RECENSIONES I

 

Anales del Imperio Carolingio (introd., trad. y notas de Javier del Hoyo y Bienvenido Gazapo) (J. M. García Ruiz). Ángel López García, Cómo surgió el español. Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo (P. López Mora). Luis Casteleiro Oliveros, La revolución en Lingüística. Ferdinand de Saussure (Mª J. Blanco Rodríguez). Marcos Martínez Hernández et alii (eds.), Cien años de Investigación Semántica: De Michel Bréal a la actualidad (J. A. Martín García). Enma Martinell Gifre, Matrimonios reales en España: el contacto de pueblos y de lenguas (E. Rubio Perea). Luz Amparo Fajardo y Constanza Moya, Fundamentos Neuropsicológicos del lenguaje (S. Robles Ávila). Luis García Fernández, La gramática de los complementos temporales (S. Robles Ávila). Marina Parra, Difusión internacional del español por radio, television y prensa (S. Robles Ávila).

Publicadas en Analecta Malacitana, XXIV, 1, 2001, págs. 241-261.

 

Anales del Imperio Carolingio (introd., trad. y notas de Javier del Hoyo y Bienvenido Gazapo), Akal, Madrid, 1997, 190 págs.

    Los medievalistas en concreto y los latinistas en general estamos de enhorabuena. Se ha publicado la traducción —por primera vez que sepamos a una lengua moderna—, de parte de los Anales del Imperio Carolingio. Bajo este título no se recoge una obra concreta de época medieval, sino que los autores han agrupado tres fuentes distintas (Annales Eginhardi, Annales Bertiniani y Annales Fuldenses), y de su gran extensión han seleccionado los años correspondientes a una cronología muy precisa, aunque no caprichosa (años 800-843), y a una ideología política diversa.

    Se presenta la traducción con todos los riesgos de empobrecer la riqueza expresiva del latín (mejor, quizá, de los «latines» utilizados en las diversas fuentes, unos más cultos que otros). Así introducen los autores su trabajo, advirtiéndonos que no se trata de una edición de fuentes lo que nos ofrecen. Traducción con una intencionalidad didáctica llena de realismo: facilitar a las jóvenes generaciones de historiadores el difícil acceso a estos textos medievales escritos en latín. Considerando la devaluación a que ha llegado el conocimiento de esta lengua en los actuales planes de estudio, y la escasez de latín medieval en la Universidad, el esfuerzo realizado por Javier del Hoyo y Bienvenido Gazapo merece toda alabanza. La interdisciplinariedad de los autores (latinista el primero; medievalista el segundo y especialista en Imperio Carolingio, que se doctoró en 1990 con una tesis sobre La imagen mental de imperium en los pensadores carolingios) hace una propuesta metodológica a los investigadores que caminan en solitario, digna de ser atendida e imitada.

    La obra consta de dos partes. Una primera está dedicada a aproximar al lector a las fuentes y a la época en la que se va a introducir (del año 800 —coronación imperial de Carlomagno— al 843 (reparto de Verdún entre sus nietos, poniendo fin a la realidad imperial). Ocupa las primeras sesenta páginas (una tercera parte de la obra aproximadamente). La segunda aborda la traducción de los anales en dicho período.

    Los dos capítulos introductorios que forman la primera parte son muy distintos en su naturaleza, pero constituyen la espina dorsal de la obra: En el capítulo I, Aproximación a las fuentes carolingias, los autores nos ponen al corriente, en apretado resumen, sobre la riqueza informativa existente en los distintos tipos de fuentes durante un período historiográfico que comúnmente aparece tratado como «oscuro»: la Alta Edad Media.

    El capítulo II, titulado Europa en la primera mitad del siglo IX, constituye un acercamiento panorámico a la época para facilitar al lector la comprensión detallada de los acontecimientos que van a narrar los anales en la segunda parte del trabajo. Aporta gran personalidad a este trabajo porque el responsable de esta introducción, Bienvenido Gazapo, ha conseguido una importante síntesis interpretativa de la época que estudia.

    Interpretación histórica hacen en el apartado 2, titulado «La creación carolingia» (págs. 22-23). «Primer intento de ‘unificación’ europea» la denominan los autores (en claro paralelismo con los momentos europeístas que estamos viviendo hoy), realidad posible entonces gracias a tres fundamentos: los hombres y las instituciones del momento, un objetivo que conseguir (instaurar la «ciudad de Dios» agustiniana en la tierra) y una ruta que seguir (la apuesta cultural). Existe también interpretación en el comienzo del apartado siguiente (págs. 33-36), «La trayectoria histórica del imperio» en que aciertan a descubrir las responsabilidades que cada grupo humano tuvo en la creación y descomposición del imperio cristiano de occidente.

    La síntesis está conseguida de forma inmejorable en las 25 páginas escasas que ocupa el resto del apartado 3 (págs. 36-60): Sobre la información que ofrecen los grandes especialistas del tema (W. Braunfels, P. Riché, L. Halphen, J. Calmette, F. Ganshof, etc.) los autores han recurrido a la información de primera mano que ofrecen las fuentes carolingias de todo tipo (narrativas, literarias, documentales) y que conocen exhaustivamente, para enriquecer a un lector exigente o con experiencia en la investigación histórica. Ninguna de las 167 notas de ese capítulo tiene desperdicio. En ellas los autores contrastan, amplían y matizan la noticia, dando una vivacidad casi de crónica periodística a hechos ocurridos hace más de mil años.

    La segunda parte de la obra ofrece la traducción de los anales carolingios entre los años 800 y 843. Es el núcleo del trabajo, que ofrece una interesante originalidad: a partir del año 830 (el de la gran sublevación de los hijos del emperador Luis el Piadoso contra su padre) la narración analística (oficial y común hasta el momento) se subdivide en dos: Annales Bertiniani y Fuldenses. Los primeros (págs. 119-152) ofrecen la versión de los acontecimientos desde el punto de vista francés (partidarios de Carlos el Calvo, y contrarios a Lotario y Luis el Germánico). Los segundos, mucho más sobrios en su narración, (págs. 154-162) aportan el punto de vista alemán (partidarios de Luis el Germánico, hermano paterno de Carlos el Calvo); no idealizan tanto a Luis el Piadoso. Dos versiones, por lo tanto, de los mismos hechos, en que vemos claramente mezclarse la realidad con la opinión. Conviene, pues, leer en paralelo cada narración, comparándolas, a partir del año 830. El paralelismo de fuentes es muy rico no sólo desde el punto de vista ideológico y político, sino incluso desde el meramente lingüístico. Así, por ejemplo, un mismo topónimo es denominado en los AB Theodonis villa (> fr. Thionville), y en los AF Tiodenhove (actual Diedenhofen), en un bonito ejemplo de protoalemán.

    Los autores se han propuesto en esta parte del trabajo dejar al lector el menor número posible de dudas. Y esto lo consiguen de dos formas: La primera, con una traducción fiel al texto original, pero libre de rigideces. La segunda, salpicando el texto de abundantísimas notas (casi 600 en 100 páginas) de carácter geográfico, histórico, litúrgico, biográfico, astronómico, etc., que sacan de dudas al lector y lo enriquecen culturalmente. En este mismo sentido hay que destacar el cuadro genealógico y los 13 mapas elaborados ex novo, a partir de los textos, que se incluyen en las páginas 164 a 177 (en los que se pone de manifiesto la inquietud didáctica de los autores). Es de agradecer asimismo el estilo ágil de la redacción, sin caer en rebuscadas erudiciones, que a veces constituyen una inútil pedantería que entorpece la lectura del mismo.

    Desde el punto de vista formal es preciso destacar el uso tipográfico de la letra negrita (acaso reiterativo en algunas páginas), que resulta didáctico al destacar conceptos importantes. Por otra parte, los índices analítico, antroponímico, etnonímico y toponímico son muy completos e insustituibles para los investigadores. Lamentablemente, se deslizan a lo largo de la obra algunas erratas: la página 190 —precisamente la final—, con cuatro erratas en ocho líneas. O el error de composición de la página 9 que puede inducir a equivocación al lector por no separar suficientemente el epígrafe Los anales carolingios del párrafo anterior, dando la impresión de que corresponde al apartado 3. Un asterisco podría haber solucionado el posible equívoco.

J. M. García Ruiz

 

Ángel López García, Cómo surgió el español. Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo, Gredos, Madrid, 2000, 235 págs.

    La idea central de este libro se basa en el surgimiento de la escritura vernácula en un momento determinado, sin testimonios de un proceso de adaptación, que coincide con la imposición de la reforma cluniacense. Partiendo del estudio de la sintaxis de los textos latinos cristianos, la tesis del autor es precisamente que la aparición del romance no fue repentina sino que los primeros textos romances, al menos en su sintaxis, eran continuación de los textos escritos en latín bíblico.

    Dada la inexistencia de textos romances de épocas anteriores al s. XI, y la súbita aparición de éstos hacia el siglo XIIi, Ángel López decide partir de textos todavía latinos de los siglos IV al XI, para reconstruir el origen de ciertos fenómenos en los que se reconocen las transformaciones de la sintaxis latina que dieron lugar a la romance. El autor se justifica aduciendo que «si Menéndez Pidal encontró los primeros testimonios fonéticos y morfológicos romances en textos latinos» lo mismo podría hacerse en sintaxis (pág. 7). Ya en el prólogo se ofrece un breve planteamiento de lo que encontraremos en este libro: el intento de demostrar que el origen de la sintaxis románica está en «la influencia del griego» que «determina una particular manera de escribir latín que cuajará en la Vulgata» (págs. 7-8). El latín al que se tradujo la versión helénica de la Biblia era «un latín que traducía palabra por palabra un texto griego hebraizado», y, aunque el latín cristiano fue en un primer momento desligado del latín biblizante, en la actualidad se empieza a reconocer la importancia del latín bíblico para la construcción de esa «lengua especial que fue el latín de los cristianos» (págs. 25-26).

    En las páginas que siguen al genérico título de Cómo surgió el español encontramos una profundización en la idea de que la sintaxis de los textos bíblicos escritos en latín desde el s. IV no es ya propiamente la del latín clásico, y en ella se pueden rastrear los primeros vestigios de la sintaxis romance.

    Este trabajo comienza con una introducción metodológica en la que el autor establece un modelo teórico concreto desde el cual afrontar la tarea del estudio de la sintaxis histórica del español desde una perspectiva amplia. La opción metodológica que le permite analizar la evolución sintáctica del latín al español se basa en los avances de la lingüística cognitiva y en el modelo de la teoría de catástrofes [1]. Sin embargo, puntualiza que, a pesar de que en la historia de la lengua es donde mejor se manifiesta la necesidad de «adoptar una postura pragmática», —pues lo fonético afecta a lo morfológico y esto, a su vez, repercute en lo sintáctico—, para afrontar la cuestión que aquí interesa, es inevitable basarse en documentos escritos, y, por lo tanto, la evolución de la que se parte será la de la lengua escrita no la de la hablada que es evidentemente inaccesible. El método pragmático se basa, sobre todo, en el uso lingüístico y en la afirmación de que la gramática es un conjunto estructurado de unidades interdependientes entre sí, sin embargo, —dado que el español de los siglos anteriores al XI es una lengua oral a la que no podemos llegar ni siquiera desde los textos, que se escriben en latín— el enfoque del estudio de la historia de la lengua en este caso concreto, en que no se poseen testimonios de la lengua que se estudia, sólo puede llevarse a cabo, según Ángel López, a través de una visión metalingüística, recurriendo a la perspectiva modular desde la que atender el estudio del componente sintáctico textual.

    Una vez establecidas las premisas de las que parte este estudio, se comienza con una exposición de la estructura sintáctica del latín clásico, y se describen distintos modelos oracionales del latín y del romance y sus diferentes procedimientos sintácticos, destacando varias construcciones cuya transformación representa el camino que lleva a las leyes de rección. La vigencia de cada fenómeno y los cambios en ciertas estructuras sintagmáticas y oracionales que se considerarán ejemplares de la evolución sintáctica romance se producen a lo largo de tres amplias etapas que coinciden con sendos capítulos. En primer lugar, el punto de partida es el período que va desde el siglo IV al siglo VII, cuando se localizan los primeros testimonios de los cambios en la sintaxis del latín. En una etapa posterior, del siglo VIII al XI, la evolución de algunos de esos fenómenos se generaliza y, en ciertos casos, se consolidan tendencias que en el período anterior habrían comenzado. Finalmente, en los siglos XII y XIII, culminan la mayor parte de los fenómenos sintácticos estudiados en este libro. Esta última etapa corresponde al momento en que surgen los primeros testimonios escritos en romance. El autor no pretende llevar a cabo un análisis de la sintaxis del español antiguo, para lo que en los últimos tiempos se están realizando bastantes estudios a los que podemos remitirnos, tan sólo atiende a los testimonios escritos de esta última etapa para confirmar las tendencias evolutivas a las que se refiere en los capítulos anteriores, como culminación de ese proceso sufrido por el latín desde el siglo IV.

    Es revisando la Vulgata, esto es, la versión que San Jerónimo hizo de la Biblia, cuando el autor advierte que el texto de dicho documento —en el que hunde sus raíces el latín cristiano— no sólo es protorrománico sino prácticamente romance por lo que respecta a su estructura textual. Según Ángel López, estos textos que se escribieron entre el siglo IV y el XI son todavía latinos en su morfología, pues sus autores pretendían que siguiese pareciendo latín, pero no lo son en su sintaxis: «[...] el nuevo tipo de lengua, representado por los idiomas románicos, se atestigua desde el llamado latín biblizante [...], en su sintaxis es distinto del latín clásico y semejante a las lenguas de rección en las que el verbo es el que determina la estructura del conjunto» (pág. 76).

    Los cambios lingüísticos casi siempre se deben a la unión de diversos factores, o sea, responden al «principio de la causación múltiple». Por ello, el autor utiliza distintos modelos para confirmar sus teorías, entre los que destaca su preciso análisis del sistema de la oración simple latina y de los cambios en el orden de los elementos dentro de la oración.

    La oración latina se organizaba por construcción, no por rección; los casos tenían un valor que se establecía por oposición a los demás, no según un sistema de funciones regidas por el verbo. O sea, los casos nominativo, genitivo y dativo no eran regidos por el verbo, sino que tenían un sentido general que explicaba su aparición con determinados lexemas verbales, en tanto el acusativo y el ablativo tampoco eran regidos por el verbo sino por la preposición: «no es que el verbo rigiese ciertos casos, es que los nombres, al adjuntarse al verbo, delimitaban su sentido según el caso en el que estaban flexionados» (pág. 62). En las lenguas de construcción, cada sintagma nominal y también el verbo comparecen independientemente para formar la escena oracional. Sin embargo, la estructura oracional de la Vulgata precedente de la de los idiomas del Occidente de Europa y, en particular, de los románicos es diferente a la del latín clásico. En ella, cada verbo rige una serie de funciones y cada una de ellas es desempeñada por un caso: es la situación que reflejan tanto los textos litúrgicos como el latín jurídico medieval.

    Por otro lado, todos los latinistas coinciden en que en el s. IV se dio una inflexión importante del latín, coincidiendo con la difusión de las primeras versiones latinas de la Biblia, lo que viene a constatar lo aquí expuesto aunque exclusivamente desde el punto de vista del latín. Esta inflexión consistió entre otras cosas en la división de la escena oracional.

    En latín, la oración estaba constituida por las distintas frases nominales y el verbo, como una parte más que la completaba. El latín biblizante destacó la frase nominal tematizándola y oponiéndola al resto de la oración. Éste habría representado un primer paso en la sucesión de cambios que terminarían en la sintaxis romance. La repartición bipartita de la estructura de la oración habría influido en la reestructuración del sistema de casos de manera que ayudaría a explicar el origen del sistema bicasual que precedió a la pérdida definitiva de las distinciones casuales. Esta repartición de la oración hace que el orden de las palabras cambie, ya que, entre los siglos iv al vii, en el romance nace una oposición entre sujeto (S) y predicado (VO) y el orden oracional normal era SVO.

    Sin embargo, en las lenguas de rección el verbo es el elemento prioritario y el sujeto explícito de la oración puede ser o no necesario, ya que se expresa morfemáticamente a través del verbo y muchas veces se elide. Por lo tanto, se dará frecuentemente la secuencia VO, lo que lleva a ver la escena oracional de modo diferente a la de los primitivos textos cristianos. Así, en un segundo paso, que se observa en los textos de los ss. VIII al XI, ya no es necesaria una composición dual: el sujeto puede o no aparecer, puede estar tematizado y obligar a una secuencia SVO, o bien ser redundante y conducir al orden VSO, porque el elemento principal es definitivamente el verbo. De este modo, se produce la difuminación de lo que el autor ha llamado «bipartición de la escena oracional», lo que ayudó a adoptar la estructura propia de las lenguas de rección cuyo orden se mantiene en la tercera etapa, cuando se escribe ya en romance, en los ss. XII y XIII.

    Aunque el propósito de este estudio no es realizar una historia de la sintaxis del español sino tan sólo esbozar sus orígenes, el autor no se resiste a hablar del paso siguiente que «se daría en la época clásica», con relación a la importancia de la evolución del papel de los clíticos pronominales: «[...] cuando dicho paso se consuma, cambiará nuevamente la configuración de la escena oracional al incorporarse a la misma el OI con pleno derecho e independientemente de la valencia verbal, pues el verbo será capaz de reproducir morfemáticamente hasta tres funciones, a saber, el sujeto, el OD y el OI» (pág. 210).

    En relación con el verbo, el autor señala que el paradigma de las categorías verbales latinas poseía una preeminencia del aspecto. En el paradigma del verbo románico, el tiempo adquiere mayor relevancia y es el aspecto el que queda relegado a un segundo plano. Otra característica del latín clásico es la frecuente aparición de formas nominales del verbo. Las lenguas romances sustituyeron gradualmente estas construcciones por otras en las que la circunstancia expresada por las formas no personales del verbo se manifiesta mediante una oración subordinada. El sistema verbal, asimismo, habría sufrido una reestructuración que desdibuja el sistema morfológico de la voz, sustituyéndolo por el sistema analítico de la diátesis. Todos esos cambios, entre otros que se estudian con más o menos detenimiento en este libro, serían consecuencia del paso de una lengua de construcción a una de rección, que se atestigua en los textos protorromances de los ss. VIII al XI.

    Por otro lado, el sistema de los conectores textuales del latín sufre la pérdida de muchas de sus conjunciones. En latín, cada oración comparecía de manera independiente a la escena textual y lograba su cohesión por la concordancia de la conjunción con el modo verbal. El latín clásico se caracterizaba por la dependencia que existía entre los modos verbales y las conjunciones propias de cada matiz oracional. En español y demás romances, se sustituyeron esas conjunciones por conectores creados generalmente por una preposición + que para establecer relaciones interoracionales, y la dependencia entre las conjunciones y los modos verbales que las requerían se vio reemplazada por una «nueva técnica de construcción textual» que resultó semejante al procedimiento desarrollado en la oración simple para establecer las relaciones sintagmáticas.

    En el último capítulo se explica cómo se produce la catástrofe morfológica, por la que espontáneamente surgirían en un momento determinado los testimonios escritos en romance. El cambio brusco que habría que explicar es esa aparición súbita del romance en la literatura. Partiendo del estudio pormenorizado de los textos latinos cristianos, Ángel López recuerda algunas de las teorías de Roger Wright que afirmaba que el latín tardío era el romance temprano, dándoles en parte una justificación.

    En esta obra no se considera que en el siglo XII aparezca el romance, sólo nace la necesidad de escribirlo. El origen de esta necesidad se situaría en el s. XI, momento en que hay un resurgimiento de la Cristiandad y una apertura a Europa, por lo que se introdujo la reforma cluniacense en la Península y, con ella, llegó el latín medieval. El nuevo latín, por influencia carolingia, recupera las características de las lenguas de construcción, abandonando la sintaxis protorromance que había en los textos latinos anteriores al siglo XII.

    El cambio habría ocurrido en un doble sentido: se produjo con el latín, de un lado, y con el vernáculo, de otro. El cambio del latín tardío al medieval es más evidente en su sintaxis que en morfología o en el léxico, aunque ciertas preferencias con respecto al léxico del latín tardío sean tan reveladoras como la sintaxis «protorromance» de algunos de esos textos.

    Para el vernáculo, el cambio habría sido impulsado por «la norma carolingia, al alejar demasiado los textos de la comprensión del pueblo», suscitando así «una remorfologización» (pág. 193) más extrema y rápida de esos textos de lo que habría ocurrido de todos modos de manera menos radical. La necesidad de escribir romance surge porque con el latín medieval lo escrito dejaba de ser inteligible. Según Ángel López, se habría despojado al texto del latín tardío —que ya era romance en su sintaxis— de su «ropaje» latino, y se habría empezado a prescindir de la morfología latina: terminaciones y parte del léxico que ya no era comprendido por el pueblo. Así, se niega que la aparición del romance en los ss. XII y XIII hubiera ocurrido de una forma súbita —a pesar de que antes del s. XI sólo se escribiera en latín, con excepción de las Glosas [2] — ya que, en lo que respecta a su sintaxis, serían continuación de los textos protorromances del latín tardío.

    En cualquier caso, la norma carolingia debió de ser factor importante pero no exclusivo. También influye el ejemplo del francés y del provenzal y, de manera diferente, el del vasco. El hecho de que los primeros textos castellanos reproduzcan estructuras sintácticas del vasco hace pensar que hubo un ambiente bilingüe, y quizás la lengua vecina sirviera de catalizador de tendencias que ya poseía la lengua hablada entonces, pero nunca antes escrita. Así, el adstrato vasco habría actuado —en palabras de Ángel López— como un atractor secundario.

    El momento de apertura a Europa es, por lo tanto, un momento de turbulencia que desemboca en una situación nueva en la que aparecen los textos romances (que no la lengua, que se vendría hablando desde siglos atrás). El proceso de adaptación da lugar a inseguridades más que conocidas; por ejemplo, en ortografía, la grafía que reflejase lo fonético no estaba fijada: es el caso de las variantes gráficas del resultado fonético de o„ breve latina, expresado gráficamente con los diptongos ue, ua, uo o simplemente o. Hasta que, tiempo después, se fijó la grafía ue en castellano.

    Como conclusión, se destaca el hecho de que el cambio experimentado por el latín en el siglo iv no es propiamente una catástrofe sino «un punto de inflexión en la evolución del latín» (pág. 230), mientras que el surgimiento de los textos romances del siglo XII sí sería una catástrofe, porque habría representado un cambio brusco de los textos latinos y el nacimiento de los nuevos textos romances. Lo primero se habría debido a la influencia del latín bíblico, y lo segundo ocurrió, en primer lugar, como resultado de la reforma cluniacense y la llegada del latín medieval, que habría sido el atractor principal, y tendría, como atractores secundarios, el influjo del francés y el provenzal, y también el ejemplo del vasco.

    Estamos ante una introducción a los estudios de sintaxis romance que recuerda en algunos aspectos las criticadas teorías de Roger Wright cuya principal afirmación era la de que el romance temprano era el latín tardío. La aportación del presente estudio hace más verosímiles tales teorías, ya que el estudio de la sintaxis de los documentos cristianos confirma que el proceso de cambio sí ocurrió —tuvo un inicio y una evolución— y lo más llamativo es que sea el estudio de la estructura del discurso, de la sintaxis, el que aporte ese testimonio pues tradicionalmente ha sido la rama menos estudiada, aunque en los últimos tiempos es cierto que es objeto de gran atención por parte de romanistas e historiadores de la lengua.

NOTAS:

[1] El término catástrofe es utilizado por el autor para designar un cambio brusco entre un estado de lengua y otro nuevo.

[2] Ángel López describe las Glosas más que como el primer testimonio del romance, como un primer ensayo de «la escritura de la morfología románica».

P. López Mora

 

Luis Casteleiro Oliveros, La revolución en Lingüística. Ferdinand de Saussure, Servicio de Publicacións e Intercambio Científico, Universidade de Santiago de Compostela, 2000, 212 págs.

    Ferdinand de Saussure ha sido considerado tradicionalmente el fundador de la lingüística sincrónica moderna y su Curso de Lingüística General el punto de partida de las concepciones imperantes en el estudio actual de tal materia. Sin embargo, se ha cuestionado el hecho de que el gramático suizo no fuera totalmente original en cuanto a sus ideas. Del análisis que efectúa Luis Casteleiro del Curso se extrae la conclusión de que si bien la mayoría de las reflexiones recogidas en aquella obra estaban ya presentes en autores contemporáneos e incluso anteriores a su autor, la originalidad de Saussure y su mérito estriban en haber dotado a tales conceptos de un lugar en la construcción de una teoría sobre el lenguaje sistemática y coherente.

    El volumen que aquí se reseña, tal y como afirma su autor en la Introducción, pretende un acercamiento riguroso al      pensamiento saussureano contenido en el Curso de Lingüística General. Se trata, pues, de un estudio que, a diferencia de la mayoría de los realizados sobre la obra del gramático ginebrino, no se limita al mero análisis de los conceptos contenidos en el Curso, sino que intenta determinar el lugar que éste ocupa en la historia de la Lingüística. Además, también pretende ser un acercamiento a los diversos problemas que han surgido en la interpretación de los principios saussureanos. Sus ideas, por tanto, son consideradas en función del valor histórico que presentan, por lo que, si bien son analizados sus antecedentes, también es estudiada su impronta en la Lingüística posterior. En este sentido, el libro de Casteleiro, fiel al maestro, consigue una síntesis de la dicotomía saussureana entre diacronía y sincronía.

    Desde este enfoque temporal, los datos de la vida de un autor se tornan imprescindibles para ubicar su obra en el contexto histórico que le corresponde y le influye. En el capítulo I de La revolución en Lingüística encontramos las referencias biográficas de Saussure relevantes para entender la importancia que la publicación de ciertas ideas podían tener en ese momento de la historia de la Lingüística, en tanto que suponían una ruptura con una manera de acercarse a la lengua sólo desde su evolución histórica. Saussure inaugura un nuevo período en la ciencia lingüística no sólo porque su descripción sincrónica del lenguaje que es el Curso de Lingüística General permite otorgar valor científico a los estudios sincrónicos, sino también porque explícitamente propugna la supremacía de la lingüística descriptiva sobre la histórica. En este sentido, sí se puede considerar que la publicación del Curso supuso una auténtica revolución en Lingüística. El mérito de Saussure consistió, a diferencia de sus colegas neogramáticos, en que de sus trabajos como gramático comparatista fue capaz de deducir una interpretación más general acerca del lenguaje.

    La interpretación de los principios saussureanos se ha visto dificultada por el hecho de que el Curso, publicado en 1916, es una adaptación realizada por dos de sus discípulos, Charles Bally y Albert Sechehaye, a partir de las enseñanzas orales del maestro. Su costumbre de romper las notas de clase hizo que sus editores tuvieran que basarse fundamentalmente en fuentes indirectas. En La revolución en Lingüística, especialmente en los capítulos II y IV, se analiza el trabajo de los editores y se cuestiona la fidelidad del Curso al pensamiento del maestro. A partir de las contribuciones de la obra de Robert Godel, Les sources manuscrites du Cours de Linguistique génerale de Ferdinand de Saussure y un artículo del mismo Godel «Nouveaux documents saussuriens», y de la edición crítica de Rudolf Engler, Casteleiro llega a la conclusión de que Bally y Sechehaye ordenaron las ideas de Saussure de acuerdo con sus propias concepciones acerca del lenguaje y dieron prioridad e intensificaron de manera excesiva aquellos aspectos que ellos mismos consideraban prioritarios. Así, por ejemplo, para Casteleiro, lo que se ha llamado la tendencia sociologizante de Saussure, que puede verse en su concepción de la lengua, no es en realidad más que un reflejo del sociologismo de sus editores.

    Determinados aspectos de la doctrina saussureana del lenguaje están presentes en la obra de autores como Whitney, Condillac, Humboldt o Gabelentz, entre otros. Sin embargo, tal y como critica E. Coseriu en su obra Tradición y novedad en Lingüística, los exégetas de Saussure, en su mayoría, no se han ocupado de buscar los orígenes de las ideas saussureanas sobre el lenguaje, como si la genialidad del maestro consistiera en partir de la nada y no, como realmente sucedió, de una tradición que se remonta al siglo XVIII. El capítulo III de La revolución en Lingüística se dedica a mostrar la procedencia de las ideas que pudieron haber condicionado el pensamiento saussureano. En especial, se considera la influencia de Whitney, de la escuela de Kazan, de H. Paul, de Condillac y de Humboldt; este último a través del lingüista alemán Gabelentz. Considera Casteleiro que Condillac, al romper con la tradición cartesiana, prepara el camino para las teorías de Humboldt, que a su vez hace lo mismo respecto a la lingüística estructural. Pero la influencia fundamental es la de Gabelentz; en su obra se basó Saussure para confeccionar sus lecciones que luego nutrirían el Curso. La importancia de Gabelentz en la historia de la Lingüística, como fundador de la lingüística sincrónica moderna, ha sido reivindicada por Coseriu.

    Una vez establecidas las conexiones reales entre el pensamiento saussureano y el de estos autores, queda por establecer en qué consiste la aportación de Saussure a la Lingüística general. Para Casteleiro, si bien Whitney, Gabelentz o Paul, tienen una gran cantidad de ideas brillantes, éstas se encuentran únicamente esbozadas, sin conexión constituyente de un sistema. El mérito de Saussure consiste en haber interrelacionado estas ideas con el fin de construir un edificio conceptual sistemático y coherente, y en haber investido estos conceptos de una terminología muy precisa. El único aspecto del Curso de Lingüística General completamente innovador, según Casteleiro, es el relativo a la concepción de sincronía: el tratamiento de los principios lingüísticos desde una perspectiva sincrónica es lo que determina el carácter revolucionario del Curso de Lingüística, pues en pleno ambiente historicista aparece esta descripción sincrónica sistemática del lenguaje.

    La publicación del Curso en 1916 abre una controversia sobre la mayoría de los aspectos que constituyen el esquema conceptual propuesto por Saussure. El capítulo IV de La revolución en Lingüística intenta un acercamiento riguroso a los principios en que se basa la doctrina saussureana, al mismo tiempo que analiza la importancia que ésta tuvo en el desarrollo de la lingüística posterior. Dicha tarea la realiza Casteleiro a partir de los datos que le proporcionan los trabajos de Godel y Engler, y también mediante un análisis de aquellos autores que pudieron servir de inspiración a Saussure en la preparación de sus lecciones de lingüística general.

    Vaguedades, contradicciones y, a veces, un excesivo dogmatismo son achacables, en la mayoría de los casos, a los editores, que alteraron el pensamiento saussureano, intensificando aquellos aspectos que para ellos eran prioritarios. Se analiza la preocupación epistemológica prioritaria en Saussure, esto es, dotar a la Lingüística de una cientificidad y autonomía de la que carecía hasta entonces, con objeto y método propios. De ahí que uno de sus objetivos fundamentales fuera elaborar una terminología lingüística muy precisa y utilizarla con rigor. Para Casteleiro, toda la teoría saussureana se reduce en realidad a la búsqueda y delimitación del objeto específico de la Lingüística. Con esta finalidad, la metodología empleada se torna fundamental, pues no hay que olvidar que, como dice Saussure, «en lingüística es el punto de vista lo que hace la cosa». El punto de vista es por lo general el contraste, el enfrentamiento conceptual, en un intento de establecer lo que es pertinente en Lingüística de lo que no lo es: la Lingüística frente a otra ciencias, lengua / habla, forma / sustancia, sincronía / diacronía.

    Es desde tal perspectiva como se puede afirmar que la obra del maestro ginebrino supuso una auténtica revolución en Lingüística, en tanto que en él se asientan las bases de una ciencia del lenguaje con objeto y método propios y con una terminología precisa, a la par que construye un esquema conceptual sistemático acerca del lenguaje en general. En ello, y no en la utilización de conceptos completamente novedosos, reside el mérito del Curso de Lingüística General.

Mª J. Blanco Rodríguez

 

Marcos Martínez Hernández et alii (eds.), Cien años de Investigación Semántica: De Michel Bréal a la actualidad, Actas del Congreso Internacional de Semántica de La Laguna, Ediciones Clásicas, Madrid, 2000, XXIV + 1758 págs., 2 vols.

    La moción de esta ingente y valiosa obra, auténtico homenaje a la Semántica moderna, es mérito debido a las diversas Universidades e Instituciones Canarias y, en particular, a sus Departamentos de Filología y Lingüística. Ellos han dado origen a importantes y consolidadas Escuelas de esta disciplina, como las del Español representadas por S. Caja, G. Salvador y R. Trujillo o del Griego por M. Martínez, cuyas interesantes muestras están presentes en sus páginas, junto a estudios de otros idiomas, cual el Francés, Inglés, Latín y, en menor medida, Portugués (con un estudio de W. Moreira sobre la prefijación greco-latina en el léxico técnico-científico, en que la equivalencia entre ellos es casi siempre parcial y su intercambiabilidad limitada a ciertos contextos, y otro de A. Negri que revela los cambios de sentido que se producen con respecto al léxico común en los términos de un vocabulario restringido, cual es el de los seringueiros de Brasil), Árabe (el análisis de los sinónimos árabes subsistentes en español y sus causas de D. Fasla y el del interés teórico semántico de los Diccionarios árabes medievales de D. Serrano) y Coreano (el estudio de semántica contrastiva con el latín y el español de Hyo Sang Lim, acerca, s.t., de la importancia de virtuemas, como ‘+ respeto’, en la denominación de familiares). Lógicamente, el comentario crítico de los estudios de los otros idiomas mencionados, muy bien representados, por cierto, corresponde a sus respectivos especialistas, y por ello no se les hará referencia aquí, salvo a los de Griego por mi condición de helenista. El libro gracias además a su Apartado de «Historia y Teoría semánticas» y a las intervenciones de prestigiosos semantistas nacionales y extranjeros resulta una riquísima fuente de información tanto sobre los orígenes como sobre las actuales orientaciones teóricas y sus interrelaciones y los diversos ámbitos prácticos de análisis de la disciplina.

    Sin restar importancia a la reconocida figura de M. Bréal, a quien se debe no sólo el nombre de la Semántica en su ensayo de 1883, sino importantes principios aún vigentes de la misma en su publicación fundamental de 1897, E. Coseriu, muy justamente y al modo magistral que le es habitual, retrotrae su nacimiento y primeros pasos a la postergada Semiología de Reisig de sesenta años antes (1826-27) y sus discípulos, así como, entre otros como Darmesteter, que muestra claramente el nexo existente entre Reisig y Bréal, muy especialmente al rumano L. Saineanu y su, para la época, notable producción principal de 1887 acerca de su propia lengua. En la transcendente figura de Bréal y sus aportaciones se centran otros estudios de este libro, como el de Gregorio Salvador, que analiza en profundidad y con rigor crítico su consideración psicológica de la lengua y su léxico y el conflicto con la cientifista lingüística neogramática vigente en la época, que justificaría sus vacilaciones y aun relativas contradicciones terminológicas, s. t., entre «tendencias» y «leyes» en los 14 años de gestación de su Semántica (1883-1897); o el de Pérez Vigaray —Batista Rodríguez, si bien éste limitado muy particularmente a la originalidad de su pensamiento en el análisis de los compuestos en las lenguas IEs,; o también el de Schmidt-Radefeldt con respecto al influjo de Bréal en la poética de Paul Valéry, a quien se debe una reseña del Ensayo de Semántica del primero y que revela en su Cahiers (1922) la deuda contraida no sólo con Saussure, al que se sentía más próximo, sino igualmente con Bréal, quien sin duda le causó el primer impacto para la reflexión lingüística por las novedosas y fundamentales aportaciones de sus principios semánticos y la relación entre la lengua, el pensamiento y los factores pragmáticos de espacio, lugar, contexto social e interlocutor o la inadecuación entre la denominación y el objeto en fechas anteriores a las del contacto del poeta con el creador del Estructuralismo; o el de A. Domínguez que subraya su modernidad, entre otros aspectos importantes, por su concepción de la frase como un pequeño drama del que son actores o circunstancias, al modo de las escénicas, sus componentes y en especial el sujeto-protagonista y la dirección escénica del verbo o algún actante. Ello le permite contrastarlo con ideas próximas de estudiosos actuales como L. Tesnière, Greimas o Peirce. También el estudio historicista y de clasificación del cambio semántico de D. Torres, tras examinar los planteamientos griegos sobre él y adentrarse en su enfoque europeo moderno, destaca la importancia en él de Bréal, por sí y por su influjo en los notables lingüistas A. Meillet, Stern y Sperber.

    Tratándose de una Ciencia nacida prácticamente a la par que la Gramática Comparada con la Semiología de Reisig y transformada, como aquélla en su última y definitiva fase, la de los Neogramáticos, ella en la Semántica, más madura y novedosa, de Bréal, aunque con espíritus notoriamente distintos una y otra, no debía faltar, y así ocurre, un estudio sobre su moderna aplicación al Indoeuropeo, ahora que en plena madurez de ambas materias sería ello factible. Y es lo que hace A. Bernabé, quien no sólo plantea las dificultades aún existentes con ejemplos vivos de raíces de palabras reconstruidas de sus distintos idiomas, sino que, principalmente, ofrece una interesante e importante metodología aplicada por él mismo a los verbos IEs. de «atar», que permitiría superar la actual aglomeración de raíces y derivados descubiertos y trazar la evolución del significado de sus lexemas y las reorganizaciones de sus siste mas léxicos. Precisamente a principios de tipo etimológicos sistemáticos recurren, como una posibilidad más para entender mejor las cuestiones psico-semánticas, M. Liz y G. Rey. Una cuestión de fondo, las ‘lagunas del léxico’ en las lenguas europeas toca en toda su amplitud y profundidad H. Geckeler. Una vez distinguidas de sus posibles equivalentes gramaticales, «casilla vacía», «elipsis» y definirlas, diferencia las interlingüísticas, existentes entre distintas lenguas, y las intralingüísticas propias de cada idioma, ambas paradigmáticas. Para las sintagmáticas, cuya complementación funciona al nivel secundario de las lexías dentro de la Lexemática, prefiere con razón otra denominación como la de «bloqueo», por depender en realidad no del paradigma y sus estructuras léxicas categoriales o de campos y solidaridades ni del sistema o la norma, que crean otro tipo de lagunas distintas entre sí, según el detenido análisis ulterior de Geckeler, sino del mero rechazo de los hablantes. (Por lo que respecta al español y al ejemplo del campo léxico, a que alude, de las dimensiones espaciales, si he entendido bien y sin ninguna intención crítica de mi parte, por supuesto, a tan excelente estudio y tan notable semantista, sugiero, como mera materia para su reflexión, que pudiera encajar ahí nuestro adjetivo «superficial», derivado del que, si no lo es, pudiera parecer un campo nocional distinto, el de la oposición de sustantivos» la superficie «/» el fondo»). El tema tan esencial y a la vez tan controvertido de la Semántica, en particular la Textual, y en general de toda la Lingüística, de la relación Significado-Referente es la cuestión abordada con profundidad, desde un aparente ángulo de enfoque de una filosofía del Lenguaje relativista, especialmente reforzada con pensamientos de L. Wittgenstein, por R. Trujillo. A partir de la identificación de la palabra y el texto con la realidad extralingüística bajo el común denominador de su condición de «hechos» por igual y su interrelación siempre «subjetiva» por la desigualdad de ambos tipos de «realidades», se adentra el autor en el plano cognoscitivo de nuestros saberes, que resultan así no meras ideas de unas realidades exteriores, como lo es el propio universo, sino tan reales como éste, pero sin constituir un conocimiento directo suyo, sino limitado por su percepción a través de otros objetos análogos, que no son otra cosa que las propias palabras y textos con los que forjamos y de donde extraemos los referentes. En razón de ello, los conceptos, nuestras imágenes intelectuales de las cosas, otros referentes intermedios por tanto, en su calidad de entes expresados por las lenguas, no estarían libres de la impronta de los caracteres netamente lingüísticos y ellos serían, junto con imágenes u otros medios de evocaciones materiales, fotos, dibujos o cuadros, nuestros únicos elementos «reales» objeto de conocimiento. Así pues, las palabras tienen un valor de lengua unitario e, independientemente, unos usos concretos simbólicos o representativos, sus acepciones, que no constituirían el significado de ellas ni de sus referentes externos, sino de lo que consideramos, subjetivamente, el referente, tamizado, por consiguiente, por nuestra interpretación. El significado por ello sería mera idealización del referente e identificamos palabras y cosas, cuando sólo hay identidad de la palabra o el texto, los únicos que se mantienen siempre idénticos a sí mismos frente a la siempre fluctuante u ocasional realidad o suceso. De este modo tanto la Semántica como la Crítica literaria sólo transformarían textos en referentes de otros textos, pues para ellas el referente extralingüístico existe únicamente en relación con un texto dado, que lo suple a la búsqueda constante de un nuevo texto de índole virtual que exprese mejor ese contenido o sentido, mientras que por sí mismo, al modo de una realidad distante, aparecería tan sólo como mero objeto subjetivo de nuestra interpretación, un tipo de espejo reflexivo, en palabras del autor, y que jamás nos resultaría inteligible bajo otra forma que la textual, que es como lo expresamos. Tales reflexiones y tesis parecen ahondar, en mi opinión, tal vez errada, en la «realista» situación opuesta al ideal de objetividad, que suele presidir como norma la comunicación social y los Análisis semánticos o la Crítica literaria de los especialistas, y subrayar, en consecuencia, la índole, aun inconsciente, de ficción del Lenguaje, tan realidad de por sí, desde luego, como la que calificamos de objetiva. Las tesis y principios de la Semántica Textual de Trujillo son objeto de un pormenorizado examen por F. Umpiérrez, y muy en especial el primordial valor semiológico de la identidad y del proceso de identificación, aunque el autor opta, por ciertas divergencias y como conclusión del trabajo, por una denominación distinta del mismo, la de valor referencial.

    Con el estudio de B. Pottier entramos en el ámbito de las nuevas teorías semánticas y sus posibles interconexiones, como las del estructuralismo y la corriente cognitivista, entre otras. Con gran claridad expositiva, gracias a su inteligente y pedagógica estructuración temática, así como a los múltiples esquemas y ejemplificaciones, tras identificar los diferentes constituyentes lingüísticos y los 4 tipos combinables de Semánticas, más otras como las no-lingüísticas, la Semiótica Textual y las Semiologías paralelas, dibuja en esquemas preferentemente tripartitos las operaciones que conectan las diversas capacidades humanas en el análisis de las actividades deconstrucción o descons trucción del Lenguaje, en busca de una síntesis enriquecedora de tales disciplinas. En el paso onomasiológico de los noemas a lexemas, producido por la semiotización, la ortonimia es lo deseable, mas si no se alcanza, se recurre a metonimias y metaforización o a la peronimia o formación de perífrasis. La polisemiosis es el siguiente recurso ante el que se halla el enunciador para optar en la transformación de la conceptualización en discurso, sin olvidar, lógicamente, los niveles sintácticos y connotativos, insertos éstos en los virtuemas, y los elementos prototípicos. Culmina el estudio con la propuesta de un modelo ternario dinámico, dentro de un intento muy positivo de superación del binarismo habitual con que se solían analizar los procesos de la mente y el lenguaje. Y ofrece ejemplos léxicos claros de él, equiparables a los semántico-gramaticales como el de las voces griegas, acompañados de nuevos esquemas aclaratorios, casos incluidos en sus modelos cronoexperencial, cronoeventivo y deíctico. Próximo a éste en lo que hace a la temática está el trabajo de G. Wotjak, sólo que su objetivo encaja mejor en el análisis de la sememización de las conceptualizaciones y la interrelación e interacción de los significados léxicos sistémicos o sememas y las configuraciones / representaciones del conocimiento enciclopédico genérico o especializado, que aportan los cognitivistas. Estas últimas o bien conformarían sólo una parte de la conceptualización o pertenecerían a la macroestructura sintagmática alosemémica, según el enfoque desde la Lexemática que propone el ponente. Tras comentar la situación de distintas corrientes semánticas para abordar el tema, ofrece primero la vía metodológica apropiada para alcanzar la más amplia y precisa descripción del significado léxico sistémico, sin descartar ni los test de análisis introspectivos e intuitivos, manejados con el debido cuidado por su índole subjetiva, a la hora de fijar los auténticos componentes de los sememas y las verdaderas sememizaciones e insistiendo, s. t., en las fórmulas archisemémicas deducidas de los campos o dimensiones léxicos. Pues ellas contienen la categorización del conocimiento enciclopédico de una lengua histórica o una comunidad funcional determinada que completarían los exámenes onomasiológicos u ontológicos tanto de cosas y sucesos como de estados psíquicos, fisiológicos o acciones en busca de lo común y lo diferencial de éstos con los elementos integrantes de tales fórmulas, si bien lo fundamental es poder distinguir los componentes cognitivos sememizados. Pasa de ahí al análisis de los functores / predicados semánticos y slots o casillas vacías argumentales, que componen la proposición básica o núcleo archisemémico, y modificadoriales, rellenables con unidades lexicales, del significado léxico y sus copartícipes cognitivos no sememizados de las configuraciones cognitivas con sus escenas co-activadas automáticamente en hablantes del mismo idioma, inducidas por un semema, ejemplificado con el esquema modificado del «Tratamiento médico» de Klix (1987), en el que entran tanto co-partícipes sememizados, Agente, Destinatario, Instrumento, como no sememizados, Locación, Tiempo y Modo, inducidos, por tanto, pero no indicados por el semema. El semema sería, así pues, el puente entre lo lingüístico y lo cognitivo, con dos niveles de interconexión con la cognición, el sistémico aludido y el alosemémico, donde se concretan las casillas vacías argumenta les de tipo veredeln, o fórmula genérica abstracta de «mejoramiento de la cualidad». Pero no habría una coincidencia total entre ambos elementos, el significado léxico sistémico y la configuración cognitiva, según la conclusión de Wotjak tras el detenido análisis del signo lingüístico desde el punto de vista estructural y de otras teorías semánticas europeas y del contraste dentro de las microestructuras con que culmina su ponencia. (Por mi parte y sólo, naturalmente, por vía de sugerencia para la posible ampliación de sus reflexiones semánticas en relación con los aspectos cognitivos de la pág. 159, hallamos un ejemplo curioso de coincidencia de designación en idiomas europeos, similar en parte al que comenta, pero expreso de modo inverso, el de las oficinas de aeropuertos: «Verlorenes Gepäck», «Lost luggage» y «Equipajes extraviados», enfocado, seguramente, desde el ángulo del usuario y de la situación de disponibilidad de esos objetos por la oficina en cuestión, en mi modesta y nada profesional opinión en este caso). La Semántica cognitiva es tratada por J. Wilk-Racieska, con su programa de clases abiertas en lugar de dicotomías definidas, y el principio de convencionalidad, así como sus niveles: conceptual, de predicados y argumentos, y simbólico superficial o propiamente lingüístico. Ve el complemento de ella en la Teoría del prototipo, s. t. para la confección de los Diccionarios computacionales. Una aplicación de la Semántica cognitiva a la traducción de textos griegos, en concreto, los de los autores clásicos, y centrada en el desvío léxico propone A. Guzmán. Aclara en su estudio los novedosos conceptos y terminología de prototipicidad, iconicidad, circularidad que explican aspectos del lenguaje, de sus categorías léxicas, morfemas y fenómenos de denominación como las onomatopeyas o de transferencias sinestésicas debidas a la metáfora, como el valor de kluvw de ‘atender un ruego’ o ‘hacer caso’ y el fundamento de la categorización basado en nuestra percepción tamizada por la metáfora y la metonimia. A continuación examina los tipos de desvíos y en particular los gramaticales. Ellos explicarían una serie de rasgos peculiares de la lengua y literatura griega, como el hýsteron próteron, la sintaxis del adverbio, ciertas construcciones casuales y preposicionales o el pluralis modestiae. E incide, sobre todo, en la traducción acorde en el idioma receptor del desvío no sostenible del original griego, una vez bien entendido, que puede obligar al cambio de clase léxica, como adjetivos por adverbios o giros preposiciona les, nombres por verbos o duplicación del término para mayor precisión o unificación de los términos en caso de hendíadis, y en el de frases habituales, como la de forma personal y participio concertado, ambos con noción de movimiento, chocantes en castellano, su idónea sustitución en la lengua de destino por un verbo y un sustantivo o un adverbio, esto es, el equivalente de uso en la otra, siempre en razón de la relación semántica implícita entre los términos. Sobre el mismo ámbito semántico incide M. González, pero restringido a las categorías de modalidad epistémica de la posibilidad, probabilidad y necesidad de la proposición y la evidencialidad que, con sus subtipos de testimonialidad directa e indirectas, proporcionaría las fuentes de información de la misma. Desde el ángulo de la Gramática y de la Semántica Generativa, M. Santiago propone la conjunción de modelos, como el sintáctico de «Principios y Parámetros», el pragmático de «Espacios mentales» de Fauconnier y el de una Semántica compatible con la Lógica de Frege, Russell y otros, que supere o amplie la de Montague. E. Crespo crea unas nuevas funciones, las Categoriales de referencia, modificación y predicado a agregar a las ya existentes en la Gramática Funcional, semánticas, sintácticas y pragmáticas. Mediante ellas se asignaría un contenido semántico gramatical a las expresiones lingüísticas, respectivamente, de identificación de entidades o clases, de descripción de propiedades de los seres o cosas o de atribución de relación o propiedad a una situación o entidad. Todas ellas serían combinables con las restantes clases de funciones, aunque en diferente grado. Una posible nueva función, la Lúdica del lenguaje de Ynduráin al parecer (1974), comenta P. Payán en textos de coplas de Carnaval especialmente. Por sus procedimientos no se hallaría lejos de la Estética o Poética, según su denominador, Mukarovsky o Jakobson, pero en su definición no encajaría la ausencia de significado o función referencial, sino la de uno lógico o conceptual ante su complejidad significativa, compuesta de elementos rítmicos, pictóricos, emocionales y contextuales o situacionales, según piensan Eguren (1987) y el autor. De Agustín contrasta las Terminologías, técnicas o científicas, y el lenguaje común o general de acuerdo con los distintos modelos que se han ofrecido del mismo desde Havránek (1932) hasta L. Hofmann (1985) y su adecuación. A la par las distingue de la noción de Nomenclatura, a la que aquéllas engloban por la función de ésta de poner las etiquetas a los conceptos que ellas acogen. Y defiende su inclusión, como cualquier tipo de lenguaje, en la Semántica léxica.

    En el terreno coincidente de las Clases semánticas y las Categorías gramaticales desarrolla su traba jo B. García-Hernández. Después de sus publicaciones sobre este tema ha quedado claro que su clase léxica de Complementariedad intersubjetiva está estrechamente asociada a la noción de voz, a la que no sólo expresa al nivel léxico, sino que incluso explicaría las posibles fases de desarrollo de la voz gramatical Media, e.g., en griego, como el cambio de sujeto de la Activa a otro distinto en la Media, tras haberse usado primero posiblemente el mismo en ambas con la diferencia de la noción de afección de la Media, que acaba provocando ese nuevo sujeto o, el caso inverso, la transformación de la voz por el nuevo sujeto, según creo entender. Ello, pues, se basaría en este sistema clasemático de relaciones. Más novedosa es, al menos para mí, su otra clase de la secuencia intrasubjetiva en conexión con la categoría de aspecto, en la que también ocurren fenómenos de supletismo, como el perfecto latino común sedi de los verbos sido y sedeo y se dan desplazamientos históricos onomasiológicos y semasiológicos y, claro está, la concepción unitaria de ambas, de que nos habla aquí. La relación entre Semántica y Sintaxis desde el enfoque de la Gramática Funcional es el objeto de estudio de J. de la Villa aplicada a los casos y a los giros preposicionales griegos mediante la identificación de semas relevantes (animado, concreto, tiempo). Ellos explicarían construcciones de dobles acusativo, dativo o genitivo y serían válidos igualmente para el Latín. El caso inverso sería el de la relevancia de rasgos gramaticales, como el número, para la comprensión semántica de la construcción sintáctica. A. Revuelta conecta desde la misma Gramática citada la interrelación de Sintaxis y Pragmática también en Griego a través de las categorías Foco y Tópico. La aplicación de éstas, en especial de la primera, bien como Expansiva, Restrictiva, «Sustitutiva» o Paralela a preposiciones y conjunciones permiten la mejor comprensión de los contenidos explícitos y la complementación de otros implícitos o sugeridos al nivel informativo. La conexión en el discurso del emisor y el destinatario con el trasfondo de la Presuposición pragmática común a ambos estudia M. Álvarez. Resalta la función de estas últimas de delimitar la información conocida o recuperar la importante como elemento corrector del texto, pues combinaría aspectos semánticos extensionales e intensionales y otros estrictamente cognitivos dentro de la conjunción disciplinar de la Pragmática literaria y la Lingüística textual. M. Ginoria se ocupa igualmente y desde un ángulo similar, pero sin implicaciones literarias, de la comunicación locutor-interlocutor, diferenciando los elementos contexto y co-texto (que precede y sigue al enuciado) y agregando los de presuposición (suposición que cuenta para evaluar la verdad de lo dicho) e implicaturas bien convencionales o conversacionales (ciertas suposiciones inferidas por el con texto las primeras o por la violación de «máximas» o reglas a evitar en la comunicación, las segundas). J. C. Cácerez nos ofrece muy objetivamente las limitaciones de la traducción automática de los Programas de Ordenadores, que llegan a la total incapacidad ante los virtuemas o connotaciones y el nivel poético; y W. Frawley los problemas que se plantean a una Semántica del aprendizaje sea mediante el sistema computacional o el cerebral humano, teniendo en cuenta la cuestión neuronal de afasias, agnosias e, incluso, ataxias ópticas en su afán de comprender el fenómeno lingüístico del léxico y su significado para su enseñanza. Finalmente, en este terreno estrictamente teórico, M. J. Serrano expone la importancia de la Sociolingüística, que introduce en los tradicionales análisis inmanentista e introspectivo, el papel de la sociedad y la cultura en la comunicación y su comprensión con Principios como el de la relevancia, la asertividad, la intención pragmática del hablante y el concepto de dinamicidad del léxico, cambiante según las circunstancias exteriores dominantes; mientras que C. Figueras estudia pormenorizadamente la función de los signos de puntuación y M. Casas presenta un ambicioso proyecto de investigación de la Universidad de Cádiz en la línea de otros europeos, como el británico de Cruse o el del Centro de Lingüística de la Universidad de Münster dirigido por el propio Geckeler.

    Ciñéndonos ya exclusivamente a la lengua helénica, recibimos noticias sobre el Diccionario Griego-Español, en el que tantos y valiosos investigadores han trabajado y siguen haciéndolo actualmente y cuyo principal mérito radica, sin duda, en la aplicación al mismo de las modernas metodologías de Semántica y Lexicografía. Marcos Martínez, principal promotor de esta magna obra, comenzando por el pensamiento heleno acerca del tema, en el que destaca a Pródico y también a Simónides, hace una valoración de las distintas Escuelas de Semántica modernas y del influjo en alguna de ellas de notables helenistas y humanistas, como es el caso de Lasso de la Vega, nuestro común maestro lamentablemente fallecido, que, sin ser él propiamente semantista, impulsó y dirigió varias e importantes Tesis de Semántica, que han originado al menos una sólida Escuela hoy día. Excelentes ejemplos de ella son los trabajos presentados aquí sobre dimensiones o campos como el económico cretense de A. Martínez o el del vocabulario de «tejer» en Nonno de M. Sánchez, de los verbos de «amar» en un Léxico bizantino de D. Martín, o la Sinonimia en los Escolios de Esquilo de J. M. Pérez o en los «Epimerismos» escolares de Bizancio dedicados a Homero de M. J. Martínez y de determinados compuestos griegos de G. Santana. Acompañan a ellos otros análisis semánticos, no menos interesantes y rigurosos, de lexemas específicos como los de C. Serrano, P. Boned, A. J. Fernández y M. D. Lara. Por último, el planteamiento de una metodología estructural muy válida para un Diccionario del Nuevo Testamento, aportado por J. Pelaéz y apoyado en normativa teórica y práctica de J. Mateos, cuyo libro principal nos es conocido; y el comentario de los recursos del griego para la formación de su vocabulario filosófico de F. Casadesús cierran para mí este último capítulo del libro y esta reseña.

J. A. Martín García

 

Enma Martinell Gifre, Matrimonios reales en España: el contacto de pueblos y de lenguas, Universidad de Extremadura, 2001, 135 págs.

    A lo largo de la historia, el contacto lingüístico entre pueblos se ha visto favorecido por una serie de circunstancias específicas: «Las peregrinaciones (a Santiago, Jerusalén, Roma); el grupo de personas que, conservando su lengua propia, vive más o menos permanentemente en un país extranjero; la presencia en la Corte de científicos, filósofos, educadores, o músicos; las imprentas alemanas o italianas establecidas en España; etc.» (págs. 11-12). Son numerosos los estudios de sociolingüística histórica y de historia de las lenguas que han tratado sobre este fenómeno.

    El presente trabajo de Enma Martinell habla sobre una situación específica en el contacto de pueblos y lenguas que ha sido, según la autora, razonablemente marginada por historiadores y filólogos por su escasa trascendencia. Concretamente, dentro de los contactos establecidos entre «los hablantes de una lengua comúnmente hablada, asentados en un determinado país, a quienes les llega una lengua extraña, hablada por ciertos individuos o grupos» (pág. 11), se centra en la costumbre dada entre los reyes y reinas de tomar por esposas o maridos, para sí mismos o para sus herederos, a princesas o príncipes extranjeros. Sobre las razones de esta elección y sus consecuencias —desde el punto de vista lingüístico— nos da debida cuenta su autora.

    La investigación se centra en el período cronológico que se inicia en 1072, con la subida al trono del Alfonso VI, y que se prolonga hasta nuestros días. A lo largo de esta obra se estudian treinta y nueve matrimonios cuyas reinas responden a las siguientes características: «ser mujer extranjera que viene a España para contraer matrimonio con el hijo varón del rey que, a su vez, será coronado rey» (pág. 106). El contenido de la obra se halla estructurado en tres bloques —Edad Media, La casa de Austria, La casa de Borbón— correspondientes a épocas distintas. Cada uno de estos bloques se encuentra delimitado por un hito histórico; por un lado, la coronación de Carlos de Gante como Carlos I de España marca la frontera entre el primer y segundo bloque; por otro, el advenimiento de la Casa de Borbón, en la figura de Felipe V, establece el paso del segundo al tercero. Al final de cada uno de los tres bloques históricos en los que se divide la obra se encuentra un apartado titulado Conclusiones lingüísticas; éste no es sino un resumen de algunos de los datos históricos que pudieron influir en el idioma utilizado por las esposas tras su matrimonio. Sin embargo, las conclusiones lingüísticas propiamente dichas se exponen en el apartado final de Conclusiones del libro. Además, la obra incorpora también una sección bibliográfica y un Anejo.

    Una vez fijados los límites históricos, se enumeran los enlaces matrimoniales investigados, que tienen como punto de partida a Alfonso VI y su reinado, iniciado en el siglo XI, y finalizan con Juan Carlos I, nueve siglos más tarde. Cada uno de ellos es comentado dentro de un marco histórico general seguido de uno más pormenorizado, relativo a las identidades de las esposas extranjeras, para finalmente llegar al apartado denominado Conclusiones lingüísticas al final de cada bloque.

    Respecto a las razones que condujeron a los soberanos españoles a contraer matrimonio con princesas de casas extranjeras, explica la autora, fueron básicamente políticas. Entre los matrimonios estudiados son abundantes los llevados a cabo con princesas de los dos estados con cuyas fronteras limita el territorio español (Portugal y Francia); éste es el caso de Alfonso IX, casado en primeras nupcias con Teresa de Portugal, y de Carlos II, casado con Mª Luisa de Orleans. De este modo «se aseguraba la paz del territorio al tiempo que se posibilitaba la unificación de los territorios en las figuras de los herederos» (pág. 106). También son frecuentes los matrimonios que responden a una política internacional de alianzas, como el de Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya, aumentando la relación con los estados italianos. Así se explica también que «no haya ninguna esposa austriaca en la primera etapa» (pág. 107). En varias ocasiones, en estos enlaces no sólo primaban razones políticas sino también razones familiares, como fue el caso de Felipe II y su doblemente prima María Manuela de Portugal, que murió días después del parto sin llegar a ser reina. Otra circunstancia que la autora trata con especial atención es la pertenencia de la esposa a un linaje español por parte de madre, hecho muy frecuente a lo largo de las tres etapas y cuyas consecuencias lingüísticas estudia Enma Martinell.

    El primer período abarca unos 500 años, a través de los cuales se suceden quince esposas extranjeras. Sobre la lengua que hablaron en la Corte de España y su aprendizaje del castellano se sabe poco, pues la escasez de datos dificulta la investigación. No obstante, se exponen algunos datos de interés. De las quince esposas, de distinta nacionalidad, cinco de ellas eran hijas de madre española, de lo cual se deduce que conocían la lengua castellana antes de llegar a la corte española. En muchos de los casos, los matrimonios eran concertados por los padres de los futuros contrayentes cuando éstos eran aún muy jóvenes, por lo que las princesas llegaban a la corte a muy temprana edad, facilitando el aprendizaje de la lengua. En cuanto al séquito extranjero de las contrayentes, el cual pudiera ejercer influencia sobre ellas, cabe destacar el de Constanza de Borgoña, esposa de Alfonso VI, acompañada por los monjes cluniacienses, con los que se supone hablaría en francés. Además de estos datos, la autora presta especial atención a aquellas esposas que vivieron más que sus maridos, algunas de las cuales regresaron a sus países de origen, como María y Beatriz de Portugal, y las que se quedaron parece ser que usaron el castellano.

    El segundo período corresponde a la casa de Austria. Éste es bastante más corto que el anterior, unos ciento ochenta años a lo largo de los cuales se llevan a cabo diez matrimonios con princesas extranjeras. En esta etapa se resalta de nuevo la presencia de contrayentes con madre española, siendo significativo el hecho de que sean cinco de las diez esposas. Como en el ciclo anterior, algunas de ellas se casaron muy jóvenes, como en el caso de Isabel de Borbón (primera mujer de Felipe IV) que lo hizo con doce años. En cuanto al séquito que las acompañaba había damas que les iban enseñando español y favoreciendo el conocimiento de nuestros usos y costumbres. Algunas de ellas vinieron además acompañadas por un profesor de español, es el caso de Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Sin embargo, la presencia de intérpretes en ocasiones destacadas implica el desconocimiento del español de alguna de las princesas. Este es el caso de Margarita de Austria, esposa de Felipe III.

    El tercer y último período, La casa de Borbón, comprende alrededor de trescientos años y trece matrimonios. Al contrario que en las etapas anteriores, sólo dos de las futuras esposas tienen madre española. Se va perdiendo la costumbre de los enlaces matrimoniales sellados en la infancia, con lo cual hay menos posibilidad de un temprano aprendizaje del español antes de los esponsales.

    En resumen, lo que se puede ver en el transcurso de esta obra es una extensa relación de factores que repercutieron en las lenguas conocidas o habladas por las futuras esposas reales, hechos que dependieron en algunos casos de la edad de la futura contrayente cuando se celebran las primeras conversaciones preparatorias del enlace, de la educación recibida según la edad a la que se incorporan a la corte o de su ascendencia española. Esta obra pretende, según su autora, aplicar una visión de filólogo a un material historiográfico. Se trata pues de una investigación interfacultativa, en la que se hace uso de fuentes bibliográficas de primera y segunda mano, y que se enmarca dentro de los proyectos de investigación La adquisición de la conciencia lingüística por parte de hablantes de lengua europeas frente hablantes de lenguas no europeas, subvencionados por la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Cultura (pág. 18).

E. Rubio Perea

 

Luz Amparo Fajardo y Constanza Moya, Fundamentos Neuropsicológicos del lenguaje, Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bogotá, Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, 109 págs.

    Como colofón a la que ha sido bautizada como «la década del cerebro», en la que se ha dedicado un gran esfuerzo al análisis de la organización y funciones cerebrales desde distintas perspectivas, aparece este libro realizado por las profesoras de la Universidad Nacional de Colombia, Luz Fajardo y Constanza Moya. Este trabajo se abre con un acercamiento al concepto de neurolingüística o neuropsicología del lenguaje, es decir, el estudio y la comprensión de los sustratos neurológicos subyacentes al lenguaje, tanto en su normalidad como en su misma patología. Según la autoras, la neuropsicolingüística es «la ciencia que estudia, por un lado, las relaciones entre cerebro, conducta y medio ambiente, en situaciones de normalidad o de anormalidad y, por otro, el funcionamiento del lenguaje verbal y no verbal y sus distintas manifestaciones en correlación con el cerebro» (pág. 9). Dada la dificultad de acercamiento al lenguaje, esta ciencia se ha centrado en su manifestación concreta e individual, el habla, porque es en ella donde se puede apreciar de manera directa la dificultad o imposibilidad para la comprensión y expresión de los símbolos verbales.

    De los cinco capítulos de que consta el libro nos resultan especialmente interesantes los dedicados al papel del lenguaje en los procesos de conceptualización (Capítulo III), el referente a la neurofisiopatología del lenguaje (Capítulo IV) y el que aborda los fundamentos neuropsicológicos del proceso de la lectoescritura (Capítulo V). En el primero de ellos las autoras siguen una gradación en su acercamiento al lenguaje que parte de la palabra, entendida como medio que empleamos para codificar nuestra experiencia, hasta llegar al discurso, pasando por el nivel intermedio de la estructura oracional. Aborda, por tanto, los mecanismos cerebrales que intervienen en los procesos de conceptualización desde la unidad menor, la palabra, hasta el discurso complejo, con el fin de definir el papel del lenguaje en la formación del pensamiento. La palabra se entiende como una estructura psíquica que la pone en relación con otras. Resulta de especial interés a este respecto el apartado dedicado al estudio de los campos semánticos como sistema complejo de enlaces evocado por la palabra, unos enlaces que las autoras dividen en dos grupos, los «enlaces asociativos externos» y los «enlaces asociativos internos». Los primeros hacen referencia a las asociaciones por contigüidad, cuando la palabra dada evoca un componente cualquiera de la situación concreta en que entra el objeto nombrado. Sería el caso de «perro» / «hueso». Los segundos serían los enlaces que se evocan por la inclusión de la palabra en una categoría determinada, como «perro» / «animal». Además, los enlaces presentan una multisignificación que se encuentra en la palabra, es decir, detrás de cada palabra hay un sistema de enlaces sonoros, situacionales y conceptuales que son los que determinan el cambio del significado fijo y unívoco (significado denotativo), a un significado afectivo (significado connotativo). Las autoras señalan que en los sujetos normales el papel predominante lo tienen los enlaces semánticos (situacionales o conceptuales) que adquieren una gran importancia tanto para la psicología como para la lingüística. Pero, si la palabra aislada designa el objeto y lo generaliza, la oración es la expresión de un pensamiento o de un juicio determinado. Mientras que las palabras se subordinan a un principio paradigmático de organización, en el paso de la palabra a la oración se da un nuevo principio de organización, «principio sintagmático». En este nivel que va de la palabra al texto, las autoras enfatizan la necesidad de abordar el análisis semántico de la frase, articulando procedimientos que eliminan la multisignificación potencial de la frase y le confieren un significado determinado.

    Por otra parte, como advierten las autoras, «el lenguaje y sus estructuras lógicas gramaticales sirven de vehículo para sacar conclusiones sobre la base de razonamientos lógicos, sin necesidad de regresar, cada vez, a la experiencia sensorial inmediata; es decir, el lenguaje le permite al hombre realizar la operación deductiva utilizando los medios de que dispone el propio lenguaje y es esta propiedad la que da lugar al pensamiento discursivo» (pág. 54). Está claro que para la comprensión del sentido de la comunicación verbal no basta con comprender el significado de la palabra y dominar las reglas gramaticales por las que estas palabras se unen a otras, autores como Fillmore y McCawney mostraron que el proceso de comprensión de la comunicación tiene un carácter complejo, siendo prioritaria la búsqueda del sentido que se encierra en un contexto determinado.

    El capítulo dedicado a la neurofisiopatología del lenguaje se abre con una exhaustiva descripción de las funciones o también llamadas «representaciones de la corteza cerebral», sección que sirve de marco introductorio para posteriormente centrarse en el estudio de la organización cerebral del lenguaje. En este capítulo se analizan los principales circuitos implicados en el proceso de producción del lenguaje: los lóbulos y los centros corticales específicos. El Centro de Wernicke es el encargado de la función semasiológica; el Centro de Broca tiene como función primordial la onomasiológica; el Centro de Luria (inferior) interviene en la formación de imágenes verbomotrices, en la coordinación de los movimientos y en la recepción de la información de las distintas partes del sistema fonoarticulatorio; el Centro de Luria (superior) está centrado en las praxias manudigitales, así como en las expresiones no verbales del cuerpo que acompañan a todo lenguaje hablado; el Centro de Dejèrine está considerado como el centro de la lectoescritura; por último, el Centro de Exner coordina los movimientos de las manos y los dedos, siendo junto con el Centro de Luria (superior) el centro fundamental de la escritura.

    Una vez delimitados desde un punto de vista fisiopatológico todos los circuitos implicados en la producción del lenguaje, se procede al análisis de las distintas patologías que se dividen en dos grupos, unas relativas a las alteraciones en la producción verbal y otras referentes a las alteraciones que inciden en el proceso de lectoescritura. Los desórdenes que afectan a la expresión verbal se conocen como disartria y afasia. En la disartria se producen dificultades asociadas con la realización de los sonidos del lenguaje, estando, por tanto, vinculada al nivel fonológico. Por afasia se entiende la imposibilidad o dificultad para la expresión y compresión de los símbolos verbales, implicando para el individuo no sólo una ruptura con el medio ambiente sino también un impedimento general en sus procesos mentales. Observamos un análisis minucioso de la afasia que pasa por la sistematización de todos los tipos así como por un recorrido a través de su historia.

    En lo referente a las alteraciones que afectan al proceso de lectoescritura se analizan las lesiones denominadas disfasia infantil (o disfunción específica en el desarrollo de la expresión y / o la recepción del habla y del lenguaje); la disgrafia (o incapacidad evolutiva o deterioro de la capacidad para expresar ideas por medio de la escritura, debida a una lesión cerebral); la dislexia (o trastorno de la organización espacio-temporal), y la discalculia (o dificultad en el aprendizaje del cálculo).

    Finalmente, las autoras dedican un último apartado al análisis de los trastornos de la voz y del habla, entre los que señalan la disfonía, o alteración de la voz; la dislalia, o trastorno funcional permanente de la emisión de un fonema; la taquilalia, o forma precipitada en el hablar, y la tartamudez, o descoordinación de los movimientos fonoarticulatorios y la presencia de espasmos musculares en distintas partes de la cadena productora del habla.

    Para concluir, se hace necesario destacar la importancia de este trabajo científico que denota el saber de las autoras en este ámbito multidisciplinar. Una obra, sin duda, de referencia para logopedas y lingüistas que se acerquen al estudio de los fundamentos neuropsicológicos del lenguaje.

S. Robles Ávila

 

Luis García Fernández, La gramática de los complementos temporales, Visor Libros, Madrid, 2000, 380 págs.

    Consciente de la complejidad que encierra la expresión de las relaciones temporales en las lenguas naturales, el profesor García Fernández ha elaborado este libro que se enmarca dentro de una corriente de investigación que parte de la consideración de la tríada tiempo, aspecto y modo de acción en la expresión de la temporalidad. Estos tres conceptos esenciales serán abordados con rigor científico aunque para el autor el objetivo último será tratar de un cuarto elemento que, en su opinión, no podría explicarse sin los anteriores: los complementos adverbiales temporales, tanto los no oracionales como los oracionales.

    La investigación se articula en tres partes fundamentales. En la primera de ellas García Fernández realiza una presentación de las unidades teóricas del análisis e introduce las nociones básicas referentes a las categorías de tiempo, aspecto y modo de acción. Desarrollada esta primera parte en tres capítulos, en el primero de ellos el autor comienza describiendo la representación del tiempo gramatical de Reichenbach: «el tiempo gramatical es la expresión de la relación entre tres elementos: H, el momento del habla, R, un punto de referencia relevante para la localización del evento y E, el evento denotado por el predicado» (pág. 25). A continuación el investigador hace una recopilación de las críticas y reformulaciones que ha sufrido el sistema de Reichenbach en lo referente a su teoría sobre el tiempo gramatical.

    El capítulo segundo de esta primera parte se centra en el análisis de la categoría de aspecto. Conocedor de las confusiones entre aspecto y modo de acción, García Fernández adopta la propuesta de Klein por resultar especialmente simple y clarificadora, aunque hay que señalar que hace algunas modificaciones basadas en la incorporación de ciertas ideas vertidas por otros investigadores. De Klein recoge la definición de aspecto y dice que es la relación entre el Tiempo de la Situación y el Tiempo del Foco: «El Tiempo de la Situación es el tiempo durante el que tiene lugar el evento denotado por la parte léxica del verbo. En cambio, el Tiempo del Foco es el período durante el cual es válida una determinada afirmación en una ocasión dada» (pág. 46). Después de repasar las diferentes posibilidades que representa el aspecto según Klein, García Fernández pasa a mostrar los datos básicos del sistema aspectual español ofreciendo ejemplos ilustrativos de las variedades que se distinguen y de las distintas interpretaciones de cada una de ellas.

    En el capítulo tercero, dedicado al modo de acción o también llamado «aspecto léxico», el investigador sigue la clasificación propuesta por Vendler y distingue entre los llamados «eventos télicos» —eventos que presuponen un final natural— y los «eventos atélicos» —los que no lo hacen—. Además, García Fernández completa la clasificación de Vendler con la de autores como Bertinetto y Smith.

    Tras la presentación teórica de la tríada, las dos partes restantes de este trabajo están centradas en el estudio de los complementos adverbiales temporales (Segunda Parte) y de las oraciones subordinadas temporales (Tercera Parte). La segunda parte, dedicada a los complementos adverbiales temporales, se desarrolla a través de cuatro capítulos donde el autor propone los diferentes criterios que se pueden aplicar en la clasificación de estos complementos adverbiales: la relación con la división cultural del tiempo (Capítulo IV), la relación con el aspecto gramatical y léxico (Capítulo V y VI) y la relación con el tiempo gramatical (Capítulos VII y VIII). A lo largo de estas secciones, García Fernández se ocupa del análisis de un buen número de complementos adverbiales que tienen en común su estrecha relación con el aspecto verbal, todos ellos forman parte de cuatro grupos en función de la manera en que se relacionan con los predicados: complementos adverbiales de duración, de localización, de fase o de frecuencia. El autor llega a la conclusión de que «el aspecto gramatical es una categoría fundamental para la comprensión de los fenómenos que atañen a la temporalidad de la oración, puesto que son muy numerosos los fenómenos de orden sintáctico y semántico que sólo encuentran una adecuada explicación en la noción de aspecto [...]. A la importancia del aspecto gramatical hay que añadir la del aspecto léxico [...], esta noción está profundamente relacionada con la del aspecto gramatical y, para describir el funcionamiento de la mayoría de los CCAA de los que nos hemos ocupado, había que atender a su relación con estas dos categorías» (pág. 141).

    En el Capítulo VI García Fernández consigue insertar los CCAA que poseen información deíctica o anafórica dentro del modelo de Reichenbach. Además, analiza dos tipos de expresiones con significado temporal formadas con el verbo hacer.

    Si los dos capítulos anteriores se caracterizan por su naturaleza eminentemente descriptiva, ahora siguen otros dos nuevos apartados de contenido teórico que tratan de proponer un modelo que explique la relación que mantienen los CCAA con el verbo. En el Capítulo VII el autor del libro sigue a Hornstein cuando sostiene que el tiempo gramatical tiene naturaleza adverbial. Este dato explica las relaciones entre los CCAA y la flexión verbal, además de las restricciones que existen sobre la combinación de estos elementos.

    El Capítulo VIII es una reflexión sobre «el número de CCAA temporales deícticos que pueden aparecer modificando a un predicado y a la entidad o entidades que pueden ser modificadas» (pág. 207). La conclusión a la que llega el investigador es que en una oración simple sólo es posible presentar un CA temporal deíctico porque sólo existe una posición para él.

    Finalmente, la tercera y última parte del trabajo está dedicada, como ya anunciamos, al estudio de las oraciones subordinadas temporales. En un apartado introductorio el autor se ocupa de las diferencias entre las oraciones subordinadas temporales denominadas de predicado y las denominadas de oración, distinción que se basa en la relación con la oración principal y en su mayor o menor dependencia semántica y sintáctica con respecto a ella. Igualmente, aborda algunos aspectos semánticos que atañen a este tipo de subordinadas.

    En los capítulos restantes de esta tercera parte (Capítulos X, XI y XII) García Fernández analiza con singular precisión los distintos conectores temporales: los de simultaneidad (cuando, mientras y al + infinitivo, con sus restricciones semánticas), los de anterioridad y posterioridad (antes y después, además de las diferencias semánticas entre las oraciones factuales y contrafactuales introducidas por antes) y los delimitativos (desde y hasta, además de las características semánticas de las oraciones subordinadas y de las relaciones que establecen con respecto a sus principales).

    El último capítulo está dedicado a la correlación de tiempos en las oraciones subordinadas temporales, otorgando una atención especial al conector desde por presentar un comportamiento peculiar y muy distinto respecto de los otros conectores, debido a sus particulares restricciones semánticas.

    En suma, podemos decir que la investigación llevada a cabo por el profesor García Fernández nos ofrece una visión profunda, a la vez que sistemática y clarificadora, de los complementos temporales basada en los tres conceptos esenciales: tiempo-aspecto y modo de acción. Un trabajo que, sin duda, ha de ser de obligada consulta para todos aquellos estudiosos que quieran profundizar en el estudio de la expresión de las relaciones temporales en español.

S. Robles Ávila

 

Marina Parra, Difusión internacional del español por radio, television y prensa, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Series Minor, XL, Santafé de Bogotá, 1999, 257 págs.

No cabe duda de que la lengua española es uno de los idiomas más importantes utilizados para la intercomunicación en la sociedad actual. Además, todo apunta a que en el s. XXI aumentará el número de hablantes de nuestra lengua y tendrá una importancia mayor que el inglés. No obstante, el español, como todas las lenguas del mundo, presenta variaciones y alteraciones permanentes motivadas por variables de índole social, cultural, geográfica y temporal, entre otras. De ahí que, junto a un llamado «dialecto estándar», existan otros dialectos o variaciones lingüísticas que pueden ser diatópicas, diastráticas o diafásicas. Este trabajo de Marina Parra se inscribe en una trayectoria de investigaciones que parten de la inquietud por analizar el fondo lingüístico común que constituye el dialecto estándar, además de las variedades que se presentan en el español. Como señala la propia autora, «el origen de esta investigación radica en el hecho de que, como bien sabemos, es frecuente escuchar por parte de muchos hablantes de español, críticas acerca del mal empleo de la lengua española usada por los medios masivos de comunicación. Estas críticas enfatizan la gran responsabilidad que tienen estos medios con la sociedad y con la lengua utilizada por ella —debido a la enorme influencia que ellos poseen— especialmente en el desarrollo de la competencia comunicativa de los jóvenes y de los niños, quienes le dan un alto grado de credibilidad a la prensa y a la radio, pero sobre todo a la televisión» (pág. 17).

El trabajo se estructura en tres partes fundamentales seguidas de las conclusiones y de unos anexos. En el capítulo primero la autora parte del presupuesto de que un estudio del lenguaje de los llamados mass media debe anclarse en un marco teórico o conceptual que incluya un componente comunicativo y un componente lingüístico. Dentro del primero se analiza la gran importancia de los medios y se presentan características generales de su lenguaje; igualmente, se precisa la situación actual de la radio, la prensa y la televisión en Colombia, investigando su alcance, su influencia e identificando sus principales cadenas y periódicos. Los planteamientos teóricos de índole comunicativa sobre los que se sustenta la investigación son los que defienden autores como J. L. Martínez Albertos, Marshall Mcluhan y Teun A. Van Dijk, entre otros. El apartado dedicado al componente lingüístico se divide en dos niveles: el léxico y el sintáctico; pero, además, se han tenido en cuenta aspectos pertenecientes al nivel semántico, tales como la homonimia y la sinonimia. Para las definiciones conceptuales del léxico la autora se ha basado en los planteamientos de Günter Haensch, André Martinet y Julio Fernández Sevilla. En lo concerniente a los conceptos relacionados con la sintaxis, se han seguido los presupuestos de teóricos de Julia Baquero y Felipe Pardo, además de los expuestos por Teun A. Van Dijk y M. A. K. Halliday. Los procedimientos de homonimia y sinonimia se han analizado a la luz de la teoría de John Lyons.

En el capítulo segundo la autora presenta el procedimiento metodológico que ha sido diseñado por la Coordinación General para la realización global de este proyecto. Un procedimiento único creado con el fin de que los datos encontrados se recolecten y analicen base a los mismos criterios de manera uniforme. De esta forma, se podrá realizar posteriormente un análisis contrastivo de la lengua española usada por los medios de comunicación. La investigación se realizó a partir de un corpus recopilado «mediante una muestra estratificada, aleatoria y homogénea de cada estrato o clase de programa transmitido por las estaciones de radio o televisión que se hayan seleccionado y de los principales periódicos de cada país. Los programas deben ser realizados por hablantes nativos, puesto que se trata de detectar el fondo lingüístico común y, también, las variedades nacionales o regionales del español usado por los medios electrónicos en los diversos países hispanohablantes» (pág. 89). El lenguaje de las muestras ha sido procesado mediante el programa Exégesis que fue diseñado por El Colegio de México para el análisis léxico, mientras que la investigación sintáctica se ha realizado de manera manual.

La autora reconoce que este trabajo sólo ha cubierto la primera etapa del proyecto de la investigación, dedicada al estudio del lenguaje del estrato «noticias». No obstante, ya augura la próxima cobertura de otras etapas del proyecto, tales como, el lenguaje utilizado en el estrato de las novelas transmitidas por radio y televisión, y el lenguaje deportivo.

En el capítulo tercero se presentan los resultados de la investigación organizados en dos grupos: resultados del nivel léxico y resultados del nivel sintáctico. Dichos resultados mostraron que el léxico utilizado para la transmisión de las noticias colombianas pertenece, en su mayoría, al dialecto estándar, variedad de prestigio que tiene carácter transregional y transocial. Es un léxico básicamente panhispánico ya que los medios intentan unificar su lenguaje para lograr captar a un número más amplio de espectadores. La autora también descubre una gran riqueza léxica en el lenguaje de los medios, hecho que contradice el supuesto general de que empobrecen el lenguaje. Por otra parte, un alto porcentaje de los vocablos usados para la producción de noticias son vocablos funcionales o de relación, siendo los de mayor frecuencia las preposiciones, los artículos, los pronombres relativos y las conjunciones.

Por lo que se refiere al nivel sintáctico, la investigadora llega a la conclusión de que se producen una serie de anomalías que corresponden a la elipsis, el hipérbaton, la falta de referencia, la concordancia, la sustitución de preposiciones, la repetición y la imprecisión léxica. La tendencia al hipérbaton y a la repetición está motivada por el deseo del periodista de llegar de forma enfática al receptor. La elipsis y la falta de referencia, según la autora, se deben a causas de tipo lingüístico y comunicativo.

Desde nuestro punto de vista, entendemos que este trabajo de investigación resulta de gran interés e importancia ya que contribuye a lograr un mayor conocimiento del español como lengua internacional. El empleo de recursos informáticos así como el uso de la estadística lingüística proporcionan la objetividad y el rigor necesarios para lograr resultados puramente científicos. Resultados que, sin duda, también pueden ser utilizados para le enseñanza del español como lengua extranjera.

S. Robles Ávila