ANÁLISIS DE LOS PERSONAJES DE LA VIDA CONYUGAL

Mª Belén Navarro Tahar

Málaga

 

    La obra que va a ser objeto de nuestro análisis es La vida conyugal[1] de Max Aub, perteneciente a su teatro testimonial. Se sitúa en España, durante la dictadura de Primo de Rivera (1927). Se centra en un matrimonio hastiado de su vida conyugal; pero sobre este tema el que sobresale es la condena a los intelectuales pasivos, que no se comprometen ante la represión[2]. Ignacio es un escritor, cansado tanto de su mujer como de su amante, que tiene que ayudar a un amigo perseguido por el régimen. Así esta obra trasciende los moldes del drama burgués, introduciendo un teatro de denuncia.

    A lo largo del análisis de estos personajes vamos a establecer paralelismos con la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina.

    Como ha explicado Anne Ubersfeld, en el análisis de los personajes es muy importante el referente sociocultural y así dice: «El referente sociocultural [...] con respecto al cual se ordena el personaje, no es un dato, es la construcción del director de escena y del espectador»[3]. Es muy importante ya que caracteriza al personaje y sus acciones. En La vida conyugal es crucial pues los personajes se encuentran inmersos en plena dictadura, lo cual conlleva persecuciones, escondites, espías, chivatos... Esto es, todos los elementos que contiene esta obra.

    Para Max Aub, el tema de la guerra civil sobrepasa límites espaciales y temporales, tal y como ya se ha puesto de manifiesto en otras obras dramáticas. En ésta, se trata el mismo tema pero en otra época, en la dictadura de Primo de Rivera, aunque con los mismos problemas.

    Beatus ille también transcurre en un período de opresión, con la misma trama de escondidos, chivatos y perseguidores. Se centra en la guerra civil ampliando el límite temporal tanto antes (época de la República) como después (llegando a los años 60).

    Procedamos, pues, al análisis de los personajes principales. Según Aristóteles, dos son las condiciones que se exigen en un personaje dramático dotado de carácter: que se encuentre en una situación crítica y que posea una línea de conducta definida[4]. Estas características las cumplen nuestros protagonistas, ya que se encuentran en un conflicto, la persecución a Samuel y el asesinato de Rubio, y además poseen una conducta determinada que les caracteriza.

    Como personajes protagonistas nos encontramos el triángulo que conforman Rafaela, Ignacio y Samuel, en los que se centra la trama. Ellos dos son amigos desde la infancia, aunque radicalmente opuestos. En Beatus ille el triángulo es similar: Manuel y Jacinto Solana son amigos y Mariana es el tercer elemento en discordia.

    En ambas obras, hay una reflexión sobre el papel del intelectual en épocas de represión, así como un asesinato escondido. En La vida conyugal se trata del asesinato de un chivato, de Rubio, mientras que en Beatus ille la asesinada resulta ser Mariana. Los dos pretenden ser encubiertos, pero al final se descubren, aunque en el segundo caso muchos años después.

    Como vemos, el asesinato es el hilo que va a ir conduciendo las dos obras. Ambos asesinatos son producidos, en cierto modo, por el ambiente de opresión de la época:

    En La vida conyugal, Rubio resulta asesinado porque es el chivato del régimen y se encarga de espiar a Samuel, un antiguo compañero, que es contrario a éste.

    Aunque en principio en Beatus ille Utrera asesina a Mariana por orden de Dª Elvira, que no quería a esa mujer para su hijo. Pero Dª Elvira obliga a Utrera a este acto debido a que descubre que éste resulta ser un espía fascista. Por tanto, en ambas obras los dos bandos enemigos van a causar muertes y dolor.

    En La vida conyugal, entre los personajes principales nos encontramos con Rafaela, uno de los personajes femeninos con más fuerza de Max Aub. Así Ángel A. Borrás[5] señala que los personajes femeninos son fuertes, hasta el punto de parecer masculinos, como Margarita en El rapto de Europa. En el personaje de Rafaela encontramos esta fuerza hasta su decisión final de descubrirse como autora del asesinato de Rubio. Rafaela es un personaje que cambia a lo largo de la obra, que decide finalmente asumir sus actos, hastiada de la inactividad de su marido. Así es este heroico gesto final el que define a Rafaela.

    Al comienzo de la obra encontramos una descripción física de Rafaela: «Entra Rafaela, treinta y cinco años, belleza pasada, bata de andar por casa»[6]. Se nos presenta como una ama de casa, un tanto amargada de la vida. Es un personaje desesperanzado, tal y como veremos más adelante.

    En este punto, sí vemos una clara oposición entre Rafaela y Mariana, ya que esta última se la describe continuamente por su belleza y la pasión que llegaba a levantar:

    [...] sus grandes ojos ovalados, su risa, su pelo ondulado y castaño, que ella se peinaba, precisó, con la raya a la izquierda, su manera de mirar y de hablar como si se hubieran conocido siempre: su nombre, que él repetía aun cuando no era necesario por el sólo placer de pronunciar las tres sílabas que la aludían[7].

    Así vemos la oposición entre ambas. Volviendo al personaje de Rafaela, desde el inicio vemos que ella recrimina una y otra vez a su marido, cansada de la vida que lleva. Es una mujer realista, que sabe perfectamente que lo primero es cubrir las necesidades básicas y que de la literatura no se puede vivir. Por ello, critica continuamente a su marido:

    Rafaela — ¿Qué? ¿Y la inspiración no baja esta mañana? Ya vendrá, hijo, ya vendrá. No te preocupes. Eso tienen de bueno las letras: que si no acabas hoy una cosa, la acabas mañana. Ahora, que el lechero no le tiene respeto a las musas. ¿Cuándo vas a ir a cobrar el artículo de «La Voz»? (Llora el niño. Rafaela grita hacia dentro) ¡Niño, cállate![8]

    Su nota característica, como se puede observar en este fragmento, es la ironía. Un ejemplo más de esta ironía lo podemos ver al principio de La vida conyugal cuando obliga a su hijo a hacer gimnasia:

    Rafaela (Grita) ¡Luis! Haz tu gimnasia. Ya has oído a tu padre. No saldremos de casa hasta que no la hagas. (Más bajo) Si no la haces, se hundirá el mundo, hijo. ¡Benditos sean los analfabetos! (A Ignacio) ¿No sales? [9]

    La culpa de esta actitud de Rafaela es su maltrecha situación económica y la desidia de su marido. Desde la escena I notamos que a Rafaela e Ignacio no les va bien económicamente: «El recibo de la luz. Veinticinco cuarenta. No sé cómo vamos a llegar al veinticuatro de este mes; porque lo que es al final no llegamos nunca»[10]. También desde el comienzo sabemos que su matrimonio tampoco funciona bien, quizás debido a la falta de decisión de Ignacio, al que parece que no le importa nada: «No, si ya lo sé: para ti, fuera de tu propia persona, los demás no existimos»[11].

    Muestra de la disolución del matrimonio es que Ignacio tiene una amante, Lisa, y que Rafaela lo sabe. Así le dice a Samuel cuando mata a Rubio que «vaya a la calle del Ayuntamiento número 4. Allí le encontrará...»[12].

    De esta forma Rafaela conoce que su marido tiene una amante, pero Ignacio desconoce que lo sabe. En el punto de los amantes, tanto Rafaela como Manuel saben que sus cónyuges están con otras personas. Así Manuel antes de casarse con Mariana sabía que su amigo Jacinto Solana había estado enamorado de ella, pero éste ya estaba casado por entonces. Luego Manuel sabrá perfectamente que ambos son amantes, como le cuenta a su sobrino Minaya: «[...] tal vez porque se cuenta en ellos lo que sólo pudo ver una sombra apostada sobre el jardín aquella noche de mayo en que Solana y Mariana rodaban en la oscuridad besándose con la desesperación de dos amantes en la víspera del fin del mundo»[13].

    En el primer acto ocurre algo que va a marcar la obra y, especialmente, a Rafaela: el asesinato de Rubio, hecho que va a determinar el carácter de nuestra protagonista. Rafaela mata a Rubio cuando éste entra en su casa por segunda vez con la excusa del olvido de los pastelillos y le quita a Samuel la pistola, entonces

   Rafaela mira angustiada a todas partes; luego, como movida por un resorte, coge una lanza de la panoplia y la hunde en la espalda de Rubio.

Grita éste, Samuel se le echa encima y le aporrea la cabeza con la culata del revólver. Rafaela se desmaya en un sillón[14].

    El asesinato de Rubio va a marcar a Rafaela hasta el final, en el que se produce su liberación al descubrirse y afirmar que fue ella la que lo mató.

    A los personajes los vamos descubriendo a través de su propio discurso, pero también por los demás personajes. A continuación sigue la visión que tiene Samuel sobre la vida de Rafaela:

Lisa. — Perdóneme, pero me parece que su mujer le hace la vida insoportable.

Samuel. — No creo. No me he dado cuenta. No podría haberme dado cuenta. Y eso que, ¡cualquiera sabe!, Rafaela es buena y muy valiente. Supongo que los chicos la tienen muy sujeta. Cuatro hijos son muchos hijos cuando los finales de mes son largos, y cuando, a pesar de todo, hay que presumir la burguesía que se lleva dentro. Además, Ignacio no debe ser un hombre muy... conllevable[15].

    Ésta es una conversación que mantienen Samuel y Lisa cuando éste, tras el asesinato de Rubio, se dirige a la casa donde se ven Ignacio y su amante Lisa. Después se encontrarán por primera vez la mujer y la amante de Ignacio; pero en Rafaela ya se nota el cambio que le ha producido la muerte de Rubio:

Lisa.—Si viene a hacerme una escena, es inútil.

Rafaela.—(Se queda mirando fijo a LISA; se echa a reír estrepitosamente) ¡Ja, ja,ja!... ¡Ja, ja,ja!... ¡Una escena! ¡Infeliz! ¿Sabe usted lo que acabo de hacer? ¡Acabo de matar a un hombre![16]

    Observamos que tras matar a Rubio, Rafaela contempla desde otra óptica la vida. Ya no le importa la amante de su marido, incluso le pide que se quede con él. De todas formas, su ego de mujer aparece poco después. En este momento se produce una escena típica entre la esposa y la amante:

   [...] No hay duda: entre las dos, usted es la más joven. Creía que a Ignacio ya no le importaban estas cosas [...] Usted no ha parido. Usted tendrá todavía el pecho firme y el vientre sin arrugas [...] Claro, no tiene que lavar los calzoncillos del señorito, no tiene que remendar los calcetines del señor, no tiene que soportar los ronquidos ni las vueltas y revueltas del genio. Ni que aguantar los silencios del caballero. Porque supongo que vendrá aquí y será todo miel: «No te molestes, querida, no faltaba más. Y lo haré yo. ¿Cómo te puedo ayudar?»  ¿No? Y no tiene que soportar el alzarse de hombros o el irse el pobrecito a la calle dando portazos que le destrozan a una el estómago. Claro: usted es la señora pintora y yo soy la criada. ¿Lo oye usted bien? La criada. La que va, corre, anda, friega, lava, plancha y recibe las reclamaciones agrias; la que lava pañales, se preocupa de las clases, del calzado, de los remiendos de los trajes de los niños. Y la compra, la cocina, y la grasa de los cacharros, y venga a darle al estropajo[17].

    Vemos que Rafaela se va liberando de toda su carga y así seguirá hasta el final de la obra. Decide irse ella o que los amantes se vayan con Samuel. Determina no seguir aguantando esa situación. En este punto, encontramos cierta relación con Casa de muñecas de Ibsen ya que al final el personaje de Nora se libera de su marido y decide separarse, lo cual fue una revolución en su época. Igualmente, Rafaela toma la decisión de quedarse con sus hijos, pero no seguir soportando la situación en la que le ha puesto su marido. Ignacio no quiere llegar a este punto[18] e intenta convencerla con el siguiente argumento: «Supongo que no querrás correr ese ridículo. ¿Dónde vas a ir? ¡Son ya muchos hijos, mucho tiempo, mucha sangre!»[19].

    Un personaje también se caracteriza por las acotaciones que nos dan variadas informaciones sobre él. En este momento, hay una acotación muy expresiva sobre la situación de Rafaela:

   Rafaela cruza la escena de derecha a izquierda con un cubo lleno de agua en una mano, una aljofifa en la otra. En este paso, vencidas las espaldas, arrastrando los pies, la mujer representa toda su derrota[20].

    Así Rafaela explota cuando su marido acusa a Samuel Rodríguez de haber matado a Rubio, acabando la obra con la liberación de Rafaela:

Ignacio.— ¡Lo mató Samuel Rodríguez!

Rafaela.— ¡Hasta ahí habías de llegar! No te basta con ser cobarde, sino que además acusas a inocentes.

Ignacio.— (Grita) ¡Samuel ha muerto!

Rafaela.— Y eso, ¿qué más da? ¡Respétalo! ¡Solo ves tu propia tranquilidad! ¡Tu solo nombre! ¡Escurres el bulto! ¡Capaz de denunciar a cualquiera con tal de salvarte! ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté! ¡Ahí! ¡Ahí! (Señala el sitio. Dirigiéndose a Ignacio en son de desafío, venganza y triunfo, se deja caer en una silla)[21].

    Este gesto final de Rafaela, que es el rasgo definidor de su carácter, sirve como contrapunto al personaje de Ignacio, su marido, un intelectual no comprometido.

    A Ignacio se le describe físicamente por su aspecto desaliñado al comienzo de la obra: «Ignacio, vestido con una bata usada; treinta y ocho años, sin afeitar, sentado a la mesa, hojea un libro, escribe»[22]. Esto puede darnos una pista sobre la dejadez que caracteriza a Ignacio, característica que le recriminarán tanto su mujer Rafaela como su amante Lisa en diferentes momentos de la obra.

    Ignacio es un intelectual totalmente pasivo, no lucha por ninguna causa, a pesar de la situación política en la que se encuentra sumergida el país en esta época. Precisamente lo que hace Aub en esta obra es criticar la actitud del intelectual no comprometido. En dos artículos, «Héroes. De Byron a Malraux» y «Las cosas como son. Los escritores y la guerra» publicados en La Vanguardia el 19 de marzo y el 2 de abril de 1938, Aub habla sobre el compromiso antifascista de los escritores y explica en el segundo artículo la función de los escritores de la siguiente forma:

   Los escritores son a la sociedad algo así como lo que son los aviadores al Ejército: una minoría que tiene el privilegio de ver más lejos que la infantería, con la misión de advertirle los peligros[23].

    De esta forma expresaba Aub su defensa del realismo testimonial, de la necesidad de una literatura que reflejase la realidad histórica y política, la vida social y humana, una realidad y una vida que superan siempre en grandeza y fantasía a la propia imaginación, según convicción aubiana.

    Nos parece interesante comparar a Ignacio con el personaje de Jacinto Solana. Ambos se presentan como intelectuales, los dos son escritores. Ignacio presenta una postura acomodaticia y no se compromete; en cambio, Solana comienza siendo un intelectual totalmente comprometido, escribiendo artículos, romances para los comunistas... Pero al final hay algo que les une y es el hecho de que tanto Ignacio como Jacinto Solana, al final, quieren pasar inadvertidos, no comprometerse. En el caso de Solana, de la forma más radical, esto es, fingiendo estar muerto:

   Durante veintidós años he estado muerto, he gozado el privilegio increíble de no existir para nadie que me hubiera conocido antes de que aquellos guardias civiles fueran a buscarme, de ir perdiendo tranquilamente la memoria y la vida, como si me volviera una estatua o un árbol[24].

    Este hecho les une ya que Ignacio es uno de los tipos de personajes de Aub que viven muertos debido a su abulia, inconsciencia o cobardía. Estos personajes reaparecen tanto en la obra dramática como narrativa de nuestro autor. Como dijimos anteriormente, a este tipo de personajes les sirven como contrapunto los seres vivos y comprometidos, como es el caso de Rafaela y de Samuel.

    Frente a la pasividad de Ignacio, nos encontramos otro personaje masculino, Samuel, que es un personaje totalmente activo. Samuel se rebela contra el orden establecido, por lo que se tiene que esconder en casa de su amigo Ignacio ya que lo busca la policía. La diferencia entre uno y otro se aprecia desde su encuentro en la escena III:

    Ignacio.— Los hombres no varían. Ya era lo mismo en el Instituto. ¡Qué líos no armaste con aquella Unión Estudiantil! ¡Siempre creíste que los hombres se podían redimir con solo unirse![25]

    En un principio, no se decide a ayudar a su amigo; pero luego se interesa por él:

Ignacio.— De ningún modo. Entonces lo de las huelgas ¿es cosa seria? Yo no leo los periódicos. Mejor dicho, no leo en ellos más que lo que me interesa[26].

    Este ejemplo nos sirve para darnos cuenta de la pasividad de Ignacio. En un ambiente de opresión como en el que se encuentra, no se interesa por lo que pasa en la calle, sino que sólo se interesa por sí mismo, lo que le recriminará más adelante Rafaela: «No, si ya lo sé: para ti, fuera de tu propia persona, los demás no existimos»[27]. Este egoísmo caracteriza a Ignacio, así dice su mujer: «Porque para él sólo cuenta su ombligo, su literatura»[28].

    Esta pasividad no sólo se demuestra en el terreno político, sino también en el personal. Ignacio no se siente celoso ni con su amante. Lisa, al igual que Rafaela, le recrimina: «No te importa nada»[29].

    Su literatura le gusta al régimen, tal y como se lo dice Rubio[30], ya que Ignacio no es un intelectual que suponga un problema, si bien más adelante le piden que se comprometa con el régimen y tampoco quiere.

    De todas formas, Ignacio es un hombre que no se entera de nada (ni quiere), no tiene los pies en el suelo[31]. Aquí radica el principal punto de choque con su mujer. Se trata de dos personajes antagonistas, Rafaela es una mujer realista, activa e Ignacio representa todo lo contrario. En Ignacio no encontramos acción, Rafaela sí es un personaje con fuerza dramática. A su lado, Ignacio parece un títere en manos de los demás.

    Esto viene al hilo de que Ignacio es un personaje necesitado, parece que siempre le falta algo. Lisa confiesa que se enamoró de él precisamente por este motivo:

    Lisa. — ¿Por qué te querré yo? Me venciste con una sola frase: «Te necesito». No podías haberte acercado a mí con una palabra que más me removiera: adulabas mi vanidad; despertabas la madre, y espejismos del papel de mandona: vas a hacer esto o lo otro... Y lo peor es que me necesitas, pero ni tú mismo sabes para qué[32].

    Es una cita muy reveladora ya que nos da la clave del carácter de Ignacio. Es un personaje que parece recordar a los de Unamuno, con ese falta de «querer ser» y esa necesidad de una figura materna que los guíe.

    Precisamente al fijarnos en lo que describe Lisa, nos damos cuenta que está caracterizando a Rafaela. Ella es la madre por esa necesidad de Ignacio. Esto nos lleva a comparar a Ignacio con el personaje unamuniano Juan de Dos madres. Esta obra es una versión actualizada de un mito esencialmente español, el del don Juan, cuya visión fue renovada por los escritores del 98. Aquí Juan no es un conquistador, sino un juguete en manos de dos mujeres, ya que son Raquel y Berta las que luchan para ver quién es la madre. Juan es un instrumento para que Raquel tenga un hijo, ya que es ella la que le obliga a casarse con Berta para después coger ella el hijo que tenga con Berta. Para Unamuno, simboliza el hombre incapaz de enamorarse, lo que parece que también le ocurre a Ignacio, ya que no sabemos si está enamorado de alguna de las dos mujeres. Precisamente Lisa es la que quiere escuchar si lo ama y él sólo le dice que la necesita. Por tanto, parece que Ignacio no ama, sino que por su egoísmo sólo se interesa por sí mismo. Los dos personajes, Ignacio y Juan, son personajes débiles, sin voluntad, juguetes en manos de los demás. Vamos a ver a continuación un fragmento de la obra donde observamos la situación del pobre Juan:

   El pobre Juan, ya sin don, temblaba entre las dos mujeres, entre su ángel y su demonio redentores. Detrás de sí tenía a Raquel, y delante a Berta, y ambas le empujaban. ¿Hacia dónde? Él presentía que hacia su perdición. Había de perderse en ellas. Entre una y otra le estaban desgarrando. Sentíase como aquel niño que ante Salomón se disputaban las dos madres, sólo que no sabía cuál de ellas, si Raquel o Berta, le quería entero para la otra y cuál quería partirlo a muerte[33].

    Otra característica que lo asemeja a los personajes de Unamuno (estoy pensando en Augusto Pérez) es la abulia. El siguiente fragmento nos puede traer a la mente el pasaje en el que Augusto no se decide a abrir el paraguas: «[...] eres un perezoso. No quieres moverte de tu concha. Te molesta andar, te molesta moverte; quieres que te lo sirvan todo a domicilio; tu bata, tus zapatillas, tu sillón, tu cama»[34].

    Como a todos los personajes, a Ignacio también le conocemos a través de su propio discurso. En el siguiente fragmento, vamos a ver que Ignacio confirma con sus propias palabras lo que los demás opinan de él:

    Hay un peso muerto que le retiene a uno. ¿Qué? ¿Pereza? ¿Inercia? ¿Algo más hondo? No sé. Pero algo que ata y me impide moverme. Quizá mi propia soledad y el convencimiento de que haga lo que haga no ha de servir para nada. (Pausa) Lo único que me importa es lo que va saliendo de mí; vivo en espera de mi propia supuración. No es narcisismo; algo más hondo: la seguridad de no poder comunicar con nadie, la seguridad de que todos vivimos en compartimientos estancos entre los cuales no hay luz posible. Entonces, ¿qué más da pasear mis espaldas aquí o allá?[35]

    Este sentimiento Samuel lo califica incluso de «agonía», rasgo característico de los personajes unamunianos. En este fragmento, Ignacio nos revela toda una teoría sobre la esencia del ser humano: el hecho de que estamos solos.

    Por el motivo que él mismo expone, Ignacio no es un personaje activo, ya que él piensa que «haga lo que haga no ha de servir para nada». Es por ello por lo que no es un intelectual comprometido. Aparte de este motivo, Ignacio expone otro sobre el motivo por el que no se compromete y así dice: «En otro país que no sea el nuestro, donde todas las piezas del poder están podridas y cualquiera que se acerque a él se pudre, quiera o no»[36].

    Otro rasgo definitorio de Ignacio es su ansia de inmortalidad a través de su obra: «Lo único que le pido a la vida, ¿sabes lo que es?, que dentro de cien años, de doscientos, figure mi nombre en una historia de la Literatura», lo que él busca es «una vida inmortal, por pequeña que sea. Conseguido eso, lo demás me tiene sin cuidado»[37]. Se trata de un tópico de la literatura, pero también es otra característica que nos acerca al pensamiento de Unamuno.

    Siguiendo este paralelismo con Unamuno, Ignacio dice que se le ha ocurrido una «comedia» sobre lo que ha pasado:

Ignacio. — En un país en guerra civil, un pacifista recibe la visita de un antiguo amigo suyo, revolucionario. Llega un chivato.

Rafaela. — Y la mujer de tu héroe lo mata.

Ignacio. — No. Eso no tiene ni pies ni cabeza. Es el apolítico, el marido. Y así se encuentra metido en aquello de que siempre huyó. ¡Ése sí que es un drama! ¡Ahí sí que hay un argumento!

    Respecto a este diálogo, habría muchas cosas que decir. En primer lugar, siguiendo con el paralelismo con el personaje de Jacinto Solana, hay que decir que ambos pretender escribir una obra sobre los acontecimientos que les han ocurrido. Así dice Jacinto Solana: «Se llamará Beatus Ille. ¿Te gusta el título? Trata de Mágina, y de todos nosotros, de Mariana y de ti, de Orlando, de esta casa»[38].

    También podemos establecer un paralelismo con Víctor Goti de Niebla cuando dentro de la novela habla de escribir otra novela. Aquí estaríamos al mismo nivel, Ignacio habla de un argumento de una «comedia» o «drama» dentro de una obra teatral. Pero lo mejor no es que el argumento sea el mismo que el que él está viviendo, sino que le parece ridícula la realidad, esto es, que sea Rafaela la que mate a Rubio porque hubiera sido más dramático que él hubiera sido el asesino. Esto entronca con la convicción de Aub, comentada anteriormente, de que la realidad y la vida superan la propia imaginación.

    Hablamos del tema del poder de la literatura para cambiar la realidad. Este motivo también aparece en Beatus Ille cuando Jacinto Solana piensa:

   Quiero detenerlo ahora, cuando escribo, quiero que elija otra calle para volver a la huerta o que tarde tanto en encontrar el hacha [...] Cualquier alteración menos en la arquitectura del tiempo puede o pudo salvarlo y salvar a Mariana y detener al asesino que ya sostenía la pistola...[39]

    Por tanto, hablamos del poder de la literatura para transformar la «realidad». En esta parte estamos inmersos en un juego de realidad /irrealidad, que nos conduce nuevamente a Unamuno. A este respecto podemos ver el siguiente pasaje de Niebla cuando Víctor Goti explica a Augusto Pérez cómo va a ser su nivola:

   [...] me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo[40].

    Y sigue explicando las características de su obra:

— ¿Y cuando un personaje se queda solo?

— Entonces... un monólogo. Y para que parezca algo así como un diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.

— ¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me están inventando?[41]

    Como vemos, Augusto comienza a tomar conciencia de ser ente de ficción al relatar Víctor las características de su obra. Igualmente Ignacio comienza a contar a Rafaela el argumento de su obra calcado de lo que les está pasando en la realidad.

    Hay una clara oposición entre los dos amigos, esto es, entre Samuel e Ignacio, que se refleja claramente en una afirmación que hace Rafaela a Lisa: «¿Tan pronto cambia de gusto? ¡Ya! ¡Si es lo mejor! Después del escritor, el hombre de acción»[42].

    Como hemos visto, Samuel se presenta como el personaje antagonista de Ignacio. Samuel se presenta en casa Ignacio porque antes de embarcar para ir a América debe quedarse en algún lado. Se tiene que esconder porque es contrario al régimen y está promoviendo huelgas entre los trabajadores.

    Con esta trama, se conforma un ambiente de escondites, espías y chivatos. Así Samuel es el personaje que se tiene que esconder por oponerse a la dictadura, Rubio es el chivato y los policías los que ejecutan la acción. Ignacio se ve en medio de este círculo, su papel debería ser el ayudante de Samuel, pero ¿realmente lo ejerce o simplemente se deja arrastrar por los acontecimientos?

    Es en el acto 3º donde conocemos realmente a Samuel. En el primero y segundo ha ido escondiéndose, ahora conocemos a Samuel por lo que dice Ignacio de él:

Ignacio. — No me engañes, Samuel. Estamos ahora en una frontera de verdad, la del tiempo[43]; posiblemente no nos volveremos a ver: tú haces política porque tienes ansia de poder, deseo de mandar, voluntad de que el mundo se organice según apeteces[44].

    Pero Samuel no está de acuerdo con la visión de Ignacio, ya que dice que lo que a él le mueve es el «el deseo de justicia». Finalmente, matan a Samuel en el puerto, muriendo como un héroe porque encubre a Rafaela: «Antes de morir, Samuel Rodríguez confesó que lo había matado aquí»[45]. Ignacio nunca hubiera sido capaz de ello, incluso quiere culparlo a él; pero Rafaela no se lo permite.

    El papel de Lisa es la de oponente de Rafaela. Esto se percibe desde la descripción física de Lisa ya que de ella sólo se dice que tiene 25 años y que es extranjera. Vino porque ganó un beca y se dedica a pintar. Ella es la artista, mientras que se presenta a Rafaela como una mujer de cierta edad ama de casa.

    Lisa es la típica amante, celosa de la mujer y así le dice a Ignacio: «a cada momento me nombras tu mujer o tus hijos»[46] o incluso cuando se enfrenta a Rafaela en el acto tercero:

    Lisa. — ¿Usted cree que mi vida aquí ha sido un encanto? ¡Usted no sabe lo que es tener un hombre de prestado! ¡Esperarlo a todas horas por si puede escaparse de casa, de «su» casa! Y el saberlo dormido, cada noche, a su lado...

    Como anteriormente indicamos, ambas, Rafaela y Lisa, representan el papel de mujer engañada y de amante con todos los tópicos que ello supone. Ello nos conduce a la comedia benaventina; pero la originalidad de Aub es que va más allá de estos moldes y entronca con el teatro de protesta y denuncia.

    Respecto a los personajes secundarios, hay que decir que no están suficientemente caracterizados ni presentan evolución psicológica. Esto no quiere decir que ninguno sea superfluo. Al contrario, vamos a ver en primer lugar al personaje de Rubio sin el cual no se desataría la acción ni surgiría la evolución de Rafaela.

    Aub le describe de una manera muy irónica, ya que se muestra la influencia de su infancia en la actualidad:

    Samuel. — ¿Rubio? ¿Aquel de padre mayordomo de los López Abascal? ¿Aquel empollón, chivato y siempre de parte de los profesores?[47]

    Esta cita es muy significativa porque ese niño chivato de los profesores se ha convertido en espía del régimen, con lo cual existe un claro paralelismo entre su infancia y su actual situación.

    Es curioso que Ignacio, Samuel y Rubio sean compañeros de la infancia. Así Rubio, aprovechándose de esta situación, va a visitar a Ignacio, con la excusa de una visita de cortesía. Pero durante el diálogo le pregunta por Samuel y dice: «Erais muy amigos, siendo tan distintos»[48], así saca el tema de la política, alabando a Ignacio porque no se mete en ella. Se va Rubio, pero vuelve cuando Ignacio ya se ha ido. Tras una pelea, Rafaela mata a Rubio.

    Su mujer es presentada como la señora de Rubio; vemos que ahora la caracterización individual va desapareciendo. En la última escena del segundo acto, aparece la señora de Rubio pidiendo harina a Lisa, ya que son vecinas. Está preocupada porque su marido no ha llegado a casa, lo cual hace que Rafaela sienta remordimientos. La segunda y última aparición es en el tercer acto cuando va a ver a Rafaela porque sabe que Rubio fue a ver a Ignacio.

    En cuanto a los policías, su análisis debe ser considerado en bloque, aunque no son puramente decorativos ya que registran la casa y contribuyen a crear el clima de presión propio de una dictadura. Así el papel de los policías es el de estar sujetos a las órdenes del régimen. El Inspector Jefe Herrera es el que habla con ellos en el último acto. Él sabe muy bien lo que ha pasado e informa a Ignacio de la muerte de Samuel. Incitan a Ignacio a adherirse al régimen, ya que saben que es un intelectual no comprometido y ellos necesitan «de cuantos tienen cierta influencia sobre la opinión pública». Representan la opresión del régimen.

 

NOTAS:

[1] M. Aub, «La vida conyugal», en Obras completas, México, 1968. Siempre se citará por esta versión con las iniciales LVC.

[2] Como hemos visto anteriormente, esta obra se encuentra relacionada por el tema con las del teatro de protesta y denuncia de Aub, ya que estos personajes se encuentran en situaciones de crisis política, pero no todos se comprometen y esta actitud es la que Aub critica precisamente en el personaje de Ignacio.

[3] A. Ubersfeld, Semiótica teatral, Madrid, Cátedra, 1989, pág. 95.

[4] Apud. P. Moraleda García, Temas y técnicas del teatro menor de Max Aub, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, 1989, pág. 131.

[5] A. A. Borrás, El teatro del exilio de Max Aub, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1975, pág. 31.

[6] LVC, pág. 305.

[7] A. Muñoz Molina, Beatus Ille, Barcelona, Seix Barral, 22000, pág. 159. Citaremos siempre por esta edición con las iniciales BI.

[8] LVC, pág. 306.

[9] Idem. Esta coletilla de Rafaela «¡Benditos sean los analfabetos!» aparece más veces a lo largo de la obra. Se trata de una recriminación contra su marido, que es un intelectual pasivo.

[10] Idem

[11] LVC, pág. 314.

[12] LVC, pág. 318.

[13] BI, pág. 123.

[14] LVC, pág. 318.

[15] LVC, pág. 324.

[16] LVC, pág. 327.

[17] LVC, págs. 327-328.

[18] Ignacio siempre busca su propia comodidad, por tanto, no quiere que las cosas cambien, quiere seguir igual.

[19] LVC, pág. 344.

[20] LVC, pág. 343.

[21] LVC, pág. 350.

[22] LVC, pág. 305.

[23] Apud. M. Aznar Soler, «Política y literatura en los ensayos de Max Aub», Actas del Congreso Internacional «Max Aub y el laberinto español», II, Valencia, Ayuntamiento, 1996, pág. 578.

[24] BI, pág. 298.

[25] LVC, pág. 307.

[26] LVC, pág. 309.

[27] LVC, pág. 314.

[28] LVC, pág. 328.

[29] LVC, pág. 320.

[30] Así dice Rubio: «Eso es literatura y no esas mixtificaciones políticas con que nos quieren embaucar ciertos plumíferos» (pág. 313).

[31] Cuando Rubio se va, Samuel le pregunta el motivo de su visita. Ignacio responde que para felicitarle, a lo que Samuel le responde: «[...] estás en la luna» (pág. 314).

[32] LVC, pág. 320.

[33] M. de Unamuno, Dos madres, en Obras completas, pág. 983.

[34] LVC, pág. 320.

[35] LVC, pág. 335.

[36] LVC, pág. 336. Precisamente esta teoría es la que Max Aub expone en otra de sus obras, No, ya que se reprocha cualquier injusticia, provenga del bando que provenga. Igualmente sucede en Beatus Ille al reflejar el asesinato de un fascista en tiempos de República: «Recuerdo luego la plaza poco a poco vacía y el cuerpo encogido junto a la columna, pero esa imagen se pierde en la de otros cuerpos que yo no vi, el de mi padre...». En cierto modo, se igualan todas las muertes, sin importar ideologías.

[37] LVC, pág. 338.

[38] BI, pág. 143.

[39] BI, pág. 242.

[40] M. de Unamuno, Niebla, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 199.

[41] M. de Unamuno, loc. cit., pág. 201.

[42] LVC, pág. 341.

[43] El tiempo va a jugar un papel fundamental a lo largo de la obra. Cumple la unidad de tiempo, ya que transcurre en menos de veinticuatro horas. Desde el comienzo de la obra, se marca como límite la noche porque es cuando Samuel va a viajar a América. Ahora estamos en el tercer acto y saben que ya no se volverán a ver. Esta «frontera de verdad» es la que nos va a descubrirnos un poco más a Ignacio y Samuel.

[44] LVC, pág. 336.

[45] LVC, pág. 351.

[46] LVC, pág. 321.

[47] LVC, pág. 311.

[48] Es de relevancia que a lo largo de la obra se especifique la oposición entre Ignacio y Samuel como dos caras de una moneda.