EL NORTE DE LOS ESTADOS COMO DIÁLOGO:

LA CATEQUESIS, FUNCIÓN PRIMARIA DEL GÉNERO (*)

Asunción Rallo Gruss

Universidad de Málaga

   

    El Norte de los Estados de Osuna, Sevilla, 1531[1], comparte con la mayoría de las obras dialogadas del siglo XVI una casi total desatención y olvido. Los escasos estudios y acercamientos a esta obra han sido motivados bien por un deseo de conocimiento general del autor, en el contexto de la literatura religiosa, bien por el propio tema, en una lectura «ideológica» del tratamiento del matrimonio. Lo primero solo ha conducido a descripciones sucintas y no interpretativas,  lo segundo a una utilización aleatoria y desajustada. Así los estudios actuales sobre el tema de la mujer citan, a menudo de manera indirecta, pasajes del Norte de los Estados, para sostener tesis, confrontar posturas o corroborar supuestas situaciones históricas, sin reparar en dos principios fundamentales: el carácter del libro, que no es desde luego un documento, y la fecha de su escritura, colocándole al lado de tratados del siglo XVII, con lo que los resultados suelen ser anacrónicos e inválidos [2].

    Siendo una de las primeras obras escritas en España en forma dialogada tan solo ha sido tenida en cuenta en los estudios sobre el diálogo por J. Perreras, quien la utiliza con exactitud para su interés, una lectura ideológica del género, pero descuida su forma, fuera de su propósito [3]. Sin embargo, y a pesar de la apariencia de diálogo simple (entre un maestro y un discípulo), elegida la forma por sus posibilidades didácticas, un análisis pormenorizado depara no sólo cuestiones complejas que afectan a la propia constitución del género (como la función del «caso» del discípulo, el montaje en sesiones, etc.), sino también peculiaridades específicas, como la existencia de personajes no dialogantes cuya presencia es básica en la obra. Desde esas constataciones mi propósito es ofrecer las características de la obra, para su propia definición, y para su ubicación en el conjunto del género. Prescindo de la interpretación ideológica que también depararía sustanciosos resultados, en confrontación con obras coetáneas aunque no fueran dialogadas, como el Oficio de maridos de Luis Vives, el Relox de Príncipes de Guevara, etc. [4].

     Al escritor Francisco de Osuna le gusta dotar a sus obras de una organización clara y sistemática: el principio de composición debe ser manifiesto; así la elección de los Abecedarios que nos ofrecen un sistema riguroso, todo ello como cauces donde realizar una posible entrada fácil y un desarrollo homologado de la extensa y dificultosa doctrina religiosa. La elección del diálogo como forma para verter consejos de conducta a los laicos se comprende como justificada y bien meditada. No sólo por sus posibilidades de alcance didáctico, en un mantenimiento de la calidad de la escritura («El que leyere este libro no piense que tuve en el menos intento de santidad que en los otros tan espirituales que no se dan a todos» [5]), sino también como molde organizativo, que permite paso a paso, con orden preestablecido, y con adecuada progresión, distribuir la materia en sesiones, en sustitución de capítulos, y referirla a situaciones distintas y concretas:

    Los otros libros que hablan desto me parescieron faltos: porque no  descienden a cosas particulares ni son tan caseros como el matrimonio requiere, del qual fue mi principal intento de hablar en este libro: por ser estado mas universal aunque después me alargue a hablar del estado que tiene el mancebo cristiano (ed. cit., fols. 6-6vto.)

     La novedad de la obra se propone, pues, no tanto por el tema, ya que debían circular los trataditos de Erasmo y Vives, así como las obras medievales de las que se valió el propio Osuna [6], cuanto por la forma, que ofrece un acercamiento al lector, una proyección directa a su caso, una concreción, en último término, de carácter ensayístico en la que el diálogo encaja perfectamente: crear  la ocasión y aplicar la materia a unas circunstancias personales, pero de significado general:

    En este libro hallaran los casados españoles toda la doctrina que pertenesce a la corregida forma de vivir que se guarda en España: donde no quise poner cosa que fuese de otra nasción ni secta alguna sino el grano que a nos pertenesce: y las cosas a que son tenidos los buenos casados; y el remedio de todos los principales desastres que acaescen al matrimonio (ed. cit., fol. 6).

     Es ante todo un libro doctrinal, las reglas de los laicos, ofertado como  manual de consulta, en el que la forma dialogada permite reproducir una situación de confidencia, de confesión con resoluciones y consejos para los  avatares («estados») de la vida del cristiano español y contemporáneos; su sentido confesional doctrinario explica la conformación de diálogo entre maestro (autor) y discípulo (Villaseñor) en papeles ya fijados.

    Dedicado a los casados («anduve a buscar entre mi unos muy buenos casados a quien lo intitular: porque el libro de matrimonio no se deve dirigir si no a casados», fol 5vto), resuelve con los mínimos elementos la conformación dialogada: él mismo como «El auctor» y un interlocutor («Villaseñor») «que es mi discípulo: en quien enseño a todos los otros casados que deste libro se quisieren servir», proponiendo «todas las menudencias que tocan a él y a sus hijos: y a su muger: y con todas las dudas que se les offrescen» (fol. 6). En principio esta dinámica parece la apropiada aun diálogo pedagógico, que J. Ferreras denomina «cerrado» por su aparente discusión [7], imitando en realidad el proceso catequístico. La ilustración colocada al comienzo de la obra en la que «El Pª Osuna» toca con su mano la cabeza de un «Villaseñor» arrodillado en actitud de orar, es sumamente significativa. Esta alusión a una dialéctica estática se corrobora en la anulación de la teatralización que conlleva la forma dialogada, dejando todo el peso de su funcionamiento casi exclusivamente a la palabra: ni la acción ni el espacio son relevantes [8].

    No existen los marcos del diálogo ciceroniano, ni tampoco las alusiones al encuentro, al lugar de reunión o movimiento de los personajes (disposición gestual) propios del platónico y del lucianesco. El lugar se supone como espacio particular de recogimiento, el convento o la celda del auctor [9], sin que haya señalamiento alguno. Sólo una vez se alude a él como «puesto que dexamos concertado» (fol. 176 vto.), aunque este concierto no haya sido dramatizado ni reproducido. Además hay que tener en cuenta los sermones incluidos cuya predicación ha de hacerse en espacio público, y a los que sigue una inmediata visita de Villaseñor. Osuna prefiere, pues, prescindir de la enmarcación local, ofreciendo así doctrina a-tópica, aplicable a cualquier lector en actitud semejante a la de Villaseñor, remitente a lo confesional-catequístico. La atopicidad resalta el valor de la palabra que sustenta (como en la predicación) todo el mensaje: ni colabora como la finca de La Flecha en De los nombres de Cristo, ni caracteriza al modo conversacional como el infierno del Diálogo de Mercurio y Carón.

    Del mismo modo, de la teatralización sólo se conservan los indicadores de tiempo, para repartición de sesiones y apertura de nuevas situaciones, mientras que se soslaya toda referencia a una acción. Sólo en alguna salutación hay levísima alusión a la apariencia de Villaseñor («Como vienes, hermano, as por ventura vencido a tu invisible enemigo?», fol 69), o en algún pasaje éste alude a su venida («Aunque apenas me e podido escapar de las fiestas, empero offresciome dios tan sancta oportunidad que pocos saben que soy venido acá: y pues ya vine querría llevar algún aviso», fol. 6l). Sin embargo estos rasgos son escasísimos y su función no es desde luego la de manifestar la conversación como acto, sino la de posibilitar una nueva situación factual; es decir son resortes exclusivos del proceso secuencial.

    Esta atopicidad y estatismo hacen que la dinámica del diálogo se sustente casi con exclusividad en la interrelación de los dialogantes. El diálogo se sostiene sobre las premisas fundamentales que determinan (generan) esa relación (o encuentro buscado). Las visitas de Villaseñor se justifican por la necesidad que hay de saber para actuar correctamente, lo que desencadena la actitud interrogativa del discípulo («Ca de admiración començo el saber: y toda admiración tiene en si incluyda virtualmente alguna pregunta», fol 9), y la búsqueda de un consejero. Si las preguntas son signos del despertar del ingenio («y las agudas y buenas preguntas allende de nunca ser sin razón: suelen despertar los ingenios», fol. 9), el deseo de respuestas y el encuentro suponen el entablamiento mismo del aprendizaje:

    (Villaseñor) Según los desvariados acaescimientos que la mudable y  enbidiosa fortuna offresce a los ombres: lo primero que devrian buscar es un amigo a quien todos manifiestamente los descubriessen: porque no menos descansa ombre en declarar a su amigo su pena: que al buen curujano su llaga (fol. 63vto.).

    El amigo en la forma dialogal se conforma como maestro asumiendo de  manera simultánea esa función de confidente y consejero: «Dende agora padre mio le suplico que me declare lo que a mi edad pertenesce saber» (fol. 8vto).

    Las bases de este diálogo no se desprenden de la curiosidad despertada por un encuentro fortuito (Viaje de Turquía), ni por una situación inexplicable cercana a lo fantástico (El Crótalon), sino de la previa asunción de los dialogantes de su respectiva función de aprender y adoctrinar. Por ello esta obra se conforma como diálogo voluntario y previamente pactado, de sesiones creadas por el discípulo cada vez que necesita consejo, lo cual implica entre ambos sólo un desnivel doctrinal [10]. La relación de parentesco entre el autor y Villaseñor supone un primer lazo para el establecimiento de la comunicación, pero son los presupuestos comunes los que posibilitan ésta en última instancia [11]: Villaseñor es cristiano no «mundano», y su formación se demuestra a lo largo de sus intervenciones, hasta tal punto que a menudo su parlamento resulta idéntico al del maestro, produciéndose el efecto de cortes ficticios y superficiales en el desarrollo dialogal [12]. La nivelación de maestro-discípulo implica (y deriva de) la falta de controversia: no existen contraposición de pareceres e ideas, ni tan siquiera complementarias: la dialéctica se resume en el adoctrinamiento, en el trasvase de conocimientos del maestro al discípulo, que es en cierta manera una réplica de él, con una salvedad que les distingue y les opone (posibilitando la dialéctica): que el autor es religioso y Villaseñor laico, de tal modo que el primero ofrece normas de conducta para un tipo de vida («estado») que no es el suyo sino el del discípulo: «y aun que deste estado nunca tuve esperiencia, ninguna cosa de la que a él toca dexare por dezir favoresciendome con la información de los que tuvieron la esperiencia delo que yo no alcance» (fol. 6).

     El maestro como guía ha de ser superior en conocimiento, en edad y en doctrina; el discípulo su criatura, en tanto que ejemplo propuesto. De ahí el desdoblamiento funcional, que explica la nivelación en algunos pasajes, la distancia en otros. En la confianza que soporta la comunicación («Porque señor y padre mio le obliga la caridad encendida: y el deudo muy cercano: y la inclinación tan exercitada de encaminar los umildes: con entera confiança comienço a le abrir mi coraçon», fol 7vto), la similitud de pareceres deviene coherencia doctrinal, y el aprendizaje distanciamiento catequístico entre un maestro «pasciente y sabio» (fol. 7vto) y un discípulo acaso importuno: «Aunque el importuno discípulo es algunas vezes enojoso a su maestro, despues ninguno es más loado que el más importuno» (fol. 74).

     La finalidad didáctica de la obra, manifiesta desde el propio título (Norte), confiere al maestro unas características ya prefijadas. Parte de esa simpatía hacia el discípulo que le permite asumir su situación para mejor aconsejar sobre ella («Pegado me as tu dolor: no dexo de sentir lo que sientes: en mucho lo tengo que me veniste a dar parte tan presto», fol. 170vto), y se apoya en esa superioridad de saberse requerido, lo que le permite hablar extensamente, consciente de las carencias del discípulo («que cada uno es obligado de necesidad a saber lo que pertenesce a su estado y desta regla no se sacan los casados, ca también son tennidos a se informar en las cosas que tocan al matrimonio», fol. 70). Y hacerlo con libertad para abordar todos los aspectos: «y quando me viere tratar las feas llagas de los malos casados: y hablar en ellas despacio acuérdese que el buen físico aunque vestido de seda quiere mirar el bacin del enfermo para dar remedio a la salud que le desea» fol 6).

    El maestro del Norte de los Estados se presenta como «El auctor», identificándose con el propio Osuna en la ilustración que acompaña al texto, así como en la alusión de Villaseñor a sus otras obras (fol. 76vto) [13]. Como tal viene caracterizado como religioso, de reconocida doctrina, y como persona digna del máximo respeto. Los apelativos que le dirige el discípulo responden a esta configuración, desde variadas fórmulas sobre la consideración de padre («o padre» fols. 18, 64 y 170 vto, «padre mio», fols. 36, 82 y 164, «muy revendo señor y padre», fols. 7 y 37, «muy reverendo padre», fol. 171, «padre de mi anima», fol. 155) hasta una acentuación, indicada por la reiteración, en «vuestra caridad» (fols. 27, 37vto, 68vto, 76vto, 86vto, 99vto, lllvto, l6l, 170, 171vto, 178vto) y «vuestra reverencia» (fols. 8vto, 36vto, 42, 6lvto, 62vto, 64, 69, 82vto, 108, l62, l65vto, 175vto. 177vto).

    El auctor interviene para cumplir su primordial función didáctica desde su completo dominio del tema: la doctrina sobre el matrimonio que ha adquirido de sólidas y fundamentales lecturas se monta en un soporte casi exclusivamente religioso. Él las organiza relacionándolas y distribuyéndolas en torno a cada aspecto temático. Así abundan las citas (Sant Agustín, San Bernardo, Sant Ambrosio, los Evangelios...) no tanto en apoyo de autoridad, como en mostración de un tratado, que como mosaico representa lo más completo y esencial de todo lo dicho. Los parlamentos del autor están sembrados de nombres de escritores y pensadores religiosos con cuyas palabras él contesta: «A esto responde Escoto que los malignos espíritus...» (fols. 64vto) o «Para respuesta desto es menester que oyas primero aquello que dize Sant Agustín...» (fol. l48vto).

     El maestro deviene así en intermediario, entre una doctrina ya revalidada y un discípulo al que debe adecuársela. Su intervención en ella se cifra en reorganizarla, y su participación en la nueva explicitación concede muy escaso lugar a sus propias opiniones, reflexiones o aportaciones, ni siquiera figuradas. Estas apenas se manifiestan en el tímido uso de referencias a personajes clásicos (Ector, fol. 11; Eneas, fols. 14 y 48; Alejandro, fol. 38), y héroes medievales (Roldan, El Cid, fol. 1 Ivto), a autores laicos (Petrarca, fol 84, Marqués de Villena, fol. l65vto); así como en el uso de refranes («que veré presto cumplido en ti aquel refran que dice: casar y assesar», fol. 45vto, o «mire siquiera el refrán común que dize: antes que te cases: mira que hazes», fol 46); imágenes (comparación del mal casado con el toro, fols. 10-l0vto; de la educación de los hijos con el trabajo del hortelano, fol 113; del discípulo con los pajes que «so color de yr a caça van a requerir los lazos agenos», fol l42vto). Especial inflexión producen los relatos por su primaria función didáctica en significación comparativa (el del caminante, fols. 152-152vto; el de la endemoniado, fol. l68; el del médico, fol l64 vto), de acercamiento a un conocimiento más cotidiano y reconocible para el discípulo. Pero sobre todo por la introducción de la voz directa del auctor, que ofrece entonces lo que él oyó, vio o le contaron. Son pocos, y por lo mismo de sumo interés para la contextualización de la doctrina general y ajena, y para el «retrato» referencial del auctor que está detrás del maestro dialogante. Por las anécdotas que relata le sabemos amigo del doctor de Oropesa que fue consejero de la reina Isabel (fol. 131vto) lo que le conecta con lo que la reina dijo en una ocasión; o le vemos aconsejando a beatas (fols. 99-99vtos), o recibiendo testimonios de jueces (fol. 153vto). Sin embargo se refieren a un tiempo inmediatamente pasado: el rey don Juan (fol. 139vto), la propia reina.

    «Yo conosci un juez muy temeroso de dios al qual como viniesse a  quexarse...» «Hablando una vez con el doctor de Oropesa el viejo (...) contome el sobredicho doctor» «Contarte e un caso que fue sentenciado pocos años. . .»  «No seas como la beata que yo tope una vez...», representan las pocas ocasiones en que el maestro apela a su experiencia, prácticamente relegada en este diálogo, en el que no se disimula la procedencia ajena de la materia. Lo propio de Osuna es ofrecerla en forma de diálogo. Investido en el maestro convierte la doctrina en consejo. Por consejero es elegido por Villaseñor, pidiéndole una implicación, derivada de su requerimiento y de su vinculación:

    (Villaseñor) Bien veo que quasi la llave del negocio va en el elegir consejero. Y por esto con razón me a dado este cuydado tormento del qual  vuestra reverencia creo que tomara parte, y aun la mayor parte por bien es: ca en los negocios mas importa el consejo que el consejero: dado que quando todo se junta es de cumplida autoridad» (fol. 7).

    Las largas intervenciones del maestro tienen, pues, justificación en la  demanda del discípulo y se conforman en las matizaciones didácticas: desde una incitación a la acción provechosa a la captación de la voluntad. De este modo el auctor ofrece consejos muy concretos («Lo primero que te as de confessar muy bien. . .», fol. 52vto), formula sentencias, explica la doctrina y busca lo más adecuado en un acercamiento a la verdad («Para que tengas el medio: y no te apartes de la pura verdad: ni sigas tampoco los escrupulosos doctores», fol. 70vto), todo para «que vayas del todo seguro» (fol. 74). Si la función básica viene significada en el consejo, las modalidades de su manifestación implican rasgos que caracterizan al dialogante, que se muestra seguro de sí, riguroso hasta la recriminación cuando conviene («a lo menos aprovecharse esta monición para que con más tiento procede ombre en este negocio. . .», fol. 46); pero también compasivo y atento a su discípulo («Hartos alcançan remedio de tu angustia», fol. 64vto; «si con desligar yo mi anima de mis propias carnes pudiesse remediar tu pena», fol. 63vto). Funcionalmente estos dos polos de la comunicación devienen soportes estereotipados del diálogo.

     El maestro debe organizar el discurso contestando al discípulo, recogiendo sus opiniones o negándolas («Pues entiende bien la verdad que prometiste., fol. llvto; «Bien as preguntado: empero mejor as de escuchar», fol. 76vto; «De trabajo me quitas. . .», fol. 65vto). Debe recortar y alargar de acuerdo con la conveniencia del receptor que tiene delante [14], y la dificultad de la propia materia («cosa difficultosa es dezirte por quantas vias pueden. . .», fol. 73; «Porque desto hablaremos adelante», fol 83; «La respuesta tiene tres partes...», fol 108; «antes que se declare es de saber. . .», fol. 115vto; «Para responder brevemente a esto: y mejor entender las cosas pasadas. . .», fol. 80; «Para dar nombre a tu estado es bien hazer primero differencia. . .., fol. 12vto; «No me quiero dilatar en contar por estenso. . .», fol. l0vto).

    En ese receptor, el maestro generaliza al lector. Villaseñor se configura doblemente en el rol de interlocutor inmediato del auctor y en lector para el cual generaliza Osuna. En cuanto a lo primero, Villaseñor se presenta con los mínimos rasgos, no llegando a constituirse en auténtico personaje, al modo general de los diálogos renacentistas. Villaseñor es un sobrino del auctor, al que trata como hermano (fol. 69), pero sobre todo como amado, «carissimo hijo» (fols. 9 y 12vtos), con escasísimos apelativos y un uso continuado de la segunda persona, tanto en singular como en plural, lo que borra los límites entre Villaseñor y el lector en su coincidencia de destinatarios de la doctrina y los consejos: «Villaseñor en persona de todo mancebo cristiano demanda consejo en la disposición y orden de su vida al auctor de la presente obra» (fol. 7).

    Una sola referencia a su educación le configura simplemente como discípulo no mundano, capacitado y preparado para aprovechar las enseñanzas del auctor:

     El veemente estudio que estos mis tiernos años an podido suffrir: y otras  ocupaciones convenibles a mi edad: y el cuidado con que sobre mi an velado  mis padres y mi maestro: y la buena compañía que e tenido no me an dexado soltar la rienda a las vanidades que agora florescen entre los hijos del siglo (fol. 7vto).

     Los demás rasgos vienen definidos por su función dialogal, desde la  actitud implorante de la ilustración a la expresión de su disposición abierta al consejo («yo en ninguna cosa esto determinado. . . vuestra reverencia me determine: su consejo sea le viento, pspo que las velas de mi coraçon están  tendidas con me offrescer en sus manos: ninguna contradiccion hallara en mi: ni ancora de rebeldía: si no disposición y deseeo de saber todo lo que al estado que agora tengo pertenesce: por que soy como el marinero en medio del mar donde perdida la carta de marear no sabe donde se vaya porque ignora lo que le podra suceder si tira por un aparte o por otra» (fol. 8vto).

    Su propósito es dejarse conducir. Apelando a la comprensión del maestro para sus carencias y en sus distintos estados [15], e incluso en sus equivocaciones, se ofrece como introductor de dudas, preguntas y explicaciones. Su función de demandante, primordial en el discípulo, se fundamenta en una intención virtuosa de su condición de cristiano («Entre las mercedes que el soberano padre celestial me a hecho tengo esta en mas estima: y es que ninguna cosa busque ni quiera mi coraçon si no por el», fol. 8), lo que evitará que la lengua del maestro «sea estéril» (fol. 9), y se estimule en un deseo de saber para bien obrar. Villaseñor puede preguntar porque por «las letras que e aprendido» (fol 17) parte de unos conocimientos que le permiten corroborar lo expuesto por el auctor, razonar sobre ello, sacar consecuencias [16], sintetizarlo, todo como previo paso para una nueva cuestión. De este modo las demandas de Villaseñor se constituyen en principio organizativo: ordenación y distribución de la materia. Se desarrolla así el diálogo en colaboración sin que sean necesarias marcas estrictas para la diferenciación de roles. Villaseñor añade, continuando con lo expuesto por el auctor, matizaciones y amplificaciones, y utiliza citas, imágenes y anécdotas con la misma eficacia que aquel [17]. Las intervenciones de Villaseñor suponen un complemento, y un resorte para la continuación de la exposición. La doctrina se aligera al parcelarse, se adecúa mejor a su efectividad al estar ordenada infiere, y el lector, identificándose con Villaseñor, es guiado por él.

     Adaptando una aparente perspectiva personal («porque me va mucho en curar la llaga con que el demonio me tiene herido...», fol 68 vto), Villaseñor asume todas las posibles preguntas y dudas del lector potencial. Y así no sólo amplía la importancia del tema refiriéndose a los que como él necesitan saberlo («todos los casados», fols. 77, 108vto, 170; «muchos desposados», fol. 150; «nosotros», fol. 151), porque «este consejo, padre mio, para todos es: plugiesse en dios que con mucha fe lo usassen todos los cristianos», fol. 164), sino que fundamenta la forma dialogada de la obra y da posibilidad también a la inclusión de sermones, leídos en actos públicos, sin que haya demasiada brusquedad en el tránsito del interlocutor único al receptor colectivo:

     Va el libro por manera de pregunta y respuesta para mayor explicación  de lo que se dize: y el que leyere el libro a de pensar si quiere gozar mas de lo que se dize que pregunta el y responde quien sabrá dar razon de lo que demanda: si aquellos casos no uviesen passado por el: huelgue de saber las respuestas dellos para quando le acaescieren o para dezir a otros (fols. 5vto-6).

    Desde luego que ese receptor virtual ha de tener al menos las mismas  condiciones que Villaseñor; buen cristiano, no mundano, actitud receptiva... Las respuestas dependen del demandante: si existen para el auctor distintos enfoques según el receptor, la línea que se elige en el Norte de los Estados determina un tipo semejante al de Villaseñor:

    Empero a una mesma pregunta acaesce dar diversas respuestas como se puede ver en el caso presente: donde si lo que me preguntas me pidiera uno de los mundanos de otra manera te respondiera (fols. 9-9vto).

    Como indica J. Perreras no hay que olvidar que en primera instancia, como modelo, se sitúa Diego López Pacheco, duque de Escalona, Marqués de Villena, al que dirige la obra, en ocasión de sus bodas, en cuanto cabeza de familia, dueño de la casa, etc. [18]. Vertientes, todas ellas, que encarna simbólicamente Villaseñor.

    El «dar aviso para conoscer» (fol. 72vto) se adecúa y se justifica en el discípulo del diálogo. Este aúna las actitudes del confesante, en su vínculo con el maestro, y la amplitud del simple aprendiz, en su identificación con el lector, posibilitando al auctor la conversión de la doctrina en consejo, en la vertiente práctica de la lección espirtual, a semejanza de un sermón individualizado y de alcance general:

    No pienses que as pedido poco preguntando el concierto y composición de tu vida: mayormente si te guias y riges por el estado del matrimonio que es el mas variable de todos. Este camino muchos senderos tiene: do se pierden los ombres; y los que lo an andado cuentan los peligros del: y no navegan todos con un viento: ni rige a todos un norte: en mas aventura se ponen los que se casan que los que navegan: porque los menos navios se pierden y los mas casados están aborridos y descontentos (fols. 9vto-10).

     De ahí que no disuene la inclusión de textos en el diálogo: tres sermones (sermón de las bodas, sermón contra los adulterios, sermón de la casada difunta) y dos reglas (la regla de las vírgenes y la regla de los buenos casados). La reproducción de los sermones amplía el receptor personal (Villaseñor) a todos los posibles interesados, justificándose por parte del propio discípulo, que es el que solicita en las tres ocasiones la predicación del auctor: «lo que al presente le suplico porque mi bien sea cumplido es que el domingo predique a mis bodas... y para que el pueblo sepa la excelencia deste sacramento», fol. 53; «Y pienso que si le oyese predicar un sermón en que reprovasse mucho los desleales: y condenasse mucho el adulterio: descansaría ni anima... Pues yo voy a combidar todos los de mi orden que vengan a oyr el domingo lo que mas les conviene saber., fol,. 99vto; «Lo que suplico a vuestra caridad es que pues predico quando dios nos junto en las bodas: predique agora quando nos aparta la sepoltura», fol. 171vto). En las tres ocasiones el auctor accede a predicar por la utilidad (generalidad) de la cuestión, «pues que los predicadores ya no se detienen en  lo reprehender ni curan de las cosas tocantes el matrimonio» (fol. 99vto). Las reglas se introducen mediante el artificio del papel que uno de los dialogantes tiene y que se lee para conocer («Tu tienes mucha razón: y en me pedir esto me as dado estremo plazer: que en el seno traygo aquesta regla. . . Toma léela y trasládala en tu anima», fol. 27vto), que anticipa el juego dialógico del papel que Juliano posee, tomado de Marcelo (dialogante maestro) y que sirve de pauta, en su comentario, para el proceso del diálogo, en De los nombres de Cristo [19]. Del mismo modo Villaseñor trae una carta de su mujer, que él lee y el auctor comenta dando pie a la doctrina sobre «el estado del casado ausente» (fols. l45vto-146). Otros pasajes parecen también sermones aunque no tengan estos indicadores externos, como el extenso discurso sobre el «estado de los casados curiosos» (vestirse, acicalarse, etc.), que supone un parlamento de cuatro folios sin cortes, traslado de un texto de S. Cipriano («todo lo que suso es puesto dize el bienaventurado Sant Cipriano», fol 146), y que no está justificado por ninguna demanda del tema.

    Sermones, reglas y epístolas muestran, pues, la implicación del receptor, la valencia general de Villaseñor, investido de lector [20], y revelan asimismo ciertas carencias del personaje, su limitación a esa función de discípulo. Si toda la obra se monta sobre las circunstancias que va atravesando Villaseñor, su «caso» ha de ser complementado con estos textos ajenos en definitiva al interno proceso dialogal. Villaseñor no podía encarnar al adúltero o al «curioso», como sí hacen los personajes de los Coloquios de Erasmo o del propio Luján, para mantener esta dialéctica basada en la imbricación del caso personal y circunstancial del dialogante con el desencadenamiento del consejo-doctrina, que alcanza así su adecuación y efectividad además de su justificación. Osuna lo resuelve con esa introducción de textos, sin que tan siquiera el resorte del «papel leído» suponga un recurso funcional. Tras cada sermón o regla se manifiesta, en forma de agradecimiento, su acogida por parte de Villaseñor, pero queda fuera de cualquier uso dialéctico.

    Son las circunstancias de la vida de Villaseñor las que conforman el «caso» que genera la materia. Éstas vienen definidas como estados, restringidos al de los laicos, aunque existen «tres principales que son religión, clerezia y casamiento» (fol, 9). Estado se refiere a la situación circunstancial del personaje, y de hecho los subtítulos lo constataban («el estado de los casados ligados», «el estado de los castos casados», «el estado de los que no tienen hijos», «el estado del casado ausente», «el estado del casado jugador», «el estado de los casados enfermos», etc). Estado se configura como función dialogal, y como resorte más complejo que la simple situación factual de soltero, casado y viudo. Cuando Osuna se refiere a esta división, en las tres partes del libro, que en definitiva hace girar todo en torno al matrimonio (como un antes, durante y después), lo denomina reglas para mancebos, casado y viudos (fol. 6vto), mientras que estado responde a un compromiso del comportamiento en los distintos avatares del cristiano, una elección de modo de vida que conlleva circunstancias variadas y alternables:

    En este libro trabaje de poner todo lo que pertenesce a los buenos casados: dende que piensan de casarse hasta que se les acaba la vida: y tambien puse todos los desastres que suele acaescer a los casados: y di todos los remedios que pude para ellos (fol. 5vto).

    La forma dialogada permite este montaje sobre estados que encarna un personaje, comprometido, no de los que «estimaron que era juego nuestra vida» (fol, 9). Huyendo de la estricta exposición de reglas aplicables en abstracto, Villaseñor transita por diferentes estados, y se ofrece como suma de casos posibles. De ahí la temporalidad consustancial en esta obra, y ya no solo como proceso dialogal, y la especial significación de un interlocutor-soporte:

    Donde se tratan los estados que tiene un ombre mancebo: y desposado: y casado: y viudo: con todas las menudencias que tocan a el: y a sus hijos: y a su muger: y con todas las dudas que se les offrescen: las quales todas propone este mancebo (fol. 6).

    Villaseñor va colocando sus circunstancias delante del auctor para que éste le vaya aconsejando, apelando incluso al término caso: «Bien creo que el caso presente mio y desta señora es muy semejante...» (fol 38): «Pues tornando a tu caso es de saber» (fol 46). Así van surgiendo los problemas y las dudas en un abanico de posibilidades. El discípulo encarna todas las cuestiones y se constituye en el complejo conjunto de estados. Los acontecimientos exteriores son aportados por él: «Vengole a contar lo que a acaescido» (fol. 15 Ivto). Afectado por ellos sólo recibe consuelo en la consulta al auctor: «Según veo tus palabras muestran el mar de congoja que tu coraçon padesce: y porque no padezca yo mas con dessearlo saber: que tu con sentirlo: te ruego que luego des toda tu pena: y me abras todo tu coraçon» (fol. 63vto); «Cuentame agora tus quejas: y descansara tu coraçon: porque muchas vezes acaesce ser mas lo que nos espanta que lo que nos agravia: y mayor el espanto que el agravio» (fol. 82vto). Villaseñor procura aplicar la enseñanza a su caso, que superado dará lugar a uno nuevo: «Y despues de todo cumplido verne a tomar nuevos consejos de vuestra caridad que me conviene començar nueva vida» (fol. 176vto).

    Se superponen así dos tiempos: el desarrollo dialogal implica en cuanto reproducción de conversación un tiempo interno, no señalado en esta obra; éste se subordina al proceso de variación de las circunstancias vitales de Villaseñor, de tal modo que si comienza siendo mancebo y acaba tras la muerte de la mujer, madre ya de varios hijos, han tenido que transcurrir bastantes años entre principio y fin.

    El transcurso temporal no afecta a los dialogantes, en los que no se muestra envejecimiento ni cambios sustanciales: el maestro permanece idéntico a sí mismo, apegado a su función, y Villaseñor transita por los diversos estado sin llegar a ofrecer una transformación física o psicológica. Como los dialogantes de los Coloquios de Luján no son personajes novelescos, aunque den cuenta de diferentes momentos de su vida, sino soportes de estado (o casos), que presuponen una extensa sucesión temporal, pero no un cambio sustancial, sino restringido a la mera función dialogal: como han de ejemplificar distintas situaciones, han de desdoblarse en «posibilidades» casuales, sin que éstas devengan actitudes caracterizadoras [21]. En los Coloquios matrimoniales de Luján cada estado corresponde a un diálogo (encuentro) independiente. Eulalia y Doroctea se reúnen cuatro veces (preparación del matrimonio, problemas de matrimonio en relación con la esposa, problemas del matrimonio en relación con el marido, embarazo y educación de los hijos), y cada uno es un coloquio con entidad propia. La dependencia es externa y debida a la repetición de los mismos dialogantes.

    En el Norte de los Estados al no existir marcas temporales ni referencias expresas a los encuentros, es decir carecer de la enmarcación teatral, las sesiones aparecen como un continuum con la exclusiva repartición de la materia a tenor de las nuevas situaciones de Villaseñor. Estas solo se indican, a veces, por su manifestación de tener que marchar el discípulo («Yo me quiero luego partir con su bendición», fol. llvto; «Yo me quiero yr que mi muger quedava enferma», fol. l62, también fol. 170), o el recibimiento del autor («Como vienes tan presto cargado de luto», fol 170; «Pues tenemos hijo/hija/o salió falsa nuestra esperança», fol llvto). No parecen saludos sino la escueta referencia al caso: «Que tal queda tu muger: haze buen enfermo o es penosa? obedesce a los médicos? toma bien lo que le mandan? dime la manera suya» (fol l62vto).

    Aún así pueden establecerse distintas sesiones que corresponderían no de manera mecánica a los estados que se van tratando (el que se quiere casar, el casado sin hijos, el casado enfermo, etc.)., Fidel de Ros considera hasta veintinueve sesiones [22], mientras que existen treinta y cinco titulaciones internas de partes. Teniendo en cuenta que algunas de ellas responden a los sermones y reglas el ajuste es casi exacto. Aparentemente cada sesión corresponde a una; posible consulta por parte del lector. Sin señalarse tipográficamente, más que por los títulos, se resuelve así la cualidad de manual, que no exige una lectura completa sino espaciada. El lector debe buscar para cada circunstancia la doctrina apropiada, y los casos de Villaseñor, tratados en sesiones ordenadas, se ofrecen como indicación. El tratado compacto deviene manual de consulta.

    Esa organización en sesiones se basa, así, en un proceso cronológico que se vehicula al desarrollo de la vida de Villaseñor: «De manera que començamos en este libro a hablar del ombre quando es mancebo que se quiere casar: y llevarnoslo por aquel norte: desposandolo: y casandolo: haziendolo biudo: y assi passa hasta la vejez por los estados comunes del mundo: a los quales da este libro doctrina clara y llana, y muy saneada» (fol. 6vto).

    El paso del tiempo no afecta a los roles de los dialogantes, permaneciendo inmutable el auctor, y se mide, como necesidad intrínseca, por las distintas circunstancias que plantea Villaseñor, las cuales se superponen, en sucesión, entre sí. De ese modo tenemos un tiempo externo que marca (y atañe) a Villaseñor: desde mancebo a viudo, con los años de casado sin hijos, y los de padre varias veces; y un tiempo interno, el de cada sesión que excluye los intermedios [23]. A ellos se alude unas veces sí, otras no, como breves o como extensos: «(El auctor) como te as tardado tanto en visitarme que. . . (Villaseñor) Padre mio an me succedido negocios y caminos tan enhilados como cerezas.. .» (fol. 82-82vto); «(Villaseñor) Pensando esta noche en lo que oy avia de oyr... suplico a tu caridad cumpla lo que me prometió la tarde pasada» (fol. llvto); «(El auctor) Que es esto sobrino como vienes oy tan tarde: ayer te fueste a boca de noche y oy vienes a puesta de sol» (fols. 45-45vto); «(Villaseñor) Muchos años me paresce que an passado después que me despedí de vuestra reverencia» (fol. 69), etc.

    Pero no pertenecen al proceso dialogal: son espacios supuestos para la creación del nuevo estado (caso) de Villaseñor, sin reflejo temporal en el desarrollo dialógico. La disonancia entre ese continuum doctrinal y los saltos temporales derivados de cada nueva situación no se encuentra bien resuelta. Al no propiciarse de manera evidente la repartición en sesiones, y al no independizarse éstas como coloquios autóctonos, el reparto temporal resulta obsoleto. 

    Villaseñor ha de tardar en tener hijos («mi muger a salido estéril que no pare: porque siete años a que somos casados y nunca se a empreñado», fol. 82vto) para motivar «el estado del casado sin hijos»; ha de alejarse para dar lugar al del «casado ausente» («(El auctor) Que olvido a sido este: ya pensava que eras traspuesto deste mundo: ni una carta: ni encomienda. . . (Villaseñor) No he querido en tantos años venirle a besar las manos: acordandome de aquel...», fol 108); ha de tener varios hijos para ser casado con mujer que desea afeitarse («Mas como mi muger dio mucho lugar a su tristeza: y tambien como a parido tres vezes y criado ella mesma a sus hijos queda muy desgraciada», fol. 158).

    Estos intervalos son necesarios no solo porque modifican la función ejemplar de Villaseñor, posibilitando la exposición doctrinal completa, sino porque propician uno de los mecanismos de la dialéctica dialogal: cada nueva situación existe porque se ha cumplido la anterior. El aprendizaje en etapas y acomodado a un caso que varía en el tiempo, implica una continua comprobación del efecto de la enseñanza. Los nuevos estados de Villaseñor surgen en cuanto que se han resuelto los anteriores (de mancebo a desposado, de desposado a casado, de casado sin hijos a padre, etc), con lo cual tiene que hacerse manifiesta la efectividad de los consejos, cuyo cumplimiento deviene así presupuesto del siguiente. Esta conformación, que puede también observarse en la obra de Luján, en cuanto que se mantienen los mismos dialogantes para situaciones imbricadas temporalmente, no suponen una transformación de los interlocutores en personajes de trama narrativa, aunque parecen propiciarlos [24].

    Este mecanismo se restringe a la interrelación propia del consejo (didáctica) entre doctrina y acción («(Villaseñor) Yo quiero yr luego a provar todos estos remedios», fol. 151). El discípulo ha de ir mostrando cómo lleva a la práctica la propuesta del maestro para que éste pueda continuar. Estas fases del aprendizaje no son en el Norte de los Estados escalones hacia una plenitud de perfeccionamiento, como en otros diálogos, sino secuencias diversas que completan una vida como suma de posibles estados. Villaseñor no es mejor al final que al principio, no se ha perfeccionado, simplemente ha podido ser buen cristiano en cada circunstancia.

    De este modo se observa cómo la ausencia de controversia y de desnivel efectivo entre maestro-discípulo, genera un proceso dialogal no progresivo: Villaseñor pasa de mancebo a viudo, y los estados resultan sucesivamente inalterables (por la implicación ejemplar de su vida), pero en el aprendizaje no hay avance virtual. Por eso Villaseñor no es un personaje (carácter) sino suma de estados. Su actividad fuera del tiempo interno del diálogo no existe, o está constreñida por aquél: la referencias se limitan al cumplimiento de los consejos (sin manifestar cómo), o a su nueva situación como acontecimiento externo y precipitadamente aludido (ejs. el desposorio, fols. 46vto; el parto, fol. 1 llvto; o la muerte de la mujer, fol. 170).

    Pero no toda la doctrina puede derivarse de los estados de Villaseñor. Al tratarse del matrimonio surgen bastantes cuestiones que afectan a la mujer, muchas de ellas tan directas que casi requieren su presencia. Erasmo, y en su imitación Luján, resuelven el problema convirtiendo a las propias mujeres en interlocutoras: no se rompe la dinámica que hace del caso particular el factor generador del diálogo. Eulalia pide consejo a Doroctea, y ésta la adoctrina de mujer a mujer; incluso cuando el planteamiento afecta al marido, éste se hace dialogante encarnado en Marcelo.

    Osuna mantiene la rígida estructura de maestro-discípulo, y la mujer, sujeto de la problemática, deviene en una función extraña. La esposa de Villaseñor es tan personaje como él mismo, pero permanece externa a las sesiones dialogales: su esterilidad, su embarazo, su enfermedad son tan casos (estados) como los de Villaseñor. A ella dirige también su doctrina Osuna, por lo que es necesario recordar cómo ella la ha recibido («(El auctor) Pues miro vuestra muger la regla con ojos derechos o de través como quien desprecia. . .», fol. 98vto-99); por ella pregunta Villaseñor sobre la licitud de acicalarse (fol. 158), etc. Así Villaseñor se convierte en intermediario («(Villaseñor) Yo me quiero yr: y llevar su libro: y ponello donde lo pueda leer mi muger: para remedio de su tristeza», fols. 157vto).

    Cabría pensar que Osuna pretende una identificación de la posible lectora con la mujer de Villaseñor, por lo que plantea en la propia obra si deben o no las mujeres leer libros. Igual que el personaje queda dependiente del marido, sin poder acceder directamente a la conversación del auctor, la lectora deberá colocar como intermediario entre la doctrina y ella a su marido.

     (Villaseñor) Algunos dizen que no es bien que sepan leer las mugeres: mas a mi me paresce que todas aprendan a leer: para que gozen deste sermon escrito: pues en las yglesias nunca se predica aunque es mas necessario. (El auctor) Si no topassen con Celestina las mugeres lectoras les haria ver en escrito los males del adulterio: empero aun que son Cristinas nuestras casadas mejor leen a Celestina/ o a otras semejantes que no cosa que les aproveche" (fols. 107vto-108).

    Se crea así un extraño y especial «interlocutor» del diálogo al que podríamos denominar interlocutor ausente. El tema exige en sí mismo ese receptor doble, femenino y masculino. La no representación de la primera genera un curioso y muy especial desajuste entre su necesaria existencia con rasgos funcionales como los del otro, y la ausencia en el proceso conversacional. No puede compararse con la atención al hijo de Villaseñor que da lugar a la doctrina sobre la educación de los hijos (fols. 111-118), pues ésta es ocasional y no suma de situaciones, ni supone la dialéctica del aprendizaje (comprobación de la recepción), como ocurre con la mujer. La importancia de ésta se observa no sólo por la atención que le presta el auctor preguntando por ella, para desencadenar el tema o comprobar la eficacia de sus consejos, sino por los títulos de las secuencias dirigidos a la mujer, o las alusiones específicas («(El auctor) A las mugeres que están en su mes dizen que es bueno un poco de exercicio. . .», fol. 108).

    Si Villaseñor refiere al auctor como ella ha acogido los consejos, y cómo los ha acatado, resulta que también completa el circuito didáctico: como desdoblamiento de Villaseñor es soporte y receptor («Todas las cosas que de la comunión e oydo contare a mi señora», fol. 75; «Mi señora muger es tan reglada que ningun buen consejo le paresce pesado», fol. 99). Pero no tiene acceso a presentarse a ella misma como tal, por lo que pertenece al tiempo externo, siendo generadora una y otra vez del interno.

    A la mujer se dirigen las reglas que debe cumplir siendo doncella, las condiciones que debe reunir para casarse (no ser desvergonzada, ni callejera, ni estéril, etc.), y las de la viuda (humildad, templaza, castidad, etc.), construyéndose así un manual paralelo cuya receptora es la mujer cristiana. Manual que permanece imbricado en el del receptor masculino, dejando a éste como intermediario, no ya entre el auctor y su mujer, sino entre la doctrina y su aplicación.

    El Norte de los Estados ofrece en estado primario algunos de los presupuestos y resortes del diálogo. Al mantenerse el rígido esquema de la formulación catequística, basada en la exclusiva presentación de maestro/discípulo, con papeles ya estereotipados, las consecuencias dialécticas derivadas, como la del proceso temporal o la vehiculación de la doctrina en el caso el receptor, quedan apuntadas, pero su problemática se elude o no se soluciona. Aparecen así hallazgos importantes, como el de la superposición de los dos tiempos, o el del interlocutor ausente, pero no se plantean como funciones de la dialéctica dialógica sino que parecen derivados de carencias ineludibles. La obra de Osuna manifiesta así un grado primario de estructuración dialógica, el de la función didáctica reducida a los mínimos recursos.

NOTAS

[*] Este estudio se inscribe en el programa de investigación PB 92-0421: El diálogo en el Siglo de Oro.

[1] F. del Ros plantea la posible existencia de una edición anterior, de 1529, de la que no tenemos noticia. En todo caso la obra parece que fue redactada en este año y publicada después. Cfr. Un maître de Sainte Thérese: Le père François d'0suna, París (1939), págs. 240-42. Un resumen de este estudio, el único completo sobre la obra, puede encontrarse en el articulo del mismo autor, aunque con el nombre de F. Alonso, «Le Norte de los Estados du P. Francisco de Osuna», en BHi, XXXVII (1935), págs. 456-72.

[2] Cfr. por ejemplo el trabajo de Mariló Vigil, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVI I, Madrid, Siglo XXI (1986), donde se mezclan todas las obras (anteriores y posteriores al concilio de Trento), con resultados muy cuestionables, al intentar una imagen de la mujer que va desde principios el XVI a finales del XVII sin cambios. Otros trabajos posteriores sobre el mismo tema ni siquiera citan a Osuna. En mi edición de los Coloquios matrimoniales de Pedro de Luján (Madrid, Anejos del Boletín de la Real Academia Española, 1990) preterí no referirme al Norte de los Estados, ya que considero que el estudio confrontativo de esta obra debe hacerse directamente con Antonio de Guevara, del que Luján copia casi todo al texto.

[3] J. Ferreras, Les dialogues espagnols du XVIe siècle ou l'expression litteraire d'une nouvelle conscience, París,  Didier (1985). El estudio resulta muy provechoso desde el punto de vista temático, pero está restringido al aspecto ideológico, que además se empobrece al quedar excluidas todas las obras del mismo tema que no son diálogos.

[4] La confrontación de los textos guevarianos con el Norte de los Estados ha sido parcialmente hecha por A. Redondo en Antonio de Guevara et 1'Espagne de son temps, Ginebra, Droz (1976). Pero no como sistemático planteamiento del tema sino para el estudio exclusivo del Relox de Príncipes.

[5] Utilizo la edición de Sevilla 1531 en el ejemplar de la Biblioteca Nacional R-1789. Este ejemplar, a pesar de lo que afirma F. del Ros sobre la primera edición («comprenant 187 folios non numerotés», pág. 240) tiene los folios numerados. Esta cita pertenece al fol. 6. Las citas que viene a continuación se hacen todas por esta edición y ejemplar.

[6] Según F. del Ros, Osuna utiliza básicamente a S. Bemardino de Siena y J. Raulin (op. cit., págs. 249-50). Libros relacionables con el Norte de los Estados, y a los que quizá pueda referir son el Speculum vitae de Rdo. de Zamora, el Lucero de la vida christiana de Ximenez Prexano, y la Instrucción de la vida christiana.

[7] J. Ferreras, op. cit., págs. 1050 y 1063.

[8] Todo el peso del diálogo recae entonces en la dialéctica de «pregunta/respuesta». Sobre su conformación y juego de acuerdo con los tratadistas italianos cfr. C. Forno, El Libro animato: teoria e scritura del dialogo nel Cinquecento, Turín, Ed. Tirrenia (1992), págs. 48-58.

[9] Así lo propone J. Ferreras, op. cit., pág. 1032. F. del Ros se refiere también al «monasterio» y al «convento» (op. cit., pág. 244).

[10] «No existe diálogo en cuanto conversación sino en cuanto desnivel (. . .) si los interlocutores tienen distinto nivel de auto-consciencia o conocimientos», afirma E. Tierno Galván, en Razón mecánica y razón dialéctica, Madrid, Tecnos (1969), pág. 32.

[11] Sobre la importancia del previo establecimiento de lazos entre los interlocutores que van del parentesco a la amistad cfr.,G.Wyss-Morigi, Contributo allo studio del dialogo all'epoca dell'Umanesimo e del Rinascimento, Universidad de Monza (1950), págs. 23-5. Como señala E. Tierno Galván, «psicológica y estructuralmente la cooperación define e! dialogo en cuanto que refleja la estructura de la convivencia» (en op. cit., pág. 43).

[12] Cfr., por ejemplo, el pasaje sobre las virtudes de la virginidad referidas a modo de enumeración de estrellas, en el que el discípulo concluye (en síntesis y alabanza) lo expuesto por el maestro, quien a continuación, comienza con la siguiente estrella (fols. 19-26vto). La continuidad del discurso es superior al reparto dialogal, careciendo de cualquier marca de comunicación y de roles, y resultando superfluos los cortes de Villaseñor. Su función queda entonces relegada y sometida al mero ordenamiento de la materia. Cfr. también los fols. 114 y ss y los 121 y ss.

[13] La aparición del autor como dialogante es práctica común en bastantes diálogos, bien de manera manifiesta como en esta obra, bien en un personaje que suele llevar su propio nombre. (Cfr.J. F. Ferreras, op. cit., pág. 1040).

[14] Cfr. sobre la función del autor en la epístola y en el diálogo como organizador de la materia mi articulo «Tópicos  y recurrencias en los resortes del didactismo: confluencia de diferentes géneros», en Criticón, 58 (1993), págs. 135-54. Unas funciones semejantes adopta el autor de misceláneas, como muestro en mi trabajo «Las misceláneas: conformación y desarrollo de un género renacentista», en EdO, III (1984), págs. 176-78 especialmente.

[15] Aunque escasas aparecen estas llamadas a compartir las situaciones, que si no fuera con Villaseñor el auctor (clérigo) no podría haber planteado, como la de estar casado y no tener hijos, por ejemplo: «(Villaseñor) Pasame que vuestra reverencia no a sentido este mal: y no se dolera tanto como se requiere: porque si algun tiempo uviera sentido esto ya uviera gemido comigo: y sin declarar yo mi dolor le doliera a el: empero porque agraviando mi pena no se acabe: ni mi fatiga la haga crescer quierola dezir muy de priessa...» (fol. 82vto).

[16] «Bien se sigue deste ejemplo...» (fol. l64vto), «muy bien me paresce que. . . pero pues ay muchos de mi manera/ bien seria declarar. ..» (fol. 12vto), «Segun esto paresce que sera gran atajo...» (fol., 76vto), «Vuestra fuerza se a puesto en elegir la muger. . . empero bien es que conozcan esto los ombres. . .» (fol. 40vto), «Hablemos agora de la muger que començamos...» (fol. 156), «Agora queda por ver...» (fol. 80), «Agora queda por declarar...» (fol. 1l6vto), «Veamos agora lo que deve saber el cristiano...» (fol. 118vto), «Necesario es ver al presente como se a de aver el marido con la muger terrible, pues nos a dicho como se a de aver la muger...» (fol. 154), «Paresceme que no esta dicho si no la primera gracia de las dos que propuso declararme...» (fol. 51vto), «Lo que agora cumple oyr es...» (fol. 48), «Vengamos pues al remedio desta liviandad...» (fol. 156vto), «Querria saber.. .» (fol. 141,64vto), «Dexando esto: el tercer punto de mi pregunta queda por satisfazer.. .» (fol. 112).

[17] Cfr. las imágenes del fol. 8 y fol. 150vto. Las anécdotas fol. 108, 176, y en especial el cuentecillo tradicional de la mujer que pidió justicia al juez por haber sido forzada y después no consiguieron quitarle el dinero (fol. 23vto-24), que aparece también en el Quijote.

[18] Cfr. op. cit. págs. 559-60.

[19] Cfr. mi articulo «El diálogo como exégesis: función filológica y función catequística en De los nombres de Cristo de Fr. Luis de León», Universidad de Salamanca (en prensa).

[20] En las reglas para los mancebos las apelaciones se dirigen al lector. Cfr., por ejemplo: «Pues no pienses tu o lector aquella ser persecucion que te mueve...» (fol. 31). Esto hace pensar, por otro lado, que Osuna las tiene ya escritas como obritas independientes.

[21] En la única y escueta referencia que se hace al Norte de los Estados en la obra de J. Gómez se intenta explicar este problema remitiéndolo a los Coloquios matrimoniales y se resuelve incongruentemente traduciendo unas frases de F. del Ros. Cfr. El diálogo en el Renacimiento español, Madrid, Cátedra (1988), pág. 136.

[22] F. del Ros, op. cit., págs. 244-48, distribuidas tres en el primer libro, veinticuatro en el segundo y dos en el tercero.

[23] «Le Norte de los Estados s'organise ainsi dans une double durée: durée de chaqué visite du neveu d'0suna à son oncle, et longue tranche de vie, puisque la première visite du neveu a lieu lorsque celui-ci, jeune homme, hésite sur 1'état qu'il lui convient d'embrasser, et la dernière, après une longue période de mariage, lors de son veuvage. Nous retrouvons cette double durée dans les Coloquios matrimoniales de Luján», señala J. Ferreras, op. cit., págs. 1035-36.

[24] M. Bataillon respecto a los Coloquios matrimoniales afirma que «los cinco diálogos de este volumen forman una especie de novela», en Erasmo y España, Méjico, F.C.E. (1966), pág. 649. Cfr. también J. Ferreras, op., cit., págs. 1042-3, y mi estudio en la edición ya citada de los Coloquios matrimoniales, págs. 22-3