RECENSIONES

 

Rolf Eberenz, El español en el otoño de la Edad Media: sobre el artículo y los pronombres (M. Galeote). Fray Alonso de Molina, Aquí comiença un vocabulario en la lengua castellana y mexicana [México, 1555] (M. Calderón). Juan A. Villena Ponsoda, La continuidad del cambio lingüístico (Tendencias conservadoras e innovadoras en la fonología del español a la luz de la investigación sociolingüística urbana) (M. Galeote). Miguel Angel Quesada Pacheco, Nuevo Diccionario de Costarriqueñismos (M. Galeote). Alan Floyd, La prensa británica y la guerra del golfo pérsico: un análisis lingüístico (S. Robles Ávila). Daniel Jorques Jiménez, Discurso e información. Estructura de la prensa escrita (S. Robles Ávila). Susana Guerrero Salazar, Voces comentadas del español actual (S. Robles Ávila). Anónimo, Viaje de Turquía. Diálogo entre Pedro de Hurdimalas y Juan de Voto a Dios y Mátalas Callando que trata de las miserias de los cautivos de Turcos y de las costumbres y secta de los mismos haciendo la descripción de Turquía (R. Malpartida Tirado). Ambrosio Bondía, Cítara de Apolo y Parnaso en Aragón (A. del Río Nogueras). Marta Rodríguez, El intimismo en Antonio Machado. Estudio de la evolución de su obra poética (Mª S. Leiva Carmona). A. Jiménez Millán, Promesa y desolación. El compromiso en los escritores de la Generación del 27 (C. J. Duarte). Luis Miguel Fernández, Don Juan en el cine español. Hacia una teoría de la recreación fílmica (R. Malpartida Tirado). José Jurado Morales, Del testimonio al intimismo. Los cuentos de Carmen Martín Gaite (Mª B. Navarro Tahar). Carlo Ginzburg, Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia (A. Mª Villena Blanca). Susan Hockey, Electronic Texts in the Humanities: Principle and Practice (C. Macías).

 

Publicadas en Analecta Malacitana, XXV, 1, 2002, págs. 315-349.

 

Rolf Eberenz, El español en el otoño de la Edad Media: sobre el artículo y los pronombres, Gredos, Madrid, 2000, 486 págs.

    Eberenz prosigue en estos últimos años su investigación sobre el castellano a finales de la Edad Media, por ser una época de transición y de crisis en todos los terrenos, pero especialmente en el lingüístico que es nuestra parcela de estudio. Se apuntan tres factores que sobresalen en esta etapa crucial para la historia del español: la alteración de los paradigmas histórico-socio-culturales, la proliferación de textos romances castellanos y el comienzo de la reflexión metalingüística sobre una lengua que todavía aspira a ser espejo de la lengua latina, imagen del latín como lengua de cultura, frente al bastardo romance.

    A partir de los primeros estudios sobre obras capitales como La Celestina o el Corbacho, el investigador se ha ido adentrando en una pluralidad de textos coetáneos, cuya variación le fue permitiendo obtener una radiografía más exacta y precisa de la situación del castellano en tal período. La obra tiene un carácter marcadamente gramatical, en un sentido estricto, tal como indica el subtítulo. Indudablemente, formas como el artículo romance y los pronombres exigen una atenta mirada, desde la perspectiva de la morfosintaxis histórica, en la transición al español moderno del castellano, que se había alejado mucho del latín en cuanto a tales formas y sus funciones.

    Es mucho todavía lo que falta por trillar en el campo de la morfosintaxis histórica de nuestra lengua, para lo cual se requieren aún grandes esfuerzos que permitan el acarreo de materiales dispersos entre tanta variación intertextual. En nuestros días nadie duda de que la Historia de la Lengua Española con mayúsculas precisa alejarse de la historia literaria de la lengua y enfocar minuciosamente la variedad de formas que han sido ignoradas por pertenecer a la oralidad o a la escritura no literaria, a los textos con finalidad historiográfica, jurídica, chancilleresca, medicinal, comercial o de otro tipo. Mientras no se sustituya la barcina de las gavillas literarias por la barcina de mieses que carezcan de finalidad estética y las indagaciones sistemáticas se acerquen lo más posible a la lengua oral popular tradicional y patrimonial, nos quedaremos con una fotografía distorsionada, borrosa y confusa de los orígenes del español. Seguiremos esperando ese filme que logre la ilusión óptica del movimiento histórico de las formas morfosintácticas, que tienen la capacidad de seguir funcionando mientras se alteran; que pueden modificarse, alterarse, desaparecer incluso, mientras garantizan la continuidad comunicativa. Hoy por hoy no se alcanza a ver cómo sería posible filmar el cambio lingüístico simultáneo al mismo funcionamiento significativo de los elementos (sustantivos, verbos, pronombres, artículos, etc.). En la transición de sistemas, a nuestro juicio, reside lo más íntimo e indisociable de esta creación humana, de la lengua, la cual se comporta al mismo tiempo como entidad individual y gregaria.

    Esfuerzos como el que lleva a cabo R. Eberenz son siempre bienvenidos, pues colaboran a esclarecer (cada cual con sus limitaciones), la transición de sistemas, la constitución de diasistemas y el cambio lingüístico real, perceptible y empírico. Sin duda, este conspicuo autor nos ofrece un cuadro sistemático, preciso, de la morfosintaxis pronominal en el otoño de la Edad Media, con una metodología que enfoca transversalmente la lengua y persigue «fenómenos localizados en un lapso de tiempo mucho más breve, lo que permite incluir, a cambio de la profundidad cronolingüística, otras dimensiones igualmente importantes» (pág. 19).

    Sin embargo, en la investigación y análisis del cambio lingüístico, de la transición del latín al romance y del romance castellano, que es lo que nos ocupa ahora, al español como lengua resultante de profundísimas reformas, siempre quedará una cierta atmósfera de vaguedad en ese empeño por constatar el dinamismo de los sistemas estructurados y la transformación diacrónica de lo que siendo sistemático, pero sin abandonar el funcionamiento, alumbra un nuevo estado de lengua estructural y funcional. He aquí esbozada groseramente la principal preocupación de los historiadores de la lengua, que se enfrentan a la necesidad de superar las contradicciones entre los teóricos estados de lengua, caracterizados por su sistematismo estructural cuasi «inerte», y el obvio dinamismo —por humano— que experimenta toda lengua hablada y viva.

    Eberenz partió de la lengua culta elaborada del XV para lograr el contraste con la lengua coloquial (perteneciente al continuum castellano), para no incurrir en el desdén ya señalado por otras manifestaciones lingüísticas menos elaboradas, que se manifiestan en múltiples formas comunicativas. De este modo, son los tratados de variado tipo y los textos sobre cuestiones lingüísticas o gramaticales, los que constituyen el armazón con el que reconstruir una compleja, viva e inestable realidad histórico-lingüística. No debe sorprenderse el lector porque inclusive el autor recurra a textos humildes, hagiográficos, así como a la serie de actas inquisitoriales de la época, editadas por diferentes historiadores. Es frecuente que estos documentos «salpicados de formas jurídicas [...] caigan en un tono y una estructura discursiva cercanos a la lengua hablada» (pág. 11). Es consciente R. Eberenz de que la lengua hablada dista mil leguas de la lengua que se escribió siempre, pues son códigos que se complementan tal vez por ser bastante insolidarios. El principal interés de las actas de la Inquisición «no reside en los pasajes narrativos o expositivos de los escribanos, sino en el hecho de que éstos reproduzcan a menudo declaraciones de inculpados o testigos, enunciados que se modulan en estilo directo o indirecto. Ambas modalidades son de un gran valor en cuanto reflejos del lenguaje oral y, si bien resulta difícil elaborar sobre esta base una gramática completa del castellano hablado de la época, pueden aprovecharse para relativizar ciertos fenómenos de la lengua escrita». Se halla el autor, pues, ante escollos de carácter lingüístico, pragmáticos y discursivos, para exponer descriptivamente el dinamismo de la morfosintaxis histórica del período estudiado. Se pregunta Eberenz en este libro por el nacimiento y la propagación de los cambios, lejos de criterios mecanicistas, su generalización, hasta llegar a ese «cuadro diferenciado de la morfosintaxis del siglo XV».

    Se abordan aquí los ámbitos del artículo y los pronombres, con atención a la alternancia entre las formas del femenino la y el ante sustantivos y adjetivos que comienzan por vocal. Hay un conflicto entre «motivaciones lingüísticas en parte opuestas, como son la tradición del uso, la eufonía y el hecho de que el se siente fuertemente como elemento masculino». Respecto de los pronombres, queda expreso con claridad que bajo esta denominación convencional se reúnen «elementos a los que la lingüística reciente niega con argumentos convincentes el derecho a constituir una parte de la oración similar a las demás». A su juicio, parece «imposible encontrar una noción que dé cabida a todos los grupos de pronombres que la tradición gramatical presenta como canónicos». Dado el enfoque del estudio, el investigador se muestra de acuerdo con el parecer de algunos predecesores suyos, como Mª A. Álvarez Martínez, entendiendo el pronombre como categoría transversal. Además, el pronombre «forma una clase limitada de unidades independientes», que expresan morfemas ligados al nombre y al verbo. Desde el punto de vista enunciativo se caracterizan por una deíxis y desde el nivel sintáctico poseen la capacidad de remisión fórica.

    En la precisa y detenida Introducción el autor apunta una de sus principales conclusiones: «el siglo XV es sin duda alguna una etapa crucial no sólo en la construcción de la lengua culta sino, generalmente, en la configuración del diasistema castellano que ha llegado hasta nosotros», a partir de estos análisis morfosintácticos que expone en los doce capítulos que componen el volumen: «La alternancia del artículo femenino la / el» (páginas 36-57); «La gramaticalización de nosotros / vosotros» (págs. 58-84); los «Tratamientos pronominales y nominales» (págs. 85-115), «Ello: en torno al neutro correferencial» (págs. 116-130); «La posición del pronombre personal átono» (págs. 131-174); «El pronombre personal átono con función duplicadora» (págs. 175-208); «Dos cambios formales: vos > os y ge lo > se lo» (págs. 209-222); «Marcas y funciones de los pronombres átonos de tercera persona (leísmo, laísmo y loísmo)» (páginas 223-245); «Los demostrativos: formas y particularidades del uso de este y esse» (págs. 246-264); «Posesivos» (págs. 265-319); «Los relativos» (págs. 320-382) y los «Indefinidos» (págs. 383-446). El tomo se cierra con la bibliografía y el lector echa de menos una conclusión que, por lo menos, reúna y recapitule las conclusiones parciales, los hallazgos que relucen en cada parcela, que complemente la introducción y el cuerpo del volumen con un repaso sucinto de la morfosintaxis pronominal en ese corte cronológico transversal. De la misma manera, que cada capítulo se cierra con un resumen, síntesis, balance o recapitulación.

    En fin, en estas casi quinientas páginas hay mucho material histórico y sociolingüístico cuyo análisis, a partir de los presupuestos metodológicos explicitados, parece irreprochable con numerosísimos ejemplos contextualizados, análisis cuantificadores estadísticos, cotejo de variantes intertextuales, índices de frecuencias, superación de la morfosintaxis histórica que se desentiende de los factores pragmáticos, etc.

    Una y otra vez retorna Eberenz a la dificultad que conlleva explicar cómo se solucionan los conflictos sociolingüísticos entre formas que entran en litigio, en contienda y desaparecen o triunfan, extendiéndose progresivamente, hasta generalizarse: parece que a través de las dificultades de integración en las estructuras gramaticales de las nuevas fórmulas nominales un sistema deja de ser tripartito para hacerse bipartito; de modo que «el conflicto no podía tener otra solución que la desaparición de una u otra configuración o, a lo menos, una separación nítida de sus funciones». Así la oposición tripartita entre , vos y vuestra merced, bien establecida en el Lazarillo como un «sistema ternario de tratamientos», donde vuestra merced tiene una función y unos mecanismos gramaticales claramente distintos. De este modo se llegó a un sistema binario de tratamientos en el XV y comienzos del XVI ( y vos).

    Para concluir, no podemos dejar de subrayar el esfuerzo que en esta sólida obra despliega Rolf Eberenz, mediante el acarreo ingente de materiales lingüísticos marginados por investigadores e historiadores (por ejemplo, las Actas de la Inquisición), la capacidad analítica para diseccionar aspectos de forma, funcionamiento, estructura, frecuencia o significado en la morfosintaxis pronominal de una sincronía histórica. Pese a que, a nuestro juicio, no resulta nada fácil establecer los límites de tales cortes sincrónicos ni hay posibilidad de percibir el dinamismo de los sistemas lingüísticos tanto en la sincronía como en la diacronía.

    Los investigadores actuales en Historia de la Lengua Española precisan servirse de trabajos como éste del prestigioso hispanista Eberenz, aunque deben perseguir la verdadera historia social del español, la morfosintaxis histórica, que nadie confunde ya con la morfosintaxis de una sincronía histórica. Debemos aspirar a imprimir movimiento a las imágenes estáticas (sólo en teoría), a las instantáneas que ya de por sí se caracterizan por un difícil equilibrio inestable, como ha intentado mostrarnos aguda, detenida y prolijamente el autor. Su capacidad para sintetizar, manejar tal volumen de datos, extraer conclusiones y apuntar tendencias incipientes en el castellano que se está metamorfoseando en una lengua nueva (desde el punto de vista estructural, funcional y pragmático), capaz de expresar contenidos científicos, administrativos, político-económicos, socioculturales o historiográficos; esto es, el español que durante el Siglo de Oro contó con una caterva innumerable de escritores literarios y tratadistas, que lo mismo alumbran las cultas Crónicas Imperiales que El Quijote o el Refranero popular, cuya lengua viva nos ha llegado a través de las hablas rústicas meridionales o de las variedades hispanoamericanas.

 

M. Galeote

Fray Alonso de Molina, Aquí comiença un vocabulario en la lengua castellana y mexicana [México, 1555] (ed. de M. Galeote), Analecta Malacitana, Málaga, 2001, 535 págs.

    Resulta todo un acontecimiento editorial que se reedite en España este primer diccionario de una lengua indígena americana, que constituye además, el primer vocabulario impreso en América (México, 1555), uno de los incunables americanos del siglo XVI; es la obra madura del «niño Alonsito», quien tanto ayudó a los primeros franciscanos a su llegada a la Nueva España para entenderse con los indígenas aztecas. Manuel Galeote, que lleva bastantes años dedicado a examinar la labor gramatical y lexicográfica de Fray Alonso [1] ha dado a las prensas malagueñas un exhaustivo estudio del Vocabulario castellano-mexicano de Molina, antepuesto al cuerpo del propio vocabulario, reeditado en facsímil a partir del ejemplar custodiado en la Biblioteca Nacional de España (Sección de Raros).

    De esta edición prístina del Vocabulario, desafortunada en cuanto a estudios e investigaciones se refiere (tal como se lamentaba Menéndez Pidal y León-Portilla), desconocida por el DCECH de Corominas y por investigadores tan conspicuos como J. M. Lope Blanch, H. López Morales, Y. Malkiel o F. A. Martínez, entre otros, hay muy pocos ejemplares conocidos en las Bibliotecas consultadas.

    Por la tenacidad de este investigador de la Universidad de Málaga, M. Galeote, hemos sabido ahora dónde se custodian al menos cuatro volúmenes: 1. Biblioteca Nacional de Madrid (falto de portada, aunque con el añadido de una manuscrita); 2. Biblioteca Universitaria de Zaragoza (incompleto, sin portada y carente de bastantes hojas); 3. Biblioteca Nettie Lee Benson (Austin, Texas), que es el mejor conservado y procedente de la biblioteca privada del erudito García Icazbalceta; y Biblioteca particular del matrimonio León-Portilla, reproducido en el CD-ROM Obras clásicas sobre la lengua náhuatl, compilado por Ascensión Hernández (Clásicos Tavera, Madrid, 1998). Este ejemplar, a primera vista, se diferencia del de Austin sólo en la portada, por incluir la tasa.

    Indudablemente, Galeote ha dado a la estampa el Vocabulario del año 1555, por tratarse del primero que redactó fray Alonso de Molina, cuando ya llevaba bastante tiempo en la Nueva España y se había convertido en un experto nahuatlato. Sin embargo, el Vocabulario de 1571, que propiamente es un vocabulario bidireccional, se diferencia con creces del primero en numerosos aspectos. Ante todo, estamos ante un diccionario más extenso, según confiesa el propio Molina, más elaborado y rico en entradas, confeccionado cuando el autor conoce mucho mejor el náhuatl y sus variedades dialectales; pero sobre todo, cuando maneja con mayor habilidad y soltura la técnica lexicográfica.

    Sin embargo, esto no es óbice para que los filólogos acudamos a la edición primera, a la edición prístina, a la fuente, según hemos aprendido en la tradición de nuestra historia lingüística y gramatical. Por tanto, la labor de Galeote es doblemente valiosa: a) nos ofrece en facsímil, tal como salió de las prensas mexicanas, el primer diccionario español y americano, hecho en América e impreso allí; b) su estudio preliminar, enjundioso y extenso (66 págs.) se convierte por méritos propios en el primer estudio monográfico —introductorio, es cierto, pero en el primero— que se publica sobre el Vocabulario de 1555.

    En este mismo año acaba de editarse el facsímil de los dos Vocabularios de 1571 o, si se prefiere, del Vocabulario bidireccional español-mexicano y mexicano-español de 1571 [2]. En las palabras introductorias, E. Hernández ignora la edición primera, la califica de muy rara, sólo sabe de la existencia de los ejemplares de Madrid y Zaragoza, según había indicado Galeote ya en 1993, pero reconoce que el diccionario de 1555 es el punto de partida de la lexicografía bilingüe hispanoamericana. En efecto, nos hallamos ante una verdadera joya, en todos los sentidos (bibliográfico, lexicográfico, histórico, etc.) por su precocidad, por su maestría y por las propias circunstancias que rodean a la edición de Juan Pablos. Este tipógrafo y editor sevillano, acusado de chapucero por Antonio de Espinosa, su sucesor, se convirtió en el impresor de un raro incunable, obra del primer Nebrija indiano, el franciscano A. de Molina, discípulo confeso del otro sevillano, Elio Antonio de Nebrija.

    Con los moldes lexicográficos del Vocabulario de romance en latín de Nebrija, Molina da cuerpo, con una aparentemente simple sustitución de las equivalencias latinas por las equivalencias léxicas mexicanas, al más importante diccionario de los orígenes de la lexicografía hispanoamericana. Molina debió acomodar la lengua a los nuevos odres, a la nueva realidad socioeconómica, histórica y cultural de las Indias, del Virreinato de la Nueva España; debió seleccionar y escoger los vocablos nahuas para la sección mexicana; pero, sobre todo, lo que a nosotros más nos interesa, analizó, seleccionó, suprimió, incorporó y revisó todo el caudal léxico que le suministraba Nebrija, junto con todo el vocabulario que pertenecía a su competencia de hablante nativo español.

    Por superficial que sea el examen, como ha apuntado certeramente Galeote en su estudio preliminar, las modificaciones, adiciones y supresiones de Molina corroboran que la obra es fruto de largos años y que indudablemente el autor precisó de colaboradores. Así, se supone que las más valiosas, apuntadas en el colofón, se deben ni más ni menos que al sabio fray Bernardino de Sahagún.

    Galeote ha estudiado la influencia de Nebrija, la originalidad de Molina, dentro de los límites que le permitían los saberes gramaticales de su tiempo, la tradición clásica; ha rastreado la presencia de términos indoamericanos perdidos o escondidos entre los recovecos de las entradas castellanas y ha clasificado los préstamos atendiendo a su filiación indígena; ha atendido a la fecha primera de documentación de estas voces indígenas, ya préstamos, del español de 1555.

    De este modo, sólo las entradas de la sección castellana, según ha mostrado Galeote, se nos muestran preñadas de sugerencias, de datos para la investigación y noticias sobre la compleja situación sociolingüística del español en América durante el primer siglo de vida de la lengua en las Indias. Molina fue fiel espejo de la realidad material y cultural de la Nueva España a finales del siglo XVI. Si profundizamos con nuestro rastreo en la terminología del mundo material, iremos descubriendo la etnografía indígena, la flora, la fauna, los enseres domésticos, el ajuar, los utillajes, etc.

    Las comparaciones con los magnos vocabularios de Nebrija (pilares modélicos para el franciscano), las tablas clasificatorias del vocabulario indígena, los índices léxicos, así como la completa y actualizada bibliografía, vienen a poner de relieve que en la más reciente investigación internacional sobre la lingüística misionera, este volumen (el número xxxvii de los Anejos de Analecta Malacitana), ocupa un puesto señero, ganado a pulso por el moderno editor, en unos tiempos malos para la Filología. Pero Galeote persevera tenazmente en llegar hasta las fuentes primigenias, creciéndose ante las dificultades y los escollos de cualquier clase, para acercarnos al venero de la lexicografía romance y bilingüe hispanoamericana.

 

NOTAS:

[1] Véase, entre otras, sus contribuciones tituladas «El Vocabvlario en lenva castellana y mexicana de Fray Alonso de Molina (1555-1571)», en Antiqva et Nova Romania. Estudios Lingüísticos y Filológicos en honor de José Mondéjar en su sexagesimoquinto aniversario, I, págs. 273-299, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Granada, 1993; «Terminología botánica indígena en el Vocabulario castellano-mexicano (1555) de fray Alonso de Molina», en Actas del V Congreso Internacional sobre El Español de América, Universidad de Burgos (6 al 10 de noviembre de 1995, en prensa); «Presencia de indigenismos en el Vocabulario Mexicano-castellano (1571) de Alonso de Molina», en A. Alonso Gómez y otros (eds.), Actas del III Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, I, AHLE, Madrid, 1996, págs. 667-676; «En los orígenes de la lexicografía bilingüe hispanoamericana: Fray Alonso de Molina», en J. Paniagua y Mª I. Viforcos Marinas (coords.), Fray Bernardino de Sahagún y su tiempo, Universidad de León, 2000, págs. 471-482; «Originalidad y tradición gramatical en las artes de las lenguas indígenas americanas (siglo XVI)», en Actas del V Congreso Internacional de la Asociación de Historia de la Lengua Española, II, Gredos, Madrid, 2002.

[2] Fray Alonso de Molina, Vocabulario en lenguas castellana y mexicana (México, 1571), AECI, Madrid, 2001. Incluye un volumen facsimilar y un opúsculo con el estudio introductorio de Esther Hernández (47 páginas en total). Dicha investigadora del CSIC ya se había ocupado de estos vocabularios en una obra publicada hace unos años, aunque sin referencias al Vocoabulario de 1555 ni a los estudios del Prof. Galeote. Asimismo, en los últimos años han visto la luz monografías, como la de K. Zimmermann (ed.), La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial, Vervuert-Iberoamericana, Frankfurt am Main-Madrid, 1997; y la de O. Zwartjes (ed.), Las gramáticas misioneras de tradición hispánica (siglos XVI y XVII), Rodopi, Amsterdam, 200.

M. Calderón

 

 

Juan A. Villena Ponsoda, La continuidad del cambio lingüístico (Tendencias conservadoras e innovadoras en la fonología del español a la luz de la investigación sociolingüística urbana), Universidad de Granada, 2001, 152 págs.

 

    El autor de Fundamentos del pensamiento social sobre el lenguaje. Constitución y crítica de la sociolingüística (Ágora, Málaga, 1992) y La ciudad lingüística: Fundamentos críticos de la sociolingüística urbana (Universidad de Granada, 1994), nos ofrece en esta erudita y lúcida monografía un acercamiento al cambio lingüístico, con metodología innovadora, a partir de la fonología del español. El libro surge de los «resultados de la investigación comunitaria de la ciudad de Málaga, que se desarrolla desde principios de los años noventa y continúa en la actualidad» (pág. 9 del Prefacio). Villena Ponsoda ha sido el investigador principal del estudio de las variedades vernáculas urbanas de Málaga, con el concurso de diferentes colaboradores, para delimitar la variación sociolingüística urbana, para obtener la imagen de la ciudad lingüística. En la introducción, el inspirador del VUM (Vernáculo urbano malagueño) manifiesta que centrará su estudio en las consonantes obstruyentes del sistema tensivo del español (sobre todo las tensas y las fricativas). Arranca de la metodología variacionista cuantitativa laboviana y se sirve de aportaciones de las actuales corrientes europeas sociodialectales.

    Cuando se investiga una comunidad de habla, tras la divergencia y la convergencia dialectal, se perciben «formas alternantes, que mantienen relaciones estructurales más complejas que la simple referencia a una unidad común subyacente». La variabilidad puede deberse a valores socioculturales comunitarios. Por tanto, en esa alternancia puede hallarse la raíz del problema: la base semántica de la variación lingüística. Es posible que detrás de las variedades relacionadas se encuentren estructuras y unidades subyacentes distintas. Así, pues, entre la competencia sociolingüística del hablante y el modelo de representación que propone el lingüista hay una desigualdad o un desnivel de planos que debe tenerse en consideración.

    Villena propone la hipótesis de «cierta restricción estructural entre los sistemas fonológicos con cuatro fricativas (f, q, s, x) como el español estándar» y la fricatización de ch en algunas áreas del español actual. En los cuatro capítulos de que consta el libro: «Modelos comunitarios de variación fonológica: determinantes internos de la lenición de las consonantes palatales» (págs. 29-56); «Cómo usar el presente para entender el pasado. El origen de la diversidad de sistemas fonológicos» (págs. 57-77); «Fundamentación empírica: determinantes externos de la lenición de las consonantes palatales y dentales» (páginas 79-104) y «Continuidad e innovación en el consonantismo del español» (págs. 105-132), Villena nos sorprende con su erudición, su capacidad para manejar una ingente cantidad de materiales tabulados, su lucidez en los planteamientos de hipótesis y en sus análisis, así como su profunda pasión por la sociolingüística teórica con aplicaciones prácticas al español de Andalucía. Su claridad metodológica, la precisión en las formulaciones teóricas y a la hora de explicitar los argumentos que maneja; su capacidad analítica del sistema fonológico del español meridional; el conocimiento vasto de la variación fonética vernacular andaluza; su pasión por fenómenos como el seseo y ceceo (que recuerdan las directrices magistrales de J. Mondéjar) y el fino análisis de las pautas que rigen los comportamientos individuales de los hablantes o la lucidez al comparar el momento actual con el reajuste fonológico del castellano medieval, tras el aflojamiento o desafricación de las africadas coronales antiguas (se enfrentan las fricativas sibilantes claramente diferenciadas con aquellas otras que tienen a fundirse entre sí), nos muestran a un maestro de la Teoría sociolingüística y de la Sociolingüística hispánica, que lucha por alcanzar una descripción empírica, lo más objetiva posible, de la variación, cuantitativa y cualitativamente hablando.

    Destaca Villena, entre sus aseveraciones que la evolución diacrónica y la variación socio-dialectal «contemporánea del español muestran una clara y continua inestabilidad en relación con la coexistencia de fricativas sibilantes diferenciadas por el orden articulatorio dentro de las consonantes obstruyentes agudas». Por ello se hace necesaria una visión retrospectiva, para entender el pasado sirviéndose del presente. No hay hipótesis o planteamiento teórico que Villena no compruebe empíricamente. Por ejemplo, los determinantes externos de la lenición de las palatales y dentales.

    En el último capítulo, Villena aborda la continuidad e innovación del consonantismo español, a raíz de un presupuesto firme sobre la utilidad «de los datos de la variación contemporánea de las lenguas para alumbrar aspectos de su evolución y formación». Inversamente, también los hechos aparentemente caprichosos de hoy o aleatorios demuestran su orden en la perspectiva de los cambios lingüísticos que llegan a nuestros días.

    Concluye el sociolingüista que la anacronía tiene suficientes ventajas en la investigación con invariantes fonológicas sujetas a variantes sociolingüísticas. Villena se enorgullece de trabajar con datos actuales del uso lingüístico real, de una perspectiva sociolingüística realista que, a nuestro juicio, cada vez se aleja más de postulados labovianos para aspirar a representaciones vivas y dinámicas, cuyas interpretaciones resulten adecuadas. No hay conclusiones especialmente sorprendentes ni novedosas (afirma el investigador), pero se han manejado afirmaciones con fundamentación empírica. Así, las tendencias conservadoras e innovadoras del consonantismo español se reproducen en las variedades andaluzas, con tendencias propulsoras y movimientos en cadena como la posteriorización de la dentointerdental con tendencia a realizarse como [s], en íntima conexión con la elisión de /x/. Tampoco todo es innovación en las hablas andaluzas, pues hay fusiones reversibles e influye el prestigio social en la evolución de los subsistemas.

    En fin, de este pulcro volumen, en el que no hay erratas, la bibliografía es selecta y adecuada, la brevedad no está reñida con la claridad —antes bien la impulsa— y la organización de los contenidos y argumentos parece impecable (aunque a partir de otros datos, de otros materiales, pudieran matizarse algunas de las apreciaciones y resultados), no cabe más que felicitar al discípulo y al maestro porque no abundan en estos tiempos monografías tan modélicas como la que acabamos de reseñar, La ciudad lingüística (1994) o El vocalismo del español andaluz: Forma y sustancia (1987), tres hitos en la investigación de las hablas malagueñas y andaluzas que consagran la madurez de su autor.

M. Galeote

 

Miguel Angel Quesada Pacheco, Nuevo Diccionario de Costarriqueñismos, Editorial Tecnológica, Cartago, 32001, 378 págs.

    Desde que apareció en 1991 este Diccionario del joven y prolífico investigador costarricense Quesada Pacheco, hasta ahora se han sucedido varias reimpresiones y dos ediciones antes de alcanzar esta magna «tercera edición, revisada, ampliada y enriquecida con nuevos términos» que se han ido ofreciendo al autor en su incesante exploración de los aspectos léxicos del español de América y, específicamente, del español de Costa Rica.

    A su manera, como C. Gagini en su momento, el autor es un pionero de la lexicografía nacional tica, confeccionada con criterios modernos, científicos y metalexicográficos. Lejos de pretensiones puristas, prescriptivas o meramente pintorescas, Quesada Pacheco encarrila su repertorio léxico en los cauces de la moderna ciencia lingüística, con aquellos materiales que viene acopiando desde 1985, pues como ya dijo Gagini «las divergencias de nuestro lenguaje con relación a la lengua madre [...] son resultado natural de la evolución fonética y semántica a que están sujetos los idiomas vivos».

    En la Introducción al NDCR Quesada Pacheco explicita su definición de costarriqueñismo como término americano usado en Costa Rica, independiente de su difusión regional americana o panamericana. Se apoya en la autoridad de G. Guitarte para sostener que es posible una dialectología nacional americana, «el conocimiento de la realidad lingüística del español americano» por regiones y países: «¿cómo no va a haber una dialectología parcializada que estudie el modo de hablar propio de cada una de ellas? Sentar que los estudiosos del habla se equivocan al dedicarse a lo nacional y que, en cambio, deberían perseguir por otros países las isoglosas del español de América que se dan en el suyo, sería como decir que está equivocada la gente de la nación al dar sus peculiaridades a la lengua standard y que debería abandonarlas en beneficio de la unidad de toda Hispanoamérica» (apud Introducción, pág. 12).

    Los datos léxicos seleccionados se contrastaron con la base del DEMM (M. Moliner, Diccionario de uso del español, Gredos, Madrid, 1984). De este modo, se incluyen palabras de Costa Rica que han experimentado cambios semánticos por extensión, reducción o traslación de significado; cambios morfológicos; palabras cuya localización geográfica debe corregirse y voces de origen aún indeterminado, de creación regional y préstamos del español costarricense. En la selección de entradas léxicas intervinieron factores geográficos (mediante la aplicación de un centenar de encuestas en todo el territorio tico), factores sociales (grupos de inviduos clasificados por el sexo, la edad, la escolaridad, el oficio o la ocupación) y etnográficos o culturales (fauna, flora, vestimenta, alimentación, cultura material, juegos, enfermedades, religión y creencias, voces humorísticas, etc.).

    No se le escapa al autor que un diccionario como éste no puede ser espejo de la realidad lingüística total, sino un panorama general del vocabulario usado en Costa Rica en los diferentes estratos socioculturales, en la vastedad de su territorio tan diverso, con tanta variedad climática y de cultivos o de oficios, así como en las distintas áreas dialectales que perfilará el futuro ALECORI (Atlas Lingüístico-Etnográfico Pluridimensional de Costa Rica), en vías de publicación.

    En el Prólogo a esta tercera edición el autor se lamenta de la baja autoestima que el hablante hispanoamericano tiene de su propio hablar, achacable en su opinión a la metodología educativa de tiempos pasados, y justifica seguidamente la utilidad de los diccionarios nacionales o regionales como el NDCR. Por último, las indicaciones para el uso del diccionario y las abreviaturas dan entrada al corpus lexicográfico (págs. 31-377).

    Desde el punto de vista de la macroestructura, hemos calculado que la obra consta de 7.000 entradas, aproximadamente, ordenadas con criterio alfabético, entre las que se pueden destacar, por sus características frente al español estándar, las relativas a: 1) Agricultura en general; 1a) Café y su cultivo; 1b) Maíz y su cultivo; 1c) Arroz y su cultivo; 1d) Cultivo del banano y del plátano; 1e) Tabaco; 2) Fauna; 2a) Animales domésticos y ganadería; 3) Flora; 4) Gastronomía; 5) Tecnología y cultura material; así como 6) aquellas voces o términos romances con que se denominaron realidades americanas; y 7) términos diferentes en Costa Rica y en el español peninsular estándar para el mismo referente material, esto es voces sinónimas que tienen una variación geolectal. A continuación se aducen numerosos ejemplos, aunque sin afán de exhaustividad:

    1) Pertenecen al primer grupo ajuate ‘polvo que se forma en la mazorca de maíz, en el arroz, frijoles y en el pasto’; apagón ‘enfermedad del tomate’; aporrea ‘acción y época de aporrear fríjoles’; aporrear ‘golpear las matas secas de frijol para sacar la semilla’; adobe ‘tierra que cubre la raíz de una plántula’; aguaraparse ‘no germinar el grano por exceso de agua’; achinillarse‘quemarse la hoja del arroz o del maíz por cierta enfermedad’; agujear ‘brotar las primeras hojas del maíz o del arroz’; bejucudo ‘variedad de frijol trepador’; capar ‘cortar el tallo de una planta’; chenís ‘frijol de gran tamaño’; chimbolo ‘frijol negro y pequeño’; gobiarse ‘doblarse los árboles como el café o arroz por estar cargados de cosecha’; papa ‘patata’; pataste ‘variedad de cacao silvestre’; pejibaye ‘fruto comestible de cierta palmera’; pito ‘flor de la caña de azúcar’ y vaquita ‘variedad de frijol’.

    1a) Café: abejón ‘estado diminuto de la mata de café, cuando ha germinado el grano y comienzan a salir las hojas; abejuela ‘estado diminuto de la planta de café’; acordonar ‘echar la basura del cafetal al centro de la entrecalle’; amarillón ‘cafeto enfermo’; apague ‘muerte y caída de la flor del cafeto’; arábigo ‘variedad de café de alto crecimiento’; azahar, azajar ‘flor del cafeto’; bandola ‘rama del cafeto con las hojas, flores y fruto’; barrenillo ‘enfermedad del grano del cafeto’; bellota ‘grano de café listo para ser procesado’; beneficiar ‘procesar el café para su exportación’; beneficio ‘instalaciones para el procesamiento del café’; bolo ‘grano gordo de café’; bozorola ‘residuos del café después de colarlo’; broza ‘cáscaras del grano de café’; cachito ‘botón de la flor del cafeto’; café oro ‘grano listo para ser tostado’; callejón ‘espacio libre entre dos secciones del cafetal’; calzoncillo ‘dos granos de café unidos por un extremo’; capar ‘cortar la raíz principal de la mata de café’; cascarilla ‘grano de baja calidad’; caturra ‘variedad de cafeto’; catuai ‘variedad resultado del cruce de caturra y mondonovo’; chumico ‘granos de café unidos’; mondonovo ‘otra variedad’; copita ‘plántula de café con las dos primeras hojas’; copo ‘granos de café que penden de la bandola’; correteo ‘lavado del café en el beneficio’; cortador ‘larva que ataca el cafeto’; descuajar ‘quitar las ramas altas de los árboles para que entre el sol al cafetal’; deslanar ‘eliminar musgo del tronco del cafeto’; enaguas ‘bandolas del cafeto’; estrellilla ‘flor de café que no revienta’; florea ‘época de floración del cafeto’; pata de gallo ‘plantación del cafeto en tresbolillo’; geisha ‘variedad alta y con mucho follaje’; granear ‘recolectar los primeros granos’; granea ‘etapa de granear’; guápil ‘dos granos de café unidos’; merula ‘cierto truco de la recolección’; pito ‘flor del cafeto’; rezago ‘mata de poca calidad’; tercera, tercerilla ‘café de la peor calidad que flota en el lavado’ y varejón ‘mata de café muy alta’.

    1b) Maíz: arreflís ‘mazorca de maíz pequeña y también papa diminuta’; arrollar ‘estar la mata de maíz próxima a espigar’; cabellar ‘echar pelo el maíz’; camagua ‘etapa en la maduración del maíz’; cartuchar ‘comenzar a salir la flor del maíz’; cartucho ‘flor del maíz antes de abrirse’; chilote ‘mazorca de maíz sin desarrollar los granos’; destusar ‘quitar la tusa a la mazorca’; elote ‘mazorca tierna’; guate ‘vellosidad del maíz’; lancear ‘desarrollar la flor el maíz’; mecha ‘flor del maíz’; pito ‘espiga’; rabo de ardilla, rabo de armado ‘cierta variedad de grandes granos y olote delgado’; rocamey ‘variedad de grano pequeño , económico y productivo’ y tapisca ‘recolección del maíz’.

    1c) Arroz: barriguear ‘endurecerse el grano’; doblar ‘inclinarse la espiga del arroz cuando va a cosecharse’; dorar ‘estar el arroz en estado de sazón’; granza ‘cáscara del grano de arroz’; lajilla ‘espiga de arroz que no produjo’; lajudo, -a ‘espiga de arroz sin cargar cosecha’; lancear ‘comenzar a espigar’ y zurronear ‘abultarse la espiga del arroz’.

    1d) Plátano y banano: andarivel ‘cable por el que cuelgan los racimos de bananos para su transporte a la empacadora’; banano ‘fruto similar plátano que se toma sin cocinar’; plátano ‘fruto similar al banano que requiere cocción para consumirlo’; candela ‘hoja nueva de la mata del plátano’; chutil ‘última hoja del plátano todavía arrollada’; cuadrado ‘variedad de plátano’ y zonero ‘trabajador de zonas bananeras’.

    1e) Tabaco: bajera ‘la hoja inferior del tabaco’; bromurar ‘echar bromuro donde se sembrará el tabaco’; cuecha ‘porción de tabaco mascado’; desbajerar ‘podar las ramas bajas’; desempabilar ‘soltar el tabaco de las varillas’; embajerar ‘colgar las hojas del tabaco en palos’; garrapata ‘plántula del tabaco’; gobiarse ‘doblarse la planta por la sobrecarga de cosecha’ y talanguera ‘armazón para colgar las hojas del tabaco a secar’.

    2) Fauna: botijón ‘pájaro ceniciento con pintas blancas’; cachí ‘variedad de tucán’; cacica ‘pájaro cantor’; calientaperro ‘cierta avispa negra’; calnegua ‘variedad de cangrejo’; cambute ‘caracol grande’; camello ‘variedad de marisco con concha dura’; cancán ‘loro grande’; candelilla ‘luciérnaga’; carreteja ‘hormiga roja grande’; católico ‘armadillo’; chachagua ‘hormiga colorada’; chiricano ‘gallinácea sin plumas en el pescuezo’; congo ‘mono aullador’; cusinga ‘variedad de tucán’; froilán, garrobo ‘variedad de iguana de tamaño menor’; güirrizo, -a ‘iguana grande’; mula del diablo, abracapalo ‘Mantis religiosa’; picacaballo ‘variedad de araña’ y quitacalzón ‘avispa negra’..

    2b) Animales domésticos y ganadería: adelantada ‘hembra preñada’; ahorrarse ‘quedarse la hembra sin preñar’; amontañado, -a ‘res cimarrona’; birico ‘caballo autóctono’; birringo ‘caballo’; borrego ‘cerdo sin castrar’; cachorrito ‘cerdito pequeño o de un año de edad’ y chancho ‘cerdo’.

    2c) Serpientes: terciopelo ‘variedad de lugares cálidos y aspecto aterciopelado’; castellana ‘variedad de la llamada terciopelo, de color negro’; coral ‘variedad muy venenosa, con anillos amarillos, negros y rojos’ matabuey ‘otra especie venenosa, cruce de la cascabel y terciopelo’; bejuquilla ‘culebra venenosa verde’; bocaracá ‘otra variedad venenosa’; la sin cejas ‘serpiente, eufemismo’; currisa ‘culebra marrón no venenosa’; mica ‘otra culebra venenosa’ y tamagá (-ás) ‘nombre de víbora’.

    3) Flora: aromo ‘arbusto de flores amarillas olorosas’; canario ‘planta amarilla de lugares pantanosos’; golondrina ‘hierba rastrera de la costa pacífica’ y guaria ‘orquídea, flor nacional’.

    4) Gastronomía: alfajor ‘comida con pinol y miel’; apretado ‘helado’; arreglado ‘pastel salado de harina’; arrollado ‘pastel dulce de harina con miel’; bizcocho ‘rosquilla de maíz tostada y pequeña’; borracho ‘cierto pastelillo’; cajeta ‘variedad de turrón’; casado ‘plato variado y único, en los restaurantes’; chancleta ‘cierta comida con maíz’; empanizar ‘rebozar’; enchilada ‘pastel de harina relleno de carne o papas con chile’; fresco ‘refresco de frutas variadas’; guaro ‘aguardiente de caña’; guaro contrabando ‘aguardiente casero e ilegal’; gallo ‘bocadillo’; gallo pinto ‘desayuno de frijoles y arroz’ y patacón ‘tortilla de plátano verde frito’.

    5) Cultura material y tecnología: bagacero ‘transportador del reducto de la caña de azúcar sin jugo en los ingenios’; buseta ‘transporte colectivo más rápido que el autobús’; calzoneta ‘pantalón corto’; cazadora ‘autobús’; fisga ‘machete desgastado’; flecha ‘tirachinas; galera ‘cobertizo’; gata ‘gato del automóvil’; jaba ‘jaula para gallináceas’; lapicero ‘bolígrafo’; mariposa ‘arandela’, ‘boca para el riego por aspersión’; pantaloneta ‘bañador’; papalote ‘cometa infantil’; pulpería ‘tienda de comestibles y artículos de primera necesidad’; rueda (de) chicago ‘noria, atracción ferial’; saca ‘fábrica de guaro contrabando’ y veladora ‘mesita de noche’.

    6) Nombres romances para realidad indoamericana: almendro ‘mangle’, etc.

    7) Alternancia de sinónimos con diferenciación geolectal: abanico ‘ventilador’; abrigo ‘suéter’; paño ‘toalla’; alfombra ‘moqueta’; almacén ‘comercio’; altoparlante ‘altavoz’; mataburros ‘parachoques del auto’; basquetbol ‘baloncesto’; bellota ‘grano de café’; bienmesabe ‘tamal asado con leche’; boca ‘tapa’; bolsa ‘bolsillo de la ropa’; bomba ‘gasolinera’; bombillo ‘bombilla eléctrica’; concreto ‘hormigón’; copa ‘tapacubos del automóvil’; manejar ‘conducir’; mesero ‘camarero’; parque ‘plaza del pueblo’ y plaza ‘campo de fútbol’.

    No podemos olvidarnos en esta reseña de los varios sufijos que caracterizan al habla costarricense, como los que siguen: -ero, -era: bejuquero, -a ‘conjunto de bejucos’; busero, -a ‘dueño del autobús’; -eria: dentistería ‘clínica dental’; -illo: chamaquillo ‘niño’; -ito: besito ‘variedad de galleta con azúcar coloreado’; -udo: astudo ‘de altas astas o cuernos’, bejucudo ‘con muchos bejucos’; boludo ‘tonto’; -ista: basquetbolista ‘jugador de baloncesto’; -ón: abejón; etc.

    De acuerdo con este diccionario las nuevas creaciones: metafóricas (ayote ‘trasero’) están demostrando la vitalidad de la lengua, que no se resiste ante los préstamos, por ejemplo los anglicismos blúmer ‘prenda interior femenina’, blúyin ‘blue jeans’ o zíper ‘cremallera’, diferentes de los documentados en el español de la Península Ibérica. Asimismo, hay formas léxicas que consideramos propias de Costa Rica: chaperón ‘carabina’; bolincha ‘canica’ o chapulín ‘delincuente’; al lado de voces costarricenses por la pronunciación: zajino ‘zahíno’, azajar ‘azahar’, ajecho ‘ahecho’, ajilarse ‘ahilarse’, etc., que muestran la conservación de la arcaica aspirada castellana de origen medieval .

    Tampoco podían faltar, indudablemente, arcaísmos como los que se conservan en Andalucía, si bien pueden haber modificado su campo nocional o significado denotativo: alcancía ‘hucha de la Iglesia’. Por último, el autor no se ha recatado en el uso de costarriqueñismos en la designación de los significados de numerosas entradas. Hay casos curiosos como el de bola ‘balón reglamentario del fútbol’, que carece de entrada propia y hay que rastrearlo, por ejemplo, en la entrada abanderar ‘señalar con una bandera el sitio por donde sale la bola en el fútbol’.

    Para concluir con el análisis minucioso y global de este diccionario, que está repleto de noticias de todo tipo, que aspira a suministrar una imagen nítida y centrada del léxico español costarricense actual, no puede olvidarse que, aunque en el título (NDCR) no se explicite, nos hallamos ante un diccionario ilustrado, esto es, que contiene abundantes y útiles fotografías o dibujos de la cultura material, flora, fauna, gastronomía, vestuario, etc., que ayudan a esclarecer y retener el valor conceptual de los términos.

    No nos queda más que felicitar al autor y elogiar su compilación lexicográfica, al tiempo que manifestamos nuestro deseo de que vea pronto la luz el ALECORI para completar el panorama de las hablas actuales de Costa Rica, que tienen en Quesada Pacheco a su más ilustre, infatigable y conspicuo investigador.

M. Galeote

 

Alan Floyd, La prensa británica y la guerra del golfo pérsico: un análisis lingüístico, Servicio de Publicaciones de la Universidade da Coruña, 2000, 275 págs.

    «La prensa no transmite información objetiva, no representa la realidad de los acontecimientos sino que la construye», este argumento es el que Alan Floyd trata de demostrar a lo largo de su estudio sobre las noticias de la guerra del Golfo Pérsico aparecidas en la prensa británica. Este trabajo plasma cómo los medios de comunicación condicionan y dirigen el contenido informativo de los hechos que ocurren en el mundo. Para ello, el autor se centra en el análisis de las noticias relacionadas con este conflicto bélico entre el 1 de agosto de 1990 y el 15 de marzo de 1991. La investigación está basada en un corpus lingüístico extraído del diario británico The Times y del semanario The Sunday Times.

    Como el propio investigador señala en la introducción, la hipótesis de partida fue la creencia de que los medios de comunicación «usaban un doble rasero cuando trataban los dos lados en el conflicto, es decir, Gran Bretaña y los Estados Unidos, y a veces Occidente, por una parte, e Irak, y a veces el mundo árabe, por otra» (pág. 23). Esas tendencias desiguales en el tratamiento informativo que provocan la división del mundo en dos facciones a los ojos del lector se manifiestan en el lenguaje que emplea el periodista y, en concreto, en el uso de determinados y diferentes elementos léxicos y estructuras sintácticas.

    Estructurado en ocho capítulos, el libro parte de una suposición que se va haciendo realidad empírica a medida que se va concretando y especificando por medio de datos objetivos obtenidos del corpus de la investigación. En los primeros capítulos, de carácter introductorio, Floyd presenta el marco teórico que le servirá de base para el estudio y que está centrado en el análisis del discurso —de manera extensiva, para los aspectos del análisis del discurso en el nivel sintáctico—, y en la gramática tradicional —de modo intensivo, para las cuestiones referentes al léxico. Pero, además de dichos aspectos de naturaleza puramente lingüística, el autor introduce una serie de reflexiones sobre el contexto comunicativo de estos actos de habla, como son el papel del periodista, la función del lector en el proceso decodificador del discurso periodístico y el propio proceso de producción de las noticias, entre otras.

    A partir del capítulo tercero comienza propiamente el análisis del discurso de las noticias sobre la guerra del Golfo Pérsico. En primera instancia, A. Floyd investiga cuestiones léxicas y, en concreto, dos facetas de las partículas léxicas, la de identificar y la de describir nosotros y ellos respectivamente. «En primer lugar, se analizará el lugar que ocupa el lenguaje en relación con la identidad y la cultura, y la forma en la que interactúan. A continuación se mostrará cómo el uso del pronombre en los textos ayuda a dividir la humanidad en nosotros y ellos, y posteriormente se analizará la aparición de algunas palabras y grupos de palabras claves tal y como aparecen en los textos. Se estudia su contribución a la división de la humanidad en dos mundos, primero identificando y luego clasificando a los dos bandos de acuerdo con la racionalidad e irracionalidad, sensibilidad e insensibilidad y agresión y defensa contra agresión» (páginas 61-62). El autor concluye que existe una coherencia plena en todos los textos en cuanto a cuestiones de referencia, mecanismos de clasificación y de caracterización. También se muestra una identidad bastante general en cuanto a las elecciones léxicas por parte de diferentes periodistas, basada fundamentalmente en el empleo de términos positivos aplicados a «nuestro» bando, mientras que «ellos» reciben unánimemente etiquetas negativas. Otro dato curioso que se desprende del análisis es el hecho de que los términos empleados por la prensa británica han sido importados con todas sus connotaciones a otras lenguas a través de los medios de comunicación de otros países.

    Los capítulos quinto, sexto y séptimo tratan de cuestiones sintácticas. A pesar de que, como el autor señala, «la organización sintáctica es ideológicamente menos obvia que la elección léxica, [...] no por ello es menos importante. Codifica y organiza los conocimientos, trabajando a un nivel más abstracto y subconsciente, siendo a veces casi subliminal, y por ello, escapa más fácilmente a nuestras facultades críticas» (pág. 141). Estas secciones del libro presentan un recorrido meticuloso por diversos aspectos sintácticos que resultan de gran interés en la percepción de determinados contenidos semántico-pragmáticos del discurso de la prensa, como son la transitividad, el empleo de la voz activa o de la pasiva, el uso de verbos ergativos e intransitivos, las construcciones en relieve, la modalidad y el uso del estilo directo o del indirecto. Tras el análisis, se llega a las siguientes conclusiones: a) se emplea la voz pasiva sin agente cuando los aliados son los agentes de la acción, y la activa y la pasiva con agente para enfatizar la culpa de los iraquíes; b) los verbos ergativos eximen de culpa a los aliados; c) las acciones de los ejércitos aliados se describen mediante sustantivos, mientras que las de los opositores se hacen mediante el empleo de formas verbales; d) los aliados resultan favorecidos en frases en las que la acción es positiva y, en cambio, si la intervención es negativa, los aliados se mantienen en un segundo plano; e) las expresiones modales reflejan la sospecha arraigada hacia los otros y sirven para ocultar actitudes que ven sólo una verdad como posible; finalmente, f) la elección del estilo directo o indirecto no demuestra un trato de favor hacia el hablante, si bien algunos estudiosos afirman que el estilo directo es más favorable para el emisor, por ser más inmediato y por reflejar con fidelidad el acto original.

    Además, este estudio se adentra también en el análisis de ciertos elementos originales, como son el uso de la forma –ing como semi-imperativo en los titulares, el empleo de los diminutivos para referirse a los personajes de las élites político-militares occidentales, el uso de etiquetas para referirse a los líderes de cada bando del conflicto, etc. El libro se cierra con unas conclusiones generales y algunas propuestas para investigaciones futuras.

    No hay duda de que el trabajo realizado por A. Floyd cumple con el objetivo inicial de demostrar cómo las estructuras léxico-sintácticas de las noticias de The Times y The Sunday Times sobre la guerra del Golfo Pérsico crean un mundo dividido en lo ideológico y en lo cultural.

S. Robles Ávila

 

Daniel Jorques Jiménez, Discurso e información. Estructura de la prensa escrita, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2000, 180 págs.

    El estudio de Jorques Jiménez está centrado en el análisis del discurso informativo de la prensa escrita y presenta un interesante recorrido por las tendencias bibliográficas más relevantes sobre la teoría textual del discurso informativo. Precisamente el libro se inaugura con un capítulo donde el autor comenta las aportaciones bibliográficas que se han desarrollado en el ámbito del análisis del discurso y que se concretan en dos grandes líneas de investigación: la gramática textual y el análisis interaccional.

    La investigación se estructura en diez capítulos. En los tres primeros presenta la base teórica en la que va a fundar su trabajo, mientras que en los restantes propone la clasificación de los discursos de la prensa escrita según esa base teórico-metodológica que adopta. Finalmente, las referencias bibliográficas cierran el libro.

    El capítulo primero está dedicado a la unidad del texto y en él se muestra la polémica entre texto oral y texto escrito y, por ende, entre considerar texto y discurso como sinónimos o con significados distintos. Por otro lado, tampoco hay unanimidad en lo que respecta al término análisis del discurso, que suele referirse al estudio de la lengua escrita, y lingüística textual, referido al estudio de la lengua oral. De cualquier modo, Jorques Jiménez emplea el sintagma gramática textual para referirse al estudio de los diferentes productos de la actividad comunicativa que no son necesariamente escritos. La gramática textual posee unas propiedades definitorias inherentes que son la adecuación, la coherencia y la cohesión. La primera propiedad implica la adaptación del texto a la situación comunicativa y social en que se produce; la coherencia es la propiedad textual que supone una unidad de información, y la cohesión es el mecanismo por el que se establecen relaciones entre los elementos que componen el texto.

    El capítulo segundo avanza en estos aspectos del análisis del discurso y «aborda el texto periodístico desde un concepto del esquema como herramienta conceptual de alto poder explicativo que dé cuenta de él a un nivel cognitivamente superior» (pág. 24). El texto periodístico informativo es una unidad individual de raíz psíquica constituido a modo de red de restricciones. De tal modo que las hipótesis que permiten agruparlas serían: a) el texto informativo es un esquema visual interpretativo que provoca expectativas en el receptor, b) es un esquema situacional que se centra en un ámbito concreto, c) es un esquema dominante, ya que dirige la producción y comprensión del discurso informativo, y, finalmente, d) es un esquema autoconceptual, «periodista-redactor y lector disponen de esquemas relativos no sólo a sí mismos, sino también dirigidos el uno hacia el otro. Así es como surgen los temas de la fantasía y la creatividad: la primera como proyección del profesional de la información sobre sus lectores ideales, y la segunda como resultado de la interacción diádica del lector con su informador desde el contexto cognitivo y el baremo de veracidad de este último» (pág. 28).

    Así pues, el texto informativo se integra, según el autor, en lo que él llama la Teoría de Esquemas, concebidos estos como entidades implícitas en el conocimiento del hablante y del destinatario, creadas por el propio entorno que tratan de interpretar y a medida que lo interpretan. La Teoría de Esquemas ha delimitado una serie de propiedades estructurales que caracterizan a estas unidades informativas como son la variabilidad («técnica de adaptación visomotriz»), la incrustación («técnica de repetición encadenada» o «autorreferencialidad»), la representatividad («técnica de retroalimentación»), la actuación («técnica de disponibilidad») y el reconocimiento («técnica de comprensión»).

    En el capítulo tercero se analizan los mecanismos lingüísticos del discurso informativo de la prensa escrita. Esta modalidad de discurso lingüístico «funciona como una red que, por un lado, toma entradas de información del exterior y produce acciones, y, por otro, toma las acciones y predice cómo cambiaría la entrada de información en respuesta a dichas acciones» (pág. 55). Esta segunda parte alude a los esquemas cognitivos que corresponden al modelo mental del mundo. Así pues, por la activación de todos estos mecanismos, el lenguaje periodístico se convierte en un sistema completo y autónomo de signos que se adecuan a la función informativa y que resultan teleológicamente interpretables desde los presupuestos de una pragmalingüística de la comunicación textual.

    Una vez establecida la base teórica y metodológica que subyace en la investigación del discurso informativo de la prensa escrita, Jorques Jiménez dedica los capítulos siguientes del libro al análisis de los distintos esquemas de esta variedad discursiva. El capítulo cuarto está basado en el estudio del esquema-dominio del discurso informativo: la argumentación, y en él aborda la paradoja de Gregg y la teoría del equilibrio informativo. El capítulo quinto se centra en el esquema-marco del discurso informativo: la sección diaria. Los capítulos siguientes se dedican a los esquemas-situación del discurso informativo; en concreto en el sexto se aborda el titular de prensa; el séptimo trata de la glosa periodística, y el octavo, del lead. Muy interesante, sin duda, resulta el capítulo noveno en el que el autor propone una tipología lingüístico-perceptiva del texto informativo después de presentar una retrospectiva del asunto. Se distingue entre textos de relieve, textos de detalle y textos de acumulación. Los primeros son aquellos textos que «centran su objetivo en la explicitación prioritaria del acontecimiento como tal» (pág. 148) y que admiten la subclasificación de acuerdo a las posibilidades del debilitamiento perceptivo de las coordenadas originalmente dominantes (receptor y mensaje). Los textos de relieve son, por un lado, la noticia y, por otro, la entrevista y la noticia-comentario. La noticia es un texto de relieve que surge por debilitamiento del receptor y del mensaje en contraste con la función emisora. La entrevista y la noticia-comentario son textos mixtos de relieve. En concreto, la noticia-comentario es un texto atento a los parámetros ideologizantes del mensaje, mientras que la entrevista es una manifestación textual en la que adquiere mayor valor el entramado de vinculaciones que el periodista como sujeto mantiene respecto de su lector.

    Por otra parte, los textos de detalle están centrados en la explicitación del dato; estos pueden ser reportajes o críticas y crónicas. Los primeros son prototípicos de detalle en los que se prima al receptor por sí mismo y en sí mismo. La crítica y la crónica son textos mixtos de detalle; en la crítica se atiende preeminentemente a los factores semánticos del discurso informativo, mientras que en la crónica los factores relacionados directamente con el punto de vista del informador adquieren un valor inusitado.

    Finalmente, los textos de acumulación están basados en «la primacía del propio mensaje informativo sobre las instancias codificadora e interpretante del mismo» (pág. 156). Estos textos de acumulación están representados por las columnas de opinión (o textos de acumulación producto del debilitamiento natural de las funciones de emisión y recepción) y por el editorial y la columna de análisis (textos híbridos del periodismo de acumulación que resultan del acto de debilitar artificialmente el mensaje).

    El último capítulo se dedica al esquema-social del discurso informativo: la relevancia, y en él se insiste en la consideración del texto informativo como un esquema social, de modo que «la comprensión y la conducta social derivada de la elección de los textos informativos está mediatizada por las ideologías y por el sistema de creencias, muchas veces implícito, de emisores y receptores, de medios y consumidores» (pág. 165).

    En conclusión, podemos decir que el trabajo llevado a cabo por Jorques Jiménez es un importante documento de investigación lingüística centrado en la aplicación de la Teoría de Esquemas al discurso informativo. El meticuloso y exhaustivo recorrido bibliográfico que presenta a lo largo del estudio evidencia su saber investigador en la búsqueda de modelos para la aplicación en el análisis. Sin duda, se trata de un acercamiento al discurso periodístico válido tanto en su perspectiva metodológica como en su adecuación práctica.

S. Robles Ávila

 

Susana Guerrero Salazar, Voces comentadas del español actual, Sarriá, Málaga, 2001, 319 págs.

    En la actualidad no se puede negar la enorme influencia que ejercen los medios de comunicación en el estado de la lengua. El uso lingüístico de periodistas y publicistas cala de manera consciente o inconsciente en un amplio sector del público. Por ello, no es extraño que en las últimas décadas hayan proliferado los estudios e investigaciones sobre las características y nuevas tendencias de la lengua de los medios, no ya para frenar ese influjo tan desbordante de incorrecciones y creaciones nuevas, sino para determinar, analizar y sistematizar los fundamentos y las características que sustentan este peculiar idiolecto. En este sentido, el estudio de Guerrero Salazar se suma a los esfuerzos por analizar la lengua de los medios de comunicación.

    Estamos, sin duda, ante un trabajo serio y riguroso centrado fundamentalmente en el análisis del nivel léxico por ser éste, como señala la propia autora, «más propenso que los demás a sufrir variaciones. El nivel léxico manifiesta, de modo más inmediato, las realidades extralingüísticas, esto es, los cambios que acontecen en nuestra sociedad» (pág. 11). Desde esta consideración, los medios de comunicación se convierten en difusores y propagadores de «modas» lingüísticas, especialmente en el terreno del léxico.

    En este estudio Guerrero Salazar acota el ámbito de análisis del nivel léxico dedicándose a tres aspectos concretos: en primer lugar, a la creación neológica y la incorporación de extranjerismos; en segundo lugar, al asentamiento de impropiedades léxicas y, por último, a la fijación de la redundancia. Guiada por un evidente afán didáctico, la autora estructura el libro de una manera muy clara: dividido en cuatro capítulos, el primero de ellos, a modo de introducción, está dedicado a la definición, clasificación y análisis de las causas que originan la proliferación de neologismos, impropiedades y casos de redundancia. Una vez establecidas las cuestiones teóricas vinculadas a tales aspectos léxicos, los capítulos restantes del libro corresponden a la presentación del corpus recogido, clasificado según los distintos epígrafes temáticos: neologismos (capítulo II), impropiedades léxicas (capítulo III) y redundancia (capítulo IV).

    La introducción (capítulo I) se estructura en tres partes fundamentales, cada una de ellas dedicada a los diferentes aspectos del léxico que integran la investigación. El primer apartado está centrado en la creación neológica y en la incorporación de extranjerismos, y parte de una definición de neologismo que establece la propia investigadora: «Para nuestro estudio, y a efectos prácticos, vamos a considerar neologismo a toda palabra o acepción que no esté incluida en la última edición del diccionario académico (DRAE01), con independencia de que haya sido registrada en otros diccionarios» (pág. 13). A continuación, la investigación avanza hacia la clasificación de estas nuevas palabras en tres grupos: neologismos de forma, neologismos de sentido y neologismos procedentes de extranjerismos. Los neologismos de forma —o neologismos cuyo significante no ha sido registrado aún en la lengua— están formados por derivación (ya sea prefijación o sufijación), composición o parasíntesis. A este respecto se analizan con minuciosidad los prefijos y sufijos que producen neologismos por derivación. Posteriormente, se estudian los procedimientos de composición y los neologismos por parasíntesis. Por otro lado, los neologismos de sentido son aquellos nuevos significados que aún no aparecen registrados en el diccionario académico, pero que se incorporan a significantes ya existentes. Se trata de palabras que extienden sus significados debido fundamentalmente a tres procedimientos: la metáfora, el deslizamiento y el calco semántico. Finalmente, este primer apartado dedicado a la creación neológica se cierra con el análisis de los neologismos procedentes de extranjerismos. La autora se centra en analizar la clasificación que de estos hace Casado Velarde y las causas que motivan la adopción de los mismos propuesta por Rodríguez Segura.

    En el segundo apartado de la introducción se abordan las impropiedades léxicas, errores provocados por el empleo indebido de palabras o frases con sentidos que no les corresponden. En opinión de la autora, estas impropiedades se originan por diversas razones, unas veces por la confusión entre parónimos, otras por estar relacionadas con usos metafóricos, etc. Debido a la existencia de numerosas causas que pueden estar en el origen de la aparición de impropiedades, se reconoce que «es difícil discernir si la impropiedad léxica es fruto del desconocimiento y, por tanto, nos encontramos ante un error flagrante, o estamos asistiendo al nacimiento de una nueva acepción y, por tanto, nos encontramos ante un neologismo de sentido» (pág. 30).

    La última parte de este capítulo introductorio está dedicada a la redundancia. A pesar de que habitualmente redundancia y pleonasmo se consideran sinónimos, Guerrero Salazar determina emplear el término redundancia exclusivamente para referirse al pleonasmo vicioso que se ha de evitar y censurar.

    A partir del segundo capítulo, y como dijimos, se presentan por orden alfabético los neologismos (capítulo II), las impropiedades léxicas (capítulo III) y la redundancia (capítulo IV) más usuales del discurso de los medios en la actualidad. La definición de cada término va acompañada de un texto que ejemplifica el uso incorrecto de dichos elementos léxicos en los medios.

    Sin duda, estamos ante una investigación profunda sobre el estado actual de nuestro léxico. La rápida expansión del idioma español se debe en gran parte a los medios de comunicación, por ello es necesario reflexionar sobre esta variedad de habla, estudiarla y analizarla con objeto de paliar vicios y deficiencias que de un mal uso lingüístico se deriven. La investigación llevada a cabo por Guerrero Salazar encaja plenamente en esta línea y proporciona un canal de información fidedigna y muy interesante para los que nos preocupamos por el español actual.

S. Robles Ávila

Anónimo, Viaje de Turquía. Diálogo entre Pedro de Hurdimalas y Juan de Voto a Dios y Mátalas Callando que trata de las miserias de los cautivos de Turcos y de las costumbres y secta de los mismos haciendo la descripción de Turquía (ed. de M. Ortola), Castalia (Col. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica), Madrid, 2000, 970 págs.

    La primera vez que vio la luz el anónimo diálogo del siglo XVI Viaje de Turquía fue en 1905 gracias a M. Serrano y Sanz, que lo exhumó para el tomo II de la NBAE equiparándolo a algunas Autobiografías y memorias que daban título al volumen; superado el error de considerar el relato de Pedro de Urdemalas un trasunto autobiográfico, A. G. Solalinde lo editó deficientemente para Espasa-Calpe y F. García Salinero, con más esfuerzo pero sin excesiva fortuna, preparó el texto para Cátedra en 1980, reeditándose, tras recibir su labor severas críticas [1], cuatro años después.

    Lo que se echa de menos fundamentalmente en esas ediciones es el rigor filológico a la hora de fijar el texto y ponerlo al alcance del lector moderno con las mayores garantías posibles, de modo que, para augurar nuevas investigaciones sobre los múltiples aspectos que permanecen oscuros en la interpretación del Viaje de Turquía, era preciso contar con una edición que, en primera instancia, evitara al menos la frivolidad de establecer capítulos en un texto que sólo se divide originalmente en jornadas y de dejar en el olvido buena parte del mismo por no gozar del beneplácito de su editor.

    Salvadas esas tentaciones, lícitas en el proceso previo de un borrador, pero inadmisibles para una publicación, la profesora Marie-Sol Ortola, que ya nos brindara en 1983 uno de los mejores trabajos sobre la obra [2], ofrece el Viaje de Turquía íntegro (restablece la Turcarum Origo y la tabla de materias) y con sus variantes minuciosamente consignadas. En detrimento de la fluidez lectora, pero favoreciéndose el ejercicio de exégesis que un texto más fiel al original permite, esta edición de gran formato —de otro modo no habría sido posible ceñir a la página la copiosa información que encierra— respeta en buena medida, a juzgar por los criterios seguidos, la ortografía del manuscrito elegido, corrigiéndose únicamente en el caso de que sea incomprensible el sentido. La modernización afecta sólo a puntuación (sobre la que en ocasiones se puede disentir), tildes y mayúsculas, para las que se adoptan valores modernos en busca de facilitar la lectura. Las notas al texto se jerarquizan con asterisco para indicar las glosas marginales que remiten a la tabla, con letra minúscula para las variantes y con números para los comentarios de la editora, que a veces reproduce pasajes de obras afines con intención comparativa, como ya hizo García Salinero.

    De este último aspecto llama la atención que una edición cuidada en grado sumo y que parece ir dirigida, a tenor de sus características y de la colección en que aparece, especialmente a filólogos, tropieza con el peligroso escollo de la heterogeneidad de criterios de anotación, de manera que podemos hallar en algunas páginas, junto al deslumbrante ejercicio de crítica textual que cristaliza en las variantes, comentarios que van destinados a un lector no familiarizado con textos del siglo XVI.

    En cuanto a la introducción, que ocupa 131 páginas, ya se advierte en los preliminares que «esta edición no pretende resolver todos los problemas que plantea el Viaje de Turquía ni mucho menos. Hemos querido, ante todo, establecer el texto teniendo en cuenta los cinco manuscritos conocidos y aprovechándonos constantemente de la información que proporcionan. No nos hemos ocupado aquí del análisis literario del diálogo, sino sólo de lo que atañe a la crítica textual» (pág. 9). Si en 1984 nos brindó un trabajo de interpretación literaria, ahora se trata de un ejercicio de fijación textual, a lo que se ciñe la introducción: reseña en primer lugar, bajo el epígrafe «Estado de la cuestión», las principales tesis sobre la obra; se detiene en la «Descripción de los manuscritos», en especial el que seguirá para la edición; coteja las adiciones y variantes que le llevan a establecer el stemma; analiza en colaboración con M. Varol el vocabulario turco empleado en la obra, concluyendo que el copista o el autor no conocían el turco directamente y no siempre se basaban en fuentes escritas; finalmente, señala los criterios de edición por los que ha optado, completándose la introducción con una copiosa bibliografía. Tras el texto aparece un índice onomástico, que remite no sólo a la obra, sino también a la introducción y al aparato crítico.

    Hasta aquí la parte menos grata de una reseña que trata de dar cuenta de los dos aspectos de una edición: la ya mencionada labor del editor moderno y el propio texto que se prepara.

    Sobre el Viaje de Turquía va acumulándose una extensa bibliografía que recopiló D. Mañero en 1997 [3] y que se ha acrecentado desde entonces, ya sea en torno a problemas textuales —sobre los que Ortola ha arrojado bastante luz con esta edición—, ideológicos o estructurales, descuidándose, en cambio, el estudio de la obra como diálogo, y es justamente este aspecto, del que se ocupan la autora en su monografía de 1983 y E. Sánchez García en un artículo más reciente [4], el que me interesa destacar brevemente por representar la dimensión más crucial de lo que podría definirse como una aventura no sólo vital, sino sobre todo narrativa. Ante el problema básico de cómo relatar una historia, el anónimo autor opta por una forma dialogada que determina la selección informativa ofrecida por el protagonista de las peripecias por tierras turcas, además de que asistimos a las dudas, réplicas, burlas y comentarios que suscita su relato en sus interlocutores, una de las grandes posibilidades del género y que en el Viaje de Turquía alcanza cotas de perfección por el trazado de los personajes dialogantes, que lejos de sustituir con sus intervenciones, sin más, los fríos epígrafes de lo que podría haber sido un tratado, se presentan al lector individualizados y haciéndose paulatinamente, de modo paralelo al discurrir conversacional.

    Mata y Juan, dos auténticos «vampiros» del siglo XVI (de las noticias que trae su antiguo amigo y no tanto de su sangre), pronto van a comprender la utilidad que el relato de Pedro desprende (con una vertiente poco edificante, ya que dirá Juan al final de la primera jornada: «Agora me paresçe que le haría en creer, si quisiese, que he andado todo lo que él, quanto más a otro», pág. 619), de modo que la conversación se torna casi un combate dialéctico: en primera instancia, en torno a la veracidad de lo referido por el protagonista; finalmente, sobre la capacidad de indagación de los domandatori, que son vencidos al agotarse sus preguntas, con lo que concluye el diálogo de la segunda jornada. Es la curiosidad, sobre la que se insiste en la dedicatoria («Aquel insaçiable y desenfrenado deseo de saber y conoscer que natura puso en todos los hombres», pág. 158), la que incentiva el diálogo; una vez saciada, este se extingue. En el camino, queda el retrato de una metamorfosis propiciada por el contacto con otras formas de vida. La astucia, pero sobre todo la cultura, permiten a Pedro completar un periplo cuyas consecuencias no permanecen en el olvido merced a la transmisión por medio de la palabra: ahí están Mata y Juan para recoger sus salubres experiencias.

    Si el lector del XVI no les pudo secundar, pues el Viaje de Turquía se sumió en las tinieblas al no pasar por la imprenta, tal vez el del XXI, gracias al esfuerzo de Ortola, que ha preparado una edición a la altura de lo que merece la obra, pueda tener en cuenta que hay costumbres y tradiciones no por recónditas menos ejemplares, al menos en una lectura de la obra que deseche el aparente maniqueísmo que se desprende de la dedicatoria. Si el relato de Pedro puede leerse como una lección del espacio (lo diverso geográficamente puede ser un modelo utópico pero realizable), ahora podría sumarse la lección del tiempo (siglos atrás se practica la autocrítica, sano ejercicio que se sigue soslayando en el nuevo milenio).

    Sea como fuere, el Viaje de Turquía es un libro espléndido que satisface tanto a los amantes de la literatura de aventuras (se ha destacado a menudo la tensión, el suspense desbordante de algunas situaciones) como a los que buscan información etnológica o atisbos erasmistas, pero que ante todo derrocha humor y desenfado, propiciados por la palabra viva que agita las ideas en el curso del diálogo: es emocionante, a hurtadillas, asistir a su gestación, privilegiado lector.

 

NOTAS:

[1] Cf. en especial la ota bibliográfica de A. Carreira en RFE, LXIII, 1983, págs. 154-162. J. Gómez-Montero sugiere tratar con benevolencia el trabajo de García Salinero, que al fin y al cabo es el que ha servido durante años para leer y estudiar la obra («Diálogo, autobiografía y paremia en la técnica narrativa del Viaje de Turquía», Romanistisches Jahrbuch, 36, 1985, págs. 324-347).

[2] M. Ortola, Un estudio del Viaje de Turquía. Autobiografía o ficción, Tamesis Books, Londres, 1983. Algunos giros idiomáticos erróneos que se le han achacado a la hispanista, y que en absoluto empañan su labor de investigación, ya no afloran en esta edición, donde también se ha superado un cierto estilo telegráfico que delataba inseguridad ante el español, pero no ante la interpretación de la obra, bastante sólida.

[3] D. Mañero Lozano, «La recepción crítica del Viaje de Turquía», Voz y Letra, VIII/I, 1997, págs. 115-133.

[4] E. Sánchez García, «Viaje de Turquía: consideraciones acerca del género», Revista de Literatura, LVI, 1994, págs. 453-460.

R. Malpartida Tirado

 

Ambrosio Bondía, Cítara de Apolo y Parnaso en Aragón (ed., intr. y notas de José Enrique Laplana Gil), Instituto de Estudios Altoaragoneses / Institución Fernando el Católico, Huesca, 2000, 2 vols.

    Trescientos cincuenta años después de su primera salida de las prensas zaragozanas de Diego Dormer ve de nuevo la luz esta curiosa miscelánea barroca editada con esmero por José Enrique Laplana quien, muy oportunamente, advierte al principio de su trabajo que estamos, no ante la reivindicación de ningún texto imprescindible, sino ante un necesario rescate con el que se quiere contribuir al mejor conocimiento de las letras seiscientistas en Aragón.

    A pesar de una documentación esquiva, que sólo permite asegurar con certeza su condición de Maestro en Teología y Capellán del Conde de Monterrey, la oscura figura de Ambrosío Bondía queda en las páginas de introducción dedicadas a ofrecer sus coordenadas biográficas muy bien enmarcada en su singularidad por ausencia dentro del círculo de la erudición aragonesa en torno a Uztarroz. Ausencia muy significativa si se tiene en cuenta además que Gracián no lo cita en su Agudeza a pesar de que el Conde de Monterrey y el de Nochera mantuvieron buenas relaciones. Cabe la posibilidad, según se apunta al final de este apartado liminar, de que tras el nombre del maestro Bondía, autor así mismo del Triunfo de la Verdad, pieza de 1649 dedicada a la oratoria sagrada [1], se esconda la oscura personalidad de un fraile franciscano.

    Al hilo del estudio de esta «obra de mediana calidad literaria», mezcla abigarrada de poemas, representaciones teatrales [2], novelas cortas, sueños y discursos, se traza un agudo análisis del género misceláneo en el que se intenta desbrozar el camino que conduce desde la erudición vulgarizada de la Silva de varia lección de Pedro Mexía hasta el entretenimiento literario servido en Los Cigarrales de Toledo por Tirso de Molina, un camino en el que se iría sustituyendo el contenido apotegmático y erudito por la combinación de diversos géneros, a la vez que el discurso didáctico se rebajaba a favor del propiamente artístico. Todo ello, claro, sin prescindir de la utilización de un marco unificador en el que se dejan sentir tanto el peso de la tradición del diálogo como la influencia de la novella italiana. Algo que en las coordenadas de la estética barroca debe entenderse como un intento de solución al problema de conseguir la unidad en la variedad.

    Ahora bien, si la norma era el empleo de ese hilo conductor narrativo como entramado en el que ir engastando diversos materiales previos que así encuentran su acomodo en el marco, el caso de Bondía y su Cítara constituyen una excepción, pues parece probado que las cuerdas con que la construye se trazan ex profeso y participan en un objetivo común: explicar los motivos de la venida de Apolo a Zaragoza para crear un Parnaso en Aragón. De ahí precisamente deriva la hipertrofia del marco, de desarrollo desmesurado y con claros anclajes en lo que es el género de las Relaciones en prosa de actos festivos, pues la obra se estructura en torno al programa de entretenimientos pensado para celebrar cuatro días señalados en el calendario zaragozano.

    Precisamente, al profundizar en este apartado, sale a relucir otra de las facetas singulares de la miscelánea de Bondía, centrada no en ámbito urbano, como suele ser la norma del género, sino en torno a jardines y santuarios cercanos a la ciudad, con lo que queda más cerca de los entretenimientos áulicos, del tipo de los ya engastados por Luis Milán en su Cortesano, que de los regocijos propiamente organizados por el concejo, aunque luego se limite a reunir un cúmulo de tópicos sobre arte y naturaleza sin esmerarse en la presentación de los jardines de las fincas de recreo extramuros de Zaragoza.

    A la hora de analizar las arquitecturas efímeras, tan prolijamente descritas en la obra, el editor toma la sabia decisión de no resaltar semejanzas con montajes similares de otras fiestas y, con las herramientas de una granada bibliografía en la que destaca la asimilación de las enseñanzas de Egido, Strong, Bonet Correa y otros, pasa a centrarse en desvelar cómo esos elementos, ligados a los materiales de ocasión, contribuyen a trabar el mensaje simbólico de la obra. Queda de esta manera demostrado que el marco festivo, con todas sus circunstancias, no sería en este caso material accesorio, sino sumamente fundamental para la articulación de la Cítara. Lo que, por otra parte, vendría a desgajar de manera definitiva el relato de Bondía de la novela propiamente académica, según lo pretendido por King en su clásico libro [3], pues el marco de la Cítara es estrictamente festivo, a pesar de que algunos entretenimientos tengan un marcado carácter académico. Por lo mismo que no parece que el Parnaso pueda relacionarse con la formación de academia alguna aragonesa. Bajo una antroponimia deudora de los usos de la novela corta no hay indicios de que se escondan los seudónimos de académicos zaragozanos. Una vez más la endeble caracterización de los personajes ha de atribuirse a la configuración de la obra como relación festiva.

    Destaca en el estudio introductorio el apartado dedicado a analizar la miscelánea de Bondía como una respuesta a la utópica Ciudad del Sol de Campanella que ahora se pretendería instaurar a orillas del río Ebro con tintes claramente contrarreformistas y muy imbuidos de un «marcado carácter regionalista». Por este camino, amalgama de muy conocidos conceptos de raigambre pitagórica, neoplatónica y hermética, se llega a una concepción armónica del universo integrada sin excesivas aristas en la ortodoxia católica. Y sólo bajo este prisma se entiende cabalmente el desarrollo en la novela de una temática cuya mención no pasaría de anecdótica si no fuera por su justificación en ese sistema ideológico en el que confluyen los designios de los universos supraceleste, celeste y humano: Las alusiones al alma del mundo salpicadas aquí y allá, o las continuas referencias al sol como segundo padre universal del orbe, el discurso sobre el número tres, los secretos de la naturaleza y la magia natural, apartado que cuenta con la inclusión de un tratado de fisiognomía [4], no dejarían de ser, como destaca el editor, entretenimientos ingenuos o muestras de erudición gratuita y extemporánea, si no se integrasen en este edificio hecho a partes iguales de neoplatonismo, hermetismo renacentista y cábala cristianizada. Amalgama, por otra parte, que afecta al mismo título y concepción de la obra que hay que entender como reflejo de la equivalencia libro-instrumento musical. La armonía que se desprende de sus páginas tiene su fundamento en la afinación pareja con la música divina, cifrada en la primera cuerda, y en la consonancia con la tercera, que representa a la Virgen, cuya figura, no en vano, preside la tercera de las cuatro jornadas festivas.

    Por lo demás, como demuestra el apartado dedicado al estilo, y al margen del «ingente material poético» muy difícil de encuadrar en el panorama de la época por su falta de adscripción a la estética barroca y por su desvío de los asuntos más característicos del momento, todo el libro está escrito en una prosa muy artificiosa que resulta de la aplicación, repetida hasta la saciedad, de las reglas más superficiales de la Retórica. La amplitud desmedida del período sintáctico y su ampulosidad dificultan en más de una ocasión el recto entendimiento del texto; la falta de destreza en el empleo del estilo directo e indirecto demuestran la impericia narrativa de Bondía, muy condicionado por el carácter descriptivo de los libros de relaciones de festejos, según el fino análisis de Laplana. Aunque no es un gongorino declarado, en su prosa han dejado huella los recursos más fácilmente identificables del cordobés: hipérbatos y fórmulas estilísticas que procuran morosidad al discurso y detienen su progresión lineal. En este sentido, Bondía no deja de ser un fiel reflejo de las tendencias narrativas de su época.

    Se ofrece el texto en impecable transcripción de su única salida de 1650, estudiada por el editor en sus pormenores de impresión que explicarían, entre otras cosas, las distintas portadas y dedicatoria. Va acompañado así mismo de eruditas notas contextuales que facilitan el entendimiento de una de las obras más curiosas publicadas en Aragón durante el siglo XVII, y que ahora viene a descollar en la nómina de la cuidadísima colección «Larumbe» del Instituto de Estudios Altoaragoneses. En el colofón, que es una pequeña joya del género repetida con mínimas pero significativas variantes en cada uno de los números de la serie, figura la confirmación de un objetivo que muy bien pudiera ser el resumen de la labor filológica de José Enrique Laplana en este necesario rescate: «[...] en pro de la cultura, se ahormaron rasgos locales con pautas universales».

 

NOTAS:

[1] Pueden verse sobre este título de Bondía los siguientes trabajos de José Enrique Laplana: «Un vejamen en un tratado de predicación: el Triunfo de la Verdad (Madrid, 1649) de Ambrosio Bondía», Archivo de Filología Aragonesa, 44-45, 1990, págs. 179-208. «La oratoria sagrada del Seiscientos y el escritor aragonés Ambrosio Bondía», en A. Egido y J. M. Enguita (eds.), II Curso de Lengua y Literatura en Aragón (Siglos de Oro), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1993, 79-118. Así como la edición de la obra Trece por docena, del detractor de Bondía, el jesuita Valentín de Céspedes, realizada por Francia Cerdan y José Enrique Laplana, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse, (Anejos de Criticón, 11), 1998.

[2] Se deja fuera de la introducción el estudio de las dos piezas teatrales incluidas en la Cítara: Comedia trágica del Amor en la Nobleza y en la muerta la Fineza y La discreta aragonesa. De ellas se había ocupado el autor en trabajo previo: La obra literaria de Ambrosio Bondía: Teatro. Edición y estudio, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza, 1991 (ed. en microfichas). Dada la difusión restringida de esta publicación universitaria, quizás hubiese sido deseable incluir en la introducción un mínimo resumen de sus características y alcance dentro de la producción dramática de su época.

[3] W. F. King, Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVII, BRAE (Anejos), Madrid, 1963.

[4] El asunto fue estudiado por José Enrique Laplana en «Un tratado de fisiognomía de 1650», Scriptura, 1, 1996, págs. 141-153.

A. del Río Nogueras

 

Marta Rodríguez, El intimismo en Antonio Machado. Estudio de la evolución de su obra poética, Visor Libros (Col. Biblioteca Filológica Hispana), Madrid, 1998, 121 págs.

    En esta obra, reedición de su homónima, publicada en la editorial Gredos en 1971, Marta Rodríguez expone que la temática existencial se desliza a través de la senda poética de Antonio Machado, dándole continuidad a diferentes composiciones que destacan por «la sencillez de la palabra» y que muestran, sin embargo, «una profunda vivencia poética». El concepto de intimismo poético, eje de este libro que estudia con detenimiento las diferentes etapas de la carrera poética del autor andaluz, se define como un proceso de unión entre la interpretación de la realidad y la técnica poética, es decir, la interioridad del poeta se plasmará en distintos recursos de estilo. La autora distingue en su trabajo las siguientes etapas: 1. período modernista; 2. período romántico; 3. objetivismo lírico; 4. período existencial; el porqué del análisis del intimismo y la necesidad de realizar una estructuración de la obra se exponen en la introducción, así como se advierte, ya desde los preliminares, la indiscutible referencia al símbolo como baluarte de la construcción literaria en Machado.

    En cada uno de los apartados de la obra, excepto en los dos últimos, se indaga en uno de los períodos antes citados, intentando descubrir la interrelación de la teoría con la práctica poética, cuyo resultado es la autenticidad característica en Machado.

    Dentro del capítulo Modernismo se argumenta que no fue nunca poeta modernista, pues no encontró en esta modalidad expresiva lo que anhelaba; recibe influencias que nacen de la fascinación por París y las modas que desde allí se difunden y que se plasman en una época de afán ornamental de la que se irá desvinculando precisamente por la ausencia de espíritu. Se acentúa que se trata de un momento de ensayo y de búsqueda, origen de algunas de sus formas estilísticas más representativas. A pesar de algunos logros al equilibrar lenguaje modernista y expresión de la intimidad, la clave de este período es una lucha constante entre una forma de expresión que no conseguía la comunicabilidad pretendida y otras formas que se acercaban más al hallazgo de la hondura y la sencillez. Esta dinámica creadora quedará ejemplificada con el contraste de dos versiones del poema La Fuente escritas, respectivamente, en 1901 y 1903 y de un poema modernista con otro de una etapa posterior.

    El segundo apartado se ocupa de la etapa romántica, que coincide con el período de creación de Soledades, galerías y otros poemas. Lo primero que se destaca es la afinidad del poeta con el espíritu romántico, tanto en su vida como en esta obra, donde son preeminentes el tono sentimental y una serie de motivos y símbolos muy del gusto romántico, de entre los cuales la autora destaca el diálogo entre hombre y tiempo y cómo las cosas (fuente, plaza desierta...) quedan transfiguradas en símbolos temporales. Marta Rodríguez se detiene en la mañana, la noche y, sobre todo, la tarde machadiana por todo lo que sugieren y esconden. A continuación, la autora remite a la contigüidad de Machado y Bécquer, ambos embargados por una incidencia emotiva y una actitud ante la creación poética semejantes. Las influencias becquerianas en Machado serán evidentes en un primer momento para, más adelante, ser apenas perceptibles; algunas de estas coincidencias son: la concepción de la palabra poética como «palabra en el tiempo», según la formulación de Juan de Mairena; lo onírico, aunque en Machado realidad y sueño se incorporan a una sola imagen; la soledad, que adquiere dimensiones cósmicas; y, por último, la visión de la amada, cuya inaccesibilidad implica en Machado la imposibilidad del amor, siendo en Bécquer reflejo del amor idealizado del romanticismo.

    En el tercer apartado se muestra la importancia que Campos de Castilla representa en la evolución poética de Machado. Significa este poemario un avance en la consecución de los propósitos de estilo para una visión integral de la vida y el mundo. El poeta se ha encaminado hacia una poesía objetiva y se basa en nuevos recursos que impulsarán su obra futura. La mayoría de los poemas nacen de una preocupación existencial que se ve concretada en su experiencia en Castilla: el amor, la desolación y su percepción del espíritu español. El tema fundamental es la tierra castellana y el paisaje como testigos de un pasado glorioso, como imágenes de la desolación del espíritu, todo ello expresado a través de recursos como el predominio de sustantivos o la función expresiva del epíteto. Los elementos del paisaje son objetos líricos de emoción y se erigen en realidad sólo en el plano literario. La autora insiste en una serie de motivos que hacen permanecer el tono melancólico y tierno: imágenes de naturaleza asociativa cuya función es trasladarnos de un plano nocional a un plano emotivo, el valor impresivo de la entonación y los vocativos e interrogantes, por ejemplo. Por último se distinguen tres tipos diferentes de poemas en la obra: los que expresan su preocupación por España, incluidos en la tónica generacional; los que evocan a Leonor y se lamentan por la pérdida del amor y por la soledad; y los poemas narrativos de «La Tierra de Alvar González», de los que se destaca su valor artístico, como indagación de una perspectiva y género nuevos, no su fondo crítico o ideológico.

    En el capítulo cuarto, donde se estudia la Etapa existencial, se procede al análisis del poema «Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela», poema hermético cuya estructura responde a la incoherencia de un sueño. Se escoge este poema porque constituye la culminación de una trayectoria estilística hacia la conquista de la objetividad para expresar su concepción de la vida, elevándose de una simbología intimista a una de alcance universal. Por ejemplo, una soledad cósmica se desprende de la descripción de una tierra desnuda donde no existe movimiento, acromática para que sea más irreal y desoladora a la vez; el absurdo de la existencia se traslada a la visión esperpéntica de un tablado de marionetas; y el desamparo del hombre se configura sobre la imagen de «ese arbolillo en que nadie repara», eje de todo el poema. Otros temas significativos de este período y, en consecuencia, del poema, son la idea de Dios, la imposibilidad del amor, el panteísmo, la muerte y los sueños.

    El siguiente apartado se centra en las investigaciones de la autora sobre el símbolo en la poesía de Machado, recurso estilístico más característico del poeta, con el que objetiva su visión del mundo, sus vivencias y obsesiones. Marta Rodríguez fundamenta su análisis en los conceptos de mímesis poética, denotación, connotación y transnotación, intentando sistematizar mucho de lo dicho sobre este tema. Símbolos sobre la visión del mundo y de la existencia, tan esenciales en Machado como el camino, la fuente o las galerías, son enumerados y comentados partiendo de ejemplos concretos.

    El último capítulo analiza pormenorizadamente el soneto III de «Los sueños dialogados» y, siguiendo la línea común a todo el libro, se materializa en él la teoría de los aspectos denotativos, connotativos y transnotativos de la palabra poética. Se lleva a cabo un recuento exhaustivo del léxico del soneto para observar su vertiente denotativa. La connotación se basa en la sintaxis, en el ritmo y la rima. Por último, la transnotación se refiere a que ningún elemento posee una función significativa directa.

    Nos encontramos ante una obra tan interesante en sus descubrimientos como útil y didáctica en su exposición, que abre muchas puertas para el estudio del gran poeta y que sirve de fabulosa guía para el comentario de sus poemas.

    El libro, pues, es más que recomendable no sólo por el tema tratado, sino también por su orientación eminentemente práctica, que proviene de una constante labor de ejemplificación. Destaca el análisis minucioso de poemas para demostrar lo teórico o incluso como lectura de toda una etapa poética. Por otra parte, la investigación llevada a cabo se fundamenta en otros estudios de importancia que se ocupan de aspectos generales o particulares de la obra del poeta, consignados en un Apéndice bibliográfico que atiende a cada una de las divisiones del libro.

Mª S. Leiva Carmona

 

A. Jiménez Millán, Promesa y desolación. El compromiso en los escritores de la Generación del 27, Universidad de Granada, 2001, 190 págs.

    Del Veintisiete como grupo, de aquellos prolíficos artistas e intelectuales, sus poetas primero, su teatro luego, pasando también por el cine, la pintura y todas las otras artes y ciencias, se ha escrito mucho: sobre su compromiso con la renovación, a la vez que con nuestro Siglo de Oro, de la amistad y las relaciones personales que encierran sus epistolarios o la gran importancia que para el panorama de nuestra literatura contemporánea han supuesto sus revistas, sus obras y sus ensayos. A la luz de los abundantes estudios actuales la amplia nómina de los jóvenes que pasaron por la Residencia de Estudiantes —jóvenes de todas partes del país en una oportunidad única de unión, intercambio y conocimiento como fue aquella institución—, parece escapar hoy al débil concepto de «generación» cerrada, revelándose más como un extenso movimiento plural que se caracteriza tanto por su amplitud de horizontes y perspectivas, por su tolerancia, como por su interés por la expresión y el lenguaje, un espacio de modernidad, por tanto, donde quedan aún muchos nombres por redescubrir y alumbrar en el olvido de las breves antologías.

    Buena prueba de ello es el interés actual que la crítica ha venido mostrando por la revista Mediodía y su secretario Rafael Porlán por ejemplo. Considerado tradicionalmente como una «figura menor», se nos empieza a describir ahora como uno de los ejes del espíritu de la vanguardia que se vivía en la Sevilla de aquellos días ultraístas —pensemos en la revista Grecia—, además de ser una personalidad que se revela tan genial como la de cualquiera de sus otros compañeros a la luz de las indagaciones actuales en bibliotecas y archivos que se han ido sucediendo en los últimos años: trabajos de especialistas como Manuel Urbano, José Cenizo, Rafael Utrera, José Luis Ortiz de Lanzagorta o José María Barrera, autor éste último de la edición de su Poesía completa, publicada por el Centro Cultural de la Generación del 27 en Málaga.

    Inmerso en este maremágnum de textos y bibliografía, el poeta y también profesor Antonio Jiménez Millán, amplio conocedor de las literaturas europeas y españolas, autor de numerosas páginas sobre la vanguardia —colaborador en estudios de conjunto tan importantes como el que editó Gabriele Morelli en 1988 o, más recientemente, el profesor Wentzlaff-Eggebert en 1999—, nos ofrece Promesa y desolación. El compromiso en los escritores del 27, publicado por la Universidad de Granada como número dos de su colección de monografías «Biblioteca de Humanidades / Teoría y crítica literarias».

    Un libro donde Jiménez Millán aglutina sus reflexiones sobre el pasado y el futuro de la relación con la España prefranquista de unos artistas que se vieron forzados al exilio durante largos años —un exilio real, moral o vital, como aborda él mismo en el último artículo de este libro: «El exilio en cuatro poetas de la Generación del 27», donde profundiza sobre el tema en los poetas Rafael Alberti, Emilio Prados, Jorge Guillén y Luis Cernuda—; Un tema lleno de claroscuros y rencores incluso hoy, que trata de superar el autor, aportando un amplio abanico de estudios sobre las tendencias y vinculaciones políticas que encierra como clave la fecha trascendental de 1930, con todos los condicionamientos históricos de aquella España: recordemos por ejemplo la lucha política contra la dictadura de Primo de Rivera que cristalizaría en distintas sublevaciones y, más trágicamente, con los fusilamientos de Jaca en 1930, resultado de la creciente oposición que se vivía por todo el país hacia el Antiguo Régimen y la Monarquía a las puertas de nuestra segunda República.

    El libro está estructurado en círculo, alrededor de diez interesantes artículos que recogen la labor docente e investigadora en el terreno de las vanguardias, y más concretamente en el de la poesía, de Antonio Jiménez Millán, desde sus publicaciones para Cuadernos Hispanoamericanos sobre Alberti —«El compromiso político en la poesía de Rafael Alberti»—, o sobre Emilio Prados, García Lorca —«Creación y teoría de vanguardia en un epistolario: las cartas de García Lorca a Sebastià Gash (1917-1928)»— o sobre María Zambrano y su pensamiento —«Una lectura de la tradición española. (El pensamiento de María Zambrano)»— para Litoral, pasando por sus aportaciones a congresos y encuentros diversos, como el que se celebró en 1995 en Granada como homenaje a José Bergamín, «José Bergamín: historia de una disidencia».

    El primer artículo que abre este círculo, titulado «De la vanguardia al nuevo romanticismo: la crisis de una ideología literaria», viene a ser una introducción al tema sobre el que gira el libro, es decir el compromiso del escritor con su tiempo o, en otro sentido, el surrealismo y sus vivencias o modos de sentir. Es una visión en todos sus aspectos de los cambios históricos que llevan a estos escritores e intelectuales a la lucha contra el fascismo, cada uno desde distintas perspectivas. Los artículos siguientes están dedicados a distintos autores, menos el que cierra el estudio que, como hemos dicho, trata del exilio en las obras de Alberti, Prados, Guillén y Cernuda, donde «en medio de la vorágine de la guerra, del desorden impuesto y los desastres, el poeta desea que su voz recobre la serenidad perdida».

    Así, por ejemplo, entre otros cabe destacar «La modernidad en la poesía de Moreno Villa. Estudio de Salón sin muros» o «La prosa de Luis Cernuda. Antecedentes de Ocnos», que es una aproximación a las prosas del poeta desde la realidad literaria europea, la influencia y trascendencia que en ellas hay de escritores como Nerval o Baudelaire, Reverdy, Breton, Aragon, Gide o Hölderlin entre otros; en palabras de Jiménez Millán: «Para Cernuda son las instituciones y los códigos los que enajenan el espíritu y le alejan de su verdad; de ahí la insistencia en las «energías jóvenes» que destruirían ese viejo mundo caduco, esos muros simbólicos que tanto obsesionaban, en aquel momento, a Cernuda (y a Lorca: recuérdese la Comedia sin título). Ese intento de trasgresión moral se inclina, en unos casos, hacia el deseo de una revolución, y en otros hacia un desafío de signo romántico y maldito».

    De esta manera, puede decirse que estamos ante una obra que aporta una visión plural sobre la escritura de la Generación del 27, dentro siempre del contexto europeo del momento con la ruptura de usos y tradiciones cerradas, la intransigencia y el sueño de la diferencia o la recuperación de formas. Así, es posible observar con su lectura intereses y temas comunes para nuestra lírica, vivencias y búsquedas similares de unos ideales que se nos van exponiendo a lo largo de estas páginas, lo que significa un esfuerzo muy interesante por comprender algo más del mundo de estos escritores.

C. J. Duarte

Luis Miguel Fernández, Don Juan en el cine español. Hacia una teoría de la recreación fílmica, Universidad de Santiago de Compostela, 2000, 234 págs.

    Para conocer la «prehistoria» de este libro de Luis Miguel Fernández hay que tener en cuenta, fundamentalmente, un artículo de 1996 para la revista Ínsula [1] y su contribución al volumen colectivo Don Juan Tenorio en la España del siglo XX. Literatura y cine [2]: si del primero se infiere que las bases metodológicas elegidas por este estudioso son las adecuadas, en el segundo trabajo ya está prefigurado el modo en que las aplica al estudio de todo un mito que se echa a andar por páginas, tablas y celuloide.

    En el prefacio inscribe su investigación en un terreno fructífero pero aún no encauzado sólidamente en nuestro país, el de las relaciones literatura-cine, reclamando, con total legitimidad, que el filólogo e historiador de la literatura (es su caso) se ocupe de ellas.

    Bajo el epígrafe «La recreación fílmica de textos literarios y la teoría de los polisistemas», L. M. Fernández destaca la necesidad de desterrar el vocablo adaptación, a pesar de su amplia aceptación en los más diversos ámbitos, incluido el académico, proponiendo su sustitución por el de recreación fílmica, «un término más neutro y menos marcado pero que apunta mejor hacia esa labor de reescritura que toda operación transposicional comporta» (pág. 15). Realizada esta matización preliminar de tipo terminológico, totalmente imprescindible en un trabajo de esta índole, el autor se extiende en las consecuencias metodológicas de emplear dicha denominación, realizando un recorrido por la labor de los principales teóricos que se han dedicado a este campo de estudio: Balázs, Bazin, Bluestone, Baldelli, Bettetini, Helbo y Clerc, siendo este último el que ha auspiciado mayor rendimiento analítico al «concebir la recreación fílmica como un texto que pertenece a un sistema determinado diferente al literario y próximo a la traducción literaria, con unas leyes propias que habría que conocer para saber cómo puede funcionar aquélla» (pág. 26). En resumen, lo que se intenta ilustrar es «una serie de problemas que plantea la recreación fílmica y a los que no siempre se ha dado una respuesta satisfactoria, en gran medida a causa de una inercia investigadora que durante muchos años ha mantenido al filme como un producto dependiente del texto-fuente original, en el que éste se utiliza para evaluarlo, sea para predicar su fidelidad al mismo —e importa poco que aquélla se le atribuya a la letra o a un espíritu tan vago que nadie lo define con precisión—, sea para estudiarlo orientando las miras hacia él, hacia el sistema de partida en vez de hacia el sistema receptor» (pág. 28).

    El enfoque de L. M. Fernández es bien distinto: adhiriéndose a la teoría de los polisistemas que a finales de los sesenta formuló I. Even-Zohar y que en nuestro país siguió C. Guillén, puede abordar su estudio de modo dinámico y combinando lo diacrónico y lo sincrónico, perspectiva especialmente apropiada para un mito como el donjuanesco, plasmado en multitud de esferas artísticas y a lo largo de varios siglos. No obstante, el autor reconoce las limitaciones con las que se enfrenta su trabajo: hasta que no se recaben datos suficientes sobre películas españolas perdidas y no se complete la investigación con la esfera foránea y el tratamiento de otros mitos, difícilmente podrá llegarse a conclusiones globales satisfactorias.

    En el siguiente capítulo, tras un documentado repaso por las diferentes versiones del mito donjuanesco, no sólo las literarias, sino también las de otras manifestaciones artísticas, como la ópera, establece el corpus de textos fílmicos que va a contrastar en su estudio, para lo que ha seguido tres criterios básicos: «que fuesen españoles o con participación española, que fuesen versiones para el cine y la televisión siempre que en este último caso no se tratase de los montajes al uso propios de ciertos programas que reproducen obras teatrales, y que atendiesen a la doble dimensión serio-jocosa del asunto, incluyendo, por tanto, los filmes dramáticos y los burlescos» (pág. 61), de modo que emplea en su análisis, desde el Don Juan Tenorio (1910) de Ricardo de Baños y Albert Marro, hasta el Don Juan en los infiernos (1991) de Gonzalo Suárez, un total de doce películas.

    En el tercer apartado, «La recreación fílmica en el cine mudo y Don Juan», el autor sitúa perfectamente nuestras dos versiones cinematográficas del mito anteriores al sonoro en el contexto de las reacciones que el nuevo invento suscitó entre sus primeros receptores, aprovechando los amplios conocimientos que ha puesto a nuestra disposición en trabajos anteriores. Obedeciendo, entre otras causas, a «la supervivencia de la ideología decimonónica acerca del valor educativo de la imagen» (págs. 78-79), que pone a las recreaciones fílmicas en la órbita de la fidelidad a la fuente original, surge el que probablemente sea el primer filme español sobre el mito, el Don Juan Tenorio de R. de Baños y A. Marro, aunque el autor ha investigado sobre posibles versiones anteriores que tal vez no fueran más que representaciones teatrales filmadas. En una línea de pretendida fidelidad al texto, en este caso de Zorrilla, será en 1922 cuando el propio Baños siga casi literalmente la obra del vallisoletano en Don Juan Tenorio, «que podemos considerarla dentro de un espíritu film d’art que busca una adecuación al texto teatral muy del gusto burgués» (pág. 98), lo que no es óbice para que en esta película, emitida no se sabe por qué extraña razón por Televisión Española a horas intempestivas, también se ofrezcan intentos de imprimirle un carácter, más que teatral, propiamente cinematográfico, al incluirse, por ejemplo, el procedimiento del flash-back.

    En el siguiente apartado examina el autor lo que él llama «Las versiones dramáticas» (entendamos, para evitar confusiones, «trágicas» o «serias», en oposición a las «burlescas», de las que se ocupa en el siguiente capítulo), donde insiste en que «las recreaciones fílmicas de Don Juan mantienen una constante a lo largo del tiempo, al margen de las naturales diferencias entre épocas y filmes concretos, consistiendo la misma en la delimitación del filme como un discurso propio y diferente al del texto literario de partida» (pág. 101), algo que refrendan las palabras introductorias del Don Juan (1950) de J. L. Sáenz de Heredia («Esta película no está ceñida a ninguna obra determinada de las muchas que han tratado la figura de Don Juan»), su campaña promocional y el propio director en sus declaraciones. De modo semejante, G. Suárez admite inspirarse sólo levemente en el texto de Molière para su Don Juan en los infiernos, igual que Berlanga reclama la independencia de su Don Juan relegado a la televisión, siendo la referencia a Zorrilla un mero reclamo en la línea de política cultural propugnada por la televisión pública.

    Ejemplificando continuamente y sin olvidar las películas mudas, distingue L. M. Fernández entre normas de transferencia, a su vez divididas en preliminares (ante la pregunta ¿por qué se recrea el mito de Don Juan?, cabe señalar las ventajas narrativas que arroja el conocimiento previo de la historia por parte del espectador y el prestigio intelectual que encierra cada proyecto) y operacionales (referentes, por ejemplo, al doble proceso de simplificación y dilatación del relato, prácticas comunes en la escritura de guiones fílmicos); normas de adecuación al mito y a cada texto concreto (respecto a lo segundo, admitir un modelo concreto «es un modo de subvertirlo mediante el distanciamiento del mismo y, por ello, de magnificar la posible originalidad de su tratamiento», págs 163-164); y normas de aceptabilidad (donde explica los cambios genéricos y de caracterización de los personajes que afectan a las recreaciones fílmicas).

    Habida cuenta de la calidad de lo que L. M. Fernández denomina «Las versiones burlescas», no es de extrañar que le dedique poco espacio a su análisis, precisando antes lo que entiende por «burlesco» y por «paródico», término este último que prefiere no emplear, teniendo en cuenta recientes estudios. Repasa el autor «un conjunto de filmes que toman como tema a Don Juan para darnos una visión ridiculizadora o degradada del mismo, sea del propio personaje o del universo en el que este se desenvuelve» (pág. 187), en los que se acentúa la tendencia a separarse conscientemente de cualquier texto de partida, bien sea por medio de la exageración o de la incidencia metafictiva. Ejemplos de esta vertiente burlesca son un «engendro» conocido como El Tenorio en píldoras (1942), versión comentada de la película pionera de Baños, al que también se atribuye una supuesta recreación pornográfica en el período mudo; la coproducción hispano-francesa El amor de Don Juan (1956), célebre por el protagonismo de Carmen Sevilla y el cómico galo Fernandel; o los dos acercamientos de A. Mercero, pastiches de diversos géneros que además dejan entrever el influjo de la comedia española de los sesenta y principios de los setenta.

    Este libro, que se completa con una ficha de cada película empleada en el estudio y con un apéndice bibliográfico, presenta un trazado perfecto (preliminar metodológico, establecimiento del corpus y análisis del mismo mediante una división clara y eficaz), refleja un profundo conocimiento de cada asunto tratado, pues siempre documenta inicialmente, y ofrece una atinada propuesta de estudio que justifica el subtítulo Hacia una teoría de la recreación fílmica y lo convierte en referencia fundamental para futuros trabajos de esta estirpe, si bien parece más difícil su aplicación al caso no de un mito, sino de una obra literaria concreta traducida a imágenes, lo que ha de tenerse en cuenta con las consiguientes adaptaciones del modelo que brinda L. M Fernández.

 

NOTAS:

[1] L. M. Fernández, «¿Estrategia del vampiro o de la abeja? El cine y la narrativa actuales», Ínsula, 589-590, enero-febrero de 1996, págs. 17-21.

[2] L. M. Fernández, «Don Juan en imágenes. Aproximación a la recreación cinematográfica del personaje», en A. S. Pérez Bustamante (ed.), Don Juan Tenorio en la España del siglo XX. Literatura y cine, Cátedra, Madrid, 1998, páginas 503-538.

R. Malpartida Tirado

 

José Jurado Morales, Del testimonio al intimismo. Los cuentos de Carmen Martín Gaite, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2001, 209 págs.

    Este análisis de los cuentos de Martín Gaite profundiza en la trayectoria narrativa de la autora, en cuya evolución literaria el cuento se ha convertido en una parcela creativa desatendida por parte de la crítica. Entre las posibles causas de tal desatención, se encuentra el hecho de que el cuento literario es un género infravalorado, tal y como se demuestra en la carencia de estudios en la bibliografía sobre su obra. José Jurado Morales anota además como motivo de la carencia de estudios sobre la cuentística de Martín Gaite el retraso con que la crítica se acerca a su obra y la posibilidad de que la calidad de sus ensayos y novelas haya ensombrecido a los cuentos. Sobre la situación del cuento, el autor reivindica estudios que sienten las bases teóricas del género y que den a conocer el cultivo del mismo.

    El corpus de cuentos que se analizan en el presente volumen corresponde a los Cuentos completos, con un total de diecisiete textos escritos entre 1953 y 1974.

    La obra consta de cinco apartados. El primero, titulado Bosquejo bio-bibliográfico de Carmen Martín Gaite, está dedicado a un recorrido por la vida y obra de la autora. El capítulo queda subdivido en una serie de bloques que siguen el transcurso de su vida. A partir de un orden cronológico, se apuntan las circunstancias más notables de la vida de la escritora salmantina, con comentarios sobre sus obras y un acercamiento panorámico a la generación literaria a la que pertenecía. En este capítulo el autor se propone ofrecer una visión más completa de su trayectoria, desde su nacimiento en Salamanca en plena dictadura de José Primo de Rivera hasta su muerte acaecida el 23 de julio del año 2000. Se trata, pues, de un completo estudio de la vida y obra de la escritora, de su biobibliografía.

    Martín Gaite y el cuento literario es el título del segundo apartado, donde el autor ofrece las claves de su narrativa, las características generales del cuento literario y la poética del cuento de Carmen Martín Gaite, quien había llegado a reconocer la especial identificación que siente con el género. Asimismo, también hace un balance del cuento literario español a mediados de siglo. Como explica Jurado Morales, el gran tema de la narrativa de la escritora era el ser humano, su vida interior y sus relaciones con los demás, lo que asimismo demuestra en el análisis de sus cuentos.

    El núcleo del trabajo es el tercer capítulo, Los cuentos de Carmen Martín Gaite. Clasificación y análisis, que constituye el estudio de sus diecisiete cuentos. En primer lugar, el investigador hace una propuesta de clasificación que tiene como base el enfoque dado por Martín Gaite: testimonial, onírico, intimista y femenino. La tesis de la que parte José Jurado Morales se contrapone a otros estudios sobre la narrativa breve de la escritora salmantina, que partían de una clasificación cronológica. Para justificar su tesis se apoya en las palabras de la propia Carmen Martín Gaite, quien había desechado el criterio cronológico al recoger sus Cuentos completos para Alianza en 1978, agrupándolos por su asunto: «La ordenación no está hecha, pues —como puede verse por las fechas anotadas al final de cada cuento—, ateniéndome a un criterio cronológico, sino que he procurado agruparlos más o menos por su asunto, aun contando con la evidente dificultad derivada de que ningún tema se dé en estado puro, como ya he advertido al principio» (pág. 77). Desde estos presupuestos, el autor llega a su clasificación a partir del enfoque que se le dé al ámbito de lo personal, ya que en todos se percibe un acercamiento al sujeto, al ser humano. De este modo, procede a una división de los diecisiete cuentos en cuatro grupos: cuentos donde lo personal tiende a lo social (enfoque testimonial); cuentos donde lo personal se mezcla son lo surrealista-onírico (enfoque onírico); cuentos donde lo personal tiende a lo privado (enfoque intimista); cuentos donde lo personal se centra en la mujer (enfoque femenino).

    A continuación se lleva a cabo el estudio de cada cuento, de acuerdo con la clasificación propuesta. El autor hace un exhaustivo análisis de todos los cuentos, dedicando especial atención a los rasgos comunes que los unen bajo un mismo enfoque, lo que apoya su propuesta de clasificación. Respecto al estudio de cada cuento, además de presentar los datos de escritura y publicación y el argumento, procede a un examen detallado del narrador, la estructura, la manipulación espacio-temporal, los personajes, los motivos más destacados, los valores simbólicos, las descripciones, los diálogos, las influencias y el estilo.

    Los cuentos agrupados bajo el enfoque testimonial son: «Un día de libertad», «La chica de abajo», «La oficina», «Los informes», «La conciencia tranquila» y «La tata». Se trata de unos cuentos narrados en tercera persona, de personajes rutinarios enfrentados a injusticias sociales. «El balneario» y «La mujer de cera» responden a una perspectiva onírica y un enfoque surrealista. El denominador común de estos personajes es su falta de realización personal, pero lo que hace que estos dos cuentos sean originales y distintos es, sin duda, el punto de vista onírico. Desde una perspectiva intimista se encuentran: «La trastienda de los ojos», «Lo que queda enterrado», «Un alto en el camino», «Tendrá que volver», «Ya ni me acuerdo» y «Las ataduras». Estos cuentos se caracterizan porque son ajenos al compromiso político-social, centrados en las relaciones personales y en el mundo interior del ser humano. En el último grupo se recoge lo referente al universo privado de la mujer: «Variaciones sobre un tema», «Tarde de tedio» y «Retirada». Es conocida la atención que Carmen Martín Gaite ha prestado a la mujer, no desde un feminismo exacerbado, sino como defensa de la dignidad de la mujer. Estos tres cuentos tienen como núcleo la vida interior y el estado anímico de unas mujeres.

    El cuarto apartado queda para las Conclusiones, donde el autor apunta las notas comunes a los cuentos analizados. Uno de estos rasgos, reiterado por la crítica, es el carácter autobiográfico de sus textos, así como el tema del ser humano y sus dificultades de realización personal. Se analiza también en este capítulo el papel destacado que en estos cuentos cumple la mujer en todos sus estados posibles. Este capítulo recoge el análisis que se realiza en toda la obra sobre la cuentística de Martín Gaite, dándole unidad al estudio.

    El último capítulo recoge una amplia y selecta bibliografía, estructurada en dos bloques: uno dedicado a obras de la escritora y otro a trabajos sobre su producción y sobre el cuento literario.

    Para concluir, se hace necesario destacar la importancia de esta obra ya que constituye un excelente estudio de los cuentos de Carmen Martín Gaite, fundamental para tener un conocimiento más completo de la narrativa de la escritora y para la necesaria revalorización del género.

Mª B. Navarro Tahar

 

Carlo Ginzburg, Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia, Península, Barcelona, 2000, 246 págs.

    El erudito Ginzburg, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles, se ha convertido en un erudito apasionado de la heurística —a veces controvertido y polémico— y a uno de los principales representantes de la llamada «microhistoria» o cambio de escala del campo de lo observado. En el volumen que nos ocupa, Ginzburg trata de ofrecer «una nueva mirada sobre el mundo», es decir, atender a una nueva visión del mismo, desde la distancia, pero volviendo al sujeto como ente que se manifiesta a través de «ritos, luchas, lenguajes, símbolos, valores, monumentos», y todo ello mediante una mirada reflexiva que toma como vehículo de expresión un prefacio y nueve artículos que adoptan el extrañamiento —para no dar por descontada la realidad— y asombro del que percibe sobre sí la mirada del Pinocchio de Collodi —«¿Por qué me miráis, ojazos de madera?»— como incipit o lema orientativo para el lector: siempre se es forastero «respecto de algo o de alguien». Sklovski le sirve a nuestro autor para observar facetas de la psicología humana que demuestran que «los actos habituales tienden a volverse automáticos»; contra este efecto de insensibilidad ante lo cotidiano se propone, por una parte, la representación artística: el arte «para reavivar nuestra percepción de la vida». Pero, por otra, también recurre a las Meditaciones de Marco Aurelio para tratar de alcanzar absoluto dominio sobre las pasiones y la «percepción exacta de las cosas»: «Borra la imaginación. Detén el impulso de marioneta. Circunscríbete al momento presente. Comprende lo que te sucede a ti o a otro. Divide y separa el objeto dado en su aspecto causal y material. Piensa en tu hora postrera». (VII, 29).

    Cuando los ojos y la pluma de Ginzburg se centran en el mito o la ficción nos habla de San Agustín y de su teoría de los fictio poetarum: «llamar dioses a los que no son dioses» o de Dante cuando define la poesía como «fictio rhetorica musicaque poita». Esto nos acerca a la sabiduría antigua, a los santos, a la Biblia, y a la idea de que «dios, al dirigirse a los hombres, se adecuó a su limitada comprensión». De ahí que —en palabras de Escoto de Eriúgena— «la teología es en cierto sentido poesía». Pero también aborda Ginzburg el mito dentro de su uso político. Así, cuando propone como modelo de su discurso a Maquiavelo, observamos de qué forma expresa el hecho del asentamiento mitológico de la formación política y social que dio origen a la cultura romana. Esta idea argumentada por Ginzburg permitió al autor de El príncipe «considerar la religión de su época con una mirada al mismo tiempo atenta y distanciada». Entendiendo que, al igual que para los libertinos, la religión era una ficción, pero, a fin de cuentas, necesaria, así es igualmente necesario para poder comprender «algo de la historia del XX» el análisis de la utilización política del mito. Desde Platón —«amparado por la distancia crítica que le proporcionaba la escritura»—, se invocó la idea de legitimar el poder remitiéndose a una «historia ejemplar, a un principio, a un mito fundador [...], a un relato que ya se conoce».

    ¿Y qué decir de la «representación» de «la palabra, la idea, la cosa»? Acudiendo a las palabras del propio Ginzburg: «la representación los es de la realidad representada, de modo que evoca su ausencia; por otra parte, hace visible la realidad representada, y por ello sugiere su presencia». Y el lector podrá pensar: ¿Acaso esta contraposición es invariable? El mismo autor se encarga de hacerlo cual si de un juego de espejos se tratara. Nos introduce en el mundo de las máscaras de representación funeraria, de las estatuas, de las reliquias de mártires, y no lleva hasta el punto excelso de la representación dentro de la teología dogmática católica: «La presencia real, concreta y corporal de Cristo en el sacramento». Este hecho «permitió, entre finales del siglo XIII y principios del XIV, la cristalización del objeto extraordinario del que he partido, hasta hacer de él el símbolo concreto de la abstracción del estado: la efigie del rey denominada representación. Pero de nuevo a vueltas con el cristianismo o la imagen de culto del mismo, argumenta otro de sus artículos basándose en la «cadena de citas» o testimonia como influencia a la hora de componer el relato del texto neotestamentario para demostrar «a los judíos que Jesús era el Mesías». Puntualiza que, Stendhal, habiendo procedido a un análisis de las «citas vetero-testamentarias del evangelio de Mateo», niega tajantemente el término testimonia, con plena conciencia de que este hecho modifica de forma considerable «la imagen difundida por los Evangelios y por la vida de Jesús». A partír de aquí, Ginzburg irá argumentando sobre la veracidad —del Jesús histórico— o la duda —en el caso del Jesús-Mesías—, ya que «el elemento mesiánico, basado en las citas de los profetas (sobre todo de Isaías), sería pues el germen principal de la narración de los Evangelios canónicos, en esto muy distintos de la selección de dichos de Jesús, como el evangelio de Tomás». Además, el autor de Ojazos ofrece al lector una muestra de citas «de los profetas incluidas en los Evangelios que abrieron una gama de posibilidades icónicas totalmente imprevisibles [...]. El impulso hacia las imágenes que surge de estos textos [...] hizo saltar las débiles resistencias del clero, ligadas a la tradición judaica». A partir de aquí, surgen algunas de las imágenes de culto más difundidas dentro de la tradición religiosa. A pesar de todo esto, debe considerarse que, en los primeros siglos del cristianismo, se mantenía una actitud esencialmente hostil hacía la representación mediante imágenes. La clara explicación de este fenómeno la encontramos documentada apenas acudimos al mandamiento dado a Moisés en el Antiguo Testamento: «No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra» (Éxodo, 20,4), ampliamente comentado por Orígenes, quien mantenía una «profunda contigüidad entre ídolos e imágenes».

    «Estilo», dentro de los límites de «inclusión» o «exclusión» —instrumento usado para delimitar y cortar—, o también como «función importante [...] en la aceptación de las diversidades culturales», dentro del ámbito de las artes visuales, de la historia , de la ciencia y de la filosofía, así como dos metáforas establecidas a través de «distancia y perspectiva», son los dos temas que, siguiendo el orden organizativo del texto, somete a análisis y debate Carlo Ginzburg, judío de nacimiento y educado en un país católico, que de nuevo recurre al plantemiento de la «distancia» para dar forma y cuerpo al penúltimo de sus artículos: «Matar a un chino mandarín». «Implicaciones morales de la distancia». A pie de página nos aclara que «este ensayo fue leído en el ámbito de las Oxford Amnesty Lectures sobre el tema Derechos humanos e historia». El autor hace un recorrido sobre la distancia en el tiempo y en el espacio y los efectos que los acontecimientos causan en el sujeto dependiendo de que esté más o menos sometido a la medición espacial o temporal con respecto a su implicación personal en los hechos. A tal efecto resulta de especial interés el reproducir el pasaje de La philosophie dans le boudoir, de Sade —deudora, según Ginzburg, de Carta sobre los ciegos, de Diderot—, donde se pone de manifiesto la necesidad del hombre de no ser indiferente al resto de los seres vivos de la creación a pesar de la posible distancia morfológica existente. Esto le da pie para sostener «la legitimidad del homicidio»: «¿Qué es el hombre y qué diferencia hay entre él y las demás plantas, entre él y los demás animales de la naturaleza? Ciertamente, ninguna. Casualmente se halla como ellos en este globo, ha nacido como ellos, como ellos se propaga, crece y decrece, llega como ellos a la vejez y cae como ellos en la nada al término que la naturaleza asigna a cada especie de animales en función de la construcción de sus órganos. Si los parecidos son tan exactos que resulta absolutamente imposible al ojo estructurador del filósofo captar cualquier desemejanza, entonces será tan delictivo matar a un animal como a un hombre, o habrá tan poco mal en uno como en otro caso: y sólo en los prejuicios de nuestro orgullo se hallarán una diferencia. Pero nada es tan desgraciadamente absurdo como los prejuicios del orgullo [...]. Si la eternidad de los seres es imposible por naturaleza, entonces su destrucción se convierte en una de sus leyes [...]. En el momento en que el animal grande deja de respirar, se forman animales pequeños: la vida de estos animales pequeños no es sino uno de los efectos necesarios y determinados del sueño momentáneo del grande. ¿Os atreveréis acaso a decir que uno es más estimado que otro en la naturaleza?».

    Ni que decir tiene que Sade ha sido considerado «en ocasiones como el resultado exasperado, aunque lógicamente coherente, de la ilustración». Además, Ginzburg argumenta contra la distinción entre «nosotros y ellos», que se encontraba «en el centro de la legislación racial de los nazis», y que, de alguna manera, «estaba ligada, en el plano teórico, a un rechazo explícito de la idea de ley natural». Es decir, la distancia absoluta —generada por alguna ideología— puede conducirnos a una total carencia de compasión «para con los demás seres humanos». A propósito del fenómeno del antijudaísmo cristiano, la cabeza visible de la Iglesia Católica, representada por el Papa Wojtyla, trató de limar asperezas «con la histórica peregrinación de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma». Allí dedicó bellas frases a los que consideraba como: «nuestros hermanos predilectos y, en cierto modo, podría decirse que nuestros hermanos mayores». Este hecho se interpretó por toda la opinión pública internacional, no sólo como una «condena al antisemitismo, sino como una clara intención de reconocer los indisolubles lazos entre judaísmo y cristianismo». Se cuestiona Ginzburg a lo largo de este último artículo —que cierra el volumen— si la expresión «hermanos mayores» alude de forma consciente o inconsciente a Romanos 9,12 —donde Pablo hace alusión a la «sumisión» que el judaísmo debe al cristianismo—, porque, sea entendida de una manera u otra —por razones políticas o paulinas—, «confiere al lapsus [del papa Wojtyla] una dimensión trágica». Reflexión de Ginzburg que acarreó no poco controversia con lo escrito en 1848 por el poeta romántico, Mickiewicz, quien, retomadas sus palabras por Svidercoschi, le reprochaba al mismo Ginzburg no haberse preguntado siquiera « si la inspiración de dicha frase le vino al Papa por otros «caminos que no fueran los paulinos». Aunque nuestro autor apostilla que «también Mickiewicz, obviamente, se refería a la epístola a romanos [...] porque nadie que haya sido siquiera mínimamente rozado por la tradición cristiana puede llamar a los judíos "hermanos mayores" sin aludir, de modo consciente o inconsciente, a Romanos 9,12.

    Perplejidad puede que sea el término que mejor defina al sentimiento que experimenta el receptor tras abordar la lectura de Ojazos de madera, ya que no es posible calificar de pequeño el ejercicio de discernimiento y reflexión que debe realizar quien pretenda acercarse a la presente obra de Carlo Ginzburg. El autor sobrecoge por su intelectualidad y erudición, así como por el despliegue selectivo que lleva a cabo de la memoria culturalista occidental, confiriéndole a su discurso una clara dimensión de universalidad. Una extensa nómina de autores, referentes y hechos es puesta al alcance del lector que —parafraseando en sentido positivo al propio autor— debe estar, cuando se acerque a su lectura, en disposición de poner en juego lo obvio de lo dado junto a un amplio abanico de conocimientos implícitos para poder navegar junto a él de verbo ad verbum.

A. Mª Villena Blanca

 

Susan Hockey, Electronic Texts in the Humanities: Principle and Practice, Oxford University Press, 2000, XII, 216 págs.

    El vertiginoso desarrollo experimentado por las nuevas tecnologías —la informática e Internet sobre todo— ha supuesto la aparición de todo tipo de aplicaciones que han revolucionado el modo de trabajar de investigadores y docentes. Pero la proliferación de programas de todo tipo, incluso en un campo tan específico como el de las Humanidades, hace casi imposible estar al día de las últimas novedades y hacerse una idea cabal del software que existe y para qué sirve.

    Por ello es de agradecer la aparición de un libro como el de Susan Hockey, profesora de Biblioteconomía y Documentación del University College de Londres, que, aunque declara como su primer objetivo el de explicarnos «how computers can help researchers and teachers in the humanities, particularly those who work with text-based material» (pág. V), y analizar las herramientas disponibles en Internet para el trabajo con los textos, el suyo es en realidad un breve pero sistemático status quaestionis sobre las principales aplicaciones y proyectos que hasta la fecha se han llevado a cabo en el terreno de los estudios humanísticos, reflexionando además sobre lo que aún queda por hacer.

    Por esto, uno de los principales méritos del libro es su amplia bibliografía (págs. 172-198), constituida en su mayoría por obras en inglés sobre aplicaciones o proyectos desarrollados en el ámbito anglosajón y sobre la lengua inglesa, sin que falten referencias a grandes proyectos que tienen que ver con el mundo clásico y medieval, o a otros referidos al francés y al italiano.

    En cuanto a su contenido, éste se divide en diez capítulos, de los que ocho están dedicados a presentar programas informáticos y proyectos desarrollados en el ámbito de las Humanidades, desde los inicios de la informática hasta nuestros días; uno, el primero, ofrece las características generales de eso que llamamos «textos electrónicos»; y otro, el último, traza un cuadro general sobre cómo podría ser la edición electrónica en el futuro. A ello hay que unir algunas imágenes (la mayoría, índices de palabras y concordancias procedentes de diversos proyectos humanísticos), una útil lista de abreviaturas, la sección de bibliografía (References) ya mencionada y un Index general de palabras claves sobre los distintos temas tratados.

    En el capítulo 1, Why Electronic Texts? (págs. 1-10) la autora explica que la esencia y principal virtualidad de un texto electrónico es la posibilidad de realizar a partir de ellos distintos tipos de búsqueda y otra serie de operaciones mediante el ordenador. La historia del texto electrónico en las Humanidades se inició en una fecha tan temprana como 1949, de la mano de Roberto Busa, cuando comenzó la elaboración del Index Thomisticus, unas concordancias de las obras de Santo Tomás de Aquino y de otros autores relacionados [1].

    La mayoría de los textos electrónicos que existen en la actualidad están en formato ASCII, pues es el más cómodo para transferir archivos de un ordenador a otro o para «colgarlos» de la Red. De momento el software que existe para trabajar con ellos es poco flexible y admite pocas posibilidades de actuación.

    Por último, la autora pone de relieve la falta de herramientas adecuadas para trabajar y manipular los textos que se publican en Internet, plataforma ideal, sin embargo, para construir grandes repertorios de textos electrónicos por sus facilidades para la publicación y distribución de la información.

    En el capítulo 2, Creating and Acquiring Electronic Texts (págs. 11-23), se aborda el primer paso obligado para trabajar con corpora de textos electrónicos: su creación o adquisición.

    A este respecto, ya hay en Internet un gran volumen de textos electrónicos, pero no resulta fácil localizarlos al no existir un catálogo único de los mismos. Por eso, lo normal es recurrir a un buscador generalista, a una de las guías de recursos existentes, como Voice of the Shuttle, un buen starting-point para las ciencias humanas, o a los catálogos de las bibliotecas, ya en su mayoría accesibles on-line, algunos de los cuales incluyen enlaces a páginas web o información sobre productos en CD-ROM.

    Un vez localizado el texto, este se puede guardar en formato TXT o HTML, sin que ninguno de los dos sea adecuado para procesarlos posteriormente. Por lo que lo mejor es salvarlo como archivo de texto y codificarlo.

    Otro de los problemas de los textos que se obtienen vía Internet es que normalmente no se sabe con certeza ni la procedencia de los mismos ni las normas de transcripción que se han seguido. Por lo que es recomendable comparar dicho texto con una versión impresa.

    Hay ya un cierto número de proyectos para crear colecciones de textos en soporte electrónico, como The Oxford Text Archive (OTA), que de momento incluye unos 2.500 textos (literarios, lingüísticos y de obras de referencia) en veintiséis lenguas distintas, aunque sobre todo en inglés; y otros que han sido diseñados para que los investigadores puedan trabajar con ellos de distintos modos, como el Thesaurus Linguae Graecae (TLG), que se inició en 1971 en la universidad californiana de Irvine y que pretende crear un banco de textos del griego antiguo, de textos literarios, desde Homero hasta el año 600 d. C., o la también muy conocida colección de textos clásicos latinos del Packard Humanities Institute (PHI).

    Si el texto que nos interesa aún no está digitalizado, siempre tenemos la opción de escanearlo y convertirlo en material electrónico con un OCR (Optical Character Recognition), sometiéndolo luego a varias revisiones para evitar erratas. Para Hockey, esta alternativa es factible con textos que no sean muy largos y cuya calidad de impresión sea buena (quedan por tanto excluidos textos anteriores a finales del siglo XIX o procedentes de periódicos). Uno de los programas de OCR que más éxito han tenido en las Humanidades es el Kurzweil Data Entry Machine.

    Una última alternativa al OCR es introducir el texto manualmente a través del teclado: «the best solution in most cases», según Hockey.

    Una vez adquirido el texto, en muchos proyectos, el siguiente paso es codificarlo (capítulo 3, Text Encoding, págs. 24-48). La codificación se lleva a cabo incluyendo en el texto, junto a cada palabra, una serie de «etiquetas» (que en inglés se denominan markups o tags) que definan las características de la palabra (fonéticas, morfosintácticas, léxicas, etc.), según el estudio que se pretenda hacer. Son estas etiquetas las que después un determinado programa utilizará para extraer cierta información del texto.

    El uso de etiquetas o «marcas» para codificar textos es casi tan antigua como la informática. Desde el principio se han usado dos tipos fundamentales: el marcado tipográfico, que denota rasgos como si la letra va en cursiva o en negrita, si el texto va centrado o justificado, el tamaño de la letra, etc., y la codificación estructural, que sirve para indicar por ejemplo los capítulos, los números de página o de línea, los actos y escenas, etc.

    Como para hacer análisis lingüísticos y literarios el marcado tipográfico no es el más recomendable, se diseñaron hace ya varias décadas unos esquemas de etiquetas para localizar elementos dentro de un texto. Entre los más conocidos cabe citar el COCOA (Word Count and Concordance Generator for Atlas) y el TACT (Textual Analysis Computing Tools), cuyas características Hockey explica con cierto detenimiento.

    Un problema particular de los textos humanísticos es la presencia de un cierto volumen de caracteres de alfabetos no latinos. Esto se suele solucionar codificándolos mediante transliteración. Buenos ejemplos de este procedimiento es el beta code, diseñado para el griego antiguo por el TLG, y el Unicode, con capacidad para codificar unos 65.000 caracteres diferentes.

    Pero de entre los diferentes lenguajes de etiquetado existentes ninguno es tan potente como el SGML (Standard Generalized Markup Language), que en esencia es una sintaxis que permite definir las etiquetas que vamos a utilizar para codificar un texto determinado. Estas etiquetas específicas —sus nombres y posibles atributos— se recogen en un DTD (algo así como Definición del Tipo de Documento). Actualmente ya existe una aplicación para usar el SGML expresamente con textos humanísticos, el TEI (Text Encoding Initiative), que permite al usuario escoger entre unas 400 etiquetas.

    Nuevos y prometedores lenguajes de etiquetado han aparecido recientemente, entre ellos el XML (Extensible Markup Language), una derivación del SGML, que presenta la ventaja de que se puede usar directamente en la Web, como el HTML (Hypertext Markup Language), el actual estándar en Internet.

    En el capítulo 4, Concordance and Text Retrieval Programs (págs. 49-65), se analizan algunas de las herramientas más básicas y populares para el trabajo con los textos electrónicos, los programas para hacer concordancias e índices de palabras.

    La función más básica de un programa de concordancias es generar una lista de frecuencias en la que cada palabra aparece acompañada de un número que indica el número de ocurrencias que presenta en un texto. Por su parte, un índice de palabras consiste en una lista de términos acompañados de una referencia que indica el lugar en que ese término aparece en un texto. Finalmente, una concordancia muestra cada una de las ocurrencias de una palabra rodeada por un pequeño contexto junto con una referencia que indica el lugar en que aparece. Este tipo de programas, además, debe poseer la suficiente flexibilidad como para permitir búsquedas de muy diverso tipo: por ejemplo, buscar palabras utilizando el carácter asterisco (*), o permitir, en las concordancias, que se puedan buscar grupos de palabras e incluso frases.

    Como explica la autora, para generar automáticamente las listas de palabras hay que tener en cuenta el tratamiento de ciertas formas problemáticas como palabras con apóstrofe, las que lleven guión y las que presenten ciertos tipos de acentos.

    Menos conocidas del gran público son las aplicaciones empleadas para el análisis literario de textos, que se analizan en el capítulo 5, Literary Analysis (págs. 66-84). En general, el uso del ordenador en este tipo de análisis proporciona una visión de conjunto de la obra analizada y es especialmente útil en los trabajos de comparación entre varias obras. Asimismo, lo normal es que esta metodología sirva para apoyar otros métodos analíticos. Entre sus aplicaciones concretas están los estudios estilísticos, el empleo que hace un autor de ciertos tipos de metáforas y temas, el estudio de lenguas o textos aún no descifrados, el estudio de los sonidos y metros en la poesía [2] o el de la estructura de una obra dramática.

    El capítulo 6, Linguistic Analysis (págs. 85-103), se centra en lo que se puede hacer con un simple programa de concordancias a partir de un corpus lingüístico.

    Quizás entre las aplicaciones más efectivas están las de tipo docente, por ejemplo, para el estudio de los verbos frasales en inglés ayudaría mucho disponer de unas concordancias que mostraran el contexto derecho de cada una de las ocurrencias de este tipo de verbos. Asimismo, las lematizaciones son muy útiles en los estudios relacionados con las lenguas flexivas.

    Una de las aplicaciones más curiosas del ordenador a los estudios lingüísticos y literarios tiene que ver con la estilometría y los trabajos para resolver cuestiones de autoría de una obra, que se estudian en el capítulo 7 (Stylometry and Attribution Studies, págs. 104-123).

    Un análisis cuantitativo y estadístico de determinados tipos de palabras pueden servir para dar una visión de conjunto de una obra o conjunto de obras y pueden proporcionar evidencias concretas para apoyar ciertas hipótesis sobre el material objeto de análisis. En este sentido pueden ser especialmente útiles el análisis estadístico de palabras comunes (artículos, preposiciones, adverbios, pronombres demostrativos, etc.), pues son relativamente independientes del tema del que se trate y permiten hacer comparaciones útiles a partir de una cantidad de texto relativamente pequeña. Esta metodología es la que ha usado en parte A. Q. Morton en su estudio sobre la autoría de las epístolas paulinas [3].

    Pero, como advierte la autora, nunca se debe atribuir valor absoluto a las conclusiones sacadas del análisis cuantitativo de un texto literario. Estas deben apoyarse en otras evidencias externas. Además, un análisis de este tipo será más completo cuantos más elementos tome en consideración. De ahí que en los últimos años predominen los análisis que no se basan en unas pocas palabras comunes, sino los denominados «multivariables», que proporcionan una visión de conjunto mucho más amplia.

    Muy prometedoras parecen ser dos nuevas metodologías iniciadas en los años 90 del siglo pasado, la denominada neural network (red neuronal) y la denominada cusums (cumulative sum charts).

    La primera consiste en el tratamiento de una serie de elementos que entran en el sistema a partir de otros elementos o datos, de forma que se constituye una auténtica red de discriminadores estilísticos (págs. 121-122). El cusums o qsum consiste en comparar dos rasgos, uno de ellos es la longitud de la frase, el otro el número de palabras de dos o tres letras dentro de cada frase, o el número de palabras que comienzan por vocal en cada frase.

    En el capítulo 8, Textual Criticism and Electronic Editions (págs. 124-145), analiza Hockey de qué forma la informática puede ayudar a la realización de la edición crítica de un texto electrónico. En este sentido, la mayoría de las aplicaciones desarrolladas se han centrado en una de las fases del proceso de elaboración de la edición crítica, la de la colación. A esto responden programas como TuStep (Tübingen System of Text Processing Programs) y Collate de P. M. W. Robinson, este último para entorno Macintosh, aun cuando el primero, uno de los más empleados, es una auténtica suite de programas, del que el de colación no es más que un módulo. También se han desarrollado aplicaciones para hacer los stemma codicum de una tradición manuscrita, e incluso modelos matemáticos pueden ayudar a establecer las relaciones entre manuscritos no basados en stemmata. Sin olvidar que herramientas básicas como un generador de concordancias pueden ayudar al editor a decidirse entre distintas variantes, conociendo en qué contextos suelen aparecer cada una de ellas.

    Pero la informática no ayuda sólo a hacer las ediciones críticas de textos que luego se publicarán en soporte papel, sino que cada vez son más los editores que se deciden a aprovechar las ventajas del soporte electrónico para hacer ediciones críticas electrónicas. Son muchas las ideas y propuestas en este sentido surgidas en los últimos años. Para los interesados no estaría de más que consultaran las recomendaciones hechas por el MLA (Modern Language Association of America) y recogidas en su Guidelines for Electronic Scholarly Editions, que se publicó en 1997. El problema es que algunas de las aplicaciones que recomiendan aún no están ni siquiera inventadas.

    La última gran aplicación de la informática a las Humanidades son los diccionarios electrónicos, a lo cual dedica Hockey el capítulo 9, Dictionaries and Lexical Databases (páginas 146-164), donde se traza la historia del uso del ordenador con este tipo de obras a través de algunos de sus proyectos más significativos.

    Al principio, los promotores de proyectos lexicográficos usaban el ordenador simplemente como grandes ficheros de datos. En otros casos se han usado concordancias de determinados corpora textuales, como base para grandes diccionarios, que permiten conocer el uso de cada entrada en esas recopilaciones de textos. Es el caso del Collins Cobuild English Language Dictionary, para cuya segunda edición, publicada en 1995, se utilizó el Banco del Inglés, que por entonces había alcanzado los 200 millones de palabras, incluyendo 15 millones de palabras de la lengua hablada.

    Una problemática particular presentan los diccionarios históricos, proyectos que se pueden extender mucho en el tiempo y que se enfrentan con el problema de tener que cambiar de software base a lo largo del mismo, para lo cual lo mejor sería pensar en un lenguaje de etiquetado como el SGML.

    El soporte electrónico ha permitido ampliar el uso común que siempre se ha dado a un diccionario. Por lo pronto, en un diccionario electrónico es posible buscar palabras en todo el texto y no sólo por la entrada de cada artículo. Asimismo, Perseus Project es un buen ejemplo de cómo implementar en una misma plataforma textos, diccionarios y otros tipos de herramientas para la consulta y análisis de los textos. Aquí se han vinculado cada uno de los términos de los textos griegos y latinos ofrecidos con la versión electrónica del Liddell-Scott para el griego y el Lewis & Short para el latín, de forma que al hacer clic en una palabra cualquiera obtenemos amplia información sobre la misma: su significado, sus rasgos morfológicos, su índice de frecuencia en el autor en cuestión y en todo el corpus de textos.

    Finalmente, otra línea posible de aplicación de las herramientas léxicas es que éstas ayudaran a los ordenadores a trabajar con los textos. En este sentido se han desarrollado proyectos como el del Istituto di Linguistica Computazionale (ILC) de Pisa, que viene trabajando en un léxico computacional del italiano desde 1970, o propuestas para incluir dentro de un sistema de búsqueda de texto un thesaurus.

    Lo que sí está claro es que en el soporte electrónico la función tradicional del diccionario está siendo ampliamente superada. Ya se camina más bien hacia propuestas como la de Calzolari [4] para crear auténticas estaciones de trabajo lingüístico con bases de datos léxicas monolingües y bilingües, bases de datos textuales y un corpus de referencia con programas de análisis morfológico, otro de análisis sintáctico y otro para el tratamiento semántico.

    En fin, visto el camino recorrido, en el capítulo 10, Where Next? (págs. 165-171), la profesora Hockey se aventura a pronosticar cómo podría ser el futuro —no tan lejano— de la edición electrónica:

    1. El marco en el que se ha de desenvolver el estudioso de las Humanidades es Internet, con conexiones de alta velocidad, con bibliotecas electrónicas de material primario y secundario, a partir del cual el usuario pudiera llevar a cabo toda clase de búsquedas.

    2. El usuario podrá descargar los textos y manipularlos en su ordenador o en su servidor mediante un software adecuado.

    3. En este hipotético futuro el libro no habrá desaparecido y seguirá usándose como siempre se ha hecho. No olvidemos que es más fácil leer sobre una hoja de papel impreso que sobre una pantalla de ordenador o de cualquier otro dispositivo electrónico. En este panorama el texto electrónico será un elemento complementario al libro en papel, que se empleará para aquello que sobre este último es más difícil o imposible hacer (búsquedas, listas de palabras o análisis lingüísticos).

    4. Se podrán crear etiquetas en los lenguajes SGML o XML desde un procesador de textos común, sin tener que recurrir a editores específicos.

    5. El otro gran reto está en las herramientas de software para el trabajo con los textos. Éstas han de ser a la vez complejas, pero fáciles de usar para el que se inicia en su manejo. Sería muy aconsejable que en su diseño intervinieran los propios usuarios, como ya se hizo en su momento con el OCP (Oxford Concordance Program) y el lenguaje TACT.

    6. Cualquier proyecto de trabajo con textos electrónicos, si quiere llegar a buen fin, debería integrar a todos los niveles al experto en computación con el investigador en humanidades.

    7. Finalmente, una cuestión importante es cómo enseñar el manejo de las herramientas informáticas a los futuros profesores e investigadores. De momento ésta se está llevando a cabo dentro de programas de doctorado o para posgraduados, o como parte de un master. Y como son raros los humanistas con amplios conocimientos de informática, quizás el mejor camino para la formación sea, según Hockey, organizar encuentros, a través de escuelas de verano, en los que investigadores, estudiantes, bibliotecarios y expertos en computación puedan compartir sus conocimientos, habilidades y experiencias.

    En fin, consideramos plenamente cumplidos los objetivos que llevaron a la profesora Hockey a escribir este libro. A ello han contribuido en gran medida su propio sentido didáctico, la claridad en la exposición de las ideas, el haber evitado abusar innecesariamente de la jerga informática, por lo que es fácil de seguir incluso para aquellos que no tengan grandes conocimientos de la misma. Por todo ello recomendamos encarecidamente su lectura.

 

NOTAS:

[1] Esta obra se publicó en CD-ROM en 1996 bajo el título de Thomae Aquinatis opera omnia CD-ROM, por la italiana Editoria Elettronica Editel.

[2] En este sentido, han tenido mucho éxito los trabajos de escansión automática de hexámetros griegos y latinos.

[3] A. Q. Morton, The Authorship of the Pauline Epistles: A Scientific Solution, Universidad de Saskatchewan, 1965.

[4] N. Calzolari, «Lexical Databases and Textual Corpora: Perspectives of Integration for a Lexical Knowledge Base», en U. Zernik (ed.), Lexical Acquisition: Exploiting On-Line Resources to Build a Lexicon, Hillsdale, NJ, 191-208, págs. 204-205.

C. Macías