De cultu feminarum de Tertuliano como exhortación moral cristiana y su influencia en el humanismo de Luis Vives

Victoria Eugenia Rodríguez Martín y Virginia Alfaro Bech

Universidad de Málaga

 

    Centrándonos en los primeros años del cristianismo, podemos decir que las primitivas comunidades cristianas, integradas entonces mayoritariamente por mercaderes, artesanos y soldados, llegaron a constituir asociaciones; en primer lugar, porque era la forma habitual de organización en el mundo romano de finales de la república y principios del Imperio [1] y, en segundo lugar, posiblemente influenciados por la estrecha relación que los primeros cristianos mantenían con los judíos [2], la cual reforzó la tendencia de aquéllos a organizarse de modo similar.

    Este paso a asociaciones y su consolidación permitió que, desde finales del siglo II, las asociaciones cristianas poseyeran un patrimonio de considerable importancia. Este patrimonio era, en su mayor parte, el resultado de los bienes muebles e inmuebles que algunos fieles, paganos conversos [3] y personajes ricos e influyentes, aportaban para el mantenimiento de sus miembros y la administración de su iglesia local [4]. No se sabe concretamente en qué momento se produjo la constitución de dichas asociaciones cristianas, pero, en todo caso, en la época de Tertuliano sí aparecen como tales, puesto que este autor nos describe la organización y el carácter de las mismas [5].

    El siglo II fue, con todo, una época difícil en la que el cristianismo logró sentar las bases como institución y sistema de creencias, que alcanzaron su consolidación en el siglo III. Y así, el cristianismo pasa de ser «secta religiosa» [6] a Iglesia universal. No obstante, debemos poner de manifiesto que las diversas interpretaciones que del mensaje evangélico se hicieron en el siglo II, herejías como el gnosticismo, marcionismo y montanismo, trajeron consigo una crisis en el pensamiento cristiano [7]. No podemos olvidar que el cristianismo, como movimiento social y religioso, se desarrolla en una sociedad y en un marco político determinado. Así pues, la historia del cristianismo antiguo es la historia de una institución cuyo crecimiento y desarrollo se explica en el marco de la sociedad helenístico-romana de los primeros siglos de nuestra era [8].

    Como exponente de esta sociedad y de esta época hay que resaltar la figura de Quinto Septimio Florente Tertuliano (ca. 155-220) [9]. Es el escritor de la Iglesia Africana [10] conocido como apologeta y polemista [11], y luego, como defensor apasionado de las ideas rigoristas, que dieron lugar al tertulianismo [12]. Orador vehemente y jurisconsulto de gran renombre, hasta tal punto que Claude Lepelley presenta a Tertuliano como «el más elocuente de los apologetas cristianos» [13] y además, el teólogo que introduce la teología en lengua latina [14]. Toda su obra se centra en la defensa de la fe y la moral cristiana. No es el padre y creador del latín cristiano, pero sí que contribuyó al enriquecimiento del latín de los dos primeros siglos de nuestra era [15].

    En cuanto a la defensa de la fe, Tertuliano se hace eco de la problemática surgida contra los cristianos, porque ya en la época de Trajano, aunque no había persecuciones, sí existían las serias acusaciones contra ellos. En una palabra, podríamos afirmar que, salvo algunos procesos que desembocarían en el martirio por no haber renegado de su fe, a lo largo de la segunda mitad del siglo II, la política llevada a cabo por los emperadores Antoninos contemporáneos de Tertuliano fue una política relativamente tolerante que, si no llegaba al martirio, desembocaba en la absolución de los implicados o en penas inferiores a la muerte [16]. La conclusión, por tanto, es que si los cristianos son condenados en estos años, no es debido a la voluntad del emperador, sino a la propia población de las ciudades y sus magistrados [17].

    En cuanto a la moral, se reconoce en Tertuliano el afán por defender a los cristianos de los ataques de los paganos [18], y, por ello, les da normas morales, sintiendo una especial predilección por la mujer, en concreto, por la mujer cartaginesa de clase alta [19]. Y dentro de la producción que dedica a la mujer cristiana [20], nosotros nos vamos a centrar en la obra De cultu feminarum (ca. 202), y en la influencia que su autor tendrá en un humanista español: Juan Luis Vives.

    Aunque Tertuliano había tratado ya individualmente en otras obras temas como la idolatría, el lujo, la moral y la castidad, sin embargo, esta obra parenética retoma y recoge estos temas. Dentro de la exhortación a la moral, en De cultu feminarum, nuestro autor invita a las cristianas a renunciar a los adornos y a la cuidados de belleza con un espíritu de modestia y de simplicidad [21] conforme a los preceptos evangélicos. Lo que le interesaba era la conducta moral, signo de la verdad o de la falsedad de la doctrina que profesaban [22].

    Tertuliano, al mismo tiempo que censura el comportamiento de las cristianas que actuaban como las paganas,

    Sed enim perseuerant in pristinis studiis formae et nitoris, eamdem superficiem sui circunferentes quam feminae nationum a quibus abest conscientia uerae pudicitiae, quia nihil uerum in his quae Deum nesciunt praesidem et magistrum ueritatis [23].

nos muestra el retrato modélico de la cristiana virtuosa [24].

    Cur non uestris armis indutae proceditis [...] ut sit inter diaboli ancillas et Dei discrimen, ut exemplo sitis illi, ut aedificentur in uobis, ut, quomodo ait apostolus, magnificetur Deus in corpore uestro. Magnificatur autem in corpore per pudicitiam utique et per habitum pudicitiae competentem [25].

    En su tratado define el término habitus como el conjunto de cultus y de ornatus. El término cultus apunta a la ambitio, y es contrario a la humilitas; por su parte, ornatus conduce a la prostitutio y es contrario a la castitas y a la pudicitia. Todos estos términos están presentes tanto en el primer libro como en el segundo, pero son definidos por el propio autor en el libro primero [26].

    Es la coquetería el eje fundamental sobre el que gira el desarrollo de los distintos términos mencionados: cultus y ornatus. Tertuliano contrapone el cultus, o boato, que se refiere fundamentalmente al lujo en las joyas y a las galas del vestido, del que hace mención a lo largo de su obra como instrumentum muliebris gloriae, al verdadero cultus christianus, definido ya desde el primer párrafo del libro primero, donde le asigna a la mujer cristiana «un vestido de llanto y penitencia». Esta actitud rigorista no se aleja demasiado de la de otros contemporáneos como Clemente de Alejandría, que critica a las mujeres excesivamente coquetas con estas palabras: «En verdad, lejos de poner un límite a su deseo van a la deriva hacia la desvergüenza. Dichas mujeres necesitan el teatro, los desfiles, una multitud de mirones, viajes por los templos, entretenerse por las esquinas para hacerse notar por todos» [27].

    El cultus, que abarca, como hemos dicho, todo el contenido indumentario comprende, pues, también el velo. Algunas jóvenes de la iglesia cartaginesa habían decidido permanecer vírgenes y solteras, manifestando así la castidad y la renuncia sexual [28]. Parece ser que un amplio sector de la iglesia cartaginesa acogió con agrado el hecho de que permaneciesen en la iglesia sin velo y con la cara descubierta, sólo permitido a las mujeres continentes. Tertuliano negó de plano que los cristianos pudieran abrigar tales esperanzas, mostrando cómo el cubrirse la cabeza venía dado por un designio divino: Deus uos uelari iubet, credo ne quarumdam capita uideantur [29]. Una muchacha que estuviera por encima de la vergüenza sexual sería una «broma de la naturaleza, un tercer sexo» [30]. En definitiva, la Iglesia oficial consiguió de forma más o menos sutil, pero contundente, el silencio de las mujeres y su cabeza cubierta con el velo en la iglesia en señal de sumisión [31]. La mujer debía cubrir su cabeza porque llevaba sobre sí el pecado de Eva.

    Así pues, el cristianismo configura un modelo determinado de mujer cristiana presentando una renuncia sexual en términos de continencia o virginidad [32]. En este sentido, el cuerpo aparece como un enemigo, está separado del alma, donde ésta habita como en un espacio sucio y oscuro. De ahí la necesidad de purificarlo con ayunos y abstinencia [33]. Pero, en tanto que Tertuliano consideraba el cuerpo como el receptáculo apropiado para recibir el espíritu, en II, 1, 1 afirma omnes templum Dei simus. Por esta razón exhorta a que no se abra una vía a las tentaciones, porque, certe uel spiritum scandalo permouent [34]. Igualmente, concibe este autor el placer como algo impuro que inquieta el espíritu [35]. Este cuerpo vulnerable y frágil [36], nos lleva a la sentencia tertulianea: Ergo, benedictae, primo quidem ut lenones et prostitutores uestitus et cultus ne in uos admiseritis [37].

    De este modo, Tertuliano sostiene que son precisamente el oro y la plata las principales materias del adorno mundano I, 5, 1: Aurum et argentum, principes materiae cultus saecularis, y por tanto, aptas para llevar a cabo la seducción femenina, que trae consigo la prostitutio. También dirá en otro pasaje cómo el adorno (cultus) prostituye la gracia del decoro (II, 9, 2: quod gratiam decoris cultus societate prostituant), y cómo inquieta la severidad con apetitos (II, 9, 3: seueritatem appetitionibus inquietant ). Nos deja bien claro que se deben disminuir los excesos de los vestidos y los adornos: (II, 9, 1: Quamobrem erga uestitum quoque et reliqua compositionis uestrae impedimenta proinde uobis curanda est amputatio et decussio redundantioris nitoris). Tertuliano termina el libro primero descubriéndonos el lujo desenfrenado ante el cual la coqueta es incapaz de resistirse, mostrándonos un ejemplo de conducta que una cristiana no debe seguir [38]. Para ello, se aleja conscientemente de la terminología profana tradicional latina, y prefiere, en cambio, expresiones y metáforas que brillan por sí mismas.

    En el capítulo segundo del libro primero, los ángeles pecadores, denominados por Tertuliano, desertores spiritus, seducidos por las hijas de los hombres, aprovechando la vanidad femenina, les mostraron el brillo de las piedras preciosas, el oro, las tinturas de las lanas, y el polvo negro con el que se perfilan los rabillos de los ojos [39]. Por tanto, mali magistri male docuerint (I, 2, 2). Sin embargo, esta unión contrasta con las bodas con Cristo que propone al final del capítulo 13 del libro II. Es, precisamente, en el capítulo 2 del libro I, donde nos muestra el origen satánico de todo lo que son joyas, pinturas, tintes. En resumen, no trata sino de mostrar la condición pecadora de la mujer que sin conocer los metales preciosos sedujo a un hijo de Dios, por ello desde el comienzo del libro (I, 1, 1) le dice: et Euam te esse nescis, y en I, 1, 2 le recuerda: tu es diaboli ianua [40], tu es arboris illius resignatrix, tu es diuinae legis prima desertrix, tu es quae eum suasisti, quem diabolus aggredi non ualuit. El mito de Eva es el medio para legitimar doctrinalmente la marginación de la mujer, cuya función dentro de la Iglesia oficial estará siempre sometida a la de los hombres, será subsidiaria de la de ellos, ya que no se les permitirá evangelizar, ni bautizar, ni administrar los sacramentos [41].

    Los escritos cristianos de los primeros siglos se insertan en una cultura, en parte hebrea, en parte grecorromana, muchas de cuyas tradiciones comparte, como pudimos observar en nuestras primeras apreciaciones. Una de esas tradiciones, compartida y arraigada en el tejido social era, precisamente, la concepción de que la mujer era inferior por naturaleza al hombre [42]. Esta idea fue desarrollada por la ortodoxia cristiana y judía, frente a las corrientes heréticas que manifestaron una doctrina favorable a la mujer [43]. La mencionada actitud peyorativa hacia la mujer que se refleja en el tratamiento de la figura de Eva, enlaza, pues, con la tradición judía de la Misná, que en particular significa el corpus legal religioso que se ha ido formando en la tradición hasta el 200 d.C. aproximadamente [44]. La Misná es, en la versión ortodoxa tradicional, una concreción de la antigua tradición oral judía [45]. No olvidemos que si es cierto que el judaísmo gozó de una situación privilegiada por parte de las autoridades romanas desde el s. I d.C. hasta la segunda mitad del s. II, podemos afirmar con González Salinero [46] que, en tiempos de Tertuliano y de Cipriano, y en el Norte de África, esta situación de los judíos con respecto a la actitud favorable del Estado romano hacia ellos, no cambió en lo sustancial. Pero, ambos autores combatieron la influencia del judaísmo y sus prácticas en la sociedad cartaginesa [47], y en particular entre los cristianos. Sin embargo, para atacar la Ley judía debían conocerla [48].

    En De cultu feminarum, se vislumbra un fondo judío en la concepción de la mujer, que es posible relacionar con el orden tercero de la Misná, llamado Našim, dedicado precisamente a las mujeres. En los tratados IV y V, denominados respectivamente Nazir y Sotah, vemos la imagen de una mujer que, «aunque no incurra en la pena de los cuarenta azotes, debe infligírsele castigo a causa de su rebeldía» [49] y, «éstas son las mujeres que han de ser despedidas sin entregarles la dote: [...] la que sale con el pelo suelto, la que teje en la plaza [...]». Imagen que conecta con la visión rigorista que hacia la mujer tiene Tertuliano cuando afirma en De cultu: «porque, aunque estés libre de culpa, no estarás libre de reproche» (I, 2, 4), y «ocupad vuestras manos en la lana, y sujetad vuestro pies en la casa» (II, 13, 7) [50].

    En cuanto al ornatus, que abarca los cuidados de belleza: de la piel y del cabello, es decir, el uso de cosméticos y el abuso de fantasías capilares, nuestro autor proscribe tajantemente los artificios del maquillaje, de esta manera: «Pues delinquen contra Él las que martirizan la piel con sus maquillajes, manchan las mejillas de rojo, y presentan los ojos de negro» [51]. Nuestro autor pasa por alto, no obstante, el uso de perfumes que, por otra parte, debían de ser muy comunes entre las mujeres cartaginesas. De los cuidados capilares, habla Tertuliano más extensamente: un capítulo entero (II, 6) lo dedica a la coloración del cabello, y en otro (II, 7), trata con detalle de los diferentes tipos de peinados. En ambos capítulos se deja sentir un tono de burla, de ironía, cuando pregunta si «una mujer cristiana echará azafrán en su cabeza como para un sacrificio», o bien, si «una mujer cristiana resucitará con la cerusa, la púrpura, el adorno de cabeza», o «si pintorreada, los ángeles la elevarán en las nubes al encuentro de Cristo». En definitiva, propone: absit a sapientiae filiabus stultitia tanta, puesto que el ornatus, se presenta como un grave peligro para la castitas christiana.

    La obra termina con una doxología final donde Tertuliano exhorta a renunciar a los adornos terrenos y a desear los celestiales, a la vez que propone un nuevo cultus: «los vestidos de los mártires», la honradez, la santidad y la castidad, y un nuevo ornatus: «los ornamentos de los profetas y apóstoles», la sencillez, la honestidad, la vergüenza y la discreción:

    Prodite uos iam medicamentis et ornamentis extructae prophetarum et apostolorum, sumentes de simplicitate candorem, de pudicitia ruborem, depictae oculos uerecundia et os taciturnitate, inserentes in aures sermonem Dei, adnectentes ceruicibus iugum Christi. Caput maritis subicite et satis ornatae eritis; manus lanis occupate, pedes domi figite et plus quam in auro placebitis. Uestite uos serico probitatis, byssino sanctitatis, purpura pudicitiae. Taliter pigmentatae Deum habebitis amatorem [52].

    Esta misma doxología la utiliza de forma prácticamente literal [53] Luis Vives para terminar el capítulo VIII «De ornamentis» del libro II, de su obra De institutione feminae christianae (1523). El tema de los adornos se trata en el capítulo VIII, tanto del libro I, dedicado a las doncellas, como del libro II, referido a la mujer casada. Más importantes que esos atavíos serán las cualidades que deben adornar a la mujer cristiana, como el silencio, siguiendo el pensamiento paulino y toda la tradición griega [54]. Y a la doxología tertulianea añade Vives la virtud de la obediencia, y después de hacer una comparación encadenada de los adornos y las virtudes, concluye el capítulo del libro II de la siguiente manera:

    Haec sunt certa et solida ornamenta, quae splendorem vobis et vivis et mortuis parient, quae decus conciliabunt ingens apud homines, apud Deum vero gratiam amplissimam et aeternam [55].

    Los adornos ocupan sólo una parte dentro de la obra vivesiana sobre pedagogía femenina. Este tema de la educación de la mujer, Vives lo trata con un enfoque humanista y cristiano: reivindicando para la mujer el derecho a la educación, y ofreciendo, al igual que Tertuliano, a lo largo de su tratado consejos para la formación de la mujer dentro del marco de la doctrina de Pablo. Para el valenciano la mujer ignorante es sinónimo de mujer mala y necia, y la docta e instruida, de buena. Aún así, se trataría —por la cantidad de disciplinas que debe evitar la doncella y a cuáles deben reducirse sus lecturas [56]— de una educación para la piedad y la bondad [57], nunca con vistas a la preparación de la mujer y su capacitación para desempeñar funciones civiles o comunitarias. Así Lange califica de ética monacal los principios que informan el tratado Sobre la formación de la mujer cristiana [58]. Para conocer la doctrina de la educación femenina en Vives debemos relacionar, puesto que se complementan entre sí, este tratado con el capítulo VI «De cultu» de la obra De officio mariti [59], donde se habla del adorno con menor extensión, proponiendo como idea fundamental la sencillez en el adorno: Quantum est pudicitiae et cordis indicium, purus ille, simplexque ornatus!

    En cuanto a la utilización de fuentes en De institutione feminae christianae, nuestro humanista cita de forma diferente a los diversos autores que utiliza. Unas citas son bastante exactas y precisas. Otras mezclan pensamientos reproducidos al pie de la letra con otros más libres. Habitualmente, nos suele dar el nombre del autor citado, aunque pocas veces nos ofrece el título completo de la obra, y el capítulo o libro de donde lo toma. Otras veces aparecen camufladas citas que reproducen con bastante fidelidad lo escrito por otros pensadores pasando por alto el nombre del autor o de la obra en que se inspira. Las citas más largas corresponden a los santos Padres, aunque también encontramos autores tardíos, y autores de filosofía moral, como Platón, Séneca, Plutarco, Cicerón [60].

    Las citas que encontramos de Tertuliano en Vives, de forma expresa, son:

Cult. fem: II, 12, 2.

Quam maledicta sunt sine quibus non

potuit maledicta et prostituta describi.

              

De Inst. fem. christ. I, VIII       

Sine quibus non potuit maledicta et

prostituta describi.

                   

Virg: I, 1.

Nemo praescribere potest, non spatium

temporum, non patrocinia personarum,

non priuilegium regionum.

Ex his enim

fere consuetudo initium ab aliqua

ignorantia uel simplicitate sortita in usum

per succesionem corroboratur et ita

aduersus ueritatem uindicatur. Sed Dominus

noster Christus ueritatem se, non

consuetudinem, cognominauit.

 

De Inst. fem. christ. I, VIII

Veritati nemo praescribere potest,

non spatium temporum, non patrocinia

personarum, non privilegium regionum;

quia Dominus noster Christus, qui

manet in aeternum, veritatem se, non

consuetudinem cognominavit.

 

 

 

 

 

Cult. fem: II, 2, 1.

Non de integra conscientia uenit

studium placendi per decorem quem

naturaliter inuitatorem libidinis scimus.

 

De Inst. fem. christ. I, VIII

Non de integra conscientia venit, studium

placendi per decorem, quem

naturaliter invitatorem libidinis scimus.

 

Cult. fem: II, 13, 3.

Pudicitiae christianae satis non est

esse uerum et uideri.

De Inst. fem. christ. I, VIII

Pudicitiae christianae satis non est

esse, verum et videri.

    Igualmente, el pensamiento de Tertuliano subyace en Vives en numerosos pasajes, aunque no literalmente. En el libro II [61], dedicado a la mujer casada, la invita a la sencillez en su compostura: Nam si ornatiorem ac splendidiorem quaeris, jam non adeo mariti oculis te componis, atque alienis, quod non est probae [62]; a la sumisión a su marido: Virum non decet caput suum tegere, quoniam in mundo imago Dei est, mulierem decet, nempe viro subditam; retegit ergo se quaecunque mariti legem excussit [63]; y a tener como verdaderos adornos las virtudes cristianas: Anulus ornamenta manuum in praeclaris operibus [...] jugum illud domini mite ac facile, aureum est monile [...] supparus, pudor est et pudicitia, quibus universum feminae corpus contegitur [64].

    En el libro I, dirigido a la doncella, la exhorta a que prefiera la belleza natural a la artificial: Nescientes quia opus Dei est omne quod nascitur, diaboli, quodcunque mutatur [65]; y a la moderación en el adorno: quid prodest tantum auri pondus, ut etiam congestum videri possit ad vires ostendendas? An melior crederis, an formosior, an prudentior, tanto metallo onerata? Nihil tale [66]; le recrimina su condición de pecadora: O non feminam christianam, sed diaboli ministram et satellitem! [67], y recreando el mito de Eva, le sugiere un vestido de luto y penitencia: Quanto esset satius, ut vos lugubri veste sexus vestri peccatum defleretis, quam ut splendido ornatu juvenum concupiscentiam irritaretis? [68].

    La cita más extensa del capítulo VIII del libro I, es aquélla en la que Vives reproduce el texto del De habitu virginum de Cipriano que contiene el principio del cap. 12, el final del 13, los caps. 14 y 15 completos, y del 16, el final, donde conserva la cita de Mt. 5, 36, y suprime la cita de Apoc. 1, 14 [69].

    En esta cita, aunque Vives calca literalmente a Cipriano, percibimos con total evidencia la influencia tertulianea: en el relato de los instrumentos de vanidad femenina que los ángeles pecadores enseñaron a las hijas de los hombres [70], también en la exposición de los tejidos y sus tinturas [71], y en la descripción de las fantasías capilares y el color del cabello [72].

     Sin embargo, y para terminar, tenemos que hacer una matización. Es cierto que Luis Vives calca a Cipriano, y lo hace de forma literal, pero, creemos que el pensamiento de Tertuliano que subyace en su obra aflora precisamente en este escrito. Y ello cuando además, conserva el mismo orden de palabras de Cult. fem. II, 10, 1, en la expresión purpureas et coccineas oues, en este texto donde precisamente sigue a Cipriano palabra por palabra. Mientras que Cipriano, Hab. uirg. 14, enuncia: coccineas aut purpureas oues, el texto de Vives refleja a Tertuliano, y nos hace pensar que toda la moralidad cristiana del cartaginés estaba presente cuando Vives redacta su obra De Institutione feminae christianae sin que queramos desmerecer en modo alguno la importancia de Cipriano, pues, el mismo Vives nos dice: Haec Cyprianus. Por lo que podríamos afirmar que Cipriano, «el discípulo», que con respeto y afecto llamaba a Tertuliano magistrum [73], ha estado por encima del maestro [74].

 

NOTAS

[1] F. Bajo Álvarez, «Las asociaciones cristianas antes de Constantino» Historia, 16, 11, 1986, pág. 67.

[2] Las asociaciones judías eran denominadas sinagogas.

[3] Cf. el cap. 2 de W. A. Meeks, Los orígenes de la moralidad cristiana, Barcelona, 1994, para las consecuencias morales de la conversión.

[4] Cf. M. Simon y A. Benoit, El judaísmo y el cristianismo antiguo, Barcelona, 1972, pág. 60, para la aportación que los fieles hacían a su iglesia local.

[5] Cf. Tert., Apol., 39, 1-2: Edam iam nunc ego ipsa negotia Christianae factionis, ut qui mala refutauerim, bona ostendam. Corpus sumus de conscientia religionis et disciplinae diuinitate et spei foedere. Coimus in coetum et congregationem, ut ad Deum, quasi manu facta, precationibus ambiamus; Tert. Apol. 39, 5: Praesident probati quique seniores, honorem istum non pretio sed testimonio adepti; neque enim pretio ulla res Dei constat. Etiam si quod arcae genus est, non de honoraria summa, quasi redemptae religionis congregatur; modicam unusquisque stipem menstrua die, uel cum uelit, et si modo uelit et si modo possit, apponit: nam nemo compellitur, sed sponte confert.

[6] No olvidemos que el cristianismo era considerado en el contexto general del imperio romano como una secta dentro del judaísmo o como una derivación del mismo. Cf. N. Santos Yanguas, «Cristianismo e Imperio romano entran en contacto», Historia 16, 19, 1994, págs. 75-76, y N. Santos Yanguas, Cristianismo e Imperio romano durante el siglo I, Madrid, 1991.

[7] M. Simon y A. Benoit, op. cit., Barcelona, 1972, pág. 88.

[8] R. Teja, El cristianismo primitivo en la sociedad romana, Madrid, 1990, pág. 18.

[9] A pesar de que creamos que la figura de Tertuliano ha sido bien definida y conocida por todos los autores, sin embargo, J. Fredouille en Tertullien et la conversion de la culture antique, París, 1972, pág. 17, nos describe a este autor como una figura «enigmática», cuya personalidad todavía se nos escapa.

[10] No olvidemos que Cartago junto con Roma, forman los dos puntos claves del Mediterráneo en los comienzos de la era cristiana. Cartago era la capital de la Iglesia Africana. Fue fundada por Julio César sobre la antigua Cartago en el año 44 a. C. y restaurada por Augusto en el año 13 a.C. Para la latinización de las primeras comunidades cristianas y la importancia del latín de los cristianos, cf. P. Puente Santidrian, «Tertuliano y el latín cristiano. Revisión de las diversas posiciones», Durius, 6, 11, 1978.

[11] Apologeta contra las calumnias de los paganos en Ad nationes y Apologeticum; polemista contra los gnósticos en Adversus Hermogenes y Adversus Valentinianos y particularmente contra Marción en Adversus Marcionem.

[12] Hacia el 207 pasó al montanismo y llegó a ser jefe de una de sus sectas, llamada «tertulianista», que pervivió en Cartago hasta la época de San Agustín. Para toda la ideología montanista y tertulianista, cf. B. Llorca, Historia de la Iglesia Católica, I. Edad Antigua: La Iglesia en el mundo grecorromano, Madrid, 1990, pág. 237-240.

[13] C. Lepelley, L´empire romain et Christianisme, París, 1969, pág. 42.

[14] Tertuliano representa el cruce de dos tradiciones teológicas: la griega y la latina. Véase A. Viciano, Cristo salvador y Cristo liberador del hombre. Estudio sobre la soteriología de Tertuliano, Pamplona, 1986; A. Viciano, «La sotériologie de Tertullien insérée dans la tradition théologique de L´Asie Mineure» en Cristianismo latino e cultura graeca sino al Sec. IV, XXI Incontro di studiosi dell´antichità cristiana, 42, Roma, 1993, pág. 117.

[15] Cf. O. García de la Fuente, Latín Bíblico y Latín Cristiano, Madrid, 1994, pág. 359. Para el vocabulario de Tertuliano, cf. H. Hoppe, Beiträge zur Sprache und Kritik Tertullians, Lund, 1932.

[16] Tert. Apol., 12, 5: In metalla damnamur: inde censetur dei uestri. In insulas relegamus: solet et in insula aliqui deus uester aut nasci aut mori; Tert., Apol., 39, 6: et si qui in metallis et si qui in insulis uel in custodiis, dumtaxat ex causa Dei sectae, conflictantur, alumni confessionis suae fiunt.

[17] D. Morales Escobar, «Las persecuciones de cristianos: ¿mito o realidad?, Historia 16, 14, 161, 1989, pág. 51; N. Santos yanguas-M. García Martínez, «Mártires cristianos del siglo II», en Memorias de Historia Antigua, 13-14, 1992-1993, pág. 123. Para el tema de las persecuciones, Véase también: H. Gregoire, Les persécutions dans l´Empire romain, Bruselas, 1964; J. Beaujeu, La religion romaine a l´apogée de l´Empire. I. La politique religieuse des Antonins (96-192), París, 1955.

[18] En efecto, Tertuliano centra su defensa del cristianismo en la moral, y exhorta al temor en el que se basa la moral, polarizada en Dios (que promete y amenaza), y en el hombre (que teme y espera). Véase esta idea en R. Herrera , «Temor e interés en el «Liber ad Scapulam» de Tertuliano», Helmantica, XLIII, 1992, pág. 391-98. Cf. también para la defensa de la fe frente a todo lo que podía amenazarla, C. Rambaux, Tertullien face aux morales des trois premiers siècles, París, 1979, pág. 10 y sigs.

[19] M. D. Saavedra Guerrero, en «La mujer como inductora de un fenómeno económico. La inflación según Tertuliano», en Actas de las V Jornadas de investigación interdisciplinaria. La mujer en el mundo antiguo, E. Garrido González (ed.), Madrid, 1986, págs. 307-313, muestra a la mujer cartaginesa como causante de la inflación económica.

[20] Además de De cultu feminarum, Tertuliano escribió otros tratados sobre la mujer: De Uirginibus uelandis, De exhortatione castitatis, Ad uxorem, De pudicitia y De monogamia.

[21] Como afirma Fredouille, op. cit. pág. 57-58, «rara vez se ha exhortado a la simplicidad con tan poca simplicidad». Tertuliano ha preferido unir en su discurso el vigor del Apóstol, la abundancia de Cicerón junto a los refinamientos de un estilo moderno, inmerso como estaba en el «Africa barroca de los Severos» (Cf. G. Charles-Picard, La civilisation de l´Afrique romaine, París, 1959, pág. 291).

[22] J. C. Fredouille, op. cit. pág. 49.

[23] Tert., Cult. fem., II, 1, 2: «Pero, en efecto, perseveran en sus anteriores afanes de belleza y de elegancia, mostrando por todas partes la misma apariencia que las mujeres de los gentiles, en quienes está ausente la conciencia de la verdadera castidad, porque nada verdadero hay en éstas que desconocen a Dios, rector y maestro de la verdad». Para las citas de Cult. fem. seguimos siempre el texto de Sources Chrétiennes (SC) (ed. de M. Turcan), París, 1971.

[24] A las mujeres, Tertuliano les dedicaba en el 207 su tratado De uirginibus uelandis, y Cipriano, en torno al 249, su De habitu uirginum. Estos tratados delataban la necesidad de establecer unas normas de comportamiento en las vírgenes consagradas que las distinguieran de las laicas. Cf. M. López Salvá, «La Iglesia y las mujeres (siglos I-IV)», Erytheia, 16, 1995, pág. 17.

[25] Tert., Cult. fem., II, 11, 2: «¿Por qué no os presentáis vestidas con vuestras armas [...] para que haya diferencia entre las siervas de Dios y las del diablo, para que seáis un modelo para ellas, para que reciban buen ejemplo de vosotras, para que como dice el Apóstol: "Dios sea engrandecido en vuestro cuerpo?" Ahora bien, es engrandecido en vuestro cuerpo por la castidad y por la actitud que conviene a la castidad».

[26] Tert., Cult. fem. I, 4, 2.

[27] Clem., Paed., III, 10. Este mismo tema de «la mujer como espectáculo paralelo al espectáculo», estaba ya en otros autores paganos, como en Ov. Ars Amatoria, I, 99, cuando dice: Spectatum veniunt; veniunt spectentur ut ipsae; Juv., Sat., VI, 352-356: Ut spectet ludos, conducit Ogulnia uestem, conducit comites sellam ceruical amicas [...] haec tamen argenti superest quodcumque paterni leuibus athletis et uasa nouissima donat. Sin embargo, aunque Tertuliano conocía perfectamente toda la tradición pagana del tema por Séneca, Ovidio y Juvenal, él lo trata en términos diferentes: Nam nec templa circuitis, nec spectacula postulatis nec festos dies gentilium nostis. Propter istos enim conuentus et mutuum uidere ac uideri omnes pompae in publicum proferuntur aut ut luxuria negotietur aut gloria insolescat (Cult. fem., II, 11, 1).

[28] No olvidemos que la continencia y la renuncia sexual llevaban consigo la gracia del Espíritu. Cf. Tert., Mart., 2, 8.

[29] Tert., Cult. fem., II, 7, 2.

[30] Cf. Tert., Virg. 7, 6.

[31] Mª J. Hidalgo de la Vega, «Mujeres, carisma y castidad en el cristianismo primitivo», Gerión, 11, 1993, pág. 244.

[32] Con esta renuncia sexual se inicia lo que Brown ha llamado la «estética de la virginidad». Cf. P. Brown, El cuerpo y la sociedad. El hombre, las mujeres y la renuncia sexual en el cristianismo primitivo, Barcelona, 1993, pág. 197.

[33] Esto obligará a Tertuliano a decir: Specta corpus, Tert., Ieiun., 1, 1.

[34] Tert., Cult. fem., II, 2, 1.

[35] Para el tema de la fragilidad de la carne, cf. S. Vicastillo, «La "caro infirma" en la antropología de Tertuliano», Espíritu, 26, 76, 1977, págs. 113-120, donde analiza esa infirmitas o debilidad y flaqueza del cuerpo. Porque son propias del cuerpo las passiones o padecimientos, la caro infirma deviene caro passibilis, cf. S. Vicastillo, «La "caro passibilis" en la antropología de Tertuliano», Pensamiento, 34, 134, 1978, págs. 1197-1203. La carne es la parte débil y vulnerable. Mientras que para los epicúreos es la sede de las sensaciones, los estoicos la cargan de un sentido peyorativo.

[36] Cf. A. Orbe, «Spiritus quidem promptus, caro autem infirma», en Cristología Gnóstica, Madrid, 1976, pág. 209-213.

[37] Tert., Cult. fem., II, 9, 4.

[38] Tert., Cult. femt., I, 9, 3: De breuissimis loculis patrimonium grande profertur; uno lino decies sestertium inseritur; saltus et insulas tenera ceruix circumfert; graciles aurium cutes kalendarium expendunt et sinistra per singulos digitos de saccis singulis ludit.

[39] Tert., Cul. fem., I, 2, 1: Lumina lapillorum quibus monilia uariantur, et circulos ex auro quibus brachia artantur, et medicamina ex fuco quibus lanae colorantur, et illum ipsum nigrum puluerem quo oculorum exordia producuntur.

[40] Señala R. Mª Dávila Iglesias, en La mujer soltera en la obra de Tertuliano, Salamanca, 1986, págs. 8-9, la visión pesimista que tenía Tertuliano del saeculum, que, aunque creado por Dios en última instancia, es el campo de actuación del demonio, protagonista de toda su obra, que comparte los papeles estelares con Eva, la ianua diaboli.

[41] Mª J. Hidalgo de la Vega, «Mujeres, carisma y castidad en el cristianismo primitivo», Gerión, 11, 1993, pág. 244. No obstante, para las distintas posturas o lecturas con respecto a la mujer de las interpretaciones apologéticas de la Biblia, y para la idea de que el primitivo movimiento cristiano suprimió todas las diferencias de raza, religión y sexo, véase E. Fiorenza, «Presencia de la mujer en el primitivo movimiento cristiano», Concilium, 111, 1976, págs. 9-21, y Mª J. Hidalgo de la Vega, «El profetismo femenino en la tradición cristiana», Studia Historica. Historia Antiqua, 9, 1, 1991, págs. 116-117.

[42] Cf. M. López Salvá, «La Iglesia y las mujeres (siglos I-IV)», Erytheia, 16, 1995, pág. 7.

[43] Entre los movimientos disidentes y heréticos se encuentran: los valentinianos, montanistas, marcionitas, y los gnósticos. La actividad de las mujeres profetisas en las sectas disidentes fue muy relevante por la importancia que se le daba al carisma profético. Cf. Mª J. Hidalgo de la Vega, «El profetismo femenino»,

[44] H. L. Strack-G. Stemberger, Introducción a la literatura talmúdica y midrásica, Valencia, 1988, pág. 167. En cuanto al origen de la Misná, podemos decir que Rabí Yehudah ha-Nasí redactó la Misná a partir de la obra de R. Meir, quien a su vez se apoya en la Misná de su maestro Aqiba. Éste tampoco fue el primer redactor, sino que se remonta a una «primera Misnah» cuyas raíces se remontan a la época bíblica (págs. 187-189).

[45] C. del Valle, La Misná, Madrid, 1981, pág. 13.

[46] R. González Salinero, «Tertuliano y Cipriano sobre los judíos: una contradicción ideológica», Studia Historica. Historia Antiqua, XII, 1994, pág. 104. Se evidencia en este artículo la contradicción existente en Tertuliano y en Cipriano, en tanto que, a una clara actitud antijudía contraponen la dependencia del judaísmo en ciertas cuestiones.

[47] Tert., Apol., 21, 1 a. 2: Sed quoniam edidimus, antiquissimis Iudaeorum instrumentis sectam istam esse suffultam, [...] neque de uictis exceptionibus, neque de solemnitatibus dierum, neque de ipso signaculo corporis, neque de consortio nominis cum Iudaeis agimus.

[48] R. González Salinero, «La ofensiva cristiana contra la influencia judía en Cartago: Tertuliano y Cipriano en el marco de un conflicto religioso», Hispania Antiqua, XX, 1996, págs. 341-366.

[49] C. del Valle, op. cit., pág. 532.

[50] Esta idea que refleja la inferioridad de la mujer con respecto al hombre tiene su raíz en la ideología judaica, y por tanto, se identifica con el mensaje paulino. No podemos olvidar que San Pablo era un fariseo ortodoxo y su doctrina enseña que «Cristo es la cabeza de todo hombre, como el hombre es cabeza de la mujer; y Dios lo es de Cristo» (I Cor. 11, 3).

[51] Tert., Cult. fem., II, 5, 2: In illum enim delinquunt quae cutem medicaminibus urgent, genas rubore maculant, oculos fuligine porrigunt.

[52] Tert., Cult. fem., II, 13, 7.

[53] Tan sólo se diferencian ambos textos en lo siguiente: Vives suprime la palabra prophetarum del sintagma prophetarum et apostolorum; además existe un cambio léxico: mientras Vives utiliza spiritus, Tertuliano utiliza os; también hay un cambio de persona gramatical entre placebunt que utiliza Vives, y placebitis de Tertuliano. Las restantes diferencias nos parecen propias de la edición de los textos.

[54] Para la relación de otras cualidades que deben adornar a la mujer cristiana según Vives, véase J. L. Vives, De Institutione feminae christianae (introd. trad. y notas por J. Beltrán Serra), Valencia, 1994, pág. 16.

[55] L. Vives, De Institutione feminae christianae (ed. de G. Mayans) pág. 234. «Los adornos seguros y duraderos son aquéllos que os darán renombre tanto vivas como muertas, los que os proporcionarán honra grande entre los hombres, y ante Dios una gracia abundantísima y eterna», cf. trad. de J. Beltrán Serra, op. cit., pág. 285.

[56] La mujer soltera debe evitar el conocimiento de las disciplinas tradicionales, en especial la retórica, la teología elevada y el estudio profundo de la naturaleza; debe dejar también al hombre las discusiones filosóficas, y el estudio de la historia, la ciencia política y las matemáticas. Las lecturas se reducirán a obras muy determinadas: la Biblia, los escritos de los Santos Padres y las vidas y hechos de los santos del cristianismo; además, autores de filosofía moral como Platón, Séneca, Plutarco o Cicerón.

[57] Vives está totalmente solidarizado con aquella premisa fundamental propia del humanismo cristiano y que propone enlazar el saber clásico con la piedad cristiana: cf. J. A. Fernández Santamaría, Juan Luis Vives. Escepticismo y prudencia en el Renacimiento, Salamanca, 1990, pág. 79-80.

[58] P. Sainz Rodríguez, «Luis Vives y el Renacimiento» en Homenaje a Luis Vives. VI Congreso Internacional de Estudios Clásicos, Madrid, 1977, pág. 24.

[59] De Institutione feminae christianae fue publicada en 1523 y dirigida a Catalina de Aragón, esposa de Enrique VIII de Inglaterra, para la formación de su hija María Tudor. De officio mariti, se publicó en 1528, dirigida a Juan de Borja, duque de Gandía, padre de San Francisco de Borja.

[60] Cf. J. Beltrán Serra, op. cit., pág. 19.

[61] Comenzamos por el Libro II, porque contiene un menor número de referencias.

[62] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) II, VIII, pág. 228 Tertuliano se expresa de la siguiente manera: Cui ergo pulchritudinem tuam nutrias? Si fideli, non exigit; si gentili, non credit (Cult. fem., II, 4, 2).

[63] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) II, VIII, pág. 233. Tertuliano sostiene: Caput maritis subicite et satis ornatae eritis (Cult. fem., II, 13, 7).

[64] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) I, VIII, págs. 233-234 . Tertuliano se expresa en estos términos: Proiciamus ornamenta terrena, si caelestia optamus. Ne dilexeritis aurum [...] (Cult. fem., II, 13, 5).

[65] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) I, VIII, pág. 105. Tertuliano dice así: Quod nascitur opus Dei est. Ergo quod infingitur diaboli negotium est (Cult. fem., II, 5, 4).

[66] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) I, VIII, pág. 106. Tertuliano refiere lo siguiente: De breuissimis loculis patrimonium grande profertur; uno lino decies sestertium inseritur; saltus et insulas tenera ceruis circumfert; graciles aurium cutes kalendarium expendunt [...] Hae sunt uires ambitionis tantarum usurarum substantiam uno et muliebri corpusculo baiulari (Cult. fem., I, 9, 3).

[67] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) I, VIII, pág. 111. Tertuliano afirma: Tu es diaboli ianua (Cult. fem., I, 1, 2).

[68] L. Vives, De Inst. fem. christ. (ed. de G. Mayans) I, VIII, pág. 113. Tertuliano manifiesta: Ipsam se circumferens Euam lugentem et paenitentem (Cult. fem., I, 1, 1).

[69] Mt. 5, 36: Non potes facere capillum unum album aut nigrum; Apoc. 1, 14: Caput autem eius et capilli erant albi uelut lana aut nix.

[70] Este pasaje de los ángeles pecadores, que Vives nos cita, se encuentra en Cypr., Hab. uirg., 14, y en Tert., Cult. fem., I, 2, 1.

[71] Esta idea vivesiana la encontramos en Cypr., Hab. uirg., 14, y en Tert., Cult. fem., I, 8, 2.

[72] Esta imagen de la mujer con el cabello del color del fuego aparece en Cypr., Hab. uirg., 16, y en Tert., Cult. fem., II, 6, 1 y 3.

[73] Cipriano, cuando quería referirse a Tertuliano, le pedía a su secretario: Da magistrum. Cf. Hier. Vir. ill., LIII, 1.

[74] Vives alude a Cipriano de forma explícita, mientras que elude a Tertuliano.