RECENSIONES II

 

Carlos Moreno Hernández, En torno a Castilla. Ensayos de historia literaria, Consejería de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, 2001, 254 págs.

    Carlos Moreno Hernández, profesor titular del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura de la Universidad de Valladolid y profesor tutor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, reúne en esta obra una serie de ensayos (algunos reelaboraciones de trabajos publicados anteriormente) [1] donde Castilla se nos presenta, más que como lugar geográfico real, como idea nacionalista que se basa sobre todo en lo mitológico y literario. Esta tesis surge de su declarada «convicción de la inseparabilidad de la historia, la literatura y las otras disciplinas humanísticas en general», que le lleva a investigar desde los orígenes del Reino de Castilla a través de la literatura medieval hasta la reinvención de la misma por los escritores del 98, influidos por las ideas geográficas de moda en la época. Precisamente, esa labor de colaboración entre materias humanísticas es una de las razones por las que esta obra recibió el iii Premio Internacional Agustín Millares Carlo de Investigación en Humanidades.

    En un índice ampliamente desarrollado, podemos comprobar cómo la obra se divide en dos grandes partes: la primera trata del nacimiento y desaparición de Castilla como reino y la segunda de los intentos de refundación o reinvención de la misma durante los siglos XIX y XX. Cada una de estas secciones de la obra se divide en capítulos a su vez desmembrados en subapartados que tocan aspectos más concretos; todo ello contribuye a una conseguida diversificación de asuntos, aunque todos giren alrededor del mismo tema.

    Según Moreno Hernández, el nacimiento de la ideología nacionalista sobre Castilla, impulsada en gran medida por la iglesia católica, se produce en paralelo a la aparición de los grandes héroes épicos durante el siglo xiii. La tesis principal de este primer capítulo es que los poemas épicos constituyen una suerte de mitografía romance creada por los clérigos; la fecha de composición del Mio Cid vendría a situarse entre 1201 y 1207, frente a la teoría de Menéndez Pidal que la suponía en 1140. ¿Qué clase de mitografía era necesario crear en el siglo XIII? Una sobre los orígenes del Reino de Castilla. Con el Poema de Mio Cid se recreaba el reinado de Alfonso VI, que logró la unión de Castilla y León. Además el Cid queda emparentado con una realeza que siglos más adelante será la existente en el siglo XIII: Alfonso VIII y después Fernando III, reyes de Castilla. Por otro lado, en el Fernán González se sitúa a los godos cristianos como pueblo elegido con su reino hegemónico que es Castilla; su conquista se lleva a cabo por intercesión de la divinidad. Los clérigos del siglo XIII trasladan la leyenda a sus días, asumiendo la responsabilidad de crear una mitografía para el reino castellano.

    Los aspectos lingüísticos y políticos alrededor de este tema son inseparables, de ahí que se les dedique un capítulo a los mismos. Durante mucho tiempo, siguiendo las teorías de Menéndez Pidal, se denominaba lengua castellana a la que se daba desde los primeros balbuceos de la lengua romance y se suponía que se fue imponiendo, a la par que el reino, al resto de variedades. Otros muchos filólogos consideran un atrevimiento llamar a esa lengua castellana y prefieren hablar de una koiné española, no sin variedades, que sólo se podría designar como castellana tras la normalización realizada por Alfonso X. La creación del castellano sería, pues, una decisión política. Finalmente, destaca Moreno Hernández cómo la institución de La Mesta, la que reglaba la transhumancia del ganado, es la gran culpable de la evolución del castellano geográficamente, erigiéndose por lo tanto en la institución más peculiar del Reino de Castilla.

    El siguiente capítulo gira básicamente en torno a dos figuras representativas de la época. El primero de ellos es Pero Guillén de Sevilla y Segovia, de cuyos textos además de los de otros poetas relacionados con los mismos, se vale Moreno Hernández para mostrarnos los problemas sociales y políticos de la época, cuando se acerca el final del Reino medieval de Castilla. El otro personaje estudiado es el Arzobispo Alfonso Carrillo y Acuña. Sus pensamientos y los de su círculo nos presentan algunas de las ideas religiosas de la época, como el problema de los conversos, así como un tipo de poesía que viene a denominarse «teología poética». El arzobispo, valedor de los Reyes Católicos en un principio, se rebela más adelante contra ellos porque superponen la política a la ética y a la religión, organizando la Santa Inquisición y presentando obispos. Carrillo es baluarte de la iglesia como poder espiritual y trascendente que está por encima de lo político. De esta manera, con su inicial apoyo a los Reyes Católicos, se convierte en factor importante del declive del Reino de Castilla.

    En el siglo XVI campeaba la imagen o metáfora de Castilla como castillo defensor de la fe católica mirando hacia Europa y el Nuevo Mundo. Desde mitad del siglo siguiente el castillo estará arruinado hasta llegar al siglo XVIII, donde Castilla es únicamente un espacio por exclusión de los demás, en los días en que los Borbones comienzan a crear España como estado moderno. Nuestro autor nos enseña esta evolución de la concepción de Castilla a través de dos importantes obras. En 1508 Garci Rodríguez de Montalvo reescribe el Amadís de Gaula para, manipulando el relato primitivo, consumar la unión de religión y ficción caballeresca (tan en boga en la época) adaptando la historia a la Castilla gloriosa de las cruzadas. Moreno Hernández supone el Quijote reescritura pesimista del Amadís que pretende darnos a conocer una Castilla difuminada. En el debate de Don Quijote y el canónigo, representantes respectivamente del ideal caballeresco y el religioso, se ponen en duda las fronteras entre mito, historia y literatura. Según esto, Cervantes habría creado un mundo de ficción como parodia de la invención que era el Reino de Castilla, cuya ruina estaba próxima ya.

    La segunda parte del libro se inicia con un capítulo sobre el auge del nacionalismo y la historia en el siglo XIX. Moreno Hernández explica cómo, tras la muerte de Fernando VII y la Guerra Civil, se produce un híbrido político, un Estado liberal donde, no obstante, la Iglesia continúa ejerciendo su influencia. Paralelamente a este hecho, se van recuperando las leyendas en torno a Castilla y a Fernán González en un ámbito educativo que gira en torno a un castellano-centrismo tanto histórico como literario que promulgan los nuevos clérigos de la Institución Libre de Enseñanza. El autor resalta la similitud en los trabajos de historiadores y literatos, en especial los novelistas, porque ambos se especializan en relatos cuya veracidad juzgan de manera subjetiva. El nacionalismo español necesitaba entonces una nueva historia sagrada, una historia nacional escrita que diera razón al pasado y sentido al presente. De algunos ejemplos tenemos noticia en uno de los subapartados del capítulo. En otro de ellos, se ahonda en la raíz del concepto de nacionalismo que en muchas ocasiones surge de un sentimiento de inferioridad como nación (nuestro autor supone que, precisamente, este era el sentimiento de los nacionalistas liberales frente a Europa) y que se presume nacido en Alemania.

    En 1836 se pone fin a la institución de La Mesta, en activo desde 1273; recordemos que en uno de los capítulos de la primera parte Moreno Hernández la caracterizaba como la institución más representativa del Reino de Castilla. Se aúnan entonces los intentos de recuperación de la ganadería y de Castilla por parte del nacionalismo centralizador que ahora potencia la idea de Castilla como meseta, influidos los intelectuales por el positivismo determinista. Se insiste en que la percepción de Castilla de regeneracionistas y noventayochistas depende estrechamente del desarrollo de geografía en el siglo XIX en relación con el determinismo positivista y el evolucionismo darwiniano. Estas ideas las tomaron de los krausistas y la Institución Libre de Enseñanza, que promueve en sus aulas la tierra y el paisaje como base del patriotismo. Sin embargo, apunta el autor en el último apartado, los miembros de estas «generaciones» son de origen periférico, por lo que se podría hablar de una visión exoticocasticista de España centrada en Castilla.

    Desarrollando algunos puntos del capítulo anterior, se nos presenta una Generación del 98 identificada con Castilla como centro mesetario que, por extensión, se equipara con España entera. Observamos el tratamiento de este tema por parte de algunos de los miembros de la generación finisecular, así como de Ortega y Gasset por ser éste punto de confluencia y ensayista principal de estos escritores. La base del capítulo es, no obstante, la invención de Castilla en sentido retórico, como ejemplo del carácter español y de la fortaleza arruinada frente a una periferia emergente. Castilla es, por lo tanto, lugar común que contiene ideas y argumentos sobre el presente y el pasado de la nación, además de proporcionar una reserva «natural» y espiritual donde estos escritores vierten su estado de ánimo. Sin embargo la visión sobre Castilla no es inmovilista en la generación del 98; sus miembros evolucionan desde una posición negativa que la opone a Europa y a la periferia peninsular, hasta una posición positiva que la convierte en locus para contemplar el otro mundo en una clara medievalización cristiana del tópico del locus amoenus.

    En «Otros ensayos de recuperación» se nos presenta el género ensayístico ligado al espacio generacional del 98 y alrededor del tema de Castilla. Se cultivaba a todos los niveles de rigor en la base documental, de retórica persuasiva y de apelación emocional, también en gran parte según el medio de difusión donde tenía cabida. Ningún ensayo sobre Castilla obtuvo una adhesión generalizada; el autor destaca, no obstante, la confluencia de ideas entre el regeneracionismo prefascista y el 98 sobre Castilla como llano mesetario, y que la España invertebrada de Ortega se convirtiera en el breviario fascista español. En la Guerra Civil hay dos direcciones sobre Castilla ya como tema fantástico, según nuestro autor: existe una tradición erudita ligada al nacional-catolicismo que la ve como castillo inexpugnable de la fe y una tradición paisajística ligada a ilustrados y liberales cuya percepción mesetaria de Castilla es metáfora del castillo interior arruinado. Por otra parte, incide Moreno Hernández en que sobre la realidad histórica de Castilla los historiadores no están libres de prejuicios y presupuestos que se venían repitiendo a través de los siglos. Pone como ejemplo la investigación llevada a cabo en el Centro de Estudios Históricos, donde se encontraban tres de los ensayistas más importantes de este siglo en lo que a esta materia se refiere: Menéndez Pidal, que completa y corona la mitografía castellana como se nos explica en la primera parte de esta obra, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Para finalizar, casi como colofón al tema planteado en el libro, el autor se permite no sólo dudar de la necesidad de Castilla, sino también de su posibilidad y conveniencia. Hace suyas unas palabras de Julián Marías donde esgrime que hay muchas Españas posibles sin necesidad de reinventar una Castilla que es fantasma y proyecto fallido como reino y como región.

    Se despide Moreno Hernández con un capítulo-coda dedicado a Antonio Machado, cuya visión de Castilla la torna núcleo de lo español. Su Castilla es claramente literaria, el autor insiste en que «ver para él, era entrever», se trata pues de una Castilla «entrevista». Dioniso Ridruejo, falangista y jerarca del régimen, intenta tras la guerra civil recuperar a Machado para su causa; posteriormente ocurriría justamente lo contrario. Sin duda alguna, la heterogeneidad de un libro como Campos de Castilla lleva a sacar variadas conclusiones: la influencia del entorno noventayochista se divide entre el determinismo histórico y geográfico y la amalgama modernista, simbolista y neorromántica, sin olvidar la vivencia concreta del poeta en Soria. Se pone como paradigma de esa Castilla entrevista donde la crítica se debate el poema «A orillas del Duero»; en él la Castilla tópica, lugar común del 98, es sólo uno de los puntos de vista con los que Machado visualiza una tarde de junio. Los campos son entrevistos desde una tradición literaria mítica, histórica y legendaria muy extensa. La misma que ocupa el propósito de este libro que intenta explicarnos el dominio de lo fantástico transmitido por escrito.

    Una amplia documentación, advertida en cada una de las páginas y en una bibliografía escogida para cada uno de los capítulos, avala el minucioso trabajo de Carlos Moreno Hernández al presentarnos el tema de su libro. Es necesario volver a resaltar lo positivo de la interrelación de historia y literatura, fundamentalmente, junto a otras ramas del pensamiento, que conduce a una lectura bastante amena y variada. Tal vez se insiste demasiado, en ocasiones, en la misma idea, si bien es verdad que se palia con opiniones eruditas diversas que nos pueden llevar a distintas conclusiones. Se trata de una investigación abierta y rigurosa que consigue suscitar nuestra curiosidad.

Mª S. Leiva Carmona

Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender. Biografía, Páginas de Espuma, Madrid, 2002, 710 págs.

    Ya tenemos a Sender, entero y verdadero, en la vitrina, pero no como la muñeca del doctor Velasco, sino en un libro que es todo un desfile de la vida del chalamerino, compuesto por un buen amigo de rica sindéresis, ni hagiógrafo ni criticón (con perdón del Maestro Gracián).

    Como primera providencia, podríamos preguntarnos por qué Jesús Vived Mairal es el autor de la Biografía de Sender y no otro cualquiera de entre los muchos estudiosos del aragonés universal autor de Crónica del alba. Porque era el indicado, digo yo. Y la prueba es que a todos los que hemos conocido a Vived, no sólo nos parecía bien que se dedicara a biografiar a nuestro objeto de estudio y admiración, sino que ni se nos ocurría pensar en que pudiese hacerlo otro. Y al ver el resultado, nos felicitamos de que se haya cumplido con creces lo que tanto esperábamos. Ha tenido suerte Sender de haberle tocado semejante biógrafo que, además, estoy seguro de que era el preferido del mismo biografiado. Por algo ha sido Vived el único senderólogo que ha tenido el honor de que Sender le dedicara una novela y, como por casualidad, una de las mejores de su repertorio.

    Ha sido un acierto, a mi modo de ver, porque Vived está como nadie en condiciones de hacer la parte de lo numinoso, místico y querencialmente religioso de Sender. A lo que también coadyuva el prologuista de esta biografía, el profesor Ángel Alcalá, sabio hasta la erudición en estos temas tan concienzudamene por él trabajados a propósito de Miguel Servet de quien es Don Ángel el mejor conocedor de nuestro tiempo.

    Es de suponer que lo que más le atrajo a Sender del joven Vived, una vez lo hubo conocido, sería esa mezcla de bondad inteligente y de religiosidad paladina y abierta que no pone vallas si no es para abatirlas y dar paso llano sobre una acequia, una zanja o una trinchera infranqueable. Y esto lo sublima en la música como excelente organista que es.

    Biografía por dentro y por fuera, introspectiva y trascendente: Eso es lo bueno que tiene esta biografía: que no se limita a dar cuenta de los pasos del existir senderiano, sino que da cuenta, además, del papel que desempeña el biografiado en la historia que le toca vivir y en su producción literaria año tras año, marcando influencias históricas sufridas y trasuntadas en sus libros, así como las evoluciones e involuciones de su quehacer literario, jamás influenciable por escuelas ni modas.

    Pero lo primero que hace Vived es poner definitivamente en claro cuándo y dónde nace Sender, cuyos datos se han dado tan frecuentemente erróneos. Es difícil explicar por qué han sido esos errores de lugar y fecha de nacimiento tan contumaces, aunque aún me parece más difícil, si no ya imposible, explicarse esa tan generalizada mala acentuación del apellido: sénder en vez de sender, cuando en español tenemos miles de verbos de la segunda conjugación terminados en -er con vocal tónica, aparte de los muchísimos apellidos así también terminados (Meler, Ferrer, Soler, Serer, Carrasquer, etc.).

    Y luego nos describe los desplazamientos de niño a su paso por Chalamera y Alcolea de Cinca, por Tauste y Reus, por Zaragoza y Alcañiz, Madrid y Huesca, con sus comienzos de escritor, quehacer éste que contrae como una iniciación a una misión o culto (¿misionero, sacerdote?) que no abandonará en toda su vida.

    A lo largo de esta historia del ciudadano Ramón José Sender Garcés, vamos reafirmándonos en la idea de su empeño esencial de trascendencia por dos vías complementarias: asumiendo el papel de sujeto de historia porque no se zafa a ninguna corriente social bien intencionada a favorecer la mejor convivencia posible y, al mismo tiempo, no descuidar ni por un momento su promesa iniciática de que se ha de dar a su pueblo en su creación literaria, cuanto más sustanciosa, clara y rica mejor. Y digo «a su pueblo», y no para la galería de escritores cotizables ni para el cotarro de intelectuales del Café Gijón, porque escribía lo más directa y rectamente posible siempre con intención de hacer pensar sin emplear a ese efecto el lenguaje filosófico llamado «técnico» y tratando de temas o asuntos de interés general, cuando no de problemas y conflictos sociales de actualidad. No obstante, este empeño que parece dejar de lado lo bello en la literatura, se combina siempre en Sender con el sagrado deber tan hondamente sentido y empecinadamente perseguido de poner por encima de todo arte en su obra literaria, o que su literatura sea siempre obra de arte. Perseguir este objetivo pasa por encima de todo. Los ejemplos para mí más claros de que este objetivo pasa por encima de cualquier otra consideración o condicionamiento histórico o civil, son obras como El rey y la reina, La esfera, El lugar de un hombre o Réquiem por un campesino español en pleno desgarro personal y frustración histórica nada propicios para sumirse en tan emblemáticas como abstractas ficciones o en desandar tragedias y rehacer equívocos de mala memoria colectiva.

    No deja de ser seductora esta doble facies del escritor Sender. Mas al mismo tiempo no le ha favorecido de cara a la galería, primero porque no todo el mundo ha sabido ver esas dos tendencias que, para más inri, parecen contradictorias, fiándose de las apariencias un tanto rudas y a simple vista nada sofisticadas, sino más bien primitivas, del estilo senderiano. Y es de lo más lamentable que por no ver más que una cara se le haya reprochado a Sender un feroz elitismo, o un primitivismo descomprometido si sólo se le ha visto la otra cara. ¿Los peligros de ser Jano?

    Vived transcribe en la pág. 81 de su Biografía un poema de Sender titulado «paz», que le publicó el patrón de la farmacia en que trabajaba de mancebo en su curiosa revista Béjar en Madrid. Dice el biógrafo que es este poema lo primero que publica Sender con la firma que será ya la de siempre: «Ramón J. Sender». El poema se publica una semana justa después de haberse firmado el armisticio de la I Guerra Mundial (11 de noviembre de 1918). O sea, que está en el ambiente la imagen de la paloma de la paz, paloma de la que espera Sender «que hará lluvia de flores la tempestad de balas». Bello acierto poético para un adolescente. Pero, como toda nuestra generación, este declarado pacifismo sufrirá el chantaje del 36 al hacer la guerra so pretexto de un «anti» contrarrevolucionario.

    He aquí, pues, otra vez el Jano que será siempre, como representante típico de las juventudes de la primera mitad del siglo XX: empapadas las alas de idealismo que, por lo mismo, pesan demasiado para volar solas contra la corriente de la acción histórica preparada por el Poder. Lo que viene a corroborar aquello del título de un libro mío titulado Ramón J. Sender, el escritor del siglo XX.

    Pero ya que me sale al paso el tema, querría aprovechar para ajustarlo más a lo que ahora pienso. Con eso de «el escritor del siglo XX», quiero decir que Sender puede pasar como arquetipo de los escritores de la vigésima centuria, no como estilista modelo de su generación, sino como intelectual en el sentido que le daba Aranguren al término: hombre o mujer de cultura con dedicación a las ciencias y/o a las artes, pero mayormente a las letras, y que ejerce una crítica libre de la vida socio-política de su país. Es el famoso «tábano» del Poder. El intelectual en este sentido, si es un escritor, ejerce esa crítica en forma de artículos en la prensa, conferencias, entrevistas difundidas por los medios de información, y en sus obras de creación, ya sean ensayos, cuentos, novelas, teatro y hasta poesía. Pues a esto mismo responde exactamente el intelectual Sender.

    En cambio, como escritor, como estilista, ya lo dice él mismo: «Yo soy un estilista de estructuras, no de palabras. Las mejores palabras son las que menos interfieren entre mi naturaleza y la del lector. Odio la retórica. Sólo he podido admirar la de Valle-Inclán porque era vitalísima y podía formar un todo homogéneo con los esperpentos y con las formas de expresión más desnudas [...]. En todo caso es ridículo, el estilo por el estilo» [2].

    Pues bien, Buffon fue quien dijo que «L’estyl c’est l’homme». O sea, que el estilo no admite ser de confección, sino a medida de cada uno. Y en el caso de Sender, si no quiso tener ninguno fue porque los estilos que se «estilaban» en su tiempo le parecían de «prêt-a-porter» (salvo el de Valle-Inclán, según acaba de confesarnos el mismo Don Ramón, sin María). Y si yo rompí una lanza por el realismo mágico de nuestro autor, fue porque cundía en la crítica española la tendencia a tildarlo de realista. Y para mí, decir realista es no decir nada, porque de la realidad se nutre todo artista, pero si de realidad sólo hay una, la visión de la misma en un artista es indefectiblemente diferente y única. Luego, hay que añadirle algo al término común realismo y yo lo adjetivé de mágico. Como también podría llamarse numinoso, y aún mejor: trascendental.

    Lo mejor de la biografía de Vived es que no le cierra nada a Sender, porque igual se las tiene con sus «veleidades» libertarias como con sus fobias de anticomunista y de antiunamuniano, así como igual deja entrar en su glosa a la problemática del escritor como «hombre de fe» y a su dialéctica que le reduce a la duda sin método. Pero, por qué rabo se coge eso de «creo en Dios porque no existe»? Es mucho más fuerte que la frase de Tertuliano: «Credo quia absurdum». En cambio, es ésa una frase que viene a cohonestar al místico Servet, en cuanto divinizador de lo humano, vía Jesucristo, con el panteísta Spinoza, también divinizador de la humanidad vía natura; porque en la prolongación de ambos conatos encontramos a Sender que funda a Dios en su inexistencia como Ser y en la necesidad que de Él tiene el ser humano en su interior y en sociedad, tanto que no puede menos que darle virtual existencia, siquiera sea como inspiración espiritual y aspiración de vuelo.

    Todo esto y mucho más es lo que se puede aquilatar, inferir y propiciar en inacabables reflexiones en todo lector de esta biografía que tiene por objeto una vida desbordante de aventura espiritual y por sujeto un atentísimo albacea de esa rica herencia del genio. ¿He dicho «genio»? Escalofríos y cabezadas. Pero bueno, si aplico aquí mi definición de genio, santo y héroe: los que llevan su talento, su generosidad y su valor, respectivamente, hasta sus últimas consecuencias, ¿no es lo que ha hecho Sender con su talento: llevarlo hasta las últimas consecuencias? Hay quien cree que hasta ha dejado de ser buen padre por resguardar su talento. Yo no lo creo, y Vived lo explica muy bien y yo aún añadiría un factor que me parece de lo más importante: el hecho de encontrarse en país extranjero. Seguro estoy de que en España no habría ocurrido semejante separación tan prolongada entre padre e hijos.

    Pues bien, volviendo a lo de ejercer el talento hasta las últimas consecuencias, ¿sabéis de alguien que se haya entregado a su profesión y devoción de escritor con la intensidad y persistencia de Sender? Si por un lado ha merecido el remoquete de «grafómano», por el otro se le ha tachado de descomprometido a partir de sus 37 años. ¿Por qué? Precisamente porque ha desoído las sirenas del compromiso partidista para darse por entero a su sagrado deber de escritor. Y eso venciendo frustraciones tremendas, contratiempos históricos y querencias de más fácil convivencia y holgura económica.

    Por lo que respecta a si es o no un genio, ¿qué más da? Cada lector, que lo admire como quiera. Lo único importante es eso: que lo admire, que le caiga ameno y enriquezca su espíritu. Eso del genio, aún es más dispensable que el no haberle dado el Nobel. Sin importancia. Yo estoy seguro de que Sender tiene sustancia literaria para enriquecer espiritualmente a muchos millones de personas. Y leyendo la Biografía de Vived os convenceréis. ¡Gracias, Jesús amigo, por este gran servicio que le has hecho a nuestro paisano universal!

F. Carrasquer Launed

 

Manuel Rico, Los días de Eisenhower, Alfaguara, Madrid, 2002, 262 págs.

    Ante la novela de M. Rico, el lector no sabe decidir si se trata de una autobiografía, de una novela histórica o de una novela costumbrista. De autobiográfico debe de tener mucho, pero no se puede uno fiar; si he de prestar oídos a mi intuición, yo diría que la trama, si no inventada del todo, en buena parte de sus episodios, localizaciones y detalles interviene la imaginación teleguiada del autor. Pero no importa, si no es para descartar la segunda hipótesis de que pueda ser histórica. Porque si el intento de volar la autopista al paso del coche en que iba Eisenhower no se dio, deja ipso facto de ser histórica. Y la tercera hipótesis queda ya por principio barrida, ya que el tan denostado estilo narrativo del costumbrismo por Juan Benet, no lo iba a seguir un Manuel Rico, para quien el autor de Volverás a Región es de seguro uno de sus maestros.

    Pero no importa tanto encasillar la obra. Lo importante es la intención superior del autor que no es otra, para mí, que la de dignificar las generaciones de los vencidos y sus hijos y hacer hablar por fin a aquel «tiempo de silencio» de Martín Santos, silencio de mordaza, cuando no de lengua arrancada con tenazas rusientes o silencio de muerte. O en otra faceta intencional, trata el autor de revelar tantas clandestinidades requeridas o forzadas por un exilio interior, mil veces más cruel y angustioso que el exilio propiamente dicho. Y lo peor del caso es que en este exilio tengas que desconfiar hasta de tu propia familia y te veas obligado a hacer doble vida: una aparentemente normal y otra con tus vaivenes y trajines camuflados, cerrados herméticamente, invisibles, inaudibles, impermeables, crípticos. Aquí sale rehabilitado el padre, que pasa de sospechoso de traición a héroe. Y aunque no fuese verdaderamente el padre el protagonista, es toda su generación la que se saca de las catacumbas y se le rinde homenaje.

    Los días de Eisenhower es también un título despistador. Sólo al ir leyendo la novela te das cuenta de que es una clave a posteriori de la intriga la que va destapándose por partes cicateramente. Y a este propósito, quiero aventurar la benéfica función de una actitud que adopta el estilo de Manuel Rico: la contención. Porque estoy convencido de que el escritor gana artísticamente más siendo contenido que exuberante. Si se es facundo, del todo explícito, no se le deja al lector campo para imaginar variantes y fijar alternativas. Los beneficios de la contención los podemos ver en todas las artes: el mejor flamenco es el que se contiene, como la mejor pintura y la poesía mejor (¿acaso no es síntesis la poesía? Pues cuanto más sintetice, cuanto más contenga conteniéndose, mejor). Manuel Rico, excelente poeta y no menos excelente crítico literario, es un maestro del laconismo literario. Pero creo que la mejor lección de contención literaria hasta ahora la da en Los días de Eisenhower, porque una novela, sobre todo si es de rememoración, se presta al circunloquio y a los incisos, a las divagaciones entre dudas e incertidumbres de localización temporal y episódica o circunstancial. Pero en esta novela se dice lo que se recuerda mejor o peor y no se recurre a aproximaciones ni a conjeturas. Manuel Rico es aquí contenido hasta para describir los transportes eróticos o amatorios. Donde más está obligado a matizar y a ponderar o sopesar es en artículo tan voluble e inestable como el afecto en las relaciones de padre con hijo (más que las del hijo con el padre); y lo hace, pero también con discreción y brevedad. Y para ser contenido, Manuel Rico se vale de la sugerencia, de la alusión huidiza, de las reacciones fisonómicas. Tiene mucho cuidado, en efecto, nuestro autor, en transmitir el lenguaje de las miradas, sobre todo; pero también de la expresión del rostro, de la sonrisa y de la voz en sus cambios por efecto de la emoción. ¿Es también un recurso de economía o laconismo? Es muy posible, porque una mirada puede suplir a todo un comentario reaccional. Aún se da otra condición en esta obra que la favorece literariamente. Me refiero a la distancia, tema sobre el que he escrito en varias ocasiones, así como sobre el anterior: la contención. Pues sí [3], el hecho de que esta novela se escriba sobre un hecho que la mueve de arriba abajo y de derecha a izquierda unos cuarenta años después, no sólo le da al autor una motivación profunda de trascender su infancia y de vengarse de aquella sociedad en nombre de su padre que ahora queda para siempre en el altar de sus seres queridos y admirados, sino que traza una línea paralela a los cuarenta años de franquismo reducidos a 10, entre 1959, que es cuando, en diciembre, Eisenhower visita Madrid y ocurre el hecho sobre el que pivota toda la novela; y el año 1969, cuando el padre, que no será rehabilitado del todo a los ojos del hijo hasta 1973, muere por última vez, porque a lo mejor ya había muerto antes para el hijo: cuando sin saber nada aún de la fracasada hazaña (pero hazaña al fin) se enteró de que, supuestamente, había traicionado a su madre. (Curioso personaje invisible ése de la «mujer = quimera», como lo es el del impresentable y no presentado mendigo que irrumpe por dos veces en la vida del protagonista y narrador). A tal distancia y más tratándose de un hecho, si no misterioso, al menos secreto y que tarda tanto en dejar de serlo, la perspectiva se hace ortogonal, que es lo que pasa con los recuerdos: que toman formas regulares o simétricas, arquetípicas o modélicas. Se pierden muchos detalles y se descantan muchas esquinas, así como se liman muchas asperezas. Y reducida así la intriga o argumento de la novela, el novelista tiene que rellenar los lapsos o intervalos con otras historias y en nuestro caso con los trabajos por el ganapán, los cambios de vida social entre el pueblo de Brezo y el Madrid de barrio y, sobre todo, el amor, los amores. Y si la intriga o suspense en que nos tiene la irrevelada y clandestina proeza del padre resulta una revelación, que viene a decirnos que muchos de los vencidos se jugaron la vida sin soltar prenda ni saberse, en estos merodeos periféricos y que aparentemente funcionan como suplementos prescindibles, aportan, en realidad, una denuncia de esa cruel época que vive el pueblo español, hundido en el miedo y en la inopia moral de una sociedad agarrotada por la incultura y el desgobierno, por la injusticia y el servilismo como único medio de sobrevivir.

    Y la última ventaja para el lector: que en estos merodeos e intermedios nos hable el autor de sí mismo, cumpliendo de esta guisa el imperativo de la mejor fórmula autobiográfica: confesarse y retratarse como penitente (¡la de veces que se siente culpable, inoportuno y torpe!) y soñador, como ávido de amor y tan profundamente necesitado de cultura como vulnerablemente «letraherido», primera y principalmente por la poesía, que es lo que seguramente más cultiva en la realidad, no sólo componiendo él mismo, sino repasando como concienzudo crítico literario, poemario tras poemario, siempre al tanto de la lira que suena, como un Argos, no sólo de cien ojos, sino también de cien oídos que presta al concierto de poetas cuyos ecos «manuelriqueños» «limpian, fijan y dan esplendor». Pero acabamos de ver que también gusta de ejercitarse en la narrativa. Por cierto, que lo sabe hacer muy bien gracias a su talentoso estilo tan contenida como distanciadamente. Y además por una buena causa.

F. Carrasquer Launed

 

Francisco Morales Lomas, Juegos de goma, Libros encasa (Col. Kylix relatos, nº 2), Málaga, 2002, 125 págs.

    Los primeros libros de Francisco Morales Lomas corresponden al género de la poesía, que le ha llevado a ser finalista tres veces ya del Premio Nacional de la Crítica y otra del Premio Andalucía de la Crítica. En él se incluyen, entre otros, títulos tan significativos como Aniversario de la palabra, Tentación del aire o el más reciente Balada de Motlawa. Desde 1998, año en que apareció su ensayo La búsqueda del yo en la lírica de Rafael Alcalá, cultiva también la crítica literaria, que ejerce bien en suplementos culturales y revistas especializadas bien en investigaciones más extensas de las que son ejemplos cercanos Literatura en Andalucía. Narradores del siglo XX y —en colaboración— Poesía andaluza en libertad. Una aproximación antológica de los poetas andaluces del último cuarto de siglo. Sin embargo, su última obra publicada, Juegos de goma, se inscribe en el género narrativo, en el que Morales Lomas irrumpió en 1999 con un conjunto de once relatos breves agrupados bajo el título El sudario de las estrellas (Málaga, Corona del Sur).

    Las doce nuevas historias que se integran en Juegos de goma tienen como punto de arranque una, titulada Las estrellas del Rex, en cuya página inicial encontramos ya dibujados sentimientos de duda, miedo, incertidumbre y soledad que nacen de las sórdidas experiencias de un personaje femenino que avanza en su historia empujado por un íntimo deseo de venganza. Ciertos rasgos de este relato van a ir reapareciendo en los siguientes: así, la soledad y desilusión que envuelven casi invariablemente a los protagonistas (La vida me ha derrotado decididamente), la preferencia por ambientar los argumentos en localidades costeras (teniendo en cuenta que algunas son puntos geográficos de Granada o Málaga), la importancia que en ocasiones tiene el suspense y la intriga (esa es la función del revólver en la primera historia citada y la del hombre que aparece como segundo plano en las fotografías de El telescopio Bedford), o la voluntad de estilo que se aprecia al elaborar las frecuentes comparaciones. Un lector atento podría advertir igualmente las repetidas relaciones que se establecen con el mundo del cine («como en el escenario de Casablanca», «le recordaban las películas decadentes de Visconti»), notará la preferencia por un modo de narración continuo, de ritmo sintáctico ágil y sin apenas interrupciones gráficas u ortográficas, e incluso descubrirá la importancia que se concede al mar, visto unas veces como elemento coadyuvante de la acción y otras como ente comparativo: «Quizá ajenas al mar que cerca componía melodías antiguas que iban y venían con el oleaje».

    Uno de los relatos, el antepenúltimo, es el que presta su título a todo el libro. Reproduce los inocentes diálogos de un grupo de niños que van descubriendo, mientras juegan a la goma, los conflictos y preocupaciones del mundo de los adultos. Con el desenfado propio de su edad y con una conversación chispeante y realista nos muestran los problemas de sus padres respectivos, que ellos vivirán con inesperada tristeza: «Si tu madre fuera puta, verías lo triste que estarías». La tristeza, diversificada en sentimientos de soledad o pesimismo (como ocurre en Las estrellas del Rex y en Diccionario caníbal) y otras veces anclada en la desilusión de los sueños irrealizados (léase La búlgara), aparece como una constante temática, aspecto que conjunta los textos de esta obra con los de la ya citada El sudario de las estrellas. Varias frases entresacadas de distintos pasajes dan idea de lo que venimos diciendo: «Carmela necesitaba quitarse de enfrente ese atroz espejo que reflejaba su monótona existencia» (pág. 28); «[...] pienso que mi vida está difuminándose en un inmenso erial» (página 51); «Ahora era Ivanova Kein, la loca que creía en la utopía» (pág. 119). Concretando más, advertimos que el protagonista de El regreso de la bruma vive atormentado por la inconsistencia de sus amores y por una vida anodina que no le satisface. El personaje reflexiona repetidamente sobre sus inquietudes y su soledad, y en su pesimismo las extiende a los demás moradores del universo. Sólo el amor compartido hace el milagro de animarlo: «¡Qué hermosa la vida cuando formamos parte de alguien!». Y más adelante, en El lienzo, será una mujer, Alba, la que en los recuerdos que le sobrevienen da a entender su infelicidad con los hombres, su frustración sentimental, su insatisfacción sexual. El hecho de buscar en un cuadro de Velázquez al hombre de su vida la sitúa en la esfera de los sueños, de la esperanza aún irrealizada, y en tal estado llega a conductas surrealistas y extravagantes. En estos contextos no extraña encontrar una asunción exasperada de lo negativo de la existencia, que se tiñe de desilusiones y de infelicidad: «Ignoraba que a poco que se bucee en la mayoría, la vida no es reconfortante para nadie» (pág. 110); «La mayoría siempre va buscando algo, algo que no encuentran y cuando lo encuentran dudan y siguen buscando» (pág. 67).

    En estos relatos de Morales Lomas hallamos, pues, vivencias muy variadas que oscilan entre el posibilismo del absurdo y la más palpitante actualidad de los medios de comunicación (pág. 109). En casi todos se respira una atmósfera de filosofía vital dubitante y amarga —en algún caso confundida con el resentimiento— que sólo en una de las historias, El humus de la vida, llega al divertimiento y a la extraversión. En absoluto nos sorprende la confidencia del autor de que en sus cuentos «existe, efectivamente, como una búsqueda de aspectos existenciales que frustran las expectativas de muchos personajes y, en definitiva, un intento de trascender la realidad, cuyos límites, en algunos casos, son imprecisos». A todo esto debe añadirse, por fin, que los de Juegos de goma son doce relatos expuestos con sencillez y amenidad y sin recargar ni descuidar el léxico, sustentados por personajes cuyas experiencias rebosan de sinceridad, hondura y realismo, y cuyos comportamientos a menudo nos sorprenden con sus repuntes de planificado suspense o sus brotes de inesperada fantasía. No en vano el autor de todos ellos se declara entusiasta discípulo de Kafka, Borges, Cortázar o Ignacio Aldecoa.

A. Moreno Ayora

 

Estrella Montolío, Conectores de la lengua escrita. Contraargumentativos, consecutivos, aditivos y organizadores de la información, Ariel, Barcelona, 2001, 173 págs.

    Los conectores y marcadores del discurso han sido, en los últimos años, objeto de análisis de numerosos trabajos. El estudio de las propiedades de estos elementos lingüísticos llama la atención por el esfuerzo realizado en la unión entre conceptos y métodos procedentes de perspectivas teóricas diversas: los propios de la Gramática y los de disciplinas más recientes y amplias como la Lingüística textual, la Pragmática, el Análisis de la Conversación, o la Ciencia Cognitiva.

    Estrella Montolío desarrolla en este libro un estudio de las secuencias conectivas que aparecen en la lengua escrita. Sin perder de vista este enfoque, analiza aquellos elementos lingüísticos que presentan funciones más productivas en el procesamiento de la información textual formal. De este modo, estudia los conectores opositivos o contraargumentativos, las expresiones conectivas de carácter consecutivo, y los conectores de tipo aditivo y organizadores de la información discursiva.

    Este trabajo de carácter divulgativo no va dirigido exclusivamente al lingüista, sino a todo aquel hablante interesado por cuestiones básicas sobre el funcionamiento de los conectores del español. De ahí que la autora haya simplificado al máximo la exposición teórica ¾ sin que ello vaya en detrimento del contenido¾ así como las referencias bibliográficas, limitándose a citar tratados generales redactados en español.

    Conectores de la lengua escrita es, como su propia autora indica, una ampliación de un trabajo previo, el capítulo dedicado a estas unidades que forma parte del Manual práctico de escritura académica (vol. ii). El presente estudio ha añadido un número considerablemente mayor de expresiones conectivas descritas y la información que se dedica a cada una de ellas también ha aumentado, aunque mantiene tanto la estructura como el número de ejemplos manejados en el trabajo anterior.

    La obra se divide en cuatro capítulos, el primero, de carácter introductorio, da paso al resto de apartados monotemáticos sobre los grupos de conectores característicos del registro formal del español. La organización de cada una de las partes que conforma el libro gira en torno a un máximo de siete epígrafes donde se tratan aspectos claves para el desarrollo del argumento.

    El primer capítulo, titulado «Cuestiones generales», pone de relieve algunas de las funciones básicas que desempeñan estas secuencias conectivas, así como algunas propiedades gramaticales de estos elementos. Montolío divide los conectores en dos grandes grupos, atendiendo a criterios gramaticales: conectores «parentéticos» y conectores «integrados en la oración». Los elementos discursivos parentéticos son aquellos que van entre pausas, entre signos de puntuación en la lengua escrita. En este primer grupo la autora incluye secuencias conectivas como, por ejemplo, sin embargo, por tanto, además, de todas maneras, en ese caso o en consecuencia. El segundo grupo de marcadores está formado por aquellos elementos que no van entre pausa y que presentan un elemento subordinante en su formación, que puede ser la conjunción que (a pesar de que, aunque, para que), la preposición de (a pesar de, en vista de, en caso de), o bien la preposición a (pese a, debido a). Dentro de este grupo cita los elementos tradicionalmente considerados «conjunciones» (pero, porque, como, si, etc.).

    El segundo capítulo está dedicado al grupo de conectores contraargumentativos. Estos marcadores, que se caracterizan por establecer dentro de las oraciones algún tipo de contraste o discusión entre las cláusulas que las componen, presentan, como explica E. Montolío, una relación implícita e inferencial que no aparece expresada explícitamente en el enunciado. La autora, para diferenciar estos matices de significado, ha optado por organizarlos en cuatro grandes subgrupos: expresiones conectivas que introducen un argumento «débil» como aunque, a pesar de (que), pese a (que) y si bien; conectores que introducen el argumento «fuerte» del tipo pero, sin embargo, no obstante, con todo, aun así o a pesar de todo; conectores parentéticos de contraste en cambio, por el contrario y antes bien; y un último subgrupo compuesto por los conectores de todas formas, de todas maneras y de todos modos que, a pesar de no ser en propiedad contraargumentativos, aparecen en numerosas ocasiones con un valor similar.

    En el tercer capítulo, se estudian las expresiones conectivas de carácter consecutivo. La autora parte de la concepción causa-consecuencia para establecer como rasgo diferenciador de estas estructuras el aspecto que cada una de ellas focaliza e intensifica señalándolo mediante la presencia del conector. De este modo, apunta que los conectores consecutivos tienen como significado básico «indicar que la información que les sigue constituye una consecuencia derivada de la información que antecede» (pág. 100). Estas expresiones se dividen en dos grandes grupos: conectores integrados en la oración (por lo que, así que, de modo / manera que y de ahí que) y conectores parentéticos (por (lo) tanto, en consecuencia, por consiguiente, por ende, pues, así (pues), por eso (por ello), por esa / tal razón, por esa / tal causa, por ese / este motivo). Con el fin de organizar y establecer algún tipo de diferenciación entre los conectores consecutivos de este segundo grupo, lleva a cabo una subdivisión atendiendo a distintos criterios. Por un lado, estos elementos se clasifican según el grado de movilidad sintáctica que presentan; así podemos distinguir entre elementos que aparecen generalmente al inicio de la conclusión (por ello / eso, por ese / tal / dicho motivo / razón, así pues), los que ocupan una posición intercalada en la oración, generalmente tras el verbo subordinado (pues), y aquellos que por mayor independencia sintáctica pueden aparecer en posición inicial, intercalada, o al final del miembro conclusivo (por (lo) tanto, en consecuencia, por consiguiente, por ende). La siguiente subclasificación responde a matices de significado que acarrean estos conectores. Por un lado, tenemos los conectores que señalan de manera explícita una información anterior que es la desencadenante de la consecuencia o conclusión (por ello / eso, por ese / tal / dicho motivo / razón / causa). Por otra parte, se encuentran los conectores que señalan que lo que sigue constituye la consecuencia, pero sin apuntar la causa (por (lo) tanto, en consecuencia, por consiguiente, por ende, pues). Por último, el conector así pues aparece como punto intermedio entre las dos categorías anteriores.

    El cuarto y último capítulo está centrado en el análisis de los conectores de tipo aditivo y organizadores de la información. Estas expresiones conectivas se caracterizan por introducir «una información cuyo contenido «se añade» a la aparecida previamente» (pág. 137). Muy importante es el valor que como organizadores de la información presentan este tipo de conectores de carácter aditivo. Así, distingue Montolío entre: conectores que comportan un valor argumentativo (además, encima, es más, incluso, inclusive, por añadidura) y conectores organizadores de la información (asimismo, igualmente, de igual / mismo modo, por otra parte, por otro lado, por su parte, a su vez). Siguiendo la clasificación que Martín Zorraquino y Portolés Lázaro hacen de los conectores organizadores de la información, E. Montolío organiza estas expresiones en: marcadores de apertura, marcadores de continuidad y marcadores de cierre.

    A pesar de la complejidad de la materia tratada, sin embargo, por su estructura y su lenguaje, podemos decir que este manual es esencial para el conocimiento de las características fundamentales de los conectores discursivos, así como de los rasgos que los individualizan.

E. Rubio Perea

 

Koike Kazumi, Colocaciones léxicas en el español actual: estudio formal y léxico-semántico, Universidad de Alcalá / Takushoku University, 2001, 275 págs.

    El autor ofrece, en este libro, un análisis detallado de los aspectos formales y léxico-semánticos que caracterizan las colocaciones españolas y, de este modo, suple la gran laguna existente dentro de la fraseología española en lo que se refiere al estudio de las colocaciones.

    La obra está dividida en siete capítulos, a su vez divididos en otros subgrupos, a los que se les añade el apartado de conclusiones y un anexo en el que reúne todas las expresiones estudiadas.

    En el capítulo primero, realiza, en primer lugar, un repaso de los estudios precedentes sobre el concepto de colocación. A continuación, señala las características formales y semánticas de las colocaciones que en capítulos siguientes desarrollará con precisión y, por último, pretende establecer líneas divisorias entre las colocaciones y los dos tipos de combinaciones que colindan con ellas: las combinaciones libres y las locuciones.

    Sin embargo, en este primer capítulo Koike señala que a pesar de los intentos de establecer criterios para distinguir las colocaciones de los otros tipos de combinaciones quedan todavía zonas borrosas e incluso hay expresiones que pueden ser colocaciones y locuciones a la vez, dependiendo de su empleo figurado o no, por ejemplo meter un gol.

    En el segundo capítulo, nos ofrece un panorama de los posibles tipos de colocaciones en español. Desde el punto de vista de los componentes, el autor distingue entre colocaciones simples y complejas. El libro se dedica sobre todo al estudio de las colocaciones simples, es decir, aquellas formadas por unidades léxicas simples y, de los seis grupos que establece Koike, se estudian las colocaciones sustantivo-verbo (cap. III ) y las colocaciones sustantivo-adjetivo (cap. IV).

    Los capítulos III y IV poseen una estructura interna idéntica, pues están dedicados al estudio de las colocaciones sustantivo-verbo y sustantivo-adjetivo respectivamente, como he señalado más arriba. Realiza un análisis detallado del verbo en las colocaciones sustantivo-verbo, del sustantivo en las sustantivo-verbo y en las sustantivo-adjetivo, y del adjetivo en las sustantivo-adjetivo.

    Desde el punto de vista de sus valores semántico, distingue entre colocaciones funcionales, aspectuales y léxicas dentro del tipo sustantivo-verbo y tan sólo entre colocaciones funcionales y léxicas dentro del tipo sustantivo-adjetivo.

    Las colocaciones funcionales (las aspectuales constituyen un subgrupo de las funcionales) son de naturaleza sintáctica, es decir, el verbo en las sustantivo-verbo y el adjetivo en las sustantivo-adjetivo han perdido su significado léxico y funcionan como un elemento gramatical. En el caso de los verbos, son los llamados verbos soporte o de apoyo que pierden su significado léxico y habilitan al sustantivo como núcleo léxico para que el conjunto funcione como verbo complejo y en el caso de los adjetivos funcionan como intensificadores.

    El autor señala que tras estas distinciones debe aclarar que su trabajo está dedicado a las colocaciones sustantivo-verbo y sustantivo-adjetivo léxicas, es decir, aquellas en las que ningún componente pierde sus rasgos semánticos.

    Dentro de las colocaciones sustantivo-verbo léxicas distingue entre las colocaciones con sustantivos concretos y colocaciones con sustantivos abstractos y dentro de las colocaciones sustantivo-adjetivo léxicas distingue entre las colocaciones con sustantivo concretos, sustantivos referidos al estado físico y sustantivos abstractos.

    El capítulo quinto está dedicado al análisis de los aspectos formales de las colocaciones. Habla de las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas de las colocaciones. Relaciona los compuestos y las colocaciones para averiguar si pueden declararse colocaciones en los compuestos y trata el tema de la flexibilidad sintáctica donde estudia con detalle la flexibilidad formal de las colocaciones, así como la incidencia que tiene esta flexibilidad en el comportamiento de las mismas. Este apartado es muy importante pues constituye una característica propia de las colocaciones frente a la mayor estabilidad formal de las locuciones.

    En el capítulo sexto, se ocupa de los aspectos semántico de las colocaciones. Realiza algunas observaciones semánticas sobre las colocaciones que presentan diversos comportamientos semánticos. Habla del concepto de «confección semántica» que se basa en la primacía semántica del sustantivo frente a otras clases de palabras. También se ocupa del estudio de la especialización semántica en las colocaciones. Señala que las colocaciones no son transparentes semánticamente, pero tampoco se puede hablar de una falta de idiomaticidad en las colocaciones, sino de diversos grados de especialización semántica (cualquier cambio producido en el sentido primitivo de una unidad léxica). Observa la especialización semántica en el verbo, adjetivo y sustantivo especialmente.

    Por supuesto, no olvida tratar la neutralización semántica que se produce como consecuencia de todo un proceso y consiste en que los verbos y los adjetivos de significados diversos se neutralizan semánticamente en algunas colocaciones. Este fenómeno se produce en las colocaciones funcionales, pero también en las léxicas, por ejemplo cuando diferentes verbos funcionan como sinónimos en una colocación: despejar, aclarar, disipar dudas. Sin embargo, es importante señalar que aunque las unidades léxicas se neutralicen no tienen significados idénticos, pues pueden existir diferencias estilísticas o de registro.

    De todos modos, de estos tres fenómenos semánticos podemos decir que funcionan complementándose así el sustantivo «confecciona» el significado del verbo y del adjetivo (confección semántica) que, a su vez, especializan sus significados rectos (especialización semántica) para poder adaptarse al significado del sustantivo. Así se consigue que sus significados originales queden neutralizados.

    En este mismo capítulo, Koike habla del análisis del léxico polisémico y de las relaciones semánticas que se establecen entre los componentes léxicos de las colocaciones y entre las combinaciones en conjunto; de la sinonimia, antonimia, hiponimia e hiperonimia.

    En el capítulo séptimo, el autor se ocupa de otros aspectos de las colocaciones como puede ser el contexto situacional comunicativo o los aspectos lexicográficos, así como de aspectos didácticos.

    El apartado de las conclusiones constituye el punto en el que el autor repasa de manera somera los aspectos tratados más importantes. Así resume las características formales y semánticas de las colocaciones (cap. I y III), recuerda el dinamismo semántico de tales expresiones debido a los tres procesos semánticos más importantes, habla de la cohesión semántica entre los componentes de las colocaciones, de los grados diferentes de colocabilidad del verbo, sustantivo y adjetivo, así como de las diferencias entre la estructura sintáctica y colocacional.

    El libro de Koike se centra como hemos visto en las colocaciones léxicas y, sobre todo, en las más representativas en número e importancia comunicativa que son las sustantivo-verbo y sustantivo-adjetivo, a las cuales somete a una análisis formal y léxico-semántico muy detallado.

    En nuestra opinión, esta obra constituye una valiosa aportación a los estudios de fraseología española, pues realiza un estudio profundo de este tipo de unidades fraseológicas que siempre se han dejado a parte debido a su dificultad definitoria. Una obra de estas características es de gran utilidad para los iniciados en el tema como para los que se acercan a él por primera vez. En ella se recogen de modo claro, científico y muy bien documentado las claves que han de tenerse en cuenta para el análisis de las colocaciones ya sea con fines descriptivos, didácticos, lexicográficos o traductológicos, como el mismo autor señala en el último capítulo de su libro.

    Además la inclusión de ese último apartado de conclusiones en el que se realiza un comentario global en torno a las características de las colocaciones y a los temas tratados ofrece una visión final de conjunto que debe ser tomada en consideración muy seriamente para futuras investigaciones tanto intralingüísticas como contrastivas.

P. Quiroga Munguía

 

A. Veiga, El subsistema vocálico español, Universidade de Santiago de Compostela (Col. Lucus Lingua, Anexos de Moenia, Revista Lucense de Lingüística & Literatura, 11), Santiago de Compostela, 2002, 111 págs.

    Estamos de enhorabuena quienes nos dedicamos a la docencia de la fonética y la fonología españolas y pensamos que esta consiste en algo más que la definición de los fonemas y la transcripción fonética de textos. En el ámbito del vocalismo de nuestra lengua, la monografía de Veiga supone una revisión crítica de la bibliografía existente y, además, el establecimiento de propuestas originales que vienen a superar los moldes a que solemos ajustarnos. Todo ello con una sólida base teórica, adquirida por el autor a través de la lectura comprendida y meditada de las referencias básicas generales de este subsistema del nivel fónico. La erudición que desprenden las numerosas notas a pie de página es una buena prueba de ello.

    Como hechos de descripción externa, hay que decir que la investigación realizada tuvo el formato, en una primera versión, de comunicación presentada al XXIX Simposio de la Sociedad Española de Lingüística (Cáceres, 13 al 16 de diciembre, 1999). Pero el conocimiento que Veiga tiene del tema en cuestión implicaba excederse, por todos lados, de límites tan estrictos. De ahí que pensara en un artículo para una revista y, finalmente, en la monografía que ahora ha aparecido [4]. La obra no aparece entonces de resultas de la improvisación y la urgencia, sino de la culminación del quehacer pausado y reflexivo.

    El enfoque es declaradamente funcionalista, el mismo que tan buenos frutos ha dado a la investigación fonológica. Por eso se entiende el vocálico como uno más de los subsistemas de las unidades fonemáticas de nuestra lengua; y, como tal, sus elementos funcionan como un «conjunto jerarquizado de oposiciones binarias cuyo orden de actuación es necesario establecer simultáneamente a la base fónica de cada una de ellas y al carácter marcado de uno de ambos términos en cada caso». Este es, por tanto, el punto de partida.

    La monografía es una visión global de todos los aspectos concernientes al subsistema vocálico de la lengua española: los rasgos que sirven para distinguir las unidades fonemáticas vocálicas de las consonánticas y líquidas [5]; su caracterización y la de las denominadas semivocales; sus archifonemas y los grupos bi- y trifonemáticos (diptongos y triptongos); para finalizar con los rasgos pertinentes en su definición fonológica.

    Pero, a la vez, la visión repercute en la teoría, puesto que se advierten errores tradicionales en la investigación de dicho subsistema y se presentan nuevas propuestas de descripción, todas ellas perfectamente justificadas. Veamos algunas muestras de lo que estamos comentando.

    En el primero de los casos, el autor denuncia la práctica tan extendida de no circunscribir las oposiciones a un plano estrictamente fonológico, pues es en él donde en efecto se dan, y no en el de la sustancia fónica. Así se resuelve, por ejemplo, el problema de la aparición de las realizaciones [b, d, g] de los fonemas /b, d, g/. De Alarcos arranca su exclusión de la oposición interrupto / continuo [6]. Pero, como señala Veiga, «la adecuada comprensión de que interrupto y continuo son términos que en sentido fonológico solamente pueden entenderse como referidos a realidades opositivas, negativamente definidas por su mutua delimitación y no identificables con una pareja de propiedades fonéticas concretas, permite mantener la consideración de fonológicamente interruptas para /b, d, g/» (19, n. 10).

    La sustancia fónica (donde tienen cabida las realizaciones oclusivas y fricativas) no debe confundirse con el rasgo fonológico interrupción. La división del continuum —en este caso el que va de un extremo a otro: interrupto / continuo— no ha de hacerse en términos absolutos, sino, más bien, relativos. Son, por tanto, criterios distribucionales los que deciden la oposición en uno u otro rasgo. Algo que podemos ver no sólo en este nivel, sino también en los otros en que podamos parcelar cualquier análisis de la lengua.

    Aparece en el manual de Veiga una propuesta original de descripción de los esquemas silábicos del español (42-62). El núcleo es la única entidad siempre presente. Después, aparecerán o no los márgenes, los cuales, atendiendo a su posición con respecto al núcleo, se dividirán en pre- y posnucleares. Si en el núcleo siempre aparece una vocal, en los márgenes pueden aparecer una o más unidades fonemáticas (hasta un máximo de tres, exclusivamente en el margen prenuclear). La disposición de estas unidades da lugar a la emisión, por parte del autor, de la siguiente ley fonotáctica general del español: «Cuando en un mismo margen silábico figuren dos o más unidades fonemáticas, estas han de disponerse secuencialmente de forma que la menos consonántica o más vocálica del grupo establezca contacto con la unidad vocal que ocupa el núcleo de la sílaba y la más consonántica o menos vocálica se sitúe en la posición más alejada del núcleo de la sílaba» (46).

    Ello da lugar a tres posiciones posibles, de mayor a menor acercamiento a la nuclear n: m1, m2 y m3, de manera que la última implica la aparición de las dos anteriores y la segunda la de la primera. Su combinación da lugar a doce esquemas silábicos reales. La propuesta, además, subraya la consideración de las unidades fonemáticas del español como integradas en un sistema único, si bien puede dividirse en varios subsistemas relacionados entre sí: vocálico y consonántico (éste último con las clases fundamentales consonante y líquida).

    Veiga, apoyado por los datos que arrojan las investigaciones, adscribe [i » ] y [u » ] a las realizaciones de las vocales /i/, /u/, respectivamente (21-33). De ahí el nombre de semivocales [7]. Más adelante, y siguiendo a A. Veiga Arias, el autor los distingue como realizaciones de sendos archifonemas /i/ y /u/, agudo y grave respectivamente (81-83); y aún otro más /v/, en los casos de neutralización de la oposición agudo / grave, realizable en un sonido de uno u otro rasgo (diptongos con núcleo de abertura mínima); o grave (diptongos precedidos de consonante palatal) (83-84).

    Son de destacar además los criterios manejados para el desdoblamiento de los rasgos y su carácter marcado o no marcado. La oposición grave / agudo es la dominante en la clase fonemática de las vocales; /a/ aparece en una localización central, a medio camino, lo que implica considerar desdoblada dicha oposición en los rasgos ± grave / ± agudo (80-87) [8]. A su vez, para la distinción de los dos elementos que aparecen en cada uno de los conjuntos vocálicos, aparece una segunda oposición: denso / difuso (menos para /a/, donde la oposición no es pertinente) (87-89). El comportamiento de /e/ en nuestra lengua permite concluir a nuestro autor que es el rasgo difuso el marcado en la oposición (89-94).

    En definitiva, Veiga ha elaborado una monografía donde ha depositado todo su conocimiento del tema, y donde también ha puesto de manifiesto su honestidad en el ejercicio de la investigación. Por eso no duda en citar incluso las aportaciones de sus discípulos; los cuales, sin duda alguna, reflejan las cualidades del maestro. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en sus más de dos décadas de dedicación al subsistema consonántico, y ahora, afortunadamente, al vocálico.

F. M. Carriscondo Esquivel

 

L. Ruiz Gurillo, Ejercicios de fraseología, Madrid, Arcos / Libros, 2002, 60 págs.

    El libro que nos ofrece la autora es una obra muy práctica dedicada a estudiantes de español, tanto nativos como extranjeros, que deseen completar y profundizar su conocimiento de la lengua y la cultura por medio del estudio de la fraseología.

    La autora presta atención a tres tipos de unidades: las locuciones, las colocaciones y, por último, los compuestos sintagmáticos aunque estos no constituyan unidades fraseológicas propiamente dicho.

    Por supuesto, se atiende especialmente a las locuciones, pues este libro puede considerarse una aplicación práctica del anterior trabajo de la autora: Las locuciones en español actual (2001).

    La obra está divida en tres capítulos, los dos primeros dedicados a presentar ejercicios de diversa índole y el tercero ofrece las soluciones a los ejercicios propuestos junto a algunas observaciones de tipo teórico.

    El primer capítulo, Ejercicios generales, es el más extenso y está constituido por quince ejercicios que se ocupan de diferentes aspectos de las unidades fraseológicas. Los cinco primeros ejercicios están dedicados a las locuciones y facilitan al lector la reflexión acerca del tratamiento de las unidades fraseológicas en los diccionarios generales, ya sean monolingües o bilingües, y en los diccionarios propiamente fraseológicos. Del mismo modo, estos ejercicios ofrecen la posibilidad de que el lector piense sobre el tipo de clasificación que se da a estas unidades, aunque por supuesto la autora expone su propia clasificación que divide a las locuciones en nominales, adjetivales, verbales, adverbiales, marcadoras, prepositivas y clausales.

    Al mismo tiempo, estos ejercicios provocan la reflexión acerca del efecto intensificador que produce la desautomatización de las unidades fraseológicas, es decir, el hecho de verse modificadas en alguno de sus componentes.

    El ejercicio numero seis está dedicado a las colocaciones del tipo sustantivo + adjetivo. Se pretende que el lector observe el grado de fijación de este tipo de unidades e intente determinar cuales son las realizaciones más frecuentes con adjetivos del tipo crucial, garrafal y supina.

    Este ejercicio es el único dedicado a las colocaciones y, mientras que por cuanto se refiere a las locuciones, la autora propone ejercicios relacionados con cada una de sus categorías, respecto a las colocaciones se ocupa únicamente de aquellas que responden al esquema sust. + adj. que sin duda son las más numerosas en nuestra lengua, pero existen otros grupos como el de sust. + verbo. también muy importante y numeroso que la autora no ha tratado en su trabajo.

    El ejercicio siguiente, el número siete está dedicado a los compuestos sintagmáticos formados por un sust. + adj. o un sust. + sintagma prepositivo.

    La autora, tras la breve presentación de tres tipos de unidades, dedica el ejercicio número ocho a tratar que el lector distinga las diferentes unidades.

    Este ejercicio pretende analizar la expresión chiringuito financiero y consiste en que los lectores determinen si se trata de una locución, de una colocación o de un compuesto.

    El ejercicio número nueve relaciona la fraseología con los estudios de semántica cognitiva y la autora propone que el lector identifique en un texto dado las unidades fraseológicas creadas a partir de la metáfora orientacional más es arriba, menos es abajo.

    Los ejercicios del diez al trece se ocupan del estudio de las unidades fraseológicas dentro del texto. Consiste en estudiar el valor que adquiere una unidad fraseológica dentro de un cotexto y contexto determinados. Por ejemplo, se trata de observar cómo una misma locución como por ejemplo a propósito o en el fondo puede funcionar ya sea como elemento léxico pleno o como conector, dependiendo del contexto en el que se la inserte.

    Los ejercicios catorce y quince pretenden hacer ver al lector que las unidades fraseológicas pueden dividirse también dependiendo del registro al que pertenezcan. La autora propone estos ejercicios para que el lector observe que existen unidades fraseológicas con carácter formal e informal, que algunas están marcadas por la coloquialidad como es el conector propio de la lengua hablada o sea o a lo mejor y que por lo tanto, estas locuciones en un registro más formal se sustituirían por esto es, quizá o tal vez.

    Incluso se pueden distinguir series de expresiones con la misma función y el mismo significado como en total, total o en definitiva y en resumen o en suma, en las que el primer elemento posee un carácter vulgar, los dos siguientes son formales y los últimos son los que se emplearían en una situación muy formal.

    La realización de todos los ejercicios propuestos en este primer capítulo está basada en el análisis de diversos tipos de textos: periodísticos, jurídicos o fragmentos de discurso oral.

    El capítulo segundo Ejercicios para estudiantes de español como lengua extranjera es de reducidas dimensiones y consta de siete ejercicios. Mientras que la metodología de los ejercicios del capítulo anterior consistía en el análisis de los textos propuestos y en la deducción por parte del lector de ciertas propiedades de las unidades fraseológicas, los ejercicios que la autora propone en este capítulo son de diversa naturaleza, en algunos casos el lector debe completar los espacios vacíos dentro de un enunciado, en otros ha de crear un contexto adecuado para las expresiones propuestas (ejercicio 5) u ordenar los elementos que componen la unidad fraseológica (ejercicio 6), así como distinguir entre el significado literal e idiomático de las locuciones del tipo meter la pata o ponerse las botas (ejercicio 3) o indicar una locución a partir de ciertos elementos que ofrece la autora y explicar el significado de la misma (ejercicio 4), por ejemplo ante el componente gato el lector puede indicar la locución dar gato por liebre y explicar su significado, engañar.

    Todos los ejercicios de este capítulo están dedicados al estudio de las locuciones, excepto el último que se ocupa de las expresiones con verbo soporte o de apoyo que algunos autores consideran locuciones, otros colocaciones y que Ruiz Gurillo denomina unidades sintagmáticas verbales, por ejemplo, hacer referencia, hacer un resumen.

    El primer ejercicio pertenece al tipo de los ejercicios en los que se debe completar un espacio vacío y, para su correcta realización, la autora ofrece entre paréntesis uno de los componentes de la unidad fraseológica. Se trata, sobre todo, de locuciones adverbiales del tipo en volandas, con retintín...

    También los ejercicios dos y siete son de este tipo, aunque en vez de ofrecer un componente de la unidad fraseológica entre paréntesis, se ofrece una lista de unidades fraseológicas que el lector ha de saber incorporar en el contexto adecuado.

    Lo característico de los ejercicios que consisten en completar el espacio vacío es que la autora ofrece como contexto una paráfrasis del significado de la locución, lo que facilita la comprensión de la expresión y la realización del ejercicio.

    En el capítulo tercero, Soluciones, la autora además de ofrecer las soluciones de los ejercicios, añade pinceladas teóricas, aunque no pretende ser exhaustiva ni profundizar mucho en el tema. Sin embargo, encontramos algunas ideas importantes sostenidas por la autora como por ejemplo, los criterios por los que una locución se distingue de una colocación y de un compuesto.

    La autora en este libro ha aplicado todos los conocimientos existentes sobre fraseología, para que su aprendizaje no se reduzca a la simple tarea de aprender de memoria una serie de palabras. Relaciona la fraseología con la semántica cognitiva, la lingüística de texto y los diferentes registros que encierra, lo que proporciona una visión más amplia de su significado y la importancia de su uso correcto.

    Además, esta obra puede ser utilizada, no sólo por los estudiantes y curiosos de la lengua, sino también por aquellos profesores que en algún momento han de buscar actividades relacionadas con fraseología.

P. Quiroga Munguía

 

Fernando Navarro Domínguez (ed.), Introducción a la teoría y práctica de la traducción. Ámbito hispanofrancés, ECU, Alicante, 2000, 386 págs.; ppu, Barcelona, 22002, 268 págs.

    Cuando se encara la posibilidad de confeccionar un libro con materiales diversos, se plantean esencialmente dos problemas: uno, el límite de temas seleccionables, y dos, el criterio mismo de selección, decisiones no siempre fáciles habiendo tanto donde escoger. Luego, el tiempo, la crítica, los consejos y la propia maduración de la idea original permiten en la segunda vuelta modificar la edición princeps. Tal es el caso del libro que nos ocupa y cuyo editor es asimismo autor de dos de sus capítulos.

    La primera edición es consecuencia natural del curso-máster de postgrado en traducción que la Universidad de Alicante empieza a organizar en 1994-1995 bajo la dirección del propio profesor Navarro Domínguez. Al cabo de cinco años se busca compendiar en un libro los principales temas de que consta el programa, desarrollados por diversos especialistas, con el objeto declarado de que sirvan de guía y base a dichos postgraduados. Conscientes los autores de que dicho objetivo es demasiado limitado para ser básico, se amplía en la segunda edición de modo que abarque también a los alumnos iniciales de la carrera de Traducción. Es un ejemplo de la maduración referida en al párrafo anterior.

    Doce son los capítulos acopiados en la primera edición frente a los ocho de la segunda. Esta drástica reducción proviene no sólo de la razón antes dicha sino de la evidencia de que, mientras en la primera edición algunos temas se solapan, otros quedan demasiado forzados en el estricto marco de un capítulo, pareciendo oportuno descartarlos aquí para ampliarlos en mejor sitio y ocasión.

    Singularizando el análisis por capítulos, el primero —a cargo del propio editor y presente en ambas ediciones— recoge una gama de teorías de la traducción de autores exclusivamente francófonos. El hecho de que las lenguas en relación sean en este caso el francés y el español no debería, en principio, impedir que textos de teóricos procedentes de otras lenguas pudieran formar parte de esta selección, si sus teorías fueran estimadas básicas en el común sentir de los especialistas; pero, como toda teoría se fundamenta a su vez en lenguas naturales concretas, presentando ejemplos convincentes de los diversos supuestos teóricos, estos mismos ejemplos las inhabilitan en la práctica para quienes desconocen dichas lenguas. Por tanto, el criterio adoptado por el editor parece igualmente razonable. Los diez autores escogidos en la primera edición (E. Cary, Vinay & Darbelnet, G. Mounin, Seleskovitch & Lederer, M. Pergnier, J. Ladmiral, J. Delisle, H. Meschonnic, A. Berman, M. Ballard) se ven ampliados a once en la segunda con la presencia de J. C. Chevalier & M. Delport. Los temas específicos que se tratan en dicho capítulo se refieren a la estilística, la problemática del sentido, la sociolingüística, el discurso, la poética y la didáctica de la traducción. A éstos se añaden otros de carácter genérico, y particulares de alguno de los autores recogidos. Cabe añadir que el frontis que preside el capítulo (cita inicial) y que al mismo tiempo parece resumirlo es la conocida «regla de oro» de la traducción de V. G. Yebra.

    El segundo y tercer capítulos —iguales en ambas ediciones—, dedicados respectivamente a la «Traducción económico-comercial» y a la «Traduction juridique» —único capítulo redactado en francés—, preceden abusivamente al cuarto, «La traducción científico-técnica», del que stricto sensu no son sino aplicaciones particulares. La disposición de los capítulos que siguen así parece confirmarlo.

    El quinto capítulo, «La traducción literaria», si bien se concreta luego en la poesía y el teatro, antecede en ambas ediciones al análisis de un problema particular a la misma, como es el de los aumentativos y diminutivos españoles o expresión de la intensidad (capítulo sexto de la 2ª ed.). Siendo esto último, por falta de equivalencia, uno de los problemas de peor acomodo en traducción (sobre todo inversa), debe con mayor justicia tratarse en un libro como éste. Alabamos, pues, su inclusión y tratamiento.

    El capítulo sexto de la primera edición, dedicado a la «Autotraducción» —auténtica rareza, cuantitativamente hablando—, ha sido eliminado con justicia de la segunda. En realidad, la traducción de un texto por el propio autor es difícilmente catalogable como tal. Parecería más acorde con la realidad hablar de la capacidad de un autor para expresarse en varios idiomas que de la traducción de sí mismo, pues sería tanto como afirmar que uno puede interpretase a sí mismo, en dualidad de persona. Precisamente por la dificultad de mantener la hipótesis inicial del capítulo —relativa al primer «mandamiento» del Código deontológico del traductor literario—, que induciría inevitablemente a pensar en determinadas patologías psiquiátricas, creemos que el editor, con buen tino, ha preferido evitar problemas innecesarios a quienes sólo pretende orientar básicamente.

    Los capítulos nueve y diez de la primera edición, dedicados respectivamente al «Doblaje y subtitulado» y a «La interpretación», han sido eliminados de la segunda por bien distintas causas que el anterior. En este caso aceptamos de buen grado que «razones de espacio» aconsejen prescindir de temas tan amplios, evitando así su empobrecedora reducción; pero habríamos aceptado igualmente su inclusión, toda vez que se trata de un libro meramente introductorio a los problemas de la traducción. Como aceptamos incluso que posibles imposiciones de la editorial —de las que todos somos más o menos víctimas— en su necesidad de reducir gastos, dado lo deplorable del mercado —de lo que somos tan conscientes como sensibles— hayan podido intervenir en la decisión.

    El capítulo doce de la primera edición, «La terminología», ha desaparecido de la segunda, pues obviamente se solapa con el dedicado al «Diccionario bilingüe francés-español» (octavo de la 1ª y séptimo de la 2ª), incluso con el dedicado a «La Documentación» (undécimo y octavo respectivamente). Por tanto, «razones de coherencia» justifican de sobra su exclusión.

    Centrándonos, pues, exclusivamente en la segunda edición por aquello de las últimas voluntades, el editor nos ofrece un volumen equilibrado en su distribución como rico y sólido en contenido. Un primer y gran capítulo introductorio donde se recogen los diversos problemas de la traducción desde la diversidad de destacados teóricos del mundo francófono; tres capítulos (2º, 3º y 4º) dedicados a la traducción científico-técnica —con las precisiones hechas arriba—; otros dos (5º y 6º) a la traducción literaria; y los dos últimos (7º y 8º) al aparato instrumental necesario para el ejercicio práctico de la traducción.

    El espacio reservado a una simple reseña no permite descender a pormenores. Creemos, sin embargo, que el equipo permanente de profesores del ya prestigioso Máster de Traducción de la Universidad de Alicante, cuyo responsable máximo es el propio editor de la obra que reseñamos, ha logrado dotarse del manual básico que buscaba. No obstante, tratándose a la vez de un manual de consulta, en la previsible próxima impresión convendría mejorar algunos detalles que facilitarían la labor. Así, pensamos que deben recuperarse los encabezados de página de la primera edición, pues su referencia ayuda grandemente a situarse en el libro; la búsqueda temática puntual sería más rápida si el índice incluyera también la paginación de parágrafos y subparágrafos. Por último, agradaría encontrar la indicación del autor de cada capítulo en el enunciado del índice. Poca cosa que mejorar, pues, para tan buen manual.

Q. Calle

NOTAS:

[1] Ha publicado la obra poética de Pero Guillén de Segovia (Fundación Universitaria Española, Madrid, 1989), de cuyos estudios extrae uno de los capítulos del presente libro; Literatura y cursilería (Universidad de Valladolid, 1995); y Literatura e hipertexto. De la cultura manuscrita a la cultura electrónica (uned, Madrid, 1998).

[2] Respuesta a mi pregunta sobre el estilo en el cuestionario al que le sometí al emprender mi tesis doctoral sobre Sender y su obra que acabó titulándose «Imán» y la novela histórica de Ramón J. Sender. Primera incursión en el realismo mágico senderiano (Heijnis, Amsterdam, 1968; Tamesis Books, Londres, 21971, con prólogo del mismo Sender).

[3] Mi último escrito sobre la distancia se encuentra en «Poemas de nueve meses» (Cómo se hace un poema, Pre-Textos, Barcelona, 2002, página 27). Y de contención tengo el comentario más largo en mi artículo «Indefinible Luis Cernuda, el contenido», Revista Literaria Camp de l’arpa, 28, enero, 1976, págs. 25-29.

[4] El texto está minuciosamente revisado. Tan sólo hemos detectado dos erratas, ambas en notas a pie de página, las cuales apuntamos para conocimiento del autor: (1) «Pues también prefieren renuncian, en la práctica» (74, n. 83); y (2) «El rasgo [bajo] es es el único» (88, n. 95). En ambos casos, las cursivas son nuestras.

[5] Estas son, para el autor, las clases fonemáticas fundamentales existentes en nuestra lengua, al no existir los glotales o glides, en el sentido que les da, por ejemplo, la lingüística norteamericana, como R. Jakobson, C. G. M. Fant y M. Halle, Preliminaries to Speech Analysis, Massachussets Institute of Technology, Cambridge (ma), 1952, § 2.223 (véase «Clases fonemáticas fundamentales», § 1.2.3.).

[6] E. Alarcos Llorach, Fonología española, Gredos, Madrid, 41965, § 109. El manual de Alarcos apareció por primera vez en 1950. No obstante, lo citamos por la última edición, aumentada y revisada.

[7] No se trata, por tanto, de semiconsonantes, según la distinción tradicional entre realizaciones pre- y posnucleares. El análisis de estas unidades conlleva la aparición de una serie de problemas cuyo origen reside, como ha comentado el autor, sobre todo en la confusión entre los criterios de tipo funcional y los de tipo distribucional; y, asimismo, en el empleo inadecuado del término glide (véase n. 2), el cual designa una serie de elementos distintos pero coincidentes en su naturaleza no consonántica.

[8] Luego tiene que considerar el autor el problema de si /a/ funciona como -grave / -agudo o como +grave / +agudo. Al final se decanta por esta última posibilidad, sorprendentemente la menos aceptada, puesto que la primera «supondría presentar /a/ como el no marcado de todos los fonemas vocales del castellano, presentación que en modo alguno viene respaldada por el efectivo funcionamiento de /a/ como fonema» (93).