LAS «LAUDES HISPANIAE»: DE SAN ISIDORO A QUEVEDO

Victoriano Roncero

SUNY at Stony Brook

Para Brian

 

    La descripción detallada más antigua que conservamos de España aparece en el libro III de la Geographiká de Estrabón, escrito aproximadamente entre los años 17 y 18 d. C. [1]. Aunque el geógrafo griego nunca estuvo en España, el libro dedicado a ella tiene fama de ser uno de los que «escribió con mayor entusiasmo» [2]. Sin embargo, a pesar de esa falta de conocimiento directo, su obra tiene el valor de recoger lo que sobre España escribieron autores como Polibio, Posidonio, Artemidoro y Asclepíades de Mirlea, principales fuentes de Estrabón [3]. El libro está dividido en cinco capítulos en los que describe la geografía de las distintas partes de la Península Ibérica, dedicando especial atención a los distintos pueblos que habitaban las diferentes regiones, así como a sus costumbres, hábitos y modos de ser. Destaca de todas ellas la Turdetania a la que dedica el capítulo segundo en el que se hace referencia: a la fertilidad de su suelo; a la abundancia de sus ganados; a la copia de pescado en sus costas; a la riqueza de sus minas y de sus ríos auríferos.

    La descripción de la antigüedad clásica que más fortuna tuvo en la tradición española, como vamos a ver en el presente trabajo, fue la de Pompeyo Trogo, en sus Historias filípicas, obra que ha llegado hasta nosotros gracias a la sinopsis que hizo de ella Justino en el siglo II o III de nuestra era. El historiador galo dedicó a Hispania el libro XLIV, dividido en cinco capítulos. Su descripción comienza con la localización geográfica y la descripción del clima de la Península, del que afirma que: Nam neque, ut Africa, violento sole torretur: neque, ut Gallia, assiduis ventis fatigatur, sed media inter utramque, hinc temperato calore, inde felicibus et tempestivis imbribus [4]. La referencia al clima benigno fue traducida por autores posteriores entre los que cabe destacar a Juan de Mariana: «No es como África, que se abrasa con la violencia del sol, ni a la manera de Francia es trabajada de vientos, heladas, humedad del aire y de la tierra» [5]. Consecuencia del clima es la fertilidad del suelo, que produce en abundancia vini, mellis, oleique (pág. 328). Pondera también la riqueza de las minas y la excelencia de los caballos. Destaca la tranquilidad del curso de los ríos: In hac cursus amnium non torrentes rapidique, ut noceant; sed lenes, et vineis campisque irrigui (pág. 328). Termina el primer capítulo con la alabanza a la pureza del aire que praecipua hominibus sanitas redditur (pág. 330). Más tarde San Isidoro en las Etimologías hará también alusión a esta característica y hablará de la salubritate caeli aequalis [6].

   El segundo capítulo lo dedica a exaltar la fortaleza de los habitantes de la Península: corpora hominum ad inediam laboremque, animi ad mortem parati (pág. 330). Menciona la sobriedad, la lealtad, el espíritu guerrero y la inquietud como rasgos definidores del carácter de los habitantes de Hispania. Algunos de estos rasgos serán repetidos por los escritores de los siglos XVI y XVII; Lucio Marineo Sículo, concretamente, destaca el espíritu guerrero, la constancia y la lealtad [7]. Cierra el capítulo un párrafo en el que se elogia la figura de Viriato: In tanta saeculorum serie nullus illis dux magnus, praeter Viriatum, fuit (pág. 330). La figura del héroe lusitano le sirve de engarce con el capítulo tercero en el que comienza relatando la leyenda según la cual los caballos en Lusitania eran fecundados por el viento, quae fabulae ex equarum fecunditate, et gregum multitudine natae sunt (pág. 332). A continuación, refiere las riquezas del subsuelo gallego y las ocupaciones de las mujeres, res domesticas agrorumque culturas administrant, y las de los hombres, ipsi armis et rapinis serviunt (pág. 334).

   Los dos últimos capítulos se están dedicados a la historia. En ellos mezcla elementos mitológicos, concentrados en el capítulo cuarto, donde aparecen la leyenda de Gargoris y Habidis [8], y la de Gerión y Hércules. Curiosamente, como vamos a ver más adelante, Quevedo hace referencia a estos dos casos como ejemplos de fábulas increíbles.

    El capítulo quinto se ciñe a hechos históricos más próximos, con lo cual el aura de leyenda desaparece y se narra la llegada de los cartagineses, y el sometimiento de España por los romanos bajo el mando de César Augusto: in formam provinciae redegit (pág. 340).

   Con posterioridad aparecen abundantes referencias a España en la Chorographia de Pomponio Mela y en la Naturalis historia de C. Plinio [9]. También se encuentran alusiones a la Península en las obras de Claudio Claudiano (Laus Serenae), Julio Solino (Collectanea rerum memorabilium) o en Pacato Drepanio (Panegyricus Theodosio Augustus dictus). Merece destacarse que uno de los elogios que Drepanio dedica a la Península es el de ser tierra de oradores y poetas, y madre de jueces y príncipes [10].

    El primer panegírico dedicado a Hispania como entidad autónoma es el De laude Spaniae que san Isidoro coloca al principio de su De origine Gothorum, obra escrita hacia el año 624. El prólogo evidencia un claro y profundo orgullo nacional que proviene del pueblo godo, un patriotismo que muestra «un sentimiento triple, complejo y síntesis de los siguientes elementos: sentimiento de la naturaleza, ingrediente romano, elemento godo» [11]. El santo hispanorromano aprovecha en su laus dos tradiciones: por una parte, las descripciones que de la Península hicieron los escritores griegos y latinos [12]; por otra, los preceptos de los panegíricos de ciudades y países que habían sido fijados en las laudes Italiae y las laudes Romae [13].

    Se inicia el panegírico con un elogio de España: o sacra semperque felix principum gentiumque mater Spania (pág. l68)[14]. En el principio se destaca la perfecta comunión existente entre la tierra de Hispania y de la Geticae gentis. Aparece después la mención a la riqueza de sus productos, entre los que se destacan, como hemos visto en Pompeyo Trogo, los olivos y las vides. Tras la referencia a los montes y a la abundancia de peces nos encontramos con el elogio del clima:

    Tu sub mundi plaga gratissima sita nec aestiuo solis ardore torreris, nec glaciali rigore tabescis, sed temperata caeli zona praecinta zephyris felicibus enutriris (pág. l68).

    En este párrafo resume las descripciones de Pompeyo Trogo, aunque la alusión al zephyrus aparece en la Geographiká de Estrabón, donde leemos: «La pureza del aire y la dulce influencia del zéphyros son, en efecto, caracteres propios de Iberia, que vuelta por completo al lado del Occidente, posee un clima verdaderamente templado» (III, 2, 13) [15].

   Elogia después la abundancia de las minas y de los ríos. Las referencias a la copia de ganados, vacas y caballos, viene acompañada de alusiones mitológicas; así leemos que tibi cedet Alpheus equis, Clitumnus armentis (pág. l68). El elogio continúa con reminiscencias de textos de Virgilio: la rapidez de las cuadrigas de Alfeo; los sacrificios de los novillos de Clitumno, y la frondosidad de las palmas de Molorco.

   Después de la tradicional mención de la riqueza aurífera de los ríos, que ya hemos visto en autores anteriores, y la exaltación de Hispania como madre de príncipes, que ya aparecía en Pacato, se presenta la imagen de una tierra deseada por Roma y amada por los godos:

     Iure itaque te iam pride aurea Roma caput gentium concupiuit et licet te sibimet eadem Romulea uirtus primum uictrix desponderit, denuo tamen Gothorum florentissima gens postmultiplices in orbe uictorias certatim rapit et amauit (pág. 170).

    De esta forma se cierra el panegírico isidoriano que significa el principio de una tradición que tiene su continuación en la Baja Edad Media no sólo en textos históricos, sino que también, como vamos a ver, aparece en textos literarios.

    El obispo Lucas de Tuy en el proemio a su Chronicon mundi, escrito hacia 1236, continúa la tradición que había fijado San Isidoro. El Tudense recoge los tópicos que desde la literatura latina figuraban en todas las descripciones de España: la salubridad del aire; la riqueza de la tierra; la copia de animales, ríos y fuentes, y de pescados; la hermosura, valentía y rapidez de los caballos; la abundancia de sirgo, plata y oro. A esto añade una referencia a la superioridad de España sobre el resto del mundo por sus aves.

   La novedad del Chronicon mundi se halla en la sección en la que se mencionan los hombres insignes que han estado o que han nacido en la Península Ibérica. La enumeración se inicia con el apóstol Santiago, con el cual quiso Dios distinguir a España entre las demás naciones, y con la venida del apóstol San Pablo. Después aparece la lista de mártires, papas y doctores españoles. A continuación, hablando de los filósofos hispanos, escribe el obispo: Antiquitate praeterea philosophorum fulget Hispania, eo quod genuit Aristotelem, summum philosophum, nobilem investigatorum astrorum [16]. Más adelante, vuelve a referirse al filósofo griego como hispanus natione (pág. 21). Francisco Rico, que ha rastreado esta adscripción, concluye que es invención del Tudense [17]. La invención tuvo éxito pues fue repetida por el obispo Juan Gil de Zamora en su De preconiis Hispaniae y llegó hasta la mitad del siglo XV, pues Juan de Mena en su Coronación destaca su origen cordobés:

     E  pues que la fuente de la philosophia de España fue Cordova creer devemos que todos los philósophos, o los más dellos que de España salieron, de Cordova ovieron la sciencia o nascimiento. Assi que devemos aver por conclusión que pues Aristotilis salió de España, que en ella fue nascido segund Plinio testifica en el libro de la natural estoria. Y segund Lucas de Tuy en las sus coronicas en el capitulo Dearca se dicto, a fuero que dicho Aristotilis fuese de Córdova, fuente de la filosofía, pero después passó en Grecia do fue discípulo de Platón y maestro de Alixandre [18].

    Un poco posterior al Chronicon es el Poema de Fernán González, cuyo elogio de España abarca las coplas 144-157. El anónimo autor sigue muy de cerca al Tudense. Tras una copla de introducción en la que afirma que va a enumerar «quantas a de bondades» [19], recoge la referencia al clima benigno: «Tyerra es muy tenprada syn grrandes calenturas, / non faze en yvyerno destenprradas fryuras» (l45a-b). Posteriormente, elogia como mejor tierra la de la Montanna, abundante en ganados: vacas, ovejas y puercos (l46a-c). Se encuentran alusiones al lino, a la lana, al aceite, a la pesca, a los pescados, «quien los quiere rrezientes, quien los quiere salados»' (l48c), a los panes, a los ríos, a las minas, a los caballos. Después de la mención de estos últimos, se produce un corte en la enumeración y, tras una copla de transición, en la que afirma que no quiere equivocarse, introduce la figura del apóstol Santiago, que ya había aparecido en el Tudense, pero a la que no hacia referencia Rodrigo Ximénez de Rada [20]:

pero non oluidemos al apostol honrrado,

fyjo del Zebedeo, Santyago llamado.

 

Fuerte m[i]ente quiso Dios a Espanna honrrar,

quand al santo apostol quiso y enbyar,

d'Inglatierra e Frrançia quiso la mejorar,

sabet non yaz apostol en tod aquel logar (152c-153d).

    Siguiendo la tradición, se refiere a los innumerables mártires y santos que ha dado España para después proclamar la superioridad de los españoles sobre los demás pueblos: «as[s]y sodes mejores quantos aquí morades» (155b). El nacionalismo mostrado aquí por el autor había aparecido ya en el Tudense [21], pero en el caso del Poema de Fernán González este nacionalismo viene precisado por su castellanismo [22]. Habiendo ya reconocido la grandeza de España, descubre un sentimiento regionalista: «Pero de toda Spanna Casty[e]lla es mejor» (l66a). En perfecta consonancia con el asunto último del poema, la exaltación del fundador de Castilla y su relación con el monasterio de San Pedro de Arlanza, se elogia a Castilla y, más concretamente a Castilla la Vieja, como el fundamento de España: «Avn Casty[e]lla Vyeja, al mi entendimiento, / mejor es que lo hal por que fue el cimiento, / ca conquirieron mucho, maguer poco convento» (157a-c). Castilla representa la Reconquista, el renacer de la España visigoda que estaba en la mente de los monarcas de la época [23] y que el poeta había evocado al principio del poema al narrar los principales hechos de su historia (cc. 1470).

    El carácter regionalista está ausente del «loor de Espanna» que aparece en la Primera Crónica general de España de Alfonso el Sabio. Los primeros capítulos de la crónica están dedicados a contar las hazañas de los primitivos pobladores de España, e incluye aquí algunos de los reyes fabulosos (Hércules, Gerión, Espán) que encontró en historiadores anteriores. En el momento en que narra la derrota del rey don Rodrigo frente a los árabes hace un alto e introduce el «loor de Espanna como es complida de todos bienes» [24]. El autor utiliza para su panegírico algunos de los textos que ya hemos visto de Pompeyo Trogo, San Isidoro, Lucas de Tuy y Jiménez de Rada. Aparecen, por tanto, todos los elementos ya analizados que convierten a España en «parayso de Dios» (pág. 311a), en palabras del monarca; elogia la abundancia de ríos, arroyos y fuentes, de mieses, de frutas, de vino, de caballos, etc. Destaca también varias características de los españoles: «Espanna sobre todas es engennosa, atreuuda et mucho esforcada en lid, ligera en affan, leal al sennor, affincada en estudio, palaciana en palabra, complida de todo bien» (pág. 311b). Se han eliminado las referencias a personajes individuales que aparecían en la crónica del Tudense o en la de Jiménez de Rada «para hacer de la razón del aventajamiento de España un motivo general que, en definitiva, implica a todos los españoles anónimamente» [25].

    Sin embargo, en obras posteriores vuelven a aparecer las menciones a estos españoles. El Liber de Praeconiis Hispaniae del obispo Juan Gil de Zamora comienza con los primeros pobladores de España y las leyendas de sus primeros reyes, y tras la descripción de sus riquezas viene una larga lista de emperadores, reyes, santos, doctores y filósofos. Entre estos últimos se repite la invención del origen hispano de Aristóteles: De Hispania siquidem fuit Aristoteles, philosophorum perfectio et consummatio, secundum Plinium et secundum Lucam Tudensem episcopum [26].

   La individualización de las virtudes de los españoles aparece como motivo central de Los loores de los claros varones de España de Fernán Pérez de Guzmán [27] . El motivo de composición lo da el propio autor en la copla 14:

Por amor e afección

de la patria a que tanto

natura me obliga, quanto

deuo a mi generacion,

dexada la introduaon,

vengo a poner la mano

en loor del pueblo ispano,

dando a Dios su bendicion.

    Se lamenta también el noble castellano de la falta de escritores que ha sufrido España por cuya causa las hazañas de nuestros antepasados han pasado desapercibidas. Nos encontramos ante un tópico que, surgido en la literatura latina llega hasta los siglos XVI y XVII donde lo encontramos en Femando de Herrera [28] y en el propio Quevedo, como vamos a ver. En el poema aparecen mencionados numerosos españoles ilustres: emperadores, reyes fabulosos, reyes históricos, filósofos, santos, escritores hispano-latinos. Es interesante destacar que frente a los elogios dedicados a Lucano, Séneca y Quintiliano (c 46), habla con desprecio de las «obras baldias» de Virgilio y Ovidio que «parecen al que soñando / falla oro, e despertando / siente sus manos vazias» (c. 49). Esta actitud de superioridad de los españoles frente a los autores latinos la volveremos a encontrar en Quevedo, aunque en este caso los autores españoles aludidos pertenecen a los siglos XV y XVI.

    El Renacimiento supone un nuevo auge del nacionalismo. Las laudes Hispaniae de esta época pasan de ser una simple introducción o prólogo de una crónica histórica a convertirse en el tema central del libro. En la primera mitad del siglo XVI ven la luz dos de estos panegíricos: De las cosas memorables de España, de Lucio Marineo Sículo y el Libro de las grandezas u cosas memorables de España de Pedro de Medina. Estos escritores no añaden ningún elemento significativo a la tradición medieval: encontramos en ellos una repetición de los detalles que ya aparecen en los autores clásicos; tampoco alteran la estructura fijada en la Edad Media de las laudes, de ciudades o países; transmiten las mismas leyendas fabulosas que sus antecesores, aunque por influencia de Annio de Viterbo incorporan nuevos datos imaginarios de obras o autores igualmente imaginarios [29].

   En el prólogo del Libro de las grandezas, Pedro de Medina expone los motivos que le llevaron a escribir el panegírico:

    acordé, por hacer servicio a V. A., y cumplir con lo que a mi nación soy obligado, poner mi trabajo de copilar en el libro... El cual libro a V. A. podrá servir de manual, o memoria de las mas señaladas y principales joyas que en esta su España tiene: y así mismo aprovechará a todos de dechado o de ejemplo [30].

   De esta declaración podemos deducir tres razones importantes que concurrieron para la escritura de la obra: en primer lugar, el patriotismo y el servicio a su protector; en segundo lugar, y relacionado con el primero, dar testimonio de los hechos heroicos y de las maravillas que acontecen en España; en tercer lugar, servir de enseñanza a todos aquellos que lean el libro. En el prólogo, Medina recuerda en diversas ocasiones la intervención divina que ha ayudado a los españoles a llevar a cabo «los hechos heroicos y famosas hazañas» (pág. 1b).

   El libro está dividido en dos partes bien diferenciadas: en la primera, que contiene 27 capítulos, trata del «sitio, manera, y grandeza» de España; en la segunda, con 174 capítulos, describe la historia y las cosas más notables que «ha habido y las cosas notables que agora son» de Andalucía, Lusitania, Extremadura, Castilla y León, Galicia, Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa, Navarra, Granada, Cartagena y Valencia, Aragón y Cataluña.

    La primera parte, que es la que más me interesa, se inicia con la localización geográfica de la Península Ibérica y la benignidad de su cielo, que según dice Justino: «da gran salud en España, y una igualdad de viento» (pág. 7b). Dedica después Medina un capítulo a tratar sobre los diferentes nombres de España y su origen, utilizando la práctica de atribuir los nombres a reyes: Esperia de Hispero, que reinó después de Hércules; España de Hispán (pág. 8b).

    Los siguientes capítulos son un esbozo de la historia de España en la que se mezclan hechos reales con leyendas, lo que en palabras de González Palencia «confiere un valor especial a su obra, como continuación de la historiografía española medieval» [31]. La narración comienza con el primer poblador, Túbal. La tradición que habla de este descendiente de Noé como primer poblador se inició en las Antigüedades de Josefo [32] y encontró eco en historiadores posteriores, sobre todo en Annio de Viterbo, de quien debió tomar el dato el sevillano. También hace Medina referencia a la venida a España de Noé, «por ver a su nieto Túbal, y por conocer la manera que tenía sobre la gobernación de su gente» (pág. l0b). Continúa con la lista de reyes fabulosos de Viterbo que termina con Abidis, el monarca legendario que enseñó a los habitantes de España a sembrar los campos e hizo leyes (pág. 14a). Hace después un breve repaso a los reyes históricos, que abarca desde los visigodos hasta Carlos V. A continuación despliega una lista de arzobispos, duques, condes, marqueses y adelantados.

    No podía faltar en el panegírico la descripción de las principales cualidades de los españoles: así exalta su belicosidad, para lo que narra la anécdota del rey Francisco de Francia (pág. 43b); elogia su bondad y su lealtad, recordando la lealtad de la guardia española de César (pág. 43a); afirma su superioridad en la guerra, lo que atribuye a la fuerza y ligereza del cuerpo, a la fortaleza del ánimo y a la prudencia y consejo de los capitanes (pág. 43b). En este punto, para demostrar la grandeza de sus compatriotas, destaca el descubrimiento de América: «cosa es esta tan grande que después que Dios crió el mundo nunca tal se hizo, ni pensó, ni aún creyó ser posible» (pág. 44a).

   El capítulo dedicado a enumerar las riquezas está dividido en dos partes: una refiere los «bienes exteriores»; la otra, los «bienes espirituales». La primera contiene los elementos habituales (minas, pan, ganados, pescados, aceite, frutas, caballos, lanas), pero al final se introducen dos elementos originales: la referencia a la gran cantidad de buenos colegios que hay en España, y a la justicia; «la virtud de justicia se administra y ejecuta en España contra los malhechores más que en otra parte alguna» (pág. 46a). La lista de los bienes espirituales se compone de tres elementos: santidad, milagros y fe, donde se destaca la labor del Santo Oficio de la Inquisición.

    En 1609 Quevedo esboza su propio panegírico: la España defendida v los tiempos de ahora de las calumnias de los noveleros v sediciosos [33]. Las razones que impulsaron la escritura de la obra se hallan relacionadas en la dedicatoria al rey Felipe III:

    Cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente, y viendo que desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos (pág. 548a-b).

    La lamentación no es nueva; en la época existen muchos otros testimonios que demuestran que entre los españoles de los siglos XVI y XVII existía cierta conciencia de la animadversión que despertaban en determinados países europeos [34].

   La laus quevediana sigue la tradición instaurada por san Isidoro y los cronistas medievales. Incluso en el primer capítulo, cuando describe la localización geográfica y el clima de España, traduce fielmente parte del primer capítulo del libro XLIV de Pompeyo Trogo, pero aunque los temas abordados son los mismos, en ocasiones se aparta del tono imperante en los panegíricos anteriores. En esos momentos, su nacionalismo le lleva a destruir las falsedades, las leyendas que han sido perpetuadas por historiadores poco escrupulosos, que, según Quevedo, dañan más la reputación de España que la ensalzan. Este método desmitificador es utilizado, sobre todo, en el capítulo segundo, dedicado a la «Antigüedad de España y estima acerca de los extranjeros y antiguos escritores». Allí Quevedo desmonta con argumentos filológicos la lista de los reyes fabulosos. Para él esta lista es producto de los sueños de Annio:

    Y porque no quede nada por advertir en lo que importaré al desengaño del Beroso, sospecho que el Anio que le soñó, miró primero los nombres de los ríos, pueblos y ciudades de España, y, por apoyar su embuste, inventó nombres de reyes semejantes a ellos, como por Ebro, Ibero; por Tajo, a Tago; por Betis, a Beto, y Jubeda a Ubeda (pág. 556b).

   La crítica no es original del escritor madrileño. Voces anteriores a la suya se habían levantado para denunciar las falsedades de Annio; Mariana en su Historia de España critica el mismo recurso [35], pero eso no le impide aceptar muchos de los hechos recogidos por el historiador italiano. Quevedo no duda en arremeter contra todo aquello que desprestigia la historia de España, y por ello no acepta lo que no es demostrable, lo que no se atiene a la razón. En este sentido tenemos el cuestionamiento de las leyendas de Gerión y de Gargoris y Abidis [36], aunque hubieran sido recogidas por Justino y Trogo «uno y otro varones doctos», (pág. 556b). Su historia comienza con la llegada de los cartagineses y de los romanos, que la dividieron en dos provincias, «y así duró hasta Atila, que sujetó la parte ulterior por embajadores. Después, por los reyes fue distribuida en reinos, que ahora están abrazados en una corona» (pág. 556b). En unas pocas líneas ha resumido lo que él considera como absolutamente cierto. Su laus en este apartado no tiene como finalidad la de elaborar una relación histórica, sino la de limpiar la que emborrona la verdadera.

    Pero si en este caso le hemos visto atacar teorías apócrifas, en otro se convierte en adalid de una de ellas. Su laus había de demostrar la grandeza de España, tal y como le exigía la tradición. Sus antecesores apenas se habían ocupado de la lengua, de su origen. Únicamente Lucio Marineo Sículo en su De las cosas memorables de España dedica un breve capítulo al tema, en el que refiere el origen latino del castellano. Quevedo conocía perfectamente las diversas teorías que circulaban en su época sobre el origen del español [37], sobre todo la de la corrupción, a cuyo principal defensor, Bernardo José de Aldrete [38], cita en varias ocasiones. Pero Quevedo estaba interesado en rastrear los restos y el origen del español primitivo, es decir, la lengua que se hablaba en España antes de la llegada de los romanos. En este capítulo pretende demostrar la antigüedad del pueblo español y su carácter de pueblo elegido [39], afirmando que el protoespañol descendía del hebreo. No era el primero que proponía un origen tan antiguo para el español, ya Florián de Ocampo había escrito que la lengua original de España «debió ser muy conforme con la de los Caldeos, o casi la mesma» [40]. Pocos restos halla en el vocabulario, pues la mayoría de las palabras están «ciegas con voces penas y árabes y romanas, ya naturalizadas con el uso y recibidas de nuestra gramática» (págs. 566b-567a). Encuentra tan sólo algunos ejemplos rescatados por el doctor Aldrete (libro II, capítulo IV): briga, aspalato, dureta. Por tanto, en su búsqueda se detiene en la gramática, «que es la propia hebrea en declinaciones de nombres y en conjugaciones de verbos» (pág. 567a), y en la forma de las letras.

    En el capítulo tercero que dedica a la búsqueda de la etimología del nombre España, refleja una erudición que falta en los antecesores: Quevedo trae a colación en cada caso gran cantidad de autores en los que se apoya o a los que refuta; no hay opinión que no venga respaldada por autoridades. También se separa aquí de Sículo o de Medina por su carácter crítico con !a tradición: Quevedo no presenta ninguna conclusión, simplemente se limita a exponer las distintas teorías acerca del origen del nombre España [41].

    También entronca con la tradición cuando alude a los grandes hombres, aunque señala que éstos se han constituido en el brazo de Dios; las grandes victorias contra los árabes o la conquista del Nuevo Mundo han sido realizadas bajo el amparo divino. Destaca la superioridad española «en las ciencias sólidas, como filosofía, teulogía, leyes, cánones y medicina y escritura» (pág. 588a). En este apartado hay que resaltar el espacio dedicado a los escritores. Desarrolla Quevedo la fórmula iniciada por Pérez de Guzmán de comparar a los españoles con los clásicos, pero se aparta de ella al elegir autores de los siglos XV y XVI. Con ello pretende demostrar la perfección alcanzada por el castellano, que es capaz de crear obras literarias que superan a las clásicas. El recorrido que hace Quevedo empieza por los historiadores (Zurita, Alburquerque, Fernández de Oviedo), continúa con los escritores religiosos (fray Luis de León, Malón de Chaide), con obras en prosa (Celestina y Lazarillo), con dramaturgos (Torres Naharro), los poetas de poesía cancioneril (Manrique, Mena) e italianizante (Garcilaso, Herrera), con teólogos y científicos (Pérez de Moya, Huarte de San Juan), y termina con las traducciones, entre las que incluye las que él hizo de Anacreonte y Focílides. De esta manera, demuestra que los escritores españoles dominan todos los géneros y ramas del saber.

   La tradición imponía, como hemos visto, la mención de las principales características de los españoles. Quevedo inicia la lista con la lealtad:

    Es natural de España la lealtad a los príncipes, y religiosa la obediencia a las leyes y el amor a los generales y capitanes. Siempre en todos los reyes que han tenido, bueno- u malos, han sabido amar 106 unos y sufrir los otros (pág. 585a).

    La otra virtud que se destaca es la militar, impuesta por la necesidad de defender a España de las envidias y ambiciones del resto de las naciones. Se detiene Quevedo bastante en esta virtud que considera como fundamental para no caer en los vicios y decadencia que acabaron con Roma. Al principio de la obra ha referido cómo los vicios que sacuden a la sociedad española han sido importados de otras naciones europeas (la embriaguez de Alemania, la homosexualidad de Italia), ahora expone su temor de que con la paz (recuérdese que en 1609 se firma la tregua de los Doce Años con Holanda) los vicios se apoderen de sus habitantes y hagan olvidar a éstos que «las costumbres propias y primeras de España fueron en todo hijas de la templanza de su cielo y de la naturaleza del lugar, y por eso modestas, moderadas y según justa ley y disciplina» (pág. 585a).

    La España defendida supone la culminación de la tradición de la laus Hispaniae. El escritor madrileño pretende escribir un panegírico en el que, teniendo presentes los elementos que desde la antigüedad clásica lo constituyen, resplandezca sobre todo la verdad, en el que se eliminen todas aquellas fábulas y leyendas que deshonran a su nación. Por ello declara orgulloso en el prólogo «Al Lector»:

    Y lo haré con estas Memorias, que serán las primeras, que, desnudas de amor u miedo, se habrán visto sin disculpa de relaciones y historia (si ede nombre merece), en que se leerán los ojos y no los oídos del autor (pág. 549b).

 

NOTAS:

[1] Francois Lasarre, «Notice», en Estrabón, Géographie, tome II (Livres III et IV), texte établie et traduit par..., París, Les Belles Lettres, 1966, pág. 3.

[2] Antonio García y Bellido, España y los españoles hace dos mil años según la «Geografía» de Estrabón, Madrid, Espasa-Calpe, 19765, pág. 35.

[3] Para un estudio de las fuentes de Estrabón vid., Francois Lasserre, ed. cit., págs. 4-11.

[4] Cito por Histoire Universelle de Justin extraite de Trogue Pompée, II, traducción de Jules Plerrot y E. Boitard, París, C.L.F. Panckoucke, MDCCCXXIII, pág. 328. Todas las citas proceden de esta edición, por lo que a partir de ahora sólo mencionaré el número de la página.

[5] Historia General de España, en Obras del Padre Juan de Mariana, I, colección dispuesta y ordenada por Francisco Pi y Margall, Madrid, Atlas, 1950 (BAE, XXX), pág. 1b.

[6] Cito por San Isidoro de Sevilla, Etimologías, II, ed. bilingüe de José Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casquero, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1982, pág. 186.

[7] De las cosas memorables de España, libro IV.

[8] Argumenta la veracidad de esta leyenda con la siguiente comparación: Huius casus fabulosi viderentur, nisi et Romanorum conditores lupa nutrit, et Cyrus, rex Persarum, cane alitus proderetur (pág. 336).

[9] Vid. Antonio García y Bellido, La España del siglo primero de nuestra era (según P. Mela y C. Plinto), Madrid, Espasa-Calpe, 19772.

[10] Citado por Santiago Magariños, Alabanza de España, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1950, pág. 97.

[11] E. Benito Ruano, «La Historiografía en la Alta Edad Media española», Cuadernos de Historia de España, 17 (1952),  pág.70.

[12] Para un estudio de sus fuentes vid. Cristóbal Rodríguez Alonso, La historia de los godos, vándalos y suevos de Isidoro de Sevilla. Estudio, edición crítica y traducción, León, Centro de Estudios e Investigación «San Isidoro», 1975, págs. 113-119; J. Madoz, «De laude Spaniae, estudio sobre las fuentes del prólogo isidoriano», Razón y Fe, 116 (1939), págs. 247-257 y «Ecos del saber antiguo en la España visigoda», Razón y Fe, 122 (1941), págs. 228-240.

[13] Vid. Emst Roben Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, I, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, págs. 228-229.

[14] Todas las citas del De laude Spaniae están sacadas de la edición de Cristóbal Rodríguez Alonso.

[15] Cito por Antonio García y Bellido, España y los españoles hace dos mil años según la Geografía de Estrabón, págs. 102-104.

[16] Cito por Andrés Schott, Hispania ilustrata, IV, Frankfurt a. M., 1608, pág. 3.

[17] «Aristoteles hispanus», en su Texto y contextos. Estudios sobre la poesía española del siglo XV, Barcelona, Crítica, 1990, págs. 55-94.

[18] Feliciano Delgado León, La Coronación de Juan de Mena: edición, estudio, comentario, Córdoba, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, 1978,  pág. 112.

[19] Cito por Poema de Fernán González, edición de Alonso Zamora Vicente, Madrid, Espasa-Calpe, 19704.

[20] «El arçobispo de Toledo don Rodrigo Ximenez, por la competencia que su Iglesia tenía con la de Santiago, sobre la primacía y precedencia, dexó de escriuir la venida de Santiago a España en su historia della»; Luis Cabrera de Córdoba, De Historia, para entenderla y escribirla, ed. de Santiago Montero Díaz, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1948, pág. 86.

[21] Vid. Gifford Davis, «The Development of a National Theme in Medieval Castilian Literature», Hispanic Review, III (1935), págs. 149-161.

[22] Sobre este tema escribe A. D. Deyermond: «El patriotismo castellano... es tan fuerte que tiende a identificar la empresa de Castilla con la Reconquista y los mejores intereses de España en cuanto todo unitario»: La Edad Media, vol. I de la Historia de la literatura española, Barcelona, Ariel, 19763, pág. 78. Vid. Joaquín Gimeno Casalduero, «Sobre la composición del Poema de Fernán González», en Estructura y diseño en la Literatura castellana medieval, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1975, págs. 31-64.

[23] Vid. Gaines Post, «'Blessed Lady Spain'. Vincentius Hispanus and Spanish National Imperialism in the Thirteenth Century», Speculum, XXIX (1954), pág. 201.

[24] Primera crónica General de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289, I, ed. de Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Gredos, 1955, págs. 310-312.

[25] José Antonio Maravall, El concepto de España en la Edad Media, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 19642, pág. 23.

[26] Citado por Francisco Rico, art. cit., pág. 64.

[27] Cito por Raymond Foulché-Delbosc, Cancionero castellano del siglo XV, 1, Madrid, Bailly-Baillière, 1912 (NBAE), págs. 706-752.

[28] «Pues sabemos que no faltaron a España en algún tiempo varones heroicos; faltaron escritores cuerdos y sabios que los dedicasen con inmortal estilo a la eternidad de la memoria. Y tuvieron mayor culpa de esto los príncipes y los reyes de España, que no atendieron a la gloria de esta generosa nación, y no buscaron hombres graves y suficientes para la dificultad y grandeza de la historia»; Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera, en Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, ed. de Antonio Gallego Morell, Madrid, Gredos, 19722, pág. 555.

[29] Para su influencia en España, vid. Georges Cirot, Les histoires générales d'Espagne entre Alphonse X et Philippe II (1284-1556), Burdeos, Feret & Fils, 1904, págs. 67-71.

[30] Pedro de Medina, Obras, I, ed. de Ángel González Palencia, Madrid, CSIC, 1944, pág. la-b.

[31] «Introducción», ed. cit., pág. XXXVIII.

[32] Vid. María Rosa Lida de Maikiel, «Túbal, primer poblador de España», Ábaco, 3 (1970), págs. 11-48.

[33] Cito por la edición de Felicidad Buendía, Don Francisco de Quevedo y Villegas, Obras completas. Obras en prosa, I, ed. de..., Madrid, Aguilar, 19796.

[34] «Que aquesa ventaja hacemos a las más naciones del mundo, ser aborrecidas en todas y de todos. Cúya sea la culpa yo no lo sé», Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, cito por la edición de Francisco Rico en La novela picaresca española, vol. 1, ed. de. . ., Barcelona, Planeta, 19702, pág. 618.

[35] «Haber después de Brigo reinado Tago, como lo dicen los mismos, es a propósito de dar razón, porque el río Tajo se llamó así; y en universal pretenden que ninguna cosa haya de algún momento en España, de cuyo nombre luego no se halle algún rey, y eto para que se dé origen cirta de todo y se señale la derivación y causa de los nombres y apellidos particulares»; ed. cit., pág. 8a-b.

[36] «y todo lo tengo por sueño, aunque el padre Mariana no lo pone en el capítulo de los fabulosos reyes de España; pues, aunque Justino lo refiere, refiere también lo de Gargaris y Havido, y me espanto que, teniendo por fabuloso lo de Tubal, tuviese esto por verdadero y lo de Hércules» (pág. 554b).

[37] Vid. Werner Bahner, La lingüística española del Siglo de Oro. Aportaciones a la conciencia lingüística en la España de los siglos XVI y XVII, Madrid, Editorial Ciencia Nueva, 1966; también Emilio Alarcos, «Una teoría acerca del castellano», Boletín de la Real Academia, XXI (1934), págs. 209-228.

[38] Del origen y principio de la lengua castellana 6 romance que oí se usa en España, 2 vols., ed. facs. de Lidio Nieto Jiménez, Madrid, CSIC, 1975.

[39] Fray Juan de Salazar, Política española, ed. de Miguel Herrero García, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1945, pág. 88, afirmaba que «es el pueblo español semejante al hebreo en lo que es ser pueblo de Dios».

[40] Citado por Emilio Alarcos, art. cit., pág. 220.

[41] Para las distintas denominaciones de España en la antigüedad clásica cfr. Antonio García y Bellido, «Los más remotos nombres de España», Arbor, VII (1947), págs. 5-27.