RECENSIONES II

 

Francisco Carrasquer, Ramón J. Sender, el escritor del siglo xx (R. Malpartida Tirado). Blanca Torres Bitter, Reescribir la infancia perdida. La perspectiva narrativa en cinco relatos españoles del siglo xx (Mª B. Navarro Tahar). Mª Victoria Utrera Torremocha, Historia y teoría del verso libre (J. Caralt). Miguel Catalán, El sol de medianoche. 111 paradojas (pról. de J. Montoya Sáenz) (J. Caralt). Miguel Angel Quesada Pacheco, El español de América (M. Galeote)

 

Francisco Carrasquer, Ramón J. Sender, el escritor del siglo xx, Milenio, Lleida, 2001, 196 págs.

    Hay libros monográficos que atraen exclusivamente a especialistas en el autor o materia concretos, algunos son adquiridos por legos para adornar de variedad sus estantes, y otros muchos sólo interesan a sus propios artífices. Una cuarta categoría, bastante más olvidada por poco producida, es la del trabajo crítico que, al margen del objeto de estudio, agrada por el zarandeo de la escritura y la pasión que destila, caso de este conjunto de textos que Francisco Carrasquer dedica a Ramón José Sender, en cierto modo complementario al que ya fue reseñado en Analecta Malacitana (XXIV, 2, 2001, páginas 611-614), Sender en su siglo. Antología de textos críticos sobre Ramón J. Sender (ed. de J. Barreiro, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2001).

    En cuanto a lo primero, es decir, el cauce verbal, Carrasquer despliega facetas inusitadas en el terreno de la crítica literaria: haciendo acopio de nuestro caudal léxico, exhuma vocablos que nos conducen al diccionario, de puntillas —como hacemos, a veces, estúpidamente los filólogos—, con un pedagógico sonrojo que nos reconcilia con términos olvidados o desconocidos (y esta puede ser virtud del traductor, que no en vano lo es Carrasquer y muy laureado): azacanado, eponímicos, y una larga nómina que no prolongo por no delatar más mis carencias; insatisfecho con la lengua que conoce tan a fondo, o bien en lúdica actitud, que todo usuario puede legítimamente practicar, se muestra atinado neologista, con esa pizca de audacia e ingenio que tal labor requiere: grafómano, grafofacundia, etc.; contagiado de ese prurito universalizador que tantas veces aflora en la obra de Sender, hallamos también una tendencia aforística que cobra forma de hermosos y aleccionadores asertos como este: «[...] la obra de arte no es un trabajo, sino un acierto».

    Sazonadas equilibradamente con una encantadora coloquialidad, estas cualidades que se aprecian en Ramón J. Sender, el escritor del siglo xx, y que han sido constantes en la andadura investigadora de Carrasquer, dotan a su prosa de una sorprendente mezcla de sencillez y afectación cuyo resultado provoca la impresión de estar oyendo de viva voz, sin el heraldo de la página impresa, al propio autor, toda una lección de estilo que, de crear escuela, haría temblar el futuro del magnetófono.

    Respecto a nuestro segundo punto de partida, esto es, el modo apasionado con que Carrasquer se acerca a la obra y personalidad de Sender, resulta imprescindible aclarar la categórica aposición que escolta en el título al escritor oscense. Es Sender el escritor del siglo xx, y no un escritor o, sencillamente, escritor, no porque el aprecio de su exégeta se haya desbordado y, deslizándose hacia el amor absoluto, haya degenerado en absolutismo crítico, sino «porque ha participado en su vida y en su obra en los más grandes movimientos sociales de la vigésima centuria: anarquismo, comunismo, federalismo; porque ha vivido los momentos más trascendentales del pasado siglo en España: la prerrevolución, la revolución, la guerra civil y el exilio. En fin, porque ha conocido y experimentado las más importantes corrientes artísticas del siglo XX, sin ser adepto de ninguna, sino escribiendo y pintando en su propio estilo llano pero inmutable, exclusivo pero sabio» (página 11). Los títulos de los libros esconden, naturalmente, una intención, y el de este queda justificado por las anteriores palabras de su introducción y porque ve la luz al alimón de las actas del II Congreso sobre Ramón J. Sender, publicadas como Sender y su tiempo. Crónica de un siglo, en clara línea reivindicadora, semejante a la de aquel primer volumen que le precedió, El lugar de Sender, certero juego de palabras que fundía el nombre del creador con el de su portentosa novela El lugar de un hombre. Si se me permite la prosaica expresión, saben vender bien el producto de su tierra los aragoneses, por mucho que se lo haya hurtado el vergonzoso episodio de la dictadura (es el caso también del propio Carrasquer), y la serie de obras pro Sender en que se inscribe esta colección de artículos camina con paso firme en la loable labor de invitar a su lectura.

    A este propósito se encomienda precisamente el autor en «Segunda incursión en el realismo mágico de las novelas históricas de Sender», su contribución al mencionado II Congreso, donde pasa revista a los principales errores de apreciación crítica y editorial, así como a los trasnochados tópicos que los estudiosos han ido repitiendo una y otra vez a propósito de la obra senderiana, como la ausencia de Bizancio, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, Tres novelas teresianas, Epitalamio del prieto Trinidad y El pez de oro en el número que Ínsula dedicó a la novela histórica del siglo XX, o la prematura retirada del proyecto de la Obra completa que Destino había iniciado.

    En cuanto a los sambenitos que se le han colgado, Carrasquer examina «La soi-disant irregularidad de Sender», epígrafe que contiene los alegatos más arriesgados del artículo, como la recurrencia a Cervantes —que algunos leerán precipitadamente como una comparación—, cuyo Persiles no está a la altura del Quijote, y téngase en cuenta que no se trata de equiparar a ambos escritores, sino de ilustrar, sin más, la idea de que «no hay creador (de cualquier arte) que acierte siempre, por bueno que sea» (pág. 26); o el reto lanzado «a quien me sepa demostrar que Sender ha escrito una obra inferior, una sola obra que no presente ningún interés, ningún atractivo, ninguna sustancia» (pág. 28), y se me ocurre —aun admitiendo que las condiciones señaladas por Carrasquer son inteligentemente tramposas, pues en cierto modo todo libro las reúne— aducir algún título que por casualidad ha caído en mis manos, pero me llevaría un buen rapapolvo ante tan excelente abogado.

    Era de esperar tras este desafío la mención de una de sus novelas más célebres y también más vituperadas, La tesis de Nancy, que durante un tiempo gozó del unánime beneplácito de los profesores de Secundaria a la hora de programar las lecturas obligatorias, pero la defensa de Carrasquer toma la dirección del pretendido humor que desprende y de que «a lo largo de esos cinco libros desfilan ideas interesantes por demás y conocimientos útiles y hasta muy poco corrientes de gran valor intelectual y artístico» (pág. 29).

    Si para algunos críticos se produce una paulatina disminución de la calidad de su obra, Carrasquer indica varios libros posteriores al medio siglo que desvirtúan tal opinión: Réquiem por un campesino español, Los tontos de la Concepción, Túpac Amaru, El alarido de Yaurí, El pez de oro y Monte Odina, a lo que sigue un cotejo de Bizancio con La tierra fértil de Paloma Díaz-Mas, paradigma de la novela histórica actual a juicio de Germán Gullón, lo que da pie a fértiles reflexiones sobre las motivaciones de Sender a la hora de encauzar sus novelas históricas, además de que en estas páginas se hallan brillantes generalidades y esbozos tipológicos del género.

    Termina este artículo con el epígrafe «Sender, el todoterreno de la literatura española», donde realiza un curioso cálculo estadístico para rebatir el frecuente reproche de su prolijidad: su precocidad y longevidad le permitieron escribir ciento ochenta y seis libros sin que hubiera de dedicar más que un mes de promedio a cada uno de ellos, aparte, claro está, de sus múltiples colaboraciones periodísticas y cartas. No obstante, poco crédito hemos de conceder a estas cábalas, pues señala Carrasquer que «con Sender no valen las estadísticas y menos los promedios. Porque no creo que fuera hombre muy programado y más bien me figuro que trabajaba a destajo [...]. Al fin y al cabo es lo propio del arte: no hay artista que trabaje a golpe de sirena ni de reloj-fichero, porque la obra de arte no es un trabajo, sino un acierto. Muchas veces el artista tiene que borrar o destruir lo hecho porque lo ha tomado como un trabajo. El taylorismo es antípoda del arte» (pág. 40). De la cantidad pasa Carrasquer a la pluralidad, acogiendo la palabra todoterreno «porque la obra de Sender ocupa todo el agro con todos sus cultivos, sin excluir el bosque, los cañavelares, ni menos los jardines y aun menos cuando merecen nombres tan bonitos como vergal y pensil» (pág. 40), lo cual, descifrados los términos metafóricos, coloca a Sender en la estela no sólo de la novela, sino también del cuento, el teatro, el ensayo y la poesía, diversidad de elecciones genéricas que se explica en parte «por afán de darse al pueblo en pensamiento y voluntad» (pág. 41), de lo que es sobrada muestra su labor periodística.

    Una de las parcelas vindicativas ya reseñada aparece también en «¿El último Sender, no es para nada el primero?», publicado en Trébede (47-48, febrero de 2001) con título menos explícito, «El Rubicón de Sender», donde Carrasquer vuelve a sus juegos numéricos calculando en su producción «unas 28.000 páginas en forma de libro y más del doble en artículos» (pág. 54), y, lo verdaderamente importante, contesta a los críticos que le han achacado su falta de implicación política y social a partir de los años cuarenta (entre ellos Julio Rodríguez-Puértolas) que «en todos los libros que ha escrito Sender hay compromiso, si es que compromiso significa hacerse responsable de lo que se escribe y sentirse implicado, concernido y ser consecuente en acto según palabra empeñada en todo aquello que se afirma o se niega y se combate o proclama» (pág. 53).

    Sobre Ensayos del infringimiento cristiano y, de modo más general, la espiritualidad de Sender, versa «El infractor infringido: trascendentalismo numinoso de Ramón J. Sender», en el que Carrasquer comenta la curiosa idea del literato oscense de que Jesucristo no existió, «pero resulta que esta inexistencia es, precisamente, la grandiosa prueba con la que Sender cree haberse demostrado la divinidad del personaje inventado por los hombres a lo largo de unos milenios» (página 82), si bien lo más notable del artículo corresponde a una digresión que no tiene desperdicio a propósito de la supuesta dulzura de este personaje de ficción, donde leemos, por ejemplo, que «no tiene nada de dulce que Jesús ninguneara a su madre cuando ésta podía serle de gran ayuda, siquiera fuese con sus dádivas de ternura; ni menos que la emprendiese a latigazos contra los mercaderes del templo; ni cuando dijo que "quien no está conmigo está contra mí", oración tan desacertada además como aquella otra de "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Incluso una frase que pudo significar el súmmum de la tolerancia y del pacifismo victimista: "si os dan una bofetada en una mejilla, poned la otra", es de todo punto irrecomendable, a no ser que se quiera hacer proselitismo del vicio de Sacher-Masoch. Y de ser muy, muy dulce, le besaría la mano al abofeteador» (pág. 85).

    Tras «Lo aragonés en Sender», dilatada glosa de varias citas de Solanar y lucernario aragonés y Monte Odina, que propicia interesantes reflexiones sobre ilustres figuras de la tierra como Gracián y Goya, Carrasquer nos obsequia con una «Bibliografía comentada» de casi un centenar de libros de Sender, de manera que la invitación a la lectura que va aneja a la vindicación cobra aquí su más concreta expresión al brindar la oportunidad de elegir aquellos títulos que, leído el comentario que el autor les dispensa, atraen más al lector por un motivo u otro, además de que el conjunto constituye un espléndido modelo para elaborar cuartas de cubierta, que, en los casos más felices (es decir, cuando son creativas y honestas y no una descafeinada sinopsis), representan una suerte de microensayos que requieren enormes dotes para la síntesis.

    Dos apéndices completan este libro: el cuestionario que Carrasquer envió a Sender en noviembre de 1966, poco antes de iniciar su tesis doctoral, con respuestas bastante breves, habida cuenta de que se trata de un cuestionario en diferido y no de una entrevista presencial; y, por último, una selección de dieciocho cartas (con notas aclaratorias, muy de agradecer tratándose del género epistolar, inmerso en la privacidad) de entre las que Sender escribió al autor, trufadas de anécdotas, datos biográficos y literarios y, lo más valioso, retazos testimoniales de una voz y de un sentir muy determinados: el de la distancia impuesta.

    Por encima de las objeciones que precipitadamente se le podrían hacer, como el tono apologético (que he preferido denominar apasionado, adjetivo nada desdeñable para cierto tipo de obras) y la heterogénea serie de textos que concurren a su confección final para, empleando el término del que muchos se valen en estos casos, rellenar y cumplir con un número de páginas, Sender, el escritor del siglo xx es un ejemplo de que la amplísima cultura que Carrasquer derrocha es vasta pero no devastadora: deja abiertos hermosos vergeles para la simpática reflexión personal, que lo pone en una órbita alejada del frío ejercicio de exégesis dirigido a especialistas, además de que pocos libros merecen más que este la denominación de generoso, y piense el lector si es frecuente que un estudioso ponga a nuestro alcance el material que aquí se nos brinda.

R. Malpartida Tirado

 

Blanca Torres Bitter, Reescribir la infancia perdida. La perspectiva narrativa en cinco relatos españoles del siglo xx, Universidad de Málaga, 2002, 195 págs.

    En el presente volumen, la profesora Blanca Torres reúne varios estudios unidos por un mismo motivo: «[...] la recuperación de ese espacio vital, por definición perdido —como escribió Graham Green en un breve ensayo—, que supone la infancia» (pág. 5).

    Con este objetivo, se analizan cinco obras: Nada de Carmen Laforet, Primera memoria de Ana María Matute, Tristura de Elena Quiroga, El camino de Miguel Delibes y Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio.

    El libro está organizado en dos apartados «en virtud de su común elección de un punto de vista semejante», quedando las cuatro primeras novelas señaladas anteriormente para un primer apartado y un estudio más extenso de Alfanhuí «por considerar que esta novela ofrece los acontecimientos desde un punto de mira exterior a la diégesis» (pág. 5).

    Dentro del primer bloque, se estudian como conjunto Nada, Primera memoria y Tristura y en un segundo subapartado se analiza El camino. La autora justifica esta disposición por el hecho de que la «progresión que —en las tres novelas estudiadas primero— se inicia contemplando la relación del sujeto narrativo con el restringido grupo que constituye la familia se hace ascendente en los relatos abordados a continuación, cuando el alcance de la mirada narrativa abarca ya un pueblo (El camino), ya el mundo en su totalidad (Alfanhuí)» (pág. 6).

    «De ancianas y mozas en tres fabulaciones de la posguerra española» da título al estudio de Nada, Primera memoria y Tristura, ya analizadas por la crítica como conjunto. En primer lugar, la elección de un modelo autobiográfico une las tres novelas, así como una misma estructura familiar: la ausencia de padre y privación de la madre lleva a conferir el poder familiar a las abuelas, apoyadas, a su vez, en otra figura familiar. Se trataría de las tías Angustias, Emilia y Concha de Nada, Primera memoria y Tristura.

    Uno de los puntos más interesantes y sugerentes de este apartado lo constituye el análisis del proceso de inversión en Nada cuando Andrea despierta y observa una vieja fotografía de juventud de sus abuelos: «Me complací en pensar que los dos estaban muertos hacía años. Me complací en pensar que nada tenía que ver la joven del velo de tul con la pequeña momia irreconocible que me había abierto la puerta» (pág. 16). Esta creencia se conoce en el campo de la psicología como inversión y responde a un planteamiento que Lloyd de Mause recoge en su Historia de la infancia: «[...] la idea de que el abuelo renace realmente en el niño era común en la Antigüedad». Esta creencia supone que al nacer el niño se convierte «en el padre de su madre y de su padre [...]. Al niño, sea cual fuere su sexo, se le viste con ropas de estilo parecido a las que lleva la madre del padre, es decir, no sólo con un vestido largo, sino anticuado, por lo menos de una generación anterior». De este modo, la autora apunta el hecho de que la llegada de Andrea a la casa de su abuela supone su nacimiento como personaje de la novela y el modo en que su tía Angustias «se afana en modelar la personalidad de la joven, es, pues, una consecuencia directa de este nacimiento» (pág. 17). De ahí deriva el título del apartado, pues Curtius se refirió al proceso de inversión con el nombre de «la anciana y la moza».

    Siguiendo con el estudio de las tres primeras novelas, Blanca Torres llega a la conclusión de que la incomunicación con el padre conlleva «la rebeldía frustrada que emprenden sus hijas para con las familias adoptivas que las acogen» (pág. 27).

    Concluye la autora su análisis con la idea de que «Tadia, Matia, Andrea son una metáfora de la joven nación española que, al tiempo que emerge tras la guerra, se hunde indefectiblemente bajo el peso inmenso de un pasado que se quiere renovado» (pág. 34).

    El apartado «Sobre la focalización múltiple en El camino, de Miguel Delibes» presenta la función del narrador en esta novela. Se afirma la omnisciencia del narrador y un múltiple punto de vista, pues la perspectiva del Mochuelo no es la única que guía todas las manifestaciones de ese narrador en tercera persona, tal y como demuestra la profesora Torres en variados ejemplos. Asimismo se hace un recorrido por todos los episodios, analizando de forma breve, aunque no por ello menos profunda, los aspectos esenciales de la obra.

    Una importante cuestión en el estudio de la obra de Miguel Delibes es la idea de camino que pretende desembocar en un futuro feliz, aunque la idea de progreso, como acertadamente apunta la autora, «supone un desvío del verdadero porvenir, y, por tanto, un abandono de la senda natural de la vida». De esta forma, se afirma en la novela que poco antes de su partida a Daniel «le invadió una sensación muy vívida y clara de que tomaba un camino distinto del que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin» (pág. 51).

    El segundo bloque del estudio lo constituye al análisis de la novela Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio. Está estructurado en tres capítulos con una clara intención: la de «ofrecer, así, una interpretación orgánica de esta novelita de Sánchez Ferlosio, que persigue, según lo entiendo, utilizar un enfoque mítico de la infancia para elaborar una reflexión sobre el poder de la creación verbal» (pág. 6).

    El primero, titulado «Las "andanzas" o la concreción narrativa de un espacio transitable», supone una primera toma de contacto con la novela. En primer lugar, se presenta necesaria la aclaración de la historia de Alfanhuí como un largo camino, tanto físico como espiritual, a lo largo del cual el protagonista recoge las experiencias de los demás personajes.

    Es de destacar el análisis que Blanca Torres hace de la primera lección de Alfanhuí cuando éste quema al gallo para después salvarlo, aunque no puede evitarlo del todo y el gallo queda sin su función aérea. Se trata de una lección espacial, pues «el gallo abandona su natural medio celeste para instalarse en otro que le resulta nuevo, y por este extrañamiento es como si lo inaugurara para la novela. Por último, lo delimita vinculándolo con el horizonte y conectándolo con el hombre que lo mira para atravesarlo y explorarlo. El mundo se plantea, entonces, como un camino que encierra la exigencia de alguien que lo recorra y ratifique su trazado» (pág. 84).

    Otro motivo verdaderamente importante en la novela es el del viaje, pues el protagonista camina hacia el encuentro de sí mismo, resultando «el mundo en toda su inmensidad un camino que Alfanhuí incorpora viajando» (pág. 88). A través de este análisis, la autora pretende revelar la intención de la novela de que el horizonte puede ser alcanzado, y una vez hecho esto, puede ser renovado. El personaje de Alfanhuí se configura de este modo como un «auténtico homo viator, que va regenerando los afanes de la vida a medida que camina» (pág. 98).

    El segundo, «Las "industrias" o el discurso como ámbito para la fabricación de una realidad narrativa nueva», se centra en un estudio del espacio y su relación con el progreso de la historia. La casa va a erigirse como núcleo del universo narrativo del protagonista, representando tanto punto de llegada como punto de partida de su viaje. La exploración de la casa del taxidermista ocupa un lugar relevante en el proceso de búsqueda de la identidad de Alfanhuí y será la destrucción de esa casa lo que lleve al protagonista al mundo para que lo habite. Desde la salida de la casa en llamas se produce un recorrido del camino en sentido inverso, pues llega a casa de la madre, después de la abuela y finalmente a la laguna, donde se reencuentra con su propio ser esencializado en un nombre.

    El tercer y último capítulo del libro lo constituye «La realidad en círculo y el discurso en el espejo». Se trata de un estudio de la segunda parte de la novela, en el momento en que Alfanhuí llega a Madrid y la visión de la ciudad en el río se le ofrece todo invertido. Finaliza el último capítulo con el análisis del hallazgo de la identidad de Alfanhuí mediante el reconocimiento del nombre que le fue asignado al comienzo de la andadura.

    Reescribir la infancia perdida finaliza con una selecta bibliografía. A lo largo de este estudio, la autora realiza un exhaustivo
análisis de estas novelas desde puntos de vista interesantes y totalmente sugerentes que llevan al lector a acercarse de nuevo a estas narraciones para una relectura.

    Para concluir, se hace necesario destacar la importancia de esta obra ya que constituye un excelente estudio de la narrativa de posguerra esencializada en el análisis de cinco de las obras más importantes de la época contemplado desde el motivo de la infancia. A través de estas páginas, recorremos de la mano de Blanca Torres las vidas de Tadia, Matia, Andrea, Daniel y Alfanhuí con una maestría insuperable.

Mª B. Navarro Tahar

 

Mª Victoria Utrera Torremocha, Historia y teoría del verso libre, Padilla Libros Editores y Libreros, Sevilla, 2001, 337 págs.

    Parece claro que los estudios métricos necesitan una renovación; lo que no quiere decir olvidar a Navarro Tomás y algunas otras aportaciones de algún modo sobresalientes de la tradición. A estas alturas, al cabo de la modernidad y de las experiencias versolibristas, con casi dos siglos desde el comienzo de abandono de los sistemas tradicionales de regulación métrica, la Vanguardia a cincuenta años vista, la neovanguardia lista para extremaución y, por otra parte, con las escuelas lingüísticas formales abandonadas a su propio fracaso, todo parece indicar que es ya hora de iniciar dicha renovación. En lengua española, desgraciadamente, no hemos disfrutado en los últimos tiempos de trabajos con investigación propia y doctrina general, como los de Mescchonnic en Francia; pero es más, no hemos estudiado adecuadamente el ritmo, que tiene una gran tradición alemana decimonónica, ni aún aclarado incluso cuestiones propias de importancia para entender los asuntos de la modernidad métrica y, además, situarla pertinentemente en su decurso literario occidental. Por ejemplo, estábamos casi cansados de que se nos reiterara con mejor o peor fortuna el papel desempeñado por Rubén Darío, pero no se nos aclaraba el posterior de Vicente Huidobro; mucho se exponía acerca de simbolistas y demás, pero no se ofrecía una visión integradora de reflexiones como la ya tan antigua, casi de principios de siglo, de T. S. Eliot, etcétera; valga de ejemplo. Aquí, en esta obra de María Victoria Utrera se aclaran todas esas cosas y, asimismo, se puede seguir todo lo relativo al vínculo del verso libre con el verso métrico, con la prosa y, a fin de cuentas, si existe el verso libre y de qué manera. Porque lo cierto es que todos los versos tienen medida..., y además hay distintas maneras de medir.

    Este libro que presentamos es una excelente muestra de renovación, al menos como condición o primer paso, pues viene a constituir una muy completa, bien gobernada y necesaria síntesis del tema conducido al ámbito propio de la crítica literaria y con preferencia de materia española, siendo conveniente que así sea puesto que carecíamos con la amplitud requerida del estudio correspondiente. Es importante el enmarcamiento crítico literario, ya que es ahí donde más ricamente se puede desenvolver en sentido histórico y analítico el estudio, elaborado con toda la honestidad y erudición exigibles. Quizás incluso peca a veces la autora de rigor «académico», pues se entretiene en cuestiones o citas de trabajos que resultan ser prescindibles para la rigurosa inteligencia de la materia. Una vez hecha cuenta de la situación de las investigaciones, conviene quedarse con los trabajos más inteligentes y no arrastrarlos a todos. De ese modo no ya se hubiesen reducido unas pocas páginas, que es lo de menos, sino que el lector no especialista o bien poco conocedor obtendría implícitamente mejor juicio y con más facilidad. Por otra parte, aunque a esto no haya que darle mayor importancia, el último capítulo, que sin duda es un intento de contribución generosa, en alguna medida desvirtúa el conjunto, porque no lo enriquece e incluso podría inducir a ciertos errores en torno a los géneros poéticos más importantes en circulación. El índice de la obra es el siguiente: I. Versificación irregular y verso libre. II. Walt Whitman y las corrientes simbolistas y modernistas. III. El verso libre de la Vanguardia y otras manifestaciones versolibristas. IV. Ritmo interior y ritmo de pensamiento. V. La cuestión tipográfica. Verso y prosa. VI. El verso libre en la poesía española de los últimos treinta años. Este último capítulo es el que hemos señalado como problemático, al menos en la medida en que dificulta el final feliz de la obra, que ya había labrado su camino o incluso podía darse por acabada bastándole una conclusión final. Lo contrario hubiese exigido plantear un estado de la cuestión actual del verso libre en Europa, o en lengua española o en occidente, o en España en propio sentido y con la base material adecuada. De hecho, metodológicamente, la realidad textual que es seleccionada para el capítulo y a la cual se aplica no es fácilmente justificable, pues para empezar se trata de una especie de selección o «antología» de antologías. Pero la autora, desde un principio, había comenzado situándose debidamente para el trabajo que se propone, y así lo mantiene en los largos capítulos del mismo: «Dentro de la tipología de la versificación irregular y de la versificación amétrica, el verso libre aparece a menudo como la forma de expresión más cercana a las inquietudes de la poesía moderna, la forma que supuestamente cumpliría en el último siglo con las expectativas estéticas de un nuevo arte caracterizado, desde sus raíces románticas y pre-románticas, por la ruptura con la tradición anterior y, en concreto, con las que se sentían entonces como rígidas normas de la versificación, especialmente en la poesía francesa» (pág. 11).

    María Victoria Utrera ofrece un trabajo no sólo riguroso sino también maduro, para el que no ha escatimado esfuerzo alguno desde el saber filológico, hoy más escaso que nunca; ha asumido correctamente la realidad occidental incardinando en ella la española; ha recorrido todos los lugares precisos como quien conoce perfectamente el mundo en que se desenvuelve y ha examinado con detenimiento la bibliografía antigua y reciente. El hecho es que ha dado un gran paso respecto de la obra anterior disponible en lengua española sobre la materia (Isabel Paraíso, El verso libre hispánico. Orígenes y corrientes, prólogo de Rafael Lapesa, Madrid, Gredos, 1985).

    Estamos ante una verdadera monografía. Ahora es momento de plantearse nuevas perspectivas desde el punto de vista de la métrica general y comparada (a lo que también se ha aplicado la mencionada Isabel Paraíso), sobrepasar no ya el mundo románico sino el occidental.

J. Caralt

 

Miguel Catalán, El sol de medianoche. 111 paradojas (pról. de J. Montoya Sáenz), Edicions de Ponent, Alicante, 2001, 124 págs.

    Las apariencias engañan, y engañan demasiadas veces, tantas que para el lector prevenido esto no es una paradoja, al menos en materia bibliográfica y en un país de las costumbres públicas del nuestro, donde es frecuente que los libros más publicitados sean los menos valiosos. Quizás por ello tenemos tantos suplementos culturales de prensa, demasiado a menudo guiados por oscuros intereses, y tan pocas revistas de actualidad ampliamente honestas, casi ninguna. Circunstancias éstas que permiten, por ejemplo, ser gran crítico de teatro en una importante tribuna y pontificar sin jamás haber demostrado tener competencia alguna, ni teórica ni práctica, en dicha disciplina; o ser afamado novelista y gacetillero, también de izquierdas y en la misma importante tribuna, ser condenado judicialmente por plagio y continuar disfrutando de la misma posición o mejor si cabe. Ahí es nada. En esto seguimos siendo distintos, sobre todo en relación con el mundo anglosajón y la mayor parte de países europeos. Pero los hechos son los hechos y de ellos hay que hacerse cargo; de lo contrario uno se convertiría en sujeto tan irresponsable como el común propalador publicístico de mezquindades y falacias. Esta pequeña reflexión (que no es más que algo perfectamente sabido pero que pocas veces se pone en letra impresa) viene muy al caso por diferentes razones, como pronto verá el lector.

    He aquí el centenar largo de paradojas de El sol de medianoche, un libro valioso, muy interesante y a tener en cuenta por distintas razones, editado en un lugar recóndito, lo que contribuye también a su género paradójico. El autor, Miguel Catalán, profesor de Ética, ha publicado diversos obras en dos vertientes: la ficción narrativa (por ejemplo, Sólo por si acaso, 1999) y el ensayo y la investigación (por ejemplo, Pensamiento y acción, 1994; Proceso a la guerra, 1997; Diccionario de falsas creencias, 2000), pero la verdad es que lo que considero aún más sugerente o capaz de suscitar gran interés dentro de la producción de este autor «independiente» es que anuncia (según se lee en solapa de la obra que comentamos) la inmediata publicación de los dos primeros volúmenes (titulados El prestigio de la lejanía y Genealogía del engaño) de una extensa Seudología concebida como investigación sobre los fenómenos del engaño y la mentira. Este trabajo anunciado puede decirse que constituye una obligación crítica y filosófica y muy poco es lo que, valioso o no, tenemos sobre el problema, tan importante en sentido tanto teórico como práctico (puede verse la reciente recopilación de ensayos, desde Cardano y Montaigne hasta Dostoyevski y Stevenson: Sobre la mentira, Cuatro, ediciones, Valladolid, 2001). Quedamos ilusionados y a la espera.

    La colección de «paradojas» que nos entrega Miguel Catalán es muy significativa, primeramente, por motivos de género literario. La paradoja, muy poco cultivada, es género de ascendencia filosófica y dignidad greco-latina, como también lo es el aforismo, sin duda más cultivado. Expone Montoya Sáenz en el breve y excelente prólogo, que el género, «en su origen, designaba aquellos objetos o relaciones entre objetos que aparecen o suceden de manera contraria a lo que es dable esperar: lo sorprendente, lo chocante, lo imprevisto. El método de la paradoja es inicialmente (de manera espléndida en Heráclito) una manera de dinamitar la doxa, la idée reçue, el lugar común; esa opinión que aceptamos por el solo hecho de que se encuentra establecida y que, examinada más de cerca, vemos que nos impide captar de manera directa la realidad» (pág. 5). Así, frente a la episteme clásica, frente a la tendencia sistemática, la paradoja resurge con el magnífico mundo de la época helenística. Y seguramente la paradoja es susceptible de relación, pero siempre de forma oblicua, con el aforismo y con el epigrama, con el proverbio y con la sentencia..., y con el refrán, y suscita la insurgencia..., la crítica subvertidora, precisamente por no aceptar lo aceptado. Ahora bien, la paradoja es más filosófica que paremiológica, más culta que popular, y esto, por supuesto, no por razones de sabiduría. Podría también relacionarse con la greguería y otros géneros de interés artístico, aunque es menos poética, le interesa menos la tropología y la imagen. Además, entre los grandes maestros de la paradoja se encuentran indudablemente los maestros budistas; se suele olvidar que el paradojismo es fuertemente oriental, con una finalidad que supera los límites literales de lo enunciado, en otro sentido que el de occidente.

    Las paradojas de Miguel Catalán son temáticamente, como cabía esperar, variadas; pueden llevar título o no, y formalmente a veces alcanzan la extensión de una página, a veces apenas sobrepasan, las menos, un par de palabras (la más breve es la que lleva el número 103: «En contra, o encontrar», que por otra parte, mero juego de palabras, no sirve de ejemplo de lo que suele ser su técnica), y lo más común es que respondan a una extensión intermedia entre ambos extremos. En unas pocas ocasiones, cinco, se trata de citas entresacadas y entrecomilladas procedentes de otros autores (Monterroso, Kierkegaard, Canetti, un apócrifo y Esquilo), obedeciendo al título de que es pieza que al autor le hubiese gustado «imaginar». También quiero decir de algunas que me parece discutible que sean propiamente paradojas. Por otra parte, copiaré aquí una muestra que pienso ejemplifica equilibradamente el carácter compositivo predominante en la obra pero que, a su vez, me parece problemática o discutible: «Los artistas sólo pueden existir mediante la diferencia; los críticos, mediante el parecido. No es extraño que los primeros experimenten hacia los segundos una prevención estética y los segundos hacia los primeros una prevención intelectual» (nº 88). En este caso, desde el punto de vista del contenido, que responde a una concepción previa por principio muy opinable o que el lector puede resistirse con facilidad a asumir, no estoy de acuerdo con el texto, y no por la razón de que las generalizaciones necesariamente son parcialistas, pues éste es problema ajeno a la buena constitución del texto, ya que en otras ocasiones la generalización sí demuestra una suficiente eficacia significativa cuyo éxito supera con creces el inconveniente de lo parcializado. A mi juicio, se comprueba lo dicho en caos como el de la nº 74: «Contra todas las apariencias, sólo hay dos modos de vida: la del guerrero y la del campesino». Algunas paradojas valiosas son, como se ha podido ver, de temática literaria. Léase ésta, la nº 90, que al menos en parte viene a coincidir con la «paradoja del comediante» de Diderot: «Quien siente la inminencia de la muerte ya no escribe para el arte, porque el estupor desarticula los discursos. Las elegías sobre el paso del tiempo de que tenemos noticia son, pues, lamentos impostados por el crédito profesional y el sol del nuevo día. Las elegías más desesperadas no han sido escritas (el final del diario de Amiel, aquel maniático de la sinceridad, es la única excepción que acierto a recordar». Y bien, lo que tampoco resulta ser menos cierto en materia literaria es que (nº 41): «La fascinación de la literatura norteamericana sobre los lectores europeos obedece al hecho de que puede comparar completamente en serio a un enfermo del hígado con un bote de espárragos pasado de fecha. A esa ampliación metafórica aludía Freud cuando hablaba del horror de la esencia americana».

    ¡Regocíjese el lector, pero advierta que la paradoja se le puede disparar en las manos contra sí mismo!

J. Caralt

 

Miguel Angel Quesada Pacheco, El español de América, Editorial Tecnológica de Costa Rica, Cartago, 2000, 206 págs.

    Con este manual de Quesada Pacheco, el panorama de los trabajos introductorios sobre el español de América se enriquece notablemente, pues representa una aportación rigurosa y sintética, donde la teoría se complementa con los ejemplos y la bibliografía actualizada permite al lector interesado bucear en el inmenso piélago del español de América. De la mano del autor, será difícil naufragar entre los más importantes escollos gramaticales, léxicos o fonético-fonológicos de esta parcela de la filología hispánica.

    Los planteamientos metodológicos y las pretensiones se sintetizan en la introducción del volumen, que podría convertirse en herramienta eficaz, con una amplia base bibliográfica, para acercarnos a los aspectos del español extendido por América, con muestras lingüísticas allegadas por el investigador para redondear el «estudio descriptivo, global, contrastivo y, en gran medida, de carácter diatópico». Por tanto, este libro aspira desde su nacimiento a revisar las investigaciones más recientes y a actualizar los conocimientos sobre el español en la Romania Nova.

    Al deseo de precisar el concepto de español de América, se suma el esbozo de periodización histórica en tres etapas, que llegan hasta el siglo XX, siguiendo a Guitarte; aunque convendría, a nuestro juicio, ir desprendiéndose en la investigación historicolingüística del criterio clasificatorio que se basa en el discurrir de los siglos, al estilo de la investigación historicoliteraria. Se repasan testimonios variados, incluidos los lexicográficos más tempranos, de las dos primeras etapas (siglos XVI-XVIII y siglo XIX), para llegar al siglo XX, caracterizado por el enfoque metalingüístico y descriptivo-dialectal, en el que los filólogos hispanoamericanos llevan la voz cantante (Wagner, Henríquez Ureña, Kany, Navarro Tomás, Montes Giraldo, etc.) y enriquecen sus estudios con los avances de la moderna metodología sociolingüística.

    En el segundo capítulo, Quesada Pacheco pasa revista a las teorías diversas que pretendieron aclarar los orígenes del español americano: la teoría del sustrato, la poligenética y la andalucista, la teoría de la koineización y estandarización, así como la de la semicriollización; y en el capítulo tercero, resalta la necesidad de nuevos y abundantes estudios sobre entonación dialectal e hispanoamericana, pues sólo contamos con caracterizaciones precientíficas y aseveraciones aisladas, dispersas en los estudios publicados hasta hoy. Procesos como la esdrujulización, agudización y las peculiares curvas de entonación en el mundo hispánico exigen un mayor miramiento por parte de los jóvenes filólogos y dialectólogos, no sin proceder con mucha cautela en este campo suprasegmental, según las recomendaciones del propio Quesada.

    Indudablemente, este apartado del español de América que se vincula con los rasgos suprasegmentales es uno de los más enjundiosos y difíciles de abordar, por diferentes motivos (exigencias técnicas, aplicación de los recientes avances en el análisis acústico y articulatorio de los sonidos a las manifestaciones de los hablantes de un área muy vasta del español, carencia de especialistas en este campo dispuestos a trabajar en una parcela tan árida y versátil al mismo tiempo, como es la entonación, el acento y el conjunto de rasgos suprasegmentales, etc.). Así pues, nos parece digno de subrayar que Quesada Pacheco haya antepuesto en su manual el estudio del acento y la entonación al resto de planos de la lengua, por ser el nivel en el que más rápidamente se perciben las diferencias dialectales. Parece obvio señalar que el hablante se percata enseguida, y por este orden, de las características lingüísticas suprasegmentales, de la pronunciación, del vocabulario y de los usos gramaticales de su interlocutor.

    Por supuesto, los fenómenos vocálicos, las variaciones fonético-fonológicas del consonantismo, las áreas dialectales de los diferentes hechos significativos en este nivel lingüístico quedan clara y sucintamente expuestas en el capítulo IV, ilustrado con mapas que ayudan a percibir la realidad idiomática en la América hispanohablante. El perfecto sistematismo y la minuciosidad expositiva del autor quedan patentes en estas páginas como en el resto del libro. En nuestra opinión, debe elogiarse que el investigador haya apostado por el afi en las explicaciones y ejemplos aducidos, pues esto facilita mucho la enseñanza del español y ayuda a comprender mejor a numerosos lectores los fenómenos de la pronunciación hispanoamericana.

    Seguidamente, en el apartado que se dedica a la fonética y fonología se subraya la variación sociodialectal e historicolingüística de la lengua española en tan vasto territorio, desde sus orígenes medievales hispanos hasta la situación actual en las diversas naciones americanas, donde los casos de alteraciones vocálicas y polimorfismo consonántico se combinan para perfilar áreas dialectales y niveles sociolingüísticos caracterizados por nasalizaciones, pérdidas y adiciones de vocales; seseo, aspiración de /s/ explosiva e implosiva, yeísmo, realización aspirada correspondiente a la velar /x/, neutralización de /r/ y /l/, etc. Estos hechos de superficie, de pronunciación, añadidos a los más profundos de nivel morfosintáctico (cambios de género y número; organización sintagmática; cambios pronominales; sustitución de formas verbales en el tratamiento por el voseo, tuteo o ustedeo; uso de las preposiciones, etc.) configuran una realidad sociolingüística de la América hispana, del español de América, que se torna en visajes, en escenas vivas, difíciles de apresar mediante descripciones, esquemas, cuadros o prolijas enumeraciones de ejemplos vinculados a cada país.

    Por tanto, no cabe duda de que es la parcela de la morfología hispanoamericana en la que el investigador ha puesto un empeño mayor para describir, segmentar y analizar un continuo lingüístico dialectal, heterogéneo y complejo. La claridad expositiva se acompaña de ejemplos de las formas, desinencias y tiempos verbales que se comentan; en este capítulo sobre la morfosintaxis hay atinadas observaciones de uso actual, obsolescente y arcaico; se atiende a las construcciones sintácticas, a los paradigmas verbales, a la concordancia entre las partes de la oración, pero se echan en falta análisis supraoracionales y estudios sobre aspectos textuales. El hablante al manifestarse lingüísticamente profiere enunciados supraoracionales de los que se viene ocupando hace años la moderna pragmalingüística, el análisis del discurso y de la comunicación oral. Conviene distinguir, en consecuencia, lo que es lengua oral y lengua escrita; de este modo las consideraciones sobre el español hablado, sobre la oralidad hispánica, quedarían netamente delimitadas frente a la gramática tradicional tan apegada a los textos literarios y la letra, que fosiliza la lengua oral.

    Al tratarse de un estudio descriptivo funcional, las observaciones sobre los orígenes y el desarrollo histórico de los hechos comentadas queda al margen, si bien en el apartado léxico se recurre al criterio de filiación histórico-etimológica del vocabulario americano para su caracterización: vocabulario románico peninsular e indoamericano; voces romances con cambios morfosintácticos por sufijación, composición o alteración semántica; préstamos de las lenguas indígenas americanas y de otras lenguas (de origen africano, del francés, inglés, etc.); asimismo, se estudian de modo introductorio los eufemismos y disfemismos el español americano, con ejemplificación suficiente, a nuestro parecer.

    Previamente a las conclusiones que cierran el volumen y a la bibliografía selecta, Quesada Pacheco sintetiza las principales corrientes que existieron en la clasificación dialectal del español americano. Se repasan los sucesivos esfuerzos por delimitar geolingüísticamente las zonas dialectales hispanoamericanas, desde el cubano Juan I. de Armas (en 1882) hasta Montes Giraldo, Alvar o Quilis. Todos, incluido, el propio Quesada Pacheco se esfuerzan en obtener visiones globales, de conjunto, o parciales (nacionales y regionales) de la configuración macrodialectal de América.

    Es optimista este autor al concluir que en el futuro será posible conocer satisfactoriamente la complejidad lingüística de este continuo dialectal y sociolingüístico, que viene configurándose y rehaciéndose desde los años siguientes al Descubrimiento. Como variedades vivas, pletóricas de energía, con una enorme vitalidad dentro de un área lateral de la Romania (pero, simultáneamente, área central de la Romania Nova), será necesario desplegar un intenso y sostenido esfuerzo investigador para conocer el español de América en toda su variedad macrodialectal durante el siglo XX, (así como en su perspectiva histórica, desde el XVI al XX) y en el nuevo siglo que ya empezó, con la presencia del español en la red de redes (la internet), en los servicios de mensajería, en el lenguaje del correo electrónico y de los llamados chats (diálogos por escrito in absentia de los interlocutores, separados físicamente pero en contacto electrónico), así como en territorios donde se ve obligado a convivir con sistemas de mayor prestigio sociolingüístico o en zonas donde los hablantes abandonan su lengua indígena (bribri, cabécar, boruca, chibcha, maya, náhuatl o mapuche, por citar algunos ejemplos) y, deslealmente, aspiran a ser hablantes monolingües de español o castellano, sin más.

M. Galeote