RECENSIONES II

 

ÍNDICE

Helena Establier Pérez, Vargas Llosa y el nuevo arte de hacer novelas (O. Carrascosa Tinoco). Andrés Sánchez Robayna, La Sombra del Mundo (J. Mª Hernández Sánchez). Emilio Lledó, El magisterio de la memoria (G. Bueno Pulido). Josep María Albaigès, Enciclopedia de los topónimos españoles (C. Díaz Alayón). Eugenio Cascón Martín, Manual del buen uso del español (Mª J. Blanco Rodríguez). Leonardo Gómez Torrego, Gramática didáctica del español (M. Galeote). Javier Medina López, Lenguas en contacto (M. Casanovas Catalá). Serge Santi, Isabelle Guaïtella, Christian Cavé y Gabielle Konopczynski (eds.), Oralité et gestualité. Communication multimodale, interaction (Actes du Colloque International Orage’98) (Mª D. Abascal Vicente), Furio Colombo, Últimas noticias sobre periodismo. Manual de periodismo internacional (E. Gago).

Publicadas en Analecta Malacitana, XXII, 2 , 1999, págs. 820-841.

Helena Establier Pérez, Vargas Llosa y el nuevo arte de hacer novelas, Universidad de Alicante, 1998, 182 págs.

    Si bien huelga la valorización de la novelística llosiana, tanto por la situación que el autor ha alcanzado en la historia de la literatura contemporánea como por la ociosidad del intento y (aún hoy y quizás siempre) falta de base «científica» de toda valoración «absoluta» de una obra literaria, lo cierto es que la actividad política de Vargas Llosa ha causado curiosas distorsiones en la recepción de su narrativa. Con esta oportuna apreciación abre Helena Establier su «Introducción», para añadir a continuación que «no parece existir, sin embargo, momento más idóneo para la revisión crítica de la obra de un autor que aquel precisamente en el que las filias desmesuradas se han templado y el fervor incondicional se ha transmutado en prudente expectación» (pág. 9). Así, pretende este estudio recorrer la conocida y polémica evolución novelística de V. Llosa con la intención de demostrar tras su análisis que «la nueva narrativa de Vargas Llosa constituye un corpus mucho más valioso y complejo de lo que en ocasiones se ha señalado» (pág. 13).

    Para ello, tras la «Introducción», se estructura el libro en los siguientes capítulos: I. «El mundo cultural de Vargas Llosa»; II. «La experimentación formal como centro de la narrativa inicial de Vargas Llosa»; III. «La década de los setenta: hacia una nueva narrativa», y IV. «La exploración de nuevos modelos en la última narrativa de Vargas Llosa, siendo apoyados por 249 anotaciones a pie de texto. Se añaden unas breves páginas bajo el epígrafe de «Conclusiones» y una «Bibliografía» en la que se ofrece un listado de las obras de Vargas Llosa y un conjunto de 129 estudios sobre ellas.

    El primer capítulo, «El mundo cultural de Vargas Llosa», se centra en la tradición cultural cercana (de una manera u otra) al escritor, tradición a tener en cuenta para el estudio de su novelística. Se detiene este capítulo en las relaciones de Vargas Llosa «ante la cultura peruana», especialmente sobre Arguedas, de quien recibe una importante herencia cultural, y Salazar Bondy, cuya influencia se reparte entre lo literario y el carácter personal, sirviendo en cierto sentido de modelo de comportamiento; la «influencia cultural europea», ejemplificada por Sartre, Camus y Flaubert, de quien aprende la forma de combinación de rebeldía-cursilería-violencia-sexo, «máximo aprendizaje que Vargas Llosa realiza a partir de la novela de Flaubert, de forma que a partir de ese momento la obra del escritor peruano se convertirá precisamente en un conglomerado de esos cuatro elementos [...]» (pág. 45). Finaliza este capítulo atendiendo (no podía ser de otra manera) a Tirant lo Blanc, obra que Vargas Llosa considera «novela total».

    El segundo capítulo, «La experimentación formal como centro de la narrativa inicial de Vargas Llosa» se centra en las siguientes novelas del escritor: La ciudad y los perros, La casa verde, y Conversación en la catedral, obras en las que el uso de distintas técnicas literarias le parecía fundamental a Vargas Llosa y que posteriormente han ido en disminución. Parte Helena Establier de la definición de cada tipo de técnica, para lo que oportunamente emplea las realizadas por el autor, estudiándolas luego en las obras antedichas. De esta manera, analiza y ejemplifica el funcionamiento de la técnica del dato escondido, los vasos comunicantes, las cajas chinas, los tiempos novelísticos, el punto de vista temporal, el punto de vista espacial y la muda o el salto cualitativo (que acerca en gran medida la obra hacia la novela total), procedimientos que parten, según Llosa, de la novela de caballerías.

El siguiente capítulo se titula «La década de los setenta: hacia una nueva narrativa», y señala en primer lugar la aparición del humor como diferencia con las novelas anteriores, siendo la novela que inaugura el nuevo período narrativo Pantaleón y las visitadoras. Ahora, el narrador peruano sustituye la crítica amarga y torturada propia de sus primeras novelas por «una crítica tamizada por el humor y la parodia» (pág. 104). En parte es un giro que viene dado por su cambio de postura política, desembocando en un intento de llegar a la gran masa de lectores hispanoparlantes, para lo que le fue necesario abandonar una «literatura de élites» (pág. 104). Así reducirá las complicaciones técnicas de sus primeras obras e introducirá elementos tradicionales y populares, sin que por ello abandone su espíritu crítico, como se observa en las dos novelas en las que se centra este apartado: Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor.

    Tras esta evolución, el último y cuarto capítulo, «La exploración de nuevos modelos en la última narrativa de Vargas Llosa» se dedica al paso siguiente efectuado por el autor en Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero? y El hablador. En la primera de éstas, Helena Establier estudia la relación que se da en ella entre política (causante de los principales reproches de la obra) y metanovela, campo elegido por el autor para mostrar al lector «que el paso de la verdad a la mentira es asombrosamente corto» (pág. 133). Con ¿Quién mató a Palomino Molero? Llosa experimenta el género policíaco, y si en ella se dan suma la típica estructura interna del relato policíaco, los personajes característicos del género y otros elementos propios de intriga, también lo hacen todos los de su novelística anterior, si bien de acuerdo a la evolución que se trata en el capítulo anterior. El hablador es la novela que sirve a Vargas Llosa para explorar el mundo mítico prehispano, hacia el que se sentía atraído desde sus años de San Marco.

    Helena Establier Pérez, en el apartado de Conclusiones, recapitula las ideas expuestas a lo largo de estos cuatro capítulos para cederle a cada lector la conclusión final: si existe deterioro en su novelística o por el contrario esta evolución ha contribuido a mejorar su labor narrativa, tarea sin duda difícil en un escritor en el que, como dice Establier, «nada es lo que parece [...], ni siquiera en estas obras que han sido en repetidas ocasiones acusadas de falta de profundidad cuando se las ha comparado con sus primeras novelas» (pág. 171).

O. Carrascosa Tinoco

 

Andrés Sánchez Robayna, La Sombra del Mundo, PreTextos, Valencia, 1999, 264 págs.

    Mediante el lema, procedente de una cita juanrramoniana, La Sombra del Mundo reúne Sánchez Robayna veintiséis ensayos breves escritos y publicados, en su absoluta mayoría, durante los años ochenta y noventa, y en este sentido, como ya el propio autor deja indicado, se trata de la prolongación natural de un libro anterior que tuvo por título La luz negra, realizado por la editorial Júcar en 1985. El volumen se presenta simétricamente dispuesto en tres partes, de las cuales la primera se compone de artículos de valor más o menos general y dedicados a autores ya clásicos o bien no españoles, pero siempre de relieve para la modernidad; la segunda acoge artículos sobre literatura española contemporánea y, por último, la tercera se destina a materias artísticas. El conjunto va precedido por un interesante Prólogo y concluye con la indicación de Referencias bibliográficas e incluso un útil índice onomástico. Es decir, estamos ante una compilación muy bien preparada y, por otra parte —conviene decirlo— muy bien impresa, según es característica de la editorial valen-ciana y, particularmente de esta «colección textos y pretextos».

    La obra de Andrés Sánchez Robayna tiene dos grandes sectores de producción, el de la poesía, en la cual representa indudablemente una de las voces más destacables de su generación e incluso en general de lengua española en nuestra época, y el de la investigación filológica y literaria en amplio sentido. Y es en amplio sentido porque esta labor al-canza desde el estudio de los clásicos, sobre todos españoles del Siglo de Oro (como Góngora, pero también otros como Sor Juana Inés de la Cruz, a quienes ha dedicado monografías), hasta los contemporáneos con no menos preferencia. Además, es crítico de artes plásticas y su gran dedicación a la poesía europea y americana moderna le ha conducido asimismo a la traducción poética. Actualmente dirige un Taller de Traducción Literaria y durante la década 1983-1993 dirigió la importante revista de literatura y artes Syntaxis. Si a esto se suma su autoría de diarios personales con el título de La Inminencia, se obtendrá sucintamente la imagen de una dedicación literaria amplia, constante y de muy considerable importancia.

    En el Prólogo (págs. 9-13) de La Sombra del Mundo el autor declara su personal interés y la función con que considera el género del ensayo breve, de cómo éste le ha servido para ordenar o disciplinar incitaciones muy diversas conduciéndolas a reflexiones que superasen el abandono o la traición. Hay, pues, un proyecto de comunicación, pero también de fidelidad, y «el designio de contribuir a la necesaria discusión sobre temas, autores o aspectos cuyo papel y cuya significación se dan entre nosotros por sobreentendidos con demasiada frecuencia». El autor asume el azar o el carácter aleatorio posible de su trabajo, sin embargo subrayando que a fin de cuentas se trata de un cierto «itinerario intelectual» y de «avivar o reavivar la discusión estética; una discusión no fundada en la facilidad, en las gruesas maneras del acriticismo o en la negación del espíritu de nuestro tiempo, sino, por el contrario, en la permanente reflexión sobre los signos más vivos de la cultura que, pese a quien pese, nos constituye».

    La primera parte del libro, que se abre con una reflexión acerca de la metáfora del libro en relación con la metáfora del mundo y las obras de Don Juan Manuel, Borges y Las Mil y una noches, reúne ensayos sobre el lenguaje poético de San Juan de la Cruz, los Cantos de Leopardi, el lugar de Wallace Stevens dentro de la poesía contemporánea, el arte Barroco de Severo Sarduy, el libro Air Born / Hijos del aire, de Charles Tomlinson y Octavio Paz, Galaxias del brasileño Haroldo de Campos y sobre la existencia o dificultad actual de la poesía. La segunda parte comienza con un relativamente amplio comentario a propósito del libro sobre La poesía española del siglo XX (1989) de Pedro Aullón de Haro, que es el único texto inédito de los que componen el volumen, y continúa con reflexiones sobre Las Rosas de Hércules y el centenario de Tomás Morales, la negación y el silencio de la poesía de Vicente Aleixandre, la obra del autor canario Pedro García Cabrera, la poesía de José Ángel Valente, la modernidad literaria y su relación española, Paisajes después de la Batalla en el marco de la producción de Juan Goytisolo y, finalmente, una mirada general pero particularizada finamente sobre casos y circunstancias intelectuales acerca de la poesía propia de Sánchez Robayna. La tercera parte, la más breve, se ocupa de pintura, de obras plásticas de José Jorge Oramas, Ràfols-Casamada, Vicente Rojo, Joan Brossa, Joan Hernández Pijuan, Salvo y José Manuel Broto.

    En su conjunto, el libro es ejemplo de amplitud de miras, de responsabilidad intelectual y de honesta perspicacia. En él se pueden aprender, por supuesto, muchas cosas, o matizar o ampliar puntos de vista con quien es un gran conocedor, pero por encima de todo ello prevalecerá en el lector la idea «natural» de un conjunto de lo diverso que nunca es extraño a sí mismo y de una postura intelectual tan valiosa como poco frecuente entre nosotros.

J. Mª Hernández Sánchez

 

Emilio Lledó, El magisterio de la memoria, Taurus, Madrid, 1998.

    Desde el punto de vista neurológico, la mente es un entramado de conexiones sinápticas, un generador incansable de impulsos eléctricos. Desde el punto de vista psicológico, es un sistema dotado de conciencia que intenta entenderse a sí mismo.

    La mente humana es un proceso, no un estado. Esta peculiar configuración es la que hace posible el desarrollo de la vida humana, trazando rutas de aprendizaje y fijando sus huellas en nuestra memoria. La mente es un enigma. El alma, un misterio.

    Filósofos, artistas, escritores y científicos han tratado de hacer inteligible esta singular estructura que se desarrolla en interacción consigo misma, al mismo tiempo que interactúa con la realidad y construye su visión del mundo.

    Emilio Lledó, filólogo y filósofo, nos muestra el magisterio de la memoria en una recopilación de sus escritos. Ha recogido las enseñanzas que el tiempo y el lenguaje nos han legado, las huellas de nuestro saber, para volver a la esencia del hombre: sentir, pensar... crear.

    Emilio Lledó, en el prólogo de su libro Imágenes y palabras, recopilación personal de escritos y ensayos, justifica, a partir del proceso de singularización del mundo que todo ser humano emprende, la filosofía de su propia existencia tanto como la existencia de la Filosofía. Para Lledó, nos distinguimos, nos personalizamos en virtud de la interiori-zación que hacemos del aprendizaje del lenguaje: «El lenguaje solidifica nuestra personalidad, nos expresa y nos dice». Somos un universo de palabras; pensamos y sentimos con las palabras, propias o de otros, y, como resultado, ideologizamos nuestra visión del mundo, que nos une o nos opone a los demás, formando nuestra experiencia, nuestra intimidad. Así pues, a través de estos ensayos y escritos se manifiestan los rasgos que marcan y delimitan a la persona que es su autor. Pero que, además, son su memoria, su historia, el esfuerzo y la voluntad de un pensamiento por hacerse voz. Para decirlo en palabras de Goethe, «puedo comprometerme hasta a ser sincero, pero no me exijáis que me comprometa a ser imparcial». Lledó se sitúa desde una perspectiva humanista, porque para él la cultura en sí es humanista, es el resultado de la razón y la creación del hombre y, por tanto, no puede ser otra cosa. La confrontación entre Ciencia y Humanidades supone renunciar a una experiencia del mundo y, para Lledó, cualquier postura insolidaria es un atentado contra el hombre.

    El primer grupo de escritos se titula El arte y la mirada, es decir, el arte de mirar el mundo para construirlo humano más allá de los fenómenos y las apariencias. El segundo se titula La temporalidad de la escritura, y en él afirma Lledó que «es tiempo la materia de la escritura» y que es a través de lo escrito donde permanece lo vivido, lo sabido, lo sentido. Los capítulos iii y iv son reflexiones acerca De Literatura y De Filosofía, deteniéndose en algunas figuras y obras señaladas. El último grupo de escritos se relaciona con su práctica como catedrático y se titula De Universidad y Educación, eje central de su experiencia, de una vida dedicada a enseñar a pensar.

    Todos los ensayos tienen en común la vinculación con los grandes conceptos teóricos que, desde el principio del tiempo y, por tanto, de la memoria del hombre, han definido el ideal de la humanidad: la Verdad, el Bien, la Belleza. Y es este ansia de idealidad absoluta —lo que alumbra, literalmente, da a luz— la cultura de la Humanidad. El pensamiento, la reflexión, comienza en los sentidos. A través de los sentidos se conecta con la realidad que es con la realidad que somos. Sabemos porque sentimos. Creamos porque sentimos. «Mirar, oír el mundo, engarza nuestro impulso de amor, nuestro deseo de conocer. La vida es un bien, renacido entre las posibilidades que el cuerpo y los sentidos especifican y matizan. Nada hay, pues, como la defensa de la vida, como el cuidado porque nuestros sentidos puedan, efectivamente, abordar y asimilar el ofrecimiento de las cosas. La vida es, así, el origen de todos los deseos». Y si la vida es un bien, la amistad es un regalo de la vida. Un regalo de conocimiento, de posibilidades, de placer. Pero la amistad es una relación de iguales. No cabe amistad cuando los hombres se divinizan: en el ejercicio de la superioridad o del poder —en cualquiera de sus formas—, los hombres pueden perder el privilegio de ser amados, sabidos, gozados. La vida es un permanente desear, un «impulso que lleva hacia el conocimiento, la posesión o el disfrute de una cosa. Deseo tiene que ver con amor, con ese sentimiento que nos arranca de nosotros mismos en busca de aquello que aún no somos y que quisiéramos ser».

    Todo acto de creación artística, independientemente de su resultado, es un intento de detener el tiempo, de aprehender la vida. El Arte es una manifestación de la lucha por expresar la singularidad, la personalidad, el yo inefable. El Arte es el tiempo eterno del hombre, la memoria de los sentidos; es la vista, el oído, el tacto del mundo. El Arte es el lenguaje de la Humanidad. Para Lledó, en nuestra época, donde nadie duda del poder de las imágenes, no está de más recordar que no debemos ser meros espectadores, que «somos un lenguaje, una posibilidad de leer, de interpretar, de sentir. El mundo de las imágenes es un mundo sin palabras, un mundo sordo y ciego para quien no sabe rechazarlas o amarlas, para quien no sabe dialogar con ellas, o para quien no sabe descifrar la manipulación que, tantas veces, la contamina». La televisión es el emblema de este imperio de la imagen. Y la preocupación que existe por establecer un vínculo entre la cultura y los millones de pasivos espectadores no hace sino confirmar la separación entre el hombre y su memoria.

    La sociedad, a través del lenguaje, de la educación, de la cultura, articula una forma de ver el mundo, establece los principios que la sustentan y los valores que quiere hacer perdurar: «Las palabras nos ofrecen la más completa visión del mundo. La inmediata frontera de los sentidos, con los que empezamos a ver y a percibir las cosas, está siempre interferida por las voces que, paralelamente, nos han ido enseñando las interpretaciones del mundo, y que han ido tejiéndose, también, en el discurso que traslada a la mente la teoría con la que lo abstraemos». Es decir, para que el lenguaje cumpla su función como educador la fórmula utilizada debe ser el diálogo, bastante ajeno por cierto a la realidad de la televisión (aunque algunos programas se rotulen como ‘debates’).

    Existe además otra falacia en torno a la televisión: su identificación como el vehículo idóneo para la difusión de la cultura de masas. Lledó precisa que el término cultura no acepta adjetivos que lo determinen, aunque sí distintos niveles de conocimiento: «La cultura, como desarrollo y fomento de la capacidad de juzgar, de entender, de analizar, de interpretar, de gozar, no incluye calificación alguna, aunque los grados en que la cultura se ejercita puedan estar en continuado progreso y refinamiento. La cultura es fenómeno universal; una necesidad del ser humano previa a cualquier privilegio y anterior a toda calificación y utilización». No obstante, se debe reconocer que, debido a su repercusión, la televisión viene a ejercer un influyente papel en la educación y en nuestra construcción de la realidad del mundo. O, como opina Lledó, de la irrealidad del mundo que proyecta ante nuestros ojos, desvirtuándose así la experiencia de nuestros sentidos. La interacción del hombre con la realidad circundante, que ha dado lugar a transformaciones del medio, descubrimientos, inventos, origen de la tecnología moderna, se subvierte en realidad virtual, en un ensayo cibernético.

    El lenguaje es el principio interactivo por excelencia entre la realidad (el mundo material) y la idealidad (el mundo de la mente). Es una forma muy compleja que usa signos fonéticos que son, a su vez, símbolos; una abstracción que simboliza la concreción. Todos los animales perciben el mundo a través de los sentidos, sólo el hombre puede decirse y decir a otros cómo es su visión del mundo. Por eso no hay educación si no se configura como lenguaje y no se lleva a cabo mediante el diálogo, porque es éste el entramado de nuestra mente y lo que dota de un carácter dinámico y creador al desarrollo humano.

    Por otra parte, la sociedad ha previsto para sus miembros un aprendizaje institucional, reglado y normativizado, requisito indispensable para estar en sociedad; incluso se ha utilizado esta estructura educativa para delimitar las fronteras entre el ser y no ser en sociedad. Así, se convierte en un instrumento de poder la configuración de la mente humana, su individualización.

    Lledó, que ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza en instituciones educativas, afirma que la posibilidad de independencia, la libertad de pensar y expresarse tienen mucho que ver con las perspectivas y las orientaciones que a lo largo de nuestro aprendizaje hayamos adoptados como propias. Y que son los contenidos con que cada lenguaje personal se modula y la capacidad de pensar abiertamente desde él, lo que nos defiende del mare magnum de informaciones y deformaciones.

    La sociedad moderna se levanta sobre la división entre lo económico que asfixia el ideal de convivencia comunitario y sume al ser humano en la soledad. La vida se convierte de este modo en un espacio vacío que hay que llenar, sin memoria, sin referentes, en un artificio más. Y la ciudad actual viene a ser el símbolo de dicha artificiosidad, degradando toda naturaleza mientras trata de convertir su ideal de asfalto en una nueva Utopía. La vida, la sociedad, la cultura, son espacios para la interpretación, para la reflexión, para la filosofía. Lledó se acerca al lenguaje personal de grandes literatos, humanistas y filósofos como Ortega y Gasset, Juan de la Cruz, Gracián, Kant, Heidegger, etcétera, para seguir las huellas de nuestra memoria colectiva, en un proceso dialéctico con las teorías y las experiencias del pasado que enlaza directamente con la educación.

    Pero la filosofía no es fraseología, no es un diccionario de citas ni un discurso cerrado y coherente, un fin en sí misma. Lledó, siguiendo el ejemplo de Ortega y Gasset, mantiene que el análisis filosófico, la lectura de los clásicos, ha de consistir en penetrar los problemas, descubrir el subsuelo, incluso el adversario, para ser intérprete de su voz en el tiempo, en nuestro tiempo. Cada individuo es un punto de vista esencial, una contribución a la búsqueda del ideal. La Filosofía no puede ser eterna, ajena al tiempo y a los hombres, porque es fruto de una época y un individuo concreto: es un lenguaje individualizado, una versión del mundo. Como afirmaba Ortega y Gasset: «Nuestras convicciones más arriesgadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión».

    Emilio Lledó, a partir del legado que la cultura de los siglos ha dejado en nuestra memoria, recorre el espacio oscuro que existe entre el ser y el estar del hombre en el tiempo y en el mundo. Y lo hace al amparo de esa inteligencia emocional que la psicología actual sitúa como característica esencial de la mente humana. La inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene en cuenta los sentidos, los sentimientos, la autoconciencia, la motivación, etc., y a partir de la cual se configuran capacidades como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, rasgos indispensables para lograr una buena y creativa adaptación social.

    Emilio Lledó ofrece a lo largo de sus escritos numerosas muestras de su concepción del hombre como un proceso interactivo con la realidad, como una mente que se educa, que no es sino otra forma de definir esa inteligencia emocional de la que hacemos uso o desuso para enfrentarnos (es decir, tomar posiciones) con el mundo. ¿Dónde acaba el sabio y empieza el maestro? ¿No es, acaso, lo mismo? El saber supone observar, analizar, formular teorías, enunciar reflexiones, adquirir conocimientos, quizá incluso certezas, para, al fin, enseñar. Y, sin embargo, sólo es maestro el que sabe enseñar, es decir, educar.

    Lledó es, en este sentido, un maestro. No es este libro de ensayos y artículos una compilación de sabiduría, sino una herramienta de aprendizaje, una puerta abierta al diálogo, una invitación a ser en el mundo. ¿No es esto ser maestro?

G. Bueno Pulido

 

Josep María Albaigès, Enciclopedia de los topónimos españoles, Planeta, Barcelona, 1998, 678 págs.

    Por razones que emanan de su singular naturaleza, la toponimia ha llamado insistentemente la atención de buen número de investigadores y este interés ha tenido su oportuna traducción en un amplio conjunto de trabajos y contribuciones que han supuesto, de manera especial en los últimos años, un gran desarrollo de los estudios de toponimia, que han venido a cumplir el triple cometido de afianzar su entidad como ciencia singular e independiente, de avanzar decididamente en establecer unos planteamientos metodológicos adecuados y de subrayar y destacar la innegable importancia que los temas toponímicos tienen no sólo para el área estrictamente lingüística sino también para otros ámbitos del conocimiento. El ejercicio de la investigación ha contado con una multiplicidad de objetivos, que se han intentado alcanzar desde el principio general de que el análisis de la toponimia —al igual que el resto de las parcelas del saber— no se entiende fuera del rigor, de la cientificidad y de la exigencia. Es por eso que raramente aparecen contribuciones en este campo en publicaciones de carácter no académico o no erudito. En estas circunstancias, la Enciclopedia de los topónimos españoles de Josep María Albaigès constituye un intento de sacar la toponimia y su estudio de los ámbitos especializados. Estamos ante una obra concebida fundamentalmente para dar una visión panorámica de la riqueza toponímica del país, legada por el trasiego en su suelo de diferentes pueblos y lenguas desde tiempos oscuros y remotos. Albaigès destaca que la característica básica de esta obra es su novedad porque hasta ahora no se había pretendido abarcar la geografía española a través de la investigación toponímica e histórica de sus enclaves más significativos. La lectura de las distintas entradas muestra que no estamos ante una obra de gran enjundia lingüística sino ante una obra de divulgación, en la que al aspecto histórico se le concede especial atención. La publicación no se atiene únicamente a la sincronía, esto es, a las voces geográficas actuales, sino que también aporta materiales diacrónicos (La Marca Hispánica, Vasconia, Iberia, Los Cinco Reinos) y también vemos que el objeto de estudio no se ciñe estrictamente a España, sino que también se analizan topónimos no españoles, pero que de alguna forma han estado relacionados con la expansión política de la nación, como es el caso de los términos Lisboa, Annual, Alcazarquivir, Orinoco y Algarve, por citar sólo unos ejemplos ilustrativos.

    Desde el punto de vista metodológico, vemos que J. M. Albaigès es un investigador consciente de los principios que deben gobernar todo el proceso. Sabe que el toponimista debe avanzar con prudencia ante todos los datos de diferente naturaleza que llegan a sus manos. Sabe que el rastreo documental tiene que ser exhaustivo. Sabe que el investigador tiene que guardarse de las etimologías populares y desconfiar de las reflexiones pseudosabias forjadas por falsos especialistas y por intelectuales que no tienen la condición de tales. Sabe, también, que es imprescindible el trabajo de campo y recoger sobre el terreno las informaciones pertinentes, por la estrechísima relación existente entre la voz geográfica y la realidad a la que da nombre. Pero todos estos principios y presupuestos no los lleva a la práctica en la integridad de su obra, sin duda alguna, por la amplitud de la misma y por la imposibilidad material de estudiar personalmente todos los topónimos que entran en su inventario. Ello lo ha obligado a buscar la ayuda de numerosas personas, toda una legión de colaboradores puntuales de los cuatro puntos cardinales del país, especialmente alcaldes, concejales municipales, historiadores locales, archiveros, bibliotecarios, profesionales del turismo, así como personas cultas amantes de la historia y la geografía de su localidad. Esta extensa nómina de colaboradores nos muestra que Albaigès recurre en gran medida a las instituciones locales, donde no suele haber, por regla general, información fidedigna y rigurosa. En lo que se refiere específicamente a Canarias el autor recibe la colaboración de Jesús Manuel Rolo Rodríguez (Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Icod de los Vinos), Mª Asunción Álvarez Arvelo (Asesora de Patrimonio Histórico, La Laguna), Carmen Reina Jiménez (Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Santa Brígida), Margarita Villameú (Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Mogán), José Juan Cruz Saavedra (Alcalde de Tías), Tomás Rodríguez Rodríguez (Coordinador del Área de Cultura del Ayuntamiento de Tegueste), Alcalde de El Paso, y Archivo Muncipal del Puerto de la Cruz. También entre los colaboradores canarios se cita a don Juan Bethencourt Alfonso, que figura como médico e historiador de San Miguel de Abona y al que se resucita más de ocho décadas después de su muerte. Como vemos, un conjunto de colaboradores dispar y escasamente fiable, circunstancia que queda reflejada, como no podía ser de otra forma, en los resultados.

    En relación con los materiales canarios, que son los que en esta ocasión polarizan mi atención, la publicación contiene 131 topónimos insulares: Adeje, Agaete, Agüimes, Agulo, Ajuy, Alegranza, Las Américas, Antigua, Arico, Arona, Arrecife, Artenara, Arucas, Barlovento, Betancuria, Breña Alta, Buenavista del Norte, Caldera de Taburiente, La Calera, Caleta del Sebo, Cañadas del Teide, Canarias, Candelaria, Chipude, Corralejo, El Cotillo, Los Cristianos, Fasnia, Firgas, Frontera, Fuencaliente, Fuerteventura, Gáldar, Garachico, Garajonay, La Gomera, Graciosa, Gran Canaria, Granadilla de Abona, La Guancha, Guarazoca, Guatiza, Guía, Guía de Isora, Güímar, Haría, Hermigua, El Hierro, Icod de los Vinos, La Laguna, Lanzarote, Los Llanos de Aridane, Lobos, La Matanza de Acentejo, Mazo, Mogán, Montaña Clara, Morro del Jable, Moya, Mozaga, La Oliva, La Orotava, Órzola, Pájara, La Palma, Las Palmas de Gran Canaria, La Pared, El Paso, Playa Blanca, Puerto de la Cruz, Puerto de las Nieves, Puerto del Rosario, Puerto Espíndola, Puerto Santiago, Puntagorda, Los Realejos, La Restinga, Roque del Este, Roque del Oeste, El Rosario, Sabinosa, San Andrés (Tenerife), San Andrés (El Hierro), San Andrés y Sauces, San Bartolomé, San Bartolomé de Tirajana, San Juan de la Rambla, San Miguel de Abona, San Nicolás de Tolentino, San Sebastián de La Gomera, Santa Brígida, Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de Tenerife, Santa Lucía de Tirajana, Santa María de Guía, Santa Úrsula, Santiago del Teide, Los Silos, Tacoronte, Tafira, Taganana, Tahíche, Tamaduste, Tazacorte, Tazo, Tegueste, Teguise, Tejeda, Tejina, Telde, Tenerife, Teror, Tías, Tijarafe, Timanfaya, Tinajo, Tindaya, Tiñor, Tuineje, Uga, Vallehermoso, Valleseco, Valsequillo, Valverde, Vega de San Mateo, Vega del Río Palmas, La Victoria de Acentejo, Vilaflor, Vueltas, Yaiza y Ye. Como vemos, esta relación está integrada por los nombres de las islas e islotes, la mayoría de los municipios y un grupo de carácter misceláneo en el que entran varios accidentes geográficos y algunas localidades, sobre todo las de interés turístico. Obviamente Albaigès no está interesado en un inventario exhaustivo sino en una amplia muestra representativa y por ello faltan en esta relación algunos topónimos insulares, como es el caso de El Tanque, Arafo, Garafía, Puntallana, Alajeró y Valle Gran Rey. Pero, dejando a un lado el rigor del inventario, lo que resulta realmente lamentable es la presencia de numerosos errores de diversa índole y la dirección errada en que se explican algunos topónimos canarios, consecuencia inevitable de seguir una metodología poco rigurosa y de manejar datos de escasa fiabilidad.

    Algunas de estas equivocaciones atañen a la información de carácter geográfico e histórico que acompaña la descripción o el comentario de algunos de los topónimos insulares inventariados. Así, se señala que Tindaya es un municipio fuerteventurés (593), cuando se trata de un enclave y de una montaña ubicadas en el término de La Oliva, y que Mozaga es una localidad del centro de Gran Canaria (411), cuando se encuentra, como es sabido, en Lanzarote. Se anota, también, que Firgas es una población al sur de la isla de Gran Canaria (260), cuando se encuentra en el norte, y que Arrecife es la capital de Lanzarote desde 1618 (96), cuando no lo será hasta la primera mitad del siglo XIX. Se recoge, además, que Barlovento es una localidad de la isla de La Palma a orillas del río Tima (120), cuando no hay ningún río que pase por este lugar, y que Teguise es un fondeadero al oeste de la isla de La Palma junto al barranco de las Angustias (589), confundiendo claramente la localidad lanzaroteña de Teguise con la de Tazacorte. Igualmente, se hace constar que en el caserío gomero de Tazo se encuentra la ermita de la Candelaria (588), cuando en realidad se trata de la conocida y antigua ermita de Santa Lucía, y que la población de Santa Cruz de La Palma se comenzó a denominar así en tiempos de Carlos V, fecha en la que se dejó de usar el nombre de Villa de Apurón (547), cuando vemos que en 1508 se la llamaba Villa de Santa Cruz, como puede verse en la data de Antón Gutiérrez Calderón sobre la fuente de Aguacencio [1]. Asimismo, a propósito de Betancuria, se habla del traslado de la capitalidad de esta población a Arrecife (133), con error evidente, y en Tijarafe se dice que este nombre se aplicaba a un manantial en La Caldera (593), cuando está más que demostrado que Tijarafe no es un hidrónimo sino el nombre de uno de los señoríos en que estaba dividida La Palma prehispánica a la llegada de Lugo, tal y como se desprende de la completa relación que a este respecto recoge Abreu Galindo. En el epígrafe relativo a Fuerteventura se lee que Bontier y Le Verrier llamaron a esta isla Herbaria o Erbania por las hierbas que constituían su única vegetación, que más tarde fue llamada Lagartaria por sus habitantes animales más visibles, Planaria por su topografía y Pintuaria por los tintes de orchilla que la distinguen, y que la conquistó Béthencourt, que estuvo en ella en 1517 y que la llamó Fortuite (270). Obviamente, la cronología está aquí totalmente trastocada, como puede desprenderse del hecho de que el barón normando no pudo estar en la isla en la fecha que se indica puesto que había dejado las Canarias hacia 1407-1408 y había muerto en su país en 1425. Se consigna, al hablar de Los Llanos de Aridane, que en su barrio de Tazacorte empezó la conquista de Tenerife el adelantado mayor de la isla de La Palma y Tenerife don Alonso Fernández de Lugo, lo que ocurre en 1491 (347). Como podemos observar aquí, a la imprecisión en el emplazamiento hay que añadir la inexactitud cronológica porque la conquista de La Palma no pudo comenzar en 1491 dado que es a mediados de 1492 cuando Fernández de Lugo obtiene la concesión real de esta empresa. En cuanto a Mazo, se afirma que el primer lugar con este nombre, en Lanzarote, fue sepultado por una erupción volcánica y que el que lo lleva actualmente es una población de calles empinadas en la isla de La Palma (379), estableciendo una distinción cronológica entre ambos topónimos que no corresponde porque los dos proceden de la etapa prehispánica. Asimismo, a propósito de Taganana se dice que es un pueblo en una pequeña caldera al noroeste de la isla de Tenerife y que Taganana era también la hija del mencey de Anaga y su nombre es aplicado también a un valle tinerfeño (580), mostrando que el topónimo se aplica erróneamente a dos accidentes geográficos distintos cuando en realidad se trata del mismo.

    En otros casos, en la explicación lingüística de algunos de los términos, se dan explicaciones inadmisibles. Así, se dice que el nombre de La Palma lo atribuyen algunos a Juan de La Palma, lugarteniente del conquistador Fernández de Lugo (453), cuando el proceso es inverso y es el personaje el que toma el nombre de la isla, argumentación que se repite en el término Chipude que se hace proceder del de una montaña próxima (204), cuando es justamente al contrario. Otro tanto sucede con el término Mogán, que se hace derivar del fitónimo mocán (392). Efectivamente, así se manifiesta Dominik Josef Wölfel en el glosario de su edición de la Descrittione de Leonardo Torriani (Leipzig, 1940), pero también relaciona Mogán con el prehispanismo tamogante, explicación que Álvarez Delgado [2] considera válida y que yo comparto. También se dice que el topónimo gomero Tazo es, de acuerdo con Álvarez Delgado, un nombre inventado sobre el topónimo Tazacorte, que se explica como corte del rey Tazo (588). Esta explicación es insostenible, como también lo es la que se da para Tazacorte y que procede, como se sabe, de Gaspar Frutuoso, célebre por las aventuradas hipótesis etimológicas que nos ha legado de algunos términos geográficos canarios [3]. Sobre Mazo se señala que es muy probablemente una derivación del árabe al-mazar ‘el cortijo’ (379), explicación que carece de fundamento. De Icod se dice que corresponde a una población fundada ex novo en 1501 por unas sesenta personas que pudieron por ello darle un nombre derivado del griego, como sostienen los historiadores locales y que primitivamente era conocida como Icode, Icoden y Benicoden, nombre que podría estar relacionado con el de la isla de Ikos (318). En este caso, como puede observarse, estamos ante una hipótesis etimológica sin consistencia alguna, que ignora que ninguna voz canaria se ha podido relacionar satisfactoriamente con el griego y que desconoce el indudable origen prehispánico de Icod.

    Junto a esto, se ignoran las conclusiones de los últimos estudios en esta dirección y se afirma, por ejemplo, que Chipude, Tamaduste y Tazacorte son términos de significado desconocido. Las últimas contribuciones, sin embargo, permiten el acercamiento a la etimología de diversas voces geográficas insulares. Así, en la voz Chipude tenemos una muestra del aprovechamiento del árbol o cualquier otro elemento de la flora insular en la génesis toponímica. En su descripción de La Gomera, Frutuoso [4]  nos dice que Chipude significa ‘tierra de palmas’ y sustenta esta afirmación en el hecho de que es la especie vegetal que predomina en la legua y media que separa Chipude de Benchijigua y su relato abunda en las características que la zona presenta a mediados del siglo xvi, sobre todo la rica vegetación, el hecho de ser una zona privilegiada para la caza, la profusión de sus palmerales y los abundantes y sabrosos dátiles que producen. Nuestro querido clérigo azoreano no va nada descaminado en lo relativo al valor que adjudica a la voz Chipude, porque es en la presencia notable de la Phoenix canariensis donde parece encontrarse el origen de la denominación del lugar, explicación firmemente apoyada por las formas bereberes tifuda (tifuda) ‘brote de la palmera datilera, extremidades de las palmas colindantes con el tronco’ en la variedad de Siwa y tafûdek ‘trozo de corteza de la palmera datilera, formado por el nacimiento de una palma’ en el bereber de los tuareg [5]. En lo que se refiere a Tamaduste —conocido nombre de una piscina natural en la que las aguas del mar, al abrigo de las paredes de roca, se encalman— se puede explicar a través de paralelos bereberes con el valor de ‘charca, estanque, laguna’ que explican satisfactoriamente esta forma canaria [6], de la misma manera que explican la forma gomera Tamadiste, lugar costero del término de Agulo, en la desembocadura del barranco de Lepe y también en Tenerife, en la costa norte de Anaga, se encuentra otro lugar costero llamado Tamadiste o Tamaíste. Esta cercanía formal en modo alguno es gratuita y proviene del hecho de que se trata de tres parajes con las mismas características, esto es, enclaves costeros en los que el mar forma charcas o donde las aguas marinas quedan retenidas y aquietadas. En cuanto a Tazacorte, Wölfel [7] proporciona una doble explicación que hay que tener en cuenta: una remite a diversas voces bereberes que tienen el valor de ‘llano’, como azagur y tizekkar, y la otra apunta a formas que tienen el sentido de ‘tronco’, como azkur, azekkur y tazzekkurt.

 

NOTAS:

[1] Véase J. B. Lorenzo Rodríguez, Noticias para la historia de La Palma, I, 1987, págs. 3-4.

[2] Álvarez Delgado, Miscelánea guanche, Santa Cruz de Tenerife, 1941, pág. 115.

[3] Véase G. Frutuoso, Las Islas Canarias, de Saudades da Terra, La Laguna, 1964.

[4] G. Frutuoso, loc. cit., págs. 81-82, 145.

[5] D. J. Wölfel, Monumenta Linguae Canariae, Graz, 1965, parte IV, § 217.

[6] D. J. Wölfel, loc. cit., parte V, § 562.

[7] D. J. Wölfel, loc. cit., parte V, § 259.

 

C. Díaz Alayón

 

Eugenio Cascón Martín, Manual del buen uso del español, Castalia, Madrid, 1999, 454 págs.

    El profesor Cascón Martín, que con anterioridad ya había publicado otras obras dedicadas al análisis de la ortografía y la gramática castellana en general, y, en particular, al estudio de la lengua coloquial, nos presenta ahora este Manual del buen uso del español con la intención de ofrecer una guía de lo que se debe y lo que no se debe decir o escribir en nuestra lengua. Si bien no son infrecuentes en las librerías volúmenes consagrados a este mismo menester, no es menos cierto que, como recuerda Eugenio Cascón, el español es una lengua constantemente agredida por una alarmante y extendida incompetencia lingüística, que sólo puede ser frenada con la ayuda de la atención política, el esmero de los medios de comunicación y la sensibilidad de los educadores.

    El Manual del buen uso del español opta por un método expositivo contrastivo que dispone las formas correctas junto a las incorrectas con la intención de hacer más patente la falta y su antídoto. El campo de trabajo se establece bajo la consideración de tres grandes secciones: ortografía, morfosintaxis y léxico, que lejos de permanecer en el ámbito conceptual, se materializan en una gran profusión de ejemplos y situaciones comunicativas concretas.

    La primera parte de la obra la ocupa el análisis del buen uso ortográfico de la palabra escrita en las tres direcciones más espinosas de nuestra lengua: la acentuación, la confusión gráfica entre consonantes y el empleo de los signos de puntuación. Una vez expuestas las reglas generales de acentuación de nuestra lengua, el profesor Cascón atiende con detenimiento a los diversos casos particulares de encuentro vocálico en diptongos, triptongos e hiatos. A ello se une el repaso del modo correcto de acentuación de palabras compuestas, latinismos y extranjerismos, así como la nómina de formas sujetas al uso diacrítico del acento, con especial detenimiento en los monosílabos y los demostrativos. Se cierra esta sección con útiles repertorios de palabras que permiten dos formas de acentuación, poseen una acentuación dudosa o sufren el uso frecuente de tilde de modo indebido.

    En «Elijamos bien las letras», el autor se esfuerza por mostrar las zonas más propensas al error que posee nuestro alfabeto, para lo cual agrupa el uso de consonantes de acuerdo con los problemas más comunes de discriminación que presentan; así, hallamos apartados sobre la confusión entre b / v / w, c / z, c / qu / k, c / z / s, d / z, g / gu / j, i / y, y / ll, m / n, r / rr, s / x. Tiene un lugar principal el análisis del comportamiento de la letra h en nuestro vocabulario, así como el uso de las letras mayúsculas. Como sucediera en el apartado anterior, éste se cierra con una curiosa lista de términos que admiten dos formas de escritura y con extensas nóminas de palabras cuya escritura suele conducir al error ortográfico, ya sea por la incorrecta elección de sus consonantes o por la falta de conocimiento de sus componentes.

    El profesor Cascón califica de ‘imprescindibles’ los a menudo menospreciados signos de puntuación, ya que su naturaleza de rasgos suprasegmentales los convierte en elementos vitales para una escritura coherente y precisa. En su repaso, el autor presta especial detenimiento a la coma, a cuyo uso necesario y mal uso indebido dedica sendos apartados.

    «El buen uso de la Gramática» ocupa la parte central del volumen y el mayor desvelo de su autor, consciente tanto de la importancia de clarificar el funcionamiento de nuestra lengua en este aspecto, como de la dificultad que recae en el hablante que desea hacer un buen uso de ella. En nueve capítulos se analizan las diferentes categorías gramaticales. Cada uno de estos capítulos mantiene la misma estructura: en un primer momento se estudia la forma y la función de cada una de estas categorías; si son categorías cerradas, se enumeran; y a continuación se establecen cuáles son sus usos correctos, problemáticos e incorrectos.

    Se abre este apartado con un pormenorizado repaso del comportamiento oracional de las preposiciones, que se contempla tanto desde el plano general, como desde la exposición atenta de los principales valores de cada una de ellas en sus usos apropiados, problemáticos e incorrectos. A continuación se recogen los diversos casos en los que el género y el número de los sustantivos pueden provocar en el hablante situaciones de duda o error. En relación con ello, el autor se detiene a repasar las principales formas y funciones del artículo como actualizador-reconocedor de sustantivos y su comportamiento diverso en la lengua. El problema de cómo estudiar el pronombre y los llamados adjetivos determinativos queda bien resuelto, al menos desde el punto de vista didáctico. Un capítulo entero se reserva para el estudio del pronombre personal, en donde se tratan aspectos tan necesarios como la presencia / ausencia del sujeto o la posición del pronombre y los errores que se cometen en este sentido; o, en el apartado de los clíticos, los problemas de leísmo, laísmo o loísmo, que tantas dudas provocan en los hablantes. Tras el espacio dedicado a los relativos, posesivos, demostrativos, interrogativos, indefinidos y numerales son incluidos en el mismo capítulo bajo la denominación «Otros pronombres y determinantes». Por lo que respecta al adjetivo, las incorrecciones afectan más al estilo que a la gramática, como, por ejemplo, la adjetivación enfática por medio de adjetivos desgastados por el uso continuo, o la transposición innecesaria de adjetivos a la función adverbial; cierra este apartado las construcciones dudosas e incorrectas en la formación del comparativo y el superlativo. Del adverbio, se tratan problemas de ortografía, la ‘mentemanía’ y otras dificultades de uso que el autor agrupa de forma alfabética. Cierra este recorrido por las diferentes categorías gramaticales un estudio exhaustivo de la morfología verbal, con listas completas de verbos con diferentes tipos de irregularidades. La segunda parte del capítulo es una descripción detallada de desviaciones modales, alteraciones en la coordinación temporal y confusiones en el aspecto. Los errores más significativos que se cometen en el uso del infinitivo y el gerundio también son recogidos por el autor.

    En el final de esta segunda parte del libro, el autor presenta los principales errores que comete el hablante inadvertido cuando articula dichas categorías funcionales para crear estructuras sintácticas más complejas: así, se describen los casos en que con más frecuencia se producen incorrecciones en la formación de estructuras coordinativas y subordinadas. Asimismo, se analizan los errores más frecuentes en la concordancia que debe existir entre ciertos constituyentes del sintagma o las alteraciones indebidas del orden secuencial fijado por la sintaxis.

    En cuanto al léxico, la última parte del libro proporciona al lector unos completos y variados repertorios léxicos en los que se recogen, bajo la ya mencionada disposición contrastiva, errores fonéticos, vulgarismos, neologismos, extranjerismos, palabras que admiten dos o más formas, términos que pueden ser confundidos, usos indebidos de palabras y frases deformadas.

    El Manual del buen uso del español es, pues, un valioso instrumento de análisis de nuestra lengua desde la perspectiva del hablante preocupado del buen uso que de ella debe y puede hacerse. Un instrumento que no se queda en la disquisición teórica, sino que apunta con certeza al buen uso de las normas fonéticas, ortográficas, morfosintácticas y léxicas del español.

Mª J. Blanco Rodríguez

 

Leonardo Gómez Torrego, Gramática didáctica del español, Ediciones SM, Madrid, 1998, 544 págs.

    Después del Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973) de la rae, que nació con carácter de «mero anticipo provisional», y tras la exitosa Gramática de la lengua española [1] (1994) de Emilio Alarcos —acogida y publicada por la RAE como propia—, seguimos sin contar aún con la «Gramática de la Academia», cuya edición se halla «en el difícil trance de ser elaborada», según F. Lázaro Carreter. Por eso esfuerzos como los del conspicuo investigador del CSIC, Leonardo Gómez Torrego, al publicar esta Gramática son muy loables y deberán tenerse en consideración, pues aspiran a engarzar la vertiente normativo-prescriptiva de la gramática con la didáctica, atendiendo siempre de modo circunspecto a los usos actuales del español, para profundizar por este camino en el funcionamiento de nuestra lengua. El propio Emilio Alarcos, en 1994, también se había propuesto ya «exponer los rasgos de la gramática del español que se descubren en los actos orales y escritos de los usuarios de la lengua en este siglo XX», evitando la complejidad terminológica y reduciendo al máximo la nomenclatura. En este sentido, por tanto, Gómez Torrego persigue el difícil equilibrio de hermanar los criterios basados en la norma y el uso en una gramática actual como ésta, orientada hacia la enseñanza, en la que se ha prescindido de toda clase de disquisiciones terminológicas. No obstante, las correspondencias de terminología entre diferentes modelos gramaticales ha quedado sucintamente expuesta. Al mismo tiempo, Gómez Torrego ha evitado los criterios extralingüísticos, no formales, tanto lógicos, filosóficos como semánticos, para caracterizar las unidades gramaticales y su funcionamiento.

    A nuestro juicio, resultaría ocioso y seguramente impertinente exponer aquí, escuetamente, la vasta trayectoria científica e investigadora de L. Gómez Torrego, tras los numerosísimos estudios que ha llevado a cabo sobre diversos aspectos del español (léxico, pronunciación, formas gramaticales, etc.), con acertada perspicacia y asombrosa claridad. Esta gramática, pues, se nos presenta como una obra madura del autor, que concienzudamente ha venido perfilándola en los últimos años.

    La Gramática se estructura en cuatro partes o capítulos, precedidos de una Introducción breve (págs. 11-27): a) Clases de palabras (págs. 29-249); b) Oraciones y grupos (págs, 253-371); c) Fonética y Fonología (págs. 375-409) y d) Ortografía (págs. 413-507). Los párrafos o apartados de cada capítulo culminan con ejercicios gramaticales específicos, que resultarán útiles a quienes cursan estudios de español en niveles preuniversitarios; aunque también podrán servirse de ellos otros lectores, en multitud de ocasiones y momentos: por ejemplo, los estudiantes de español como lengua extranjera. Las correspondientes soluciones a dichos ejercicios se presentan al final del volumen, precediendo al índice temático (págs. 533-543).

    El propio autor señala en la «Presentación» que ha prescindido de desarrollos de determinadas cuestiones gramaticales, por escapar al carácter de la propia obra [2], aunque indudablemente no ha quedado sin esbozar «lo esencial de cada fenómeno gramatical». Por lo demás, podría objetarse que el tratamiento de la materia en ciertos casos sea personal, original y, por tanto, sujeto a la discrepancia científica o crítica. No obstante, en nuestra opinión, Gómez Torrego adopta una postura que, sin alejarse demasiado de la gramática tradicional, aporta planteamientos novedosos y particulares, que vienen a airear esta parcela lingüística. Así, se prescinde de los ejemplos tomados de textos literarios del pasado y se ejemplifica con formas del coloquio, con construcciones o frases de la prensa de hoy, de la radio, de la televisión y de los hablantes del español en situaciones comunicativas reales, de la vida cotidiana en nuestro tiempo. Se registran y analizan construcciones que tradicionalmente habían quedado relegadas de cualquier tratado gramatical, por ejemplo, aquellas que son resultado de procesos textuales de topicalización. Sirvan como botón de muestra de lo antedicho el sustantivo masculino modisto (ya en el DRAE, pág. 40); la locución adverbial negativa para nada ‘no’ (pág. 128); las construcciones lejos de narices ‘muy lejos’; De política, ni palabra; Trabaja una burrada; Sabe un montón, la tira...; Suda como un pollo; o el uso del indefinido un con valor enfático en estructuras formadas con ser o estar seguidos de preposición: es de un cursi (pág. 88), entre muchos otros que podrían traerse a colación. En consecuencia, la perspectiva gramatical se ha enriquecido con los recientes aportes de la investigación sociolingüística y pragmática del español actual, que ya empezaron a quedar sugeridos y esbozados en la Gramática de E. Alarcos. Por fin, pues, el lector puede comprobar que, además de la lengua literaria y junto a ella, hay otros modelos, niveles o estilos de lengua (lenguaje administrativo, político, jurídico, comercial, jergal, juvenil, rural, etc.) con sus peculiaridades propias, cuya explicación y análisis no escapa tampoco a esta Gramática.

    En este sentido, en relación con los nombres propios que se usan con artículo (pág. 35) bien por ir especificados, bien por tratarse de personajes famosos (el Manolo del otro día, la Caballé, la Pardo Bazán), convendría haber añadido aquellos nombres propios y apellidos que, llevando el artículo, se refieren a determinado libro de ese autor (el Nebrija, el Espasa, el Alarcos, el María Moliner, el Seco); a un hotel (el Alfonso XIII); a un hospital (el Carlos Haya, pero el Virgen de las Nieves o el Reina Sofía); a un equipo o estadio de fútbol (el Málaga, el Santiago Bernabéu, el Sánchez Pizjuán); a un barco o tren (el Juan Sebastián Elcano, el Costa del Sol); al apodo de un torero (el Juli); e, incluso, a alguna institución: la Menéndez Pelayo de Santander, la Antonio Machado de Baeza, la Carlos III y el Beatriz Galindo de Madrid, etc. En algunos de estos casos, se cumple además una sorprendente e inusitada —hasta ahora— violación de la concordancia del artículo con el nombre. Casi en el pleistoceno de la oralidad española se han quedado formas coloquiales como el Antonio, la Pepa o el Juanito. (Hubo un tiempo en el que el primero se refería al Arte gramatical nebrijano, el segundo a una Constitución y el último a un famoso manual de lectura, que heredé de mi bisabuelo). Pero todavía resta una cuestión más preocupante, a nuestro juicio: la elisión del artículo y parte del sintagma nominal en numerosos ejemplos, frecuentes en los medios de comunicación (*Naciones Unidas convoca una reunión urgente < La Organización de las Naciones Unidas...; *Obras Públicas acometió la empresa < El Ministerio de Obras Públicas...), donde en consecuencia se viola, al mismo tiempo, la concordancia del sujeto y el verbo.

    En fin, obsérvese que se han ubicado en las últimas páginas del volumen los aspectos fonético-fonológicos y ortográficos del español [3], mientras que en el Esbozo (1973) de la RAE la Fonología se coloca al principio (engloba las antiguas Prosodia y Ortografía de la Gramática académica de 1931), seguido de la Morfología (Analogía) y la Sintaxis. Las dos primeras eran las que sufrieron una revisión mayor, respecto de la edición citada de 1931, al enriquecerse con planteamientos lingüísticos estructurales. Gómez Torrego ha expuesto con agudeza y rigor cada aspecto de la pronunciación, de la fonología y de la ortografía, trazando las líneas maestras de esta parcela gramatical [4], que —no lo olvidemos— es la más erosionada en la dilatada geografía lingüística del español. Sus esquemas y cuadros sobre fonemas, alófonos, correspondencia entre grafías y sonidos, así como la introducción al Alfabeto Fonético Internacional y al de la Revista de Filología Española resultarán útiles, por su carácter ilustrativo y sumamente sintético, para muchos estudiantes, incluidos los que aprenden el español como lengua extranjera. Tampoco en este caso, la síntesis gramatical de Gómez Torrego está reñida con la precisión ni con la exhaustividad. Tal vez, hubiera sido deseable dedicar más espacio a la entonación (págs. 406-409) del español, sobre todo tratándose de una parcela tan rica, atractiva, desconocida, y, a menudo, relegada a un segundo plano. Se precisan nuevos estudios minuciosos, hechos en la actualidad, sobre tan variada parcela del uso oral del español, tanto en las regiones españolas como en Hispanoamérica. Sin duda, los nuevos investigadores hallarán en la entonación del español un terreno inculto, pero fértil.

    Por otra parte, debemos reseñar que el autor ha prescindido de las notas a pie de página y de las eruditas relaciones de la ingente bibliografía gramatical disponible. También en esto Gómez Torrego coincide con Alarcos, al arrinconar los afanes eruditos en pos de la claridad didáctica.

    Constituyen un gran logro, a nuestro juicio, la presentación formal de los aspectos gramaticales, de las dificultades comunes, así como las observaciones y las llamadas de atención sobre determinadas estructuras. Esto es, «el diseño claro y riguroso» ha perseguido mostrar atractivamente el material gramatical. Los ladillos contribuyen enormemente al objetivo editorial de esta obra. Con todo ello se logra una convergencia metódica en pro de la claridad expositiva, sacrificando los razonamientos eruditos de los gramáticos a propósito de cuestiones muy concretas.

    El aspecto normativo o prescriptivo no falta en la Gramática didáctica del español, aunque el interés por la descripción quede bien patente. Ineludiblemente, un gramático de nuestro tiempo como Gómez Torrego no tiene más remedio, en multitud de casos, que ceder ante la realidad lingüística y hacer determinadas concesiones al uso, en perjuicio de la norma. Si cada vez más hablantes prefieren una determinada construcción gramatical, aunque sea ilegítima, el gramático nada conseguirá condenándola por incorrecta, como en el viejo Appendix Probi. Al final, el tiempo suele acabar sancionando como correctos muchos usos que nacieron espuriamente. Habrá que estar atentos a la oración pseudoimpersonal construida con una (en femenino): Una se encuentra a gusto (pág. 271), cada vez más frecuente por aquello de trasladar al terreno de la gramática reivindicaciones feministas que pertenecen exclusivamente al mundo social.

    En fin, destaca sobremanera en la Gramática de Gómez Torrego el cuidado puesto al redactar las múltiples referencias cruzadas e internas (tanto anafóricas como catafóricas) tan importantes, por no decir imprescindibles, en un tratado de este tipo, que complementan el ya citado índice de materias. Asimismo, resalta en esta Gramática la pulcra edición, sin erratas; cuidada en todos los extremos y bien impresa; por último, cabe subrayar que la estructura y la presentación de los contenidos se adecuan a lo que se entiende por una gramática didáctica, según anticipaba ya el propio título.

    Para terminar, no nos cabe duda de que Gómez Torrego ha puesto en este manual todo su esfuerzo, inteligencia y tesón, para conjugar la descrición gramatical del español actual, atenta a los usos vigentes, con la divulgación de la norma gramatical del español que usan los hablantes cultos, sin renunciar a la amenidad, sencillez y precisión que exige una obra con la finalidad didáctica de ésta. Al fin y al cabo —se ha dicho y lo seguiremos repitiendo en adelante—, la sustancia última de la lengua, el alma del español, hablado en tantas latitudes, descansa en las estructuras morfosintácticas. La Gramática de Gómez Torrego cumple con la función para la que fue concebida, ilustrar al lector en cuanto a las normas y usos gramaticales del español de nuestro siglo y hacerle reflexionar sobre su propia lengua.

 

NOTAS:

[1] E. Alarcos Llorach, Gramática de la lengua española, «Colección Nebrija y Bello», Espasa Calpe, Madrid, 1994.

[2] Para otro tipo de indagaciones gramaticales o de desarrollos sistemáticos y exhaustivos en la gramática española, disponemos ya de la magna obra de I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática de la lengua española, «Colección Nebrija y Bello» de la RAE, Madrid, Espasa Calpe, 1999, 3 vols.

[3] Mientras redactamos estas líneas, ha llegado como novedad a las librerías el volumen de la RAE, Ortografía de la lengua española, edición revisada por las Academias de la Lengua Española, Espasa Calpe, Madrid, 1999.

[4] Véase la Gramática coordinada por I. Bosque y V. Demonte, ya citada, en la que ha quedado excluida la Fonología.

M. Galeote

 

Javier Medina López, Lenguas en contacto, Arco / Libros (Col. Cuadernos de Lengua Española), Madrid, 1997, 70 págs.

    El libro que hoy reseñamos se enmarca en la colección Cuadernos de Lengua Española y, naturalmente, comparte contenido y forma con los otros volúmenes de dicha colección. Es semejante en contenido en el sentido que va dirigido a un público no experto («alumnos de los últimos cursos de la LOGSE, opositores y alumnos del primer ciclo universitario», Presentación), aspecto que se refleja tanto en el nivel de lengua usado en la exposición como en la selección y exposición de los contenidos (evidentemente, se obvian polémicas lingüísticas acerca de definiciones o conceptos implicados en el tema y se huye del exceso de datos). Asimismo, siguiendo las directrices formales de la colección, el volumen se completa con dos tipos de materiales complementarios. Por un lado, se presentan varios apéndices, tres, en este caso: Apéndice 1. «Lenguas más habladas en el mundo»; Apéndice 2. «Algunos países bilingües o multilingües» (aquí se advierte que se trata de un listado orientativo, en el que pueden hallarse lagunas, sobre todo en el caso de África o Asia); y Apéndice 3. «Texto en papiamento» y su correspondiente traducción. Por otra parte, los veintiséis ejercicios (y sus soluciones) que cierran la obra son una atractiva manera de insistir en algunas de las cuestiones expuestas en el volumen y pueden servir de guía al docente para elaborar nuevos problemas de acuerdo con los intereses y el nivel de los alumnos.

    Creemos que resulta acertada la estructuración en dos partes que el autor realiza y que ayuda a contemplar el tema de las lenguas en contacto desde dos vertientes distinas: la óptica teórica y la aplicada. A esta doble división corresponden los dos capítulos de que consta el libro. Así, en el primero (Lenguas en contacto), después de realizar una breve introducción historiográfica sobre los estudios sociolingüísticos dedicados al tema, el autor se encarga de una manera concisa y clara de diversos conceptos clave, como interferencia o cambio de código. Es de agradecer el esfuerzo de síntesis en unas cuestiones (el cambio de código, especialmente) en las que la bibliografía es harto vasta y densa. El principal acierto de Medina es que, manteniendo el tono didáctico adecuado para este tipo de discursos, consigue dar la información necesaria para un primer acercamiento de un no especialista al tema.

    El segundo capítulo (La situación lingüística en España), además de tratar diversas cuestiones legales respecto a la situación de las lenguas peninsulares, se ocupa de la historia de las lenguas en su territorio y su relación con el castellano diacrónicamente. También menciona áreas que normalmente no se tienen en cuenta como el Valle de Arán o Aragón. Lamentamos que en este caso no se expliciten algunas de las características lingüísticas de las zonas de España en las que se produce el contacto de lenguas, que, desde nuestro punto de vista, hubiera sido muy pertinente, sobre todo después de la exposición del primer capítulo.

    Resulta también adecuado el repertorio bibliográfico que se ofrece, puesto que en él se incluyen las obras introductorias básicas que, además de ser asequibles a un público no especialista, pueden convertirse en los primeros pasos para profundizar en un tema sin duda apasionante.

M. Casanovas Catalá

 

Serge Santi, Isabelle Guaïtella, Christian Cavé y Gabielle Konopczynski (eds.), Oralité et gestualité. Communication multimodale, interaction (Actes du Colloque International Orage’98), L’Harmattan, París, 1998, 702 págs.

    Este extenso volumen reúne las conferencias y comunicaciones presentadas en el Coloquio Internacional Orage’98, organizado por el Laboratoire de Phonétique de l’Université de Franche-Comté (Besançon) y el Laboratoire Parole et Langage (CNRS) de l’Université de Provence (Aix-en-Provence) y celebrado en Besançon del 9 al 11 de diciembre de 1998. El encuentro estuvo dedicado a la reflexión sobre los aspectos vocales y gestuales del lenguaje, con atención especial a las relaciones que establecen estos aspectos entre sí, y estaba concebido como pluridisciplinar, en razón de lo cual las contribuciones que se presentan abordan la problemática señalada desde distintos dominios disciplinares y mediante posiciones teóricas y objetivos diversos.

    Tras una presentación muy breve, el libro está organizado en dos partes: la primera ofrece tres conferencias de profesores invitados al coloquio y la segunda parte, mucho más extensa, incluye noventa y cinco comunicaciones clasificadas en dieciocho bloques por afinidades temáticas y, en algunos casos, disciplinares.

    La primera conferencia, a cargo del grupo Geste et Voix [1], promotor del Coloquio, aborda el tema central del encuentro, «Les relations voco-gestuelles dans la communication interpersonnelle: Emergence d’une probléma-tique et carrefour interdisciplinaire», por lo que, aunque no se plantee explícitamente, funciona como marco que establece el espacio en el que cobran sentido las diversas comunicaciones. El artículo presenta las hipótesis de trabajo que fundamentan la actividad de este grupo de investigadores, la metodología que siguen, algunos de los trabajos realizados y sus resultados, todo ello con referencia a un contexto científico en el que sitúan esta problemática. Entienden los autores que el análisis de la relación entre gestualidad y vocalidad en la producción interactiva del discurso constituye un dominio nuevo fundado en la investigación realizada en el seno de disciplinas diversas, entre las que destacan el interaccionismo (especialmente la Etnometodología y la Etología), los estudios sobre la comunicación no verbal, la Fonética (más concretamente, los estudios de la teoría motriz, de la mímica fonatoria y del gesto prosódico) y la Psicolingüística. De estos referentes disciplinares proceden sus hipótesis fundamentales: que las manifesta-ciones gestuales y vocales están coordinadas desde el nivel cognitivo, y no son secundarias respecto a la producción verbal, sino centrales y preliminares; que son complementarias y no contradictorias, y no responden a códigos estáticos, sino que tienen un carácter dinámico; y que ambas proporcionan indicios para comprender lo que ocurre en el nivel cognitivo, en el individuo que habla y en la interacción entre dos o más hablantes. En cuanto a la metodología de trabajo, los autores distinguen entre su metodología práctica, para cuya explicación remiten al trabajo que presenta Bernard Teston en este mismo volumen (tercera conferencia), y la teoría metodológica, que refieren a los preliminares del en-foque experimental, con criterios inspirados en la etología humana y en algunos trabajos de semiótica; con esos criterios el grupo procede al análisis de corpus de habla improvisada, a la formulación de hipótesis no rígidas y al estudio sistemático de problemas precisos a través de varios trabajos experimentales.

     El segundo artículo es la conferencia de Boris Cyrulnik «La transmission de pensée ou le comment de la parole», que presenta una perspectiva diferente: el acercamiento a los problemas de la vocalidad y la gestualidad partiendo de la idea de que el comportamiento vocal y gestual que acompaña a la palabra expresa y transmite un mundo subjetivo de emociones. Tras algunas consideraciones sobre la forma en que se configuran los recuerdos y la memoria autobiográfica que constituye la identidad personal, el autor se refiere a la producción y la transmisión del pensamiento exponiendo los efectos que provocan en el lenguaje, el paralenguaje y los gestos algunas situaciones traumáticas que afectan a la conciencia (amnesias, lobotomías, afasias), y concluye que el comportamiento vocal y gestual transmite la imagen íntima que el individuo posee del mundo o la imagen alterada por esos trastornos.

    La tercera conferencia, «L’observation et l’enregistrement des mouvements dans la parole: Problèmes et méthodes», de Bernard Teston, aborda los problemas de registro de los movimientos que acompañan al lenguaje verbal. Distingue los movimientos que acompañan a la palabra y los movimientos de los órganos articulatorios que producen la palabra, y señala que los registros mediante cámaras de vídeo permiten analizar los primeros congelando las imágenes, pero que para la observación de los otros movimientos es necesario recurrir a los métodos utilizados por la fonología articulatoria (análisis electromagnéticos de la actividad muscular, resonancias magnéticas nucleares o escáner, electropalatografía, sistemas aerodinámicos de medidas, etcétera) métodos que están sometidos al marco jurídico que rige las experimentaciones humanas y obligan a la colaboración con profesionales médicos y con centros que cuentan con esa tecnología de difícil acceso y cada vez más especializada.

    Las comunicaciones que se incluyen en la segunda parte del libro son textos poco extensos que casi siempre plantean, con una sucinta referencia a un marco teórico, análisis de casos o un trabajo experimental (de laboratorio) orientado a la comprobación de alguna hipótesis. Las comunicaciones se agrupan en bloques que atienden, por una parte, a los distintos elementos de la problemática planteada (oralidad, gestualidad y relación entre ambas) y, por otra, a un criterio disciplinar o de campos profesionales.

    Entre los bloques de comunicaciones que se agrupan con criterio temático, dos se dedican a los aspectos vocales (uno con el rótulo de «Suprasegmental» y otro de «Prosodia y vocalidad»); otros dos bloques, titulados «Gestos y representaciones», incluyen contribuciones sobre las funciones de los gestos en la interacción y su relación con la cognición (papel de los gestos en la memorización de enunciados, función cognitiva e interaccional de los movimientos de cabeza, etc.); y otros cuatro bloques se dedican a las relaciones entre los diferentes procedimientos que entran en juego en la comunicación (en dos de ellos se pone en relación el gesto y la voz, uno se refiere a los gestos sincronizados con el habla y el otro a la multimodalidad que caracteriza la interacción).

    El criterio disciplinar, o de campos profesionales, justifica la organización de los otros grupos de comunicaciones. A este criterio responden los dos bloques dedicados a los aspectos vocales y gestuales en la adquisición, el aprendizaje y la enseñanza de lenguas, y los dos dedicados a la «Patología», que resultan aportaciones muy específicas en campos como la Lingüística clínica, la Psicología o la Neurología (miradas, comportamientos, funcionamiento de elementos su-prasegmentales en niños autistas; gestos emocionales en niños ciegos; comportamientos comunicativos de niños con desórdenes lingüísticos; comprensión y producción de gestos convencionales en enfermos de Alzheimer; los gestos de niños con deficiencias mentales; la voz y el gesto en la enfermedad de Parkinson, etc.); y la misma especificidad presentan un bloque dedicado a las comunicaciones que tratan el tema de la sordera y uno dedicado a la Lengua de Signos. El conjunto se completa con un grupo de comunicaciones relativas a «Instrumentos y métodos de análisis» y otros tres menos definidos temática o disciplinarmente: «Cognición y evolución de la comunicación», «Cultura y transculturalidad» y «Situaciones y particularidades».

     El libro es oportuno por el interés que suscitan los elementos sonoros del lenguaje y la gestualidad en un momento en el que los estudios filológicos y lingüísticos (además de otros campos disciplinares) se han abierto a la consideración del conjunto de elementos que intervienen en el uso oral del lenguaje, aunque se advierte en él un predominio de perspectivas clínicas, neurológicas, psicológicas o cognitivas, de una metodología experimental y de trabajos de laboratorio (consecuencia, sin duda, de la actividad que desarrollan los organizadores del coloquio en laboratorios de fonética) y se echa de menos una mayor presencia de acercamientos semióticos, filológicos o lingüísticos, que podía esperarse en relación con la temática propuesta y con el título de la publicación. El tratamiento multidisciplinar que se observa es el propio de las aplicaciones lingüísticas o de las disciplinas que surgen mediante la confluencia de dos campos, de manera que, como se ha señalado en relación con la agrupación de las comunicaciones, un buen número de éstas se sitúa en el marco de la Lingüística Clínica o de la Neurolingüística y, un número bastante menor, en el de la Adquisición y la Enseñanza de Lenguas, ámbitos reconocidos de la Lingüística Aplicada. Por otra parte, al tratarse de un volumen que recopila actas de un encuentro de especialistas, no se encontrará en él el tratamiento ordenado, equilibrado y sistemático que el título podría sugerir en otras condiciones, sino, más bien, apuntes de las líneas de investigación abiertas, muestras de los métodos empleados y algunos resultados sugerentes con vistas a la indagación, todavía por hacer en muchos sentidos, sobre la oralidad del lenguaje.

     Considerando algunas de las restricciones apuntadas, el volumen interesará primeramente a los especialistas en los campos que están en él más representados, pero no exclusivamente, porque el conocimiento elaborado en esos espacios de intersección de las ciencias del lenguaje con otros campos disciplinares, aunque no resulte central en los estudios filológicos o en la Lingüística teórica, parece que revierte cada vez más en las ideas generales acerca del lenguaje y en el desarrollo de nuevas orientaciones de los estudios lingüísticos, por lo que merece la atención de cualquiera que se interese por el lenguaje y las lenguas. Estos lectores no especialistas en las cuestiones tratadas encontrarán en la obra un panorama, quizá no completo, pero sin duda relevante, de la investigación reciente en los dominios señalados.

 

NOTAS:

[1] Firman el artículo, como miembros de este grupo de investigación: I. Guaïtella, S. Santi, Ch. Cavé, R. Bertrand, J. Boyer, M. Faraco, B. Lagrue, P. Mignard, Ch. Paboudjian y A. Purson.

Mª D. Abascal Vicente

 

Furio Colombo, Últimas noticias sobre periodismo. Manual de periodismo internacional, Anagrama, Barcelona, 1997, 236 págs.

    Hablar de periodismo es hablar del género como tal y también de una raza particular de profesionales. En el cruce de estos dos factores surge una comunicación hoy totalmente desnaturalizada, tan compleja como el medio en el que se desenvuelve. Esta visión —bien argumentada— es la que Furio Colombo nos ofrece en esta obra quizá a simple vista cargada de pesimismo y desesperanza ante el futuro de la cada vez más ‘omnipotente’ comunicación.

    El modelo de periodismo norteamericano es el más evolucionado e imitado en el mundo. En él tienen lugar los más sorprendentes avances y enfoques, al tiempo que se producen las más alarmantes degeneraciones. Desde el comienzo de su historia EEUU ha dado una importancia primordial a la información y a la profesión periodística como instrumento facilitador de su democracia. A pesar de ello, es este país el que alumbra la crisis de credibilidad que actualmente prevalece entre la opinión pública de cualquier estado. La pérdida de confianza ha venido provocada por una serie de vicios adquiridos por los protagonistas de la información, sus transmisores y los círculos de poder. Intentar conquistar la autonomía necesaria con respecto a éstos y también respecto a las corrientes de opinión pública es el acertado y sinuoso camino para recuperar esa credibilidad perdida.

    La escasez de fuentes, la influencia del poder, el riesgo de la censura directa o indirecta, y la presión de los receptores hacen de la comunicación un proceso opaco, arrastrado por corrientes de intereses más o menos claramente manifiestos, dando lugar a verdaderas campañas propiciadas con un fin concreto, sobrepasando el sagrado límite existente entre la noticia y la propaganda. El debate político y la vida pública se desarrollan enteramente ante las cámaras y en las páginas de los diarios, que determinan la dirección de la opinión pública. Y es que la intención de desinformar ha existido y existe actualmente en determinadas esferas en el proceso de comunicación: la preocupación por conflictos ajenos a la sociedad a la que se pertenece, esa falsa conciencia recreadora de una aparente realidad distrae la atención del receptor y apacigua la opinión pública en relación a problemas sociales cercanos. El periodismo, que se concibe como asesor y documentalista para la opinión pública ejercido siempre con la responsabilidad y profesionalidad deseadas, habitualmente desemboca en un subgénero mutilado en el que se construyen «historias» a partir de versiones sin verificar. Los dispositivos personales de opinión —la identidad social, profesional y cultural del informador— condicionan el producto de su tarea informativa, pero son las presiones exteriores ejercidas sobre el periodista, constantes y manifestadas de infinitos modos, las que dan lugar a una impotencia que condiciona el modo de proceder del que constantemente confirma ante sí mismo y los demás su dependencia. Y esta dependencia da lugar a un progresivo descuido que relega la verificación y comprobación de las informaciones recurriendo a versiones no confirmadas, a noticias ciertas aderezadas con cantidad de detalles falsos o inexactos; crece la tendencia a la publicación de la noticia fácil que, en función de criterios de espectacularidad, morbo o interés político o económico particulares, es seleccionada dentro del gran volumen de información generada. Cualquier revelación o denuncia sensacionalista tiene su lugar en el panorama informativo sin que, desde el punto de vista de la ética periodística o la profesionalidad, lleguen a alcanzar la categoría de ‘noticia’ ni tengan interés público alguno.

    En la búsqueda del favor del público se cae en el espectáculo y el sensacionalismo extendido incluso hacia áreas ajenas al ocio como es la información: hoy no existe comunicación sin espectáculo. El periodismo transforma su identidad para pasar de agente social a instrumento para el entretenimiento, activando todos los mecanismos que este nuevo papel requiere y, al mismo tiempo, legalizando una nueva moral adaptada a las circunstancias, tan cuestionables desde la visión tradicional de la siempre ambigua profesión periodística.

    Así es como se configura la realidad ficticia que se describe en los medios como verdadera y actual, un reflejo manipulado de lo que es la vida real, un entramado en el que difícilmente se adivinan las relaciones ‘comerciales’ que la articulan, siempre ‘a imagen y semejanza’ del sistema americano del que sistemáticamente se excluye la comunicación bidireccional. El nivel superior de ‘civilización periodística’ que vivimos, en concepto y medios cada vez más evolucionada, ha dejado paso también a una fantástica (como ficticia) y sensacionalista visión.

    La identidad nacional en EEUU es un factor determinante en todos los aspectos de su sociedad al igual que en el campo profesional de la comunicación: la formación psicológica y cultural, el entorno, la presión y un celebrado bagaje histórico, hacen que la identificación del periodista estadounidense con su gobierno sea muy elevada, circunstancia que afecta notablemente a su objetividad. Es eeuu quien decide qué es noticia y qué no lo es, no sólo dentro de sus fronteras. Un 75% de las informaciones que circulan a nivel internacional son generadas por las agencias americanas de noticias, y es en el momento en el que los media americanos prestan oídos a una cuestión cuando se convierte en noticia. El periodismo freelance se realiza casi exclusivamente en lengua inglesa, y simplemente este hecho parece imprimir categoría a una información. Se trata de ‘imposición’ más que de información cara al mundo.

    Furio Colombo anuncia la futura implantación de un protectorado americano de la comunicación que muchos consideran ya instituido, no sólo en lo que afecta al sistema de información y de medios, sino también en las más cotidianas manifestaciones culturales. En EEUU los medios de comunicación están fuertemente vinculados al poder político y constituyen además un productivo y rentable sector industrial. Este protagonismo también pretende extenderse y ser imitado.

    Pero es bien sabido que la reacción de los pueblos ‘colonizados’ no es de rechazo o resistencia ante la cultura ajena ni mucho menos, sino que se asume con afán de simulación encendido en todos los ámbitos de la sociedad.

    El modelo americano de comunicación ha impuesto también sus mecanismos y enfoques para el tratamiento de las informaciones, pautas seguidas en todos los países democráticos desarrollados: esta forzada y desnaturalizada forma de transmitir información genera una espectacularidad y un sensacionalismo aún extraños para la comunidad a la que se destina.

    Además de la presión política, es el propio periodismo el que en otros casos, dentro de su propia confusión, ejerce sobre sí mismo una censura que, en pos de una inalcanzable y utópica —e incluso indeseable— absoluta objetividad, se impide a sí mismo concluir su misión informativa aportando una interpretación también informativa. Si no se cumple ese objetivo final, asociar ideas como ‘comunicación’ y ‘libertad’ resulta paradójico.

    Son incontables los casos en los que la importancia o el dramatismo de los hechos hacen imposible la actitud imparcial del informador. Las crónicas de corresponsales de guerra, las informaciones acerca de asesinatos terroristas..., exigen del informador y de cualquiera que aborde el tema una postura crítica y de condena. Y aún así, no dejan de ser brillantes documentos periodísticos por el hecho de poner de manifiesto una toma de partido siempre de lado de aquellos que sufren.

    A raíz de este tema se ha abierto el encarnizado y silenciado debate acerca de la responsabilidad de los periodistas ante el desarrollo de los hechos que pretenden cubrir. La presencia de periodistas en linchamientos y acciones violentas extremas en las que no se produce intervención ni mediación alguna por parte de los informadores ha puesto de nuevo en tela de juicio la ‘inmoral’ moralidad de la profesión periodística.

    Partimos de la premisa de que situarse ante una información sin ningún tipo de opinión o idea preconcebida resulta imposible, y sería de una gran incredulidad ignorar que el prejuicio ideológico aparece inevitablemente en el momento en el que se toma contacto con un tema. Por lo tanto, lo que podría tacharse de poco ético no es trabajar desde un determinado posicionamiento, sino fingir una falsa objetividad y ocultar al receptor el verdadero punto de partida de una información o juicio de valor.

    El sistema de medios actual, configurado sobre avances sociales —como la integración de minorías— y tecnológicos —como la comunicación de masas, la radio, la televisión o los ordenadores—, encuentra en la falta de rigor periodístico uno de sus más duros enemigos. La pérdida de credibilidad de los medios ha venido provocada por la avalancha constante de noticias que terminan por perderse sin esclarecer ninguno de los interrogantes que en sí mismas plantean. El perio-dista se somete a la fuente, ya sea por su autoridad o por afán de conservación de convenientes buenas relaciones, de modo que se prescinde de la necesaria verificación mientras se oculta la identidad del facilitador de la información privando al receptor del contexto necesario para recibir la noticia con actitud crítica. Ese ‘no cuestionamiento’ de la fuente se hace mayor al desenvolverse en ámbitos concretos. El hecho de que el tema requiera más especialización por parte del periodista (caso de las noticias científicas), de que la fuente proceda de círculos elevados de poder (noticias económicas o políticas), o de que aparentemente presente muchas garantías o credibilidad (noticias religiosas), coartan aún más la movilidad del comunicador. Se trata, en estos casos, de noticias con mucha proyección y sin verificación previa. Esta disfunción encuentra en Italia —campo de estudio para Furio Colombo— una de sus más rotundas y escandalosas expresiones en la relación establecida entre periodistas y poder político y, sobre todo, judicial. Colombo conoce de cerca el caso y critica ese compromiso de silencio y esa sumisión que mutila el periodismo y le impide cumplir con su misión primordial. Aceptar informaciones privilegiadas, creadas a propósito y con un propósito, exclusivas que se alcanzan como favor que deberá ser correspondido, a través de fuentes poco fiables, es un mal extendido en el periodismo actual. Se produce un efecto de eco de modo que la información cuestionable se propaga rápidamente, a través de medios ‘fiables’, cubriéndose así de una credibilidad totalmente infundada. Por otro lado, la responsabilidad sobre la calidad de la noticia se mitiga cuando el medio en cuestión no es el primero en publicarla: solamente aquel que lanza la noticia al foro público debe contrastar y verificar. Se trata de otro intento de excusar la injustificada falta de profesionalidad vigente.

    Se ha entrado en una inercia de la que parece imposible salir, y es cierta —y no debe ser pasada por alto— la afirmación formulada por Furio Colombo en esta obra al revelar, casi amenazar, con que el último desafío en lo que se refiere a medios de comunicación no deberá ser técnico, sino mental.

    En un intento por llamar la atención, el periodismo moderno ha alumbrado fenómenos muy curiosos, idénticos en escenarios muy distantes, como por ejemplo el de recurrir sistemáticamente a los mismos temas cargados de connotaciones sociales racistas, sexuales y políticas, historias que cíclicamente vuelven a presentarse revestidas de una fingida novedad o vigencia como puede ser el tema del tráfico de órganos para transplantes.

    Parece inevitable preguntarse cómo pueden denunciarse estas ‘historias’ y sobrevivir durante un período de tiempo, causando una agitada convulsión pública, para desvanecerse después y quedar en nada. Quizá se confirme la fundamentada sospecha de que todo este trabajo se lleva a cabo con la única finalidad de entretener.

    Ocurre algo semejante en lo que Colombo denomina noticias ‘aplazadas’ o ‘truncadas’, cuestiones que permanecen abiertas indefinidamente, rodeadas de interrogantes sin contestar, bien por intereses creados o por incompetencia de los periodistas, y también por la falta de exigencia del público que no demanda conclusiones. Esta actitud de la opinión pública, acostumbrada a estructurarse sobre la poca o mucha, exacta o inexacta información proporcionada por los medios, facilita el hecho de que el proceso informativo quede inconcluso en la mayoría de los casos.

    Apoyada en idénticas condiciones llega al receptor la entrevista, también un género imperfecto. Ahora más que nunca, la frecuente afinidad ideológica entre el entrevistador y el entrevistado —o la sumisión en su defecto— hace de la verdadera información y de la objetividad una ilusión. El entrevistador es utilizado por un personaje al que interesa dar a conocer algo en concreto, mientras que en muchos casos la intención del primero es lograr poner en boca del entrevistado una afirmación que él mismo o su medio no puede realizar.

    La afinidad tenida en cuenta a la hora de designar a la persona adecuada para una entrevista en concreto es también considerada por el medio al abordar temas sociales especialmente polémicos, aquéllos de connotación sexual o minorías marginales o raciales. El hecho de elegir cuidadosamente al periodista hace pensar que no hay intención ni esperanza de alcanzar ningún grado de objetividad.

    Y es que en ningún momento la objetividad deja de ser una utopía: es cierto que en este desolador panorama existe también una especie de periodista que cuenta con una formación especializada muy valiosa, producto de trabajar permanentemente dentro de un campo determinado en el que se adquieren una serie de conocimientos enriquecedores de la comunicación; esta formación del periodista le permite una aproximación más fiable a las fuentes, para acabar más tarde interiorizando una serie de valores propios del ámbito en el que provisionalmente se encuentra. Es entonces cuando entran en conflicto dos morales profesionales diferentes y, en casos, enfrentadas. De cualquier forma, esta identificación con el tema abordado puede afectar a la capacidad analítica del informador, que ahora se ve influenciado por un número mayor de factores.

    Furio Colombo dedica una parte de su libro a la imagen y a su valor informativo, no solamente en la televisión, sino en su versión más elemental: la fotografía. Con la utilización de la fotografía como instrumento para la comunicación se inaugura una nueva forma de periodismo, un periodismo que podemos considerar quizá más honesto que el de las palabras.

    La fotografía periodística es uno de los pocos hechos informativos concluidos en sí mismo, puesto que se limita a recoger un instante y trasladar toda la información visual. Es cierto que existen sesgos importantes, pero también que está sujeta a menos enmascaramientos y manipulaciones. Esperar el momento preciso, el más expresivo y cargado de información —una información ahora ya no redundante— proporciona al periodismo escrito una prueba deseada y necesaria, a pesar del desinterés e incluso desprecio mostrado por los mismos profesionales de la comunicación hacia la fotografía periodística. Incluso el sensacionalismo tiene un sentido especial —e incluso digno— cuando hablamos de fotografía: el reflejo de situaciones violentas y agresiones a la integridad personal cuando se es testigo de conflictos es una obligación, una denuncia sin artificios. Simplemente el horror de la realidad, «un momento que cambiará la experiencia de todos».

    Lo cierto es que la idea que cada cual pueda tener de los medios de comunicación proviene básicamente del efecto que provoca el medio de comunicación más extendido, polifacético e imperfecto: la televisión. Toda esa realidad ficticia, la manipulación de la opinión pública, el comercio sensacionalista..., se ofrece en la televisión elevado al máximo exponente.

    La televisión, principal instrumento socializador en el aprendizaje, está sujeta a las imposiciones de la publicidad y la demanda sin tener en cuenta la influencia, positiva o negativa, que ejerce. Los mecanismos técnicos y retóricos de seducción de la televisión actúan sobre todos sus contenidos, incluso sobre la información, siempre afectando a su veracidad y credibilidad.

    La gente ‘hace televisión’ en su vida cotidiana: se vive según las pautas propuestas en ella, en el cine, en la publicidad...; se deja constancia de los acontecimientos personales, familiares, a través de documentos visuales; la gente común participa en la televisión y, además, en aquellos programas más demandados actualmente, los reality o talk shows que tanto han perjudicado la imagen y concepción del medio de comunicación más expresivo; los periodistas, en su celo por llegar a la noticia más caliente, recurren a métodos cuestionables por cualquier moral e incluso por la ley. No es la televisión educativa la que triunfa en la carrera de las audiencias; tampoco es la calidad ni el rigor informativo: es una cuestionable conciencia social manifestada del modo más violento y antidemocrático, un espectáculo sin riesgos para el medio puesto que se libera de responsabilidades al ser interpretado por personas particulares. Gracias a todo esto se crea un mundo complejo que se proyecta desde la televisión hacia fuera, alcanzando al resto de los medios de comunicación. Parece ser que realmente los presentadores de esos frenéticos debates televisivos, las caras visibles de la ‘telebasura’, son los verdaderos conductores de la opinión pública hasta el punto de provocar posicionamientos ante conflictos sociales determinados y cuestiones de importancia e interés nacionales.

    Cómo no existe un mayor control sobre los contenidos de la televisión y una mayor protección para los que se enfrentan a ella desde casa es una pregunta evidente. Ahora, con la llegada del ordenador personal, el teléfono móvil e internet, el panorama se complica aún más, y se dibuja más lejana la esperanza de que llegue a ejercerse un control efectivo que preserve los derechos de todos.

    Tal vez la crisis de credibilidad y el rechazo hacia los medios por parte de la opinión pública escondan un indicio de temor no reconocido. El hecho de que en EEUU se haya creado el Comité para la Protección de los Periodistas es un hecho revelador de la influencia que ejercen los medios y de cómo pueden llegar a ser las reacciones de los afectados. Sólo en 1994 diez periodistas murieron asesinados en EEUU, aunque se cuentan otras muchas muertes de profesionales de los medios en sospechosas condiciones, voces que fueron acalladas del modo más violento por el ejercicio de una ‘simple’ (?) profesión. Nadie puede saber hacia dónde se dirige el curso de la comunicación y lo que es más importante, su moral, en qué medida influirá en la nuestra y en la vida real. Lo que quizá sí es posible prever es que, como hasta ahora, probablemente determinará a fin de cuentas la moral ‘de a pie’.

E. Gago