SOBRE EL USO DE LOS PRONOMBRES OBJETO

LO, LE Y LA EN ESPAÑOL (LOÍSMO, LEÍSMO, LAÍSMO)

Carlos Clavería (†)

Texto dispuesto para la imprenta por José Polo

Universidad Autónoma de Madrid

 

   NOTA PREVIA

 

    1. Rescato para el español un trabajo del llorado investigador Carlos Clavería (1909-1974) que ha sido citado algunas veces, pero, sospecho, menos leído. Se trata de «Om anvándningen av objektspronomina lo, le, la i spanskan (loísmo, leísmo, laísmo)», en Moderna Språk, XL/1946, págs. 13-20. Lo menciona, por ejemplo, Salvador Fernández Ramírez, en su Gramática española. Los sonidos, el nombre y el pronombre (Revista de Occidente, Madrid, 1951, §108, nota 2 de la página 203; en la segunda edición —Arco-Libros, Madrid—, véase el vol. 3.2. «El pronombre», §109, pág. 52, nota 97): «Una historia sucinta, pero muy compleja, de la literatura gramatical sobre la confusión de las formas pronominales publica Carlos Clavería en la Revista [...]».

    2. Loísmo se halla empleado a lo largo del trabajo no como ‘uso antietimológico de lo (objeto indirecto en lugar de le)’, esto es, como ‘desviación del esquema etimologizante’ o -ismo, sino meramente en cuanto presencia mecánica de lo para el objeto directo; vale decir: justamente el uso fiel al esquema etimológico. No es cuestión ahora de entrar en el asunto de cuál de las dos vías terminológicas conviene más (para mí, no es la que aparece reflejada en el texto, aunque se encuentre bien acompañado nuestro autor en dicho sistema nominador), sino de dejar constancia del hecho, inteligible, por otra parte, en su situación comunicativa.

    3. Quiero dar las gracias a Justina Sánchez Prieto, que, en su momento (hace ya algunos años), tuvo la gentileza de atender generosamente mi solicitud de traducción, desde el sueco, del sabio trabajo del inolvidable estudioso Carlos Clavería.

 

[1]

    La elección del pronombre átono de objeto directo de tercera persona es siempre un difícil escollo para los principiantes de español. Esto es debido a que los métodos de español de diversos países dan una muy precaria explicación sobre el uso fluctuante entre lo y le, la y le, los y les, las y les, al igual que de las formas átonas de dativo y acusativo correspondientes a las de nominativo él, ella, ellos y ellas, que se encuentran tanto en el habla moderna como en la literatura de diversas épocas. A menudo se solventa el problema diferenciando simplemente le y lo para el acusativo masculino singular, les y los para el acusativo masculino plural y le y la para el dativo femenino singular. A veces se retoma alguna norma con arraigo en las gramáticas españolas. Ni uno ni otro modo de proceder dejan entrever al lector que esta fluctuación entre las dos formas es un fenómeno lingüístico aún no consolidado, que se encuentra en proceso de desarrollo y que, por lo tanto, tiene una larga historia y ha sido motivo de discusión entre gramáticos. El resultado al que llegó el gran investigador colombiano Rufino José Cuervo en su estudio magistral «Los casos enclíticos y proclíticos del pronombre de tercera persona en español» [1] no parece ser suficientemente conocido como para poder servir de guía en el tratamiento del fenómeno. El extranjero de hecho se sorprende cuando comprueba que Yo lo he visto (a él, a Juan) incluso se puede expresar Yo le he visto, mientras que sólo se puede decir Yo lo he visto encima de la mesa si con lo nos referimos, por ejemplo, a un libro; o que Yo le digo (a él, a ella) se encuentra a menudo con la misma significación que Yo la digo (a ella). Es, pues, asombroso que los libros de enseñanza se limiten, sin más, a mostrar la existencia de las formas, una tras otra, o, con mucho, a señalar que se usa lo para el acusativo masculino si se trata de cosas (algo inerte) y le si de personas (algo vivo). Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en las gramáticas usadas en Escandinavia: Munthe Kortfattad, Spansk språklära [Gramática básica del español] (§98) y Kristoffer Nyrop, Spansk Grammatik [Gramática del español] (§32), aun cuando en esta última se alude al problema que comentamos (§71). Igual sucede con las gramáticas más extendidas en otros países: E. L. Llorens, Lehrbuch der spanischen Sprache; F. C. Tarr y A. Centeno, A Graded Spanish Review Grammar; L. C. Harmer y F. J. Norton, A Manual of Modern Spanish y otras. Si incluso en un libro de elevada actitud científica como el de F. Krüger, Einführung in das Neuspanische se trata al problema sólo de paso y se contenta con remitirnos al breve tratamiento que F. Hanssen le dedica en su Gramática histórica de la lengua castellana. Aquí, por el contrario, debe sostenerse que el intercambio entre las distintas formas es un hecho que no puede descuidarse. El fenómeno está fuertemente arraigado en el idioma y hay que buscar su origen bastante atrás en el tiempo. Frente a él no basta la actitud del gramático normativo, sino que hay que seguir el camino que Cuervo mostró, hay que investigar y describir las relaciones tal como realmente se dan en el español actual y buscar sus soluciones en la realidad.

 

[2]

    La inseguridad en el uso de las formas arriba nombradas tiene muchas causas. El punto de partida parece ser un cierto trastrueque de formas con distintos orígenes. Los pronombres objeto de tercera persona átonos se remontan a las formas estrictamente diferenciadas del dativo y el acusativo:

                            singular dativo masculino/femenino........................ ãlli > le

                        acusativo masculino................................... ãllum > lo

                neutro........................................ ãllud > lo

                femenino.................................... ãllam > la

                            plural         dativo masculino/femenino........................ ãllis > les

                      acusativo masculino................................... ãllos > los

               femenino.................................... ãllas > las

    Vistas etimológicamente, son, pues, lo (masculino y neutro), la, los y las, formas de acusativo; le y les, formas de dativo. Ya en épocas muy tempranas se empezó a mezclar los casos, de forma que se usó le y les en lugar de lo y los. Poco a poco se usarían la, las, e incluso los, en lugar le, les. En el citado artículo estudia Cuervo la existencia temprana de le y lo como formas de acusativo en diversos autores y logra demostrar que el uso de le como acusativo se encuentra ya en textos medievales. Otras investigaciones posteriores de textos medievales (Menéndez Pidal, Marden, Aguado, etc.) ha confirmado la antigüedad del intercambio entre le y lo para el acusativo singular. Cuervo buscó la causa de este trueque en el fenómeno medieval español de apócope de vocal cuando me, te, se eran enclíticos. Si se reduce también el pronombre objeto de tercera persona a l’ y en cuanto enclítico se une a la palabra anterior, no se puede distinguir si es forma de acusativo o de dativo. La forma común de dativo y acusativo de las palabras me, te, se apocopadas m’, t’, s’ podría haber colaborado a que l’ funcionase tanto para objeto directo como objeto indirecto. A juzgar por la panorámica que Cuervo da sobre el uso de le por lo (el llamado leísmo), alcanza el fenómeno su cima en los escritores del 1500 de Madrid y sus alrededores. Este uso reinante en la capital, que se ha sucedido hasta nuestros días, ha ejercido desde entonces una influencia decisiva en la elección del pronombre objeto y ha sido la fuerza motora de la extensión del leísmo a costa del uso idiomático que conservaba la diferencia estipulada etimológicamente entre le y lo. En lo que se refiere al fenómeno posterior —el llamado loísmo, es decir, el uso consecuente de lo como acusativo para el nominativo él— probablemente exista sólo en teoría en forma culta, ya que es poco probable encontrar hoy un loísta «de pura cepa» incluso entre los escritores procedentes de la periferia de la zona nombrada, donde el uso de lo es el común para todo acusativo singular. Se podría afirmar que apenas existe, tanto en España como en Hispanoamérica, donde también la diferenciación etimológica se conserva, ninguna persona cultivada o algo erudita que no use en el habla le y lo para el acusativo masculino singular. Y pocas deben de ser las personas que de forma clara y precisa puedan alegar sus razones en la elección de una u otra forma. El contacto continuo entre personas de diferentes lugares de España y la lectura de libros en los que predomina un uso diferente del del lector ha provocado la inseguridad en el uso de le y lo que es tan característica del habla española.

 

[3]

    En la obra citada arriba ha reunido Cuervo un buen número de informes de gramáticos del 1500 (y posteriores), los cuales confirmaban esta inseguridad en el uso de le y lo. Se inicia en esa época la discusión entre escritores «leístas» y «loístas», discusión que continuará hasta nuestros días. Algunos defenderían la diferenciación etimológica entre le y lo y condenarían le como forma de acusativo. Otros dirían que le es preciso como acusativo para diferenciar el masculino del neutro. En su libro Trilingüe de tres artes de las tres lenguas [: castellana, latina i griega, todas en romanze] (1627) acepta el profesor salmantino Gonzalo Correas el uso reinante entre los habitantes de las dos Castillas y lo impone como norma: rechaza el uso de lo para el acusativo masculino y aprueba sin reservas le y acepta el uso de los en lugar de les. Este uso del lenguaje de Castilla (en sentido restringido), más la carga de prestigio que la capital le da, expuesto sin compromisos por Correas, ha debido de ejercer una gran influencia en los gramáticos posteriores. El tratado de Correas vino a ser una de las principales fuentes en la preparación de la Gramática de la Real Academia Española, que se publicó en 1771 y que en las sucesivas ediciones sufrió no pocos cambios. Hasta la cuarta edición (1796) no se reconoce el uso de lo junto al de le como un fenómeno normal entre los escritores clásicos españoles; al mismo tiempo se negaba la Academia a aceptar, junto al uso normal castellano de le, el de lo, con base etimológica, que es mucho más común, por no decir único vigente, en toda la periferia española y en Hispanoamérica. El primer tercio del siglo xix muestra una serie de controversias entre leístas y loístas. El principal argumento de los leístas era que las terminaciones de los dativos este, esta, esto, etc., representan respectivamente masculino, femenino y neutro. Los loístas defendían, por el contrario, la fidelidad a la etimología y exponían la ventaja de poder diferenciar dativo y acusativo. Las discusiones de los gramáticos tenían, sin embargo, a pesar de todo, poca influencia en el lenguaje. Cuervo demostró las inconsecuencias en el empleo de le y lo entre los defensores de ambos «ismos» e incluso reveló que la Academia no seguía sus propias reglas en sus protocolos y en los escritos que publicaba.

 

[4]

    Es curioso el que la idea de conseguir una norma dentro de esta situación caótica no surgiera desde la Academia sino de un particular: el conocido bibliógrafo Vicente Salvá, que durante su destierro en París incluso dedicaba su atención a complicaciones gramaticales, propuso en su Gramática de la lengua castellana según ahora se habla (1830) que para evitar el estado caótico de la cuestión se debiera usar le si se tratase de cosa viva, lo si de cosa muerta. Sus esfuerzos se coronaron con el éxito. La regla así formulada la recoge el conocido lingüista venezolano Andrés Bello (1847) y a partir de ahí la aceptan gramáticos posteriores, aunque más como una «salida de apuros» que una tendencia reconocida en el uso de le y lo... La Academia Española mantiene el leísmo en la edición de su Gramática que se publicó a principios del siglo xix. Pero por ese tiempo se hizo vigente un espíritu algo más liberal en la Academia y, cuando en el año 1847 ingresaron en ella eminentes políticos y escritores de distintas provincias españolas, la cuestión sobre le y lo volvió a estar sobre el tapete. El 7 de noviembre de dicho año, el conocido político Alejandro Oliván atacó en su discurso el empleo de le como acusativo masculino y presentó fuertes razones de peso contra el leísmo protegido por la Academia: lo sería en general acusativo masculino en respuesta al nominativo él; pocas veces, o nunca, convenía le cuando se trataba de cosas; la diferenciación etimológica de casos tenía ventajas prácticas, etc., etc. Los argumentos expuestos por Oliván consiguieron su propósito en la Academia e influyeron notoriamente en la reconstrucción de su gramática. En la edición de 1852 no se ve, a pesar de ello, ningún resultado. No es sino la edición de 1854 la que refleja las vívidas discusiones a este respecto. Se señala en ella que el uso fluctúa y se abstiene de recomendar únicamente le. En la edición de 1858 se sostiene de nuevo la libertad de elección entre le y lo como formas masculinas de acusativo. Las ediciones siguientes no mantienen marcadamente ninguno de los puntos de vista: hay, sin embargo, soslayados intentos de limitar el uso de lo dirigido a personas en algunas ocasiones. En las últimas ediciones, la Academia ha llegado al extremo de recomendar el uso autorizado etimológicamente de lo para el acusativo masculino: se ve claramente en ello una concesión a los países de habla española de América.

 

[5]

    Mucho más fácil le fue a la Academia condenar el uso del plural les como acusativo masculino en lugar de los, dado que este fenómeno ha sido mucho más raro. Tampoco tuvo ningún problema en rechazar los usos contrarios, a saber, los y lo en lugar de los dativos les y le, pues tal cosa sucede en casos claramente esporádicos.

 

[6]

    Mano a mano con el loísmo se produce el «laísmo», es decir, el empleo de la como dativo en lugar de le. El que este fenómeno no haya ejercido un papel tan predominante como el loísmo se debe simplemente a que el uso de la y las como dativos no ha sido, ni mucho menos, tan extendido como el de le, les en lugar de lo, los. La y las han sido, sin embargo, las formas comunes de dativo entre los habitantes de las dos Castillas. Tanto Gómez Hermosilla como Salvá certifican su existencia lo mismo en el habla que en la lengua escrita del Madrid del siglo xix. Gracias a sus investigaciones de textos de diferentes épocas ha logrado Cuervo demostrar que este empleo no debe ser anterior a los finales del siglo xv. El laísmo mantuvo un cierto prestigio debido a que Correas y otros elevaron el lenguaje de Madrid a norma. Las gramáticas de la Academia no tomaron durante mucho tiempo partido alguno, pero la edición de 1858 fijó le como dativo femenino, al mismo tiempo que se señalaba que incluso se encuentra la usado como dativo en buenos escritores para evitar ambigüedades. El laísmo ha tenido sus fieles defensores incluso en tiempos muy recientes. En su estudio arriba nombrado, menciona Cuervo que su contemporáneo Antonio de Valbuena, quien en su Fe de erratas del Diccionario de la Academia (Madrid, 1891) defendía el uso de la y las como formas de dativo con la explicación de que era la corriente en las dos Castillas. Quince años después de la publicación del artículo de Cuervo, rompe de nuevo el polémico Valbuena una lanza en favor del laísmo. En una publicación titulada Notas gramaticales. El la y el le (Madrid, 1910) se declara un entusiasta laísta y busca apoyo para su causa entre los escritores clásicos españoles. El Secretario Perpetuo, en esa época, de la Academia, Emilio Cotarelo y Mori, recogió el desafío y atacó con un escrito: Sobre el le y el la. Cuestión gramatical (Madrid, 1910). Cotarelo parte de los estudios de Cuervo en la revista Romania. Advierte que la sólo excepcionalmente se usó como dativo en los siglos xvi y xvii y pone de relieve lo inconsecuente de que la misma persona defienda la como dativo, pero condene lo para el acusativo. Hace unos años publicó una profesora americana, Cony Sturgis, un ensayo, «The use of la as femenine dative» (Hispania, XIII, 1930), en el que refuta la suposición de Andrés Bello de que la, como forma femenina del dativo, se debiera a razones de claridad, es decir, que se usara allá donde de esa manera se señalaría el género de la persona deseada. Un alumno suyo, que estudia la como forma de dativo en las obras de Leandro [Fernández de] Moratín y de Ramón de la Cruz, ha logrado mostrar que en dichos autores se usa la incluso allí donde no existe vacilación alguna sobre el género. La doctora Sturgis ha investigado de nuevo la cuestión y logra demostrar estadísticamente que la es especialmente común tras verbos que significan ‘hablar con’, ‘dar a’ y con expresiones «of action involving some force of giving to, taking from, advantage or disadvantage». Ya Cotarelo Mori había señalado en su debatido estudio la posibilidad de que ciertos verbos transitivos favoreciesen el uso de la forma etimológica de acusativo la en lugar de la de dativo le. Sturgis señala que dicho uso puede relacionarse con el uso común del acusativo hablar en tiempos pasados; incluso decir muestra, no obstante, alta frecuencia en su material.

 

[7]

    En su excelente Curso superior de sintaxis española (Méjico, 1945 [1943]) da Samuel Gili Gaya una panorámica de la cuestión le/lo y le/la sin intentar forzar el punto de vista normativo. Le gusta la tolerancia de la Academia en el tema del uso de le como acusativo masculino de persona, ya que el uso en la lengua hablada y en muchos autores le da un carácter especial. Completa incluso los informes de Cuervo y hace un resumen de lo que sabe sobre la extensión de cada pronombre objeto en particular. Andalucía es la que se mantiene más próxima al latín, es decir, lo se usa normalmente, pero puede sustituirse por le cuando se trata de una persona y se pretende rehuir la confusión con una cosa. En dativo no se puede, por el contrario, cambiar le por ninguna forma de acusativo. Canarias y Extremadura Sur se mantienen, como Andalucía, dentro de las normas de la Academia. Aragón se caracteriza por un acusado leísmo: le se usa a veces incluso cuando se trata de cosas (este libro te lo doy) [2]. El mismo empleo se encuentra en zonas de León donde, por ejemplo, dicen no les quiero, referido tanto a personas como a cosas. En Castilla la Nueva el leísmo es casi exclusivo cuando se trata de acusativo de persona; por el contrario, se usa le sólo como dativo en oposición a lo etimológico que exige el uso en ambos géneros: le regalaron una bicicleta (a él), la regalaron una bicicleta (a ella). Este uso se ha extendido desde aquí a zonas contiguas. El empleo de lo como dativo masculino singular que a veces aparece en las clases bajas de Madrid se ha considerado siempre vulgar. Análisis de geografía lingüística podrían dar un cuadro más detallado de las relaciones, pero hay que recordar que se trata de fenómenos de naturaleza claramente inestable en los que observaciones en una dirección dada pueden, tras un período relativamente corto, mostrarse completamente erróneas. Además de lo señalado por Gili Gaya, hay que recordar que la América hispanohablante ha conservado fielmente el uso etimológico, tal como Cuervo señala en su estudio arriba citado. Estudios especiales de determinadas zonas realizados por Espinosa (Nuevo Méjico), Cuervo (Colombia), Benvenutto (Perú), Toro [y] Gisbert (Argentina), Lenz (Chile), Caroll [Charles Carroll] Marden (Méjico) y Henríquez Ureña (República Dominicana) muestran que allí se usa lo para el acusativo masculino y le para el dativo de ambos géneros en todas partes.

 

[8]

    En una artículo recientemente publicado (Hispanic Review, XIII, 1945), ha señalado R. K. Spaulding el riesgo de cualquier generalización y ha mostrado que lo que Keninston dice en The Syntax of the XVIth Century [The Syntax of Castilian Prose. The Sixteenth Century, The University of Chicago Press, 1937] y en Spanish Syntax List sobre el uso general en Castilla de le y su extensión al norte no da una visión real de la situación. Demuestra también, con ayuda de textos recientes, que le como acusativo gana terreno en zonas, incluso en América, que se mantenían fieles a la diferenciación entre dativo y acusativo. Las razones del trastrueque de los pronombres objeto son muchas y de diferentes naturaleza. En un estadio temprano contribuyeron circunstancias morfológicas en ello. Más tarde se añadieron factores sintácticos que enredaron algo más la madeja. El español tiene un respetable número de verbos que se construyen bien con objeto de persona, bien de cosa, por ejemplo, «enseñar algo/lo enseña, enseñar (a) alguien/le enseña». Además, se encuentran al lado de muchos verbos transitivos frases de igual significado construidas por un verbo de sentido general y un substantivo, por ejemplo cansar/causar cansancio: «cansarlo/causarle cansancio»; honrar/dar honra: «honrarlo/darle honra» [3]. Finalmente, reina total inseguridad sobre el caso en construcciones de ciertos verbos con infinitivo: «las oyó cantar/les oyó cantar unas canciones», etc.

 

[9]

    Incluso se ha dicho que la eufonía desempeña un cierto papel en la elección de una u otra forma; por ejemplo, colocóle en lugar de colocólo, pero Cuervo no da a este factor una influencia decisoria. La forma de dichas frases la deciden usos arraigados en el habla y las formas gramaticales no pueden ponerles freno. En muchos casos depende la elección del gusto del hablante o escritor; especialmente cuando se trata de le y la en dativo singular femenino, podríamos incluso decir que la elección debe mucho a la casualidad. Es por ello muy difícil formular reglas del tipo al uso de las gramáticas dirigidas a los no hispanohablantes. Uno está, por el contrario, obligado a intentar hacer comprender al lector u oyente que se encuentra frente a un fenómeno lingüístico que aún no ha encontrado su forma final y mostrarle el desarrollo histórico. En este punto se deben considerar, aun más de lo hecho hasta ahora, los análisis realizados por Cuervo y sus seguidores. Éste es el único camino posible cuando se trata de buscar claridad en el uso hablado y escrito. Con la ayuda de las reglas actuales no es posible.

 

NOTAS:

[1] Romania, XXIV, 1895 [págs. 95-113 y 219-263]. Los puntos principales se encuentran en sus notas a la Gramática de la lengua castellana de Andrés Bello (nota 121 hasta el [referida al] §930). [En la segunda edición, 1987, de las Obras de Rufino José Cuervo —Instituto Caro y Cuervo, Bogotá— el mencionado trabajo de 1895 se halla entre las páginas 167-239 del vol. iii: la clásica nota 121, en págs. 171-179 del i.

[2] Dejamos aquí constancia de que Cuervo considera a los escritores aragoneses por él estudiados como «loístas» y que Tilander sólo ha encontrado lo como acusativo masculino en los Fueros de Aragón.

[3] Para este tipo de «descomposiciones léxicas», remito al clásico por antonomasia, Josef Dubský, con numerosos trabajos, entre los cuales mencionaré solo dos: «Formas descompuestas en el español antiguo» (Revista de Filología Española, XLVI/1963, págs. 31-48) y «El campo sintagmático de las formas descompuestas en español» (Universidad de la Habana¸168-169/1966, págs. 109-125).