Las Etimologías en la traducción anglosajona de los Evangelios

David Moreno Olalla

Universidad de Málaga

 

    Toda traducción presenta problemas de análisis: necesitamos saber qué recursos se emplearon, qué libros o a qué personas se consultaron antes y durante el proceso, en qué condiciones se realizó éste, etc. Cuando se trata de textos traducidos hace siglos el problema se amplía, ya que no es siempre fácil conocer a ciencia cierta de qué materiales secundarios se hizo uso. Así ocurre con la versión de los Evangelios en inglés antiguo realizada anónimamente en el siglo XI, poco antes de la conquista normanda: escasean los glosarios, las obras de referencia, etc. Ni siquiera conocemos sobre qué MS latino se realizó la traducción.

    Esta carencia era en este caso insoslayable y harto problemática para el traductor, pues los Evangelios, al considerarse Palabra de Dios, no permitía alteraciones que pudieran poner en entredicho su significado místico. Es más que posible que la idea de modificar irremediablemente el Mensaje divino pesara como una losa sobre el traductor, como pesó sobre las espaldas del monje Ælfric quien, a petición del ealdormann (noble de alto rango, príncipe) Æðelweard, emprendió a principios del siglo XI la tarea de traducir al vernáculo el Pentateuco y los Libros históricos de Josué y Jueces:

    Ic cweðe nu ðæt ic ne dearr ne ic nelle boc æfter ðisse of Ledene on Englisc awendan; and ic bidde ðe, leof ealdormann, ðæt ðu me ðæs na leng ne bidde, ði læs ic beo ðe ungehyrsum, oððe leas gyf ic do [1].

    Ciertamente la tarea de traducir del latín al inglés antiguo los libros sagrados no era una empresa fácil ya que, además, la realidad histórica que este texto transmite, al reproducir la Palestina del siglo I, estaba muy alejada de la realidad histórica de la Inglaterra del año mil en la que estaba inmerso el traductor. Los conocimientos de la época acerca de otras culturas eran escasos, y con frecuencia espurios, acercándose más al mito que a la realidad objetiva.

    Y sin embargo, el traductor del Evangelio de San Lucas, que ha sido el objeto primordial de nuestra investigación, parece conocer casi a la perfección ciertas palabras oscuras, o referentes a fenónemos localizados en unas coordenadas espacio-temporales muy distintas de las suyas. Así, los diversos grupos sociales que existieron en Palestina (ya fueran religiosos o políticos) están perfectamente distinguidos, y lo mismo ocurre con los pesos, las medidas, las monedas, los hábitos alimenticios, etc.

    Todo esto revela conocimientos adquiridos a través de una o varias obras de referencia fiables, pero ¿cuáles fueron éstas? En mi opinión, es muy probable que el anónimo traductor del Evangelio hiciera uso frecuente de las Etimologías, la obra más conocida de San Isidoro de Sevilla. En las páginas que siguen pretendo mostrar cómo el traductor inglés, a través de la obra del hispalense, adaptó el retrato de Palestina para ofrecerlo a sus contemporáneos anglosajones.

    Versionar una palabra poniendo en su lugar otra que tenga un significado equivalente es un hábito en cualquier traducción, y ésta no es una excepción. Así ocurre con la palabra Hoelend, que traduce L. Iesus. Perpetúa así una antigua tradición en la Iglesia, que ya se daba entre los primeros cristianos griegos: «Jesús» es la forma española de la palabra hebrea yehošua, derivado de una raíz y-š-  (Nip‘al: ‘ser salvado’, Hip‘il: ‘salvar’). Los primeros cristianos, judíos griegos en buena medida, eran conscientes del significado simbólico que ese nombre encerraba, por lo que tradujeron su nombre como Swthr, derivado de sózw, verbo equivalente al hebreo. Tal costumbre pasó también a los latinos, que tradujeron del griego como Saluator. Por eso escribe San Isidoro de Sevilla: «Iesus Hebraice, Græce Swthr, Latine autem salutaris siue saluator interpretatur, pro eo quo cunctis gentibus salutifer uenit» (Etym., VII, 2, 7) [2].

    El caso anterior, empero, no prueba que las Etimologías influyeran directamente sobre el traductor de los Evangelios, puesto que Hoelend era voz eclesiástica (por oposición a Dryhten (originalmente «jefe militar, caudillo»), con connotaciones paganas o al menos belicosas) común en gran parte de la literatura anglosajona. Un caso más especializado, y donde la marca de la obra del Hispalense parece más clara, aparece con la palabra latina sicera, que ocurre en I, 15; esta es una palabra que Jerónimo, en la Vulgata, tomó del griego (sˆkera), los cuales a su vez la tomaron del hebreo š'ekar, con el que se designa cualquier bebida alcohólica (cf. la raíz hebrea š-k-r, ‘beber en exceso’). El traductor inglés tradujo usando la bebida fermentada que se más bebía en Inglaterra: la cerveza (ing. ant. beor, ing. contemp. beer). Cf. ahora la explicación de Isidoro (Etym., XX, 3, 16), y su indicación de que sicera no engloba al vino, indicación que sigue nuestro traductor:

    Sicera est omnis potio quæ extra uinum inebriare potest. Cuius licet nomen Hebræum est, tamen Latinum sonat pro eo quod ex suco frumenti uel pomorum conficiatur, aut palmarum fructus in liquorem exprimantur, coctisque frugibus aqua pinguior, quasi sucus, colatur, et ipsa potio sicera nuncupatur.

    Otro caso notable es sceoppa (XXI, 1), hapax que vierte el latín gazophylacium. Ésta es una palabra extraña, que el glosador anglosajón de los Evangelios del MS Lindisfarne desconocía, pero que aquí se versiona como «cámara, habitación, despensa» [3]. Este ejemplo vuelve a delatar el uso de las Etimologías pues, de acuerdo con San Isidoro, significa ‘cámara de provisiones’ (Etym., XX, 9, 1):

    Gazophylacium arca est ubi colliguntur in templo ea quæ ad indigentiam pauperum mittuntur. Compositum est autem nomen de lingua Persa et græca; gaza enim lingua Persarum thesaurum, ful§kion Græce custodia interpretatur [4].

    De igual manera los estamentos sociales de Palestina se nos muestran sajonizados. Para establecer los paralelismos entre la sociedad palestina y la sociedad anglosajona el traductor se basó igualmente en la obra de Isidoro. Así, el leuita de X, 32 pasa a ser el diacon, puesto que en las Etimologiæ se lee:

    Levitæ ex nomine auctoris uocati. De Leui enim leuitæ exorti sunt, a quibus in templo Dei mystici sacramenti ministeria explebantur. Hi Græce diacones, Latini ministri dicuntur, quia sicut in sacerdote consecratio, ita in diacono ministerii dispensatio habetur (Etym., VII, 12, 22) [5].

    Igualmente los diversos principes latinos se tornan en ealdras (XVIII, 18), recogiendo el significado de «primero y principal» que ofrece el Hispalense:

    Princeps et dignitatis modo significatur et ordinis, sicut est illud Vergilianum (Æn. 9, 535): Princeps ardentem coniect lampada Turnus, pro primus. Dictus autem princeps a capiendi significatione, quod primus capiat, sicut municeps ab eo quod munia capiat. Dux dictus eo quod sit ductor exercitus. Sed non statim, quicumque principes uel duces sunt, etiam reges dici possunt. In bello autem melius ducem nominari quam reges. Nam hoc nomen exprimit in prœlio ducentem (Etym., IX, 3, 21-22).

    De ese modo, los principes sacerdotum, los sumos sacerdotes o jefes del sanedrín, aparecen (III, 2) como s'acerda ealdras (o ealdormenn, «los jefes de los sacerdotes») (IX, 22). Y los principes laicos (como en IX, 22) se nos revelan así como þæs folces ealdor-menn («los jefes del pueblo, de la gente»)

    El wita que encontramos en XXII, 52 responde, como un calco semántico, al magistratus latino ya que, a los ojos del traductor, representan un cargo similar. Efectivamente, según Isidoro, Magistrati uero, quod maiores sunt reliquiis officiis (Etym., IX, 4, 26), es decir, están por encima del resto de los funcionarios de una ciudad o una corte, del mismo modo que los witan anglosajones eran los principales consejeros del rey.

    Un caso más complicado es el que ofrece archisynagogus (XIII, 14), es decir, el pontífice del Templo y la más alta cabeza de la religión judía. El significado de esta palabra no se encuentra en Isidoro, pero puede inferirse si se consideran sus partes: archi- es obviamente la misma palabra con la que se inicia archi-episcopus el cual, según Isidoro (VII, 12, 6), es quod sit summus episcoporum ya que, como puede leerse más adelante, ‚Arcwn enim princeps (Etym., VII, 12, 9). Synagogus, por su parte, está claramente relacionado con synagoga (Græce congregatio dicitur, Etym., VIII, 1, 7, de donde el gesamnung que encontramos en el texto anglosajón). Esto parece sugerir que archisynagogus significa ‘princeps synagogæ’, es decir, lo mismo que princeps sacerdotum. Pero obviamente en el texto ambas personalidades parecen tener funciones diferentes, bien delimitadas.

    Para solventar el problema el redactor de la versión anglosajona traza un paralelismo entre las instituciones judías y las cristianas: Sinagogus sería ‘alguien que se reúne en la sinagoga’, del mismo modo que para nosotros un «cortesano» es ‘alguien que se reúne en la corte’. ¿Y quienes se reúnen en una sinagoga sino los principes sacerdotum? Dado, por fin, que archi- indica un nivel superior de poder y capacidad decisoria (similar a la existente entre un episcopus y un archiepiscopus dentro de la jerarquía eclesiástica cristiana), archisynagogus ha de ser por fuerza el más importante de tales principes (o, en términos anglosajones, de todos los ealdras). Para indicar supremacía sobre subordinados, uno de los prefijos anglosajones es duguð: cf. por ejemplo duguð-miht ‘poder supremo o absoluto’. Duguð tenía con frecuencia el matiz significativo de ‘superioridad espiritual, virtud’ que puede encontrarse también en el cognado islandés dygð, ‘virtud, integridad moral’. De aquí lo acertado del duguðe-ealdor que se encuentra en el texto.

    Los fariseos son sundor-halgan (VI, 2), es decir, «una casta que lleva una vida sacra (halgan), alejados (sundor) [de los vicios]». Esta traducción se debe, con mucha probabilidad, a una lectura de Isidoro:

    Phares diuisio [interpretatur], ab eo quod diuiserit membranula secundarum, diuisoris, id est phares, sortitus est nomen. Vnde et Pharisæi, qui se quasi iustos a populo separabant, diuisi appellabantur (Etym., VII, 6, 40).

    Pharisæi et Saducæi inter se contrarii sunt. Nam Pharisæi ex Hebræo in Latinum interpretantur Diuisi, eo quod traditionum et obseruationum, quas illi deuter»seij, uocant, iustitiam præferunt (Etym., VIII, 4, 3).

    Efectivamente el vocablo latino Pharisaeus estaba construido —a través del griego FarisaŽoj—, sobre la palabra aramea perišayya, plural enfático de per a partir de una raíz p-r-š, ‘separarse’. Hay que hacer constar, de todos modos, que el traductor no siempre es coherente, ya que en alguna ocasión mantiene la palabra latina, con grafía fariseus (V, 17) o vierte con sundor-halgan un original publicani (VII, 9: Et omnis populus audiens et publicani iustificauerunt Deum, baptizati baptismo Ioannis). Este último caso se debe probablemente a un error del MS latino.

    Los tetrarcas (< tetr§chj, ‘gobernador, virrey’) como Herodes se traducen igualmente atendiendo a su significado etimológico como f'eorðan doeles rica ‘gobernador de una cuarta parte’ (III, 1); se trata de un calco lingüístico que sigue la lectura de Isidoro, ya que en la época imperial un tetrarca ya no gobernaba sobre la cuarta parte de un reino [6]:

    Monarchæ sunt, qui singularem possident principatum. [] Hinc et monarchia dicitur. Mon¦j quippe singularitas Græco nomine, §rc¾  principatus est. Tetrarchæ sunt quartam partem regni tenentes: nam tžttara quattuor sunt; qualis fuit apud Iudæam Philippus (Etym., IX, 3, 23-24).

    Otro campo de análisis muy interesante es el de los pesos y medidas. Las medidas de capacidad que se citan en el Evangelio, al igual que los pesos y las monedas, reflejaban un estado mixto, donde medidas hebreas tradicionales convivían con otras importadas de los griegos y romanos. Cuando el traductor anglosajón se enfrenta a ellas, su interés por la claridad está por encima de la exactitud, por lo que recurre a versionar las medidas originales para adaptarlas a otras, más corrientes entre sus contemporáneos y posiblemente alterando los valores de éstas.

    Efectivamente, es muy difícil conocer cuál era la capacidad de las medidas anglosajonas citadas, puesto que muchas no sobrevivieron a la invasión normanda. De todos modos, y gracias a textos como los Evangelios anglosajones que, como puede comprobarse, fueron realizados teniendo ante sí una copia de la Etimologías, podemos establecer, como mínimo, una escala entre estas medidas y, si confiamos en el traductor, incluso podemos hacernos una idea de las distintas capacidades, aceptando que los conceptos anglosajones se corresponden grosso modo con las latinas.

    El byden (XI, 35) vierte el modius latino [7]. Un modio greco-latino contenía 8,75 litros; de acuerdo con Isidoro, modius dictus ab eo quod sit suo modo perfectus. Est autem mensura librarum quadraginta quattuor, id est sextariorum uiginti duorum (Etym., XVI, 26, 10). El corus latino, como el que aparece en. XVI, 7 versionado como mitta, equivale a treinta modios [Corus triginta modiorum mensura impletur ( Etym., XVI, 26, 17)]. Otra medida que aparece en el Evangelio de San Lucas era el satum (VI, 38) [Satum genus est mensuræ iuxta morem prouinciæ Palestinæ, unum et dimidium modium capiens. [...] Est et alium satum, mensura sextariorum uiginti duorum capax quasi modius (Etym., XVI, 26, 11)], que latinizaba el s§ton griego. El traductor lo vierte como gemet, que representa cualquier medida (incluida la mensura latina de XII, 42). Aquí tenemos un caso en el que el inglés antiguo presenta un hiperónimo, ya que parece no poder refinar más la traducción, al carecer de equivalente. La tabla sinóptica de medidas, así, queda como sigue:

LO

Capacidad (apud Isidoro)

LT

modius

(44 lb.)

byden

satum

(1 ½ modii, 66 lb.)

gemet

corus

(30 modii, 1320 lb.)

mitta

    Además de los calcos, las glosas ofrecen otro sistema para solventar el problema de palabras sin equivalente pleno en la lengua de llegada. En el Evangelio de San Lucas encontramos este método en varios casos: en VIII, 30 aparece legio, e, insertadas en el cuerpo del texto, las siguientes palabras: þ is on ure geþeode eeored «que es en nuestra lengua ‘tropa’»; en XI, 12 la palabra scorpionem se glosa como þ is an wyrm-cynn «que es un tipo de animal reptante»; en XXIII, 33, caluarie aparece con la glosa þ is heafod-pannan stoow, «que es ‘el lugar de la calavera’»; finalmente, parasceue (XXIII, 54) muestra a su lado þ is gegearwunge «que es ‘preparación’».

    Sin embargo, los motivos que llevan al traductor a glosar no son siempre los mismos: los casos de legio, caluarie, y parasceue están motivados por un deseo de aclarar al lector el significado de tales términos latinos, que aparecen en la literatura religiosa de la época y eran conocidos entre los hipotéticos lectores de la obra, por lo que no parecía haber necesidad de consulta: si añade la glosa es simplemente por un prurito filológico. Legio, por ejemplo, es una de las formas de mencionar a las hordas diabólicas comandadas por Satán, por oposición a las cohortes celestiales que representan los ángeles, a las órdenes de Dios (el sebaot hebreo). Caluarie, por su parte, es una nota filológica que responde al deseo de mostrar lo simbólico y siniestro del monte donde se crucificó a Jesús, ya que viene del arameo gelgolta (de donde Gólgota, cf. Mt. XXVII, 33; Mc. XV, 22 y Jn. XIX, 17), ‘calavera, cráneo’, a través de las diferentes traducciones griega (Kranˆon) y latina (Caluaria). Parasceue (< gr. ‘preparación’, cf. paraskeu§zw, ‘preparar, disponer’), finalmente, es el nombre con el que se designa el rito de prepararlo todo para la celebración del sabbath, el día santo.

    Frente a estas glosas, el caso de scorpionem (XI, 12) me parece diferente. Esta glosa se debe probablemente al hecho de que el traductor no conocía la palabra, lo cual es normal teniendo en cuenta que el húmedo clima de las Islas Británicas no permite la supervivencia de tales animales. Recurre entonces a dar una explicación, asimilando el escorpión a los seres reptantes, como la serpiente y el gusano, que sí se dan en su entorno y en el del lector potencial; de ahí la glosa «þ is wyrm-cynn», que precisamente es como, en la taxonomía isidoriana, se define el escorpión (Etym., XII, 5, 4): Scorpio uermis terrenus, qui potius uermibus adscribitur, non serpentibus. Lo interesante de esta glosa es que la palabra «escorpión» ya había aparecido en otra ocasión en el texto, concretamente en X, 19 (dedi uobis potestatem calcandi supra serpentes et scorpionem); pero en esta ocasión lo traduce como snacan, ‘serpiente’: ic eow sealde anweald to tredenne ofer næddras. ] snacan, lo cual cuadra bien con las mismas dudas taxonómicas de Isidoro.

    En conclusión, me parece muy probable que el traductor recurriera a alguna obra enciclopédica, o algún comentario textual de la Biblia, para realizar su labor. El libro de Isidoro parece un buen candidato, tanto por la perfección con la que se ajustan sus definiciones al texto anglosajón como por la popularidad de la que esta obra gozó en la Edad Media y particularmente en las Islas Británicas. En la época de Beda no menos de veinte son los manuscritos ingleses con textos isidorianos, cuatro de los cuales encierran copias de las Etimologías [8]. Sin embargo, no quiero concluir este escrito sin mencionar que no me parecería extraño que el traductor no hubiera recurrido directamente a la obra del sevillano, sino a alguna de las múltiples recensiones, síntesis o ampliaciones que se prodigaron por la Europa Occidental en los siglos posteriores a su composición. No podemos olvidar su influencia en la obra de Alcuino, Rabano Mauro y otros autores, quizá más conocidos que el mismo Isidoro, en los scriptoria medievales. La cuestión ciertamente sigue abierta a debate.

 

BIBLIOGRAFÍA

Bover, J. M., O’Callaghan, J. (eds.), Nuevo Testamento Trilingüe, BAC, Madrid, MCMLXXXVIII.

Cary, M. et al. (eds.), Oxford Classical Dictionary, Clarendon, Oxford, 1961.

Crawford, S. J. (ed.), The Old English Version of the Heptateuch, Ælfric’s Treatise on the Old and New Testament and His Preface to Genesis, ETTS, Oxford, 1922.

Liuzza, R. M. (ed.), The Old English Version of the Gospels, Oxford, ETTS, 1994.

——, «Who Read the Gospels in Old English?» en Baker, Peter S., Howe, N., (eds.), Words and Works: Studies in Medieval English Language and Literature in Honour of Fred C. Robinson, University of Toronto Press, Toronto / Búfalo / Londres, 1998, págs. 1-24.

San Isidoro de Sevilla, Etimologías, J. Oroz Queta y M. A. Marcos Casquero (eds.), Madrid, BAC, MCMXCIII.

Schwyzer, Eduard, Griechische Grammatik, Beck, Múnich, 1959.

 

NOTAS:

[1] «Y así afirmo que no me atrevo, ni quiero verter del latín al inglés libro alguno después de éste; y os ruego, noble señor, que no me lo pidáis más, para no seros desobediente, ni falso en el caso de que lo hiciera». El texto está tomado de S. J. Crawford (ed.), The Old English Version of the Heptateuch, AElfric’s Treatise on the Old and New Testament and His Preface to Genesis, ETTS, Oxford, 1922. Remito al artículo de R. M. Liuzza, «Who Read the Gospels in Old English?», en Baker, S. Peter y N. Howe (eds.), Words and Works: Studies in Medieval English Language and Literature in Honour of Fred C. Robinson, University of Toronto Press, Toronto / Búfalo / Londres, 1998, págs. 1-24.

[2] En lo que sigue, tomo las lecturas latinas de la edición preparada por José Oroz Queta y Manuel-a. Marcos Casquero para la BAC (Madrid, MCMXCIII).

[3] Cf. los cognados a.ing. scipen ‘establo, redil’, a.a.a. scopf (mod. Schuppen) ‘cobertizo’, y el equivalente inglés moderno shop, ‘tienda’, que conecta con la palabra castellana «colmado» por la idea de abundancia de alimento.

[4] La interpretación no es completamente correcta: el griego g§za procede de un vocablo sirio —no persa, como dice Isidoro— gaza, que significa ‘cámara del tesoro’. Ésta, a su vez, sí procede del persa medio gandz. Véase E. Schwyzer, Griechische Grammatik, I, 154.

[5] Cf. Núm. III, 5-13.

[6] Véase M. Cary et al. (eds.), Oxford Classical Dictionary, Clarendon, Oxford, 1961, s. v. Tetrarchy.

[7] De aquí proviene el castellano almud, previo paso por el árabe al-mudd.

[8] Véase, P. H., Blair, The World of Bede, Londres, 1970, pág. 282 y sigs. citado por Oroz y Marcos, op. cit., 206, n. 113.