ALGUNOS APUNTES SOBRE EL LENGUAJE CIENTÍFICO,

LA CIENCIA Y EL DOCUMENTO CIENTÍFICO

María del Mar Verdejo Segura

Universidad de Málaga

 

    Hoy en día nadie duda de la importancia del discurso científico en nuestra cultura ni del dominio que el inglés ejerce en el ámbito de la ciencia. En el mundo académico, una consecuencia de este poder ha sido el interés sin precedentes que durante las últimas décadas se ha despertado en torno al estudio de este tipo de discurso, tanto desde el campo de las humanidades como desde las mismas ciencias por parte de eruditos de procedencia diversa entre los que hay que destacar lingüistas, filósofos, historiadores de la ciencia, así como científicos en general, dejando atrás esa injustificada presunción de que los intereses de científicos y humanistas son diametralmente opuestos. Como muestra de lo que decimos basta repasar los numerosos trabajos realizados por profesionales de la ciencia sobre el tema. A modo de ejemplo podemos citar las aportaciones de Keller[1], Gould[2], Alley[3] o Navarro y Hernández[4] y Gutiérrez[5] en el ámbito nacional.

    En el contexto universitario español su estudio ocupa actualmente un lugar de privilegio —insospechado hace tan sólo unos años— habiéndose constituido como asignatura tanto en Facultades de Ciencias como de Humanidades; en este último caso se suele encuadrar dentro de los estudios de Filología, aunque también en las Facultades de Traducción es objeto de atención.

    Con todo, el alumno universitario suele poseer un conocimiento impreciso del discurso científico, marcado por generalizaciones tradicionalmente empleadas para describir este tipo de lenguaje y que son el resultante de compararlo y, en ocasiones, de oponerlo al lenguaje literario o al lenguaje general. Así, aún pervive la idea de que el lenguaje científico es objetivo, transparente, imparcial, impersonal y podemos continuar con una lista de adjetivos afines. La razón que justifica esta forma aséptica de describirlo se sustenta en la idea de que el fin primordial del discurso científico es informar. Desde esta perspectiva tradicional el lenguaje científico se concibe como todo aquello que no es expresivo, ni emotivo, ni evocativo, ni persuasivo; no se le aplica ningún calificativo tradicionalmente asociado con el lenguaje literario. Locke[6] cita una publicación de G. Slusser y G. Guffey donde los autores establecen una diferenciación entre los dos modos de discurso, el literario y el científico, sobre la base de que el primero es prioritariamente perceptual mientras que el segundo es ampliamente conceptual.

    Ahora bien, esta apreciación del discurso científico tan arraigada todavía en nuestra cultura ha sido muy cuestionada en numerosos trabajos de investigación que, desde diversas posturas ideológicas, coinciden en plantear una alternativa a la referida visión tradicional. Esta alternativa no ha de asociarse a una única posición ideológica surgida en respuesta a la visión tradicional sino que debe considerarse el resultado de la confluencia de diversas corrientes de pensamiento que entienden el conocimiento científico como la adquisición de conocimiento nuevo, proceso éste que ha de efectuarse mediante la experimentación y que, por tanto, estará en contraposición con aquella otra posición que deriva de la concepción de seguridad epistemológica positivista.

    Entre las distintas corrientes críticas existen diferencias notables pero, de forma casi unánime, todas coinciden en señalar la importancia del contexto para entender el texto y plantean —como no puede ser de otra manera— una nueva interpretación del concepto de ciencia, del científico y del documento científico muy influenciadas por los trabajos de Kuhn[7] y Fleck[8]. Sin duda alguna, conocer los argumentos y las razones aducidas para refutar la concepción tradicional enriquece nuestra percepción del discurso científico, pudiendo incluso llegar a modificarla; creemos, por tanto, que merecen ser tenidos en cuenta. En las siguientes páginas repasaremos sucintamente las diferencias entre las dos visiones anteriormente mencionadas, centrándonos en torno a tres conceptos claves muy interrelacionados entre sí. El primero, la concepción del lenguaje, algo sobre lo que ya hemos hecho algunas referencias; el segundo, estrechamente ligado con el anterior, su concepción de la ciencia; y el tercero, su concepción del documento científico.

1. El lenguaje

    A modo de preámbulo nos parece pertinente hacer las siguientes precisiones acerca del lenguaje científico. El concepto de lenguaje científico o científico-técnico, como en muchas ocasiones se le denomina, es demasiado general aun aceptando, como hace Gutiérrez[9], que las diferencias entre el lenguaje de la ciencia y el de la técnica sean salvables. Otros autores como White[10] hablan, sin embargo, de diferencias léxicas y gramaticales notables entre estos dos discursos. Gutiérrez[11] afirma que

[...] no existe un único lenguaje científico, por más que esta etiqueta general nos permita referirnos al lenguaje de la ciencia en su conjunto. En cada una de sus ramas, se dan diferentes características y son cambiantes los recursos comunicativos.

    Para empezar, cuando hablamos de lenguaje científico normalmente las referencias se hacen a la lengua escrita. ¿Acaso una conferencia sobre un tema científico o un documental de televisión no pueden constituir también un ejemplo de discurso científico? Por otra parte, y aun circunscribiéndonos al registro escrito, también hay que establecer distinciones atendiendo a los diversos tipos de literatura científica, entre los que encontramos desde textos divulgativos dirigidos a una audiencia más o menos conocedora del tema hasta textos muy especializados cuya audiencia son los expertos en la materia; o aquellos otros que, en realidad, son distintas vías de comunicación entre científicos, por ejemplo, una carta en una revista especializada, un editorial, un artículo de investigación, un informe, etc. Pero, además, también puede ser necesario establecer diferencias entre las disciplinas ya que cada una puede presentar unas características lingüísticas y unos recursos comunicativos también específicos, derivados de las distintas concepciones que sobre el mundo y la realidad cada una de ellas posee. En nuestra opinión éstas son algunas de las precisiones que no se pueden eludir ante cualquier estudio sobre lenguaje científico. Lo que debería quedar claro, argumenta Gutiérrez[12] es que la aproximación que se haga a este tipo de lenguaje no debe provenir tan sólo desde un ámbito lingüístico. Hay, además, que contar con las diferentes situaciones comunicativas que puedan darse y con los protagonistas del acto de la comunicación.

    Centrándonos de nuevo en las diferencias existentes ente las dos concepciones anteriormente señaladas, con respecto a este primer punto, el lenguaje, la concepción tradicional defiende que la voz de la ciencia es una voz neutral, exenta de connotaciones, no retórica, un medio aséptico de registrar hechos científicos sin distorsión alguna. Desde el punto de vista de la contratradición, esta asunción es insostenible. Algunos estudios que rebaten desde posiciones distintas la creencia tradicional de que el lenguaje científico es un transmisor trasparente de hechos naturales son Knörr-Cetina[13], Bazerman[14], Selzer[15], Martin y Veel[16] (1998) o Halliday y Martin[17]. En este último[18], se censura la actitud, arraigada en el pensamiento occidental, de considerar la lengua de la ciencia como una herramienta, un instrumento para expresar nuestras ideas sobre la naturaleza de los procesos físicos y biológicos. Considera que es una concepción bastante pobre del lenguaje, que además distorsiona la relación entre el lenguaje y otros fenómenos.

    En opinión de sus representantes, como se puede observar, es preciso disipar el mito tradicional de que se trata de una forma neutral de discurso que sirve sólo para transmitir significado verdadero sin añadir ni sustraer nada. Jacoby, Leech y Holten[19] argumentan que la voz oficial de la ciencia es «a highly rhetorical enterprise, serving both as the vehicle for giving meaning to experimental observation and for persuading the scientific community that those observations are truths». Los representantes de esta postura consideran que es necesario describirla, saber sobre sus efectos y cómo los logra. Su propuesta para conseguir estos objetivos —poder entenderla y descifrarla— resulta, a nuestro juicio, interesante. El enunciado del que parten es el siguiente: el trabajo científico es el medio a través del cual se pueden expresar desde lo previsible hasta lo sorprendente. Por ejemplo, según expone Locke[20] (1997) «todo artículo científico, pese a ser rutinario y convencional, lleva a cabo su propia pequeña defensa de la novedad, o de lo contrario, no sería publicable. Ninguna revista científica acepta colaboraciones que, en cierta forma, no lleven la ciencia más lejos». Esta novedad consustancial al artículo se refleja a través de la retórica del mismo. Todos los científicos desarrollan y utilizan, como el mencionado autor afirma e ilustra mediante ejemplos muy relevantes desde el punto de vista histórico-científico, sus propias retóricas aunque éstas, mayoritariamente, son irreconocibles tácitamente. No hemos de olvidar que la opinión del científico, para obtener reconocimiento público, ha de adaptarse a las reglas del juego impuestas por su propia comunidad. Es por ello que todos deben encontrar fórmulas que sean aceptables para esa comunidad, deben adoptar la estrategia retórica que les permita formar parte de la misma. Locke aduce[21] en este sentido:

    La mayoría de las veces, cuando los científicos se dan cuenta de que lo que tienen que decir no violará ninguna de las expectativas de la comunidad, se contentarán con sus propias versiones de la retórica oficial. A menudo, con todo, cuando perciban que lo que dicen no está de acuerdo con lo que se esperaba, se desviarán —deberán hacerlo si su retórica quiere ser eficaz— en cierta medida del modelo previsto. Sólo muy raramente, cuando los científicos piensan que su trabajo avanza contra un cuerpo considerable de asunciones firmemente asentadas, se recurre a una retórica revolucionaria.

    Sirvan de ilustración aquí las obras de Galileo o Einstein. Las genialidades científicas, que son las que de forma más obvia justifican el distanciamiento de la retórica oficial, son, sin embargo, escasas ya que en mayor o menor medida implican nuevas formas de entender la realidad y, en consecuencia, plantean un reto a la comunidad científica.

    Por otra parte, según la contratradición, es erróneo excluir del discurso científico la dimensión poética del uso lingüístico. Mucha más escritura científica de lo que se piensa tiene interés como obra literaria. En estudios realizados sobre distintos tratados ha quedado plasmado que éstos pueden poseer dichas cualidades. La obra de C. Darwin The Origin of the Species, aunque constituye un ejemplo ideal, es un buen ejemplo. Concebido como un libro científico, puede afrontarse, como demuestra Halliday[22], como un texto poético, en particular la parte final.

    Así los científicos se encuentran sometidos al efecto musical del lenguaje y, de forma más o menos deliberada, hacen uso de la metáfora. Ésta, como señala Martín-Municio[23], juega un papel importante en la función creativa de la ciencia, y también contribuye a entender y explicar mejor las complejidades del mundo real[24]. Adicionalmente, la ambigüedad, la ironía y la polisemia tampoco tienen por qué estar vetados en el discurso científico como han demostrado estudiosos de obras de grandes científicos. Sin embargo, debemos resaltar que el científico, frente al poeta, por ejemplo, saca provecho de los recursos lingüísticos de diferente manera y, sobre todo, con diferente propósito. Locke[25] afirma al respecto: «Tanto los científicos como los poetas disponen de un lenguaje, cuyos recursos son todos libres de ser empleados, incluyendo su dimensión ingeniosa y ‘poética’».

2. La ciencia

    Con relación al segundo punto mencionado, la contratradición también pone en tela de juicio que la ciencia es algo ideal, que está ahí, virgen e imperturbable ante las fuerzas sociales, políticas o económicas; asimismo, se cuestiona que los científicos sean sólo instrumentos de la propia ciencia, desprovistos de toda humanidad. Merecen destacarse las opiniones de Fleck (1979) y Kuhn (1970), que son referencia no solo de científicos, sino también de numerosos investigadores del lenguaje científico. Estos autores, de forma precursora, describen en el marco de la ciencia, tal como lo recoge Guerrero (1996), una nueva forma de entender la misma, un enfoque que tiene mucho en común con la postura contratradicional. Fleck[26] se expresa así:

    Sin duda, la ciencia ha pasado a estar al servicio de la política y de la industria, en detrimento de su misión cultural. En casi todos los países del mundo, políticos e industriales tienen a los científicos a su disposición, decidiendo a menudo sobre su trabajo y a veces incluso sobre sus creencias y convicciones. Esto ocurre porque algunas actividades científicas modernas requieren grandes recursos económicos.

    Otro comentario del autor, que Guerrero[27] también destaca y que nos parece interesante recordar, es:

    [...] la verdad y la objetividad son ideales sagrados, pero demasiado ingenuos, al tiempo que complicados y desprovistos de grandeza para algunos científicos. Lo que en ciencia se entiende como verdad se construye a partir de las técnicas de investigación, de la interpretación de unos resultados y de unos factores circunstanciales que apoyan lo que el investigador proclama como cierto.

   Asimismo, la ciencia, hoy en día, como expresa Reguant[28] (1995), es también un producto comercial que debe ser difundido: «Science is also a ‘commercial product’ which must be diffused, without diffusion, there is no science». Este vínculo entre ciencia y comercio existente en la sociedad actual contribuye a reforzar la relación ciencia y lenguaje y nos aboca a un estudio más en profundidad del poder que éste ejerce en la transmisión del conocimiento. Las ventajas comerciales que el buen uso del lenguaje conlleva son incuestionables y, en consecuencia, la búsqueda de retóricas efectivas para la divulgación del saber constituye una necesidad.

    La contratradición por todo ello, mantiene que la imagen de una ciencia ideal pero despersonalizada es una ficción, un mito. El documento científico, afirma Locke[29], funciona en la esfera social, económica, política y cultural, tanto como en el mundo social de la propia ciencia.

    Es esquizofrénico creer en la existencia de una ciencia ideal ubicada en un espacio abstracto intocable e impasible ante los intereses humanos. El científico no deja de ser un ser humano al convertirse en científico. La ciencia como institución no funciona de modo diferente a otras instituciones humanas. El método científico no es fundamentalmente diferente de otros modos de pensamiento humano.

    Autores como Luke llegan aún más lejos, manifestando que la influencia del discurso científico es tan grande que incluso llega a incidir en el poder y la legitimidad de los países. Luke[30], en el prólogo al libro de Halliday y Martin (1993), describe así esta influencia:

    In a global economy where reliance on technological ‘growth’ and ‘progress’ is greater than ever —the power of scientific discourse (and its kin, pseudo-science and pop-science) is arguably greater than ever before. The very dependency on corporate science and technological expansion as means for the expansion of state power and legitimacy have translated the crisis of economies and cultures into the crisis of sciences.

3. El discurso científico

    Por último, un tercer aspecto característico de la acepción tradicional es considerar el documento científico no como un constructo, sino como un meroregistro, una copia fiel de lo que se ha hecho. En consecuencia, el artículo del científico es, por ejemplo, una transcripción, un registro, una simple representación, escritura que no tiene otro propósito que el de transmitir con claridad cualquier visión que tenga detrás. La postura crítica que la contratradición adopta ante esto es sostener que el documento científico es, si no un objeto artístico, sí un constructo cuyo material ha sido seleccionado y manipulado de cara a su presentación.

    La interpretación que Swales[31] hace de la estructura Introduction-Method- Results-Discussion (IMRD) es, en cierto sentido, según Atkinson[32] un intento de dar una apariencia objetiva a un conjunto de sucesos obviamente idiosincrásicos. De hecho, cuando los científicos redactan un artículo, toman como referencia un modelo de lo que éste debería ser, y no su propia actividad investigadora. El modelo sancionado por las tradiciones de la disciplina es evidente; con frecuencia los epígrafes internos de los artículos son exactamente los mismos, es decir, IMRD.

    Pero los científicos también crean nuevas formas de entender la realidad lo cual, a su vez, se refleja en la lengua. En este sentido Myers[33] manifiesta que los «different styles of research articles and popularizations construct different views of science». El trabajo de Rymer[34] es también concluyente al respecto y, tras observar en varios científicos el proceso de composición de sus artículos, expresa: «Scientists are tellers of tales, creative writers who make meaning and who choose the ways they go about doing so». El mundo que descubre el científico cobra sentido sólo dentro del marco de la ciencia. Lo que éste escribe es el producto de su experiencia del mundo tal como lo ha experimentado.

    En este epígrafe se han pergeñado unas líneas que ponen de manifiesto la necesidad de un estudio más exhaustivo sobre el tema, analizando esas retóricas ocultas e idiosincrásicas que la contratradición afirma se encuentran de forma velada en el aparentemente objetivo discurso científico.

4. Comentario final

    Tras esta breve exposición, parece pertinente concluir que el discurso científico dista mucho de ser eminentemente aséptico y referencial, pese a que, como expresa Bazerman[35], la concepción tradicional tiene aún vigencia:

    It is nonetheless fascinating that such a misconception could have thrived so well in the face of the massive linguistic work that has gone into scientific communication. This attests to the success of scientific language as an accomplished system. So much has already been done, and hides so far behind the scenes of current practices, that using the language seems hardly an effort at all.

   El siguiente comentario de Swales[36] (1990) refleja una concepción que muchos investigadores actualmente comparten sobre la actuación del científico y el uso que éste hace de uno de los medios de comunicación más empleados por la comunidad científica:    

    Consequently, and despite appearances to the contrary, we find ourselves far away from a world in which it is expected that researchers will ‘tell it as it happened’. Despite the conventional sectioning of the research article, we are far away from a world in which the research itself is comparably compartmentalized. Despite an objective ‘empiricist’ repertoire, we are far away from a world in which power, allegiance and self-esteem play no part, however much they may seem absent from the frigid surface of ra discourse. And yet we find the research article, this key product of the knowledge-manufacturing industry, to be a remarkable phenomenon, so cunningly engineered by rhetorical machining that is somehow still gives an impression of being but a simple description of relatively untransmuted raw material.

   Cabe preguntarse si es posible modificar nuestra concepción del discurso científico teniendo en cuenta todo aquello propugnado por los contratradicionalistas. No debemos olvidar que cualquier fragmento escrito implica un tipo de interacción, aunque no exista un contacto cara a cara. En consecuencia, el supuesto producto aséptico que es el discurso científico existe no porque alguien anónimamente lo haya creado, sino porque una persona concreta, condicionada por numerosos factores, interpreta el mundo de una determinada forma, y así lo quiere expresar y presentar ante una audiencia que a su vez lo interpreta.

 

NOTAS:

[1] E. F. Keller, Reflections on Gender and Science, Yale University Press, New Haven, 1985 y E. F. Keller «Language, gender and science», Microbiologia sem, 12, 1, 1996, págs.127-130.

[2] S. J. Gould, «Fulfilling the Spandrels of World and Mind», en J. Selzer (ed.) Understanding Scientific Prose, University of Wisconsin Press, Madison, 1993, págs 310-336.

[3] M. Alley, The Craft of Scientific Writing, Prentice Hall, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, 1987.

[4] F. A. Navarro y F. Hernández, «Palabras de traducción engañosa en el inglés médico», Medicina Clínica, 99, 1992, 575-580.

[5] B. Gutiérrez Padilla, La ciencia empieza en la palabra. Análisis e historia del lenguaje científico, Península, Barcelona, 1998.

[6] D. Locke, La ciencia como escritura (trad. de A. Méndez Núñez), Cátedra (Col. Frónesis), Universidad de Valencia, 1997, pág. 16.

[7] T. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions. University of Chicago Press, 21970.

[8] L. Fleck, Genesis and Development of a Scientific Fact, University of Chicago Press, 1979.

[9] B. Gutiérrez Padilla, op. cit., pág. 19.

[10] Citado en J. R. Martin y R. Veel, Reading Science: Critical and Functional Perspectives on Discourses of Science, Routledge, Londres / Nueva York, 1998, pág. 267.

[11] B. Gutiérrez Padilla, op. cit., pág. 20.

[12] B. Gutiérrez, loc. cit.

[13] K. Knörr-Cetina, The Manufacture of Knowledge, Pergamon, Oxford, 1981.

[14] C. Bazerman, «The writing of scientific non-fiction contexts, choices, constraints», Pre / Text, 5, 1984, págs. 39-74 y C. Bazerman, Shaping Written Knowledge. The Genre and Activity of the Experimental Article in Science, University of Wisconsin Press, Madison, 1988.

[15] J. Selzer (ed.) Understanding Scientific Prose, University of Wisconsin Press, Madison, 1993.

[16] J. R. Martin y R. Veel, op. cit.

[17] M. A. K. Halliday y J. R. Martin, Writing Science: Literacy and Discursive Power, Palmer, Londres, 1993.

[18] M. A. K. Halliday y J. R. Martin, loc. cit., pág. XII.

[19] S. Jacoby, D. Leech y Ch. Holten «A genre-based developmental writing course for undergraduate esl science majors» en D. Belcher y G. Braine (eds.), Academic Writing in a Second Language: Essays on Research and Pedagogy, Ablex, Norwood, 1995, 351-374, pág. 355.

[20] D. Locke, op. cit., pág. 155.

[21] D. Locke, loc. cit., pág. 154.

[22] M. A. K. Halliday, «The Construction of Knowledge and Value in the Grammar of Scientific Discourse: Charles Darwin’s The Origin of Species» en M. A. K. Halliday y J. R. Martin, Writing Science: Literacy and Discursive Power, Palmer, Londres, 1993, págs. 93-103.

[23] A. Martín-Municio, «La metáfora en el lenguaje científico», Boletín de la Real Academia de la Lengua Española, 72, 1992, 221-249, pág. 229.

[24] Otros trabajos de interés con relación a este aspecto concreto son los de F. Salager-Meyer «Metaphors in medical English prose: A comparative study with French and Spanish», English for Specific Purposes, 9, 1990, págs. 145-159 y G. W. van Rijn-van Tongeren, Metaphors in Medical Texts. Utrecht Studies in Language and Communication 8, Rodopi, Amsterdam, 1997.

[25] Locke, op. cit., pág. 165.

[26] L. Fleck, op. cit., pág. 132.

[27] R. Guerrero, «Maneras de hacer ciencia», Microbiologia SEM, 12, 1, 1996, 131-136, pág. 132.

[28] S. Reguant, «Reflections on scientific evaluation. Some comments on the 8th Conference of the International Federation of Science Editors», Microbiología SEM, 11, 4, 1995, 499-502, pág. 500.

[29] D. Locke, op. cit., pág. 178.

[30] M. A. K. Halliday y J.R. Martin, op. cit., pág. XI.

[31] J. Swales, Genre Analysis: English in Academic and Research Settings, Cambridge University Press, 1990.

[32] D. Atkinson, «The evolution of medical research writing from 1735 to 1985: the case of the Edinburgh Medical Journal», Applied Linguistics, 13, 4, 1992, págs. 337-375.

[33] G. Myers, «Narratives of science and nature in popularizing molecular genetics», en M. Coulthard (ed.) Advances in Written Text Analysis, Routledge, Londres / Nueva York, 1994, 179-190, pág. 188.

[34] J. Rymer «Scientific composing processes: how eminent scientists write journal articles», en D. A. Jolliffe (ed.) Advances in Writing Research. II. Writing in Academic Disciplines, Ablex, Norwood, Nueva Jersey, 1988, 211-50, pág. 244.

[35] C. Bazerman, Shaping Written Knowledge, pág. 14.

[36] J. Swales, op. cit., pág. 125.