EL CONCEPTO DE FILOLOGÍA EN ORIGEN, PROGRESOS Y ESTADO ACTUAL DE TODA LA LITERATURA

Juan Andrés

Texto bilingüe traducido y dispuesto para la imprenta por Pedro Aullón de Haro y M. Helena Fernández Prat

Universidad de Alicante

 

   NOTA PREVIA

 

   1. Han tenido que transcurrir dos siglos para que Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, una de las más grandes contribuciones españolas a la moderna cultura europea, encontrara ocasión de ver nuevamente la luz [1]. Sólo muy importantes y peculiares deficiencias pueden dar razón de tal hecho. No es éste el lugar adecuado para entrar en connsideraciones especiales sobre ello, pero en cualquier caso no se ha de olvidar que no se trata de un fenómeno único ni responde a puntuales anomalías, pues más bien adquiere pleno sentido en el marco de un retardatarismo cultural cuya perversión históricamente alcanza modos notables de autoaniquilación por negación o silenciamiento de los mejores... La principal y más extensa de las obras del Abate alicantino Juan Andrés (174-1817), jesuita expulso, recuérdese que se publicó por vez primera en Parma, en la Stamperia Reale, y en italiano (Dell’Origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, 1782-1798, 7 vols.).

   Paralela e inmediatamente Carlos Andrés, hermano del Abate, procedió a su traducción castellana (en Madrid, en casa de Don Antonio de Sancha, 1784-1806, 10 vols.), que tuvo pronta reimpresión. Hubo, además, varias versiones en la Europa de su tiempo y, ciertamente, fue texto leidísimo y muy utilizado, no.sólo honestamente. Como en tantas ocasiones, Menéndez Pelayo fue quien primero y con mayor eficiencia se ocupó debidamente de la obra. En la Historia de las Ideas Estéticas puede leerse: «Dada la imposibilidad de la empresa, era difícil salir de ella con más garbo que el Padre Andrés. No trazó ni podía trazar la historia de la literatura, sino el cuadro general de los progresos del espíritu humano, y esto en escala reducidísima [...]. Sabía algo, y aun mucho, de todas las cosas, aunque él no hubiera inventado ninguna; comprendía los descubrimientos sin haberlos hecho; exponía con lucidez, con buena fe, con halago; manejaba con desembarazo el tecnicismo de todas las ciencias, sin ahondar propiamente en ninguna; mariposeaba por todos los campos con algo de dilettantismo; lo mismo se complacía en la lectura de una novela o de una tragedia que en la de un tratado de Hidrostática o de Astronomía; pero todo esto con espíritu genuinamente filosófico, puesta la mira en la unidad superior del entendimiento humano [...]» [2].

    El Abate Juan Andrés compuso una de las más brillantes e innovadoras totalizaciones enciclopédicas universales, reconocida por muchas de las grandes personalidades intelectuales de su tiempo (Herder, Goethe, Tiraboschi...) [3]. Hoy cabe reconocer el sentido muy avanzado de su entendimiento de la función transmisora desempeñada por la cultura árabe respecto de Europa, a través de España, pero nos interesa, dejando al margen otros muchos asuntos de la índole que fuere, hacer notar lo que en verdad representa sus grandes concepciones: la directriz filosófica general, el universalismo tanto epistemológico como geográfico, los relevantes presupuestos hermenéuticos y su constante dirección y ejercicio interpretativos, el profundo sentido evolucionista de su visión historiográfica y, es seguro, aquello que nosotros desearíamos subrayar especialmente, la utilización y adelantamiento de métodos comparatistas en virtud de los cuales otorga un valor singularísimo a su elaboración generalizadora de ciencias y técnicas, de artes y letras.

    La presente edición pretende anticipar, de manera emblemática, el Prefacio que antepuso el autor a Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, texto que reúne una serie de consideraciones globales, de finalidad y problemas particulares a los que se enfrentó el Abate Juan Andrés. Este Prefacio entrega ciertos argumentos epistemológicos operativos entre los cuales hay algunos componentes relativos a disciplinas filológicas. Es nuestro propósito ofrecer, a partir de la reproducción de los fragmentos pertinentes, ya de otras partes de la obra, una reconstrucción y una reflexión sobre el concepto de Filología. Hemos decidido presentar el texto bilingüe, de autor y traductor, que corresponde a las ediciones italiana y española, dada la brevedad y difícil acceso de esos fragmentos, y toda vez que tal lujoso procedimiento parece circunstancia irrepetible [4].

    El término Filología designa una categoría disciplinaria que históricamente describe constituciones de taxonomía interna de entidad relativamente muy variable. Estas transformaciones disciplinarias, evidentemente, son resultado de las distintas concepciones que fundan estadios de cultura sucesivos. Puesto que el objeto filológico de estudio propio es el lenguaje o lengua como sistema de comunicación humano, dicho objeto no puede escapar en circunstancia alguna a la consideración de las distintas perspectivas de ciencia y de sí mismo inmediato al hombre. Por lo demás, se ha de advertir que los ámbitos del saber más específicos no comienzan a existir al tiempo que se acuña la palabra que establemente los designa. Si apelamos a la época de los comienzos, se podrá comprobar sin dificultad cuál sea, una vez sobrepasada la ideación originaria, el concepto filológico fijado con estabilidad posteriormente al período clásico griego, pues éste es el momento en que tal definición disciplinaria se produce [5].

    Pensamos que procede proponer aquí una reflexión genealógica capaz de señalar con eficiencia, sucintamente pero sin menoscabo de la precisión requerida, que existen dos vertientes dominantes en los ámbitos del saber filológico. Esto no quiere decir que pretendamos hacer valer una restrictiva distinción históricamente bilineal, ajena a los inocultables entrecuzamientos y derivaciones sucedidos e interpretables, a fin de cuentas al modo de las simplificaciones unilineales, absolutamente insostenibles, sobre todo en ciencias humanas. No obstante, ciñámonos al pensamiento moderno y se observará con facilidad que los ámbitos del saber filológico se disponen, predominantemente, bien en el orden de una rspectiva positivista o bien idealista. Existe un gran tronco de pensamiento lingüístico asentado en el idealismo que cruza desde Vico y Croce a Vossler, y desde Humboltd y Herder a Jaspers; y de otra parte, de fundamento positivista, con todas las variaciones y evoluciones cientificistas que se quieran, desde Condillac y Bloomfield a Chomsky. Al margen de estas dos grandes vertientes en lo que se refiere a la formación de las líneas fundamentales del pensamiento, es necesario recordar la importantísima gama de planteamientos filológicos que aun en buena parte procediendo, en sus principios más relevantes, de adscripciones netamente marcadas, sin embargo poseen la extraordinaria virtud de haer sabido acceder a entendimientos y formulaciones nunca en contradicción con el espíritu idealista [6]. Queremos reivindicar una genealogía idealista en el pensamiento lingüístico, genealogía de la cual sostendremos que precisamente se halla vinculada en un aspecto fundamental al momento originario de este ámbito del saber.

    El concepto dieciochista de Literatura es sin duda el más globalizador de los históricamente conocidos [7]. Acaso convenga rememorar cómo la idea originaria en su estado aristotélico clásico (Poética) carecía de término que designase una realidad de Literatura relativamente restringida pero que sobrepasa los límites de la Poesía, ciertamenteentendida ésta última en el sentido estricto de los géneros artístico-literarios mayores (Epopeya, Tragedia...). Puede decirse que frente a la expansiva amplitud dieciochista, abarcadora del completo conjunto de las producciones textuales altamente elaboradas, ya fueran técnicas, científicas, artísticas o en general del saber, la operación romántica, que por lo demás sólo fue posible sobre la base de la extensa disposición anterior, consistió en un fenómeno de restricción delimitadora del objeto Literatura en tanto que Poesía ogénerosartístico-literarios mayores, a los que sólo se añadió, sustancialmente, el de la poesía lírica, género desde un punto de vista teórico secularmente indefinido. Naturalmente, el concepto dieciochista de Literatura subsume al conceptode Filología. Si tomamos como ejemplo el caso privilegiado de la obra del Abate, se comprobará inequívocamente que, incluso diríase a modo de gradación simétrica, Filología designa dentro de la categoría totalizadora de Literatura una de sus partes mayores.

    3. En el orden disciplinario de la construcción epistemológica de Juan Andrés se hace patente una disposición orgánica, necesariamente relacional y flexible, sustentadora de los naturales modos y grados filológicos de interdisciplinariedad interna o externa. Se trata, pues, de una configuración convincentemente atenta a los aspectos de transversalidad y transaccionalidad que, respetando la práctica de la ciencia real, es fiel a un sentido integrador y a la idea, a una última finalidad comprehensiva, filosófica. Esto es, el imprescindible entrecruzamiento sucesivamentemúltiplicable que reúne y hace fructífero el vínculo nunca superfluo, aun tratándose de líneas supuestamente extremas, entre, por ejemplo, lo estrictamente gramatical y lo hermenéutico, entre lo histórico-lingüístico y lo histórico-literario, entre lo gramatical y lo retórico; de las Buenas Letras a las Ciencias, de las Ciencias Humanas a las Ciencias Físico-Naturales, de la Historia de la cultura a la Historia general.

    Realizada tal descripción selectiva mediante esas denominaciones no problemáticas, es necesario subrayar ahora, recuperando el argumento expuesto en nuestro anterior parágrafo, el aspecto histórico-evolutivo de las disciplinas, pero haciendo notar aquí la importancia de las razones termino lógicas. No es en modo alguno ocioso advertir acerca de la conveniencia de atender a la génesis pormenorizada de cada uno de los términos específicos utilizados en los estudios dedicados al lenguaje y a las lenguas naturales, considerándolos como una serie de elementos que debe ser analizada y valorada individualmente y en su conjunto, y teniendo en cuenta, evidentemente, el marco histórico-científico en el cual fueron elaborados y sus diferentes o posibles cambios de significado posteriores. De modo, y sólo si, podrá otorgárseles el valor conceptual que les es propio, ya sea en localización concreta, ya sea en relación a una descripción completa de la vida del término en cuestión. Compruébese, por ejemplo, en nuestros textos [3] y [4] el uso que Juan Andrés hace de la palabra Gramática, pues identifica este término con el de Filología, mediante lo cual da muestra intencionada, con fines aclaratorios, de la perpetuación de una acepción originaria clásica [8] que perviviría, con sus comprensibles adaptaciones, en el proceso de evolución de lo que hemos denominado vertiente dominante de perspectiva idealista. Como es evidente, a diferencia de una concepción positivista de la gramática restringida a modelo de lengua y mero instrumento para la enseñanza del buen uso oral y escrito de la misma, puede decirse que ésa «no es materia tan limitada como comúnmente se cree». Cabría determinar un problema en torno al dominio y concepto de la Historia de la Lingüística: las importantes deficiencias de criterio que ponen de manifiesto el que dicha historia sea concebida en sentido acumulativo de autores cuyas teorías sobre el lenguaje y las lenguas naturales comparten los mismos objetos de estudio. Y esto asumido, nada menos, que como resultado de un proceso histórico lineal que comprende desde Platón a la Gramática generativa y transformacional [9]. Bien es verdad que algunos investigadores discriminan entre una corriente gramatical o práctica y otra teórica; sin embargo, es claro que no parece en rigor convincente mantener una diferenciación de este tipo por cuanto a toda construcción práctica subyace una teoría implícita, y toda coherente construcción teórica gramatical remite a un objeto lingüístico. Desde el actual estado de nuestras investigaciones creemos poder afirmar fehacientemente que el estudio de la terminología utilizada en los textos dedicados al estudio del lenguaje y las lenguas naturales desde la Grecia clásica hasta nuestro tiempo, y siempre que el análisis -según dijimos- se adecúe al contexto histórico-científico que le es pertinente, demuestra la existencia histórica de tres aspectos disciplinarios habitualmente confundidos: ‘Historia de la Filosofía del lenguaje’, ‘Historia de la Filología tradicional’e ‘Historia de la Lingüística’(entendida esta última en tanto que una bien conocida constitución disciplinaria que tiene sus inicios en las postrimerías del siglo XVIII y cuyas derivaciones más recientes son adscribibles a la usual denominación de Lingüística aplicada). A pesar de poseer esos tres aspectos disciplinarios un objeto común que en principio responde a una misma naturaleza, lo cierto es que estamos en presencia de tres constructos diversos, los cuales, en consecuencia, hacen valer métodos, objetivos y resultados diversos [10]. Ahora bien, la realidad fundamental de la exis_ncia de un objeto básico compartido y definible como lenguaje y lenguas naturales nos induce a considerar con naturalidad la pertinencia de un nítido e integrador marbete disciplinario: ‘Historia de las ciencias del lenguaje y de las lenguas naturales’[11].

    Si ciertamente la realización de una Historia lingüística dela naturaleza de la que sugerimos supondría una ardua elaboración en sus distintos planos compositivos de concreción disciplinaria, la constitución de una.obra histórico-cultural universal y generalista tal es la que nos ocupa fácilmente hará suponer el grado y los tipos de dificultad que hubo de afrontar el Abate. En ésta, puesto que la generalización ha de efectuarse sobre el conjunto de las historiografías particulares disponibles, subsanando las lagunas detectadas y trazando a un tiempo una propia visión, la diversidad y la multiplicidad dispersa de materia les exige diligencias más ambiciosas y dispares que las de aquélla. Aquí los asuntos a tratar adquieren un horizonte epistemológico y de visión del mundo que directamente conducen a una realidad altamente problemática. La mejor prueba a este propósito, imbricada en la propia circunstancia viva de la obra, la ofrece Carlos Andrés, el traductor, que se vio obligado, al redactar un propio prefacio, a plantear algunos de los comentarios u objeciones relevantes suscitados de inmediato a la publicación del primer volumen de la versión italiana: «[...] no quiero prevenir el ánimo del lector, sino que dejándole en libertad para que forme su juicio pasaré a examinar ligeramente algunos defectos que se le han notado, pero de tal calidad que lejos de disminuir su mérito le realzan y manifiestan. [/] El continuador de las Noticias Literarias de Florencia, después de haber dkho que el autor de esta obra está dotado del talento necesario para ejecutarla, añade que, siendo capaz de componerla por mayor, tal vez no ha podido tener la paciencia de recoger bastantes materiales para colorir su lienzo; esto es, que sus opiniones están confirmadas con pocos hechos históricos. ¿Pero quién no ve que en una historia de la literatura debe haber sólo aquellas imágenes o hechos históricos que basten para comprobar la aserción, y no una multitud de ellos que sólo sirva para molestar a los lectores?; ¿y que en un ensayo de la obra, como puede considerarse este primer tomo, es preciso tratar las materias ligeramente, y no con aquella extensión que esperamos en los otros? El segundo, que no tardará en publicarse, podrá manifestamos si el autor está falto de materiales, pues habiéndose de hablar en él solamente de las Buenas Letras, podrá hacerse con toda la extensión que pide su objeto. Pero no por esto se entienda que consentimos de modo alguno en la objeción que se hace al primer tomo, mediante a que el autor no trata paradojas improbables, no aventura opiniones singulares, o atrevidas, ni menos propone cosa alguna que no deje probada con hechos históricos, noticias, autoridades o reflexiones críticas; pero todo con aquella economía y juicio censorio que el lector encuentra en el cuerpo de la obra, y que justifican lo bien combinado del plan y el acertado método con que su autor le desempeña».

    Es interesante leer los argumentos de Carlos Andrés en relación a escritos publicados en importantes gacetas italianas, que dan razón de la circunstancia polémica que vivió el autor, así como la particularidad de la edición de Venecia y el caso curioso en el que se vio involucrado el gran Eximeno, quien como historiador y teórico de la música posee la misma importancia que el Abate en su campo: «El diarista de Módena, después de haber dado muchos elogios a este tomo, dice que quisiera que el autor hablase más a la larga de la literatura griega y romana, y no tanto de la arábiga; pero quien reflexione los motivos que ha tenido para no hacerlo así, creo que no podrá dejar de aplaudir su método. Los árabes están tenidos comúnmente por gente bárbara y destructora de la literatura; para desvanecer esta preocupación, y probar después que por medio de ellos se ha introducido la cultura moderna, era preciso tratar el punto con extensión exponiendo el mérito de su literatura, que es tan poco conocida, y manifestando la influencia que tuvo en el restablecimiento de las Buenas Letras, y mucho más en el de las Ciencias, sin pasar por alto los útiles inventos que los árabes nos comunicaron. La novedad de la opinión, y el honor que resulta a nuestra España de haber sido la depositaria de las letras, y haber comunicado este rico tesoro a las demás naciones, empeñaron al autor, con justo motivo, en varias discusiones oportunas, y que hubieran sido superfluas cuando trata de la literatura griega y romana cuyo mérito es suficientemente conocido. [/] En las Efemérides de Roma, donde se insertó un extracto de este tomo, se lee una vehemente impugnación contra el cap. VII, fundada en suponerse que eran de él las palabras y claúsulas con que el Abate D. Antonio Eximeno, autor del extracto, procuró exponer la mente del Abate D. Juan Andrés acerca del estado de la literatura eclesiástica desde fines del siglo IV en adelante. Pero habiéndose vindicado completamente el mismo Eximeno por medio de una carta dirigida al Rmo. P. Fr. Tomás María Mamachi, maestro del Sacro Palacio, que se tomó la libertad de variar el extracto sin haberle entendido, y de impugnarla la obra sin haberla leído, no nos detendremos a satisfacer dicha impugnación, remitiéndonos a la citada carta, que está ya traducida al castellano por un amigo mío, y acaso correrá impresa antes que se publique este tomo.[/] Últimamente, el editor de esta obra en Venecia ha tenido a bien aumentarla con varias notas, que creeríamos importunas, aun cuando él no confesara que algunas de ellas las ha puesto para engrosar el primero de los tres tomos en que ha dividido el de la edición de arma. Sea o no justo el motivo que expone, lo cierto es que si confesión e ingenuidad parece que no le hacen tan responsable a la crítica como lo fuera si las hubiese puesto únicamente por juzgar que la obra las necesitaba. Sirva esta reflexión de respuesta a sus contradicciones, y a la rareza de pretender que una historia filosófica de la literatura pareciese una obra bibliográfica, que un cuadro donde debe brillar la viveza del colorido y la uiciosa elección de las figuras, contuviese indistintamente toda especie de imágenes, y que la confunsión, la multitud de ideas y de citas ocupasen el lugar que tienen en la obra el Jiscernimiento, la regularidad y la crítica. [/] A pesar de estas leves objeciones, los mismos papeles periódicos que las publican, y los mismos eruditos que las han formado, se esfuerzan para hacer ver el mérito de esta obra, que tal vez se podrá reputar por única en su especie, con elogios que en ellos están a cubierto de toda sospecha, y en mí parecerían dictados por el interés de la sangre, y por el amor a la patria [...]».

    La obra del Abate pensamos que es uno de los ,más excelentes ejemplos posibles a fin de reivindicar un concepto global de Literatura capaz de subsumir todas las producciones textuales altamente elaboradas, excepción hecha de la justa restricción que impone el orden de las Ciencias Humanas frente a aquel otro que especifican las Ciencias Físico-Naturales, así como un gran concepto general de Filología que desde la idea plena del lógos restituya para nuestro inmediato futuro las razones del hombre, su arte y su ciencia. Es la concepción más anterior de una Filología filosófica [12].

 

NOTAS:   

[1] La obra aparecerá publicada en Madrid por la Editorial Verbum a comienzos de 1997. Se trata de un proyecto de edición realizado a iniciativa del Seminario de Teoría de la Literatura y Literatura comparada de la Universidad de Alicante, en el cual participan la profesora Belén Saiz Noeda, el profesor Jesús García Gabaldón de la Universidad Complutense, los autores de esta presentación y algunos colaboradores.

[2] M. Menéndez Pelayo, Historia de las Ideas estéticas en España, CSIC, Madrid, 1974, vol. 1, página 1320.

[3] Cf. P. Aullón de Haro, Los géneros ensayisticos en el siglo XVIII, Taurus, Madrid, 1987.

[4] Los fragmentos seleccionados constituyen las declaraciones fehacientes, directas o indirectas, que la obra contiene a propósito de la idea de Filología. En un caso, como lo es el del Tomo v, dedicado íntegramente a la Elocuencia o Retórica (del cual nos limitamos a presentar un único fragmento, el último de los que reproducimos), qué duda cabe de que se nos ofrecía una amplia gama de muestras atingentes al tema que nos ocupa, si bien reseñables sólo en tanto que relaciones indirectas. Hemos optado por ofrecer una muestra de interpretación platónica, relativa a la doctrina de la inspiración, el estatuto y la transmisión que son propios de la actividad del rapsoda, todo lo cual creemos especialmente representativo tanto respecto del concepto filológico en cuestión como de su mayor horizonte teórico y su vinculación a la inauguralidad disciplinaria que nosotros exponemos. Por lo demás, téngase en cuenta que en conjunto editamos lo siguiente: Prefacio general de la obra y, subsiguientemente, cinco fragmentos, que van numerados y pertenecen a los tomos 1, 111 Y v de la antigua edición española, y volúmenes 1, 11 Y 111 de la nueva edición antes referida en nota l. Aunque no entremos ahora en detalles, hay que hacer constar que dicha antigua edición española en ealidad son tres impresiones distintas que intentan no aparentado: Usamos siempre, en consécuen:ia, la versión última, pues existen algunas correcciones y variantes. Los textos italianos quedan ranscritos sin intervención alguna; en los españoles se modernizan, moderadamente, ortografía, Juntación y, desde luego, acentuación, conservando los usos léxicos, todo ello conforme a esta meva edición mencionada.

[5] Cf., por ejemplo, R. Pfeiffer, Historia de la Filología clásica (1968), Gredos, Madrid, 1981, vol. 1, pág. 25: «La tilología es el arte de comprender, explicar y restablecer la tradición literaria. Nació como disciplina independiente en el siglo 111 a. de c., gracias a los esfuerzos de los poetas por conservar la herencia literaria, los «clásicos», y servirse de ella».

[6] Cf. A. Castro. Lengua, Enseñanza y Literatura (Esbozos), Yictoriano Suárez, Madrid, 1924, págs. 176-178: «La tilología es una ciencia esencialmente histórica; su problema consiste en prestar el mayor sentido que sea dable a los monumentos escritos, reconstruyendo los estados de civilización que yacen inertes en las páginas de los textos. Para el filólogo, aquéllos son una base sobre la cual ha de reconstruir sistemática, es decir, científicamente, en primer lugar, la lengua considerada en lo que tiene de realidad física, o sea los sonidos; luego, la forma y estructura de ese lenguaje, todo ello considerado como un momento en la evolución del idioma adscrito a cierto territorio. Mas no se detIene ahí el filólogo. pues aunque el estudio gramatical tenga plena substantividad, cada vez se tiende más a considerar el lenguaje en su indisoluble unión con el mundo psíquico que le da vida; además del sonido, de la forma y la estructura de las palabras, éstas son representativas de conceptos, de emociones y sentimientos; y así hoy no se estudian las palabras sino unidas a la cosa real que representen, a cualquier orden que pertenezca esta realidad. Considerada de esa suerte, la filología invade la historia de la civilización en cuanto ésta se refleje especialmente en el lenguaje; pero esa amplitud, que convierte en infinito el problema de la filología, como el de todas las ciencias, halla una limitación y una prenda de exactitud en el estudio concreto del lenguaje, que le sirve de punto de partida». Para una revisión de conjunto vid. José Portolés, Medio siglo de Filología española (18961952), Cátedra, Madrid, 1986. Puede verse, por otra parte, un repertorio de definiciones en Francisco Abad, Diccionario de Lingüística española, Gredos, Madrid, 1986.

[7] Esto puede confirmarse en el Prefacio que editamos.

[8] Según Dionisio de Tracia: «La gramática es el conocimiento adquirido por la experiencia de los que hablan de poetas y prosistas la mayor parte del tiempo». Asimismo: «TIene seis partes: en )rimer lugar la lectura práctica de la prosodia, err segundo lugar la exégesis de los tropos poéticos presentes [en el texto], en tercer lugar la restitución usual de las palabras anticuadas y los elementos listóricos, en cuarto lugar el descubrimiento de las etimologías, en quinto lugar la detenninación de ,as analogías, en sexto lugar la cótica de las obras, que es la más noble de todas las partes de este lrte». Cf. Dionisio de Tracia, Arte Gramatical (ed. de M. Helena Femández_Prat), Yerbum, Madrid (en prensa). Dice el Abate (v, 4) cómo Eratóstenes quiso más pomposamente llamarse Filólogo.

[9] Cf. por ejemplo, G. Mounin, Historia de la Lingüística (1967), Gredos, Madrid, 1968; R. H. Robins, Breve historia de la Lingüística (1967), Paraninfo, Madrid, 1974; H. Arens, La lingüística. Sus textos y su evolución desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días (1969), Gredos, Madrid, 1975; 1. Tusón, (1982), Aproximación a la historia de la Lingüística, Teide, Barcelona, 21987.

[10] Un análisis de estos problemas podrá verse en M. Helena Femández Prat, «Objeto, tenninología y clasificación de las Ciencias del lenguaje y las lenguas naturales», que aparecerá en Estudios de Lingüística, 12, 1997.

[11] Tanto en este sentido como en relación a la contextualidad termino lógica, cf. M. Helena Femández Prat, «Categorías gramaticales primarias, Clases de palabras, Partes de la oración, Partes del discurso, Partes del enunciado, Partes de la expresión...», Actas del Congreso Internacional de Historiografia Lingüística. Nebrija V Centenario 1492-1992, Universidad de Murcia, 1994, págs. 239-270.

[12] A distinto propósito y desde diferentes puntos de vista dicha reivindicación se ha venido proponiendo desde hace tiempo. Cf. el opúsculo, Pedro Aullón de Haro, Por una Filología General, Universidad de Málaga, 1984; y los volúmenes, Pedro Aullón de Haro, Teoría del ensayo, Verbum, Madrid, 1991; Pedro Aullón de Haro (ed.), Teoría de la Crítica Literaria, Trotta, Madrid, 1994; Pedro Aullón de Haro (ed.), Teoría de la Historia de la Literatura y el Arte, Teoría/Crítica 1, Universidad/Verbum, Alicante-Madrid, 1994.

 

 

PREFAZIONE

Una Storia critica delle vicende, che in tutti i tempi ed in tutte le nazioni ha sofferte la letteratura, un quadro filosofico de’progressi, che dalla sua origine fino al presente ha fatti in tutti generalmente, e particolarmente in ciascheduno de’suoi rami, un ritratto dello stato attuale, in cui ora si ritrova doro lo studio di tanti secoli, una prospettiva, diciam cosi, degli ulteriori avanzamenti, che le rimangono a fare, non possono non piacere a’letrerati, quantunque non si presentino abbelliti ed ornati dalla mano, che li forma; e questi percio sono gli oggetti, ch’io mi sano prefisso d’abbracciare nella presente opera Dell’origine, de’progressi, e dello stato attuale d’ogni letteratura. Il mio intento, troppo forse temerario ed ardito, è di dare una piena e compiuta idea dello stato di tutta la letteratura, quale non credo sia stata finora da niun aurore abbozzata. Noi abbiamo infinite Storie letterarie, altre di nazioni, provincie, e città, altre di scienze, e d’arti particolari, cutre cerro utilissime all’avanzamento degli studj; ma un’opera filosofica, che predendo di mira tutta la letteratura, i progressi ne descriva criticamente, e lo stato, in cui ella oggidì si ritrova, ed alcuni mezzi proponga onde poterla avanzare, non è ancor venuta alla luce. Il desiderio adunque di presentare alla repubblica letteraria questa opera sì interessante, di cuí la vedo mancare, mi ha reso ardito, e m’ha spronato ad intraprendere un lavoro, che ben io conosco quanto sia superiore alle mie forze. Non pretendo certamente con questo d’appagare la curiosità de’letterati in materia cotanto vasta e copiosa; ma desidero solamente, che questa mia qualunque siasi fatica possa eccitare l’ingegno degli eruditi a dare agli argomenti qui soltanto accennati quell’estensione ed ampiezza, che alla loro dignità si compete, e colorire, e perfezionare il quadro, di cui io non ho trato che i primi lineamenti.

Dovremo dunque in quest’opera dare un esatto ragguaglio di tutti i progressi d’ogni, e di ciascuna parte della letteratura. Ma per ayer un principio, onde cominciar a descrivere questi progressi, bisogna fare qualche parola su l’origine della medesima; della qual origine abbiamo tanti trattati particolari, e ne sappiamo ancor tanto poco, che non ho creduto dovermi trattenere in lunghe dissertazioni sorra punti sì tenebrosi, ed a cui poco lume potrei recare, avendone tant’altri piu interessanti, che si ponno illustrare con maggiore profitto e facilità, ed accennerò solamente l’origine in ogni scienza per fissare un qualche principio, onde derivarne i progressi. Ho nondimeno al titolo dell’opera De’progressi e dello stato attuale d’ogni letteratura aggiunto altresì dell’origine, per secondare le insinuazioni d’alcuni dotti, a’quali parve, che coll’esprimere solamente i progressi non s’intenda dove comincino, nè si presenti nel titolo dell’opera un’epoca distinta del loro cominciamento.

Nel discendere poi all’esame de’progressi d’ogni letteratura per evitare la confusione, e seguire qualche ordine e distinzione nell’immensa falla di cante materie d’uopo è dividere in varie classi le scienze; e le molte divisioni, che finora se ne son fatte da’dotti, provano la difficoltà di darne un’esatta e compiuta, che possa riportare l’approvazione di tutti. Alcuni l’hanno divise in necessarie, utili, piacevoli, e frivole. Ma chi non vede, che non può essere approvata da tutti una tal distinzione? Poichè, ancor lasciando in disparte l’altre classi, in quella solamente delle scienze piacevoli bisogna che vi sia tanta contrarietà d’opinioni, quante sano le diverse inclinazioni degli uomini. La storia, la fisica, e quasi tutte l’altre scienze sano a molti infinitamente più dilettevoli che tutte le grazie della poesía, e le bellezze dell’arti. Sorra turte le divisioni finora fattesi merita certamente la preferenza quella di Bacone, abbracciata poi dagli autori dell’Enciclopedìa, e seguíta eziandío dal Bielfeld [1]. Divide Bacone [2] tutta la dottrina umana in tre classi, prese dalle tre facoltà della nostra mente; cioè in istoria, che appartiene alla memoria; in poesía, che è parto dell’immaginazione; e finalmente in filosofía, opera della ragione. Il d’Alembert nel Discorso preliminare dell’Enciclopedìa lungamente spiega colla sua solita sottigliezza la congruenza di tale divisione della dottrina umana, e conformemente alla medesima divide i letterati in eruditi, filosofi, e begli spiriti, la memoria è il talento degli eruditi, la sagacità e la dote de’filosofi, e le grazie sono il distintivo de’begli spiriti; e questi tre talenti diversi formano tre classi d’uomini, che non hanno altro di comune fra di loro nella repubblica letteraria che il dispregiarsi mutuamente. Questa divisione è giustissima, se consideriamo le relazioni delle scienze colle facoltà della nostra mente; ma non riesce molto comoda per seguire i progressi fatti nello studio di quelle. La grammatica forma una parte della filosofía; ma nel trattare storicamente l’avanzamento delle scienze non sarà più convenientemente riposta presso all’eloquenza ed alla poesía che non unitamente alla metafisica? La storia narurale e l’ecdesiastica appartengo certamente alla storia: ma come distogliere quella dalla fisica, questa dalla teología? Insomma la divisione del Verulamio potrà ben confarsi a chi voglia disaminare la genealogía delle scienze, ma non così a chi desideri scriverne la storia. Noi, non abbisognando al nostro proposito d’una malta esatta divisione, ci contenteremo di distinguere le belle lettere e le scienze, partendo poi queste in naturali ed ecclesiastiche. Spero, che una tal divisione più opportuna riesca all’ordine, che la presente opera richiede; e tanto mi basta per abbracciarla con preferenza alle altre.

 

 

La mia maggior premura, o, per die meglio, l’unica deve essere di dare la giusta idea della letteratura in tutte le sue classi. E a questo fine, dividendo l’opera in quattro tomi, prima d’entrar a disaminare distintamente in ogni loro classe particolare i progressi delle lettere ho pensato nel I. a far vedere in diverse epoche gli avanzamenti, e i ritardi, e le varie vicende, a cui sano state soggette; e tessere brevemente una filosofica storia generale di curra la letteratura. Daremo in questa un leggiero sguardo su tutti i popoli, che prima de’greci ebbero qualche coltura, senza tralasciare il bailliano, a cuí l’ingegno e l’erudizione del Bailly ha saputo dare tanta celebrità, che merita la considerazione de’letterati. Che vasto e delizioso campo non ci si para davanti nella greca e nella romana, e posteriormente nell’ecclesiastica letteratura? Quanto più facile sarebbe stato il formarne grossi volurni che il ridurre a brevi capitoli sì copiosa materia, senza cadere in una digiuna e dispregievole superficialità? Più lungamente mi sono disteso fiel parlare dell’arabica; ma la trascuratezza e l’errore, in cui siamo comunemente del suo meriro, la novità e l’importanza della ricerca su l’origine della moderna letteratura derivara da quella, mi danno qualche diritto di lasciar correre la penna con alquanto maggiore liberta. Ne’secoli posteriori abbiamo più distinte e più sicure notizie dello stato della letteratura; ma siccome ognuno per lo più si ristringe all’erudizione nazionale, e pochi hanno cognizione delle srraniere, così spero non sara disaggradevole un’opera, che tutte ad un colpo le mostri.

Nel II. tomo ho preso particolarmente a trattare de’progressi fatti nella bella lerreratura, sotto la quale la poesía, l’eloquenza, la storia, e tutti gli studj filologici vengon compresi. Ma noi non ci appagheremo d’esaminare generalmente i progressi di queste classi; ma d’ogni classe discenderemo a ciascuna parte distintamente. Non basta, per esempio, dare un generale ragguaglio de’progressi della poesía; ma l’epica, la didascalica, la drammatica, la lírica, i poemetti, tutte l’altre sorti di poetici componimenti, ed i romanzi eziandío, come appartenenti alla poesía, sano partitamente chiamati ad esame; eseguendo il piano medesimo nell’altre classi si forma una piena e compita idea di tutti i progressi dell’amena letteratura. D’uopo è a tal fine d’un’es atta e giusta censura degli scritrori e dell’opere, che vi hanno contribuito; ed io pero ho voluto leggede più d’una volta, e formarne da me il giudizio, senz’attenermi, come si usa fare rroppo comunemente, all’altri sentimento. Ho riconosciuti in alcuni giudizj sì poca sincerita, in altri tant’ignoranza, ho trovati sì discordanti nel giudicare gli stessi giudici i più illuminati, che non ho creduto potermi appigliare a più sicuro consiglio che a formare il mío sentimento su l’afrenta lectura dell’opere stesse, ed esporlo al pubblico liberamente.

Il III. tomo versera unicamente intorno alle scienze naturali, e di ciascuna di esse descrivera filosoficamente i progressi in ogni sua parte. Matematiche pure e miste, fisica sperimentale, chimica, storia naturale, botanica, medicina, anatomía, chirurgía, filosofía, giurisprudenza,tutte le classi insomma, che le scienze naturali risguardano, si vedranno fin dalla loro nascita crescere successivamente con alcuni intervalli fino allo stato, in cuí oggidì si ritrovano. Nel che fare di non lieve conforto mi sono state le molte ed erudite storie, che sopra ciascuna di dette scienze abbiamo alla luce; ed io confesso, che non mi sarei accinto a sì grande e difficile impresa se non mi si fossero presentati a guide un Montucla, un Bailly, un le Clerc, un Freind, un Portal, e tanti altri chiari scrittori, che la storia di ciascuna scienza si presero ad illustrare. Ma queste storie possono bensì servire di guide, possono istradarci a ricercare i progressi delle scienze, ma non possono presentarceli quali realmente sono in se stessi. D’uopo e a tal fine esaminarli nelle loro sorgenti, e studiare gli amori, che gli hanno fatti. Ma per quanta diligenza ed attenzione abbia io adoperata potro in verun modo lusingarmi d’averli sposti fiel vera loro sembiante? Che studio, o che applicazione bastera a garantirmi d’ogni svista ed abbaglio nella letrilla di tan ti autori, e nell’esame di tanti oggetti? Io mi rimetto all’indulgenza de’Leggitori, e mi protesto di nuovo, che il maggior frutro ch’io speri da questa mía fatica, e d’eccitare gl’ingegni d’altri di me migliori ad entrare più felicemente in questa stessa carriera.

Il poco canto, in cui or tengonsi gli studj ecclesiastici, potra forse indurre alcuni a pensare, che troppo digiuno ed arido debba riuscire il IV tomo, che ad essi soli ristringesi. Ma io credo, che il ridurre ad un aspecto storico e filosofico le vicende dell’ecclesiastiche discipline sia ancor un soggetto affatto nuevo, e che la sua novita ed importanza mi permettano maggiore liberta fiel tratrarlo più ampiamente, e svolgere mohi punti non ancora da altri discussi. Lo studio della scrittura, e quello della storia ecclesiastica si sono distesi in tanti rami, la teología ha successivamente ricevuta tanta ampiezza, il diritto canonico ha sofferte cante vicende, e tutte le scienze ecclesiastiche presentano tanti argomenti a rischiarare, che debbono rendere non men interessante questo volume, che tutti gli altri precedenti. E tale in breve e tutto il piano di quest’opera Dell’origine, de’progressi, e dello stato attuale d’ogni letteratura.

Ma venendo singolarmente al primo volume, che or presento alla luce, ho creduto necessario dare in questo un’idea generaledello stato di tutta la letteratura in varie epoche dalla sua origine fino al secolo nostro presente. Il solo esame dello stato di quella prima di venire in mano de’greci presta abbondante materia a molte ed erudite ricerche: ma che potremo noi ricavare doro lunghe e peno se investigazioni, se non insussistenti e poco fondate congetture? Non senza molta lettura, ed attenta riflessione ho procurato presentar chiaramente quel poco, che in materie sì rimote ed oscure si può con qualche valida ragione stabilire. La letterarura de’greci merita piu la nostra attenzione, e ci deve occupare piu lungamente, potendosi chiamare in realta la sorgente d’ogni letteratura. Ho voluta pertanto cercare qualche epoca della vera sua origine finor non fissata, ed esaminare le cagioni de’suoi progressi, che non vedo ancora sviluppate abbastanza. Per dare piu giusta idea della letteratura greca e della romana, oltre il descrivere separatamente lo stato dell’una e dell’altra, mi e sembrato opportuno consiglio il chiamarle unitamente a confronto, e farne accuratamente il paragone. Alcuni forse acconsentiranno mal volontieri a formare un’epoca dell’ecclesiastica letteratura. Ma chiunque abbia cognizione degli studj, che doro la decadenza della greca e della romana vennero in fiore, e delle persone, in cui era quasi confinata la loro coltura, non si fara maraviglia di vedere qui stabilita un’epoca dell’ecclesiastica letteratura. Dee bensi recare stupore il vedere posteriormente da Carlo Magno, da’piu potenti monarchi, dalle persone di piu alto affare promuoversi col piu vivo impegno il risorgimento delle lettere, e queste al contrario cadere ognor piu nella maggior depressione. Noi pero ci studieremo a recare la vera ragione di questo poco felice successo.

Larabica letteratura non e stata finora da niun autore messa in buen lume. Pocok, Erbelot, Hottingero, ed alcuni altri han no riportate molte notizie, che possono servire a darle qualche rischiaramento; ma niuno si ha preso l’ass un to di presentarcene un particolareggiato ragguaglio. La novita della materia m’ha impegnato in ardue ricerche, dalle quali non isperava io stesso di poter riuscire con qualche felicita. Opportunamente a tal uopo la benignita del cattolico monarca Carlo III, glorioso promotore di tutte le imprese letterarie, m’Ollero col dono della Biblioteca arabico-ispana dell’Escuriale, eruditamente compilara dal chiariss. Casiri; dono in realta inestimabile e per l’augusta mano, che lo comparte, e per l’immenso tesoro, che contiene d’arabica erudizione. Quanto io debba a quell’immortale lavoro del Casiri, quanto uso abbia farro dell’infinite sue notizie, tutto il trattato della presente opera, che l’arabica letteratura risguarda, quasi ad ogni riga, non che ad ogni pagina, il mostra. Ma quella dott’opera predendo di mira l’indicazione sol tanto de’codici arabici, che or si conservano nella Biblioteca dell’Escuriale, non basta a somministrare le notizie, che a formare un quadro di rutta l’arabica letterarura richiedonsi; ed io per abbozzarlo in qualche maniera ho dovuto pescare qua e la in ogni sorra di libri quanto mi capitava alle mani, che potesse a tal argomento applicarsi, ne voglio per cio lusingarmi d’un felice riuscimento.

Queste ricerche m’hanno fatto vedere la grand’influenza dell’arabica letteratura nel risorgimento dell’europea. Ma per isviluppare con qualche chiarezza questo punto sì interessante quant’altre involute questioni non ho dovuto spiegare, ed a quante nuove investigazioni non mi è stato d’uopo rivolgermi? La cognizione della spagnuola letteratura, quasi tanto sconosciuta per molti come l’arabica, l’esame degli scrittori de’tempi bassi or più non curati, la ricerca della formazione e coltura delle lingue moderne e della loro poesía, lo studio degli antichi poeti spagnuoli e de’provenzali, e molt’altre non men penose che necessarie investigazioni m’hanno dato qualche lume per iscoprire una verità, che sembrerà a molti un ridicolo paradosso; cioè dire, che la moderna letteratura, non solo nelle scienze, ma eziandío nelle belle lettere riconosce a sua madre l’arabica. Per mostrare viemaggiormente l’influenza degli arabi nella coltura europea ho voluta addurre alcune invenzioni, dell’onore delle quali contrastano vanamente molte nazioni, essendo a noi venute dall’arabica beneficenza. La carta, le cifre numerali, la polve da fuoco, la bussola ci sono pervenute per l’opera degli arabi; forse l’orologio oscillatorio, forse l’attrazione or tanto famosa, forse alcune altre strepitose scoperte de’moderni secoli furono da’medesimi conosciute molto prima che venissero a notizia de’nostri filosofi; i collegj d’educazione, gli osservatorj astronomici, le accademie, ed altre istituzioni letterarie poco pensano d’avere un’origine arabica, e forse non mi si vorranno mostrare malta grate per avere lor rinvergata una cotanto rimara antichità.

Superara il pregiudizio sì dominante contra l’arabica letteratura d’uopo è combatterne un altro non men comune a favore della greca. Vuolsi, che l’epoca della rinnovazione de’buoni studj nelle nostre contrade debba contarsi dalla presa di Costantinopoli, eche i vinti greci abbiano fiel decimoquinto secolo apportato nell’Italia il gusto delle lettere, come ne’ passati secoli l’avevano introdotto fiel rozzo ed agreste Lazio. Noi al contrario facciam vedere, che pochissimo frutto venne alla latina letteratura dalla caduta del greco impero, e che l’Italia avanti quel tempo era più colta e ripulita ne’buoni studj che nol fosse la Grecia stessa. Per riguardo alla letteratura de’secoli posteriori ho sentito la difficolta osservata da Orazio: Difficile est proprie communia dicere. Che potrà dirsi su questo punto, che non sia gil noto? Pure l’idea da noi presentara del merito letterario sì del secolo decimosesto, che del decimosettimo, e forse ancor più di quello del presente, riuscira nueva a molti, che non riguardano gli studj di ciascuna di quest’era in tutti i veri aspetti, che’essi ci mostrano. Per meglio finire il quadro dello stato attuale della letteratura converrebbe segnare i progressi, che rimangono a farsi, come si presentalla quelli, che finora si sono fatti. Ma com’e possibile ottenere sì perspicace acutezza di vista, che giunga a scoprire tant’oltre? Noi fiel decorso di quest’opera proporremo di mano in mano alcuni avanzamenti, che in ogni classe potrebbono farsi; e in questo tomo accennandone alcuni soltanto ci asterremo d’annojare più lungamente i leggitori gia troppo stanchi della lettura di tante materie.

 

Troppo è vasto il soggetto da me intrapreso, e troppo superiore alle mie forze, perchè mi possa lusingare d’averlo degnamente trattato. Le circostanze, in cui mi ritrovo, rendono piu malagevole quest’impresa, assai per se stessa ardua e difficile, privandomi d’alcuni soccorsi, roe mi potrebbon essere a tal uopo malta opportuni. Io non mi confesserò mai abbastanza grato alla gentilezza di molti amici, che con cortese liberalira. m’hanno graziosamente accordato illibero e frequenre uso de’loro libri; ma questi non poteano provvedermi bastevolmente delle moltiplici e varie notizie, che al compimento d’una tal opera si richiedono. Molti libri, che qui non ritrovansi, ho dovuto procacciarmeli altronde, o portarmi a consultarli in altre città: molte notizie, che qui non m’era possibile d’acquistare, me le ho prucurate per lettere, non senza gran fatica e perdimento di tempo; e non ho tralasciato alcun mezzo, onde poter rendere quest’opera men immeritevole della pubblica luce, a cui mi prendo l’ardire di presentarla. Ma potro io sperare d’esservi riuscito? Conosco, che molti mi chiameranno temerario alla sola vista di piano sì vasto prima di leggere l’opera stessa; ed altri con piu ragione mi daranno la medesima accusa dopo d’averla letra; ne io cerchero d’addurre ragioni, ende giustificare la mia arditezza; ma diro solamente, che in magnis voluisse sat est; e che se le mie fatiche qualunque siensi verranno ad essere di qualche utilita agli studiosi, comporterò in buena pace le accuse de’rigorosi censori. Meglio sarà, che, lasciate le scuse inopportune, veniamo già a trattare il proposto soggetto.

 

[1]

In altro genere i dimnosofisti, o sia la cena de’sapienti d’Ateneo, sono un abbondante magazzino di vaghe ed amene notizie, donde può fare la sua provvista la più erudita curiosità. La retorica, e la poetica d’Aristotile, il trattato del sublime di Longino, alcuni pezzi di Demetrio, di Dionigi Alicarnasseo, d’Ermogene, e d’altri greci formano il codice delle leggi del buongusto nello scrivere. L’onomastico di Giulio Polluce, il lessico di Suida, gli scritti di Luciano, e di Plutarco, i trattati di musica di Aristosseno, di Bacchio, e di varj altri, ed infmite opere d’ogni maniera, i cui nomi soltanto troppo lungo sarebbe il riferire, fanno chiaramente vedere, che non e stata materia alcuna appartenente alla bella ed amena letteratura, non sort’alcuna di scrivere, non alcun’arte, che interessi il buongusto, la qual non sia stata creara da’greci, e da’medesimi con particolare amore, e quasi con tenerezza fomentata e nudrita.

[2]

[...] Negli studj filologici e di erudizione restalla pure i romani d’assai lungo intervallo dietro a’greci. Sia pure l’eruditissimo Varrone il romano Eratostene; ma come potranno A. Gellio, Macrobio, e poc’altri latini reggere al paragone di Dione Grisostomo, di Pausania, di Plutarco, di Luciano, di Sesto Empirico, e d’una truppa infinita di greci filologi? Noi orneremo delle più alte lodi l’arte retorica, e la poetica d’Aristotile, siccome quelle, che formano il primo codice delle leggi del buongusto. Demetrio Falereo, Dionigi alicarnasseo, Longino, e parecchi altri greci di nuovi e squisiti lumi hanno arricchite le arti del dire; ma in questa parte non vorranno darsi vimi i romani. Gli scritti retorici di Tullio, e l’Arte poetica d’Orazio basteranno essi salí a far frente a tutte le opere de’greci. Ma quando ancor questi mancassero un esercito di greci scrittori varrebbe egli a contrastare la palma al sommo maestro del buongusto, l’immortale Quintiliano?

 

[3]

[...] Ho dunque diviso in due le Belle lettere, e riservando al seguente la Storia, e la Gramatica o Filologia, ora voleva presentare in questo la Poesìa e l’Eloquenza.

[4]

[...] La Gramatica, coltivata colla doctrina ed erudizione, chevi apportarono gli antichi e i rinomati gramatici de’ buoni tempi del risorgimento della nostra letteratura, non e sì ristretta come si crede comunemente, e critica ed ermeneurica, ed ogni sorra di filologici ed eruditi studj comprende [...].

[5]

[...] Un rapsodista doveva intimamente penetrare ne’sentimenti de’poeti, e recitando e cantando e comentando, e in varie guise spiegando i versi, dal perola o da alcun particolare richiesti, far entrare gli uditori nella mente e nella doctrina del poeta, i cui versi cantava. Socrate presso Plarone loda scherzando quest’arte, perchè obbligava i professori ad ornare il corro, e comparire belli, a versare sempre interno a’poeti, singolarmente ad Omero, e ad apprenderne non solo i versi e le parole, ma i pensieri altresì e i sentimenti. E siccome a questo fine dovevano i rapsodisti avere piena la mente e la lingua di concetti, d’immagini, d’espressioni, di frasi e di parole de’poeti, e spiegarne ad altri la forza e l’energía, così potevano dare lezioni d’eloquenza; e chi desiderava d’imparare l’arte di ben parlare procurava istruirsi nelle riflessioni e ne’ precetti di que’ maestri formati su l’esempio de’ celebrati poeti [...].

[1] Erud. compl.

[2] De digno et augm. scient., lib. II, cap. 1.

 

PREFACIÓN DEL AUTOR

Una historia crítica de las vicisitudes que ha sufrido la literatura en todos los tiempos y en todas las naciones; un cuadro filosófico de los progresos que desde su origen hasta el día de hoy ha hecho en todos y en cada uno de sus ramos; un retrato del estado en que se encuentra actualmente, después del estudio de tantos siglos; una perspectiva, digámoslo así, de los adelantamientos que le faltan que hacer todavía, no puede menos de agradar a los literatos aunque no se les presente con la perfección posible; y así me he propuesto tratar todos estos puntos en la presente obra Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Mi intento, tal vez demasiado temerario y atrevido, es dar una perfecta y cabal idea del estado de toda la literatura, cual no creo se encuentre en autor alguno. Tenemos infinitas historias literarias, unas de naciones, provincias y ciudades, otras de ciencias y artes particulares, todas en verdad utilísimas para el adelantamiento de los estudios; pero aún no ha salido a luz una obra filosófica que, tomando por objeto toda la literatura, describa críticamente los progresos y el estado en que ahora se encuentra y proponga algunos medios para adelantarla. El deseo de presentar a la república literaria esta obra tan importante de que carece, me ha dado aliento y servido de estímulo para emprender un trabajo que conozco muy bien cuán superior es a mis fuerzas. Ciertamente no pretendo satisfacer con esto la curiosidad de los literatos en materia tan vasta y copiosa; sólo deseo que este mi trabajo, tal cual es, pueda excitar el ingenio de los eruditos a dar a los puntos, aquí únicamente indicados, aquella extensión y ampliación que corresponde a su dignidad, y a perficionar el cuadro de que yo no hago más que tirar las primeras líneas.

Deberemos, pues, dar en esta obra una exacta noticia de los progresos de todas y de cada una de las partes de la literatura. Mas, para tener un principio desde donde empezar a describir estos progresos, es preciso decir algo sobre su origen, del cual tenemos tantos tratados particulares y sabemos aún tan poco que no he juzgado del caso detenerme en largas disertaciones sobre puntos tan obscuros y que podríamos ilustrar muy poco, habiendo tantos otros más importantes que se pueden controvertir con mayor provecho y utilidad; y así, únicamente indicaré el origen de cada ciencia, para fijar un principio de donde se deriven sus progresos. No obstante, al título de la obra, De los progresos y del estado actual de toda la literatura, he añadido el del origen por condescender a las insinuaciones de algunos doctos, a quienes parece que, expresando solamente de los progresos, no se entiende de dónde empiezan, ni creen que el título de la obra presente una época distinta de su principio.

Pasando después a examinar los progresos de toda la literatura, es preciso dividir en varias clases las ciencias para evitar confusión y seguir algún orden y distinción en la inmensa multitud de tantas materias. Las muchas divisiones, que hasta ahora han hecho los doctos, prueban la dificultad que hay en dar una exacta y cumplida que pt¡eda merecer la aprobación de todos. Algunos las han dividido en necesarias, útiles, agradables y frívolas. ¿Pero quién no ve que todos no pueden aprobar semejante distinción? Porque, aun dejando aparte las otras clases, sólo en la de las ciencias agradables es preciso que haya tanta contrariedad de opiniones cuantas son las diversas inclinaciones de los hombres. La Historia, la Física y casi todas las otras ciencias son a muchos infinitamente más deleitables que todas las gracias de la Poesía y belleza de las artes. La división de Bacon, abrazada después por los autores de la Enciclopedia y seguida también de Bielfed [1], merece ciertamente la preferencia sobre todas las que hasta ahora se han hecho [*]. Divide Bacon [2] toda la doctrina humana en tres clases, tomadas de las tres potencias de nuestra alma; esto es, en Historia, que pertenece a la memoria; en Poesía, que es parto de la imaginación; y finalmente en Filosofía, obra de la razón. D’Alembert, en el Discurso preliminar de la Enciclopedia, explica a la larga con su acostumbrada agudeza la congruencia de esta división de la doctrina humana y, conforme a la misma, divide los literatos en eruditos, filósofos e ingenios amenos; la memoria es el talento de los eruditos, la sagacidad el dote de los filósofos, y las gracias el distintivo de los ingenios amenos; y estos tres distintos talentos forman tres clases de hombres que no tienen otra cosa de común entre sí en la república literaria, sino el despreciarse mutuamente. Esta división es muy propia si consideramos la relación de las ciencias con las potencias de nuestra alma, pero no es muy proporcionada para seguir los progresos hechos en el estudio de aquéllas. La Gramática forma una parte de la Filosofía; pero tratando históricamente del adelantamiento de las ciencias, ¿no estará mejor colocada alIado de la Elocuencia y de la Poesía que junta con la Metafísica? La Historia Natural y la Eclesiástica sin duda pertenecen a la Historia, ¿pero cómo se ha de separar aquélla de la Física y ésta de la Teología? Últimamente bien podrá usar de la división de Verulamio el que haya de examinar la genealogía de las ciencias, pero no el que desee escribir su historia. No necesitando para nuestro intento de una división muy exacta, nos contentaremos con distinguir las Buenas Letras y las Ciencias, dividiendo después éstas en Naturales y Eclesiásticas. Espero que esta división sea la más oportuna al orden que exige la presente obra; y esto me basta para admitida con preferencia a las demás.

Mi principal cuidado, o por mejor decir el único, deberá dirigirse a dar tan justa idea de la literatura en todas sus clases. Para este fin, dividiendo la obra en cuatro tomos, antes de entrar a examinar distintamente los. progresos de las letras en todas sus clases particulares, he pensado exponer en el I los adelantantamientos, los atrasos y las variaciones que en diversas épocas han sufrido y formar brevemente una historia general filosófica de toda la literatura. En ésta daremos una ligera mirada a todos los pueblos que tuvieron alguna cultura antes de los griegos, sin olvidar el baillyano, at cual ha sabido hacer tan célebre el ingenio y erudición de Bailly que ha merecido la atención de los literatos. ¿Qué vasto y delicioso campo no nos presenta la literatura griega, la romana y posteriormente la eclesiástica? ¿Cuánto más fácil hubiera sido formar gruesos volúmenes de tan copiosa materia que reducirla a breves capítulos evitando el riesgo de caer en una árida y despreciable superficialidad? He sido más difuso en la literatura arábiga; pero la ignorancia y el error en que estamos generalmente acerca de su mérito y la novedad e importancia de la investigación sobre el origen de la literatura moderna derivada de aquélla, me dan algún derecho para dejar correr la pluma con mayor libertad. En los siglos posteriores tenemos más claras y seguras noticias del estado de la literatura; pero como por lo regular casi todos se ciñen a la erudición nacional y pocos tienen conocimiento de la extranjera, espero que no será desagradable una obra que las abrace todas.

En el II tomo me he propuesto tratar particularmente de los progresos hechos en las Buenas Letras, bajo las cuales se comprehenden la Poesía, la Elocuencia, la Historia y todos los estudios filológicos. Pero no me contentaré con examinar generalmente los progresos de estas clases, sino que en todas ellas trataré con distinción de cada una de sus partes; no basta, por ejemplo, dar una noticia general de los progresos de la Poesía, sino que se han de examinar distintamente la épica, la didascálica, la dramática, la lírica, los pequeños poemas y todas las demás composiciones poéticas, sin exceptuar los romances como pertenecientes también a la Poesía; y siguiendo el mismo plan en las otras clases se forma una perfecta y cabal idea de todos los progresos de las Buenas Letras, Para esto es precisa una exacta y justa crítica de los escritores y de las obras que han tenido en ella alguna parte; y así he querido leerlas más de una vez y formar por mí mismo el juicio sin sujetarme al de otros, como se hace con mucha frecuencia. He visto en algunos autores tan poca sinceridad y en otros tanta ignorancia, he encontrado tan discordes en sus juicios aun a los jueces más ilustrados, que he creído no poder tomar más seguro partido que el de formar mi juicio leyendo con cuidado las mismas obras y manifestado libremente al público.

El III tomo tratará sólo de las Ciencias Naturales, describiendo filosóficamente los progresos de cada de ellas en todas sus partes. Se verán crecer sucesivamente, aunque con algun intervalo, desde su origen hasta el estado en que ahora se encuentran, las Matemáticas puras y mixtas, la Física Experimental, la Química, la Historia Natural, la Botánica, la Medicina, la Cirugía, la Filosofía, la Jurisprudencia1 y en suma toda clase de ciencias naturales. En cuyo trabajo me han servido mucho las varias y eruditas historias que se han publicado sobre cada una de dichas ciencias; y confieso que no me hubiera resuelto a tan grande y difícil empresa si no hubiera tenido delante un Montucla, un Bailly, un Clerc, un Freind, un Portal y tantos otros escritores famosos que se dedicaron a ilustrar la historia de cada una de ellas. Pero estas historias, aunque es verdad que pueden contribuir mucho para el conocimiento de los progresos de las ciencias, no son suficientes para informarnos exactamente de ellos. Para esto es indispensable examinados en sus fuentes y estudiar los autores que los han hecho. ¿Y podré yo lisonjearme de algún modo de haber acabado una empresa tan difícil? ¿Qué estudio o qué aplicación será bastante para evitar toda inadvertencia y error en la lectura de tantos autores y en el examen de tantos puntos? Por esto me acojo a la indulgencia de los lectores y de nuevo protesto que el mayor fruto que espero de este trabajo es excitar a otros ingenios más sublimes a entrar con más felicidad en esta empresa.

El poco aprecio en que ahora se tienen los estudios eclesiásticos hará tal vez pensar a alguno que el IV tomo, por comprehender estos solos, deberá salir muy árido y estéril. Pero yo creo que el reducir a un plan histórico y filosófico las vicisitudes de las Ciencias Eclesiásticas es todavía un asunto enteramente nuevo, y que su novedad e importancia me dan mayor libertad para tratado más a la larga y desenvolver muchos puntos aún no examinados por otros. El estudio de la Sagrada Escritura y el de la Historia Eclesiástica se ha dividido en tantos ramos; la Teología ha recibido sucesivamente tanta extensión; el Derecho Canónico ha padecido tantas mudanzas; y todas las ciencias eclesiásticas presentan tantos asuntos por aclarar, que todo ello debe hacer no menos importante aquel tomo que los precedentes. Y éste es en compendio todo el plan de la presente obra Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura.

Pero volviendo al primer tomo, que ahora publico, he juzgado necesario dar en él una idea general del estado de toda la literatura, dividida en varias épocas, desde origen hasta el presente siglo. Sólo el examen de su estado antes de llegar a los griegos presta abundante materia para muchas y eruditas investigaciones; pero después de especulaciones largas y penosas, ¿qué podremos sacar sino conjeturas insubsistentes y poco fundadas? He procurado, después de mucha lectura y atenta reflexión, presentar con claridad aquello poco que en materias tan remotas yobscuras se puede establecer con algún sólido fundamento. La literatura de los griegos es más digna de nuestra atención y nos debe ocupar mucho más, pudiendo en realidad llamarse el origen de toda la literatura. Por lo mismo he querido buscar alguna época de su verdadero origen, que nadie ha fijado hasta ahora, y examinar las causas de sus progresos, que no veo aún bastantemente declaradas. Para dar idea más cabal de las literaturas griega y romana me ha parecido del caso, a de describir separadamente el estado de una y otra, juntarlas después ambas y formar con el mayor cuidado un paralelo de ellas. Acaso algunos llevarán a mal que se forme una época de la literatura eclesiástica, pero no pensará de esta suerte quien tenga conocimiento de los estudios que florecieron después de la decadencia de la griega y de la romana, y de las personas a que estaba casi reducida su cultura. Debe ciertamente causar admiración el ver después de Carlomagno promoverse con el mayor empeño, por los más poderosos monarcas y personas de alta jerarquía, la restauración de las letras, y éstas, por el contrario, ir decayendo más cada día hasta llegar al mayor abatimiento. Por lo cual procuraremos averiguar la verdadera causa de este suceso desgraciado.

Nadie, hasta ahora, ha tratado de la literatura arábiga según su mérito. Pocok, -belot, Hottinger y algunos otros han dado muchas noticias que pueden servir para ilustrarla de algún modo, pero ninguno se ha propuesto darla a conocer exactamente. La novedad de la materia me ha empeñado en arduas investigaciode las cuales yo mismo no esperaba poder salir con felicidad. Oportunamente, la benignidad del católico monarca Carlos III, glorioso promotor de todas las empresas literarias, me honró con la Biblioteca arábico-hispana escurialensis, consta por el eruditísimo Casiri, regalo verdaderamente inestimable, así por la justa mano que le dispensa como por el inmenso tesoro que contiene de erudición arábiga. Cuánto deba yo a este inmortal trabajo de Casiri y cuánto uso haya hecho de sus innumerables noticias lo manifiesta toda la parte de esta presente obra que trata de la literatura arábiga. Pero aquella docta obra, teniendo solamente por objeto la noticia de los códices arábigos que ahora se conservan en la Biblioteca del Escorial, no puede suministrar cuantos materiales se requieren para formar un cuadro de toda la literatura arábiga; y a fin de poderla dibujar de algún modo, ha sido preciso entresacar en toda suerte de libros cuanto me venía a las manos que pudiese aplicarse a tal asunto, sin que por esto quiera lisonjearme de un feliz suceso.

Estas indagaciones me han hecho ver la grande influencia de la literatura arábiga en la restauración de la europea. Pero para aclarar de algún. modo este punto tan importante, ¿cuántas intrincadas cuestiones he debido explicar y a cuántas nuevas investigaciones no me he visto precisado? El conocimiento de la literatura española, casi tan desconocida para muchos como la arábiga, el examen de los escritores los tiempos bajos ahora muy olvidados, la averiguación del origen y cultura de las lenguas modernas y de su poesía, el estudio de los antiguos poetas españoles y provenzales, y otras muchas investigaciones no menos penosas que necesarias me han dado alguna luz para descubrir una verdad que a muchos parecerá una paradoja ridícula, y es que la literatura moderna reconoce por su madre a la arábiga, no sólo en las Ciencias sino también en las Buenas Letras. Para manifestar todavía mejor la influencia de los árabes en la cultura de Europa, he querido traer algunos inventos cuyo honor se disputan inútilmente muchas naciones, siendo así que los debemos a aquéllos. El papel, los números, la pólvora y la brújula han llegado hasta nosotros por medio de los árabes; acaso el reloj oscilatorio; la atracción ahora tan famosa y algunos otros ruidosos descubrimientos de los siglos modernos fueron conocidos de aquella nación mucho antes que llegaran a noticia de nuestros filósofos; los colegios de educación, los observatorios astronómicos, las academias y otros establecimientos literarios no piensan deber a los árabes su origen y tal vez no se me querrán mostrar muy obligados por haberles encontrado una tan mota antigüedad.

Desvanecida la preocupación tan dominante contra la literatura arábiga, es preciso combatir otra no menos común a favor de la griega. Se pretende que la época de la restauración de los buenos estudios en nuestras provincias deba contarse desde la toma de Constantinopla, y que los vencidos griegos hayan traído a Italia en el siglo XV el gusto de las letras, como lo habían introducido en los pasados en el tosco y agreste Lacio. Nosotros, al contrario, hacemos ver que la ruina del Imperio griego acarreó muy pocas ventajas a la literatura latina, y que la Italia, antes de aquel tiempo, era más culta y tenía mejor gusto en los estudios que la misma Grecia. Por lo que toca a la literatura de los siglos posteriores, he experimentado la dificultad observada de Horacio: Difficile est propriecommunia dicere. ¿Qué podrá decirse sobre este punto que no sea notorio? No obstante, la idea que presentamos del mérito literario, así del siglo XVI como del XVII, y tal vez más de el del presente, será nueva para muchos, que no miran los estudios de cada una de estas edades bajo todos los verdaderos aspectos con que ellos se nos presentan. Para dar la última mano al cuadro del estado actual de la literatura, convendría señalar los progresos que le faltan que hacer, del mismo modo que se manifiestan los que asta ahora han hecho. ¿Pero cómo es posible tener una vista tan perspicaz, que llegue a descubrir todo esto? En el discurso de esta obra propondremos uno u otro adelantamiento que podrá hacerse en todas las clases; y en este romo, manifestando tan solamente alguno, nos abstendremos de molestar más a los lectores, cansados ya de la lectura de tantas materias.

Es sobrado vasto el objeto que me he propuesto y muy superior a mis fuerzas para que pueda lisonjearme de haberlo tratado dignamente. Las circunstancias en que me hallo hacen más difícil esta empresa, que por sí sola era sobradamente ardua y dificultosa, privándome de algunos, auxilios que podrían serme muy oportunos para este fin. Nunca podrá igualar mi agradecimiento a la generosidad de muchos amigos que cortés y liberalmente me han franqueado el uso de sus libros; pero éstos no podían proveerme suficientemente de las muchas y varias noticias que se requieren para el desempeño de una obra de esta naturaleza. Muchos libros, que aquí no se encuentran, he tenido que hacérmelos traer de otras partes o pasar personalmente a otras ciudades para consultados; muchas noticias, que me era imposible adquirir aquí, las he procurado saber por cartas, no sin gran fatiga y pérdida de tiempo; y no he omitido medio alguno para hacer esta obra más acreedora a la luz pública, a quien tengo el atrevimiento de presentarla. ¿Pero podré esperar haberlo conseguido? Conozco que muchos me llamarán temerario en vista sólo de un plan tan vasto, aun antes de leer la misma obra; y otros, después de haberla leído, me pondrán con más motivo la misma nota; no procuraré exponer razones para justificar mi atrevimiento, y diré solamente que in magnis voluisse sat est; y que si mis trabajos, sean los que fueren, acarrearen alguna utilidad a los estudios, llevaré con paciencia las acusaciones de los rígidos censores. Mejor será que, dejando las impertinentes excusas, pasemos ya a tratar el asunto propuesto.

[1]

En otro género los dimnosofistas, o las cenas de los sabios de Ateneo, son un almacén abundante de graciosas y amenas noticias en donde puede proveerse el curioso más erudito. La Retórica y la Poética de Aristóteles, el tratado de lo Sublime de Longino, algunos pasajes de Demetrio, de Dionisio Halicarnasense, de Hermógenes y de otros griegos forman el código de las leyes del buen gusto en escribir. El Onomástico de Julio Polux, el Lexicon de Suidas, los escritos de Luciano y de Plutarco, los tratados de Música de Aristójeno, de Baquio y de varios otros, e infinitas obras de todas especies, que sólo el referir sus nombres sería cosa muy larga, hacen ver claramente que no ha habido materia alguna tocante a la amena literatura, modo de escribir, ni arte en que se interese el buen gusto que no haya sido creada por los griegos y fomentada por los mismos con particular amor y casi con terneza.

[2]

[...] En los estudios filológicos y de erudición quedan también muy inferiores los romanos a los griegos. Sea enhorabuena el eruditísimo Varrón, el Eratóstenes romano; ¿pero cómo podrán A. Gelio, Macrobio y otros pocos latinos cotejarse con Oión Crisóstomo, con Pausanias, con Plutarco, con Luciano, con Sexto Empírico y con una multitud innumerable de filólogos griegos? Nosotros colmaremos de las mayores alabanzas el Arte Retórica y la Poética de Aristóteles, como que forman el primer código de las leyes del buen gusto. Demetrio Falereo, Dionisio de Halicarnaso, Longino y algunos otros griegos han enriquecido con nuevas y exquisitas luces las artes del decir; pero en esta parte no querrán darse por vencidos los romanos. Sólo los escritos retóricas de Tulio y el Arte Poética de Horacio bastarán para hacer frente a todas las obras de los griegos. Pero aun cuando faltasen éstos, ¿sería bastante un ejército de escritores griegos para disputar la palma al sumo maestro del buen gusto, el inmortal Quintiliano?

[3]

[...] He dividido finalmente en dos el de las Buenas Letras y, reservando para el siguiente la Historia y la Gramática o Filología, quería presentar en éste la Poesía y la Elocuencia.

[4]

[...] La Gramática, cultivada con la doctrina y erudición que le dieron los antiguos y los celebrados gramáticas de los felices tiempos del restablecimiento de nuestra literatura, no es materia tan limitada como comúnmente se cree, y comprehende la crítica, _la Hermenéutica y toda suerte de estudios filológicos y eruditos [...].

[5]

[...] Un rapsodista debía penetrar íntimamente los pensamientos de los poetas y, recitando, cantando, comentando y explicando de varios modos los versos, que el pueblo o algún particular le pedía, hacer que los oyentes comprehendiesen la mente y la doctrina del poeta cuyos versos cantaba. Sócrates en Platón alaba irónicamente este arte, porque obligaba a los profesores a adornar su cuerpo y comparecer lindos, a estudiar con el mayor cuidado los poetas y singularmente a Hornero, y a aprender no sólo los versos y las palabras, sino también los pensamientos y las opiniones; y como para esto debían los rapsodistas tener llena la mente y la lengua de conceptos, de imágenes, de expresiones y de palabras de los poetas, y explicar a los otros su fuerza y energía, de aquí es que podían dar lecciones de elocuencia, y quien deseaba aprender el arte de bien hablar procuraba instruirse en las reflexiones y en los preceptos de aquellos maestros que se habían formado con el ejemplo de los celebrados poetas.

[1] Erud. compl.

[*] El español Juan Huarte, en su Examen de ingenios, pudo dar mucha luz a Bacon de Verulamio para esta división. Véase principalmente el capítulo X.

[2] De digno & augm. scient., Lib. II, cap. I.