «giro hacia el centro». El País usa en tres ocasiones el término «reajuste» [4, 11, 24]; en dos el término «cambio»: «cambio de cartera» [4], «único cambio» [15]; y además las expresiones «relevo» [15] y «retoque» [64]. Las diferencias entre los dos diarios nacionales no es tan marcada como en los casos de «derecha» y «centro», pero hay matices que marcan una distinta valoración del hecho. No es lo mismo «ajuste» que «reajuste»; aquí el prefijo re- no tiene un valor de simple reiteración léxica (como hace el Diccionario de la Academia, al definir «reajustar» como ´volver a ajustar, ajustar de nuevo´), sino que añade ese valor afectivo, connotativo del que hemos hablado. La segunda palabra tiene un carácter más marcado de radicalidad. Se ajusta lo que está bien; se le hace un pequeño retoque para que esté mejor; pero se reajusta algo que necesita una mutación mayor. Aparece «cambio» en dos ocasiones con un sentido más nítido y además «relevo». En Sur destaca la palabra «crisis», pero es una «crisis a medida» [título], y una «crisis que tiene todos los rasgos de estar hecha a la medida de las necesidades del PP» [17-18]. También aparece, «ajuste», que está vez es «mínimo» [19-20], algo muy similar a lo que indica ABC, que lo califica, en distintas ocasiones, de «simple» y «pequeño». El término «crisis» aquí tiene un sentido más nítido, entendido como término político, como crisis de gobierno (cambio de ministros), sin que tenga las posibles connotaciones o valoraciones de palabras como «ajuste» o «reajuste».

    3.2. Uso de elementos paralingüísticos.

    En el lenguaje periodístico pueden distinguirse varios códigos, que coexisten formando un texto complejo. A esa heterogeneidad de contenidos de la que hemos hablado, hay que sumar una heterogeneidad de códigos. Pueden distinguirse tres[32]: a) el verbal, b) el paralingüístico (tipografía) y c) el icónico (imágenes, organización de página). Esta pluralidad hace que «la manipulación periodística, entendida peyorativamente, sea bastante compleja y no baste, para advertirla, examinar lo puramente lingüístico que sería objeto de la llamado manipulación discursiva»[33]. Para estudiar esta, más que manipulación, ideología subyacente vamos a detenernos en el código paralingüístico, en concreto, el uso de comillas, cursivas, etc.

    ABC usa las comillas, pero no la cursiva[34]. Lo hace concretamente en dos ocasiones: «cuestión social» y «discriminación positiva» [29]. Parece claro que en ambas ocasiones se quiere cargar a los sintagmas entrecomillados de ciertas connotaciones[35]. Obsérvese que se trata de dos expresiones muy queridas a la izquierda y el uso de comillas le da, a mi entender, un tono irónico. La «cuestión social», el conflicto entre trabajadores y empresarios, es algo en parte superado en una sociedad, como la nuestra, de gran movilidad social y de volatización de las diferencias mercantiles y sociales. De la misma forma, la «discriminación positiva» (discriminación sexual, en este caso), concepto muy de la izquierda, es tratado con cierto desdén por el texto de ABC, ya que, además de innecesaria, es «discriminación al cabo» [30].

    En el editorial de El País se invierte esta situación. Se usan las cursivas, aunque los efectos semánticos de este uso son los mismos que los de las comillas: la búsqueda de ciertos efectos connotativos. Los casos son: «el congreso del PP ratificará a la búlgara» [10] y «los siete magníficos, otros tantos ex ministros de Franco acaudillados por Fraga». El lector de cultura media sabe que aprobar algo a la búlgara significa hacerlo con un seguidismo unánime a las consignas del poder; costumbre política frecuente en los sistemas políticos de los países del socialismo real, como era Bulgaria. La otra alusión en cursiva no puede ser más clara: los siete magníficos constituían el grupo fundador de la antigua Alianza Popular[36]. El País intenta establecer una relación entre este grupo y el actual Partido Popular con la misma pretensión que se vio en el apartado anterior: identificar a este grupo como de derechas, no como centro. Sur usa las comillas en dos ocasiones y en ninguna la cursiva. Los casos son «look» [28] y «Aznardependiente» [31]; en ambos casos por motivos léxicos. «Look» es un anglicismo muy usado, que tiene el significado de ´aspecto´. Se habla de «aportar un nuevo ´look´ al partido». La palabra «Aznardependiente» es una composición que responde a una característica muy arraigada en el lenguaje periodístico: la creación de nuevos vocablos, en este caso con un indudable tono negativo. En los dos casos el uso de comillas responde más a motivos gramaticales y léxicos que de pretender aportar una connotación especial a los segmentos entrecomillados. Hay, pues, un cierto matiz peyorativo en la invención de la palabra compuesta, pero los elementos paralingüísticos en Sur[37] no tienen un móvil ideológico tan claro como en los dos periódicos nacionales.

    3.3. Ironía, doble sentido, paradoja.

    Con frecuencia los textos literarios y periodísticos usan estos recursos: la ironía, el doble sentido, etc., recursos que apelan al buen entendimiento del lector y, en ocasiones, a sus conocimientos previos. En todos estos casos las expresiones suelen portar una carga connotativa que complementa su significado denotativo normal y que suele tener unas implicaciones muy complejas: estéticas, ideológicas, culturales. Este elemento connotativo puede hacer que el sentido que se pretende comunicar sea distinto (y hasta contrario) de su sentido literal. Con estos recursos se hace un «guiño» al lector, al que se supone enterado y que se convierte en una especie de cómplice del emisor. Los recursos usados para lograr este efecto pueden ser los tipográficos, estudiados en el apartado anterior, o expresiones que por su mismo contenido apelan a este doble sentido.

    El texto que usa un sentido irónico de forma más clara es el de El País. Esto es visible desde el mismo título: «Todo va bien en España». Responde este título a una especie de parodia de la famosa frase de Aznar «España va bien». Hay un tono irónico y de segundas intenciones que mantiene su tensión prácticamente durante todo el texto. Una lectura literal de las primeras líneas («Dijo [Aznar] que agotaría la legislatura sin cambiar a sus ministros, y eso es lo que rubricó ayer» [1-3]) parecen más bien elogiosas; expresan una actitud coherente del presidente. Pero tienen un doble sentido: ha hecho cambios, pero, en realidad, no los ha hecho; ha hecho una apariencia, un cambio falso, como igualmente falsa es esa etiqueta de «centro»(como se ha visto en 3.1.) que el gobierno se atribuye a sí mismo. Hay también una alusión abiertamente irónica al «nivel de debate interno existente en el partido» [22] que para El País es, por supuesto, escaso o nulo, y que da a entender de manera clara su estilo «caudillista» [14], lo que recuerda su origen, con los «siete magníficos acaudillados por Fraga» [51]. Aznar designa al secretario general «al estilo de Fraga» [30] y ratifica en sus puestos a «algunos de los más sólidos puntales de la derecha» [38-39]. Obsérvese la carga connotativa que posee el sintagma «sólidos puntales»: la derecha es algo que pesado, que hay que sostener en pie no sin gran esfuerzo. El antiguo secretario general, Álvarez Cascos, es definido como «una suerte de responsable de misiones especiales del presidente» [53-54], donde la expresión «una suerte» da un matiz de vaguedad e inconcreción a todo el segmento. Es también claramente irónica la frase «si el presidente trata de reafirmar su posición centrista la continuidad de Álvarez Cascos o Mariscal de Gante es una garantía» [39-41], lo que quiere decir todo lo contrario: no reafirma su posición centrista, sino derechista. Por último, el artículo termina con una definición del nuevo ministro de trabajo, que es «un hombre que ha dado pruebas de eficacia y capacidad negociadora como segundo de Arenas» [66-68]; la expresión «segundo» no tiene un sentido neutro, sino que se carga con un claro matiz peyorativo, de ´segundón´, ´subalterno´ y minusvalora y contrarresta lo que de positivo tenga la primera parte de la oración.

    En el texto de ABC hay también varias alusiones que apelan a conocimientos previos del lector. Cuando se refiere a que el Partido Popular «no tiene necesidad de cuotas ni de otras oportunistas exhibiciones de discriminación positiva» [28-29] se hace alusión a la cuota femenina del 25 % que intentó implantar el Partido Socialista. Hay un recuerdo para la desaparecida UCD, «tan vapuleada como después añorada por los mismos que la hostigaron» [35-36], con clara alusión a los socialistas, en su época de oposición. Puede que también se aluda a la relación del Partido Socialista con Felipe González en la afirmación: «en la actual política democrática son más importantes las ideas y los programas que las personas» [36-37] y «el liderazgo carismático es más bien propio de otros regímenes» [38-39]. No es una causalidad que todas estas alusiones tienen como destinatario al partido mayoritario de la izquierda española, al que no se menciona directamente.

    En Sur no se observa una actitud irónica o el uso del doble sentido; aunque su tono con respecto al gobierno sea más bien crítico, no llega a la descalificación global que hace El País. Usa en dos ocasiones la composiciones: «Aznardependiente» [31] e «hiperliderazgo» [7]; la creación de nuevas palabras, por medio de la composición, en el primer caso, o de la prefijación, en el segundo, es uno de los rasgos más característicos del lenguaje periodístico. Ambos casos inciden en una misma idea: el excesivo liderazgo de Aznar en el partido y el gobierno. Pero véase que la misma idea aparece en El País con unos matices más radicales, ya que se habla de «caudillismo» [14] y se refiere, con el uso de la ironía, al bajo o nulo nivel de debate interno del partido [22]. En ABC, por el contrario, no asoma esta idea; la referencia más directa a Aznar, que puede ser considerada como crítica, es «el hermético José María Aznar ha sorprendido mediante la ausencia de grandes sorpresas» [8-9]; aparte del pleonasmo, el tono crítico es más suave que el empleado por los otros dos diarios y, sobre todo, más suave que el tono irónico y casi sarcástico de El País.

    3. 4. Conclusiones.

    Las conclusiones del estudio comparativo de los tres textos parecen claras. Un mismo hecho que, desde la óptica positivista que diferencia claramente hecho de opinión, puede ser definido someramente con unos cuantos datos objetivos, recibe un tratamiento distinto (y hasta contrario, en algunos casos) por parte de cada uno de los textos. Este distinto tratamiento está claramente determinado por la ideología de cada periódico.

   ABC ve el cambio de gobierno como un hecho encomiable, inscrito en la evolución hacia el centro (y abandono de las antiguas posiciones derechistas). Usa con profusión y da gran importancia al término «centro» y otros que tienen una relación directa con él: «moderación», «razón», «equilibrio», «diálogo» [42-43]. Ya se ha visto como «centro» tiene connotaciones positivas (rasgo común a los tres textos estudiados) y «derecha» es casi un tabú.

    Para El País se trata de un hecho político que no cambia nada en lo fundamental. Se resumiría la tesis de este periódico con la famosa frase de Lampedusa: intentar cambiarlo todo para que todo siga igual. La idea más recurrente de este texto es la de que este cambio es aparente, falso, una operación de maquillaje de cara a la galería. Esta idea está expuesta por medio de la ironía y la llamada (entre otros, con medios tipográficos) a que el lector aparece en cuanto se aplica al texto un poco de atención y se estudian sus recursos. Refiriéndose, no sólo al periodismo escrito, sino a los medios de comunicación, Miguel de Moragas ha distinguido entre «significados manifiestos» y «significados latentes»; para el desvelamiento de estos últimos y para la neutralización de su posible poder manipulador, hace falta realizar lo que este autor llama un «análisis de contenidos»[38]. Algo parecido es lo que se ha hecho en este trabajo, aunque en lugar de significados latentes, se hable de «ideología subliminal».

    El lenguaje periodístico, pues, está teñido de ideología, pero hay una permanente pretensión de ocultarla. Sin embargo, este substrato ideológico sale por los poros del texto en cuanto éste es sometido a la indagación analítica. Este trabajo ha sido un intento de sacar a la luz ese discurso oculto, pero casi siempre latente.

    4. Ideología y connotación.

    La mayoría de los recursos estudiados en estos textos pueden encuadrarse en el concepto de connotación. Son recursos que se refieren a significaciones secundarias, que colocan las palabras –o fragmentos- en un área de significación más amplia de la habitual. Se ha estudiado el vasto tema de la connotación desde distintas ópticas –Lingüística, Semiología, Semántica-, pero aquí nos interesa de forma especial la aportación de Roland Barthes[39]. Para el gran crítico francés la connotación es un fenómeno que desborda los límites del lenguaje verbal y que está presente en cualquier fenómeno comunicativo (semiológico) o manifestación cultural. Barthes trae a colación el ejemplo de una portada de la revista Paris-Match, en la que un soldado negro saluda la bandera francesa. Al significado literal del mensaje icónico (´un soldado negro saluda la bandera francesa´) se le añade un significado secundario, connotado (´personas de distintas razas sirven fielmente a Francia´). Barthes pone en relación connotación e ideología, de forma que el contenido de un fenómeno connotativo es siempre una ideología. Más concretamente, afirma, usando la distinción de Hjemslev, que la ideología es «la forma de los significados de la connotación»[40]. Desde la presencia de la ideología en los textos periodísticos pasamos, pues, a una conclusión más general y abarcadora: el factor ideológico está presente en cualquier manifestación connotativa, es decir, en cualquier expresión que cumpla algo más que una simple función de referente.

    No estaría mal para terminar, salvarnos un poco del excesivo tecnicismo al que propende todo estudio lingüístico con una muestra de la magnífica ironía de Borges: «los que no quieren que la literatura sea portadora de ideas, se refieren a ideas contrarias a las suyas».

    5. Anexos.

    Anexo I. ABC, Madrid, 19 enero 1999

AJUSTE HACIA EL CENTRO

    Los cambios en el gobierno de la Nación, anunciados ayer por su presidente, carecen de la entidad que permitiría hablar de una crisis en Ejecutivo. Se trata de un simple ajuste provocado, principalmente, por el nombramiento de Javier Arenas como nuevo secretario general del Partido Popular. Un pequeño ajuste, eso sí, con una indisimulada y genuina vocación centrista. Nada, en suma, que afecte lo más mínimo a la estabilidad gubernamental del Ejecutivo más longevo de la democracia española.

   El hermético José María Aznar ha sorprendido mediante la ausencia de grandes sorpresas. El más relevante de estos cambios, el que ha desencadenado el ajuste es la nueva responsabilidad que en el partido asume Javier Arenas y que por sí sólo exhibe la vocación centrista de las novedades. El ya casi ex ministro de Trabajo no se ha desviado ni un paso de la actitud centrista, desde sus no lejanos pasos por la Juventudes de la UCD hasta su actual gestión al frente de Trabajo, en la que ha exhibido buen sentido, talante negociador, capacidad para el diálogo y moderación ideológica. Los frutos son el desvanecimiento de cualquier atisbo de «cuestión social» a través del pacto entre todos los agentes sociales, y, sobre todo, de su buena relación con el mundo sindical; el ambiente de paz social con unos niveles mínimos de conflictividad social; y la flexibilización del mercado de trabajo y los buenos resultados de la lucha contra el desempleo. Llevar a un político avalado por esta gestión, que le ha llevado a ser uno de los mejo valorados del actual Gabinete, es un acto de buen sentido político, que confirma la intención del presidente del PP de que en el próximo Congreso se consolide como el gran partido moderado y de centro que reclaman la mayoría de los ciudadanos.

   La designación de Esperanza Aguirre como presidenta del Senado, sólo pendiente de la previsible votación favorable de la Cámara dada la mayoría de que dispone en ella el PP, tiene perfiles históricos. Sin necesidad de cuotas ni de otras oportunistas exhibiciones de «discriminación positiva», discriminación al cabo, por primera vez en la Historia de España una mujer preside una de las Cámaras. No hay deriva hacia el centro sin la justa incorporación de la mujer a las más altas responsabilidades públicas.

   El giro hacia el centro no es un slogan oportunista ni un puro talante vacío de contenido. Desde su llegada a la presidencia del PP, Aznar expresó su voluntad de llenar el hueco que dejó UCD, tan vapuleada como después añorada por los mismos que la hostigaron. En la actual política democrática son más importantes las ideas y los programas que las personas. Éstas se eligen en función de su idoneidad para explicar aquéllos. El liderazgo carismático es más bien propio de otros regímenes. Lo que caracteriza al centro político es, además de la actitud de huir de soluciones equivocadas a ambos extremos, la tendencia a hacer de la política, arte de moderación, razón, equilibrio y diálogo.

   Anexo II. El País, Madrid, 19 enero 1999

TODO VA BIEN EN ESPAÑA

   Aznar ha decidido ser fiel a sí mismo por encima de todo. Dijo que agotaría la legislatura sin cambiar a sus ministros, y eso es lo que rubricó ayer. No hay ministros quemados ni perfiles incompatibles con el tan publicado viaje al centro. Sólo mínimos reajustes –dos caras nuevas y un cambio de cartera- debido a decisiones que afectan al partido La designación de Javier Arenas como nuevo secretario general del PP le obliga a abandonar la cartera de Trabajo por imposición estatutaria y la designación de Barrero como candidato a la Junta de Extremadura deja vacante la presidencia del Senado. Nadie duda de que el congreso de PP ratificará a la búlgara la propuesta de Aznar, pero en una vuelta de tuerca el presidente anticipa un reajuste provocado por una decisión que se tomará formalmente dentro de dos semanas. Y quien la hace pública es un portavoz que la semana pasada reconocía que aún no esta afiliado al PP. Más que al centro parece un viaje al caudillismo.

   El único cambio que realmente se formalizó ayer fue el relevo de Álvarez Cascos al frente de la secretaría general del partido. Pero eso ya lo habían anticipado antes del verano Aznar el propio afectado. ¿Dónde reside la gran sorpresa que el presidente se ha encargado de pregonar durante estos meses y de cultivar personalmente la pasada semana? En su breve comunicación de ayer a la dirección política del partido insistió en que ya tenía tomada la decisión hace tiempo. No parece que fuera muy difícil, dado el nivel de debate interno existente en el partido. Aznar se declaró ajeno a las especulaciones originadas estos días. Pero no es casual que la mayoría de su Gabinete interpretara en claves de reajuste ministerial su intervención del pasado jueves ante la convención del PP de Cataluña. Incluso aquellos que no querían creer que los cambios fueran a producirse antes del congreso, aunque sólo fuera por cuestión de formas. Una vez lanzado el mensaje tenía que elegir entre mantener la incertidumbre entre dos semanas, lo que habría provocado infartos, o erigirse en congreso del PP y designar, al estilo de Fraga, al nuevo secretario general. Ha elegido lo segundo, limitándose a rellenar su hueco y el de Esperanza Aguirre, promovida a la presidencia del Senado después de una gestión ministerial que si se ha caracterizado por algo ha sido por su incapacidad para alcanzar el consenso con la oposición e incluso con los aliados nacionalistas en cuestiones educativas que exigen amplios acuerdos.

   La continuidad de los ministros más quemados o incompetentes acota hasta la inanidad el nuevo centrismo pregonado por Aznar. De hecho, lo que hizo ayer fue ratificar a algunos de los más sólidos puntales de la derecha en este país. Claro que si el presidente trata de reafirmar su posición centrista personal por referencia a sus ministros, la continuidad de Álvarez Cascos o Mariscal de Gante es una garantía.

   La designación de Javier Arenas como nuevo secretario general es el único gesto –además de lo pueda tener de promoción personal el paso de Mariano Rajoy a Educación- que se alinea en la trayectoria centrista. Parece indiscutible que un hombre como Arenas, procedente de la UCD y que ha ejercitado su capacidad de negociación y pacto con los sindicatos al frente de Trabajo, puede levantar con mayor credibilidad la bandera del centro político que alguien como Álvarez Cascos, que desde la primera hora de la transición política –1976- no tuvo ninguna duda en que su sitio natural era aquella Alianza Popular que encabezaban los siete magníficos, otros tantos ex ministros de Franco acaudillados por Fraga.

   Por mucho que el papel de Cascos como vicepresidente y coordinador político esté hoy en decadencia, convertido en una suerte de responsable de misiones especiales del presidente, no le va a resultar fácil a su sucesor en la secretaría general contrarrestar su imagen de político más habituado a embestir que a dialogar y, sobre todo, a ceder.

   Por trayectoria política y por su acción de gobierno es probable que el hombre mejor equipado para intentarlo sea Arenas, que en el anterior congreso salió perdedor en algún pulso con Cascos. Dando por supuesto que el criterio es en todo caso electoral, su entronización como secretario general puede tener también una dimensión territorial: de reforzamiento de las opciones del PP en Andalucía, donde los expertos creen que se juega la mayoría absoluta.

   Los demás retoques son simple anécdota. A Acebes se le pagan servicios prestados como coordinador del partido y en el Ministerio de Trabajo asciende un hombre que da dado pruebas de eficacia y capacidad negociadora como segundo de Arenas.

   Anexo III. Sur, Málaga, 19 enero 1999

CRISIS A MEDIDA

   Antes de analizar el alcance de los cambios anunciados por Aznar y su contenido político, conviene apuntar que este episodio de especulaciones, alimentado por el propio presidente con mensajes equívocos y haciendo ostentación de secretismo, no puede despacharse tranquilamente como una irrelevante cuestión formal. A través de éstos y otros gestos políticos producidos en los últimos meses, Aznar está contribuyendo a agudizar un perfil presidencialista y de hiperliderazgo que configura una inquietante tendencia personalista con respecto al partido, e incluso al Gobierno, que rechina con el propio viaje al centro. Anunciar por sorpresa a sus compañeros de partido y equipo de gobierno el nombre del que será su secretario general durante los próximos años, a dos semanas de la inauguración del congreso, recuerda usos demasiado egocéntricos. Aznar, quizá en su afán de evitar filtraciones o influencias externas sobre sus decisiones, cultiva cada vez con más esmero un creciente hermetismo que corre el peligro de deslizarse por la pendiente del aislamiento y la autocomplacencia, alejándose de la realidad y de las bases de su partido. En el terreno estrictamente referido a los cambios, hay que señalar que la crisis tiene todos los rasgos de estar hecha a medida de las necesidades de PP y del inminente XIII Congreso del Partido Popular. Se trata de un ajuste mínimo en el que precisamente se han dejado intactas las zonas más desgastadas del Ejecutivo, al tiempo que los movimientos han afectado a departamentos considerados sólidos.

   Las elecciones de Arenas como nuevo secretario general del PP y de Aguirre al frente del Senado hay que interpretarlas como movimientos hacia el centro, de acuerdo con el talante político de ambos candidatos y de su gestión. La presencia de Arenas al frente del PP parece garantizar la apertura de una etapa de renovación y la entrada de aire fresco en Génova. El ex ministro de Trabajo, que ha demostrado una estimable capacidad de negociación, además de aportar un nuevo «look» al partido, tendrá que acometer la tarea de dotar de contenidos ideológicos al viaje al centro hasta ahora apoyado fundamentalmente en caras y gestos. Arenas tendrá que remover un partido «Aznardependiente» y con muchos de sus militantes anclados en viejos usos y atrincherados en familias y clanes que datan de la época de Fraga. No puede pasar inadvertido que Arenas con este movimiento, queda alejado de la batalla de Andalucía, donde cobra fuerza el nombre de Amalia Gómez como candidata a la Junta, y bien colocado en la carrera de la sucesión de Aznar.

   Esperanza Aguirre ha aportado su talante liberal en una cartera complicada cuyas competencias están transferidas a muchas comunidades autónomas y ahora tiene dos opciones: convertirse en irrelevante en la Cámara Alta, con serios problemas de desprestigio, o abrir una etapa necesaria que desemboque, de una vez, en la reforma del Senado. Su antecesor ha fracasado en el intento y como penitencia tendrá que enfrentarse con Juan Carlos Rodríguez Ibarra en Extremadura. Pero el hecho de que, por primera vez en democracia, una mujer acceda a la presidencia de una Cámara legislativa, ocupando el cuarto lugar en el protocolo del Estado, tiene un gran valor simbólico e implica un mensaje de contemporaneidad y apuesta política. Por lo demás, Aznar ha premiado a Acebes por su ardua tarea en la coordinación del PP, ejecutada con disciplina y discreción, y ha trasladado a Rajoy a Educación y Cultura para que este político gallego –sin duda una baza en la sucesión de Fraga en Galicia- tome las riendas de un ministerio que tiene retos cualitativos muy importantes, que pasan todos ellos por diseñar, desde la cultura y la educación, mecanismos de cohesión intraterritorial que ahora se echan en falta en España. Las piezas están colocadas sobre el tablero. Ahora, hay que ver cómo las mueve Aznar para jugar desde el partido y desde el Gobierno la partida del centro reformista.

NOTAS

[1] El tema de las ideología puede concebirse desde distintos puntos de vista. Lo usamos aquí en el sentido más habitual de visión del mundo, de perspectiva totalizadora que abarca todos los demás ámbitos. Entre las varias definiciones de ideología que podemos manejar, me  parece acertada la de Carlos Peregrín Otero: “conjunto funcional de creencias” (pról. a Noam Chomsky: Estructuras sintácticas, México, Siglo XXI,  pág. xxi); es un conjunto de creencias, puesto que no responden a un conocimiento racional y científico, y es funcional, ya que tiene un valor sobre todo instrumental, práctico. La ideología crea un marco de referencia que nos sirve para nuestra vida, para dar sentido y coherencia a otros aspectos de nuestra existencia. Lo que ya no es tan encomiable es que  este autor considere que hay  una sola ideología científica, frente a las demás que están basadas en prejuicios e irracionalidades; y esa ideología que tiene el monopolio de la racionalidad es, para Peregrín Otero,  el socialismo. Precisamente los teóricos marxistas son de los que más atención han dedicado al tema, pero ellos conciben la ideología –al contrario que en este trabajo- como un aparato totalizador que sirve para  justificar y apoyar al poder y que realiza una “violencia simbólica” sobre los gobernados para conseguir la perpetuación de la clase dominante en el poder; es el tema de los Aparatos Ideológicos del Estado, concepto que hizo famoso Althusser; cfr. de este autor “Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado”, en La Filosofía de la Revolución, México, Siglo XXI Editores, 1977.

[2] Puede verse en conjunto de estudios, algunos de los cuales se citarán en este trabajo,  de Manuel Alvar et. al.: El lenguaje político, Madrid, Fundación Fiedrich Ebert e Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1987; citamos como Alvar.  

[3] Manuel Casado Velarde: Lenguaje y cultura, Madrid, Síntesis, 1991, pág. 63.

[4] Sobre el uso de la lengua que hace el marxismo,  ver Lázaro Carreter: “Viejo lenguaje ¿Nuevas ideas?”, en Alvar, págs. 33-48.

[5] Juan Felipe García Santos: “El lenguaje político en la Segunda República y en la Democracia”, en Alvar, págs. 89-122.

[6] María Victoria Romero Gualda: El español en los medios de comunicación, Madrid, Arco Libros, 1994, cap. I (págs. 15-20).

[7]  Cfr. Fernando Lázaro Carreter: ”El lenguaje periodístico entre el literario, el administrativo y el vulgar”, en AA. VV.: Lenguaje en periodismo escrito, Madrid, 1977. 

[8] Romero Gualda: op. cit, pág. 19 .

[9] “Lo único que prácticamente es común en los medios de comunicación es que en ellos se traspasa una ideología, y que esta ideología, además, es la ideología dominante” (María Luisa Balager: Ideología y medios de comunicación: la publicidad y los niños, Málaga, Diputación Provincial, 1987, pág. 17.

[10] Cito por la 13ª ed, Madrid, Ediciones El País, 1996.

[11] Ibid., pág. 21; se incluye en el epígrafe Principios (págs. 21-29). Hay unas declaraciones del presidente de PRISA, empresa editora del periódico, Jesús de Polanco, hechas a la Junta General en marzo de 1977,  que repiten prácticamente estas ideas: “El País debe ser un periódico liberal, independiente, socialmente solidario, nacional, europeo, atento a la mutación que hoy se opera en la sociedad de Occidente”. Por cierto, que el Sr. Polanco parafrasea, sin citarlo, a Gregorio Marañón en su famosa definición del liberalismo que abre sus Ensayos liberales: “Liberal, a mi entender, quiere decir dos cosas fundamentales: el estar dispuesto a comprender y escuchar al prójimo, aunque piense de otro modo, y a no admitir que el fin justifica los medios” (Ibid. pág. 652).  

[12] Cito por la 6ª reimp., Barcelona, Ariel, 1996.

[13] Me puse en contacto con la  redacción del periódico para que me facilitasen, si existía, algún documento donde se fijasen sus principios ideológicos. No existía dicho documento, pero sí  se me facilitaron fotocopias de antiguos números, que se citan en este trabajo. Agradezco la amable solicitud del subdirector del diario, D. Santiago Castelo por el envío de estos documentos.  

[14] ABC de 15 de abril de 1931, pág. 21. Es curioso que la expresión “Monarquía constitucional” sea  lo misma que la que usa nuestra actual Constitución para definir el Estado.  

[15] Véanse estos ejemplos que inciden  sobre dos ideas queridas para este periódico: la de España y la  de Monarquía. “El nombre de España gozará en las páginas de ABC de la preeminencia que le corresponde. No se enmascarará innecesariamente con términos como Estado, nación o país, parciales e imprecisos” (op. cit.,pág. 104). “Euskadi. No Euzkadi. Prefiramos siempre País Vasco, Vascongadas, Comunidad Autónoma vasca  al neologismo de Sabino Arana” (pág. 105). “La Monarquía española es la más antigua de las reinantes en Europa y la segunda del mundo, tras la de Japón” (pág. 137). “Monarquía. Escríbase con mayúscula inicial” (pág. 115).  

[16] Casado Velarde: op. cit., pág. 94. El tema de la  objeividad también ha sido muy debatido en el campo literario, íntimamente unido a tema del compromiso en la literatura. Wayne C. Booth (La retórica de la ficción, Barcelona, Bosch, 1974) cita a Antón Chejov, que opinaba  que “un escritor debe ser tan objetivo como un químico”; y afirma: “todos sabemos ahora que una lectura cuidadosa de cualquier afirmación en defensa de la neutralidad del artista revelará un compromiso; siempre hay algún valor más profundo por el que se considera que la neutralidad es buena” (pág. 64); y concluye: “en literatura es imposible la completa imparcialidad” (pág. 74).  

[17] En pág. 23.

[18] Ibíd., pág. 33. 

[19] Ibíd., pág. 646.  

[20] Libro de estilo de ABC, pág. 31.

[21] Ibíd., pág. 49.

[22] ABC de 1 de enero de 1901. En el número de 1 de junio de 1905, se lee: “un periódico que ajeno a las conveniencias de partido, atento únicamente al interés general, desdeñoso de la mixtificación fácil y barata, que toma el nombre de la nación como hoja de parra con la cual cubrir las debilidades del partido” y “la prensa ha de ser más objetiva que el parlamento y, por de contado (sic),  que el foro”.

[23] El libro de El País tiene muy claro que “la información y la opinión estarán claramente diferenciadas entre sí” (pág. 646).  Cfr. lo que  dicho supra sobre la ideología positivista de esta distinción (nota 16).

[24] Así lo hace José Luis Martínez Albertos, que  distingue  tres tipos de estilos periodísticos: el informativo de primer nivel (información), el informativo   de segundo nivel (interpretación) y el editorializante (opinión), en este último grupo incluye, además del editorial, la columna, la crítica (Curso general de redacción periodístico, Barcelona, Mitre, 1983, pág. 291). 

[25] Pág. 53.

[26] Uso aquí “término” de una forma deliberada, siguiendo el concepto de “terminología”´ que elabora Coseriu. La terminología clarifica la realidad, o un segmento de ella, según criterios ajenos a la propia lengua, por eso las distinciones terminológicas son  exclusivas; cada término excluye a los demás. (Coseriu: Principios de semántica estructural, Madrid, Gredos, 1977, págs.  93 sigs.); otro tema es que las palabras “izquierda” y “derecha”, lo que no es el caso presente,   puedan tener un uso no terminológico, normalizado.   

[27] La derecha, Barcelona,  Destino, 1997, págs. 15-16. 

[28] Coseriu: “Lenguaje y política”, en Alvar, págs. 9-31; la cita en pág. 14.

[29] Citado por Casado Velarde en op. cit., pág. 66.

[30] Indico entre corchetes, en el mismo texto y no en nota,  la línea o líneas de los artículos, que  pueden leerse en el Anexo.

[31] Usamos contexto en el sentido restringido e inmediato de sintagma, proposición u oración en que se inserta el fragmento. El contexto es muy importante en estos casos, ya que la palabra por sí sola mantiene su significado, pero en un determinado contexto adquiere una connotación especial. Coseriu recuerda el  caso de las palabras alemanas Blut y Boden  (´sangre´y ´suelo´) que, por separado, no tienen ningún sentido especial, pero que juntas, sirviéndose de contexto mutuamente, evocan inevitablemente al nazismo (El hombre y su lenguaje, Madrid, Gredos, 1977, pág. 53).  Escribe Harald Weinrich: “Basta un breve contexto (...) para hacer posible una mentira” (Lingüistik der Lúge, Heidelberg, 1966, pág. 37).

[32] Romero Gualda: op. cit., pág. 16.

[33] Ibíd., pág. 16.

[34] El libro de ABC indica  distintos supuestos en los que se aplican las comillas, entre ellas “las frases escritas con doble sentido o empleadas en una acepción especial” (pág. 25). También la Ortografía de la Academia (Madrid, Espasa Calpe, 1999) contempla el uso de este signo “para  indicar  que un palabra o expresión es impropia, vulgar o de otra lengua, que se utiliza irónicamente con un sentido especial” (pág. 80).

[35] El libro de El País   ve el uso de la cursiva “cuando se quiere dar énfasis a un segundo sentido o determinado vocablo (...) Ahora bien, no debe abusarse de este empleo: un texto  inundado de palabras en cursiva, o considera tonto al lector o está escrito para iniciados” (pág. 74); en cuanto a las comillas dice que “deben emplearse para encerrar frases reproducidas textualmente.  Tiene también otros usos (...) pero para estos casos el periódico emplea  letra  cursiva” (pág. 144). Como se ve, el texto de este periódico es coherente con sus normas.  

[36] Este  nombre proviene (o, al menos, tomo carta de naturaleza en los medios)  de la obra de los periodistas José Luis Martínez y Soledad Gallego: Los siete magníficos, Madrid,  Editorial Cambio 16, 1977.

[37] Sur usa  las comillas, precisamente,  en los supuestos que contempla El libro de estilo de El País: destacar  neologismos o términos no castellanos.

[38] Semiótica y comunicación de masas, Barcelona, Ediciones Península, 1980, pág. 111.

[39] Roland Barthes: Elementos de semiología, Madrid, Comunicación, Alberto Corazón, 1970.

[40] Op. cit., pág. 64.