LOS EPÍTETOS FEMENINOS EN LAS POSTHOMÉRICAS

DE QUINTO DE ESMIRNA

Inés Calero Secall

Universidad de Málaga

 

    La épica griega tardía, nostálgica del pasado, se proponía resucitar la antigua epopeya de Homero, lo que significaba, por tanto, una vuelta a los modos arcaicos [1]. Lógico es que, entonces, su estilo y su vocabulario pretendiese ser fiel a su modelo homérico. En este sentido, Quinto de Esmirna, considerado homerikótatos [2], es el representante puntero de la tendencia arcaizante [3].

    Por lo que respecta al tema que nos ocupa, es de suponer que, dada la fuerte proclividad homerizante de su poesía, las figuras femeninas de Quinto fueran investidas de epítetos cuya forma respondiese al uso homérico, pero también cabría esperar que recibieran calificaciones de contenido semejante.

    Pues bien, cierto que la dependencia de la épica arcaica condiciona a Quinto a utilizar epítetos de un marcado sello homérico que le impide poner al descubierto su propia originalidad, pero no es menos cierto que, pese a esa fidelidad a Homero, se observa un intencionado alejamiento de él en el abandono en la incorporación de epítetos diferentes que aspiran a poner de relieve la cualidad más conspicua que defina a sus personajes, pues creemos que los epítetos, incluso los tradicionalmente considerados ornamentales, en un momento dado pueden aportar cierto valor significativo a tener en cuenta a la hora de intentar conocer el perfil humano de los personajes y el pergeño que ha pretendido darle el poeta, pues de los epítetos, incluso de todo tipo de calificaciones, se pueden recabar datos valiosos para la etopeya de los personajes mitológicos.

    De todos es conocida la tesis de Milman Parry [4] de conceder al epíteto fijo un valor puramente ornamental y métrico. Es decir que está vacío de contenido y su utilización viene exigida por la métrica. Sin embargo, pensamos que no sólo, por supuesto, en Quinto, al no estar atrapado bajo las redes de la oral composition, sino incluso en el propio Homero el epíteto fijo, las fórmulas, no contituye, en muchos casos, un simple adorno de su poesía, pues estamos de acuerdo con Defradas [5], que, aunque el aedo eligiese de forma mecánica el material que la tradición le ofrecía, «habría que suponer que las fórmulas habían sido creadas alguna vez por' un poeta consciente de su significación y que expresaría realmente un atributo del nombre al que era aplicado».

    Y es que, como muy bien ha observado también Sobejano [6], incluso en «los tenidos por ociosos, como son los epítetos tan frecuentes en Homero... cabe ver, mucho más que una asociación automática de palabras con fines ornamentales o de relleno, una vinculación vívida y expresiva del personaje con su cualidad más relevante».

    Además el epíteto es revelador del estilo personal del poeta e incluso de estilos de épocas. «No sólo un poeta usa con preferencia detenninados epítetos, también las épocas revelan claras preferencias por detenninados modos de epítesis, por determinadas maneras de connotar imaginativamente y afectivamente las cualidades de los seres» [7]. Y siguiendo esta opinión, podemos decir que también los epítetos pueden contribuir a conocer la visión del poeta acerca de sus personajes; es por ello que ahora, a la luz de los epítetos, intentamos escudriñar la caracterización y cualidades que Quinto intenta subrayar en las figuras femeninas de sus Postboméricas.

    En efecto, siendo como es un poema de corte épico asistimos a la idealización aristocrática del sexo femenino. En el mundo de los héroes la mujer representa el motivo de su lucha, ella constituye la fuerza que les empuja a la acción bélica [8] y como tal es la destinataria de toda clase de ponderaciones y la depositaria de todo tipo de alabanzas. En el hecho de ser objeto de elogios podríamos encontrar una prueba ilustrativa de que nos hallamos ante una época de ausencia rnisógina, donde impera una fuerte apreciación de su belleza, pero no hemos de olvidar que su exaltación es un rasgo del talante caballeresco y elegante del héroe hacia sus mujeres, que en modo alguno supone una alta valoración a los ojos masculinos ni una favorable situación social de las mujeres [9].

    Ante esta mentalidad heroica, es de suponer que, a tenor de las leyes de esta irnitadora poesía: el gran arsenal de epítetos femeninos de las Postboméricas sean de significación laudatoria, cuya finalidad esté encaminada a resaltar las excelencias de las mujeres. En efecto, la hermosura es una de las cualidades más apreciadas de ellas y contamos por doquier con epítetos referentes a sus encantos. Así las figuras femeninas de Quinto como las de Homero acaparan adjetivaciones que aluden a la belleza de sus cabellos y mejillas, a la intensidad del color negro de sus ojos o a la vivacidad de ellos. Nuestro poeta conserva los tradicionales epítetos homéricos eúkomos «la de hermosos cabellos» (VII 217; I XIII 384; XIV 150), euplókamos al 595; IV 276; VI 138, 550) y (I1 588, X 127) kalliplókamos «la de hermosas trenzas», kallipáreos  «la de hermosas mejillas» (VIII 121; XI 69), kyanôpis «la de negros ojos» (I 44), helikôpis (XIV 70) y helikoblépharos (XIII 470) «la de ojos vivos» [10], término este que no aparece ya en los poemas homéricos, sino en H. Hom. VI 19, aplicado a Afrodita. No obstante, deja de utilizar los epítetos euôpis y kallíkomos homéricos [11].

    Un paralelismo exacto encontramos en la descripción de la suavidad de la piel femenina a través del adjetivo hapalóchros [12] (XII 107) que también engalana al sustantivo partheniké en H. Hom. V 14, pero prescinde de Homero, cuando llama a Andrómaca «la de hermosos tobillos» eúsphyros (I 115; XIII 268) epíteto que pudo tomar de Hesíodo [13], una variante del kallísphyros homérico, en vez de aplicarle leukólenos [14] «la de blancos brazos» tan conspicuo de la Ilíada y Odisea, cuya omisión en las PostHoméricas sorprende. Es notoria también la ausencia de los epítetos de Homero que aluden al cuerpo humano como son bathýkolpos y tanýsphyros [15].

    Donde asoma también la lejanía homérica es en la utilización de polioplókamos para describir los canos cabellos de las troyanas que embarcan hacia su fatal destino (XIV 14). Este epíteto, registrado también en los Oracula Sibyllina del IIL.III d. C. (Orac. Sib. XI 68) y creado tal vez a semejanza del poliótrichos de Opiano (Opp. C. 111 293) y del homérico poliokrótaphos «de blancas sienes» (Il. VIII 518) (dichos de lobos y de ancianos respectivamente), no responde a la tendencia heroica de ponderar la belleza femenina, dado que  la imagen canosa que el epíteto traduce vislumbra un mayor realismo al subrayar sin ningún tipo de idealización el aspecto físico de la mujer.

    Ni que decir tiene que los anteriores epítetos denotadores de cualidades sublimadas del cuerpo son de tipo encomiástico. Sin embargo, en contra de su modo usual de proceder, Quinto se sirve de un denigratorio para calificar a una mujer. Se trata en realidad del inveterado epíteto de Helena kynôpis [16] «la de cara de perro» de cuyo enjundioso recuerdo parece no querer prescindir para definir a semejanza homérica (Il. III 180) la desvergüenza de ella.

    Es notoria la discordancia con el uso homérico, cuando renuncia a aplicar a la mujer el calificativo de «bella» que con los adjetivos perikallés y kalé Homero le otorga, como en Il. IX 556 cuando así llama a Cleopatra. En las Postboméricas no son epítetos de mujer, sino que predican de su cuerpo o de cosas, pues Quinto prefiere, por el contrario, theetós para ensalzar los encantos de sus mujeres (I 629), pero empleado en función predicativa.

    De los epítetos que versan sobre el atuendo femenino en las Postboméricas aparecen sólo dos que sean de raigambre homérica, el que se refiere a la hermosura de sus peplos eúpeplos (X 435; XIV 214, 241) y de su cinturón eúzonos (X 143), pero faltan bathýzonos, kallízonos y kallikrédemnos y los que mencionan la largura de sus peplos como tanýpeplos y helkesípeplos que contienen los poemas homéricos [17].

    A los dos primeros se suma un epíteto apropiado a la caracterización que Quinto pretende ofrecer de Pentesilea, bathyknémis «a de grandes grebas» (I 55). Desconocido por Homero, es un nuevo epíteto de época imperial utilizado por Nonno [18]. Creado tal vez a semejanza del euknémis arcaico, de nuevo asoma en Quinto esa intencionada búsqueda de liberarse de la tiranía homérica. Desde el punto de vista del contenido es un epíteto apropiado a la figura de las amazonas. Si de las demás mujeres se realza su indumentaria tradicional del peplo, de ella, como amazona que es, sus grebas sobre las rodillas.

    Ahora bien, las excelencias del sexo femenino, empero, no quedaban limitadas a su belleza corporal; a la mujer de los tiempos heroicos se la valoraba también por sus cualidades morales e intelectuales, pues el mundo masculino de los héroes imponía a sus mujeres un código moral diferente al suyo, cargado de pautas de conducta más exigentes. El papel de la esposa de los héroes, como ha observado Mossé [19] estaba basado en su triple dimensión de «esposa, reina y señora del hogar», sin olvidar que vendría un rol añadido, el maternal [20].

    De esta manera el adjetivo kedné «solícita» era empleado en las Postboméricas a la homérica usanza [21] para calificar a la mujer tanto en su función de esposa como de madre. Sirvió para alabar la conducta conyugal de Enone, preñada de esmeradas atenciones (X 471), pero a la vez era pintiparado para describir el comportamiento, pródigo en cuidados, de Deidamía con su hijo Neoptólemo (VII 335) [22].

    Como un rasgo característico del estilo homerizante de Quinto, las imágenes que traducen los epítetos suelen ir acompañadas de comparaciones con animales, a través de las que se refuerza el retrato psicológico del personaje. Así junto a kedné que califica a Deidamía Quinto introduce una comparación con una golondrina que reiteradamente revolotea por el nido de sus crías, merced a la cual se visualiza con rotundidad del carácter solícito y abnegado de ella (VII 330-335).

    El adjetivo esthlós que Homero aplicaba a los hombres excelentes sin apenas connotaciones morales lo encontramos en las Postboméricas cargado ya de ellas, no en vano la «shame-culture» [23] ha quedado hace tiempo, pese a las rígidas leyes de imitación de esta poesía, anclada en el pasado. Sirve ahora para designar la nobleza de sentimientos de las mujeres como Deidamía (VII 385) y Casandra (XII 539). Sin embargo, la connotación bélica bajo el antiguo concepto de excelencia o areté que encontramos en Homero, también aflora en el esthlé de Quinto para ensalzar las excelentes cualidades bélicas de Pentesilea (I 171, 382, 548).

    La bondad es atribuida a Andrómaca a través del adjetivo eús en una típica fórmula épica (I 98); obsérvense, si no, los pasajes de Il. II 819; XII 98; XVII 491.

    También los valores intelectuales femeninos fueron objeto de alabanza masculina. Si ya en una época como la homérica fueron elogiadas las cualidades intelectuales de la mujer, es obvio que Quinto, fiel a su modelo, incluyera aquellos epítetos homéricos que apuntaban a este fin y las mujeres de Quinto son también investidas de adjetivos formados con el impreciso término de phrén. El peculiar periphrón de Penélope (Od. XVIII 159) que recogía nociones de sensatez y prudencia lo toma ahora Enone (X 474) e Hipodamía (IV 529); sin embargo el echrephrón de Penélope (Od. XXIV 294) con idéntico valor se aplica en las Postboméricas a los hombres. En su lugar adquiere connotaciones idénticas de sensatez y prudencia el eúphron que predica de Deidamía (VII 184) que en los himnos boméricos solía designar la faceta de alegria de las mujeres (Ap. 194).

    A su vez el polýphron homérico que aludía a la sagacidad de Odiseo y Hefesto [24] pasa a Pentesilea (I 727) Y el saóphron de Telémaco (Od. IV 158) «de mente sana», «prudente» a las mujeres como Andrómaca (I 117). Pero la riqueza epitética de Homero se evidencia en la ausencia de otros epítetos que exaltan la inteligencia femenina como pykimédes (Od. I 438), polýidris (Od. XXIII 82) y pinytós (Od. XI 445). Otro de los rasgos conocidos de esta sociedad heroica eran las prácticas matrimoniales definidas como un sistema de cambio [25] donde el amor no tiene cabida, sino que obedecen a sólitas normas de conveniencia. Aunque los hombres tuvieran poco en cuenta las emociones y sentimientos de la mujer [26], hay que guardarse de cualquier exageración, toda vez que, por mucha fuerza que tuvieran esos arreglos matrimoniales, los poemas homéricos nos muestran en más de una ocasión el amor presidiendo las relaciones conyugales [27]. Este elemento amoroso, sólo ya bajo el testimonio de los epítetos, se comprueba, y con pleno motivo, en las Postboméncas, donde la mentalidad heroica, pese a nuestro poeta, es una reminiscencia de orden poético.

    Las esposas eran objeto del amor de sus maridos como demuestran los epítetos eratós «amada» (VI 285) y homóphron (V 547) que alude a las relaciones amororosas entre Ayax y Tecmesa. Incluso alcanzaban la categoría de aidoîos «digna de respeto», «respetable» como Enone se oye llamar así. por su esposo Paris, cuando postrado ante ella le ruega suplicante la curación de sus heridas (X 284). Tal dignidad también recibió la amorosa Tecmesa (V 543) y, regresando a la época arcaica, Penélope es merecedora de ser incluida dentro de la misma categoría de personas [28].

    También el amor filial estaba contemplado en la epopeya. Quinto imita a pies juntlllas a su modelo, cuando pone en boca de Helena, como antes hizo Homero (IL., III 175), el adjetivo telygetós «querida» para referirse a su hija Hemíone (XIV 162).

    Hemos de recordar que el concepto de idealización que sustentaba la mentalidad heroica llegaba a tal grado de sublimación que era «normal la identificación del héroe con los seres divinos. Este tenor ideológico, como es de esperar, se hizo extensivo a las mujeres. En la epopeya de Quinto se les dedicaba dîa y antítheos, pero no theoeidés o theoeíkelos, que, como Homero, sólo calificaban a hombres.

    Cabe pensar que este tipo de calificaciones indujera a la tesis del epíteto como elemento de adorno en la epopeya [29]. Lejos de ver en todas las fórmulas justificación literaria, ese maridaje de hombres y mujeres con lo divino traduce los rasgos idealizadores de la épica en esa forma hiperbólica de sublimar las cualidades humanas, una forma de expresión que asciende hasta nuestros días. Sin embargo, lo que nos parece abonar esta idea de epíteto de relleno es el hecho de que se aplique indiscriminadamente a cualquier mujer, pues si bien Helena, por cuanto es, puede ser merecedora de semejanza divina antithéte (XIII 525), no lo es la amazona Clonia (I 235). En lo que a dîa se refiere, sólo sirve para otorgar prestancia a las mujeres así llamadas como Tecmesa, Bremusa, Casandra (I43; IV 387; V 521; XIII 550; XIV 20), por lo que sí es legítimo pensar ahora que tal adjetivo tiene en realidad una función de simple ornato.

    Asociada a este concepto de idealización va unida la glorificación como la culminación del triunfo del héroe al que su deseo de lograrla le llevará a una incesante búsqueda del honor y la fama. Por ello se observa en el poeta épico la voluntad de subrayar la celebridad del individuo, lo que también el de EsnlÍrna pretende mediante una gama adjetival de cuño homérico cuyo contenido es claramente encomiástico. Así, igual que los hombres, son célebres las mujeres como Helena (VI 188) Y Polixena (XIV 324) a las que les destina agakleitós y klutós respectivamente. Ilustres, agauoí, son Pentesilea (I 782) y Etra (XIII 522) «Digna de gloria», kydálimos, es Helena (II 54) o erikydés Casandra (XIV 395), Enone (X 270) y Ariadna (IV 388).

    Sin embargo, no todo fueron ponderaciones en el acervo heroico ni todos los epítetos ilustran la corriente idealizadora de la épica, sino que reflejan en su contenido el realismo de la vida. Así también en las Posthoméricas encontramos adjetivaciones tomadas de la cantera homérica que aluden a la desgracia de las mujeres como son tlémon, referido a Hécuba (XIV 273), deilós a Tecmesa (V 546) y Pentesilea (I 100) o dysámmoros (XIV 386 a) a las cautivas troyanas que iban rumbo a tierra helénica.

    Además el elemento negativo también entraba a formar parte de las calificaciones masculinas de la mujer. Desde el punto de vista del héroe la cobardía iba indisoluble mente ligada a la mujer en tanto persona de naturaleza inferior. La debilidad de la mujer ha sido moneda de curso legal en todas las épocas y todas las culturas y, por tanto, no podía faltar en Quinto como ya en Homero [30] el adjetivo ánalkis «cobarde» (XI 493) para definir el carácter femenino. Para el hombre las mujeres son débiles y cobardes por naturaleza (IX 282) y a la vez ingenuas o pueriles (XII 107) ataláphron. Poco apropiado sería este epíteto para un hombre adulto a no ser que fuese pronunciado en forma de insulto, dado que contravenía el concepto de virilidad por ellos ostentada, pero sí se ajustaba bien a la condición de la mujer.

    El tópico de la debilidad femenina desaparece, no obstante, con la figura I de Pentesilea, cuya leyenda y la de sus compañeras las amazonas albergan los versos de las Posthoméricas.

    Conocidas son las peculiares costumbres amazónicas; su insólito modo de vida, dedicadas a la caza y a la guerra, las hace totalmente diferentes a la mujer tradicional. Son, pues, la antítesis del modelo griego de feminidad [31], por lo que es lógico que los epítetos definidores de sus cualidades sean opuestos a los anteriores como respuesta a una imagen contraria de mujer. Sus rasgos masculinos y sus actividades marciales exigirán epítetos que ensalzen, no ya sus encantos femeninos, sino las cualidades apreciadas en los hombres como son el valor, la fortaleza, la audacia. Por tanto, este aspecto varonil que rezuman las amazonas llevará a Quinto a aplicarles epítetos consagrados únicamente a los hombres. Hemos visto con anterioridad el inusual epíteto femenino bathyknémis al aludir a sus atuendos. Ahora nos encontramos con daíphron «belicoso» que designa en varios pasajes las cualidades de Pentesilea (I 47, 538, 594; II 17), mientras que Homero sólo dirá de hombres. Lo mismo cabe decir de tharsaléos «audaz» y thoós «rápido» en la lucha, cuyas acepciones de carácter tradicionalmente masculino impregnan a Pentesilea de rasgos varoniles (I 364 y 181), pero en los poemas homéricos en modo alguno se aplica a las mujeres sino a los hombres.

    La fortaleza corporal es también una característica de las amazonas vislumbrada a través de los epítetos que en Quinto designan a los hombres sthenarós (I 448) y obrimóthymos [32] (I 178 y 787), pero no son designadas con el homérico antiáneirai que aparece en Il. III 189. Los adjetivos ainós (I 655) y deinós (I 71, 82) subrayan el carácter terrible de Pentesilea en consonancia con la utilización que de ellos hace Homero, mientras que su audacia es definida por el epíteto masculino thrasýphron (I 122), un adjetivo cuya forma significa ya una ruptura con su modelo al acercarse a épicos más próximos en el tiempo como fue Opiano. En sus Haliéuticas I 112 esta forma aparece calificando a un tipo especial de pez.

    Ese mismo afán renovador lo observamos en el adjetivo, ignorado por Homero, eríthymos «de gran ánimo», «enérgico» que pertenece a época imperial [33]. Su atribución a héroes y a la amazona Hipótoe (I 532) responde al deseo de investirla de rasgos esencialmente masculinos.

    Pues bien, hasta ahora la prolijidad encomiástica en el contenido conceptual de los epítetos femeninos de las Postboméricas resulta evidente por cuanto, excepto el adjetivo kyanôpis que se puede considerar una pura fórmula y márgos (X 472), la denostación dirigida a la mujer no forma parte del lenguaje de Quinto. Es posible que la depravada fama de Helena y la buscada contraposición con la legítima esposa de Paris que es calificada de kedné motivaran la inclusión de márgos en los versos de las Postboméricas. Utilizado con un sentido diferente al homérico, este término ya no significa ni «lococomo Penélope llama a Euriclea (Od. XXIII 11) ni .glotón(Od. XVIII 2), sino que adquiere una connotación más denostadora de impudicia o deshonestidad, que tal vez Quinto tome de la tragedia [34].

    Excepto este adjetivo, la escasez de epítetos ofensivos atribuidos a la mujer es palmaria y contrasta con la frecuencia de la que gozan en los poemas homéricos. Epítetos de mujeres como rhigedané aplicado a Helena (Il. XIX 325), kakós y dolómetis a Clitemnestra (Od. XI 384 y 422), dolóessa a Calipso (Od. VII 245), kakoméchamos y okryóessa a Helena (Il. VI 344) no se registran en las Postboméricas y tal vez confirmen la inclinación del poeta a la idealización de los personajes que tiempo ha observaba ya Mansur [35].

    Si observamos con detenimiento este arsenal de epítetos femeninos, nos daremos cuenta de que en las Postboméricas albergan dos tipos claramente definidos de mujer: la tradicional, cuya imagen conviene bien a los típicos epítetos épicos referidos a la belleza corporal como «la de hermosos cabellos» etc. y la que trasgrede las normas para ella establecida, la amazona, a la que el poeta consagra epítetos de carácter masculino. Así mientras Briseida es euplókamos (IV 276) y Andrómaca eúsphyros(I 115), Helena es eúkomos (XIV 150), helikôpis (XIV 70) y helikoblépharos (XIII 470). Sin embargo, es curioso que aquellas figuras femeninas, ajustadas al modelo tradicional, pero ausentes en el marco de los poemas homéricos, no reciben calificación alguna de este tenor sino elogios por sus cualidades intelectuales y morales. De esta manera Enone es períphron (X 474) y kedné (X 471), Deidamía es eúphron (VII 184) y kedné (VII 335).

    Tal vez no estaríamos desencaminados al pensar que, por no estar sujetas ya al patrón homérico, nuestro poeta haya preferido prescindir de calificaciones superficiales en aras de una pincelada de mayor profundidad que sintonizaría bien con su manifiesta tendencia moralizante.

    Por otro lado, la ausencia de epítetos tradicionalmente femeninos como calificativos de Pentesilea es síntoma de una peculiar e intencionada caracterización de la amazona. Frente a eúkomos, euplókamos, etc., la estela de epítetos masculinos atribuidos a ella la muestran como la negación de la mujer por excelencia. Y si nos fijamos además en las comparaciones animalísticas de la que es objeto, coadyuvará a vislumbrar el perfil humano que la retina del poeta visualiza.

    Las denominaciones de pantera, pórdalis (I 480, 541), leona, léaima (I 315) o carnero, ktílon (I 175) con las que es llamada Pentesilea son, sin ningún género de dudas, el reverso de calificaciones más apropiadas a mujeres tradicionales como pueden ser la de ternera, pórtis (I 397), cierva, kémmas (I 587) o paloma, péleia (I 572) a las que también es asemejada, pero que sintonizan más con una Andrómaca o una Polixena (XIV 258). La asociación con estos dos tipos de animales de tan clara divergencia induce a pensar en una persona en la que concurren dos elementos contrarios y obedece, en última instancia, a su condición de amazona, ser definido por Dubois [36] como «pre-adolescent female/male». Esto es, su naturaleza es femenina, pero sus modos y sus costumbres esencialmente masculinos. Es esa dualidad la que motiva estos dos tipos de términos diferentes. La agresividad y la fiereza que la leona o pantera ostentan representan la vertiente masculina, mientras que el candor y la debilidad, eternamente femeninos, los que aportan la asociación con la paloma, ternera o cierva [37].

    Sólo basta consignar estos epítetos y comparaciones en torno a Pentesilea para damos cuenta que este doble aspecto se da en ella, pero, sin duda, un examen más profundo de la obra [38] nos conduciría a la comprobación de que Quinto se esforzó en transmitimos el triunfo de la faceta femenina sobre la masculina, pues si comenzó siendo una auténtica guerrera de modos varoniles, su muerte así como las expresiones, que no epítetos, alusivas a su belleza la hacen idéntica a un ser femenino capaz de suscitar los más bellos sentimientos amorosos en los hombres [39].

    Y al término de este análisis de los epítetos de mujeres que asoman por las Postboméricas cabe hacer unas cuantas conclusiones.

    Cierto que la fuerte tendencia imitadora de la poesía de Quinto cristaliza en un léxico a la usanza homérica [40] que testimonian los epítetos típicamente épicos sobre los atributos y atuendos femeninos como son eúkomos, euplókamos, kalliplókamos,  etc, que, en último término, poco aportan al contexto, pero no es menos cierto que detectamos en Quinto, a la luz de los epítetos, un afán de renovar el legado homérico que afecta no sólo a la forma, sino también al contenido. La presencia de epítetos como, bathyknémis, polioplókamos, eríthymos, thrasýphron que son patrimonio de autores tardíos y desconocidos en los poemas homéricos, revela reminiscencias menos arcaicas que la prístina poesía épica y a través de los que, por tanto, se confirma la opinión de Vian [41] en la idea de que la introducción de neologismos en realidad impregna a su estilo «un discreto tinte moderno».

    No podemos, además, silenciar que la renuncia a muchos epítetos homéricos, aún con la adopción de otros diferentes, contribuye al empobrecimiento de su acervo epitético, por lo menos, en lo que a las mujeres se refiere, a las que, por otro lado, en comparación con las divinidades, nuestro poeta no consagra epítetos de nueva creación.

    Y si en lo que atañe a la forma, asistimos a una notoria ruptura homérica, en cuanto al contenido Quinto no tiene tampoco inconveniente en romper con la épica arcaica, toda vez que, aún sirviéndose de la misma forma, se distancia de su modelo en la acepción por él tomada como es el caso de márgos y tlémon, cuyos significados pertenecen al acervo de la poesía trágica, que no épica. Además a la hora de elegir epítetos que califiquen a sus personajes femeninos, Quinto se decanta, frente a Homero, por aquellos que sean menos despectivos, pues figuras como Helena y tal vez Pentesilea podrían haber sido merecedoras de epítetos más denigratorios, máxime cuando la narración de las Posthoméricas recorre toda la trayectoria, considerada poco edificante, de Helena y ellos, en cambio, brillan por su ausencia. Como se ha visto con anterioridad, salvo el adjetivo márgos, pocos indicios de denostación se hallan en sus calificaciones que afloran, por el contrario, en los poemas homéricos.

    Y hay más, en la calificación de los personajes femeninos que ya no son homéricos, libre, por tanto, de las rígidas cadenas de la imitación, prefiere prescindir de la banalidad de la alabanza de la belleza corporal para dotarles de epítetos cargados de un mayor contenido moral.

    Y es que los personajes de Quinto aparecen envueltos bajo un velo de idealización que los epítetos corroboran y que los despoja de los defectos inherentes a todo ser humano. Tal vez con este tono epitético, en cierto modo fuera de la realidad, nuestro poeta busque, lo que intenta en toda su obra [42], impregnarla aún más de connotaciones moralizadores.

  

NOTAS:

[1] Véase J. Alsina, «Panorama de la épica griega tardía», Estudios clasicos 65 (1972) 139-167.

[2] Así fue llamado ya por Láscaris, cf. F. Vian, Quintus de Smyme La suite d'Homere, 1 (1963), en p. XXVII n. l.

[3] Remitimos a F Vian, «La Poésie antique tardive» (IV-VI siecles), Bulletin de l’Association Guillaume Budé 4 (1986) 333-343.

[4] M. Parry, L'épithete traditionnelle dans Homere. Paris 1928.

[5] J. Defradas, «Epithetes homériques a valeur religieuse», Revue de Philologie 29 (1955), en pp. 206 ss. Sobre ello consúltese también E. Cosset, «Tradition formulaire et originalité homérique», Revue de Etudes Grecques, 96 (1983) 269-274.

[6] G. Sobejano, El epíteto en la lírica española, Madrid 1970, p. 145.

[7] Cf. G. Sobejano, o.c., p. 152.

[8] Para Kakridis, las mujeres no sólo «constituyen la fuerza conductora del guerrero, sino que también ejercen un poder represor sobre el hombre que le impide cumplir con su deber», Cf. J. Th. Kakridis, «The Role of the Woman in the Iliad». Eranos 54 (1956), en p. 23.

[9]  Sobre ello véase M. B. Arthur, «Early Greece: The Origins of the westem Attitude toward women», Aretbusa 6, 1 (1973), en pp. 37 ss, para quien, aunque en los poemas homéricos, y en la Odisea especialmente, «los rasgos particulares de la cultura aristocrática y su estilo de vida están representados, el punto de vista de Hornero no representa sólo esa clase».

[10] También podría interpretarse como .la de párpados oblicuos» o como Vian «la de negras pestañas», Cf. F. Vian-E. Battegay, Lexique de Quintus de Smyrne, Paris 1984.

[11] Cf. Od. VI 113; Od, XV 8.

[12]  Ello, según la lección de Köchly.

[13]  Hesíodo se lo dedica a la Electrione Alcmena en Sc 16 y 86.

[14] Cf. Il VI 371 y XXIV 723.

[15]  Cf. Il XVIII 122; H. Hom II 2.

[16] Es el mismo epíteto que Eurípides aplica a la Erinias, Cf. E. Or. 260 Y El 1252.

[17]  Cf. Il. IX 594, VII 139; Od IV 623 y 305; II VII 297.

[18]  En Nonn. D. IX 273 aparece corno epíteto de erípne «de hondos despeñaperros»

[19] C. Mossé, «La femme dans la société homérique», Klio 63, 1 (1981), en p. 149.

[20]  Según Bussolíno, el doble papel de esposa y madre es encarnado por Andr6maca en los poemas homéricos, cf. P. Bussolíno, .Andrórnaca., Rivista de Studi Classici IX (1961) 52-72. Pese a su exiguo papel, la Andrómaca de las Postbomérlcas se perfila como el claro exponente de este tipa de mujer arcaica, en ellíbro 1 en su rol de fiel esposa (99-117), en el libro XIII en el de sacrificada madre (251-286). Sobre la situación en general de la mujer en la época arcaica, pueden consultarse también I. Savalli, La donna nella societá della Grecia anttca, Bolonia 1983, pp. 37-43, y S. Pomeroy, DIosas, rameras, esposas y esclavas, Madrid 1987, pp. 31-46.

[21] Cf. Od. i 432 donde se aplíca a Euriclea que atendía como una esposa a Laertes; Od X 8.

[22]  Seguimos a Vian que rechaza la lección de los mss keíne y adopta kedné, cf. F. Vian. Recherches sur les Posthomerica de Quintus de Smyrne, Palis 1959, p. 161 n. 5.

[23]  Conocidísima denominación acuñada por E. R. Dodds, The Greeks and tbe Irrational, California 1951, cap. II.

[24] Cf. Od. XXI 204; Il. XXI 367.

[25]  Remitimos a G. Mossé, l.c. en p. 151.

[26]  Cf. S. Farron, «The Portrayalofwomen in the Iliad», Acta classica 22 (1979), en pp. 15 ss, para quien las mujeres de la Iliada son auténticas figuras trágicas, cuya profundidad de sentimientos Hornero conoció y demostró como opuesta a la conducta brutal del hombre.

[27]  Cf. Od. XXIII 205 ss.

[28]  Cf. Od. XVII 152 XIX 165.

[29] Epitheton ornans en H. Ebeling, Lexicon Homericum, Hildesheim 1987, p. 136.

[30]  La misma locución en Il. V 349.

[31]  Remitimos a WM.B. Tyrrel, «Amazon Customs and Athenian Patriarchy», Annali della Scuola Normale Superiore de Pisa 12, 4 (1982), en pp. 1218 ss.

[32]  El himno homérico 8, 2 atribuye a Ares.

[33]  Aparece en Orph. Fr. 270.

[34] Cf. A. Supp. 741.

[35] M. W. Mansur, Tbe Treatment o/ Homeric Characters by Quintus o/ Smyrna, Nueva York 1940, p. 37.

[36]  P Dubois, «On horse/men, Amazons, and Endogamy, Arethusa 12, 1 (1979), en p. 45.

[37]  Para Ferrari dos rasgos altamente diferentes a los otros guerreros se concilian bien en la Pentesilea de Quinto como son la ingenua presunción y la crueldad, cf. L Ferrari, Osservazioni su Quinto Smirneo, Palermo, 1963, p.39.

[38]  Remitimos a L. Calero Secall, «La mujer en las Posthoméricas de Quinto de Esmima», Actas del X Simposio de la Sección Catalana de la S.E.E.C. Tarragona, 1992, p. 167.

[39] Como diría Schmiel «For a time Penthesileia seemed about to embody the possibility of mediation between the sexes, seemed about to becomea role model for liberated women..., but Penthesileia shows thatmediation is not posible», cf. R. Schmiel, «The Amazon Queen: Quintus of Smyrma, book 1», Phoenix 40, 2 (1986), en p. 193.

[40] Cf. R. Keydell, «Quintus von Smyrna», en Pauly-Wissowa, Realencyclopadie der Klassischen altertumswissenschaft 24 (1963) cols. 1294-95.

[41] F Vian, Recherches (o.c.) p. 250.

[42] Mediante discursos y sentencias la ponderación moral preside la epopeya de Quinto, que para Vian es «un tanto superficial y como colocada sobre el relato», cf. F. Vian, La suite... (o.c.), p. XXXVII.