LA VOZ DEL AMADO QUE LLAMA...[1]

TRAS LOS PASOS DEL AMOR EN LA PROSA DE MARÍA ZAMBRANO

Elena Morilla Serrada

Universidad de Málaga

           

   Ya son algunos años que sigo la estela de uno de los seres que más me ahondó en mi carrera universitaria. María Zambrano me enredó en cierta forma con su prosa dulce y embriagadora, y me he convertido en otra de sus seguidores incondicionales.

    Uno de mis puntos de partida es mi certeza de que el ser humano es sagrado. Me gustaría que quedara expresado que el ser humano en su totalidad no se puede reducir a lo meramente consciente y racional, no se puede desacralizar. Esto me hace empezar desde un deseo de recuperar una espiritualidad perdida y entrar en la experiencia de lo sagrado. La tradición hindú marca la época actual que estamos viviendo como la época oscura del Kali Yuga, es la época que ya dura unos miles de años, donde el conocimiento de lo exterior e interior se nos ha velado profundamente. María Zambrano entreverá estos velos y con el amor nos enseñará otra posibilidad de ser y de sentir, otra forma de saltar de lo meramente consciente y entrar en otras dimensiones del ser. Y es este aspecto del amor, como agente de destrucción de los límites de lo humano, lo que de alguna manera quiero tratar aquí.

    También quisiera apuntar que a pesar que María Zambrano no vio publicada la historia del amor en Occidente, que fue uno de sus proyectos que no acabaron de ver la luz, han sido muchos sus ensayos que más directa o indirectamente han tocado el tema del amor.

    Zambrano encontró cuatro posibles formas de tratar el amor: desde la metafísica, desde la poesía, desde de la fenomenología o incluso la psicología. A partir de aquí las combinatorias fueron muchas:

    El amor y la vida humana, el amor y el alma, la genealogía del amor, el amor platónico, el lenguaje sagrado del amor...

    Yo me he interesado principalmente por el trato que le da al amor como fuerza creadora y como conocimiento. Partiendo de aquí dos obras destacan por encima de las demás: El Hombre y lo divino y Claros del Bosque. Con ellas y un articulo rematadoramente inspirador y bello, «Dos fragmentos de amor», entro mi estudio.            

  

1. Introducción

 

    El amor presenta múltiples ramificaciones dentro de su propia unidad; en función de la experiencia vital y la intuición de cada persona se nos aparece de una forma u otra. El amor pasión, los usos amorosos, las relaciones kármicas, el amor prenatal o el amor natural son algunos de los muchos pasos que se podrían seguir en una época de vivencias donde los sucedáneos se imponen con demasiada facilidad.

    Para acercarme a la pensadora he escogido el amor espiritual desligado del amor pasional -principal agente de la cultura occidental- como estudio de su prosa amorosa.

     Lo precioso no se deja descifrar

     El amor, o mejor sería decir ya «promesa de amor», va a implicarme a hacer un esfuerzo de transindividualidad y pedir direccionar hacia arriba intentando ver lo que va más allá de lo humano. Lo sagrado se impone. ¿Problema? Lo sagrado, relegado al inconsciente, siempre ha sido incómodo para una forma de hacer historia profundamente racional y lógica que nos ha mostrado una realidad demasiado excluyente y limitada. Pero el mundo y las personas en su esencia más pequeña -lo pequeño dentro de lo grande-lo grande dentro de lo pequeño- son demasiado extensivo, naciente y misterioso para que yo perpetúe esta forma de hacer; es mucho más luminoso acceder dentro de un orden superior y saberse dentro. Adelantando a Zambrano

Conciencia histórica que ha de llegar a algo como el amor, que parece nacer y vivir del anhelo de atravesar el tiempo, cuyo más embriagador atractivo haya sido ofrecer al hombre el regalo de sentirse por unos instantes hundido o arrebatado en la eternidad. El que la conciencia histórica pudiese abordar tal cosa, es decir, adentrarse en el desengaño del amor, sería una de las pruebas definitivas; en el vacío, quieto espacio abandonado por sus alas, encontrar un saber que le corresponda, es decir, una vez más, conocer por ausencia.[2]  

 Es intuición de lo que fue y ya no está.

    ¿Primero la enajenación, le sigue la belleza y, como consecuencia, se culmina en el amor, o, fue primero el amor naciente, la belleza, y más tarde la separación?[...]

    Quiero dar comienzo con una poesía sufí, la rosa representa la belleza y el ruiseñor el amor, ambos forman parte esencial en la formación de la creación:

    Esta hermosa doncella robacorazones estaba en la cámara nupcial: una amada amable en su soledad dichosa, jugando al juego del amor con nadie sino ella misma, y bebiendo a solas con el vino de su propia belleza. Nadie sabía nada de ella. Incluso el espejo no había reflejado todavía su semblante. Pero la belleza no puede permanecer oculta mucho tiempo. La gracia no soporta estar oculta, si le cierras la puerta, ella enseñará la cara por la ventana. Así, ella plantó su tienda fuera de los sagrados recintos, revelándose en el alma y a través de toda la creación. En cada espejo aparecieron sus facciones teofánicas, de manera que su historia fue dicha por todas partes. Desde tal refulgencia una centella hirió a la rosa y la rosa encendió la pasión en el corazón del ruiseñor.[3]

 Silencio

 2. Conocimiento sombra

 

    En mi exilio, como en todos los exilios de verdad, hay algo sacro, algo inefable, el tiempo y las circunstancias en que me ha tocado vivir y a lo que no puedo renunciar. Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos, son más grandes las raíces que las ramas que ven la luz. Es en la obra del amanecer, trágica y de aurora, en que las sombras de la noche comienzan a mostrar su sentido y las figuras inciertas comienzan a desvelarse ante la luz, la hora de la luz en que se congregan pasado y porvenir.[4]

     Es muy difícil determinar qué aspectos de la vida de una persona influyen más en su trayectoria posterior, sobre todo porque hacerse a una misma y metamorfosearse es una conjunción de múltiples elementos internos y externos que se van apareciendo con los años, pero siendo un poco orteganiana y anunciado aquello que el individuo es él y su circunstancia, en mi forma de leer a María Zambrano y recorrer su biografía, destaco cuatro hilos que determinaron mucho los inicios de su pensamiento poético: EL OBLIGADO REPOSO de una tuberculosis prematura, EL DOLOR de un desamor juvenil, LA SOLEDAD a la muerte de su padre y el desprendimiento de un exilio de casi cuarenta años.

reposo

dolor

soledad

desprendimiento

    Y de todo esto la iniciación:

    El saber propio de las cosas de la vida, es fruto de largos padecimientos, de la larga observación, que un día se resume en un instante de lúcida visión que encuentra a veces su adecuada fórmula. Y es también fruto que aparece tras de un acontecimiento extremo, tras un hecho absoluto, como la muerte de alguien, la enfermedad, la pérdida de un amor o el desarraigo forzado de la propia Patria. Puede brotar también, y debería no dejar de brotar nunca, de la alegría y de la felicidad. Y se dice esto porque extrañamente se deja pasar la alegría, la felicidad, el instante de dicha y de revelación de la belleza sin extraer de ellos la debida experiencia; ese grano de saber que fecundaría toda una vida.

Tienen la virtud estos momentos extraordinarios de hacer desaparecer de improviso todo lo que la persona que pasa por ellos tenía por importante, y así el surco de sus padecimientos queda como anegado en un mar que lo invade. Cuando se ha salido de esa situación se es diferente al que se era, es en cierto sentido «otro». Otro, que es sin embargo, más «sí mismo»,  más verdaderamente sí mismo del que era. La palabra más justa es la del iniciado; el que ha atravesado ciertas situaciones de extremo dolor, de extrema dificultad o de dicha extrema, ha sufrido una iniciación.[5]    

    Es interesante antes de entrar propiamente en la forma de entender el amor en Zambrano, saber cuales fueron los inicios del despegue. Un punto de referencia sería la «reforma de entendimiento» que anunció en 1937 [6]. El abuso del imperio racional, las limitaciones de la filosofía y la no creencia en las metanarrativas le llevó a traspasar la razón vital de Ortega y dar nacimiento a su razón poética. Al pensamiento científico profundamente desalentador por la enajenación de su objeto de estudio, Zambrano pone sobre la mesa el encandilamiento y la unión del poeta con la vida, «con las cosas del querer».  A la filosofía poesía, al conocimiento sentimiento y al pensamiento todo el amor.  

     Así, María Zambrano empieza a modular lo que ella llamó conocimiento de la sombra.

    ¿Qué es el conocimiento sombra?

    Este conocimiento en un principio arropa todo aquello que aparentemente no se puede descifrar, lo que no puede ser visto en un primer mirar. Esta forma de conocer podríamos decir que se mueve entre la vigilia y el sueño, en el límite de lo humano. Es ese espacio de la promesa y del deseo que nos ayuda a descifrar lo que somos a partir de lo que sentimos.

no ser. trayecto. estela. punto luminoso.

 Somos tanto lo que escogemos y tenemos como lo que se quedó atrás.  

    Y aquí está el amor y la queja de Zambrano: el amor llora su lugar arrebatado...el amor no tiene lugar para expresarse [...]

    Una de las indigencias de nuestros días es la que al amor se refiere. No es que no exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida en la propia mente y aun en la propia alma de quien es visitado por él. En el ilimitado espacio que en apariencia la mente de hoy abre a toda realidad, el amor tropieza con barreras infinitas. Y ha de justificarse y dar razones sin término y ha de resignarse por fin a ser confundido con la multitud de sentimientos, o de los instintos, si no quiere ese lugar oscuro de «la líbido»,  o ser tratado como una enfermedad secreta, de la que habría que liberarse.[7]

    A esta limitación ella responde con su razón poética.

     La unidad. Susurro, mecer. 

De la razón poética es muy difícil, casi imposible, hablar. Es como si hiciera morir y nacer a un tiempo; ser y no ser, silencio y palabra, sin caer en el martirio ni en el delirio que se apodera del insomnio del que no puede dormirse, solamente porque anda a solas. ¿Lo llamaríamos desamparo? Tal vez. Terror de perderse en la luz más aún que en la oscuridad, necesidad de respiración acompasada, necesidad de la convivencia, de no estar sola en un mundo sin vida; y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino con la respiración, con el cuerpo, aunque sea el minúsculo cuerpo de un pequeño animal, que respira: el sentir de la vida, donde está y donde no está, o donde no está todavía. Es este «logos sumergido» en eso que clama por ser dentro de la razón[8].

     Morir-nacer-delirio-insomnio-perderse-respiración-donde no se es todavía-logos sumergido. He aquí su conocimiento sombra.

    «Donde no se es todavía» es quizás lo más sui generis de María Zambrano. Ese camino que vamos recorriendo, aquel «se hace camino al andar» de Machado, pero es un andar hacia atrás y adelante. Un andar con el pasado delante de nosotros, marcándonos el camino no pisado y envolviéndonos de centro y de ser.

     Con su conocimiento sombra nos enseña a dejar atrás el tiempo tripartito de  pasado-presente-futuro, y entrar en la senda de la atemporalidad y la verdad, buscando el momento naciente donde perdimos el emparejamiento con el mundo.

    Zambrano busca el amor trasgrediendo los límites del ser, buscando siempre la dirección de la trascendentalidad. Fe, sueño y amor será su lucidez para anunciar positivamente lo más naciente del ser humano, dando acogida en su forma de entender la vida, «lo inspirado» y «la revelación»,  dos elementos profundamente maltratados y olvidados en nuestra historia más reciente.

     el horizonte  

    Morir antes de morir.

     El hombre es el único ser que sufre su trascendencia.

 

3. El perfume del amor. Coincidentia oppositorum

 

[...] Tampoco el amor se preocupa de nuestras compartimentaciones,

sino que nos precipita, temblando como estamos, dentro de una

 infinita conciencia del todo. Los amantes, no viven de lo de aquí, lo

separado; como si nunca se hubiese realizado una división, cogen

la desmesurada riqueza de sus corazones; de ellos se puede decir

que Dios se les hace real y que la muerte no les daña: porque están

más llenos de muerte cuanto más llenos de vida.  

                                                      Rilke     

     El perfume del amor interfiere y circula constantemente entre nuestros sentidos y la forma que tenemos de comunicarnos. Desgraciadamente una educación profundamente cristiana, una represión sutil del sistema y la degeneración de nuestros instintos más primitivos impiden que podamos desarrollar y ser conscientes de esta energía que todos poseemos.

    El amor en su expresión más esencial nos ayuda a ver la vida antes de la vida. Trasgrediendo el tiempo y desafiándolo, el amor nos regala por un instante la conciencia de nuestra condición más divina y natural para caer de nuevo en el más hondo abandono: escoger nuestro destino.

    María Zambrano inicia su comunicación de la senda amorosa con la conjugación de dos elementos básicos en el vivir: ausencia y presencia.

 La ausencia es lo que más duele, lo que más se impone, lo que más se a duerme, lo que se deja, lo que no se hace por una pasión u otra; la ausencia, de un modo constante diríamos que es la fuente de conocimiento [...][9]

 Ausencia y presencia son dos polos del vivir humano; por tanto, trasciende la misma filosofía que parece ser lo más trascendente del vivir humano pues se trata de un modo de ser y un modo de estar. Estar presente puede significar tantas cosas; estar ausente, quizás sea, como a veces sucede en filosofía, lo más fecundo.[10]

    María con su ausencia y presencia, mástiles de su conocimiento sombra, busca precisamente lo que llamó «paraíso perdido» y su estela más acuciante, las utopías. De esta manera amarra corto y se pregunta qué determinó que nos separáramos de la cosa inmediatamente dada, «Construir por la ausencia» dice ella. Siguiendo al pensamiento tradicional, intuye lo caro que le salió al hombre en algunas culturas, básicamente la occidental, salirse del orden dado, «nacer prematuramente»,  y abandonar definitivamente el campo fértil de la naturaleza y de sus misterios:

     Pues la libertad que está en la misma raíz del vivir humanamente, como la suprema necesidad, es el correlato del vivir en un medio heterogéneo, en el juego del elegir. Los juegos infantiles deben rememorar al juego trágico donde es necesario acertar y si no, se paga una prenda...Pues en el ejercicio de la libertad permanece un sentido del juego y del azar, ya que en la elección se rebasa el conocimiento, se aventura y decide en los momentos definitivos lo que aún no es, el que todavía no somos. La nostalgia del paraíso lleva consigo la renuncia a este aventurarse, a este elegirse a sí mismo. Pues al elegir me voy eligiendo; voy eligiendo el qué seré, y si esto ocurre en cada hora hay instantes decisivos en que se realiza ese algo que va a determinar la vida entera, una elección que va a quedar incorporada al destino. Tales elecciones que son decisiones, o momentos de pura voluntad, crean una soledad si no es que se dan en ella. Y esta soledad en la que surge el acto de voluntad por el cual decidimos nuestro ser, en modo irrevocable, es lo menos paradisíaco; pues estamos abandonados a nosotros mismos, engendrando nuestra suerte.[11]      

     Bajo esta reflexión, Zambrano ya no abandonará el rastreo del origen divino del hombre, viendo en el sentimiento nostálgico y en el amor huellas internas indelebles de una realidad cósmica superior e inicial. Entender esto por nuestra parte implica sobre todo darse de bruces con la concidentia oppositorum [12]. Nuestra forma de pensar basada en los opuestos nos ha hecho mucho daño para acoger y formar parte de una realidad global y unitaria que no entiende ni bebe del árbol de la ciencia del bien y del mal. Los conceptos tremendamente agresivos por su reduccionismo y enajenación que configuran nuestro lenguaje, dificultan en exceso el que la persona pueda identificarse con su entorno en su totalidad y extensión. Creamos continuamente fronteras y demarcaciones sin ver que la naturaleza y el universo no se pueden atrapar. Pero nuestro empecinamiento es grande, y seguimos empeñados que ésa es la forma de ahondar y de vivir. Pero si uno se sensibiliza, intenta abrir poros e indagar lo que somos, las huellas permiten un rastreo que se inicia con nuestra memoria y el recuerdo. Y la memoria... «Recordamos por la añoranza de algo perdido; buscamos para llenar ese vacío que nos atosiga y nos convierte en seres a medio hacer»[13]

    El escritor Pablo Coelho arrambló con la expresión prosística «conocer no es más que recordar lo que habíamos olvidado»,  para susurrarnos la esencia mítico-poética del niño naciente y su completa esencia.

    La evolución del superhombre de Nietzsche ya anunciaba la evolución inversamente proporcional del hombre y la necesidad de invertir los valores y el camino. Crecemos y vamos perdiendo y olvidando lo que somos. Y aquí, es en este punto, y con esta queja en voz alta donde entra el amor de Zambrano, y nos hace aparecer la conciencia metafísica, entendida como la participación de las realidades trascendentes, a través del amor. Ella, al más puro estilo psicoanalítico, hará aparecer el segundo elemento (junto a la forma sueño) para alterar el estado de conciencia discursiva y racional y ampliar el conocimiento del ser en su máxima expresión.

    A través del cuerpo y la inteligencia (símbolo el corazón) María nos invita a salirnos de nosotros mismos buscando realidades y dimensiones paralelas a nuestros estados de vigilia. El amor, eternidad en un instante. Anhelo, deseo, dolor, infierno y temor. 

Y he aquí otro motivo -además del ya apuntado de ser el amor anhelo de eternidad- de que cueste más trabajo reconocer la historicidad del amor que la de ninguna otra creación de la vida humana. Porque esta nostalgia complicada en el amor es una nostalgia metafísica, como anhelo o ilusión de eternidad. Y lo metafísico es lo más resistente a ser disuelto a un modo de conciencia [...] ni la nostalgia ni la esperanza metafísica se dejan reducir a hechos de la conciencia ni a nada parecido.[14] 

    Quizás el canto sufí del ney[15] sea lo más bellamente dicho y oído sobre escisión del hombre.

    El lamento del ney

 Escucha el ney, escucha su historia en la que se lamenta de la separación:

«Desde que me cortaron del cañaveral,

mi lamento ha hecho llorar a hombres y mujeres.

Deseo hallar un corazón desgarrado por la separación,

para hablar del dolor del anhelo.

Todo el que se ha alejado de su origen,

añora el instante de la unión.

En todo lugar entoné yo mi canto melancólico

e intimé con los que son felices y también con los que lloran.

Todos me entendieron según su propio pensamiento,

pero nadie trató de hurgar en mi corazón el más hondo secreto.

Y, sin embargo, dicho secreto no está lejano de mis lamentos,

pero ni el oído ni la vista saben captarlo.

No está velado el cuerpo por el alma,

ni el alma por el cuerpo,

pero nadie es capaz de contemplar el alma».

El canto del ney es fuego y no aire.

¡Quién no tiene ese fuego merecería morir!

Es el fuego del amor lo que arde dentro del ney,

el ardor del amor que posee el vino.

El ney es el confidente de todo aquél que está separado de su amigo,

sus sonidos rasgan nuestros velos.

¿Quién ha visto antes un veneno y un antídoto como el ney?

¿Quién ha contemplado jamás un consuelo y un enamorado como él?[16]

  

4. La expresión del amor

     En los primeros años de formación académica y experiencias vitales de María Zambrano, donde ya despuntaba su alma algo perdidiza (utilizando palabras textuales de ella), la filosofía griega, la cultura popular y los poetas españoles marcaron sus primeras reflexiones amorosas a partir de la ausencia del amado y desde el conocimiento del dolor[17]

    En este nivel de su rastreo amoroso, la poesía y la mística cristiana le ayudaron a empezar a reconocer al amor en la ausencia, el amor de ese sentir que adolece por no tener retenido al amado.

 ¡Ay! ¿Quién podrá sanarme?

Acaba de entregarte ya de vero;

No quieras enviarme

De hoy ya más mensajero,

Que no saben decirme lo que quiero...

     También las lecturas como las de Antonio Machado le llevaron a entender el amor en aquello que no se tiene, viendo en la nostalgia y en el recuerdo la manifestación del amor. Y en la nostalgia y la esperanza dos formas de tener no teniendo. 

El tiempo que la barba me platea,

cavó mis ojos y agrandó mi frente,

va siendo en mí recuerdo transparente,

y cuanto más a fondo más clarea.

Miedo infantil, amor adolescente,

¡Cuánto esta luz de otoño os hermosea!,

¡Agrios caminos de la vida fea,

que también os doráis al sol poniente!

¡Cómo en la fuente donde el agua mora

 resalta en piedra una leyenda escrita:

el ábaco del tiempo falta un hora!

¡Y cómo aquella ausencia en una cita,

bajo las olmas que noviembre dora,

del fondo de mi historia resucita!  

                                                Guerra de Amor. Abel Martín

                  Poesías completas. Antonio Machado      

     Esta ausencia le dio a Zambrano, en un primer momento, la visión del dolor en el amor y su capacidad de trascendencia. Diótima, Safo, Eloísa o Antígona fueron algunas de las heroínas a la que recurrió para coger expresión al dolorido sentir.

    Esto es importante destacarlo porque Zambrano ira dando al amor forma femenina y la escritura de su pensamiento comienza a sexuarse[18].

 [...] Pero la mujer ha sido también por sí misma. Y decir que la mujer se ha expresado a sí misma, vale tanto como decir que ha expresado su amor. La existencia de la mujer aun cuando existe por sí misma, va todavía indisolublemente ligada al amor. No se ha definido como el hombre, intelectualmente, lógicamente; la mujer es criatura álogica, que crece y se expresa más allá de la lógica y más acá, nunca dentro de ella.[19]  

     La mujer y el poeta serán los nuevos protagonistas de la erótica y de su forma holística y completa de entender el ser y de saber estar en la vida, de pensarse en un mundo simbólico principalmente masculino. Arraigarse a la tierra, unirse sin escindir, padecer sin distancia. Adentrarse...

     De la mujer

 El hombre es, pues, un animal idealista, un animal que vive en un mundo inventado, mientras que la mujer se atiende a lo que hay. Su sexo le liga al cosmos mientras que al hombre su sexo no le sirva apenas de nada sino de angustia, de impulso infinito, infinito e insaciable.[20]  

     Del poeta

 Sobre los hombros del poeta anidan también los pájaros; con los brazos abiertos ante la creación, el poeta se abre a todas las cosas, se ofrece íntegramente sin ofrecer resistencia a nada, quedándose vacío y quieto para que todas las criaturas aniden en él.[21]

     Pero además, dentro de este deseo de heterogeneidad del ser y la inmersión del amor en la vida humana, Zambrano recupera un elemento demasiado olvidado por el pensamiento y la filosofía occidental: el cuerpo.

    El cuerpo, simbolizado por las «entrañas»,  será recuperado no sólo como fuente de placer y deseo sino como plataforma del conocimiento en el amor. Ella lo expresa de la siguiente manera:

     También la idea, el concepto, el conocimiento, cuando logra objetividad, es un dibujarse el ser; mas no en las entrañas sino en la mente. La poesía, en cambio, ha sido siempre cosa de la carne, de la inferioridad de la carne, de la interioridad de la carne: de las entrañas. [22]

     La voracidad amorosa, el hambre de presencia y figura real, «material»,  valga la palabra, caracteriza al amor, le distingue del simple hambre del saber científico. El amor sólo reposa en la realidad, pero en la realidad que tiene una figura. Y en esto de aplicarse únicamente con la figura es en lo que el amor ayuda al conocimiento y es capaz de forjar la idea.[23]

 

4.1. El despertar de las «entrañas»

 

    El amor se piensa en ausencia pero se da por presencia dice Zambrano.

    Yo necesito la presencia del amado para extender y dar expresión al amor. No puedo conocer el amor si no pienso en mi cuerpo y en su forma de manifestar y sentir. Mi cuerpo se da con el otro. Desgraciadamente la filosofía del amor desde Platón a Kierkegaard, colocaron al amor con una flecha ascendiente donde lo absoluto se presentaba como punto redentor y no dejaron espacio ni detenimiento en los puntos de avituallamiento. La política de los contrarios socrática-platónica separaron cuerpo y espíritu, y ya sabemos quien se ha llevado la peor parte. Hoy en día, seguimos desconociendo profundamente a la persona en su forma integral, tenemos una incómoda tendencia a pensar nuestro cuerpo pero no a sentirlo. La respiración, los jadeos, las mucosas no forman parte de nuestra conciencia más inmediata, y nos sorprendemos a nosotros mismos cuando percibimos un sonido nuevo al despertar bajo las sábanas. Por más programas de resolución mediática donde el sexo es protagonista no nos han enseñado la complicidad con nuestra parte más corpórea. Sabemos las claves fisiológicas de reproducción, crecimiento y muerte del ser vivo, pero nos devoramos por dentro ante los gritos sordos de un cuerpo muy abandonado. Sólo en el dolor y la enfermedad parece que nos detenemos a escuchar.

    Pero en este punto María Zambrano se desprende de nuevo de sus coetáneos.

    Zambrano en su detenimiento del ser humano en su totalidad y en su conocimiento-sombra, donde los sentimientos, emociones e intuiciones se alzan a la altura del conocimiento-mente, otorga al cuerpo un protagonismo que no le dio ni la filosofía occidental ni el gnosticismo tantas veces consultado.

    Así, frente el absolutismo de la razón, ella se sumerge en la inteligencia del cuerpo, y encuentra en la metáfora del corazón la mejor expresión y forma de la vida y del amor.

    El corazón, «cavidad secreta y delatora», será el mediador del despertar del mundo sombra, el despertar de las entrañas.

 Poco valor tendría esta apertura del corazón si ocurriese sin participación de las demás entrañas solamente pasivas...pues la vida es esa incapacidad de desligarse un órgano de otro, un elemento de otro; esta imposibilidad de disociación que es tan arriesgada, porque al no existir separación, cuando adviene es fatalmente la muerte. Incapacidad de liberación, de vivir independiente y solitario que es la forma de libertad de pensamiento, que logra así su superioridad, pero sin heroísmo, porque nunca arriesga, ni padece, porque al liberarse de la vida nada tiene que temer a la muerte.[24]   

 4.2. La metáfora del corazón

     La metáfora del corazón es uno de los símbolos más utilizados por nuestra autora para recoger y desvelar el mundo subterráneo de las entrañas y entender el amor. Todo símbolo, de alguna manera, invita a ir más allá de la realidad dada y es capaz de revelar algo más profundo y fundamental.

    A partir de aquí, Zambrano se acerca al pensamiento tradicional y a la idea de centro presente en todas las doctrinas tradicionales, y arropa en el corazón toda la luz del conocimiento del ser. En este espacio que ella llama «profundo», «misterioso» y «secreto» hace nacer la luz y la visión[25].

    María establece dos vínculos y correspondencias en el corazón. Por un lado el corazón, acompañado de la llama, como «centro vital» y «calor vivificante», que sería la representación simbólica del corazón y su estrecho vínculo con la vida. Y por otro, y el más significativo por su profundidad y carácter esotérico, la vinculación del corazón con el intelecto, con la inteligencia trascendental[26].

    A este otro nivel, se le da al amor un impulso iniciático y centro de la vida cósmica. 

    Así pues, el corazón se nos presenta con dos visiones y formas distintas. La primera, la visión más externa e indirecta, corazón como «oscura cavidad» y «recinto hermético»; es el corazón como órgano vital que mueve el organismo y da vida:

 El interior en el corazón carnal es cauce del río de la sangre, donde la sangre se divide y se reúne consigo misma.[27]

     Y la otra, corazón de visión directa e interior, secreto de la vida primera e inicial. Origen del Paraíso Perdido vinculado con la unidad; corazón como recinto «sagrado» e «indecible».

     Corazón = centro del ser – Principio trascendente que nos trasporta a otros niveles y profundidades.

 Es profeta el corazón, como aquello que siendo centro está en un confín, al borde siempre de ir todavía más allá de lo que ya se ha ido [...] Todo centro vital vivifica. Y de ahí que el corazón ya desde la «fysis» sea el centro entre todos. El espacio interior, alma, conciencia, campo inmediato de nuestro vivir, no es en verdad a imagen del espacio inerte, donde los hechos llamados de conciencia se inscriben y se asocian como viniendo de afuera. Por el contrario, se ha dicho metafóricamente, cuando a este espacio se le llamaba alma o corazón, que es profundo, grande, ancho, inmenso, oscuro, luminoso.[28]

     Leyendo estos escritos, podemos ir viendo como Zambrano rompe con el paradigma platónico y libera al cuerpo de su acción exclusivamente fisiológica[29]. Con sabiduría, y muy poéticamente, nos adentra en la cartografía interna y nos comunica la unión del microcosmo interior con el macrocosmo exterior. En este sentido la concepción del cuerpo de Zambrano se acerca a la visión del cuerpo taoísta donde el cuerpo y el exterior son una misma cosa, es el mundo en miniatura. Todo nace en el hombre, lo manifiesto y lo invisible, y sólo hay que saber ver internamente, «el ojo del corazón» para entender el funcionamiento del mundo exterior. María reflexiona:

 Y es la condición del corazón como centro, en tanto que centro, la que determina, y hace surgir los centros que brillan iluminando, que si se refieren a la llamada realidad exterior o mundo, se reflejan en centros interiores y se sostienen sobre ellos. Ya que nada de afuera, nada de otro de mundo o más allá del mundo que sea, deja de estar sostenido por el humano corazón, punto donde llega la realidad múltiple donde se pesa y se mide en impensable cálculo, a imagen del cálculo creador del universo.[30]  

    Y así, crece el saber de lo humano, de dentro para afuera, de afuera para dentro. Dejando las categorías filosóficas, rastrea en el interior del ser humano para buscar la verdad del amor y acercarse a la esencia más cosmogónica, más originaria de la persona.

    Con la metáfora del corazón se inicia la metafísica del otro y el nacimiento del amor como fuerza creadora. Para ello es imprescindible un ejercicio de meditación, retrospección y conocimiento interior. Renuncia.

     Hay un género de soledad que comienza por ser no un aislamiento, sino un haberse desposeído de toda propiedad. Un quedarse a solas, más que por no tener compañía, por haberse extinguido ese sentir de lo propio, por haberse abolido la ley de la apropiación. Y con ella la colonización que obliga a salirse de sí mismo continuamente, a cuidar de lo otro sabiéndolo «otro»,  o en otro, para que le pertenezca.[31] 

     Hemos visto, ya como recapitulación de este punto y paso al siguiente, como poco a poco Zambrano plastifica y articula el amor, y cómo después de traspasar la corporeidad y el objeto amado, aparece un amor que nos muestra a nosotros mismos partes de nuestro ser desconocidas hasta el momento. Del amor en la vida humana da paso al amor espiritual. El primer escalón a subir es desvestir al amor de la pasión y de la exclusiva acción reproductora.

     Amor que es metamorfosis, amor que es crecimiento, amor que es energía que se transforma.

     Y prendidos de una forma de amor que no puede, o no suele ser confesada, se me figura que a causa de que ese amor sea de raíz negado a la generación de otros seres igualmente humanos, y que muestre, por tanto, lo que al amor sucede cuando se sabe que no desembocará en engendrar otros seres, que sea eso, y no la imposibilidad del amor según ha parecido a algunos que sucede [...].

     Mas para el que se apega a la creencia que es fe que abre ilimitado horizonte, de que el amor no puede perderse nunca si es amor y no deseo, si es amor y no ansia de posesión, amor lo que se dice amor, y entonces no puede dejar de engendrar de alguna manera un algo.[32]

     A partir de aquí, y ya en la segunda etapa de su vida, su tendencia a la mística cristiana le llevara a reconducir sus lecturas. René Guénon y Massigton serán algunos de los pensadores más influyentes en su acercamiento al pensamiento tradicional. Algunas de las filosofías orientales, junto a la gnosis y la filosofía perenne, también ayudaron para entramar al amor dentro de un corpus luminoso y creador.

 

5. Morir antes de morir

     Conocemos bien, al menos quienes hemos amado intensamente, la aflicción de la perdida y del dolor. Forman parte de la vida. Zambrano, como hemos visto nos lo reseña, pero ella no se queda aquí, no retiene el dolor ni se regocija en ello, ni amplia las fórmulas poéticas del deseo para probar la amplitud del amado.

    Si entramos a analizar su artículo «Dos fragmentos de amor»,  una de las cosas que más me llaman la atención es cómo el deseo de unión y posesión de todo amor pasional, ella lo utiliza para eliminar el aspecto más volitivo y ampliarlo con el elemento contemplativo de la belleza. Zambrano busca un amor que no desemboque forzosamente en el dolor.

    El amor lo llena todo, trasciende del propio individuo, lo alza y lo atraviesa, lo hace nacer y morir. LO TRANSFORMA.

    El beso a dos, el puente que atraviesa los ojos de los enamorados, el suspiro. Otros mundos. El que ama no es otro que el amado. LA UNIÓN.

    ¿Cómo llegar a este estado?

    Parece ser que del amor que nos habla nuestra autora, un amor más vinculado con lo sagrado, y con las realidades más trascendentes, pide primeramente que algo dentro de nosotros quede desprendido, esto le otorga al amor un fuerte simbolismo de la muerte y del renacimiento. Muerte de una parte de la condición humana y renacimiento de otra. Esto desde una perspectiva profana, es la que tenemos en el mundo que nos ha tocado vivir, es muy difícil de asumir ya que tenemos totalmente vinculado la muerte fisiológica a la muerte de la persona. Pero si viajamos un poco a través de la historia de las religiones, el sentido de la muerte aparece con una mayor amplitud y riqueza de significados. Fueron muchas las tradiciones espirituales que recogieron la muerte de la vida anticipada como requisito previo para alcanzar otra forma de vida de trascendencia sagrada. Por ejemplo para los «yoguis» de la India, todo su aprendizaje de iniciación va dirigido a disociarse de la experiencia profana y del comportamiento normal[33]. A través de los métodos de concentración, meditación y ejercicios posturales (ásanas) buscan alterar el estado de conciencia y obtener la unidad cósmica; o el estado de la supraconciencia que alcanzan los místicos, donde es necesario desvincularse de las actividades cotidianas de la vida.

    El conocido místico sufí Rumi habla de morir antes de morir y compara el hombre en su condición terrenal con el embrión aprisionado en el seno materno. Para que algo nuevo nazca algo viejo tiene que morir:

 Nuestra muerte son nuestras bodas en la eternidad

¿Cuál es su secreto? «Dios es uno»

El sol se divide al pasar por las aberturas de la casa;

cuando estas aberturas están cerradas,

la multiplicidad desaparece.

Esta multiplicidad existe en las uvas:

Ya no se encuentra en el zumo que brota de la uva.

Para aquel que vive en la luz de Dios,

la muerte de esta alma carnal es un beneficio.

Respecto a él, no digas ni mal ni bien, pues

ha pasado más allá del bien y del mal.

Concentra tus miradas en Dios y no hables

de lo que es invisible,

A fin de que en tu mirada Él ponga otra mirada [...] 

       Zambrano nos los explica de esta otra forma:

     Pues el amor que integra la persona, agente de su unidad, la conduce a su entrega; exige hacer del propio ser una ofrenda, eso que es tan difícil de nombrar hoy: un sacrificio. Y este abatimiento que hay en el centro mismo del sacrificio anticipa la muerte. El que de veras ama, aprende a morir. Es un verdadero aprendizaje para la muerte.[34]

 QUIEN DE VERAS AMA APRENDE A MORIR

     Podemos comprobar que Zambrano recoge esta idea de muerte y renacimiento, para vivir hay que morir de cierta manera, el morir impulsa el vivir enteramente y vitalmente. Con la muerte se abre, se dilata la conciencia del individuo y cambia su forma de mirar, se consigue la máxima anchura vital. 

El amor desposee

El amor desampara

El amor abandona

El amor priva

El amor se oculta

     En toda trascendencia lo contrario a la norma es imprescindible. Si se lee a Mircea Eliade nos habla del simbolismo de lo «contrario» en las trascendencias divinas. Este simbolismo, significa a la vez la condición de post mortem y la condición divina. La inversión de los comportamientos normales va seguido de un renacer iniciático. Zambrano lo dice de esta manera

     Y si el amor descubre el lado negativo de lo más viviente de la vida ?de acuerdo con su condición intermedia de realizar lo contradictorio?, es él quien torna la muerte viviente, cambiándola de sentido.[35] 

     El amor trasciende siempre, es el agente de toda trascendencia. Abre el futuro; no el porvenir, que es el mañana que se presupone cierto, repetición de variaciones de hoy y réplica de ayer. El futuro, esa apertura sin límite, a otra vida que se nos aparece como la vida de verdad. El futuro que atrae también a la historia.[36]

  

6. El tiempo del amor

     El tiempo del amor se les va a los que de veras aman en un abrir y cerrar de ojos, embelesados como están en una sola, única visión donde todo, lo que se dice todo, esta embebido. ¿Cómo van a darse cuenta de que el tiempo pasa, se les pasa, privados como están del ir y del venir de una cosa a otra? Pues que todas las cosas y sucesos están supeditados, y a veces hasta sumidos, en «aquello» que no es imagen, sino horizonte? Así, nada se destaca, y muchas cosas que les pasan la sufren con paciencia porque no llegan a constituirse en verdad; es como si no pasaran o pasaran tan sólo como sombras. 

                                                                                      María Zambrano

     Poco a poco el amor de Zambrano va mostrando su conocimiento velado e indirecto. Y ella nos va otorgando fórmulas para intuir y balbucear las dimensiones del amor sin condenarlo a un único rostro o a una sola dimensión.

 El amor aparecerá ante la mirada del mundo en la época moderna como amor-pasión. Pero esas pasiones, cuando se dan realmente, serán, han sido siempre, los episodios de su gran historia semiescondida. Estaciones necesarias para que pueda dar el amor su fruto último, para que pueda actuar como instrumento de consución, como fuego que depura y como conocimiento. Un conocimiento inexpresable casi siempre de modo directo y que por eso se halla oculto bajo el pensamiento más objetivo [...] la acción del amor, su carácter de agente de lo divino en el hombre, se conoce sobre todo en ese afinamiento del ser que lo sufre y lo soporta.[37] 

      Dentro de esta revelación, Zambrano nos muestra al amor dentro de la categoría de fuerza creadora. Pero, para empezar, entender el amor como fuerza creadora, se aviene mal tanto con nuestra forma de amar como de entender la historia y el tiempo. El amor como centro implica un camino hacia lo sagrado de difícil tránsito, es el paso de la realidad a la eternidad, de la muerte a la vida, que nos obliga a nosotros ?seres discontinuos y temporales? mover pieza y enfoque.

     Empecemos con el tiempo.

     El hecho de no ser perennes nos preocupa. La angustia de nuestro deterioro biológico se ha intentado calmar con muchos bálsamos (Un bálsamo que en época actual se ha convertido en hiperbólico por la falta de referente en la sociedad occidental). El más conocido nos lo ofrece el cristianismo que con la construcción del paraíso al final del camino, anuló la significación de nuestra existencia e intentó apaciguar a las almas con una eternidad repleta de quietud.

    Haciendo un repaso por las diferentes concepciones de eternidad que se han dado en Occidente, desde el Timeo de Platón a La historia de la eternidad de Borges, una se da cuenta de lo disparatado del asunto.  

    Pero para entender el tiempo del amor hay que hacer un esfuerzo por saltar del tiempo cristiano y la historia lineal y, recuperar otras formas de sentir el tiempo y trasladarlo de cierta manera a las primeras ideas de Plotino.

    ¿Qué pasa con el tiempo del amor? ¿qué pasa en la mirada de los enamorados?

    Creo que junto el sueño, el amor es el estado más cercano que tenemos actualmente para intentar sentir el tiempo de otra manera. Es el ahora sin tiempo que no deja espacio al pasado, presente y futuro.

    El amor que nos expone Zambrano nos regala el eterno instante del universo.

    Pero vamos por pasos.

    Si damos al amor la categoría de potencia creadora, recogida como hierofania entre cielo y la tierra en las cosmogonías del pensamiento tradicional, tenemos forzosamente que pasar de nuestro tiempo profano al tiempo mítico, in illo tempore. El amor como potencia creadora nos requiere de otro espacio y de otra eternidad, donde los límites del suceso histórico no estrangule la energía cósmica del amor. En este sentido, para que esta fuerza se manifieste una y otra vez, y se regenere constantemente, es necesario un tiempo cíclico donde la mirada restituya por imitación el momento naciente del amor. La repetición del acto originario le da al amor el espacio que le quita la historia. Mircea Eliade en su magna obra El mito del eterno retorno explica bien la esencia del pensamiento tradicional y la importancia de los arquetipos para restituir y vivir en el tiempo mítico, donde toda acción o suceso tiene significación en cuanto que está imitando una acción que ya se hizo en el tiempo primero de la creación. En estas sociedades tradicionales, que recogerían tanto las antiguas sociedades de Asia, Europa y América como los «pueblos etnográficos»,  el amor siempre tuvo un papel principal y potencialmente activo al ser regenerado con cada año nuevo o con la aparición de una nueva cosecha. M. Eliade nos dice:

     Los ritos matrimoniales tienen también un modelo divino, y el casamiento humano reproduce la hierogamia, más particularmente la unión entre el cielo y la tierra [...] El mito cosmogónico sirve de modelo ejemplar no sólo en las ceremonias matrimoniales, sino también en cualquier otra ceremonia que tenga como finalidad la restauración de la plenitud integral; por eso se narra la creación del mundo cuando se trata de curaciones, fecundidad, alumbramiento, trabajos agrícolas, etc. La cosmogonía representa la creación por excelencia.[38]

     Esto ayuda a entender mejor cuando Zambrano nos comenta:

     Quedará para siempre trazada la fortuna del amor, su suerte. Pertenece a las cosmogonías. Y sólo las épocas históricas que tengan una clara conciencia de la cosmogonía, bien por albergar alguna en sus creencias o por padecer la ansiedad de ella, el amor vivirá su esplendor. Y a medida que la conciencia del hombre se estreche y se circunscriba su espacio vital a lo meramente humano, el Amor decaerá al mismo tiempo en la vida real y cotidiana y en su existencia propia. El amor corresponde a momentos de máximo espacio vital: está en relación directa con el horizonte.[39]

    Quizás la nostalgia que se apodera de nosotros cada vez que amamos, no deja de ser una imitación de un modelo original y sagrado en los orígenes de los tiempos, donde el amor era energía circulante que regía las vidas de todos los seres. Quizás sea una de las pocas fórmulas que tenemos para recordar lo divino de nuestra esencia y el inicio de avenirnos a ella. 

    Podemos intuir pues que el amor pertenece a otro orden de realidad difícilmente asimilable en las sociedades modernas ¿Pero qué hacer? ¿Podemos llegar a sentir el amor en toda su dimensión, en otra dimensión?

    Pienso en el reflejo de una persona enamorada sobre su objeto de amor, y aquí puedo intuir que se produce un discernimiento que nos abandona, que nos da tránsito hacia el ser del amado y provoca, de cierta manera, una transmutación del tiempo y de nosotros mismos. Es la eternidad del estado del «yo supraindividual». Este desposeerse de uno mismo para quedar sujeto en las entrañas del otro, PUEDE SER el túnel del tiempo más espectacular y más iniciático que ha recorrido el individuo.

    Nacer en las entrañas del otro. De aquí a la conciencia de unidad va un paso, Lao Tse lo conoce así:

 El Cielo es eterno y la Tierra, permanente.

Son permanentes y eternos,

porque no viven para sí mismos.

Así, pueden vivir eternamente.

El sabio, por lo mismo,

pospone su Yo,

y su Yo se conserva.

Como no quiere nada personal,

su persona se realiza

                                             Lao Tse, Tao te King

     El amor nos empuja hacia nuestro origen, es la búsqueda de algo perdido de Zambrano, es la necesidad de mirar nuevamente y poder renacer con la recuperación de nuestro estado prenatal. Por eso creo que quien ama, se ilumina al tener una nueva forma de visión donde la metafísica del otro nos ayuda a tener conciencia de unidad, y poder transitar en las zonas del no ser, en la promesa de vida. El amor no se pierde nunca.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

     LIBROS SOBRE MARÍA ZAMBRANO

LIBROS DE MARÍA ZAMBRANO

 

 ARTÍCULOS DE MARÍA ZAMBRANO 

 

·

·NOTAS:

 

[1]

¡ La voz del amado que llama!:

«Ábreme, hermana mía, amiga mía,

paloma mía, mi perfecta!

Que mi cabeza está cubierta de rocío

Y mis bucles del relente de la noche»

  Cuarto poema, 2, «Cantar de los Cantares»                              

[2] Mª. Zambrano, «Aparición histórica del amor» en Asomante, nº 2, abril-junio, año I, San Juan, Puerto Rico, 1945.

[3] El poema es de Yami correspondiente al prólogo del poema místico de «Yusuf y Zuleica».  

[4] Mª. Zambrano, «Las palabras del regreso», Artículos periodísticos, 1985-1990, Amarú, Salamanca, 1995.

[5] Mª. Zambrano, Notas de un método, Mondadori, Madrid, 1989, pág. 108.

[6] Aparece en Hora de España, vol. IX, 1937. Recogido en Senderos. Anthropos. Ed. del Hombre, 1986.

[7] Mª. Zambrano, «Dos fragmentos de amor» adaptado en «Para una historia de amor» en El Hombre y lo divino, Fondo de Cultura Económica, México, 1993 (11955), pág. 15

[8] Mª.  Zambrano, Notas de un método, pág. 130

[9] Mª. Zambrano, «Ausencia y presencia» en Philosophica Malacitana, Departamento de filosofía. Facultad de filosofía y letras. Universidad de Málaga, vol. I, 1988, pág. 7

[10] Ibídem

[11] Mª. Zambrano, «La huella del paraíso» en El hombre y lo divino, F.C.E, México, 1993, pág. 312

[12] La coincidetia oppositorum revela la nostalgia de un paraíso perdido donde los contrarios coexisten y donde la multiplicidad configuran la Unidad. Para conocer mejor esta coincidetia en la distintas creencias espirituales, ver Mefistófeles y El andrógino de M. Eliade, o La Filosofía Perenne de A.Huxley.

[13] Mª. Zambrano, «Del método en la filosofía o de las tres formas de visión», en Río Piedra, Revista de la Facultad de Humanidades, nº 1, San Juan de Puerto Rico, septiembre 1972, pág.  122.

[14] Mª. Zambrano, «Aparición histórica del amor» en Asomante, Sanjuán de Puerto Rico, nº1, abril-junio, 1945, pág. 41.

[15] «Ney» es un término persa que significa «caña», y es el instrumento musical islámico místico más altamente simbólico. 

[16] Este fragmento responde a dieciocho versos místicos dictados por Maulaná Yalal-ud-Dín Rumí a su discípulo Huzam-ud-Dín. Aparece en la obra de Rumí, el Masnaví. A mí me fue comunicado oralmente por el maestro sufí Hayyí Jalil Bárcena.

[17] Las mujeres y el exilio en la historia han tenido una conjunción alquímica muy seductora por su fuerza y su luz. Si se da un repaso por las mujeres intelectuales españolas que se vieron forzadas a salir de su país, delante de los acontecimientos que desembocaron nuestra Guerra Civil, se puede rastrear que el dolor de la distancia les llevó a dedicar muchas horas de su pluma al tema del dolor y el amor. Desde Rosa Chacel a Mercè Rodoreda, pasando por María Zambrano y Carmen Martín Gaite, ya sea en forma de ensayo, narrativa o poesía, a todas ellas se les ve una receptividad y una sensibilidad hacia el amor profundamente dolorosa. Ya lo comentó Denis de Rougemont con su polémico ensayo El amor y Occidente, al decir que el romántico occidental tiene en el dolor amoroso una forma privilegiada de conocimiento: Conocer a través del dolor.

[18] Leer gustosamente el trabajo delicioso de E. Laurenzi, María Zambrano. Nacer por sí misma.  

[19] Mª. Zambrano, «La mujer y sus formas de expresión en occidente»,  recogido en Unión, IX, nº 26, 1997, pág. 22.

[20] Ibídem.

[21] Mª. Zambrano, Pensamiento y poesía de la vida española, Endymion, Madrid, 1996, pág. 48.

[22] Mª. Zambrano, «San Juan de la Cruz» en  Sur, nº 63, 1939. Recogido en Senderos, Anthropos, 1986, pág. 193.

[23] Op.cit., pág. 194.

[24] Mª. Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza, Madrid, 2000, pág. 67.

[25] La luz y la visión son dos símbolos presentes en la metáfora del corazón en muchas de las tradiciones antiguas. Para ampliar este capítulo ver, Frithjof Schuon, El ojo del Corazón, Sophia Perennis, Palma de Mallorca, 2003.

[26] René Guénon ya nos comenta el reduccionismo que el racionalismo le ha dado siempre al corazón al unirlo exclusivamente con el componente «sentimental» y alejarlo de la inteligencia. Guénon nos dice: «Se comprende fácilmente que en determinados términos del campo de la afectividad puedan ser utilizados, lo mismo que otros, en un orden superior, pues todas las cosas tienen efectivamente, además de su sentido inmediato y literal, un valor de símbolos con respecto a las realidades más profundas. En concreto, así sucede siempre que se habla de amor en las doctrinas tradicionales. Incluso entre los místicos, pese a ciertas confusiones inevitables, el lenguaje afectivo aparece sobre todo como un modo de expresión simbólica pues, aunque se de en ellos un incontestable componente sentimental en el sentido ordinario de la palabra, es inadmisible, digan lo que digan los psicólogos modernos, que se trate tan solo de emociones y afectos puramente humanas referidas tal cual a un objeto sobrehumano». En, Los símbolos de la ciencia sagrada, Paidós Orientalia, Barcelona, pág. 308.

[27] Mª. Zambrano, «La metáfora del corazón», en Claros del Bosque, Seix Barral, Barcelona, 1986, pág. 64.

[28]Op.cit., pág. 69.

[29] Nietszche fue uno de los primeros en la filosofía occidental en recuperar para el sujeto el cuerpo. Chantal Mallard hace un estupendo apunte a este respecto: «Hasta Nietszche el sujeto no recuperó su cuerpo. Mejor dicho, hasta Nietzsche, el sujeto no empezó a arder en la misma hoguera de Dios para que purificado, el individuo saliera de las llamas con una conciencia distinta: una conciencia capaz de adivinar los ritmos de la naturaleza, capaz, incluso, de crear otros ritmos... pero no es el sujeto el que recupera el cuerpo; el sujeto ha muerto. El cuerpo surge de las llamas con conciencia de cuerpo y sintiendo, sintiendo y queriendo, actuando». En, La Razón estética, Alertes, Barcelona, 1998, pág. 40.

[30] Mª. Zambrano, «La metáfora del corazón», en Claros del Bosque, Seix Barral, Barcelona, 1986, pág. 69.

[31] Op. cit., pág. 73.

[32] Mª. Zambrano, «Entre el ser y la vida», en Letra Internacional, nº 34, Madrid, 1994, pág. 48.

[33] Mircea Eliade nos ayuda a mejorar esta idea: «El hombre que rechaza su propia condición y reacciona conscientemente contra ella esforzándose por abolirla es un sediento de lo incondicionado, de la libertad de “poder”; es una palabra de las innumerables modalidades de lo sagrado. Esta “inversión de todos los valores humanos” perseguida por el yogin está convalidada, por lo demás, por una larga tradición india; pues, en la perspectiva védica, el mundo de los dioses es exactamente lo contrario al nuestro». En Patañjali y el yoga, Paidós Orientalia, Barcelona, 1997, pág. 75.

[34] Mª. Zambrano, «Dos fragmentos sobre el amor», en Málaga, Imprenta Dardo, Madrid, 1982, Universidad Alcalá/ Club internacional del libro, 1998, pág. 31.

[35] Op. cit., pág. 30

[36] Op. cit., pág. 27

[37] Mª. Zambrano,  «Dos fragmentos de amor»... , pág. 31.

[38] M. Eliade, El mito del eterno retorno, ed. Alianza, Madrid, 1994 (11972), pág. 30

[39] Mª. Zambrano, «Aparición histórica del amor» en Asomante, San Juan de Puerto Rico, nº 1, abril-junio, 1945, pág. 46.