RECENSIONES I

 

J. R. Núñez Pestano, A. Viña Brito et alii, Catálogo de documentos del Concejo de La Palma (1501-1812) (C. Díaz Alayón). R. F. Burton, Vagabundeos por el Oeste de África. II. Cabo de los cocoteros, y Vagabundeos por el Oeste de África. III. El país de las hormigas (F. J. Castillo). C. Flórez Miguel y M. Hernández Marcos, Literatura y política en la época de Weimar (J. M. Pons Aguilar). D. Ródenas (ed.), Prosa del 27 (J. M. Pons Aguilar). D. T. Suzuki, El buda de la luz infinita. Las enseñanzas del budismo shin (A. J. Falero). F. Díaz de Castro (ed.), Comentarios de textos. Poetas del siglo xx (C. J. Duarte).

J. R. Núñez Pestano, A. Viña Brito et alii, Catálogo de documentos del Concejo de La Palma (1501-1812), Instituto de Estudios Canarios-Dirección General de Patrimonio Histórico, La Laguna, 1999, 2 vols.

    A los fondos documentales de La Palma se ha recurrido para realizar distintas investigaciones históricas, pero lamentablemente no han tenido la misma fortuna que otros fondos insulares y no son conocidos en su integridad y en su riqueza, circunstancia que distintas iniciativas de los últimos años han venido a modificar. Una de estas iniciativas es el espléndido estudio que Luis Agustín Hernández Martín está haciendo de la documentación notarial del escribano Domingo Pérez, que constituye una magnífica contribución no sólo porque estamos ante el primer intento de difusión de los fondos palmeros, sino también porque va a iluminar de forma efectiva la andadura histórica de La Palma en las décadas centrales del siglo XVI. En 1999 vio la luz el primer tomo de los Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma, relativo al período 1546-1553, y en 2000 se publicó el segundo tomo, que corresponde a los años 1554-1556, a los que se unen dos entregas más, que abarcan, respectivamente, los años 1557-1559 y 1560-1567, y que esperamos ver editadas en breve plazo. Y a la muy meritoria labor de Luis Agustín Hernández se suma también la de un grupo de investigadores encabezados por Juan Ramón Núñez Pestano y Ana Viña Brito, que ha puesto en nuestras manos su Catálogo de documentos del Concejo de La Palma (1501-1812), un completísimo trabajo en dos volúmenes que ofrece un inventario descriptivo de la documentación del antiguo Cabildo palmero.

    El apartado introductorio de este Catálogo nos acerca a la naturaleza de las fuentes documentales que se conservan en los ayuntamientos canarios y a las posibilidades e interés que tiene para la historia regional la información que albergan. Particularmente enriquecedora es la descripción que se hace del estado de los fondos correspondientes a los antiguos Concejos de cada una de las Canarias, de las vicisitudes por las que estos materiales han pasado a lo largo del tiempo y de las pérdidas que, por diferentes causas, han sufrido labor de diagnóstico que se ve acompañada de propuestas y líneas de actuación específicas, que es precisamente lo que los autores llevan a cabo con la documentación del antiguo cabildo de La Palma, conservada en el archivo municipal de Santa Cruz de La Palma. Al estudio de las distintas series documentales que alberga este archivo (fondo del Concejo de La Palma, fondo histórico del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, fondo de los Pósitos de la ciudad y de la Subdelegación de Pósitos, y fondo del Hospital de Dolores y Cuna de Expósitos), sigue el análisis específico de la documentación del Concejo de La Palma y de los criterios seguidos en la catalogación de la misma, en virtud de los cuales los materiales aparecen dispuestos en cuatro secciones que se refieren a los órganos supramunicipales, a la Gobernación y Justicia de La Palma, a hacienda, y a defensa, sanidad y otros servicios. Todo ello constituye el pórtico por el que el lector accede al catálogo, que pone ante sus ojos, de modo progresivo y documento a documento, la andadura histórica de La Palma a lo largo de algo más de tres centurias, desde la dinámica de los primeros momentos cuando la isla es un territorio en plena fase de colonización —trasiego y aumento progresivo de la población, introducción de cultivos y actividad comercial, levantamiento de una infraestructura vial, de defensa y de abastecimiento de agua— hasta las consecuencias que tuvieron para La Palma los distintos conflictos bélicos en los que se vio inmerso el país, el déficit cerealista, la participación en la pesca del salado, la construcción naval y las relaciones comerciales con el Caribe, pasando por las actuaciones del Concejo en cuanto a las tierras de propios, el agua y los recursos forestales de la isla y las ocupaciones ilegales de terrenos concejiles.

    El notable valor historiográfico de los materiales publicados no necesita subrayarse, pero lo que sí es digno de destacar es que al histórico se añaden valores de otra índole, como las ventajas y posibilidades que nos ofrecen desde una posición eminentemente filológica. En este sentido tenemos el caudal léxico del que se da cuenta, como es el caso de las voces albarrada (§1459), andén (§§1405, 1769, 1951), bamba (§1112), banda (§§1416, 1458, 1463...), bardo (§1459), calderón (§1427), casa terrera (§2211), cerca (§§2024, 2026, 2028...), dornajo (§§1673, 2104, 2115...), fajana (§§1383, 1388, 1392...), granel (§1417), herido (§§2091, 2092, 2093...), ingenio (§§681, 2265, 2281), lajiar (§§1879, 1901), latada (§1474), majuelo (§1471), malpaís (passim), malvasía (§§1659, 1729, 1730...), marsellés (§2559), masapés (§1434), millo (§1233), paja de agua (§2223), pajero (§§1740, 1902, 1903...), papa (§§1065, 1297, 2025...), serventía (§§1550, 1982, 2039), tanque (passim), tostón (§§1112, 1900), vidueño (§§1659, 1710, 1729...) y viñátigo (§2285). A este respecto y a la vista de las referencias citadas, creo que hubiera sido una iniciativa acertada proporcionar un índice temático en el que tuviera cabida una buena parte de la información léxica que el Catálogo contiene, en especial aquella característica del español insular u otra que por su interés o curiosidad lo aconsejara.

    Junto a esto, especial interés tienen los datos toponímicos inventariados, que nos permiten disponer de registros tempranos que hacen posible la explicación del origen y la evolución de formas geográficas actuales, como es el caso de El Risco Caído (§2023), voz que hoy vemos en las variantes, casi irreconocibles por el proceso de corrupción que han seguido, de El Recoquío y El Recogido, o como sucede con el término Llano del Negro (§1396), manifiestamente desfigurado en la forma actual Llano Negro. En otras ocasiones, los registros toponímicos del Catálogo reflejan la coexistencia del término prehispánico y del español, como se puede observar en la Montaña de Adar, también conocida como Lomo Alto (§2039). De especial interés son los registros disponibles de una misma forma, como podemos ver en Tiramazán, Tinamazán, Tinamarsán y Tiramarsán (§§1393, 1463, 1654, 1719-1720), El Boquerón y El Bucarón, (§§1608, 1633, 1671, 2044), Binijogre y Vinijobre, (§§1393, 1900, 1949), datos que nos permiten seguir la naturaleza del proceso de transmisión seguido por las voces y la entidad de los cambios que se han producido. Y también podemos establecer con los materiales recogidos los distintos aportes lingüísticos que caracterizan al conjunto de la toponimia palmera, en la que, junto a nombres geográficos que tienen procedencia occidental ibérica, como es el caso de Fuente del Viñátigo, El Aceviñal, Barranco de la Tricia, Fuente del Loro, tenemos formas típicamente insulares, como Montaña de las Toscas, Camino del Roque, El Malpaís, y otras cuyo origen es el sistema de comunicación de los antiguos palmeros, como sucede con Adar, Aguatabara, Bejenao, Belmaco, Briesta, Garafía, Izcagua, Jedey, Mazo, Olén, Mirca, Nambroque, Tacande y Tajuya, Tamanca, Tazacorte, Tenagua, Tenisca, Tigalate, Tiguerorte, Tijarafe y Tinisara, voces a las que hemos de dirigir de modo particular nuestra atención porque son unas auténticas reliquias lingüísticas y porque, aunque no sepamos su significado, constituyen formas de la lengua desaparecida que hay que catalogar y estudiar.

    A propósito de los topónimos inventariados en el Catálogo, es oportuno señalar que algunos términos se reproducen de un modo que se aleja de la forma original o tradicional, hecho que solamente se explica como resultado de una lectura inadecuada. Así en el §1427, donde se describe la escritura de censo de Gaspar Báez, vecino de Tijarafe, se consigna que uno de los linderos del pedazo de tierra acensuada es el barranco de la Tranca, forma geográfica que, así reproducida, puede indudablemente despistar al lector incauto y conducirlo a una explicación errada y, a buen seguro, distante de la denominación original Tranza o Transa (Cf. mis Materiales toponímicos de La Palma, 1987, 191). Otro tanto ocurre en §1440, en la descripción de la escritura fechada el 3 de agosto de 1635 por la que Gaspar Hernández, vecino de La Breña, toma a censo perpetuo seis fanegas de tierras helechales, que se sitúan cerca de la montaña del Parrón, grafía incomprensible y claramente errada que oculta el término original Pavón. Igual sucede en §1735, donde se da cuenta de la escritura de venta por la que Nicolás Fernández Carrillón y Jerónima González venden al Concejo de La Palma un censo redimible de trece reales y medio anuales impuestos sobre tres propiedades, dos de las cuales son un pedazo de tierra de pan sembrar en la montaña de Parrón, en la banda de Los Llanos, y un pedazo de tierra situado sobre la iglesia de Nuestra Señora del Socorro, en Los Llanos. Cualquier persona familiarizada con la geografía de La Palma y con sus topónimos advierte que en esta regesta se dan errores tanto de lectura como de ubicación, errores que la oportuna consulta del documento en cuestión resuelve: «Sepan quantos esta carta vieren como nos, Nicolás Fernández Camillón y Gerónima Gonsales, hija e yerno de Bartholomé Gonsales, vesinos de Breña Alta [...] vendemos realmente y con efecto desde ahora y para en el interín que no lo redimiéremos a fauor de los propios del Cavildo desta Ysla y de su maiordomo en su nombre, treze reales y medio de tributo redimible en cada un año [...] y cargamos este dicho tributo sobre todos nuestros bienes que al presente tenemos y adelante tuviésemos y especial y señaladamente sobre vn asiento de viña y tierra y casa en el lugar de Breña Vaja, que linda por arriba, tierra del capitán Don Diego Hurtado Monterrey, por auajo viña del Aiudante de la Artillería, Juachín Mendes, por vn lado viña del Aiudante Juan Machín de Acosta y por el otro el Barranco de la Pata; y asimismo sobre [...] fanega y media de tierra de pan sembrar en dicho lugar, en la montaña que dicen de Pauón, que linda por arriba camino real, por auajo tierra de los herederos de Juan Peres Adrián, por un lado tierra de Francisco Hernández, casador y por otro tierra de Francisca Toleda de la Vanda de Los Llanos; y asimismo sobre un pedaso de tierra en dicho lugar, más arriua de la yglesia de Nuestra Señora del Socorro, que linda por arriva y por los dos lados hasienda de Domingo Peres Corral y por auajo tierra de Juan Peres». Como podemos ver, este texto nos muestra que el segundo apellido de Nicolás Fernández no es Carrillón sino Camillón, que la montaña de Parrón es la de Pavón, y que ésta no se encuentra precisamente en la banda de Los Llanos, como tampoco tiene esa ubicación la iglesia del Socorro.

    También llama la atención la forma Tamaragia, que figura en el §2058 y que, en realidad, se trata de una lectura incorrecta del topónimo prehispánico Tamarajoya, como refleja el documento en cuestión: «Joseph Pino y Sosa, vesino del lugar de Los Llanos, como más bien proseda y haia lugar, paresco ante Vs, y digo que Mathías Taño del mismo lugar se a presentado en este Ylustre Aiuntamiento pidiendo ce le de a tributo perpetuo siertas fanegadas de tierra en la montaña que disen de Tamarajoia en dicho lugar». Lo mismo sucede con el topónimo menor La Lomada de Santa Cruz de La Palma, que figura en los §§2117, 2124 y 2125. El primero de estos apartados se refiere al censo enfitéutico de medio cañón de agua que, con fecha 12 de abril de 1686, da el Concejo al licenciado Juan Fernández Yanes, presbítero, y que habrá de tomar de la calle real de La Lomada de Santa Cruz de La Palma. El segundo y el tercero de los apartados citados corresponden al censo enfitéutico de medio cañón de agua que el Concejo da, con fecha 2 de junio de 1725, al capitán Domingo Melchor Alfaro y Monteverde, y que habrá de tomar del agua que viene desde los molinos de Bellido y que pasa por el barrio de La Lomada de Santa Cruz de La Palma. Obviamente en estos tres casos no se trata de La Lomada, sino de La Somada, topónimo que figura recogido en el Catálogo en numerosas ocasiones tanto de este modo como bajo La Asomada. Igualmente, en §1425 figura el barranco del Garomelo como uno de los linderos de la fajana de tierra que Gaspar Báez toma a censo perpetuo, pero la forma original es Garome, así recogida en documentación tanto temprana como más tardía, y el examen del texto correspondiente nos muestra que la lectura Garomelo no es exacta y que el segmento final –lo no forma parte del topónimo, al que se atribuye, sin duda, por la particular y engañosa separación de las palabras que presenta el documento: «[...] yel dicho pedaço de tierraes enel Lomo que dicen de Lacastellana ymontaña que dicen delosrrebero lesy quebas bermejas linderos por abajo y porarriua La sierra y porunlado tierrasdesalbador decaçeres y porel otro elbarranco de garomelo queestuviere debajo delos dichos linderos contodas sus entradas ysalidas» (fol. 544v.). Asimismo, a la documentación descrita en §2064 se remiten los topónimos La Mota y La Parada (676, 678), cuando se trata, en realidad, de La Mata y La Pasada, el primero de los cuales también figura adecuadamente recogido en el índice (672).

    Entre los materiales antroponímicos se advierten también algunas lecturas erradas, como puede verse en Alonso Rodríguez Briana, al que el Concejo de La Palma le da a censo perpetuo un solar que linda con el camino real de Mazo (§1491), y de igual modo figura en el índice (686), pero, obviamente, como no puede ser de otra manera, la fuente correspondiente refleja Rodríguez Triana: «[...] auiendose besitado el solar y sitio dado a Alonço Rodrígues Triana para un tanque, y lo tiene fecho, con su serquito de pared para tomadero de el agua». Asimismo, en §2193 se habla de Catalina Guafarda, viuda de Juan de Torres, pero la lectura del correspondiente documento arroja Guajarda (fol. 729), voz a todas luces de procedencia prehispánica. De igual forma, en el §368 se hace constar Cosme Buros y Montoya, en el §948 se refleja Cosme de Burgos y al §2531 se remite Cosme Barros Montoya, y resulta evidente que estamos ante una misma persona, don Cosme Buros Montoya, ayudante mayor de infantería del regimiento de milicias provinciales de la isla de La Palma y diputado del común, y el examen de la documentación correspondiente concluye que las lecturas Barros y Burgos no son correctas. Estas lecturas erradas también se ven en algunas formas antroponímicas del índice del Catálogo, como sucede con Sancho de Bitarte (643), escribano público de La Palma entre los años 1554-1567 de acuerdo con los datos de Juan Bautista Lorenzo Rodríguez (Cf. Noticias para la historia de La Palma, I, 53). Aunque este historiador trae Ontarte, lo cierto es que en todo momento los autores que han investigado sobre el siglo XVI en La Palma y Tenerife recogen Urtarte o Hurtarte (Cf. L. de la Rosa Olivera, «Un escribano del siglo XVI en el valle de Güímar», Estudios Canarios, IV, 1958-1959, págs. 25-32, recogido con posterioridad por el mismo autor en el volumen El siglo de la conquista, Aula de Cultura, Cabildo Insular de Tenerife, 1978, págs. 233-238; M. A. Gómez Gómez, El valle de Güímar en el siglo XVI. Protocolos de Sancho de Urtarte, Excmo. Ayuntamiento de Güímar-Cabildo de Tenerife, 2000; y L. A. Hernández, op. cit., §§1, 15, 18, 19, 30, 33, 34, 38, 39, 56, 58, 59, 72, 74, 79, 80, 97, 92, 94, 95, 99, 102, 105, 112, 120, 121, 132, 135, 136, 139, 144, 145, 147, 159, 167, 168, 181, 182, 192, 195, 292, 364, 381, 439, 440, 470, 474, 475, 512, 567, 586, 637, 638, 782, 839, 1.006, 1.008). Otro tanto ocurre con la entrada Benito (642), que se remite a los §§729 y 730 y en la que no es fácil advertir que corresponde a don Andrés Bonito y Pignatelli, Comandante General de Canarias en el segundo tercio del siglo xviii. Lo mismo se ve en las entradas relativas a Miguel Hernando do Cantos y Melchor Hernández de Socanto, que remiten a §§1400 y 1401. Aquí estamos, a pesar de las diferencias formales y de nombre, ante la misma persona, el regidor Melchor Hernández de Ocanto, que en ambos documentos actúa en nombre del Concejo, junto al también regidor Francisco Salgado, en la concesión a Miguel Álvarez de unas tierras a censo perpetuo. Por ello, si se examina con atención la descripción que se hace del documento correspondiente a §1401, se advertirá que el comprador del tributo no es Melchor Hernández, regidor, sino Miguel Álvarez, vecino de Garafía, según consta en la fuente en cuestión: «Sepan cuantos esta carta vieren como nos Melchior Hernández de Ocanto y Francisco Salgado, regidores desta isla de La Palma, en nombre del consejo, justicia y regimiento della y por virtud de la comisión y facultad a nos dada [...] otorgamos y conocemos a vos Miguel Alvares vecino desta isla en el termino de Garafia que soys presente [...] por esta presente carta, otorgamos que damos a tributo y senso perpetuo de agora y para cienpre jamas a vos el dicho Miguel Alvares». A los casos anteriores se unen, además las entradas relativas a Domingo Rodríguez Contillo, (686) que es, en realidad, Domingo Rodríguez Cantillo, tal y como refleja el índice oportunamente en su lugar, y a José Ossavanny (678), que es, sin duda alguna, Ossavarry.

    En cuanto a la ordenación alfabética de los materiales antroponímicos, el índice también presenta algunas deficiencias, como cuando se establece la colocación de algunas entradas a partir de un elemento que se toma como primer apellido y que, en verdad, forma parte del nombre de pila de la persona en cuestión, o cuando se procede a la ordenación teniendo como referencia lo que en realidad es el segundo apellido, dándosele al primero la naturaleza de nombre. El primer hecho se da en Alcántara Méndez (639), que fue beneficiado de la parroquia del Salvador a mediados del siglo XVIII. Se trata de la misma persona que aparece relacionada correctamente bajo Méndez, si bien en este caso figura como beneficiado de la parroquia de San Andrés y Sauces, pero lo que resulta evidente es que Alcántara no es aquí apellido, lo que viene confirmado por diversas piezas documentales. En primer lugar, tenemos el registro sacramental del bautismo de don Pedro Alcántara Méndez, que tuvo lugar el 26 de octubre de 1687, en el que se recoge que era hijo de Domingo Méndez Suriano y de Ignacia Carmona y que se le puso por nombre Pedro de Alcántara (Libro vii de Bautismos, fol. 238v., Archivo de la Parroquia del Salvador, Santa Cruz de La Palma). En segundo lugar contamos con el testamento de este beneficiado, otorgado ante Santiago Albertos con fecha 27 de noviembre de 1760, donde consta igualmente la identidad de los padres y donde el testatario manda que se le sepulte ante el altar de San Pedro Alcántara del convento de San Francisco, extremo que también se refleja en el registro de su defunción (Cf. S. Albertos, caja nº 11, fol. 357, Archivo General de Protocolos Notariales de La Palma; Libro VIII de Difuntos, fol. 24v., Archivo de la Parroquia del Salvador, Santa Cruz de La Palma). Igual descuido aparece en Alcántara Acosta, regidor (638), y en Alcántara de Casabuena (639), entrada que no permite identificar propiamente a la persona que designa y que no es otra que don Pedro de Alcántara Casabuena y Guerra, titular a mediados del siglo xviii de la Superintendencia del comercio de Indias. En este caso y al igual que en los dos precedentes, no se ha advertido que Alcántara no es apellido, por lo que no debería estar relacionado en el sitio que lo hace, sino que tendría que hacerlo por Casabuena, donde figuran adecuadamente otros miembros de esta familia: Bartolomé de Casabuena y Mesa, padre de don Pedro de Alcántara Casabuena y que le precedió en el cargo entre los años 1711-1733, y Diego de Casabuena, otro pariente, si bien más lejano. A propósito de los Casabuena, hay que señalar que no se ha advertido que bajo Casabuena y Mesa se ha agrupado documentación que hace referencia a dos personas distintas. Los apartados §872 y §873 corresponden efectivamente a don Bartolomé de Casabuena y Mesa, que fallece en 1733, pero también se le remiten, de forma incorrecta, los documentos descritos en los §§1244, 1247, 1248 y 1249, que no se le pueden adjudicar porque están fechados con posterioridad a su muerte y que pertenecen en realidad a su hijo don Bartolomé de Casabuena y Guerra, que sucedió a su hermano don Pedro Alcántara de Casabuena como Juez Superintendente, primero en la minoría del heredero de éste y luego por adquisición plena del cargo. También se remite a don Bartolomé de Casabuena y Mesa la documentación incluida en §1234, pero la fecha en este caso es de 29 de mayo de 1745, dato que nos lleva a desconfiar de su fiabilidad porque el supuesto signatario había fallecido doce años antes y porque en esa fecha, de ser correcta, el Juez Superintendente era don Pedro Alcántara de Casabuena, en virtud de título real de 25 de octubre de 1743 y que presentó ante el Cabildo de Tenerife el 31 de enero siguiente (Cf. A. Rumeu de Armas, Piraterías, III, 2ª parte, 652-653, 663).

    Otro ejemplo de ordenación indebida —que llama particularmente la atención por la preeminencia y celebridad de la persona de que se trata— la vemos en don Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu. Entre la documentación inventariada en el Catálogo se encuentra la carta, fechada en Santa Cruz de La Palma a 20 de abril de 1739, en la que el entonces Obispo Metropolitano de Santo Domingo le dirige al Concejo de La Palma, dándole cuenta de su próximo viaje a Indias y agradeciendo los favores recibidos, misiva que se describe en el §1268, pero si acudimos al índice y, actuando de forma lógica, buscamos bajo Álvarez de Abreu, no encontraremos ninguna referencia a este respecto y la vamos a hallar en una ubicación insospechada, bajo Pantaleón Álvarez de Abreu (678), hecho que muestra que se ha tomado como primer apellido del ilustre prelado palmero lo que no es sino su segundo nombre de pila. Lo mismo se repite en la entrada correspondiente a don Juan de Mata Franco y Pagán, que fue Alcalde Mayor de La Palma y de su ciudad a comienzos del siglo XIX, y que encontramos bajo Mata, sin duda porque se asume que éste es el primer apellido, pero la biografía de este polémico y enérgico Alcalde Mayor muestra que no es así. Don Juan de Mata Franco y Pagán, nacido en la localidad murciana de Cinco Alquerías el 7 de febrero de 1761 era hijo de Antonio Franco de Lara y de María Pagán de Mora, y en el bautismo se le impusieron los nombres de Juan de Mata Romualdo (Libro III de bautismos, fol. 217v., núm. 310, Parroquia de San Juan Bautista, Alquerías, Murcia). El mismo caso se da en la entrada Melchor Alfaro y Montes (673), que corresponde en realidad a Domingo Melchor Alfaro y Monteverde, Teniente de Corregidor de La Palma, que los autores del Catálogo relacionan adecuadamente en su lugar y lo mismo hacen con el regidor y Gobernador de las Armas Felipe Manuel Massieu Vandala —que se consigna igualmente bajo Massieu de Vandala—, pero lo cierto es que también aparece en la entrada Montiel Massieu de Vandala (676), donde se hace una lectura equivocada del nombre de pila y se le adjudica naturaleza de apellido. También Miguel González de Otazo, Capitán General de Canarias en los primeros años del siglo XVIII, aparece adecuadamente relacionado en el lugar que corresponde, pero también lo hace bajo la entrada Jerónimo de Otazo (665), que no se justifica de esta forma, sino bajo Otazo. Inexacta es, por las mismas razones que he señalado, la entrada Nepomuceno Massieu (677), que únicamente debe figurar bajo Massieu.

    Como ya se ha adelantado, la ordenación indebida de algunas formas antroponímicas del índice también se produce cuando se toma como referencia lo que en realidad es el segundo apellido de la persona catalogada y dándosele al primero, de esta forma, la naturaleza de nombre. Esto lo vemos en Pedro Leonardo de Santa Cruz, famoso platero del siglo XVII, que siempre se sirvió de sus apellidos maternos y no de los paternos, y que en el índice debe aparecer bajo Leonardo, que es el primer apellido paterno y no bajo Santa Cruz, que es el segundo apellido materno. La misma circunstancia se da en Gregorio Roberto de Montserrat, que figura relacionado bajo Montserrat en lugar de hacerlo, como corresponde, bajo Roberto, que no es nombre sino apellido, tal y como se hace con otros miembros de la misma familia, como el regidor Marcos Roberto (685). De igual forma, Jerónima Benavente Cabeza de Vaca figura adecuadamente bajo Benavente, pero también lo hace de modo injustificado bajo Cabeza de Vaca. Otro tanto sucede con el doctor en Medicina don Antonio Miguel de los Santos, que viene oportunamente bajo Santos, pero también lo hace bajo Miguel de los Santos (674), donde también se confunde el nombre original de Antonio por el de Arturo.

    Llama también la atención la ausencia en el índice de voces geográficas que se relacionan en el cuerpo de la obra, como es el caso de Cueva del Degredo (§1398), Buenavista (§480), La Rehoya (§393). Se observa igualmente que en el índice algunos topónimos se uniformizan a favor de la variante más moderna o más general, como es el caso de la forma Aguatabara (§394), que se cita uniformizada bajo Aguatavar. Y otro tanto sucede con Ulén (§2578), que figura bajo Olén. Por ello, sería conveniente saber si esta uniformización de algunas formas toponímicas afecta a otras, como puede ser Tajuya, término que en mis rastreos de la documentación palmera más temprana aparece en todo momento como Tejuya o Tijuya (Libro de Bautismos, nº 1 y Libro de Matrimonios nº 1, Archivo Parroquial de Nuestra Señora de Los Remedios, Los Llanos; Libro de Bautismos, nº 1 y Libro de Matrimonios, nº 1, Archivo Parroquial del Salvador, Santa Cruz de La Palma). A buen seguro una lectura especialmente atenta podrá señalar otros casos de error y de descuido, sin duda imputables al hecho de que este Catálogo es el fruto de una experiencia formativa y de especialización en la que han tomado parte investigadores de diferentes niveles y cuya coordinación exigía un esfuerzo especial. Pero, obviamente, estas precisiones que hago en modo alguno restan mérito a este Catálogo, una obra que formula propuestas concretas para atajar la pérdida de patrimonio documental que se conserva en los archivos municipales insulares, que afronta la descripción sistemática de uno de ellos para ponerlo al servicio de la investigación histórica, que pone en nuestras manos un modelo metodológico que habría que aplicar a otros fondos documentales insulares y que constituye una fuente de referencias de primer orden y una herramienta de trabajo de singular valor para adentrarse en la historia de La Palma.

C. Díaz Alayón

 

R. F. Burton, Vagabundeos por el Oeste de África. II. Cabo de los Cocoteros, y Vagabundeos por el Oeste de África. III. El país de las hormigas (trad. de Marta Pérez Sánchez), Laertes, Barcelona, 2000.

    Sería impensable hablar de la literatura de viajes de los dos últimos siglos sin referirse a Richard Francis Burton, un hombre que se buscará a sí mismo en la aventura, en lugares lejanos, en la forma de vida de culturas antiguas, y que lo hará no manteniendo las distancias y guardándose las espaldas, sino investigando de modo apasionado, aprendiendo en todo momento del hecho diferencial, implicándose en la búsqueda y en las valoraciones, lo que le dará a su producción no sólo un valor etnográfico y antropológico indudable, sino también frescura, garra, autenticidad y coherencia. Por ello, no tiene nada de extraño que Burton sea uno de los autores de literatura de viajes más traducidos en España en los últimos años y una muestra de ello la tenemos en la reciente versión de su obra Wanderings in West Africa from Liverpool to Fernando Po (Tinsley Brothers, Londres, 1863, 2 vols). En 1999 vio la luz la primera entrega de Vagabundeos por el Oeste de África (Laertes, Barcelona), que abarcaba, bajo el subtítulo de Madeira y Tenerife, los tres primeros capítulos del original, y el año siguiente llegan al mercado dos nuevas entregas con las que se completa la edición de la obra. El segundo volumen de Vagabundeos por el Oeste de África, que incluye los capítulos 4 a 7, deja atrás las escalas oceánicas, llevándonos a territorio africano propiamente dicho y el relato se engarzará en torno a los cuatro puntos en los que Burton baja a tierra, primero en Bathurst, luego en Freetown, después en Cabo de las Palmas y, finalmente, en Cape Coast. El periplo prosigue en el tercer volumen, que contiene los capítulos 8 a 11 y que se refieren a las experiencias de nuestro viajero en Accra, Lagos y la bahía de Biafra, hasta que, un mes después de haber partido de Liverpool, se produce por fin la llegada a Fernando Poo. En todo momento, Burton retrata un territorio en plena efervescencia colonial, en el que las potencias intentan establecerse del modo más ventajoso posible y, sobre todo, de forma que impida, o al menos obstaculice, el crecimiento territorial y comercial de los competidores, y nos pone delante de los ojos una región donde la vida es particularmente difícil no sólo por los rigores climáticos y las enfermedades, sino también por la escasez de recursos, de comodidades y de esperanza. Dedicará numerosas páginas a la naturaleza y al hombre africano, pero también estamos ante una obra de alto contenido ideológico y político, en la que se pronuncia extensamente sobre cuestiones como la esclavitud, la emancipación de algunos territorios, el comportamiento de los africanos semi-civilizados, la actividad de los misioneros y la ineficaz e incoherente política colonial de su país, y en todos los casos veremos que nunca se pronuncia de modo caprichoso o irresponsable, sino que sus opiniones proceden de la sinceridad y la sensatez. Sobre sus valoraciones y posiciones, Burton señalará que, de ser erróneas, se marchitarán como la hierba en un día africano y que, en caso de ser acertadas, adquirirán el fresco abono del tiempo. Y es justamente esto último lo que ha sucedido. No hay más que comprobar que el África occidental que Burton conoció hace ciento treinta y siete años se sigue proyectando en la realidad actual. Seguimos viendo, de modo lamentable, la inexistencia de una entidad nacional, las guerras tribales, la perpetuación de regímenes tiránicos, la carencia de una administración efectiva y estable, la esclavitud de niños y personas, y, sobre todo, la dura verdad de que los menos interesados en el progreso de África son los propios africanos.

    En esta obra no tenemos el pulso ajetreado del peligro, la incertidumbre y las enfermedades que vemos en otras piezas de este autor, como es el caso de Personal Narrative of a Pilgrimage to Al-Madinah and Meccah, First Footsteps in East Africa y The Lake Regions of Central Africa, pero en lo demás nos encontramos con el Burton de siempre: un hombre consciente de la superioridad del hombre blanco y de la supremacía cultural occidental, pero que tiene la perspectiva y el criterio suficientes para cuestionarse en muchos casos el supuesto bien que el progreso le hace a los pueblos a donde llega, trastocando apreciablemente el orden y los valores ancestrales en los que han vivido; un hombre, sin duda alguna, fascinado por la estética árabe y muy cercano a la fe islámica, lo que le lleva a reconocer en los mandingos musulmanes unas actitudes y unos valores que no encuentra en las etnias negras, a oponer las encaladas ciudades árabes a los destartalados y enmohecidos asentamientos coloniales del África atlántica, y a proponer la sobriedad arquitectónica de la mezquita musulmana ¾ que al fin y al cabo es un elemento que forma parte del paisaje urbano africano¾ frente a las indescriptibles iglesias de estilo neogótico que ve en todas las poblaciones que visita y que constituyen un auténtico atentado contra el buen gusto, la realidad y la razón; un hombre que quiere atrapar el tiempo y la memoria en su relato, que quiere apropiarse de la esencia de lo que percibe a través de sus sentidos para luego reproducirlo, pero que también tiene en cuenta las fuentes precedentes, que utiliza ampliamente para arropar su relato, en especial las relativas al África atlántica. Éstos ¾ la experiencia propia y la ajena¾ son los dos torrentes que en Vagabundeos por el Oeste de África alimentan el río de lo relatado, pero en todo momento el lector percibe que, aunque mezcladas en el fluido narrativo, se trata de aguas claramente diferentes, porque las que corresponden a lo percibido y vivido por el propio autor tienen lógicamente una entidad particular y una fuerza especial. Pero, con ser sumamente interesantes los aspectos de contenido, los que atraen nuestro interés en esta ocasión son los formales. En cuanto a la traducción, ya hicimos una primera valoración de la labor de Marta Pérez Sánchez en nuestra reseña del volumen I de Vagabundeos por el Oeste de África (F. J. Castillo, «Apuntes de literatura de viajes: la puerta del sur», Revista Canaria de Estudios Ingleses, 41, 2000, páginas 287-293), donde destacamos que mostraba signos apreciables de criterio y de profesionalidad, preocupándose en todo momento por la frescura y propiedad de su versión. Positiva es también nuestra opinión sobre la segunda y tercera entrega de Vagabundeos, aunque estimamos que se trata de una labor perfeccionable en diversos aspectos, todos ellos dimanantes de dos hechos que se dan de forma constante a lo largo de la traducción: de una parte, no se consigue dejar atrás del todo la lengua original del texto y, de otra parte, la inexactitud de los valores que se adjudican a diversas formas.

    En cuanto a lo primero, no nos cabe la menor duda de que Marta Pérez Sánchez es consciente de que todas las lenguas no se organizan del mismo modo, de que cada lengua utiliza estructuras harto distintas para expresar unos contenidos semejantes, y de que la lengua-término a la que vierte el texto elegido tiene una naturaleza propia, manifiestamente diferente de la de la lengua-origen. Pero su labor de traducción muestra que estos principios se dejan algo de lado en diversas ocasiones en las que las estructuras y los comportamientos de la lengua-origen afloran aquí y allá, haciéndose demasiado patentes. Ilustrarán lo que decimos los párrafos que siguen: «Obviamente un tal ultraje contra la razón, una tal caricatura a la justicia, nunca fue contemplada por las leyes británicas»; «al sur de Fogo, en las islas de Cabo Verde, no se observa un tal accidente»; «conozco demasiado bien al africano para malgastar el tiempo cuando esgrime ese argumento y adopta una tal postura»; «el objeto de una tal empresa era casi íntegramente la perpetuación de la trata de esclavos»; «un fortín costanero abandonado, aunque en buen estado de conservación y, emplazado en un tal desafío a los preceptos de Vauban, que en manos de un enemigo comandaría el castillo y la ciudad»; «una tal eventualidad jamás había cruzado por mis mientes»; «nadie enterraría a un muerto fortuito, pues, aunque un tal samaritano hereda las pertenencias del difunto, deviene también responsable de todas sus obligaciones»; «la única finalidad de un tal procedimiento era lanzar una doble descarga» (II, 91, 142, 167, 203, 221, 227, 249; III, 62). Estos fragmentos reflejan, de forma evidente, una lengua desnaturalizada y artificial, encorsetada en comportamientos que no son los suyos, y que carece de la frescura y propiedad que todo sistema lingüístico debe tener. Este hecho no pasa desapercibido a los lectores, que cuando se encuentran ante frases como las precedentes o ante otras como «los portugueses mataron a la gallina de los dorados huevos» y «Se ha atraído hacia él la atención pública» (III, 21, 85), reconocen al punto el sabor y el carácter foráneo que poseen.

    A los ejemplos anteriores se unen otros, como ocurre con la voz pasiva. A este respecto, la traductora muestra en su trabajo que no olvida que el uso de la pasiva es mucho más frecuente en inglés que en español y tiene en cuenta suficientemente que no todas las frases de este tipo que encontramos en inglés son susceptibles de ser vertidas a español respetando la estructura original, porque haciéndolo así se obtiene una expresión muy poco natural y, en consecuencia, se rebaja la calidad de la versión. No obstante, tal y como se puede advertir en varios pasajes de Vagabundeos encontramos soluciones que se alejan de estas posiciones y que muestran una versión que mantiene claramente el comportamiento y las características de la voz pasiva en la lengua original, como se puede advertir en: «Habida cuenta de que la costa occidental africana tiene pocas barreras o divisiones concretas, los confines de Guinea son fijados más o menos arbitrariamente por cada autor»; «lo cierto es que Etiopía, que originalmente englobaba el África situada al sur, al sudeste y al sudoeste de Egipto, ha sido expandida por los cronistas modernos a todo el Mediodía»; «procedimos higiénicamente a hacer provisión de víveres antes de bajar a tierra, y mientras estábamos así ocupados fuimos visitados por diversos funcionarios»; «a los mozalbetes, en contrapartida, se les ordena ser vistos y nunca oídos»; «una cabra que pace ávidamente será traída muerta por alguien de su etnia al cabo de una o dos horas»; «en un radio de cinco millas al norte de Accra fui tenazmente picado por una especie de moscardón pardo» (II, 22, 23, 29, 181, 185; III, 50), casos que, sin duda alguna, se podían haber solventado de un modo mucho más satisfactorio a través de una forma activa. También encuentra el lector frases que siguen muy de cerca las estructuras originales, como «El terreno, empero, asciende gradualmente a partir del mar hasta el Arthur’s Seat de Freetown, Tower Hill, cuya elevación me fue variamente estimada en cifras que oscilaban entre los 300 y los 500 pies»; «una residencia blanca que asomaba en una ladera tupidamente boscosa me fue señalada como la hacienda Carnes»; «Mami Paradise me fue recomendada por su capacidad en todas las funciones de una lavandera»; «en la escalera me fue entregado un documento» (II, 73, 74, 85, 166). Todos estos fragmentos ¾ y otros muchos que el texto contiene¾ constituyen muestras ilustrativas de una lengua-término claramente desfigurada y desnaturalizada, caracterizada por su falta de propiedad y de elegancia, y que crea en el lector ¾ y no necesariamente en el lector atento¾ la impresión de que lo que lee no está escrito en su lengua, sino en una especie de sistema híbrido que participa de rasgos ajenos.

    También los posesivos nos muestran la pervivencia y la interferencia de la lengua-origen en la lengua-término. Como se sabe, en lo que se refiere a los posesivos, la lengua inglesa y la española muestran comportamientos opuestos. El inglés se sirve ampliamente de ellos, en evidente contraste con el uso más restringido que se produce en español y esto es lo que hace que la utilización del posesivo inglés en la traducción española resulte en muchos casos artificial, inapropiada, redundante e innecesaria. Marta Pérez Sánchez nos muestra que es consciente de este hecho, pero su versión nos muestra diferentes ejemplos de este uso indebido y del negativo efecto que produce, como se desprende de los ejemplos que siguen: «La edificación se alzó casi hasta su primera planta»; «aquí critican el mejor buey, añoran abiertamente la salsa contenciosa y la chuleta al aceite de palma y encuentran defectos a su champaña»; «un europeo sin calcetines o justillo y con unas prendas harapientas colgando alrededor de sus extremidades no sería admitido en el comedor»; «Don Juan el Meticuloso nos permitió graciosamente franquear nuestras cartas»; «en 1600 doscientas personas cursaron a su soberana la petición de establecer al «Gobernador y la Compañía de Comerciantes de Londres»; «su corazón fue devorado por los principales jefes [...], su carne fue desecada y sus huesos fueron divididos entre los cabosir»; «era un caballero amante de su cama y de su sillón de mimbre madeirense»; «el 26 de julio el buque de su majestad Prometheus sólo halló once pies debajo de su proa»; «una bandera ondeaba en su mástil»; «le acompañaba el kazi Mohammed Ghana, un negro hausa alta y corpulento con su rostro de color carbón»; «haciendo de tripas corazón y taponando nuestras narices con algodón alcanforado remamos río arriba»; «el monarca lo tomó en su mano»; «siempre que se tropieza con un blanco estrecha su mano»; «el señor antes mencionado entra seguidamente en su cuarto de baño [...]. Tras ser debidamente restregado, el caballero pasa a su vestidor, donde una serie de cofres, parecidos a baúles de marinero, contienen sus ropajes y ornamentos [...]. Las mujeres untan ahora en su piel un poco de aceite [...]. Finalmente cardan su lana capilar» (II, 73, 81, 83, 103, 205, 216-217; III, 82, 101, 105, 117, 164, 172, 176, 176-177). Como se puede ver, la insistencia en reproducir los posesivos del texto original produce una evidente redundancia en la versión española, privándola de la naturalidad, la elegancia y el carácter que le son propios. Mucho más acertado hubiera sido, sin duda alguna, convertir estos adjetivos posesivos ingleses en artículos definidos.

En otro orden de cosas, el lector encuentra también que determinadas voces de la traducción no expresan de modo correcto y pleno lo que el original consigna. Así, en el párrafo «After four hours of work, they require at 9 or 10 A. M. fish, flesh, fowl, and eggs, especially the glowing West Indian pepper-pot and côtelletes en papillotes, fruit and vegetables, bread or biscuit, in fact, a dinner, lacking only the soup» (I, 189-190), la forma dinner se traduce por ‘cena’ (II, 65), lo que en este caso resulta inaceptable porque, tal y como se desprende del texto, se trata de una comida que tiene lugar muy de mañana. Lo mismo sucede en el fragmento, en el que a body (II, 19) se le da el valor de ‘cuerpo’ (II, 181), pero en este caso tiene el de ‘persona’. Algo similar sucede en el fragmento «It is useless to «challenge», for other negroes will take the place of those objected to» (I, 217), en cuya traducción challenge figura como desafiar (II, 89), cuando tiene un valor específico en el campo legal como es ‘recusar, impugnar’, que es el que aquí procede. En el párrafo «Before we left the harbour La Ceres, a goëlette of war, from Fernando Po, bearing the red and yellow colours of Spain, entered with a hole through her ster cabin» (I, 206), se adjudica a bear el sentido de ‘blandir’ (II, 79), una solución que el texto original no justifica y que se debería reemplazar por enarbolar o una forma equivalente. Por supuesto, la inexactitud y la impropiedad del valor elegido produce una clara diferencia entre el texto original y la traducción, y en ocasiones esta inexactitud origina una manifiesta incoherencia. Ya en el primer volumen de Vagabundeos se advertían algunos casos en este sentido, como el fragmento en el que se describe al agente de sanidad de Funchal como «a very old party» (I, 26-27), y donde party se traduce por «grupo» (I, 50), cuando lo que a todas luces corresponde es «individuo». También en el primer volumen se traduce la forma invalid por «inválido» (I, 53, 100), cuando aquí no puede tener otro valor que el de ‘tísico, tuberculoso’. Esto se repite en dos párrafos del volumen siguiente (II, 39, 43), en los que vemos nuevamente que Marta Pérez Sanchez entiende que el español inválido es equivalente del inglés invalid, solución a todas luces inaceptable porque no respeta el sentido del original y porque tanto el contexto como la lógica rechazan esta posibilidad. Para ello basta preguntarse a la luz de las referencias del capítulo IV que, si se trata de simples inválidos, ¿por qué se les aísla en un sanatorio alejado de la población? y ¿por qué no se encuentran ingresados con el resto de los enfermos en el hospital principal de Bathurst? Asimismo en el segmento «The old feud has now waxed faint, but it has by no means given place to combination between the two former races» (I, 265), se da a feud el valor de ‘feudo’ (II, 131), pero obviamente en esta ocasión no puede tener ese significado, que el contexto rechaza apreciablemente, sino el de ‘enemistad, odio de sangre’. También vemos que a to carry away (II, 118) se le adjudica el significado de ‘zarpar’, manifiestamente inadecuado e inaplicable al substantivo oro. Junto a esto, creemos que el acierto no ha acompañado a Marta Pérez Sánchez cuando traduce «There is no reason why this spider should not be naturalised in Europe» (II, 169) y «The European stranger, however, travelling in their country, is expected to patronise their wives and daughters» (II, 24), por «Nada impide que esta araña sea expatriada a Europa» (III, 68), «Sin embargo, conminan al foráneo europeo que se adentra en su territorio a intimar con sus esposas e hijas» (II, 185). Como podemos ver, se trata de soluciones que no reproducen de forma ajustada y acertada lo que el original consigna.

    Todas estas indicaciones que hacemos no significan, en modo alguno, que descalificamos la labor de Marta Pérez Sánchez. Muy al contrario, la valoramos positivamente. Muchos de los párrafos de su versión muestran su capacidad para lograr una manifiesta armonía y para resolver de modo muy acertado numerosas dificultades que el texto original plantea. Y, junto a esto, no dudamos en reconocer el relevante papel que sus traducciones han tenido en la divulgación en español de la producción de R. F. Burton. Recuérdese que suya es la versión de Primeros pasos en el Este de África. Expedición a la ciudad prohibida de Harar (Barcelona, Lerna, 1987). Pero también entendemos que la traducción de Vagabundeos por el Oeste de África, tal y como ha quedado patente en los párrafos que preceden, es una versión manifiestamente perfeccionable en diversos niveles. Y ello no tiene nada de extraño porque toda traducción es una empresa plagada de dificultades, porque traducir es correr el riesgo de equivocarse, y porque toda traducción constituye una apuesta provisional. Pero no es menos cierto que la única forma de minimizar los riesgos y los errores es a través de la precisión, de la exigencia y de la revisión, rechazando todo tipo de plazo o premura.

F. J. Castillo

 

C. Flórez Miguel y M. Hernández Marcos (eds.), Literatura y política en la época de Weimar, Verbum, Madrid, 1998, 229 págs.

    Recoge este volumen gran parte de los trabajos que se presentaron en el simposio «Literatura y política en la época de Weimar», celebrado en Salamanca en 1997. Como nos dicen los editores de esta obra, dicho simposio «se propuso examinar la crisis de la modernidad política durante ese difícil período de la historia reciente de Alemania (1919-1933) a la luz de los teóricos de la política así como de la literaria y artística del momento» (pág. 9). Nueve conferencias forman este libro, a las que se añade un apéndice a cargo de Laureano Robles Carcedo, que analiza los artículos escritos por Azorín en Francia, en su período de corresponsal de guerra del periódico ABC. Aunque la agrupación de textos compuestos por autores diferentes implique una valoración distinta de los mismos, lo que no cabe duda es que su publicación responde al interés que puede despertar, y que realmente despierta, la rica diversidad de perspectivas desde las que se afronta el problema de Weimar.

    Cirilo Flórez Miguel estudia el Mesianismo Político y la Literatura en el primer Lukács. Con una formación fundamentalmente neokantiana y de la filosofía de la vida, Lukács, según Flórez, tiene como interés filosófico fundamental «la búsqueda de un punto de referencia que posibilite la superación de ese dualismo entre la naturaleza y el espíritu o entre la naturaleza y la cultura del que todos los neokantianos son prisioneros» (pág. 11). El punto de apoyo que Lukács utiliza para intentar restaurar la unidad que poseían los antiguos, y que se halla perdida en el mundo moderno, es la idea de totalidad, categoría que hay que entenderla, según Flórez, desde «la tradición filosófica de las filosofías de la vida de finales del siglo XIX y principios del XX» (pág. 12), y que constituye «una especie de unidad estructural y orgánica que engloba la acción recíproca entre los diferentes elementos [de la vida] y determina formas típicas de configuración» (loc. cit.). En este sentido, la filosofía de Lukács es descrita por Flórez como el empeño puesto por describir la vida, como referente fundamental de la totalidad que es, y sus concreciones en un proceso de evolución. La vida, para este autor, encuentra su expresión adecuada en la forma, la cual se cumple como escritura en la tragedia clásica y en la novela moderna, que es la que mejor expresa la tragedia del hombre moderno. En la novela moderna, fabulación y, por tanto, ni verdad ni mentira, el héroe se encuentra solo ante un mundo extraño, sumido en una pérdida de sentido, sin lugares trascendentales a los que asirse. Como señala Lukács, la forma de la novela es, más que otra alguna, la certera expresión del desamparo trascendental.

    «La interpretación que Lukács hace del mundo moderno —según Flórez— es una interpretación weberiana» (pág. 14). La racionalidad del burgués es la que ha hecho que el mundo se haya convertido en una «máquina» que ha expulsado del mundo el tema del sentido y en la que no hay lugar para ningún alma. El camino que inicia el hombre para conocer su propia esencialidad y la experiencia que adquiere de la imposibilidad de conseguirlo es lo que expresa admirablemente la novela moderna. En el espíritu que busca la totalidad pero carente de guías —los dioses, y con ellos los demonios, han abandonado la historia— está la peculiaridad de la tragedia moderna, según Lukács, y es lo que, en el fondo, engendra la tragedia del hombre moderno: la pérdida de la unidad y la desaparición de guías. Así, «la esencia de la novela reside [a diferencia del ser de otros géneros que descansan en la forma ya completa] en producir forma en un mundo en el que se ha perdido la idea de totalidad» (pág. 16). Por otra parte, Lukács descubre en el marxismo la «totalidad concreta» que tanto anhela y que «le permitirá solucionar realmente la problematicidad del individuo» (pág. 17). Según él, «la dialéctica es la forma filosófica que mejor expresa la realidad de las sociedades modernas transformadas por el sistema burgués de producción: el capitalismo» (pág. 18). Lukács piensa, además, que el fallo del racionalismo moderno está en interpretarse a sí mismo en tanto que método universal, lo cual exige, necesariamente, el sistema como coordinación, supraordenación y subordinación de las partes entre sí, y que imposibilita la comprensión de la irracionalidad del contenido del concepto. Ya anteriormente se ha dicho que el hombre moderno siente la necesidad de reconstruir los fragmentos para llegar a la totalidad desde la que se le descubre el sentido de su vida y de la historia, y dicha reconstrucción es la que se cumple con la novela moderna. Lukács añade que esta tarea también la cumple la filosofía moderna a través de sus principales formas de manifestación: «[...] el dogmatismo contemplativo en el que el sujeto se acerca como espectador a un mundo constituido; el de las filosofías de la reflexión en las que el sujeto se interpreta como sujeto productor que se mantiene en el terreno de las categorías; y finalmente la filosofía especulativa de Hegel, que por un lado pertenece al viejo mundo de las filosofías clásicas, y por otro al nuevo mundo de la filosofía del futuro, en expresión de Feuerbach» (págs. 23-24). Según Flórez, Lukács resuelve el problema del presente, entendido como ese «espacio perturbador» en medio del cual nos encontramos, al proponer su teoría de la conciencia de clase, que supone una alternativa a la subjetividad moderna. La conciencia de clase, con el proletariado como realidad concreta, se establece en protagonista de la historia. El movimiento obrero como clase social se propone liberar los elementos de la sociedad nueva. De este modo, «la historia no es un resultado necesario, sino el producto de la actividad de los hombres y por eso puede ser transformada» (página 25). Así, gracias a la conciencia de clase, el proletariado no solamente es sujeto de la historia, sino también autoconocimiento del objeto de la misma. En conclusión, Lukács utiliza el método dialéctico como piedra angular de su sistema filosófico para resolver el problema del sujeto moderno. Se presentan unidos teoría y praxis, objeto y sujeto de la historia, utopía y realidad.

    José Luis Villacañas analiza el concepto «impolítico» de Thomas Mann, a partir del libro de éste Las consideraciones de un apolítico, obra que habría que entender como germen de lo que después sería el nazismo. Lo que pretende Villacañas es «iluminar la comprensión del fenómeno ideológico que subyace al universo nazi, y que secretamente lo nutre tornándolo variación verosímil de posiciones honorables y tradicionales, y de hacerlo a través de la definición de lo impolítico que emerge de las páginas de Las Consideraciones» (pág. 35), porque «el libro resulta esencial para comprender la aceptación, apoyo y defensa del nazismo por parte de un pueblo culto y de algunos de sus intelectuales más vanguardistas» (loc. cit.). Thomas Mann elabora su pensamiento partiendo de la aceptación de la tesis de la continuidad histórica de Alemania, continuidad que hay que situar en el plano de la idea metafísica de destino. El autor entiende por destino esa «unidad inquebrantable entre el ser y lo que deviene en la historia», de tal modo que el hombre se ve abocado a la obediencia del fenómeno destinado en tanto que éste desvela el ser, que es la única instancia normativa. Además, la obediencia «sólo es posible allí donde el ser reclama la colaboración del hombre. Justo por eso el ser tiene normatividad internas: porque en sí mismo ya es imperativo, mandato, misión» (loc. cit.). Esta obediencia al destino constituye la base de lo impolítico que Mann establece tras una transferencia de términos que lleva a cabo desde las formas de lo religioso. Realiza una transformación estrictamente política de una ancestral lucha espiritual, esto es, que lo que legitima la protesta y la misión alemana es hallarnos ante una nueva edición de la vieja hostilidad entre Roma y Alemania. A partir de aquí, Mann elabora una metafísica que contrapone «ese querer la nada que es la política, y ese querer fielmente el ser más propio, que define al hombre impolítico» (pág. 39). En la obediencia al propio ser, al propio destino, se cifra la libertad de la persona, fundamental en el pensamiento de este autor, del mismo modo que la importancia que tiene la identificación que lleva a cabo entre ser y patria, basada en la reflexión de Herder, y dotándola de una inequívoca dimensión mitológica.

    En este orden de cosas, se habla del concepto de saber trágico entendido como la impotencia que reconoce el hombre de alterar el curso de la acción aunque ésta conduzca a la muerte. De este modo, y siguiendo el curso de lo expuesto, el hombre queda exonerado de las decisiones. Mann distingue el concepto de culpa del de responsabilidad, señalando que el segundo escapa al saber trágico. Consecuentemente, el escritor desarrolla una teoría que establece el destino particular de grandeza de Alemania, el correcto equilibrio entre política exterior y política interior que es exigido por el concepto de lo impolítico, en fin, entiende al burgués como artista que «se ha desprendido de sus premisas éticas y culturales y se ha entregado de pies y manos a la acción regida por la utilidad marginal» (pág. 59). «Con ello, lo impolítico se forja en el aristocratismo burgués, heredado por el esteta que comprende y contempla pero no actúa» (pág. 60).

    Maximiliano Hernández Marcos se plantea el intento de definición sociocultural de lo político de Hermann Heller advirtiendo, desde el principio, que éste no tiene un tratamiento específico del tema de lo político ni una caracterización suficientemente nítida y precisa, pero que se puede vislumbrar a través de «las discusiones sobre el Estado y el derecho que centraron expresamente el pensamiento de Heller» (pág. 64). Hernández Marcos usa, como hilo conductor de la tarea que se ha propuesto, el diálogo polémico que se dio entre Carl Schmitt y Heller. También se nos avisa de que la indagación se va a concentrar en la última etapa del pensamiento del filósofo, la que se inicia hacia 1930. El proceso que se descubre en Heller es el de un distanciamiento crítico de toda concepción existencial de lo «político» a favor de una visión sociocultural. El modo que sigue Hernández Marcos de afrontar el tema de lo político en este autor es indirecto, relacionándolo con el problema de la política como ciencia, por un lado, y con el tema del poder, por el otro. Además, el espacio en el que se encuadra este tema, «viene determinado por dos presupuestos históricos, a saber: la posibilidad de pensar lo político como una esfera autónoma, y la plausibilidad de que dicha esfera esté relacionada con el poder» (página 66). Una certera concepción de lo político debe pasar, según Heller, por una negación del tecno-economicismo político (liberal o marxista), esto es, afirmando un primado sobre la esfera económica, recuperando la autonomía que le corresponde. De este modo, Heller coincide con Schmitt al sacar a «relucir el final de la teología en la era del dominio técnico-económico» (pág. 68), y al «abogar por una concepción formalmente decisionista de lo político —entendiendo por tal su ubicación por antonomasia en el territorio de la voluntad (y acción) social del hombre—, y en considerar el control de la técnica y la economía como la cuestión políticamente decisiva de nuestro tiempo» (págs. 68-69). Pero allí donde Schmitt ve el final de la teología como pérdida de referencia de lo político, Heller ve, precisamente, «la posibilidad de un referente autónomo de lo político, que él cifra en la decisión humana significativa, justificada como determinación de la norma, tendente, pues, a la organización unitaria de la praxis social en un status vivendi común» (pág. 70). Así, entiende el Estado como unidad real organizada de toda acción y decisión social del hombre, dotada de sentido y, por tanto, formadora de cultura, dentro de un territorio histórico-geográfico. Puesto que la política tiene por objeto, casi exclusivamente, el poder, éste hay que ubicarlo dentro del marco general del «poder social organizado» y al margen del poder económico. En conclusión, lo político en Heller se caracteriza por ser territorio de la decisión humana y del conflicto, de la polémica, o de la lucha de poder.

    Mariano Álvarez Gómez analiza en su artículo la obra de Herman Broch, deteniéndose especialmente en Die Verzauberung [Fascinación], novela que interpreta la República de Weimar (1918-1933) bajo el punto de vista de la marcha ascendente del nacionalsocialismo. Álvarez Gómez describe los antecedentes y circunstancias en las que se va fraguando Fascinación, ilustrando su exposición con extractos del epistolario de Broch que nos traen a un primer plano las opiniones del autor de la novela acerca del fenómeno del nacionalsocialismo. Desde el principio advertimos que Broch vincula el nazismo al nihilismo, dando cuenta del proceso de hundimiento de todos los valores vitales, al que ni siquiera escapa la actividad literaria, a la vez que realiza un diagnóstico de la época para, desde él, presentar un programa en el que el arte establezca las bases de los nuevos valores que rijan la época que se está viviendo. El mismo autor iniciará la tarea con una novela que pueda «trasponer poéticamente la situación actual del mundo» (página 95). Se trataría de una novela que saca a la luz la dimensión religiosa del hombre, que haría ver de forma ejemplificada en nombres reales la posibilidad del acto de fe, el desarrollo de lo supranatural a partir del fondo irracional del alma, con una forma de expresión que exponga directamente esa dimensión religiosa, y que presente, también, los movimientos políticos de la época de forma «científico-natural». En definitiva, «la respuesta de Broch a la pregunta por el sentido de la literatura se cifra en dar expresión a esa "entrega a la infinitud", en torno a la cual hay que ver la relación entre razón y mística, desde el punto de vista epistemológico [...], la asimilación de Hegel bajo el aspecto metodológico [...], el sentido de la metafísica [...] y la importancia central de lo religioso» (pág. 96).

    Roberto R. Aramayo estudia la filosofía política de Max Weber partiendo de dos artículos de la Constitución de Weimar inspirados directamente por este autor: «Sus dos contribuciones más importantes [...] fueron éstas: primero cifró su empeño en auspiciar comisiones parlamentarias de investigación que pudieran ser propuestas incluso por los grupos minoritarios y, en segundo lugar, insistió en que fuera el pueblo quien eligiera directamente al presidente de la república» (pág. 109). Lo que principalmente le interesa a Weber es distinguir al político del funcionario, que aquél sirva de contrapeso al poder de éstos. «Las comisiones de investigación parlamentarias suponen para Weber un requisito básico para convertir al parlamento en aquello que debe ser: un foro en donde puedan debatir auténticos líderes políticos con pleno conocimiento de causa, sin que sus decisiones políticas queden hipotecadas al gobierno tecnocrático del funcionario» (pág. 110). A la vez, Weber propone un presidente que pueda ejercer realmente su autoridad, que sea elegido por sufragio directo para que los cimientos de su poder se sitúen fuera del parlamento y sirva de contrapeso a éste. Importante, por el gran eco que después ha tenido en el ámbito de lo cotidiano, es la distinción que este autor hace entre convicción y responsabilidad, identificándolas de un modo subrepticio con la inocencia moral y el decisionismo político, respectivamente. Presenta la relación existente entre política y ética, que le lleva a concluir que, puesto que la política responde a la definición de anhelo de participar en el poder y, por tanto, de afrontar directamente los problemas del Estado, el político «no puede atrincherarse bajo sus convicciones morales para dejar de actuar» (pág. 117) y llegar a la violencia física si hace falta para la consecución del bien común. Weber no exime de culpa al político, ya que solamente él es responsable de sus actos y de sus decisiones. Aramayo aclara que, a pesar de que se puede concluir que la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad son irreconciliables, Weber especifica que no son términos «absolutamente contrapuestos», sino que, incluso, constituyen «principios complementarios cuya conjunción da lugar a ese hombre auténtico al que puede atribuírsele una genuina vocación política» (pág. 118).

    Un ambiente de crisis, inmediatamente después de la primera gran guerra, la constatación de un modo de vida sin posibilidad de retorno que profetizan tanto la literatura como las demás manifestaciones artísticas, y al que no escapa la República de Weimar, es el punto de partida del artículo de Ricardo Piñero Moral. Tras la desaparición del arquetipo de la Alemania imperial, militarista y feudal, el empeño de la sociedad se cifra ahora en dar forma a la República. Tres modelos distintos, según los diferentes grupos sociales y sus peculiares ópticas, son los que se presentan como posibles alternativas: la República socialista, la monarquía parlamentaria y la República reformista. Piñero Moral centra su ámbito de análisis presentando las tres fases por las que, según él, se desarrolla la naciente República de Weimar, así como los correlatos estéticos de la primera de ellas. La primera de estas fases es la que «abarca de 1919 a 1923 y que son los años de agitación y crisis [...]; la segunda de 1924 a 1929 que algunos historiadores califican de fase de pseudoestabilidad; y la tercera de 1930 a 1933 en la que regresa el caos y la república muere a manos de quien todos sabemos» (pág. 128).

    Aceptando que es posible establecer una lectura estética de los acontecimientos políticos de la República de Weimar o, lo que es lo mismo, que determinados planteamientos políticos cuentan con un claro referente dentro del mundo del arte, el autor vincula el planteamiento revolucionario de la República socialista al dadaísmo alemán, y los postulados socialdemócratas de la República reformista a la Bauhaus. El estudio de estos dos modelos estéticos, desde sus propios textos y manifiestos, constituye el grueso del artículo de Piñero Moral. El dadaísmo alemán lo presenta como un movimiento estético-existencial cuya identidad se cifra, a diferencia de los dadaísmo de otros países, en la implicación de estética y política. En palabras del autor «Dadá no puede ser traducido, políticamente, más que como radicalismo de izquierdas» (pág. 131) o «Dadá es revolución, destrucción, o mejor aún es conciencia de revolución, conciencia de destrucción» (pág. 132). Los textos de los que se sirve Piñero Moral para el estudio de este movimiento son: los Manifiestos de 1918 y de 1919, el Panfleto contra la concepción de la vida de Weimar de Hausmann, y El sinvergüenza del arte de Heartfield y Grosz. La conclusión a la que llega, después del análisis de estos, es que la propuesta dadaísta alemana es la de una República socialista desde el comunismo. Por otra parte, los parámetros que constituyen el movimiento de la Bauhaus son: construcción y República reformista desde el socialismo. Los textos de los que ahora se sirve son: Programa de la Bauhaus Estatal de Weimar escrito por W. Gropius en 1919, y el Manifiesto de la Primera Exposición de la Bauhaus de Oskar Schlemmer de 1923. Empresa arquitectónica-política de gran homogeneidad en la que la utopía ocupa un lugar destacado, junto a una figuración orgánica presidida por el orden y por una necesidad de construcción, son los rasgos que definen a este movimiento según el autor. Por otro lado, los fines de la Bauhaus, si hacemos caso al texto de Gropius, son: «reunir en una unidad todas las formas de creación artística, reunificar en una nueva arquitectura, como partes indivisibles, todas las disciplinas de la práctica artística: escultura, pintura, artes aplicadas y artesanado» (pág. 139); a la vez que «se pretende condenar la concepción tradicional de el arte por el arte» (loc. cit.). Piñero Moral añade también que hay que tener en cuenta, para un adecuado entendimiento de los propósitos de la Bauhaus, las presiones que las diferentes fuerzas sociales ejercieron sobre ella. Finalmente, del texto escrito por Schlemmer, el autor colige un empeño por vincular las fuerzas creativas de las bellas artes con un actuar sobre la realidad para transformarla, en ese afán por construir artísticamente la sociedad.

    Patricio Peñalver Gómez piensa que la situación en la que nos encontramos actualmente es la más óptima para una interpretación filosóficamente comprometida y políticamente relevante de la República de Weimar. Éste es el momento en el que la experiencia Weimar mejor se presta a una mirada nueva. La reflexión de este autor está dirigida a «señalar algunas referencias textuales significativas, y [...] sugerir la relevancia hermenéutica del tema de la decisión, concretamente en los contextos relativamente diversos entre sí de las obras de tres pensadores sin cuyos nombres difícilmente podría entenderse la cultura teórica, espiritual y política de Weimar: el jurista Carl Schmitt, el filósofo Martin Heidegger, el teólogo Karl Barth» (pág. 145). Tres pensadores que convergen entre sí, según Peñalver, por sus respuestas a la situación de la época, ligadas todas ellas a un «sentido hiperbólico de la responsabilidad». En un primer nivel formal, estos autores comparten «un extremo rigor conceptual, una seriedad teorética en el recurso de las categorías jurídico-políticas, filosóficas y teológicas. Ninguna concesión a la sentimentalidad, ni a la intuición o los delirios de la subjetividad expresiva acaso entusiasmada» (pág. 147). Además, y siguiendo en este terreno más bien superficial, los datos cronológicos referentes a la fecha de nacimiento, de publicación y momento de esplendor de las obras de éstos, así como que tienen referentes básicos en Kierkegaard y Dostoiewski, y un posicionamiento polémico frente a la tradición romántica alemana, son otros puntos de coincidencia señalados en los tres. A su vez, continúa Peñalver, cabe encontrar diferencias si la mirada se detiene ahora en lo que constituye el contenido de las reflexiones de cada uno de ellos. Por un lado, la «decisión» de Schmitt es esencialmente política, puesto que la clave de la ruina europea, para él, está en la «tendencia estructural a una despolitización» (pág. 153). La «decisión» pensada por Heidegger se sostiene en «la insistencia metódica en la neutralidad existencial de todo análisis de la experiencia y de toda reflexión ética [...] [y en] la reafirmación de la finitud, la decisión por la posibilidad de la imposibilidad o mortalidad como la más alta y honda posibilidad» (loc. cit.). Finalmente, la «decisión» de Barth «es la decisión de la fe como fe en lo absolutamente otro» (loc. cit.). Peñalver dedica el resto del artículo a estudiar la figura y obra de Barth, y su relación con los otros teólogos y pensadores de la época, ocupando un lugar especial el largo y profundo debate que mantuvo con Bultmann.

    «En su acepción más inmediata, la supervivencia goza de la aureola propia de los grandes peligros superados. Es la continuación de la vida tras la amenaza de su pérdida. El superviviente engendra toda una mítica no exenta de admiración. De manera más o menos inconsciente se tiende a conceder un grado superior al superviviente» (pág. 166). «E. Canetti: lógica de la supervivencia» es el tema que aborda Manuel E. Vázquez García en su exposición, que divide en tres partes: en primer lugar, presenta el escenario de la cuestión, seguidamente estudia el lugar de la supervivencia para, finalmente, hacer una reflexión sobre su lógica. Sin embargo, para Canetti, nos dice el autor, la figura del superviviente no le merece la admiración que líneas arriba se ha descrito, sino que más bien repugnancia, ya que el problema de la supervivencia no es otro que el problema del poder. La pasión del superviviente, aclara Canetti, no es la supervivencia «sino la de la inmortalidad, su tarea no es la intensificación de la vida sino la derrota de la muerte» (pág. 168). El tema de la supervivencia, según este escritor, está marcado por el signo de la individualidad, de la rivalidad, ya que en el fondo uno sobrevive a costa de los demás. Esto se ve ya desde el momento mismo de la procreación en el que un solo espermatozoide penetra en el óvulo, dejando que se pierdan en el camino sus iguales. Con palabras del propio Canetti, «[...] el hombre quiere matar para sobrevivir a los demás. Y no quiere morir para que los demás no le sobrevivan» (pág. 173). De este modo, la rivalidad se establece como necesidad para vivir, «la verticalidad de la vida afirmada se nutre de la muerte vencida» (loc. cit.), puesto que el otro siempre será el enemigo necesario para que uno pueda perpetuarse.

    Lugar importante en toda esta dinámica lo tiene la inmortalidad, que llega a convertirse en manía o locura. El mismo Canetti lo dice: «el hombre no sólo quiere estar siempre; él quiere estar cuando los otros ya no estén. Cada uno quiere llegar a más viejo y saberlo, y cuando él mismo ya no esté se le ha de conocer por su nombre» (pág. 174). Esta pasión por la supervivencia da lugar, según ve Vázquez García en la obra de Canetti, a dos estilos de vida: el primero que se caracteriza por un alejamiento del peligro y, el segundo, que se podría calificar como «heroico», ya que la persona no huye del peligro sino que sale a su encuentro. Si hasta aquí el autor del artículo se ha ocupado de la supervivencia de los vivos, ahora le toca el turno a la de los muertos, la cual cuenta con casi los mismos elementos de la de los vivos y que se funda en la «memoria», «quizá la únicamente humana» (pág. 181). Stendhal, revela el autor a modo de confidencia, es el modelo de la reflexión que se está presentando y de lo que, en el fondo, constituye la pasión de Canetti: «[...] frente a la supervivencia política, la inmortalidad estética» (loc. cit.). Vázquez reconoce la dificultad contenida en esta diferencia que se cifra, según él, en que si la supervivencia supera a la muerte, la inmortalidad la vence. La inmortalidad carece de los aspectos más negativos de la supervivencia, apunta a un horizonte por venir en el que el inmortal se mida con sus iguales y no con sus contemporáneos. De este modo, la tarea que Canetti se impone es la de trazar una imagen, los más ajustada posible a la realidad, de la «cruel figura» del superviviviente para conseguir su extinción, y proponer, en su lugar, la del inmortal. Así, «la supervivencia del individuo Canetti es la inmortalidad de su obra, no la duración indefinida del personaje mortal» (pág. 183).

    El debate que se dio entre Liberalismo y Comunitarismo en la Alemania de la República de Weimar, propició entre otros el discurso de Rudolf Smend y, en ese ámbito, es donde estudia Massimo de la Torre su «teoría de la integración». El perfil que el autor traza del jurista alemán y de sus planteamientos tiene como rasgos principales: una visión en absoluto contractualista; «un comunitarismo moderado, al menos respecto a la cuestión ontológica de la relación entre el yo y la sociedad» (pág. 197); una influencia fenomenológica husserliana mezclada con elementos hegelianos que le viene de Theodor Litt; una teoría del Estado en la cual éste posee plena independencia, una realidad social propia, y cuya existencia se debe a una dinámica de integración: «El Estado existe sólo porque y en cuanto que se integra continuamente, se construye en, y a partir de los singulares y, en este proceso continuo, consiste su esencia de realidad social espiritual», en palabras del propio Smend. La integración, según el jurista, es un hecho colectivo en cuanto irracional y no adscribible a formas de deliberación o de discusión reflexiva. El punto de referencia para comprender este concepto de integración, continúa, es la literatura fascista y, en concreto, la figura de Mussolini. A la vez hay que distinguir, según la Torre, dos tipos fundamentales de integración: una formal y otra material, estando la primera subdividida en integración personal y funcional. «En los procesos de integración formal «el rasgo esencial y común [...] es el hecho de no tener en cuanto tales un fin definido». En el caso de la integración material entran, sin embargo, en juego valores que existen sólo en tanto que hay una comunidad, dentro de la cual éstos son experimentados [...]. Se trata aquí de una especie de comunitarismo metaético» (páginas 201-202). La integración personal, como analiza este autor, es la que hace posible personalidades tales como los «leader o Führer», y, la funcional, un sentido de identificación con tales figuras. Esta última integración tiene, para Smend, dos formas principales de manifestarse: «la contractualista, o «la lucha constitucionalmente prevista de tipo parlamentario o plebiscitario», y la del dominio» (pág. 204), siendo la primera a la que da más importancia el jurista alemán, ya que permite una dinamización de los valores.

    La integración formal presupone, según Massimo de la Torre, la integración material, que significa integración a través de ciertos valores, los cuales se caracterizan por ser irracionales e irreflexivos teniendo, de este modo, el carácter de postulados religiosos. «Dichos valores son expresables esencialmente en clave simbólica a través de un territorio, una bandera, un emblema» (pág. 209). En cuanto al orden estatal, la principal función de integración material, señala el autor, es la que desarrolla el territorio, entendido como espacio vital que decide ya de una manera determinante las problemáticas que el Estado debe afrontar para su supervivencia. «Smend, en resumen, da una interpretación sociológica y vitalista del contrato que se transforma en una especie de mito soreliano. El contrato social asume aquí casi los contornos de la huelga general evocada por el pensador francés [...]. Lo que permite el iusnaturalismo moderno es "la dinamización del concepto de Estado". Aquél, en realidad, ha comprendido que el orden político es un procedimiento, algo que no se da de una vez por todas, sino que requiere repetirse constantemente en la voluntad y en la conciencia de los sujetos» (pág. 211).

    Es este libro uno de los más importantes estudios que existen sobre la cultura de Weimar.

J. M. Pons Aguilar

 

Domingo Ródenas (ed.), Prosa del 27 (Antología), Espasa, Madrid, 2000, 526 págs.

    «En efecto está muy arraigada la creencia de que la mejor prosa es obra de buenos poetas y la prosa de los poetas del 27 no desautoriza, sino al contrario, este prejuicio» (pág. 11). De este modo comienza Ródenas de Moya la introducción de esta antología que alberga textos de autores conocidísimos como poetas y de otros que no lo son tanto. Quizá por ello, haya sido indispensable la publicación de esta compilación que va presentada por un amplio estudio que, sin duda alguna, se hacía necesario por el silencio y desfiguración a los que, hasta el momento, había estado sometida la obra prosística de los autores que empezaron a publicar en la década de los años veinte. El antólogo ya había dedicado anteriormente sus esfuerzos a estudiar la primera mitad del siglo xx, dándonos muestra de ello mediante una recopilación de textos narrativos de la misma época, Proceder a sabiendas, de 1997, un estudio del Modernismo y la «autorreferencia» en la novela vanguardista española, Los espejos del novelista de 1998 (que tuve oportunidad de reseñar en las páginas de esta misma revista), además de la edición de las obras de Benjamín Jarnés Paula y Paulita (1997) y El profesor inútil (1999), y la biografía de Antonio Marichalar Riesgo y ventura del duque de Osuna (1999).

    La obra, que ahora nos ocupa, posee una amplia introducción en la que se estudia de modo sistemático la «variedad exuberante de géneros y registros en prosa» (pág. 11) que aparecen en nuestro país de 1923 hasta la Guerra Civil, estableciendo las bases para un cabal entendimiento de dicho fenómeno. Desde el principio, Ródenas de Moya cuestiona el término 27: «El veintisiete, designador cuya utilización es ocioso discutir, debe emplearse como sinécdoque convencional de toda una época, como hipocorístico definidor de una "contemporaneidad" artística que tiene su vórtice en los años veinte y primeros años treinta, hasta la guerra civil» (página 12), a la vez que no duda en calificarlo, uniéndose así a la opinión de Pérez Bazo, como «una de las operaciones de política cultural mejor planificadas del presente siglo» (loc. cit.). Una vez asentada esta premisa el autor plantea la cuestión de lo que llama «desdén y delicia de la prosa» desde la diferenciación que realizara, en su momento, Gerardo Diego entre poesía y literatura, y la controversia que surge a raíz de la misma. Diego discrimina la literatura calificándola de enfermedad para la poesía, y señala a los prosistas como el grupo constituyente del partido de lo literario. Sin embargo, se salva de la criba dieguina, según Ródenas, el poema en prosa, «que ha invadido sin remedio las revistas literarias españolas» (pág. 26), y que hasta el mismo Diego escribe. La práctica y las necesidades de las distintas revistas hace surgir lo que en la época se conoce con el nombre de prosa, lo cual, «además de designar un cauce verbal de expresión adquirió el significado de "pieza literaria breve escrita en prosa", equidistante tanto del cuento como del poema en prosa, aunque intersecando con ambos» (pág. 27).

    Domingo Ródenas ve como razón de ser de la preferencia de la prosa al verso en las revistas de la época, además de la preocupación por equilibrar las contribuciones en el espacio material de la revista, habiendo sido hasta el momento mayoritarias las del verso, «la certidumbre en el entorno orteguiano de que el verso constituye una opción literaria fácil, en la que es sencillo dar gato por liebre mediante el empleo de ardides léxico-retóricos y cuyas formas más elementales no requieren de un pensamiento muy elaborado» (págs. 27-28). El magisterio o poder, si se puede llamar así, orteguiano se hace notar, también, en los rasgos formales de la prosa que, según el filósofo, debe ser: «[...] enjuta pero sabrosa, exacta pero matizada, angulosa y clara, sobre todo clara, que fuera revestimiento sutil de la idea original y no vestimenta rozagante o raída por el uso de ideas mostrencas» (págs. 28-29). Por otro lado, la antología que en 1927 preparó Jean Sarrailh, Prosateurs espagnols contemporains, y la reseña que de la misma hizo Melchor Fernández Almagro para la Revista de Occidente, le sirven a Ródenas para apuntar los rasgos que definen a los jóvenes prosadores. Así, señala el carácter marcadamente subjetivo de esta prosa nueva que se manifiesta en la poeticidad, en el sentido crítico y en la ironía; la palabra desnuda en la que trasparece el pensamiento, la concisión y la elegancia como caracterizadores del lenguaje de estos autores; el desdén por los símbolos y la «erudición acartonada»: «El buen prosista "Bruñe cada vocablo", sin consentir que el automatismo del uso utilitario del idioma le brinde rápidas soluciones ni ahuecamientos retóricos» (pág. 43). Además, este autor otorga al pensamiento un lugar importante en la Poética de los prosistas del 27. Éstos conciben la prosa como creación, en la que el pensamiento «soporta la arquitectura de la frase. La prosa sin pensamiento vivo es materia muerta...» (loc. cit.). Ródenas ve que, de un modo u otro, estos rasgos fueron compartidos por la totalidad de los escritores de la generación, resumiéndolos, por si hubiera lugar a dudas, en: «[...] concisión, claridad y viveza expresivas, desautomatización de la prosa, control consciente de la herramienta lingüística y de las técnicas literarias, singularidad estilística y prevalencia de la idea sobre la palabra» (pág. 46).

    Si antes hemos hablado de la influencia de Ortega y Gasset en la prosa de esta época, hay que añadir también la de Ramón Gómez de la Serna como causante, junto a la moda del jaiku japonés, de la proclividad general hacia la parvedad y la concisión, que se constituye en rasgo técnico característico de la producción literaria de esta generación: «Todos los géneros se contagian de idéntico afán reductor, como síntoma del desprecio por lo accesorio y lo ornamental» (pág. 53). La glosa, el manifiesto, el aforismo, notas que revelan el germen de una idea..., florecen incipientemente en las revistas de la época o compiladas en libros, y cuya razón de ser, en muchos casos, según Ródenas, es «la búsqueda de la sorpresa (el shock), el humor o la imagen poética» (pág. 58). Junto a esto, un sinnúmero de metáforas inunda la producción de todos estos jóvenes, a pesar de que ellos mismos advierten y son advertidos de los efectos nocivos del metaforismo. «Dice Ortega: "El arma lírica se revuelve contra las cosas naturales y las vulnera o asesina". Pero también se disuelve la coherencia del texto, actuando sobre el progreso argumental en el discurso narrativo y sobre el encadenamiento de las ideas en el discurso expositivo» (pág. 60). Según Ródenas de Moya, esta tendencia al uso masivo de la metáfora tiene su origen, por una parte, en la greguería ramoniana y, por otra, en la imagen vanguardista del Ultraísmo y del Creacionismo. En este orden de cosas, el autor reconoce en el uso de la metáfora el afán de muchos de estos escritores por ser ingeniosos y humorísticos, lo que hace que la prosa se subjetive y descomponga. «Autobiografismo y fragmentarismo resultan ser rasgos de toda la prosa narrativa y de buena parte de la prosa ensayística. La metáfora presupone siempre un acto de inteligencia creadora, de una en particular, la del autor, que se delata a través de la analogía que establece» (pág. 65). El recurso a la metáfora, sin embargo, nos advierte Ródenas, no es un hecho exclusivo de la prosa española sino que afecta a toda la novela occidental.

    El punto de inflexión de la novela de herencia decimonónica queda situado por el antólogo en el año 1923. El convencimiento de que este tipo de novelas ha llegado a su fin, está plenamente arraigado en todos los ambientes culturales, generalizándose el pesimismo y provocando la necesidad de pensar propuestas que den nueva vida a la prosa. De entre la generación más joven distingue Ródenas de Moya tres corrientes en la etapa que ahora comienza: «[...] la novela humorística, la novela "nueva", dentro de la que se definen dos direcciones: la novela poético intimista y la novela "pura" o intelectual, y la novela social» (pág. 72). La novela humorística tiene como maestros a Ramón Gómez de la Serna, Wenceslao Fernández Flórez y Julio Camba. Su razón de ser responde, según Ródenas, al deseo de originalidad e inventiva. La novela nueva, que tampoco es ajena al humorismo, es dividida en dos corrientes: una primera innovadora «que rompe decidida y expresamente con la continuidad histórica del género», y la segunda, «renovadora que aspira a modificar, incluso profundamente, el concepto y la práctica novelística sin solución de continuidad histórica» (pág. 80). La corriente innovadora, vulnerando el principio de organicidad de la novela tradicional, propone una novela que sea metáfora de un aspecto de la realidad. La deuda con el cubismo, futurismo y las técnicas cinematográficas se hace patente en este tipo de obras. Por el contrario, la novela poético-intimista representa la realidad a través de la experiencia sensorial, emocional e intelectual de un personaje. Ahora la influencia es del impresionismo y del simbolismo. «En ambos grupos, y en grados diversos, se da un mismo costumbrismo cosmopolita: trenes, aviones, paquebotes, automóviles, dancings, casinos, hoteles de postín, clubes náuticos, bancos, bancarrotas y opulencia, desinhibición moral y sexual, etc., y los protagonistas suelen ser los mismos jóvenes cultos y cogitativos, algo atolondrados y un mucho perplejos, que se ahíncan en un presente continuo sin resolverse a definir un "proyecto vital"» (pág. 82). A su vez, se manifiesta un especial interés, por parte de algunos de estos autores, por explorar la condición humana en toda su complejidad. Presupuestos de humanización que son asumidos por los autores de la «novela social», la cual pretende «fundir lo más perdurable de la vanguardia (los caminos formales desbrozados) con lo mejor del ímpetu político revolucionario (la reconquista de la anécdota novelesca y del hombre como ser social)» (pág. 85).

    Un nuevo «corsé genérico», el de la biografía, es presentado por Ródenas como consecuencia de la agonía en la que había entrado la novela nueva, al no ser capaz estos prosistas de escribir, como les había reclamado Ortega, una novela hermética, absorbente, sobre una psicología interesante. El mismo Ortega emprende el camino poniendo en marcha, en la editorial Espasa Calpe, una colección de biografías, género que no contaba con una tradición en nuestro país, a diferencia de otros europeos. «El modelo de biografía que propició Ortega tenía mucho de indagación psicológica y, visto en perspectiva, constituía una ruta alternativa a la novelesca para la exploración de una personalidad interesante. Las dos misiones esenciales de la biografía consistían, la primera, "en determinar cuál era la vocación vital del biografiado, que acaso éste desconoció siempre"; la segunda "es aquilatar la fidelidad del hombre a ese su destino singular, a su vida posible", de modo que la vida del relato ofrece no la lucha del hombre con el mundo "sino la lucha del hombre con su vocación"» (pág. 94). Sin embargo, el empeño orteguiano se ve burlado por la práctica de los jóvenes, que encuentran en la biografía una ocasión excelente para hacer alarde de su virtuosismo estilístico, de modo que el discurso histórico-narrativo es sustituido por el subjetivo.

    Retomando la afirmación primera, que Ródenas hace en la introducción, de que toda la creación posvanguardista se realizó bajo el influjo del lirismo y es lo que da a la prosa su excelente calidad, dedica un amplio espacio ahora a recoger las impresiones de los propios autores de la época, conscientes de esta presencia omniabarcadora de la lírica, su posicionamiento de adhesión o de repulsa ante dicho fenómeno, en fin, el modo en que se materializó este influjo. Con Juan Ramón y Marichalar, el antólogo estima que «la prosa es la prueba superior de la homologación literaria, de modo que un poeta que no la superara demostraría no ser más que un simple cantor» (pág. 97), y que los del 27 la superaron sobradamente. A la vez, como detractores de la incursión de la lírica en la prosa, Ródenas habla de Andrenio, que «detecta el peligro de un nuevo alejandrinismo, de un atasco en la sorpresa de estilo, en el juego retórico del ornatus» (pág. 98), y de Gil de Biedma, que la detesta por agarrotar la prosa y por obstruir su función social de comunicación y de vehículo de racionalidad.

    Ya con la práctica del poema en prosa, ya explorando la zona limítrofe entre el poema en prosa y la narración vanguardista, los poetas del 27 cultivaron fecundamente este género. Ródenas recurre a las «Notas para unos prolegómenos a toda poética del porvenir que se presente como arte», de Bergamín, para erigirlo en posible manifiesto del poema en prosa, con la consiguiente justificación de la práctica literaria del momento que conlleva dicho documento. Bergamín llega a afirmar: «[...] ha nacido del "poema en prosa" el concepto estético actual de la obra poética» (págs. 100-101) y, concluye Ródenas que, como para este prosista dicha estética se extiende al arte dramático y a la novela, «el poema en prosa constituye el germen del que se ha desarrollado toda la estética literaria del momento, basada en la pureza y el autotelismo» (pág. 101). Por otra parte, el antólogo distingue tres etapas en la evolución del poema en prosa desde el Diario juanramoniano hasta los años de la República. La primera abarca los años de 1918 a 1923, y que se caracteriza por un cariz vanguardista. Descubre el autor en esta etapa, y lo señala a modo de alerta, concomitancias existentes entre el poema en prosa, que califica de postsimbolista, la narración esquemática y la enunciación aforística. La segunda, «entre 1924 y 1928, que coincide con la preponderancia del purismo literario y la imagolatría» (pág. 102), y en la que se distingue la práctica de dos tipos de poema en prosa: por un lado, el que recurriendo a la metáfora busca presentar objetos o situaciones cotidianas desde ángulos y escalas insólitos y, por el otro, el centrado en la percepción y el sentir de un sujeto que mediatiza la realidad representada. Y la tercera, «desde 1928 hasta 1936, que acusa, de un lado, el neorromanticismo propugnado por muchos jóvenes poetas y, de otro, el influjo de la doctrina y las técnicas surrealistas» (loc. cit.).

    En 1935 Guillermo de Torre se pregunta: «¿Existe el ensayo en la literatura española de nuestros días como género autónomo, de vida propia y fluencia constante?». La respuesta la da él mismo, uniéndose así al sentir de Jarnés y Andrenio: «[...] una buena parte de los supuestos ensayistas no rebasan las proporciones de articulistas periódicos más o menos in extenso». Estos autores echan en falta, en el momento en el que están viviendo, la presencia de ensayistas tales como Menéndez Pelayo, Valera o Clarín que, si no existen es, quizás, debido «a los condicionamientos materiales que impone la mera subsistencia y la difusión de la obra» (página 110), y que obliga a la generación más joven a reducir sus trabajos al ámbito periodístico. Como excepción están Revista de Occidente y Cruz y Raya, que Ródenas califica de «plataformas culturales de y para élites» (pág. 111) que facilitaron «un ensayismo menos inhibido en extensión y profundidad» (loc. cit.). Finalmente, Ródenas de Moya analiza la crítica literaria señalando que, también aquí, predomina el interés de los autores por lucir su faceta de escritor, de modo que «el crítico literario era, ante todo, literario y, subsidiariamente, crítico» (pág. 115). Subyace en este modo de hacer crítica, según este autor, la idea de que la crítica es un arte, idea que habían sostenido, entre otros, Oscar Wilde, Andrés González Blanco, Andrenio, Guillermo de Torre y el mismo Ortega desde sus Meditaciones del Quijote.

    Domingo Ródenas de Moya, a pesar de persistir en una concepción de la Modernidad deudora de los estudios ingleses y americanos y de la que ya advertimos en nuestra anterior reseña que es improcedente, ha elaborado una antología muy valiosa, de gran rigor, y que era necesaria para la historia de la literatura y la filología españolas.

J. M. Pons Aguilar

 

D. T. Suzuki, El buda de la luz infinita. Las enseñanzas del budismo shin, Paidós Orientalia. 2001, 95 págs.

    La conocida y gradualmente nutrida colección de Paidós Orientalia nos ofrece la nueva traducción de un texto ya clásico de un viejo conocido por el lector en castellano. En efecto, el monje zen y profesor japonés afincado desde los años cincuenta hasta su muerte en usa Daisetz T. Suzuki (1870-1966) lleva siendo traducido al castellano desde el año 1964, en que aparece su colaboración con Erich Fromm Budismo zen y psicoanálisis en Mexico (fce). Suzuki se había dado a conocer al público anglosajón desde principios de siglo, y consigue su primer gran éxito editorial con la publicación del clásico Zen and Japanese Culture (1938, original en inglés), traducido al castellano por Paidós Orientalia.

    De su producción en los años cuarenta destaca la considerada en Japón su obra maestra, Nihon-teki reisei («la espiritualidad japonesa»), del año 1944, aún sin traducción castellana. Desde su llegada a usa, Suzuki se dedica de manera incansable a difundir la filosofía zen en occidente, su verdadera vocación, convirtiéndose en un auténtico apóstol de esta filosofía. Su tono marcadamente proselitista le gana numerosos adeptos en occidente, pero también le granjea ciertas antipatías en algunos sectores del mundo académico japonés, donde algunos críticos de su obra sostienen que su budismo rompe con la tradición genuina del zen para promover una versión adaptada al discurso filosófico dominante en occidente. De la producción de Suzuki hasta finales de los cincuenta, Chr. Humphreys reunió una serie de conferencias inéditas que ha publicado en castellano Kairós.

    El texto original de El buda de la luz infinita corresponde también a finales de los cincuenta, y está basado en una serie de conferencias monográficas sobre la escuela shin de budismo japonés, pronunciadas el año 1958 ante la American Buddhist Academy en New York. En el año 1970 se editan y se publican con un prefacio del fundador de la Academy, Hozen Seki, cuya edición revisada de 1998 sirve de texto para esta traducción.

    El interés de Suzuki por el psicoanálisis, la ciencia occidental del inconsciente, que aquél equipara al concepto de mente profunda en la tradición zen, le hace entrar en colaboración con personajes como E. Fromm (el texto mencionado se publica el año 1960) o el mismo C. Jung, que le escribe el prólogo a An Introduction to Zen Buddhism el año 1964. Sus últimos ensayos, escritos alrededor de sus 90 años de edad, han sido recogidos en japonés bajo el título de Toyo-tekina mikata (‘la mirada oriental’).

    El buda de la luz infinita, Amida en japonés (del original sánscrito Amitabha), es en realidad un bodisatva, i. e. un iluminado, que decide no entrar en el nirvana de la extinción definitiva sin antes cumplir él solo la magna obra de reunir a todos los seres de los seis órdenes de la existencia en un lugar a tal efecto constituido, y conocido como el Paraíso de la pureza (la ‘Tierra pura’ según la mayoría de las traducciones). Esto lo sabemos porque lo dice el Sutra del buda Amitabha, uno de los sutras importantes del budismo mahayana, el que se difunde desde el norte de la India hasta Japón. Según este sutra, que llegó a la biblioteca de la secta budista Tendai durante el siglo IX o el X, el buda de la igualmente infinita compasión hace una serie de votos delante de sus discípulos, un total de cuarenta y ocho, de los cuales el número dieciocho dice que jura asistir en el lecho de muerte a todo aquél que invoque su nombre, y conducirlo con un cortejo celestial a su Paraíso, donde no existe ya ningún tipo de miseria, enfermedad, sufrimiento o maldad, y del que sobre todo no hay recaída en las existencias inferiores.

    Este sutra llamó la atención de ciertos monjes de la secta Tendai, Genshin, Kuya, en los siglos X y XI, y en el siglo XII su discípulo Honen decide que para los tiempos que corren más vale suscribirse al voto de Amida que es seguro y sencillo de obtener, pues basta con entonar la fórmula namu Amida-butsu (‘bendito sea Amida’) y llevar una vida honesta, que pasársela entre inciertos esfuerzos por alcanzar la iluminación con los propios medios. Y así abandona la secta Tendai y funda la primera secta japonesa de budismo amidista.

    Pero Suzuki no habla en este libro de Genshin, ni de Kuya, ni de Honen. Habla de Shinran (1173-1262), discípulo directo y principal de Honen, y además del haikista Kobayashi Issa (1763-1827) y del maestro Eckhart. La omisión se explica porque Suzuki fue nombrado catedrático de la Universidad Otani el año 1921. Esta universidad es confesional de la secta fundada por Shinran, de donde se explica el interés especial que en Suzuki despierta la versión amidista de esta escuela, frente a los precedentes medievales tempranos y otras versiones del amidismo japonés. Shinran funda la secta denominada Jodo shin-shu o ‘secta auténtica del Paraíso de la pureza’, presentada en este libro como budismo Shin. Se trata por tanto de una de las versiones doctrinales del amidismo japonés. Suzuki no tiene interés en un estudio histórico-doctrinal del amidismo, lo que hace no es historia intelectual. Por ello no defiende al amidismo shin frente a otras formas de amidismo, sino que parte del presupuesto implícito y no discutido de que esta forma de amidismo encarna la filosofía esencial amidista.

    Pero da un paso más. A Suzuki tampoco le interesa el amidismo shin en su particularidad como escuela diferenciada de otras formas de budismo, entre ellas el zen. Por el contrario, a Suzuki le interesa la «interioridad» del shin. En la conciencia profunda se hallan contenidas las raíces de toda espiritualidad. Se trata de una espiritualidad universal que se manifiesta en diversas filosofías. El Shin, el zen, incluso el psicoanálisis, todos apuntan a un mismo objetivo: la emancipación de la mente profunda, donde reside nuestra verdadera naturaleza. A ello contribuye la meditación del zen, el análisis científico de los contenidos marginales de nuestra conciencia o la desarticulación del ego en la fe absoluta en la fuerza del otro, siendo ese otro Amida para la tradición del Shin, el no-yo para Suzuki. La solución de Shinran no es inmanentista, ésta es la interpretación a-histórica de Suzuki. El Shinran de Suzuki es un Shinran idealizado, inventado para que venga a decir lo que Suzuki quiere decir. Si se busca una solución inmanentista en el budismo amidista hay que venir más cerca en la historia medieval japonesa y aproximarnos al amidismo tardo-medieval de Rennyo (1415-1499).

    La referencia al poeta-sacerdote de la escuela Shin Issa es puramente anecdótica. Asimismo la de Eckhart. Sirven de simples ejemplos para ilustrar una enseñanza del propio Suzuki.

    Evidentemente no se le pueden pedir peras al olmo. El texto que reseñamos decepcionará a quien espere un estudio breve o sintético sobre la escuela Shin de budismo amidista. Gustará sin embargo a aquellos que comparten con Suzuki la creencia en una espiritualidad profunda universal. Suzuki no pretendió en estas conferencias ofrecer un estudio históricamente documentado del tema, sino introducir a un público ignorante en una de las formas de la «espiritualidad japonesa», ese lugar privilegiado de la conciencia de la humanidad.

    No me canso de repetirle a las editoriales que es necesario organizar las publicaciones sobre cultura japonesa, superar el japonismo que explotan todavía la mayoría de los textos traducidos, y ofrecer al público en lengua castellana una colección de textos académicamente serios sobre la historia cultural e intelectual japonesa. P. ej., aún no existe una historia del budismo japonés en lengua castellana. Sólo en el contexto de información que provee una historia documentada de tal tipo se pueden apreciar textos dogmáticos como el que aquí reseñamos. Sin esa información nunca saldrá el lector en lengua castellana de las garras del orientalismo, del japonismo, del zenismo. Sería aconsejable publicar ya la traducción del Ways of Thinking of Eastern Peoples de Nakamura Hajime, que me consta tiene sin editar desde hace algún tiempo un profesor de universidad de Granada. Por suerte para los aficionados al budismo japonés, la editorial Trotta tiene anunciada la próxima publicación del texto de referencia para Shinran, el Tanni-sho, en su colección Pliegos de Oriente. Eso es harina de otro costal.

A. J. Falero

 

F. Díaz de Castro (ed.), Comentarios de textos. Poetas del siglo xx, Universidad de las Islas Baleares, 2001, 308 págs.

    El mensaje de la poesía, de la escritura y la literatura en general —como el de todas las formas artísticas y de expresión— viene a ser el resultado de un entramado de formas y sentidos que se levanta y se estructura en las obras. En el caso del escritor la palabra sostiene al hombre enfrentado a sí mismo y a su mundo frente a la hoja en blanco dentro de las coordenadas y las misteriosas inquietudes que dominan en cada época, sean individuales o colectivas, generacionales, conscientes o inconscientes. Un espacio donde centra su tema de trabajo el llamado comentario de texto. Este volumen de la «colección materiales didácticos» de la Universitat de les Illes Balears reúne diversas visiones y exégesis tanto de filólogos como estudiosos y creadores acerca de la poesía más reciente de nuestra historia, la del siglo que hemos vivido y ha pasado lleno de tantas experiencias ricas para nuestras letras, tratando de ahondar en sus significados, acercarnos y familiarizar la función de tales discursos con sus lecturas y observaciones.

    Como muy bien destaca en sus palabras de «Presentación» el profesor y editor Francisco Díaz de Castro, no siempre se ha plasmado tal empeño en los planes estudio, la base que sustenta nuestras universidades y, más en su raíz, las escuelas, es decir, la base de la cultura de un país: comprender y afrontar la enseñanza de las milenarias lengua y literatura españolas. Por ello no sólo el conocimiento de la poesía contemporánea por parte de los estudiantes se ve cada vez más asfixiado y parco dentro del reparto de horas en el calendario lectivo semanal, tal y como se percibe desde los últimos años a todos los niveles y campos educativos, sino que en este sentido también cabe preocuparse por el hábito de la lectura misma en un país de amplia tradición libresca.

    Tampoco lo que el gran público sabe de otros géneros como por ejemplo puede ser nuestro teatro o la novela o el conocimiento más básico de nuestros clásicos parece diferenciarse. Según noticias en la prensa más reciente, si nos detenemos en las secciones dedicadas a educación, incluso las materias tradicionalmente consideradas más experimentales como la física o las matemáticas, parecen resentirse con unos malos resultados que nos sitúan hoy por hoy por debajo de las medias educativas europeas. Las causas se subrayan en unos profesores y unos jóvenes muy desmotivados, masificados, que se dejan llevar por el resultado del ritmo frenético y laberíntico de la vida actual, un ritmo acentuadamente competitivo e itinerante, con políticas educativas redundantemente reformistas y discontinuas, más atentas a lo exterior y a la imagen que al interior y a la verdadera esencia del problema, siempre preocupadas más del dato estadístico y de presupuestos que de las personas y del futuro humano que encierra todo currículo académico para cada uno de nuestros estudiantes.

    Por esta razón, la enseñanza del comentario de texto debe ser ante todo una apuesta, un viaje y un aprendizaje que busque la lectura como disfrute y diversión, la adquisición de un hábito, una afición por la vida como han hecho todos los que se han acercado a la escritura, abrirse para comprenderse, así como aprender y practicar unos artificios retóricos que son los que organizan el lenguaje y el texto literario necesariamente y no un tedioso trabajo repetitivo, una obligada lectura cerrada de piezas. Un camino dirigido en efecto a compartir las reflexiones o las emociones que sobre nosotros mismos como propio objeto de estudio y análisis hemos hecho a lo largo de una ancha tradición desde el diálogo, sin olvidar que el fin de todo mensaje está en la comunicación, que todo acto humano es un acto comunicativo, y social, en sí mismo.

    De esta manera, Poetas del siglo xx es un ejemplo abierto y plural de diálogo con la literatura y los textos, tanto por su conocimiento como por su intención, disfrutar y comprender, a partir de los dieciocho estudios que recoge en total, comenzando con «Notas a "Credo poético", de Miguel de Unamuno» donde Álvaro Salvador —Universidad de Granada— busca profundizar en la poética de dicho autor, inmerso, según sus palabras, en «esa corriente ideológica postromántica que reacciona contra el desarrollo empirista de la ideología burguesa clásica», y María Pilar Celma Valero —Universidad de Valladolid— en «Poema LXXVII de las Poesías completas de Antonio Machado», donde busca explicaciones a esta machadiana «[...] angustia / que habita mi usual hipocondría».

    Sobre el mundo poético y creador del 27 son varios también los artículos seleccionados y publicados: Julio Neira —UNED—, «"¡Dos amores, Jacinta!". Tradición y vanguardia en la poesía de José Moreno Villa»; Francisco Javier Díez de Revenga —Universidad de Murcia—, «"Nocturno de los avisos", de Pedro Salinas»; Virtudes Serrano y Mariano de Paco, «Poesía y teatro en "Huerto Melibea", de Jorge Guillén»; Francisco J. Díaz de Castro —Universitat de les Illes Balears—, «Federico García Lorca: "Poema doble del lago Eden"» donde nos acerca el trasfondo oscuro del granadino, ese «forcejeo con las palabras y consigo mismo para decirse en los poemas, para dar forma a una verdad poética demasiado compleja para ser clasificada»; Antonio Carvajal —Universidad de Granada—, «Sonetos de Vicente Aleixandre»; Almudena del Olmo Iturriarte, «"Mozart [1756-1956]", de Luis Cernuda», una aportación más a su centenario; Antonio Jiménez Millán —Universidad de Málaga— y Juan Carlos Rodríguez —Universidad de Granada— abordan la figura del Alberti más privado, más pagano y urgente en «"Nocturno", de Rafael Alberti» y «Un modo de lectura textual: la poética de Alberti a través de un soneto de Roma, peligro para caminantes» y, finalmente, José María Balcells describe «La "Elegía" de Miguel Hernández a Ramón Sijé».

    Más cerca aún de nosotros, Juan José Lanz —Universidad del País Vasco— propone como lectura «Blas de Otero: "Biotz-beguietan", de Pido la paz y la palabra» o Gregorio Torres Nebrera —Universidad de Extremadura— se acerca desde la noche y las alucinaciones a uno de nuestros mejores maestros vivos en uno de sus textos más interesantes, «"Lope. La noche. Marta". La alucinación de José Hierro»; María Payeras Grau, «"Dato biográfico", de Ángel González»; Pere Rovira —Universitat de Lleida—, «Dos poemas de Jaime Gil de Biedma: "Pandémica y celeste" y "Contra Jaime Gil de Biedma"» donde apuesta con el autor porque «la crueldad del paso del tiempo y de la aniquilación sólo puede atenuarse con la entrega plena a las leyes del cuerpo y del amor»; José Jurado Morales con «El compromiso social y la renovación literaria en Félix Grande»; Ana-Sofía Pérez-Bustamante Mourier —Universidad de Cádiz—, «Ana Rossetti, cronista del paraíso ("Cibeles ante la ofrenda anual de tulipanes")» y Rosa Navarro Durán, «Jaime Siles: "Tragedia de los caballos locos"».

C. J. Duarte