SOBRE EL POEMA 518 DE LA SEGUNDA ANTOLOJÍA POÉTICA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Inmaculada Chaves Cadaval

Universidad de Messina

¡Presente, porvenir, llama en que sólo

quiero arder; manos frescas de la aurora,

entre las hojas verdes de los chopos¡mayo!

con agua libre al pie y sin jardinero;

manos, todas cuerpo desnudo,

que tan bien vienen a mis manos ávidas!

¡Todo lo vivo y por vivir en mí; yo

todo en lo vivo y por vivir; con los recuerdos, nada más,

de lo que no ha pasado todavía,

de lo que va a venir seguramente!

(Poema 518, Segunda Antolojía Poética, Juan Ramón Jiménez)

    El poema 518 de la Segunda Antolojía Poética (1922), pertenece a su vez a la tercera parte de Piedra y Cielo (1919), libro de 119 poemas, escrito en el bienio 1917-1918. Esta obra se halla en el mismo umbral de la llamada segunda época o segundo estilo de J. R. Jiménez, y es una de las más logradas o una de las más representativas en la evolución de la sensibilidad del poeta. Piedra y Cielo constituye en realidad, el nuevo programa del «ars poética» de Juan Ramón, es decir, su nueva preocupación por el sentido de la creación poética. Es precisamente el año 1917, cuando nuestro poeta empieza a escribir Piedra y Cielo, que suele ser considerada como hito decisivo en la conclusión del Modernismo en lengua castellana.

    El poema 518 de la Segunda Antolojía Poética, en una primera lectura, no transmite un sentimiento nostálgico, tampoco es un poema pausado, lento, sino todo lo contrario, parece tener bastante fuerza; una enérgica elevación inicial que persiste hasta las últimas líneas. Todo se expresa con la exclamación retórica.

    Inicia con una llamada enfática al presente y al futuro intentando eliminar al mismo tiempo los lazos que le unen al pasado: «¡Presente, porvenir, llama en que sólo / quiero arder...».Ya Juan Ramón nos había planteado en un poema suyo, la imposibilidad de desvincularse del pasado para vivir el día de hoy como si aquél no existiera:

¡ Quién supiera

dejar el manto, contento

en la manos del pasado;

no mirar más de lo que fue;

entrar de frente y gustoso,

todo desnudo, en la libre

alegría del presente! [1]

    Pero en nuestro poema, nos ofrece algo distinto: quizás el hombre se sueña inmortal y el poeta tiene una visión de sí mismo en lo eterno; de una plenitud destinada a durar, a reiterarse en el futuro, de ahí ese «porvenir, llama en que sólo / quiero arder». Para expresar esa intuición emplea en el siguiente verso las «hojas verdes de los chopos...». El árbol, como todo lo que pertenece a la naturaleza, se renueva y dura en sucesivo florecer a través del tiempo. Esto revela el anhelo soterrado, el deseo subconsciente de identificarse con la naturaleza («hojas verdes»; hojas, como símbolo también de inspiración) porque ésta retoña cada primavera, y la fusión con ella garantizaría la pervivencia. He aquí el deseo de inmortalidad que anima el poema de Juan Ramón; así, se declara el afán de perdurar y también el más complejo y secreto afán de incorporarse a la corriente imperecedera de la naturaleza, al principio creador en su manifestación más luminosa. Pero quizás sea la poesía, la que salva para la eternidad lo mejor del poeta.

    El fenómeno tan reiterado de la eternización del poeta es algo implícito, siempre presente en el poema, como si se tratase de una sombra, aunque además lo podamos encontrar, explícitamente con la presencia de términos como eterno, eternidad, inmenso, inmortal y especialmente infinito, que perfilan o robustecen la esfera semántica de eternidad.

    Juan Ramón Jiménez habla de presente, pero de un presente metido en el futuro como eternidad, como un círculo, pues el presente podría no existir, y si existe, pronto es pasado o más pronto es futuro. Cabría hacer de este modo, una distinción curiosa entre dos tipos de presentes; uno, que sería el presente en el pasado, y el segundo, que sería el presente en el futuro. En el primero nos encontramos con lo no eterno, lo caduco; en el segundo nos encontramos con un presente eterno, puesto que es siempre futuro, y he aquí las dos primeras palabras del poema: «¡Presente, porvenir...», y luego: «llama en que sólo quiero arder». Un verso que nos da la impresión no sólo de eternidad, de llama eterna, imperiosa, sino también de sentimiento vivísimo, ardiente, y apasionado. J. R. Jiménez grita la imperiosa necesidad y el desbordante deseo de estar aquí, en el presente-siempre, un presente en el futuro, y siempre. Y no sólo; grita el querer arder en esta llama, ahora y en el porvenir; el futuro. Aquí no le hace falta valerse de términos como eterno o infinito.

    En comparación, en otro poema, el infinito llega en los momentos más imprevistos: bajo el «gran cuerpo desnudo» se puede encontrar el «secreto pequeño e infinito»[2], un «cuerpo desnudo», que también aparece en nuestro poema y del que también hablaremos.

    La poesía es el gran tema de Juan Ramón, y aquí la poesía vence al tiempo. La poesía no solamente era su razón de ser, sino su ser mismo. Pasión de poesía como la suya nunca se dio («llama en que sólo quiero arder / manos frescas de la aurora»). Como un enamorado florecen en él momentos de seguridad. La poesía, es cautivadora por ser iluminación, revelación: surge en el divino equilibrio de un segundo en el que las facultades del hombre se hallan en el punto extremo de lucidez. Entonces es cuando llegan «las manos frescas de la aurora». Se inicia pues la aurora en nuestro poema, momento simbólico, en el que el poeta es consciente de que el estímulo exterior, la inspiración, puede domeñarse y transformarse en poema.

    Pero todo esto no emerge de la nada, pues fecundando las raíces de la inspiración y determinándola, encontramos una confluencia de emociones y sentimientos que constituye la base fluida y rica de la que nace la creación de «entre las hojas verdes de los chopos —¡mayo!— / con agua libre al pie y sin jardinero;». Es como el espectáculo de su imaginación que se nutre de aguas tras caminar entre los árboles que sorprenden por su pureza. Aparece además de la aurora, el agua, que retomaremos después; es decir, unos factores de raíz originariamente paisajística que, de acuerdo con sus procedimientos, sufren a menudo una reelaboración y reflejan una realidad espiritual (o amorosa también).

    En el tema de la aurora, el poeta quiere resolver su propia identidad y exponer la verdadera índole de su propio ser, siempre renaciente. Él, entre las «manos frescas de la aurora» arranca de raíz la mata del poema. Entonces el poeta será el dueño de la belleza. Así, en el 3er verso encontraremos: «entre las hojas verdes de los chopos —¡mayo!— » pues con la madrugada y la entrada del nuevo día, se hace más intensa en el poeta la fascinación de la primavera (¡mayo!).

    El siguiente verso nos trae, como dijimos, el tema del agua, pero un «agua libre...». Éste es ciertamente el elemento más variado e importante en el mundo alegórico de J. Ramón. Aquí no hallamos ya el agua estática, sino la dinámica, que nunca muere, lo que nos lleva al concepto de amor, pureza, fecundidad, vida, tiempo, eternidad. El agua, aquí alcanza su acepción figurada; no indica simplemente el líquido. Este paisaje mental, bien podría simbolizar la fecundidad: «con agua libre al pie y sin jardinero» una fecuncidad que no necesita de alicientes, de cuidado, de jardinero porque es en sí misma inmensa. Él mismo dijo que tenía una capacidad de creación tan grande y tan sostenida que no le había dejado tiempo para revisar lo creado, que le desbordaba la producción de cada día y que no sabía cuántos poemas habría escrito durante su vida, por el gran número al que había llegado. La fecunidad de J. R. es innegable, y su afán persistente y excesivo de depuración está en relación directa con esa facilidad y fecundidad, cuyos peligros no se le escapaban. De ahí que llegase a considerar toda su obra anterior a 1915 como meros borradores silvestres.

    Este verso, «con agua libre al pie y sin jardinero», sugiere también una llamada de J. R. a un verso libre, sin ataduras, independiente y voluntario; «sin jardinero». Es importante tener bien presente, que no existe una ruptura decisiva entre Piedra y Cielo y su obra anterior, ni siquiera con ciertas tendencias de su primera época. Lo que ha desaparecido del todo es el uso del romance y del cuarteto alejandrino, con todos los residuos de los motivos orquestrales rubenianos; se le ha impuesto al poeta el verso libre, con esquemas métricos basados principalmente en el endecasílabo y el heptasílabo, lo que no excluye el resurgir esporádico de alguna forma más simétrica de carácter popular como la canción. En el poema podemos observar que los versos no tienen una medida similar. Se encuentran versos eneasílabos, pero sobre todo, las dos estrofas se componen de endecasílabos.

    Pero el acento y la verdad del poema dependen de lo interior, y no tanto del incidente exterior («cuerpo desnudo», desnudez que es perfección, o al menos, parte de la perfección, suma sencillez que, sólo podrá ser fruto de la plenitud: «se fue desnudando...»)[3]. Dependen, sobre todo del temple visionario y de la posibilidad de transladar al lenguaje, la intuición experimentada, la experiencia de él mismo, que busca los símbolos precisos y consigue expresarse, habiendo depurado su expresión: «manos, todas cuerpo desnudo; / que tan bien vienen a mis manos ávidas!», unas «manos ávidas» de trabajador constante e infatigable. En su nueva poesía desaparecen los elementos decorativos modernistas. La poesía de Juan Ramón ahora es sobria y espontánea, más concreta y exacta. Prescinde de lo anecdótico, y la expresión poética llega a su máxima pureza como un cuerpo desnudo. Él quiere que sea así («...más se fue desnudando y yo le sonreía»). Busca una poesía pura, igual que aquella del comienzo por eso en la estrofa siguiente habla de recuerdos. Pero son recuerdos para el futuro o del futuro: «de lo que va a venir».

    Es de sobra ya sabido que para J. R. Jiménez vivir es, vivir poesía. Poesía y vida se amalgaman hasta hacerse inseparables. Sin vivencia no hay poesía y por eso todo lo vive: «¡Todo lo vivo y por vivir en mí; yo...». Es una poesía pura lo que busca, pero pureza no significa eliminación de la vida. La poesía pura se llama así para distinguirse de la retórica , y no entra en oposición con la vida sino con la sonoridad vacia y sin alma. La tentativa de conquistar lo esencial no se opone a una convivencia vivísima de lo existencial; sino que la exige como presupuesto necesario. Así continúa: «...yo / todo en lo vivo y por vivir...». Haciendo aquí un paréntesis tenemos que decir que, junto al concepto de poesía pura o por encima de él, Carlos Bousoño[4] habló de una noción que nos parece muy acertada, más exacta y definitoria: la de esencialismo. Este afán de esencialismo debiera excluir, en el proceso de la fabricación poética defendida por Valèry, todo obstáculo retórico o atavío superfluo, para alcanzar la íntegra desnudez de la belleza. Pero J. R. Jiménez, pese a su ensueño perfeccionista, no sabe o no quiere desdeñarlos. De ahí las anáforas en este poema: «Todo lo vivo / todo...», «de lo que no ha / de lo que...», como en tantos otros poemas: «También yo alumbro.../ También... »[5], etc.

    Seguidamente, y terriblemente encabalgado nos encontramos con el término «yo», el único yo que aparece en todo el poema, pero radical y totalizador en la obra de J. R. Es símbolo del poeta mismo, y se manifiesta como dualidad o como multiplicidad; hay un yo temporal, mortal, que es el hombre; y un yo espiritual, inmortal, el poeta, que sobrevivirá en su obra. Nos encontramos ahora en el segundo caso, además en el poema es una primera persona que se encuentra no sólo en el presente y en todo (omnipresente: «yo / todo en lo vivo...»), sino también en el porvenir, en el futuro («...y por vivir»). Siempre por este orden: primero presente y después futuro como desde el inicio del poema.Un yo que es todo, no es ya querer ser como algo sino querer ser en todo, querer ser él todo, y todo en él: «¡Todo lo vivo y por vivir en mí; yo / todo en lo vivo y por vivir...». Es como una identificación con la belleza de la que antes hablábamos, un ansia de entrar en la belleza, de comunicación con ella. Así, quiere entrar en la cosa contemplada, en la belleza, en la naturaleza paralelamente a este otro poema:

¡Qué inmensa desgarradura

la de mi vida en el todo,

por estar, con todo yo,

en cada cosa;

por no dejar de estar

con todo yo, en cada cosa!»[6]

    Más explícito es Nostaljia, ya al final, cuando dice:

«...Hojita verde con sol,

tú sintetizas mi afán;

afán de gozarlo todo,

de hacerme en todo inmortal». [7]

    Este poema junto con el número 52 de la Segunda Antolojía Poética: «...mi alma / me dice, libre que soy todo!», sintetiza muy bien lo que quiere expresar el poema analizado; su «afán de gozarlo todo, de hacerme en todo inmortal».

    Finalmente, aparecen los recuerdos: «...con los recuerdos, nada más», antes de pasar al futuro como casi al inicio del poema («de lo que no ha pasado todavía, / de lo que va a venir seguramente!»); todo en un círculo, o en una serie de círculos. En la búsqueda juanrramoniana de la vida transcendente el significado simbólico de recuerdo» («vivo y por vivir; con los recuerdos») conjugado con el olvido y la preocupación esencial de la muerte, ocupa un lugar preferente, como raíz de la misma eternidad. Aquí, al sentir el poeta en sí mismo «todo lo vivo y por vivir», y al verse todo él «en lo vivo y por vivir», se queda, proféticamente «con los recuedos nada más / de lo que no ha pasado todavía / de lo que va a venir seguramente». Pero ésto puede ser contrastado en otros poemas, pues la aparición del vocablo recuerdo es una constante. La mención implica a veces la simple noción de la caducidad; los recuerdos son «como médanos de oro, / que vienen y que van»[8], y resurgen de pronto, una noche, «como una rosa en un desierto, / como una estrella al mediodía / para dejar de ser recuerdo olvidado»[9]; por ello «andan, si , vivos, pero igual que mariposas tristes / por ruinas que son ruinas hoy»[10], o están «todo, ¡Oh cuántos! / en el sol de mi olvido total, otro universo, / cual las estrellas en el día»[11] o «salen tan frescos de la vida / al riego de mi llanto, / como el olor agudo y verde / de la yedra empolvada / que están regando»[12]. El poeta llega a ser sólo gracias a su propia transformación en recuerdo: «¿Soy? ¡Seré! / Seré, hecho onda / del río del recuerdo...»[13], o en sueños, para «la vejez amada», de los recuerdos que ésta nutrirá de su vida: «Ay, si el recuerdo / tuyo de mí, fuese este cielo azul de mayo (!)» exclama dirigiéndose a la vejez, que sonrie «en sueños de tus recuerdos de mi vida»[14].

 

NOTAS

[1] Poema 109 de J. R. Jiménez , Poesía, Talleres Poligráficos, Madrid, 1923.

[2] Poema XIX de la 1ª parte de J. R. Jiménez, Piedra y Cielo, Imprenta Fortanet, Madrid, 1919.

[3] Poema V de J. R. Jiménez, Eternidades, Tip. Lit. A. De Angell Alcoy, Madrid, 1918.

[4] C. Bousoño, Sentido de la evolución de la poesía contemporánea en Juan Ramón Jiménez, Real Academia Española, Madrid,1980

[5] Poema La gloria, número 511 de J. R. Jiménez,  Segunda Antolojía Poética, Espasa-Calpe, Madrid, 1922.

[6] Poema 469 de J. R. Jiménez,  loc. cit.

[7] Poema 513 de  J. R. Jiménez,  loc. cit.

[8] Poema 470 de  J. R. Jiménez,  loc. cit.

[9] Poema XI de la 1ª parte de J. R. Jiménez, Piedra y Cielo, Imprenta Fortanet, Madrid, 1919.

[10] Poema XXXIX de la 1ª parte de J. R. Jiménez,  loc. cit.

[11] Poema XLIII de la 1ª parte de  J. R. Jiménez,  loc. cit.

[12] Poema IV de la 3ª parte de J. R. Jiménez,  loc. cit.

[13] Poema 472 de J. R. Jiménez, Segunda Antolojía Poética, Espasa-Calpe, Madrid, 1922.

[14] Poema 447 de J. R. Jiménez,  loc. cit.