RECENSIONES IV

 

Michael Ryan, Teoría literaria. Una introducción práctica (Col. Manuales / Filología y Lingüística), Alianza Editorial, Madrid, 2002, 184 págs.

    La traducción de este manual, preparado por un profesor norteamericano, responde en el título literalmente al original. El pasado año propuse en estas mismas páginas una recensión dedicada a otro reciente manual del mismo origen y de extensión similar (en realidad menor, pues su formato era el de libro de bolsillo): Jonathan Culler, Breve introducción a la teoría literaria (Crítica, Barcelona, 2000). La diferencia fundamental entre uno y otro consiste en que el nuevo se presenta como Practical Introduction, y así ejerce dominantemente en todos y cada uno de los nueve capítulos de que consta, siguiendo las diversas «orientaciones disciplinares», mientras que aquél pretendía ofrecer una introducción Very Short y, además, era mucho más chistoso y los chistes alcanzaban en varias ocasiones la plena página dibujada y con sus correspondientes pies. Así hubimos de empezar a pensar si todo esto del serio ejercicio crítico, la reflexión estética, filológica o literaria, no era un extravío más del estúpido logocentrismo occidental y su obstinada y obtusa dedicación tradicional a esos saberes de forma no divertida. Ahora bien, lo cierto es que Ryan declara que la idea de su libro proviene de la honesta pretensión de querer ayudar a los estudiantes a que entendiesen «cómo funcionaba la teoría en interpretaciones prácticas», y que, además, pretendía en origen reunir sus propias y variadas interpretaciones sobre un mismo texto literario realizadas mediante las distintas orientaciones críticas en uso, y de este modo servir de complemento a la introducción a la teoría literaria del marxista Terry Eagleton. Realmente extraña, o cuando menos curiosa, resulta esa posibilidad de que un mismo crítico pueda enfrentarse a un mismo texto desde principios diversos y hasta opuestos y, de esta manera, con resultados verdaderamente diferentes. De ahí se sigue que la reflexión crítica no sería más que un juego a modo de pequeña mascarada; que poco importa situarse en un lugar o en cualquier otro. Es como el sujeto autotransmutador de todas las epistemologías, o la apoteosis epistemológica como el que no lo quiere y a ratos sucesivos. Pero, casi aún más increíble, el hecho es que las circunstancias condujeron a Ryan, según confiesa, a raíz del nacimiento de «unos bebés», a preparar en colaboración una antología de textos de teoría literaria.

    El libro publicado ahora no es sino un paso más en esa absurda política española, predominantemente barcelonesa, si bien asimismo con renovado impulso madrileño, que consiste, desde la más abyecta saña contra el milenario saber filológico y el mundo de la cultura románica que nos es propio, en querer trasplantar a nuestro país y a nuestra lengua, de golpe y en bruto, todo el arduo, particular y detestable problema anglosajón y específicamente norteamericano referente a las humanidades y a esa singular y, por lo visto, para ellos divertida disciplina que es la crítica literaria o la teoría literaria, y nombro ambas porque justamente este tipo de obras no suele diferenciar la una de la otra. ‘Cultural Studies’ suelen decir ellos, ¡y desde qué cabezas! Aquí, los editores se guían más bien por los títulos de las asignaturas de los planes universitarios, donde Teoría de la Literatura, al igual que Lingüística General, son materias troncales del primer ciclo de licenciatura en cualquiera de las titulaciones filológicas. Y ésta es sencillamente la aspiración de la edición española de este manual, sin duda apoyado por ciertos sectores de la filología inglesa, la cual de tal cosa guarda poco más que el nombre, ‘evolución’ que hay que reconocer sobresalientemente propiciada por la presión de los departamentos anglistas, tan extendidos en todo el mundo para desgracia de filólogos y de las humanidades. Parece claro que esa masa anglosajona está empeñada en modernizarnos a todos hasta el punto de que no quede recinto universitario occidental en que no se pronuncien más que frases simples o bien puras diarreas verbales; que no quede recinto universitario occidental en que el objeto central de ‘reflexión’ filosófica y literaria no sea el falocentrismo, el pensamiento gay o la literatura lesbiana. Pero sucede que en Europa, y aun en América, todavía hay quien no quiere dedicarse a hablar de esas tonterías, de ideologizaciones simplistas que, por si fuera poco, se arrogan la potestad, desde la mayor ignorancia, de tachar de ideología a cualquier tradición del saber que no sea la simplista propia. Al decir de Ryan, en el prólogo del libro, y dando la vuelta al término o a la idea con que en América se suele designar a estos potentados del profundo saber antifalocéntrico, aquellos que se resisten a los poderes de tan nuevos y grandes dogmas no son sino «resentidos». En realidad, si bien se mira, no tiene desperdicio el candoroso comienzo del prólogo: «La teoría literaria es, debido a su dificultad, tan conocida como temida. Un artículo reciente publicado en el New York Times tachaba de incomprensible al teórico francés Jacques Derrida. Además, y en reacción a la teoría, se ha desarrollado en Estados Unidos un grupo numeroso de resentidos académicos de literatura. Cuando se suceden cambios de tendencias tan enormes como los que han transformado los estudios literarios durante las últimas décadas, y que han cambiado las bases de la crítica, es comprensible que aquellos con inversiones en viejos vocabularios y en las teorías que han sido desplazadas muestren sus discrepancias» (pág. 11). El pobre Ryan no parece saber en qué momento de la historia se halla, ni si hubo algo algún tiempo atrás.

    Y como ya dije con ocasión del comentario al manual de Jonathan Culler, maldita la gracia de querer importar todo el gigantesco problema característico de la cultura norteamericana a nuestro país, cuando aquí ya tenemos nuestros difíciles problemas pedagógicos y académicos. Y porque en ningún momento se nos trae nada que tenga que ver con la inteligencia y la ética admirables de esos grandes norteamericanos que representaron a un gran país, es decir Emerson, Dewey y otros; no, sólo se nos trae la moda detestable; sólo se nos trae la trivialidad de la nueva sociopolítica; sólo se nos trae lo peor… ¿Para qué queremos nosotros esas cosas?

J. Caralt

 

Norberto Mínguez Arranz (dir.), Literatura española y cine (Col. Compás de Letras) Editorial Complutense, Madrid, 215 págs.

    Sin procedencia alguna de curso o congreso, que suele ser el habitual origen de este tipo de libros colectivos, aparece este conjunto de estudios con el nombre de Literatura española y cine bajo la dirección de Norberto Mínguez Arranz, que ya nos ofreció un estimable trabajo dentro de este ámbito de investigación en La novela y el cine: análisis comparado de dos discursos narrativos (Ediciones de La Mirada, Valencia, 1998).

    «Del libro al celuloide; algunas reflexiones sobre el fenómeno de la adaptación», a cargo de Antonio Lara, es el primer artículo, fiel a su título, sin aparato crítico, con la frescura de una charla distendida y aparentemente el único apoyo de la memoria, pues escasean los datos precisos. El autor se mueve en el terreno de lo anecdótico para contestar a la pregunta de partida «¿por qué hay tantas películas inspiradas en obras literarias?» (pág. 1) con la hipótesis inicial ‘ingenua’ de la falta de creatividad del cineasta que Lara matiza deslizando la razón hacia «la costumbre y la pereza» y añadiendo factores económicos (la reducción de riesgos).

    Lástima que no se extienda en esta línea, ya que pasa rápidamente a señalar lo caprichoso del fenómeno; a cambio propina un aldabonazo a la crítica en forma de sugerentes cuestiones, denunciando que no suele plantearse el origen de la adaptación, sólo los resultados. El problema que encuentro es que la información necesaria para rastrear dichos «orígenes» y responder a esos interrogantes no suele estar al alcance del investigador, se queda entre bastidores y sólo trasciende lindando con el chismorreo, porque, como bien indica el propio Lara, llama más la atención la disensión que el acuerdo y la empatía. Pero además hay un segundo inconveniente que encierran las palabras del autor: en el ámbito de esos «orígenes» suele operar «la falta de lógica» (pág. 7), de modo que sólo a veces tiene sentido indagar en ese ámbito, para lo cual ayudan los dossiers de prensa que hoy día acompañan a los filmes y la proliferación de entrevistas sobre los porqués de cada proyecto, pero se adivina todo un mundo sesgado que sólo aparece completo para sus propios artífices.

    Apunta Lara también un aspecto crucial como el legal, en el que se han inventado cláusulas disparatadas para salvar las espaldas de unos y otros, pero de nuevo surge la dificultad de que los términos de estos contratos rara vez salen a la luz.

    La propuesta más brillante del artículo, aunque no es, desde luego, original, ni está desarrollada por extenso, consiste en que la adaptación puede verse como una reinterpretación, y emplea el autor unos términos que en su sencillez expresan perfectamente una faceta esencial del proceso: se trata a menudo de que determinadas ideas de un texto de partida se contemplen «como si se presentaran por primera vez» (pág. 8), y es que una vez solventados los términos legales, un argumento, unos personajes, incluso un modo de narrar parcialmente análogo, quedan a disposición de los responsables del filme y puede suceder que del texto literario no permanezca más que un ligero recuerdo, como sucede en Apocalypse Now respecto a El corazón de las tinieblas, de Conrad. Otra posibilidad es que «el punto de partida no es la obra original —aunque se mantenga el título y algunos de sus personajes—, sino otra adaptación secundaria realizada para la escena o la televisión» (pág. 9), cuyos ejemplos más conocidos son el Frankenstein de Whale y La diligencia de Ford, y la explicación de Lara es bastante convincente: se aprovecha el óptimo resultado en otras esferas para soslayar uno de los problemas cruciales, la duración del relato, que ya ha sido solventado por otros.

    Para comprender los planteamientos del autor es preciso tener en cuenta una diferencia esencial entre ambos cauces artísticos: el séptimo arte, en líneas generales, es un trabajo de equipo y sometido a exigencias industriales que la labor solitaria del literato, por más que también este último se vea inmerso en el ámbito de las empresas editoriales y el proceso creativo se contamine de dictados ajenos a sus propios criterios. Puede explicarse así la falta de lógica que apunta Lara en la plasmación fílmica de determinados libros. Hasta la influencia de los actores y sus caprichos terminan por resultar decisivos en la confección de un largometraje. No debe sorprenderse el estudioso si tras complicados análisis de tipo narratológico —que, por otra parte, parecen los más sólidos y los que rinden más satisfactoriamente— descubre que algunos elementos de la película responden en realidad a casualidades de esa olla de grillos que suele ser un rodaje, o bien a imposiciones del casting y otras múltiples contingencias que no han de olvidarse en este campo de investigación.

    En agotador contraste con la sencillez del artículo anterior, Margarita Ledo Andión escribe un texto críptico, denso, galófilo, de párrafos inspiradísimos que van mucho más allá de lo que en ciertos segmentos parece un tanteo tipológico o un recorrido cronológico. Cualquier intento de recrear en estas páginas el trabajo de Ledo requeriría, tal vez, una cámara al hombro, y si he entendido la idea central que sugiere, ya me cuidaré de utilizar palabras para hablar de palabras, al menos de las suyas, a modo de homenaje, que extiendo a Bresson, Resnais, Erice y —no sin reticencias— a Greenaway, recordados todos en el artículo. Permita sólo la autora, o de lo contrario esto no sería dar noticia del libro, que cite su breve glosa de lo que Marie-Claire Ropans-Wuilleumier denominó l’oubli du texte: «el gesto de borrar las huellas como bruscos retornos que nos indican justo ese punto en que el olvido trae en su regazo la memoria que quiere ocultar» (pág. 26), magnífica definición del proceso que se estudia en este volumen tal y como lo entienden determinados cineastas más preocupados por mostrar que por narrar, y esto puede ser terrible mal utilizado, pero fascinante si se hace consciente y honestamente, y no para ocultar la ineptitud.

    Del universo etéreo de Ledo pasamos a otro tipo de aportación más terráquea, más apegada al objeto de estudio: «Una revisitación franquista del Lazarillo de Tormes», donde Nuria Cruz-Cámara y Gregory Kaplan ponen sus conocimientos específicos sobre la España del siglo xx y el judaísmo, respectivamente, para explicar las significativas transformaciones ideológicas que Ardavín llevó a cabo respecto a nuestra más célebre novela picaresca en su largometraje de 1959, concluyendo que el realizador opera como un «inquisidor metafórico» que despoja al texto anónimo de toda crítica social y religiosa para construir «el relato de un niño pobre que reencuentra la fe católica» (pág. 39).

    Al nutrido número de estudios que se va acumulando sobre las filiaciones fílmicas de La Regenta, en especial acerca de sus supuestas cualidades cinematográficas, se suma «Finales de novela, finales de película: de La Regenta (Leopoldo Alas, 1884-1885) a La Regenta (Fernando Méndez-Leite, 1994-1995)», de José Manuel González Herrán, que ya había analizado en otro lugar el virtual filme que la novela encerraba a su juicio, y, como por fin cristalizó su propuesta de llevarla a la pantalla mediante la fórmula televisiva —era sólo un proyecto entonces—, que permite mayor dilación, el autor se centra en la clausura de los dos relatos, el fílmico y el literario, donde lo más significativo es «la fidelidad con que las palabras de Alas han sido traducidas a imágenes y sonidos» (pág. 49), peligroso término de partida pero que Martínez Herrán resuelve bien, aludiendo a un interesante elemento extratextual que incorpora al cotejo: los grabados que ilustran la primera edición de la novela en los que parece haberse inspirado Méndez-Leite, lo que nos podría llevar a una reflexión sobre la supuesta libertad del lector literario a la hora de construir imágenes mentales, de imaginar, en contraste con la servidumbre del espectador de cine a lo que ya le dan conformado; o, lo que es lo mismo, bendita abstracción que invita a co-crear frente a maldita concreción que sólo provoca indolencia. Pero esta estricta separación, además de ser injusta e inexacta, tropieza con determinadas excepciones muy significativas. Volvamos a la literatura y a un ejemplo aún más conocido que el de La Regenta: ¿no hemos leído muchos El Quijote con los ojos de Gustavo Doré, tengamos sus ilustraciones en la página impar o bien en la memoria visual? Y si se me permite el aparente sacrilegio, ¿no lo hemos leído también los que pertenecemos a determinada generación con los asideros icónicos de la serie de dibujos animados emitida por Televisión Española, y nos acompañamos de esas formas concretas al zambullirnos en la creación cervantina? En la iconosfera en la que nos movemos diariamente hay buen número de casos semejantes, y lo que leemos, en una operación simultánea de re-conocimiento y empatía con aquel que ha visualizado previamente el texto escrito, halla a veces un simpático parangón con referentes específicos. Que esto sea pernicioso o no llevaría a un análisis demasiado prolijo para una recensión.

    Volviendo al estudio de González Herrán, donde se reproduce uno de esos grabados, continúa el autor señalando leves cambios y añadidos respecto al texto literario: aplaude, por ejemplo, el trazado en forma de tela de araña sobre el que cae (Ait)Ana Ozores en la serie televisiva, o la eliminación del monólogo interior por «poco cinematográfico»; denigra, en cambio, la no traslación a la pantalla de un efecto visual que encierra una descripción, lo que nos podría conducir a una nueva reflexión sobre las acotaciones en los guiones, para lo que invito al lector a dialogar con Norma Rodríguez González, que en «El guión cinematográfico como género literario»[1] aborda la cuestión de manera sobresaliente.

    Jugando a ser guionista a posteriori, concluye el autor con un comentario sobre la gestualidad que se desprende de las palabras de Clarín en la escena final y el modo equilibrado como lo resuelve Méndez-Leite «al prescindir de algunas muecas demasiado teatrales» (pág. 56) en el arrebato último de Fermín, bastante comedido en el texto fílmico, mientras que el «acólito afeminado» escuetamente caracterizado en la novela expresa en imágenes «la sutileza de su depravación».

    En «Independencia y literariedad: dos películas de Ventura Pons», Paul Julian Smith intenta «proponer que las condiciones objetivas del campo cultural catalán, tanto industriales como artísticas, han posibilitado la emergencia de un cine catalán realmente independiente, que ha sabido compaginar las ambiciones estéticas de la Escuela de Barcelona con la referencia que hizo Films Barcelona a los prestigiosos autores y actores del drama catalán» (págs. 66-67), ejemplificando con la destacada figura de Ventura Pons y más concretamente con su opera prima, Ocaña, retrato intermitente (1977), documental que juzga «una adaptación literaria enmascarada» (pág. 78), en tanto que su película Actrius (1996), curiosamente, «es un documental enmascarado».

    Marvin D’Lugo diserta sobre «Pedro Almodóvar y la autoría literaria» partiendo de que el concepto de cine de autor en el realizador manchego se identifica en sus inicios con el espíritu de la contracultura, oponiéndose a la idea de cine de calidad con la que se asociaba el término en la generación anterior (piénsese en Carlos Saura, por ejemplo), que es sustituida por un ‘arte de reciclaje’ como el propugnado por Warhol y vislumbrado en el personaje de Pablo que aparece en La ley del deseo (1987), llamada aquí «praxis de autoría de los ochenta» (pág. 84).

    D’Lugo analiza en la parte central del texto la representación del concepto de autoría literaria en tres filmes de los noventa, Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Todo sobre mi madre (1999), proponiendo al cabo que tienen en común los personajes escritores de estas películas «una creencia en la literatura donde ellos esperan encontrar no sólo su propia regeneración creativa, sino la posibilidad de una renovación cultural también para España» (pág. 98).

    José Luis Sánchez Noriega ha elegido un magnífico ejemplo para su «Indagación desmitificadora del primado estético de la literatura frente al cine», Los santos inocentes (Delibes / Camus), aplicando sus conocimientos sobre el realizador, al que dedicó el monográfico Mario Camus (Cátedra, Madrid, 1998), y poniendo en práctica el modelo metodológico que propuso en De la literatura al cine: teoría y análisis de la adaptación (Paidós, Barcelona, 2000), de modo que contempla equivalencias estilísticas, estructura del relato, procedimientos de adaptación, orden de la historia y hermenéutica y recepción, epígrafes que le sirven para vertebrar su análisis.

    En la primera parte del artículo, de alcance general, resume perfectamente las principales razones por las que tradicionalmente el cine ocupa un menor rango artístico respecto a la literatura, lo cual acarrea el rechazo generalizado de la traslación del libro a la pantalla: la separación entre lo artístico y lo espectacular, la frecuente insatisfacción del literato frente a la adaptación de su trabajo, la idea de que el cine usurpa o saquea al libro con objeto simplemente comercial, la excesiva diferenciación de los lenguajes fílmico y literario por parte de los investigadores, los prejuicios en la recepción y la tendencia a denigrar todo lo que no sea creación ex nihilo.

    En la segunda parte, explica el autor que la conocida pericia como adaptador de Camus, unida a la empatía con Delibes, que refrendó la calidad del resultado, contribuyeron a que Los santos inocentes se convirtiera en un éxito de crítica y público, que relanzó además el interés por el texto de partida, como demuestra su currículum editorial. Es por tanto un paradigma en el ámbito español de una película basada en una novela que puede ocupar un lugar más destacado en la historia fílmica y en el conjunto de la filmografía de su realizador en comparación con lo que representa su punto de referencia literario, teniendo en cuenta que, como matiza Sánchez Noriega, «en cuanto discursos heterogéneos son incomparables» (pág. 112), pero en relación a sus respectivos logros estéticos en los campos cinematográfico y literario, la obra de Camus es superior.

    Norberto Mínguez ha elegido El Sur (Erice / Sánchez Morales) como motivo de reflexión, que ya había sido analizado minuciosamente por Sánchez Noriega, y aquí soslaya la atención excesiva al carácter inacabado del filme optando por la explicación de determinados elementos narratológicos que la crítica ha asociado con lo literario, ya sea de modo peyorativo o no, y tanto en un caso como en otro el autor refuta esas opiniones argumentando perfectamente. Un ejemplo: la acusación de que Erice es incoherente en el empleo del punto de vista narrativo, que corresponde a la mirada de Estrella predominantemente, y que en dos secuencias se desplaza a la de su padre. No tiene fundamento porque «el cambio de focalización es inherente al cine» (pág. 125) y, además, hay en El Sur otros momentos que no nos llegan desde el prisma de Estrella y no nos alarmamos. Coincido en que «no es preciso afirmar que la narradora de El Sur es Estrella» (pág. 124), pero a la justificación narratológica de Mínguez tal vez puede añadirse una motivación psicológica: no es de extrañar que esas dos secuencias clave en la película produzcan un cortocircuito en el espectador y que algunos críticos protesten, pero no debería ser tanto por cuestiones de perspectiva como por el pudor que nos llevan a sentir. En el juego de ocultaciones / mostraciones que permite cualquier relato, se puede privilegiar al receptor si ocasionalmente se le ofrece más información de la que posee alguno de los personajes, en el caso de El Sur la protagonista, y si el recurso es absolutamente legítimo desde un punto de vista narrativo, cabe preguntarse si emocionalmente el espectador se siente un privilegiado o más bien un usurpador de la verdad que busca Estrella y que Mínguez ha explicado perfectamente en el artículo, definiendo en última instancia El Sur como «la fascinación por lo desconocido» (pág. 129). Lo que puede resultar molesto para el receptor es que lo desconocido se nos muestre parcialmente a nosotros sin que hayamos realizado más esfuerzo que ponernos a ver el filme, en tanto que a Estrella se le veda en pago de sus pesquisas, claro que esto, no obstante, puede representar todo un logro, pues a cambio de un sonrojo se introducen en la historia unas cartas que, lejos de frustrar el ejercicio de ensoñación, lo potencian, de manera semejante a otras epístolas memorables de nuestro cine, como aquella de El espíritu de la colmena, también de Erice, o la de You’re the one, de Garci, las tres, curiosamente, «historias de entonces», y es que aquel tiempo de silencio fue un tiempo de ausencias, que en todas estas películas, como bien apunta Mínguez a propósito de El Sur, «pesan y duelen más que las presencias» (pág. 128).

    Rafael Utrera, que lleva años brindándonos excelentes estudios, de índole predominantemente documentalista, sobre literatura y cine, ofrece aquí «Escritores del 98: de la teoría cinéfoba a la práctica cinéfila», un tema que conoce perfectamente y al que ha dedicado ya varios trabajos. A un primer grupo de «teorizantes» pertenece el conocido «cinematófobo» Unamuno, que aplicó al cine adjetivos como «hórrido», «molesto», «antiartístico» o «parlamentario», considerándolo «teatro sin literatura» (pág. 134), y Antonio Machado, en cuyo Juan de Mairena es llamado «invento de Satanás para aburrir al género humano», pero advierte Utrera que su aparente desdén forma parte de un escepticismo más general resuelto con sentido del humor. Aún dentro de los teóricos, pero ya «cinematófilos», se hallan Manuel Machado, Maeztu, Manuel Bueno, Baroja, Valle y Azorín; y entre los «pragmáticos», es decir, los que vivieron «desde dentro» el mundo del cine, incluye Utrera a Benavente, Muñoz Seca, Arniches, Marquina, Martínez Sierra, Ricardo Baroja, Zamacois, Pérez Lugín y Blasco Ibáñez. La nómina de un grupo y otro permite concluir que el panorama teórico es riquísimo y las aproximaciones prácticas, abundantes, pero lo más destacado del artículo es que deja en entredicho la idea de que los del 98 repudiaron sistemáticamente el cine, ya que, en puridad, sólo Unamuno, cuya sombra parece demasiado alargada incluso para este aspecto, es un auténtico «cinematófobo».

    Siguen dos trabajos sobre las cinematografías gallega y vasca: «Crear imágenes: las propuestas literarias gallegas», donde Emilio C. García Fernández, tras un apartado de generalidades muy bien elaborado, realiza un repaso por la literatura gallega llevada al cine, se centra en las figuras de Valle y Fernández Flórez, y termina lamentándose de la escasa atención de las instituciones públicas por abrir «las puertas del audiovisual a los gallegos que han creado imágenes tan vivas sobre la historia de un país, de sus gentes, de sus tradiciones, un paisaje y cultura arraigada en la milenaria fabulación y el realismo más crudo» (pág. 169); en «El texto como pre-texto: en torno a la adaptación en el cine vasco», Casilda de Miguel se vale de filmes de los 80 como La fuga de Segovia, Otra vuelta de tuerca o La monja alférez para ilustrar la defensa de que «la adaptación es un nuevo acto de creación» (pág. 190) donde termina siendo determinante el contexto social y político en el que se produce, y en este caso, según la autora, «es la preocupación por lo nacional, manifestado a través de los recursos iconográficos y narrativos, lo que ayuda a construir unos valores que el espectador inmediatamente atribuye a todo el colectivo que constituye la sociedad vasca» (pág. 191).

    Se cierra este libro con la aportación de Teresa M. Vilarós, «Cine y literatura en la España de los sesenta: testimonio de un primer proceso de desideologización», que analiza cine, literatura y televisión con el referente fundamental de lo que se llamó «la década Fraga», de cierto aperturismo anejo a una liberalización económica en proceso, que conlleva una «desdiferenciación político-cultural» a la que se resiste durante los 60 la izquierda intelectual representada por el cine neorrealista, el experimental y la literatura social realista, pero a la que se terminará rindiendo al filo de los 70 la Escuela de Barcelona y, ya en los primeros años de la transición, los literatos del Grupo de Barcelona y la Gauche Divine.

    Salvo este último artículo, cuya inclusión en el libro resulta un tanto traída por los pelos si no es como ejemplo de respuestas similares a determinados avatares históricos por parte del cine y la literatura, el panorama investigador que se perfila en Literatura española y cine es variado y sugerente, ofreciéndose propuestas de estudio de gran solidez gracias a la circunstancia que recordábamos al inicio de esta reseña: no existe previo evento (curso, simposio u homenaje) aglutinador, que a veces provoca una convivencia de estudios forzados por el tema central en actas que son auténticos disparates editoriales.

R. Malpartida Tirado.

 

Sergio Wolf, Cine / Literatura. Ritos de pasaje, Paidós, Buenos Aires, 2001, 175 págs.

    En el ya nutrido caudal de libros escritos en español sobre las relaciones entre literatura y cine, hallamos alguno que recurre a la metáfora como bautismo y crece no sujeto al rigor estrictamente académico, sino más bien a intuiciones que se tornan sugerencias, ideas aún en ciernes que invitan a cultivarlas, reflexiones que huyen de lo pretendidamente exhaustivo para hacer al lector alzar la mirada de la página impresa y escribir su propio libro en ese espacio fecundo que no se deja labrar por la pluma. A esta estirpe de obras que difícilmente figuran en los repertorios bibliográficos destinados a estudiantes universitarios, pertenece una que, en efecto, optó por bautizarse con hermoso título que bien podría tomarse como definición del cine, Los sueños de la palabra [2], y que su autor, José María Latorre, dejó sobrevolar por las frágiles latitudes del ensayo, desechando las férreas seguridades del manual o tratado.

    En esta línea se inscribe, desde el propio título, Cine / Literatura. Ritos de pasaje, donde Sergio Wolf, docente en escuelas de cine de Buenos Aires y conocedor también de los entresijos del Séptimo Arte por su labor de guionista y su reciente incorporación a las tareas de dirección, insiste desde el prólogo en que «los materiales incluidos en este libro no fueron elegidos para cerrar el circuito de cierto marco teórico, sino para abrir un marco problemático de trabajo» (pág. 13), tratando de evitar ciertas direcciones metodológicas que juzga erróneas a pesar de su consolidación en este terreno de estudio: en primer lugar, la especulación teórica sin más, que en este libro se sortea gracias a una continua labor de ejemplificación, en especial en el último apartado; en segundo lugar, el empleo exclusivo de obras canónicas, del que se aparta Wolf por considerarlo «un acto de pereza», escogiendo para sus disquisiciones no sólo «textos literarios o películas de una sola época, nacionalidad, espesor, valoración crítica o histórica, un escritor o un cineasta en particular, sino que se aspiró a contemplar como eje el interés que presentaban ciertos casos» (pág. 11) que configuran un panorama heterodoxo con el fin «de abolir las fronteras canónicas entre literatura culta y literatura de mercado» (pág. 13); por último, se rechaza también «la concentración burocrática, enumerativa o presuntuosamente científica de las diferencias entre textos literarios y filmes» (pág. 11), de modo que en este libro no se hallarán cuadros y esquemas o tablas infalibles, sino el fruto de un auténtico festín de literatura y cine que Wolf se ha dado, y que parece presentar aún sin digerir del todo, como si al lector hubiera de corresponder, inevitablemente, darle un empujoncito a todo ese material en su tránsito.

    Que el autor se sitúe en un mullido asistematismo que le exime de dar cuentas al final de su recorrido (no hay un lugar específico de conclusiones ni se leen entre líneas en cada una de las secciones), más interesado en el camino que en el resultado, no significa que esté carente la obra de una o varias ideas centrales que vertebran el discurso. La principal de las cuales consiste en un alegato terminológico que encierra una clara toma de postura: conviene hablar no de adaptación [3], ni de traslación, traducción o versión, sino de transposición, término que ya han acuñado bastantes investigadores, y cuya virtud consiste en que «designa la idea de traslado pero también la de transplante, de poner algo en otro sitio, de extirpar ciertos modelos, pero pensando en otro registro o sistema» (pág. 16). Llama la atención que se burle justo en la página anterior de una «implicancia médica» que acarrea el vocablo adaptación al situar el cine «como electroshock o como píldora tranquilizante de la literatura», cuando él se vale precisamente del fondo léxico no sólo de la medicina, sino más concretamente de la cirugía, para referirse a la transposición. Lo cierto es que, perdonando esta paradoja, extensible a unas recurrencias de vocabulario no siempre acertadas porque oscurecen el texto, Wolf defiende correctamente su posición teórica haciendo ver, por ejemplo, que el análisis de la transposición no puede partir de prejuicios puristas que erigen la literatura en un medio o arte superior saqueado con mero afán mercantil, de modo que el procedimiento de transvase no es sino «una desgracia inevitable», como tampoco ha de ponerse en marcha una «máquina punitoria» que delate un rosario de diferencias entre la obra literaria y la película sin explicar las motivaciones de cada alteración.

    Si la primera tendencia está ya superada (los escasos residuos que permanecen son fácilmente detectables y en consecuencia rápidamente olvidables), de modo que resulta a estas alturas inoperante contribuir a su descrédito, en el segundo de los casos sí que es preciso insistir, porque tras un telón de pretendido rigor analítico suele esconderse una absoluta vacuidad interpretativa, además de que no se trata tanto de descubrir discrepancias detectivescamente, anejas a que cada medio tiene como soporte un lenguaje distinto, sino de buscar puntos de intersección o divergencia entre concepciones estilísticas o ideológicas del autor literario y el cinematográfico, si bien Wolf es consciente de que el concepto de autoría se difumina en el caso del cine al tratarse de un trabajo eminentemente de equipo, pero sabe indagar perfectamente en la trastienda de los filmes, allí donde se gesta el guión y se generan decisiones fundamentales que cristalizarán en el producto acabado del largometraje.

    Ejemplo de dos modos bien diversos de abordar una transposición son Una enemiga en la casa de Rawi, aséptico desarrollo de una peripecia argumental, y La ceremonia, excepcional película de Chabrol basada igualmente en La mujer de piedra de Ruth Rendell, pero con una infinita superioridad de matices respecto a la película británica, en especial por una filiación hitchcockiana que Wolf parece identificar con lo que se conoce como suspense, y tal vez se echen en falta unas líneas más para explicar en qué consiste el mecanismo en manos de Chabrol, porque el ritmo narrativo y el gusto por el detalle son los que definen en este caso sendas concepciones estilísticas. Coincido, desde luego, en que se produce entre ambos textos, el literario y el fílmico, un diálogo fructífero que alcanza sus mayores cotas cuando el cineasta francés decide «asociar al espectador con el punto de vista del demente [y así] sigue la lección de Hitchcock» (pág. 24).

    En cuanto a diferencias inherentes, no ya a universos personales de los creadores, sino a los recursos disímiles con que cuentan cine y literatura, por fortuna no hay procedimientos perfectamente análogos de transposición, «las equivalencias no implican un decálogo» (pág. 35), como bien apunta Wolf, que ejemplifica aún mejor cuando se refiere a la primera persona narrativa: el aparente correlato fílmico, esto es, la cámara subjetiva, si se emplea a lo largo de todo el filme, como sucede en La dama del lago de Robert Montgomery, no acerca el personaje central al receptor, sino que sucede todo lo contrario: lo distancia. Otro de los múltiples ejemplos que se aportan: todo lo que pertenece a la esfera interior de los personajes, expresado en la narrativa literaria básicamente a través de monólogos, y que Wolf presenta como la auténtica ‘bestia negra’ del que se propone realizar una transposición, no halla hermandad necesaria en la voz extradiegética, que en primera instancia parece su correlato ideal, ya que «el monólogo interior consigue una cercanía efectiva con el personaje, mientras que, con frecuencia, la voz off consigue más distancia que identificación» (pág. 65), afirmación discutible si pensamos en las muy diversas funciones que se le otorga a este recurso, entre las que se cuenta la de buscar una complicidad con el receptor. Pero el autor ilustra su idea convincentemente aludiendo al ámbito de procesos mentales como el recuerdo o el sueño, que en Las cosas de la vida de Sautet, que tomó como punto de partida el relato homónimo de Paul Guimard, se encauza, no tanto por la vía de parlamentos en off del moribundo interpretado por Piccoli, sino que una vez lograda la empatía con el espectador es cuando se emplea este procedimiento uniformemente y en forma de epílogo; y seguidamente aduce el caso de Muerte en Venecia (Mann / Visconti), cuyo «éxito dramático [...] descansaba en que el actor lograra que su cuerpo y las diversas zonas de su rostro sustituyeran el minucioso detallismo sensorial del personaje de Mann» (pág. 69), que en la pantalla grande encarnaba magistralmente Dirk Bogarde.

    El lector encontrará otros muchos ejemplos de esta índole en el segundo apartado del libro, que aborda «problemas generales» y «específicos» de la transposición, pero Wolf va más allá y se atreve en la última sección, llamada «Los modelos de transposición: de la adecuación al camouflage», con una tipología que vuelve a encabezarse con intentos definitorios del término, echando mano de nuevo de la formulación metafórica: «cómo olvidar recordando», y guardándose las espaldas con la excusa de que la ha elaborado «sin ninguna pretensión taxonómica ni cientificista, y con cierto grado inevitable de arbitrariedad» (pág. 89), acorde con el tono adoptado en el libro, a lo que habríamos de contestar que en ese caso es mejor obviar la clasificación y disfrutar sencillamente con la práctica comparativa que despliega el autor. Así, pasando por alto un desaconsejable etiquetado, desfilan por estas páginas análisis del decepcionante canto de cisne de Truffaut, Vivamente el domingo [4], que sin embargo parece gozar del beneplácito de Wolf; El exorcista de Friendkin, donde vuelve a explicar la solución a un problema que podía haberse resuelto con la voz en off y que en cambio descansó en el trabajo interpretativo; La música del azar de Paul Auster, que Philip Haas llevó al cine de modo poco satisfactorio a juicio del autor; A sangre fría de Richard Brooks, ejemplo de «lectura inadecuada» que Wolf equipara al adulterio y se basa en la siguiente afirmación: «Que el sentido de una obra sea una serpiente que zigzaguea, que sea inaprehensible, no debe hacer creer que toda lectura es válida, aunque sea legítima» (pág. 110), lo cual hará comprender al lector por qué es recomendable olvidar el etiquetado que exhibe el autor, ya que el magnífico libro de Truman Capote va en una dirección y la no menos elogiable película de Brooks en otra (en especial en lo que atañe a la construcción de los personajes), sencillamente, y su constatación y explicación no debería acarrear una valoración negativa de este sesgo; la atracción empática que literatos y cineastas evidencian en los casos de Stalker (hermanos Strugatski / Tarkovski), Reflejos en un ojo dorado y Dublineses (McCullers y Joyce / Huston, «el hombre que transponía demasiado»), Matilda (Dahl / De Vito) y La noche del cazador (Grubb / Laughton), definido por Wolf acertadamente como «un filme que opera de bisagra en la historia del cine» (pág. 133); la curiosísima dependencia del París, Texas de Wenders respecto a los textos de Shepard que componen Crónicas de Motel; los «proyectos opuestos» de Bartolini y De Sica en El ladrón de bicicletas; la lectura que Almodóvar realizó de Ruth Rendell para dar a luz Carne trémula; y, por último, muestra de ese sinuoso terreno que Wolf denomina «la transposición encubierta», tenemos el caso de Joel Coen aprovechando material de Hammett para Muerte entre las flores, como señalan a menudo los detractores del filme, y de Walter Hill con la Anábasis de Jenofonte entre manos cuando puso a pelear a sus Warriors.

    A esta nómina de ejemplos podrá sumar el lector la de películas latinoamericanas que lógicamente conoce el autor y no han cruzado el charco, de modo que la lectura de este libro puede suponer un estímulo para que los de aquí intentemos acceder a ese filón que ahora empieza a descubrirse merced a la eclosión del cine argentino y mejicano en particular, sin olvidar los precedentes en los noventa, aunque de más débil repercusión, de trabajos gestados en Cuba.

    Se habrá apreciado la enriquecedora heterogeneidad de títulos que desfilan por este ensayo de Wolf, que pese a las objeciones puntuales que ha suscitado en esta reseña, y que se podrían multiplicar más en virtud de gustos personales que debido a insalvables discrepancias teóricas [5], brinda un sugerente repaso por algunos «ritos de pasaje» que se han efectuado entre las dos esferas artísticas. Si el lector desea una aproximación más académica, más alambicada, en dirección opuesta al tipo de libros al que aludía inicialmente, en suma, si busca un manual de consulta precisa que le oriente con mayor solidez, poco antes de publicarse el trabajo de Wolf salió al mercado un útil libro de José Luis Sánchez Noriega, De la literatura al cine. Teoría y análisis de la adaptación, también en Paidós, donde sí hallará un cumplido recetario que le sirva de modelo, siempre y cuando comprenda que no se trata de acumular datos, sino de explicarlos, y creo que el texto de Sánchez Noriega, seguido con cautela, permite abrazar este consejo.

    La recomendación final es, naturalmente, que el lector haga convivir los dos volúmenes en su biblioteca, acogiéndolos como dos sendas complementarias, y quién sabe si Godard y Audrie Hepburn, protagonistas de sus respectivas portadas, vivirán una historia de amor en sus estantes. Ponga, para ejercer el celestinaje, los lomos en dirección contraria, favoreciendo así el encandilamiento.

R. Malpartida Tirado

 

Pedro Aullón de Haro, Teoría general del personaje, Heraclea, Madrid, 2001, 71 págs.

    La categoría de personaje y en general lo referente a los problemas que éste representa no son materia muy estudiada, en contra de lo que sobre todo el no especialista a primera vista pudiera pensar. Parece que esto del personaje, al menos en lo más visible desde la perspectiva de la crítica literaria, quedó en manos de semióticos, y de ahí a la nada, todo es nada. Pero si, a grandes temas, grandes males, también por otra parte grandes remedios. Y aquí de algún modo entramos en el centro del asunto, porque el libro que comentamos es pequeño de extensión pero grande y denso de concepto. Parece que es el estilo del autor.

    Este tratado breve, o quizás ensayo, posee una interesante historia, pues según se nos cuenta en el prefacio el texto se publicó con anterioridad en lengua coreana a propósito de una exposición de Goya en Seúl. Esto se entiende porque el autor mantiene en la última parte del libro que este pintor es el mayor creador de personajes que ha dado la historia del arte, que ha cumplido «asombrosamente pronto [...], como si de una humanísima y dolorosa cosmogonía se tratase, la posibilidad última del ser personaje y la disolución artística del ser» (pág. 57). Pero lo que importa decir es que el presente libro, pese a su brevedad, responde justamente a lo que su título promete, una teoría ‘general’, y posee la rara virtud de aunar el pensamiento literario, el pensamiento filosófico e incluso artístico y hasta psicológico en necesaria y adecuada conjunción, a fin de arrojar luz sobre un problema, que lo es, de gran trascendencia humanística y curiosamente muy relegado por la investigación, si bien es verdad, como explica Aullón de Haro, que existe una tradicional reflexión, sobre todo filosófica, y aunque dispersa, acerca del personaje. Es decir, la amplitud del horizonte cognoscitivo es una exigencia en los temas importantes del dominio humanístico, y aquí se cumple con creces y de manera precisa.

    El autor quiere aprovechar la circunstancia de su objeto para adoptar dentro de lo posible una postura inaugural ante el mismo, comenzando por dar respuesta a la pregunta ontológica. Y esto lo hace fenomenológicamente, porque si el personaje es «persona, ficticia o real, puesta en cualesquiera circunstancias a consideración, separada, diferenciada para un perceptor que en algún sentido la toma como objeto», y así «constituye al personaje, pues, el otorgamiento de un cierto tipo, cuando menos pragmático, de individualización», lo que quiere decir que toda persona es susceptible de acceder a la categoría de personaje, el hecho es que finalmente se define: «un personaje es alguien que relevantemente aparece». A partir de estos argumentos, se toma el criterio kantiano de la distinción entre ficciones voluntarias e involuntarias, cosa que permite con rigor y adecuada conjunción abordar los ámbitos de la vida, del sueño y de las artes. El primer ámbito, dominantemente voluntario, es el más general; el segundo y tercero, que a su vez se interpenetran, son respectivamente involuntario y voluntario. El personaje artístico y literario es considerado, en términos generales, como simbolización y significación, no limitadamente como función; es considerado como figura, pero asimismo como una fuerza sin la cual no representaría vida; y técnicamente es analizado teniendo en cuenta el ‘retrato’ y observando, entre otras cosas, que el gran personaje es el héroe de la aventura mitológica e iniciática mostrada por Campbell.

    Estamos ante un breve gran libro; en realidad se trata de un texto que presenta materia y argumentos para varios centenares de páginas; y, desde luego, es un estudio decisivo sobre el personaje.

J. Caralt

 

Everardo Mendoza Guerrero, El léxico de Sinaloa, Siglo XXI / El Colegio de Sinaloa, México, 2002, 158 págs.

    Con un prólogo de Luis Fernando Lara (El Colegio de México), la monografía de Everardo Mendoza se inscribe en el marco de la investigación sobre las zonas o áreas dialectales que componen la República de México [6]. Una vez concluido y publicado el Atlas lingüístico de México (seis volúmenes), dirigido por Juan M. Lope Blanch, ha llegado el momento de hacer las encuestas de modo exhaustivo en cada zona o variedad regional del español de México. Lope Blanch había propuesto ya la delimitación de una región con las «hablas del Noroeste», que englobaría las tierras bajas de Sinaloa y Sonora. El estudio de E. Mendoza se limita a las fronteras político-administrativas del estado de Sinaloa y prescinde de las relaciones lingüísticas de Sinaloa con Sonora, Baja California, Chihuahua, Durango y Nayarit. Sin embargo, el estado de Sinaloa se compone de tres áreas dialectales, bien delimitadas, por lo que se convierte en zona de transición entre el occidente y el noroeste, con una zona central que precisa aún de caracterización.

    Desde el punto de vista metodológico, E. Mendoza ha partido de los planteamientos de Lope Blanch, que aspiraba a levantar «los atlas lingüísticos y etnográficos» de cada una de las zonas nacionales. Por eso su exploración dialectológica contribuye a perfilar en el marco del atlas nacional aquellas hablas noroccidentales que corresponden a una de las 17 regiones lingüísticas en que dividió Lope Blanch el territorio nacional mexicano en 1971: las «Hablas del Noroeste» se extienden por las tierras bajas de los estados de Sinaloa y Sonora, que pertenecieron al antiguo reino de Nueva Vizcaya.

    En el momento actual, cuando ya disponemos del Atlas publicado, los investigadores podrán entregarse a culminar aquel proyecto de 1967 que empezó con la redacción del Cuestionario para la delimitación de las zonas dialectales de México. Dentro de este contexto, se enmarca la obra de Mendoza Guerrero.

    Para su estudio, Mendoza se ha servido del mencionado Cuestionario, así como de los datos recogidos con él, más los Materiales para el estudio de El habla de Sinaloa. Su investigación se ha orientado hacia la conformación dialectal del Noroeste mexicano, el establecimiento de las isoglosas en el interior del estado de Sinaloa y los límites de la zona dialectal que se adentran en otras regiones.

    Con el Cuestionario del alma se realizaron encuestas en una red de localidades que reflejaran la distribución geográfica, socioeconómica y poblacional de la sociedad de Sinaloa. Los puntos de encuesta se distribuyen de modo proporcional entre las tres regiones económico-administrativas en que se divide el estado (norte, centro y sur). Se escogieron seis informantes por localidad, residentes y originarios de ella, o que hubieran pasado allí más de dos tercios de su vida. Las variables sociolingüísticas consideradas fueron edad (tres generaciones: de 25 a 35 años; de 36 a 55 años; y de 56 años en adelante), sexo y nivel cultural (dos niveles distintos). De este modo, se obtuvieron los datos para el estudio de las variables y variantes léxicas en el español de Sinaloa.

    En el primer capítulo del libro (págs. 27-48), una detallada introducción nos acerca al marco histórico-social de los asentamientos de lenguas indígenas y la presencia española en el estado sinaloense. Entre las págs. 34-48, el autor presenta un resumen sobre cada localidad o punto de encuesta (Ahome, El Fuerte, Choix, Mocorito, Culiacán, Eldorado, etc.), para conocerlas mejor desde la perspectiva histórico-geográfica, socio-económica y cultural.

    Una descripción geográfica, político-administrativa y económica, en general, ocupa el segundo capítulo de la monografía (págs. 49-57). A continuación, el tercer capítulo —el más largo de todos— constituye el meollo del trabajo: «El léxico sinaloense en la conformación dialectal del Noroeste» (págs. 58-135). El libro se cierra con unas interesantes conclusiones, más un ilustrativo material cartográfico en color (seis mapas): áreas dialectales, red de puntos de encuesta, división político-geográfica de Sinaloa, subzonas dialectales de Sinaloa y del Noroeste. La bibliografía manejada nos parece suficiente, de primera mano y apropiada.

    Desde una perspectiva general, se han seleccionado entre los 350 conceptos del Cuestionario aquellos que podían caracterizar el léxico sinaloense y que permitían conformar una zona dialectal en el Noroeste, con particulares divisiones interiores. Para su delimitación, influyeron el carácter privativo, la vitalidad, la frecuencia de uso y la difusión de los términos léxicos. Por lo que se refiere al léxico diferenciador del habla de Sinaloa, el autor recurre a la cartografía lingüística y al análisis descriptivo de los términos o variantes léxicas correspondientes a 55 conceptos, que le permiten delimitar las subáreas del estado de Sinaloa y la personalidad lingüística del propio estado, respecto de las regiones colindantes.

    En el comentario geográfico-lingüístico de los materiales cartografiados, correspondientes a los 55 conceptos, E. Mendoza subraya la distribución geolectal de las variantes, la frecuencia de uso y su extensión a las áreas colaterales. Así, en relación con el ‘colibrí’, se registran 60 ocurrencias de chuparrosa —término general en Sinaloa, lo mismo que en todo el país—, al lado de colibrí, la segunda forma más extendida (11 casos documentados), al lado del término general. Guajolote, ‘pavo’, permite alinear a Sinaloa con otras regiones que utilizan esta voz náhuatl, mientras que güíjolo, ‘pavo’, es voz propia del estado sinaloense. Por su parte, cochi, ‘cerdo’, sin ser forma privativa de Sinaloa, destaca por su frecuencia, vitalidad y difusión.

    Del concepto ‘gorrión’, las variantes gorrión y gorrioncillo (de uso general en toda la República), alternan con canario, calandria, burrión (burrioncillo) y otros términos. Respecto de ‘murciélago’ se registró en la subzona del centro-norte la forma chinacate; por su parte, para el concepto ‘cocuyo’ se registró como término general del estado copeche/i, como forma de uso corriente en todos los niveles socioculturales y en todas las situaciones comunicativas En fin, se confirma que Sinaloa pertenece a las hablas del Noroeste con la difusión de cigarrón, ‘libélula’, o güina, ‘pinolillo’. Por su parte, la distribución de sapos / sapos / sapitos ‘renacuajo’ permite delimitar una subzona dialectal meridional en Sinaloa, lo mismo que ponzoña ‘aguijón’, padrastro. Otros vocablos permiten al investigador delinear un área central y otra norteña en el estado de Sinaloa.

    Son designaciones comunes y generales en el estado sinaloense, como en todo el país, pájaro carpintero, cardenal, ‘pájaro cardenal’, gorrión, murciélago, zancudo, aguijón, guajolote, aguacero, ‘chaparrón’, lagañas, ‘legañas’, etc. En fin, las variantes relativas a conceptos como ‘excremento de cabra u oveja’, ‘excremento de vaca’, ‘titilar’, ‘raya del pelo’, ‘pasador’ u ‘horquilla’, ‘canicas’, ‘armónica’, ‘pozo’, ‘brocal’, ‘mecedora’, etc., entre otras, le permiten a E. Mendoza revisar el acusado polimorfismo léxico de las hablas del estado de Sinaloa, analizar las convergencias y divergencias dialectales con la norma léxica del país, estudiar la frecuencia de uso y vitalidad de los términos, e ir perfilando las isoglosas que aíslan significativamente a Sinaloa —dentro de las hablas del Noroeste mexicano— y otras isoglosas que delimitan las propias subáreas dialectales internas.

    En las conclusiones del estudio, E. Mendoza anota que el léxico sinaloense pertenece a la modalidad dialectal del Noroeste mexicano, al tiempo que muchos términos o voces se han extendido desde Sinaloa hasta zonas contiguas. Asimismo, hay designaciones locales registradas en el interior del estado. Por último, según ilustran los mapas anexos, las tres subzonas de Sinaloa están delimitadas con claridad, si bien la central es la más extensa. Las otras zonas, Norte y Sur, muestran desde el punto de vista léxico su propia personalidad. Sospecha el autor que las isoglosas fonéticas o morfosintácticas presenten diferente trazado en el territorio sinaloense, lo cual no es óbice para que el libro que reseñamos contribuya a una descripción lo más completa posible del habla sinaloense.

    Concluye este investigador sinaloense con una propuesta provisional de clasificación de las hablas del Noroeste mexicano, divididas en cinco subzonas: sonorense, intermedia, sinaloense, peninsular y de transición.

    A nuestro juicio, E. Mendoza Guerrero ha contribuido con la monografía sobre El Léxico de Sinaloa, a un notable ajuste de la imagen lingüístico-dialectal proyectada por el estado de Sinaloa —subzona del Atlas Lingüístico de la República de México, con sus «subáreas internas propias»—, una vez que se han publicado los materiales recabados (los 6 vols. del Atlas) para la delimitación de las áreas dialectales mexicanas, según el ambicioso proyecto de Juan M. Lope Blanch. Así, con contribuciones regionales como la presente, comienza la nueva andadura del Atlas. Sin duda, otros investigadores proseguirán por esta vía.

M. Galeote

 

Eduardo Benot, Breves apuntes sobre los casos y las oraciones (edición y estudio de J. M. Lope Blanch), Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Lingüística Hispánica, Instituto de Investigaciones Filológicas [7], 2001.

    El nuevo milenio comienza haciendo justicia con el reconocimiento de E. Benot (1822-1907). Dos ediciones de los BA han visto la luz a comienzos de siglo: la edición de M. Peñalver, del año 2000 y la de J. M. Lope Blanch de 2001 [8]. Dentro de la colección Bibliotheca Classica del Centro de Lingüística Hispánica, el profesor J. M. Lope Blanch da a conocer, como señala en el Prólogo (pág. V), una obra «modesta pero de suma importancia para la historia de la gramática de la lengua española». No es la primera vez que dicho profesor acomete el estudio de la obra de Benot. Tenemos constancia, por su dilatada trayectoria investigadora, de que en numerosas ocasiones se enfrenta a él [9].

    Se trata de un opúsculo que debió aparecer por vez primera en 1852, y que tras el enorme éxito alcanzado —no olvidemos que E. Benot (1822-1907) presume de haber realizado 18 ediciones— presenta una nueva edición revisada y corregida en 1888 [10]. En esta gramática se forjan los cimientos de la teoría gramatical de este filólogo que desarrolla posteriormente en dos obras suyas: la Arquitectura de las lenguas (Madrid, 1889) y el Arte de hablar. Gramática filosófica de la lengua castellana (Madrid, 1910) [11]. Estos BA son el fruto de su maestrazgo ejercido en el Colegio S. Felipe Neri de Cádiz desde 1848 (pág. xv), motivación que le conduce a mantener una redacción sencilla y a desarrollar una labor básicamente pedagógica, como se observa en los numerosos ejercicios que recoge en cada capítulo (BA, pág. VI).

    Además de ser la originalidad, claridad y precisión rasgos que definen su incipiente teoría gramatical [12] , la aportación más valiosa reside en el desarrollo del aspecto funcional del lenguaje. Se presenta como un abanderado de la función comunicativa del lenguaje[13], línea que vertebrará su pensamiento lingüístico. Como se puede ver en la introducción (BA, pág. 8): «En las palabras no reside la esencia del hablar. Se habla ordenando los vocablos, esto es, relacionando unas palabras con otras, modificándolas y determinándolas con arreglo a las normas especiales del hablar».

    Defendiendo estos principios, estructura su obra de la manera siguiente: Libro I. Entidades elocutivas con sentido completo e independiente, 25 lecciones, págs. 13-61. Libro II. Entidades elocutivas sin sentido completo ni independiente, los adjetivos y los adverbios, lecciones 26-48, págs. 63-115. Libro III. Arte de hablar; mecanismo del lenguaje; modificación y determinación; modificación por sexo y número; determinación (por vocablos simples, por medio de agregados, conjuntos o compuestos de vocablos simples), págs. 118-134. Apéndice, págs. 136-166. Nomenclatura: sección primera: cláusulas de sentido completo; sección segunda: pasivas de sentido completo; conversión de activas en pasiva y viceversa. Advertencia y conclusiones, pág. 167.

    El Libro I está dedicado al estudio de los casos y de las cláusulas: formas, voces (activa / pasiva) y tesis-anéutesis. El Libro II comprende las frases y oraciones determinantes: frases y oraciones adjetivos, frases y oraciones adverbios, y frases y oraciones sustantivo. Clasifica las oraciones complejas del español en adjetivas, adverbiales y sustantivo. En el Libro III estudia las modificaciones y las determinaciones. Por último, en el Apéndice, la nomenclatura de cláusulas de sentido completo y las de sentido incompleto; por último, las pasivas.

    Libro I. Los casos. Rompe con el criterio tradicional de ligarlo a las formas desinenciales de los nombres, lo define como un «sistema de funciones sintáctico-semánticas mediante el cual se conectan las masas elocutivas para formas cláusulas y oraciones» (P. M. Hurtado, pág. 100).

    Las cláusulas. Rescata la oposición cláusula / oración adoptada por los gramáticos del Siglo de Oro[14]. La oración, como unidad formal, y la cláusula, como unidad comunicativa. En su teoría de los actos de habla (cláusula) marca una separación entre la ‘tesis’ o actos de afirmación (pág. 126), y la ‘anéutesis’, o los restantes actos elocutivos (pág. 126). Benot resume las cláusulas, esto es: la tesis y la anéutesis como «entidades elocutivas con sentido cabal y significado absoluto e independiente» (BA, pág. 58). En cambio, las oraciones forman otro conjunto de palabras que aisladas no ofrecen sentido completo. Éstas reciben el nombre de oraciones principales u oraciones independientes (BA, pág. 8).

    Libro II. Es el más importante y el de «mayor trascendencia». «Ningún gramático hasta ahora se había aproximado a esta concepción verdaderamente sintáctica de la subordinación»[15] o de la oración compleja como se recoge posteriormente en la mayoría de los tratados de sintaxis del español: S. Gili Gaya, Rafael Seco, E. Alarcos. etc. «Hay que acudir a medios que suplan la carencia de adjetivos y de adverbios. A veces faltan sustantivos y hay que formarlos» (BA, pág. 63). Este gramático no hablará de oraciones sustantivas, adjetivas y adverbiales, sino de sustantivo-oración, adjetivo-oración, adverbio-oración, siempre que el verbo aparezca en forma personal. En caso contrario, prefiere la denominación de sustantivo-frase, adjetivo-frase o adverbio-frase. Atendiendo sólo a las clases de nexos introductores[16] establece la conocida clasificación que resumimos de la manera siguiente: Adjetivas: distingue perfectamente entre lo que hoy llamamos ‘especificativas’ y ‘explicativas’. A las primeras prefiere denominarlas ‘determinantes’, ‘incidentales’ a las segundas, y el estudio de estas se reserva para Arquitectura (BA, pág. 89). Adverbiales: como indica J. M. Lope Blanch, Benot supera la teoría esbozada por Juan Calderón (BA, pág. XXVI). Ya es una clasificación difícil por haber sido cajón de sastre, pero aun así conviene destacar la acertada división que realiza este gaditano [17]. Pese a definir sólo las oraciones de tiempo, causa, modo, fin y condición, en Arquitectura (libro II, pág. 479) añadirá las de lugar, conformidad, comparativas y concesivas. Destacamos la referencia a los ablativos absolutos con el empleo del gerundio (pág. 105). Sustantivas: describe una subdivisión propia de los casos. Aunque los conceptos de sujeto y complemento aún no estaban consolidados, en el Apéndice aparece la denominación de sujeto y de atributo. Capta la diferente función entre el que de los sustantivos-oración y el de los adjetivos-oración: «Éste que no tiene nada que ver con el nexo que de la oraciones-adjetivo- determinante» (pág. 110).

 Libro III. Trata del arte por el que se sacan «las palabras de su vaga e incierta generalidad [...] modificándolas o determinándolas con otras» (pág. 119). Nace con una orientación menos perfilada y metodológicamente distinta de la actual [18]. Según P. M. Hurtado, «rechaza el criterio morfológico tan frecuente desde Nebrija [...] no hablará de clases de palabras, sino de operaciones que efectúa el psiquismo humano al hablar» (pág. 76). Las modificaciones se realizan por sexo y número (para los nombres), o tiempo, persona y número (para los verbos). Las determinaciones por medio de vocablos simples: adjetivos y adverbios (para los nombres) y pronombres o adverbios (para los verbos). Las determinaciones por medio de vocablos compuestos: para las palabras, frases de genitivo y ablativo; para los verbos, oraciones-adjetivo, oraciones-adverbio.

    Apéndice. Recoge aspectos que anteriormente había comentado, tales como la voz activa-pasiva, la pasiva con se, o las oraciones impersonales, en las que distingue las propias de las impropias, es decir, de las que tienen verbo en tercera persona del plural y un se equivalente a ‘uno / -a’ (pág. 148-149).

    El autor no concibe la conjugación como un cuadro de formas verbales, sino como un sistema de sentidos expresados por las correspondientes formas (P. M. Hurtado, pág. 188). Benot entiende que lo esencial de la pasiva es el punto de vista que conlleva, no su forma de construcción, puesto que además de expresarse con ser + participio, puede recurrir a otros procedimientos como ir, hallar, quedar, resultar [...] seguidos de participio (BA, pág. 167).

    Por lo que se refiere a la pasiva con se (BA, pág. 147), el marco teórico es insuficiente, es más, «no queda suficientemente delimitado en lo que concierne a tales construcciones el límite entre impersonales y pasivas», incluso algunas construcciones no son pasivas reflejas (M. Peñalver, págs. XX-XXII).

    Para terminar, se expone todo el cuerpo teórico de forma sencilla, aunque la estructuración puede resultar algo confusa, probablemente, como recuerda J. M. Lope Blanch, «por la ausencia de términos adecuados para denotar aspectos necesarios de su sistema» (BA, pág. XX). Los rasgos determinantes de su concepción gramatical los podemos resumir en la originalidad y ruptura con la tradición, por cuanto defiende una teoría basada en el aspecto funcional y comunicativo del lenguaje.

    Destacamos la original contribución del concepto de cláusula; en donde se aleja de la lógica para buscar apoyos en la psicología (P. M. Hurtado, pág. 25). En especial, la original contribución de las oraciones subordinadas, en las que se encuentra latente el concepto de coordinación y subordinación (BA, pág. xxi).

    Agradecemos la aportación de J. M. Lope Blanch, por ofrecernos una pieza fundamental e imprescindible en la historia de la sintaxis del español que tendrá descendientes ideológicos en las sucesivas gramáticas de V. García de Diego, S. Gili Gaya, R. Seco, G. Rojo, E. Alarcos, y en la propia Academia.

Mª M. Espejo

Miquel Siguan, Bilingüismo y lenguas en contacto, Alianza Editorial, Madrid, 2001, 368 págs.

    El profesor Siguan, catedrático de psicología de la Universidad de Barcelona y autor de obras como España plurilingüe y La Europa de las lenguas, emprende en esta obra el ambicioso proyecto de ofrecer un amplio y actualizado panorama de una emergente área de investigación: el bilingüismo o, por extensión, el multilingüismo. Este concepto es empleado en un sentido amplio, englobador de muy diversas situaciones en las que un hablante se encuentra en posesión de dos lenguas, aunque su ámbito y frecuencia de uso, prestigio social y actitud hacia ellas sean desiguales. En este trabajo el autor reivindica la necesidad de abordar el estudio del hablante de dos o más lenguas uniendo a su condición de individuo que emplea diversas variedades lingüísticas o lenguas la de miembro de una comunidad de habla en una situación de lenguas en contacto: «En principio nadie adquiere una segunda lengua y llega a convertirse en bilingüe por capricho; normalmente lo hace por razones de orden social, porque forma parte de una sociedad en la que en determinadas circunstancias el uso de dos lenguas resulta inevitable o conveniente para alcanzar algunos de los fines que se propone el individuo, que acaba por convertirse en bilingüe» (pág. 33). Para ello adopta una postura integradora de las diversas disciplinas que se han ocupado de esta materia: la sociolingüística, la psicología social y la sociología del lenguaje, distintos enfoques de una misma cuestión.

    El libro está constituido por diecisiete capítulos a lo largo de los cuales se intenta dar respuesta a cuestiones que se le plantean a cualquier interesado en la materia: en qué lengua piensa el bilingüe, cuáles son sus procesos mentales, cómo se desarrolla su adquisición de las dos lenguas, qué políticas lingüísticas son las más adecuadas para asegurar los derechos de los hablantes o hacia dónde se dirige el futuro lingüístico del planeta, entre otras.

    El primer capítulo incide, a modo de introducción, en las cuestiones fundamentales que se desarrollarán en cada uno de los apartados siguientes. Siguan destaca el importante papel desempeñado por el bilingüe a lo largo de la historia como vehículo de comunicación entre comunidades lingüísticas, y opta por el término ‘sociedad de lenguas en contacto’ frente al de ‘sociedad bilingüe’, puesto que una sociedad no posee los rasgos que hacen considerar a un individuo bilingüe. Señala asimismo que, a pesar del prestigio del bilingüismo y de la traducción, su estudio científico no se ha emprendido hasta hace unas décadas. Tanto la Lingüística como la Psicología y la Sociología lo han realizado de forma independiente, lo que explica la ausencia de teorías o modelos generales para su análisis.

    La disposición de la obra nos permite diferenciar varias partes o bloques temáticos, según el aspecto tratado. En primer lugar, la parte que comprende los capítulos del 1 al 7 aborda la tipología y modos de evaluación del bilingüismo, y su dimensión psicológica: cómo se produce el aprendizaje de dos lenguas por parte del niño o, más tarde, de una segunda lengua; la manera de aplicar su enseñanza o los procesos mentales de este, etc. En relación con ello, en el segundo capítulo Siguan plantea la necesidad de aclarar la terminología empleada y pone de manifiesto las diferentes definiciones que se han dado de bilingüismo y, más concretamente, de la que se va a servir: «Llamamos bilingüe al sujeto que posee dos sistemas lingüísticos ––dos lenguas— con amplitud y profundidad similar, y que es capaz de utilizarlos en cualquier situación de su contexto social con parecida facilidad y eficacia. Y todavía dentro de esta definición podemos distinguir distintos grados o aspectos» (pág. 29). El autor llega a incluir también el bilingüismo pasivo o ‘sesquilingüismo’, término introducido por Hockett y considerado por posteriores estudiosos, como el profesor J. C. Moreno Cabrera en su obra La dignidad e igualdad de las lenguas (2000), la solución más equilibrada para el respeto de los derechos lingüísticos de los hablantes de una y otra lengua en contacto.

    Una de las características básicas del bilingüe es que sus dos sistemas lingüísticos se encuentran separados, de modo que, a pesar de las posibles interferencias, los enunciados se construyen con elementos de un solo sistema, y el cambio de uno a otro se produce de forma rápida y sin esfuerzo. Las situaciones que han motivado este fenómeno en la actualidad son variadas: la emigración, los cambios en los límites fronterizos, los procesos de colonización llevados a cabo sobre poblaciones indígenas y sus lenguas, o las políticas de unificación lingüística, además de las familias bilingües y lo que el autor denomina ‘sociedades cosmopolitas’, «resultado de la gran facilidad en los desplazamientos de las personas y de la omnipresencia de los medios de información, que caracterizan a nuestra sociedad contemporánea y que generalizan las situaciones en que personas de lengua principal distinta están continuamente en contacto y han de apelar al uso de lenguas comunes» (pág. 35). El término ‘lengua común’ hace referencia al empleo en ámbitos internacionales de un número muy reducido de lenguas –inglés, francés o español—, que por razones puramente políticas y económicas han logrado una mayor expansión, y amenazan la supervivencia de las lenguas minoritarias. Una solución parcial a este problema sería la reivindicación del sesquilingüismo al que antes se ha aludido, como medio de protección frente a esta expansión.

    Sin embargo, las investigaciones sobre este tema se enfrentan a la necesidad de unos métodos generales que evalúen la competencia lingüística y comunicativa del hablante. Con esta finalidad los lingüistas se han servido de los exámenes monolingües, la entrevista y la autoevaluación del sujeto analizado, aunque sin un modelo común que evite la subjetividad en su valoración. A este respecto se propone la realización de historiales lingüísticos, con el objeto de contar con informaciones sobre el hablante desde sus orígenes, que simplificarían notablemente la labor de recogida de datos.

    Con respecto a la adquisición de varias lenguas en la infancia, el papel de la familia aparece como primordial en esta. También este ámbito está regido por la diversidad de los fenómenos analizados: «De manera que igual que es cierto que el niño nunca está expuesto a dos lenguas exactamente de la misma manera, también es cierto que las modalidades de la exposición a la lengua varían con el tiempo. En el límite, cada caso es un caso distinto y hay que considerarlo en sus propias circunstancias» (pág. 67). Asimismo, se tratan en este apartado aspectos como el aprendizaje de una segunda lengua y las formas que toma —desde el realizado por un niño en su familia hasta el inducido en la escuela, responda o no a una situación de bilingüismo en su entorno—, al igual que las distintas políticas llevadas a cabo por los gobiernos sobre enseñanza bilingüe. En este sentido cabe hacer una distinción entre la enseñanza bilingüe y la enseñanza de una segunda lengua, puesto que el primer tipo puede englobar incluso los casos en que la enseñanza se realiza en una sola lengua pero diferente a la del grupo familiar o a la del entorno social del hablante.

    El segundo bloque de contenido que aborda la obra es el que hace referencia al aspecto social de la cuestión: las situaciones de lenguas en contacto que originan y explican la existencia de sujetos bilingües. En este sentido, los capítulos dedicados al comportamiento lingüístico de los hablantes y a las interferencias que surgen entre un código y otro en la comunicación sirven de área de transición hacia el estudio de las organizaciones comunitarias. En el comportamiento del bilingüe habrá que tener en cuenta no sólo su competencia lingüística, sino también sus actitudes y motivaciones hacia las lenguas que emplea. Todas estas variables dan lugar a la noción de ‘competencia comunicativa’, capacidad de adaptarse en cada situación a las necesidades de habla planteadas, y que trasciende la mera evaluación de recursos léxicos o gramaticales del sujeto, pues «en cada contexto utiliza la lengua socialmente admitida, pero sería exagerado decir que es plenamente competente en cada una de ellas, pues en realidad en cada una de ellas su competencia se limita a lo necesario para cumplir las funciones en las que la utiliza» (pág. 162). De ahí la referencia a complejas decisiones lingüísticas como son la elección de una lengua al comunicarnos con un desconocido o las estrategias de neutralidad, resueltas por el desarrollo de normas sociales de uso de las lenguas en comunidades plurilingües. Tampoco hay que olvidar el papel cohesionador de grupo que desempeña el idioma, especialmente entre las comunidades en que se da el contacto entre lenguas: «Los seres humanos nos integramos en grupos con los que, en alguna medida, nos identificamos porque compartimos características que se convierten en signos de identidad del grupo. Y el hablar una misma lengua es la primera de estas características» (pág. 201).

    A partir de la noción de ‘diglosia’, Siguan examina los diferentes grados o modalidades en que esta se da mediante el uso del concepto de ‘vitalidad etnolingüística’, entendida como el conjunto de factores que explican la capacidad de supervivencia o de expansión de una lengua, sobre todo en situaciones de lenguas en contacto. Tras analizar las significativas carencias en la información sobre las lenguas, derivada casi exclusivamente de los censos y las encuestas lingüísticas, se expone un breve panorama de las principales situaciones de lenguas en contacto existentes en el mundo, distribuidas por continentes, mientras que se reserva un espacio más notable para la realidad española. No obstante, se repite de nuevo la idea de las dificultades que supone la sistematización de las múltiples realizaciones comunicativas: «La experiencia muestra que esta objetivación es ilusoria. En una situación de lenguas en contacto los comportamientos están determinados por las actitudes de los sujetos ante las lenguas [...]. Por ello, en vez de suponer una teórica uniformidad, parece preferible intentar basarse en una tipología de situaciones que permita clasificar las diferentes situaciones concretas en función de sus rasgos principales» (pág. 225). Consecuencia de la coexistencia de distintas lenguas son los fenómenos de sustitución y de recuperación de estas, ya que las situaciones de lenguas en contacto no siempre se mantienen constantes, y en muchos casos no son más que el paso previo para la desaparición de la lengua más débil. En la posterior recuperación que puede darse de esta lengua sustituida tienen vital importancia tanto las figuras de los hablantes, como las políticas lingüísticas llevadas a cabo por los estados: «El punto de partida del proceso es la conciencia que adquiere el grupo lingüístico del valor simbólico que tiene para el grupo el mantenimiento y la recuperación del uso de su lengua. Es a partir de esta conciencia cuando el grupo empieza a ejercer una presión que finalmente obliga al entorno social y a las instituciones públicas a modificar su política lingüística y acceder a sus aspiraciones» (pág. 266).

    El autor analiza también los problemas de la traducción derivados del reflejo de la cultura de una comunidad en su lengua, lo que no debe interpretarse como una univocidad extrema entre lengua y cultura, al darse lenguas con culturas muy similares y culturas distintas que comparten la misma lengua, sino dificultades en el trasvase de un determinado mensaje de un código a otro. Frente al anhelo de algunos por el estado de lengua perfecta anterior a la torre de Babel, hay que señalar que la diversidad de lenguas no impide a los hablantes satisfacer sus necesidades comunicativas, puesto que es cuando menos poco numeroso el número de hablantes que debe comunicarse en una lengua o lenguas distintas a la de su entorno, y si este es bilingüe, el principio de la voluntad de entendimiento superará todas las limitaciones. En este sentido, se elaboran en la actualidad programas de traducción automática en formato electrónico.

    El capítulo final expresa, a modo de recapitulación y cierre de la estructura circular, la decidida apuesta de Siguan por un futuro lingüístico plural, reflejo del respeto por la diversidad de culturas del planeta. De ahí la posibilidad de que las lenguas minoritarias se beneficien del desarrollo de las comunicaciones para expandirse. Sin embargo, esta adaptación pasa por la adquisición de una lengua escrita, pese a que «es este papel privilegiado del lenguaje escrito lo que los modernos medios de comunicación están poniendo en crisis. La radio, como la televisión, no sólo utiliza exclusivamente un lenguaje oral, sino que con ello lo prestigia y lo erige en modelo [...]. La propia escuela, poniendo en primer lugar la función comunicativa del lenguaje, tiende a olvidar la importancia de la norma» (pág. 352). Parece claro, por tanto, que en esta globalización cultural son pocos los que dan cabida a las comunidades y lenguas que no responden a los esquemas de nuestra sociedad occidental. De este modo, Siguan cierra su análisis con la esperanza de que los hablantes bilingües sirvan de vehículo de comunicación y de mutua comprensión entre diferentes lenguas y culturas, gracias a su mayor sensibilidad sobre estas cuestiones.

    Finalmente, cabe señalar que el soporte ensayístico de la obra permite un discurso ágil y orientado a un público culto e interesado por el tema pero no necesariamente especialista. La mayoría de los capítulos aparece acompañada de una bibliografía que conjuga estudios recientes con libros básicos para iniciarse en la materia. En esta línea, los ejemplos están destinados no tanto a dar cuenta de forma exhaustiva de estudios particulares como a contribuir a la mejor comprensión por parte del lector de sus reflexiones.

L. Pascual Molina

 

J. Sueiro Justel, La enseñanza de idiomas en Filipinas (siglos XVI-XIX), Toxoutos, A Coruña, 2002, 146 págs.

    El presente estudio da un repaso pormenorizado a la actividad lingüística y misionera hispánica colonial desde finales del siglo XVI a finales del siglo XIX, que se plasma en gramáticas, diccionarios y otros materiales didácticos de lenguas amerindias y asiáticas. La metodología en la elaboración de estas obras tiene dos etapas cuyo límite se ubica a principios del siglo XIX.

    Como es sabido, los motivos de la colonización iban desde lo puramente económico hasta lo estratégico e ideológico. Los españoles se encontraron en Filipinas con pequeños núcleos fragmentados socialmente (principales, timangas o plebeyos, y esclavos) y divididos en tres etnias básicas (malaya, indonesia y negrita), además de chinos y musulmanes, que conformaban un conjunto de comunidades variado y disperso.

    Colin (1663 / 1900-1904) ya clasificaba las lenguas de las Filipinas en dos grupos básicos, el de las lenguas políticas (tagala, pampanga, bisaya o camarina, cagayana, ilocana y pangasinana) y el de las no políticas, que son las lenguas de los negritos, los caníbales y de otras naciones montaraces. La política de reunir a los diferentes colectivos humanos en pueblos contribuyó a que se desarrollaran como lenguas generales las más habladas del país. Quilis, por su parte, ha clasificado de otro modo las lenguas habladas actualmente en Filipinas, si bien el autor del presente volumen señala algunas imprecisiones en su clasificación sobre las que ya el profesor Mauro Fernández había llamado la atención.

    Según el autor de esta interesante obra, la política lingüística que se desarrolló en Filipinas se vio condicionada por el contacto previo de los nativos con otros pueblos, y por el hecho de que el escaso mestizaje de los españoles con los nativos no favorecía la aculturación de la nueva sociedad. La corona exigió la imposición del castellano y apoyó la labor evangelizadora de la iglesia. Los misioneros contaban con experiencia, sobre todo, la de su previa labor evangelizadora en México. Pero ante la imposibilidad de extender el español debido a la escasez de medios humanos, el menguado número de colonizadores, la dispersión geográfica de la población, y también la fuerte separación entre españoles e indígenas, se hizo necesario que los misioneros comprendieran y hablaran las lenguas nativas.

    En el siglo XVIII hubo numerosas prescripciones de la metrópoli para inculcar el español a los naturales mediante la enseñanza de la doctrina. El peso mayor en estas tareas de evangelización recayó sobre los agustinos (que se centraron sobre todo en tagalo, pampango, ilocano y bisaya) y los franciscanos (tagalo, bisaya y bicol). Se crearon diferentes tipos de centros de enseñanza religiosos, como escuelas conventuales o parroquiales de grado elemental, colegios para hijos de españoles, colegios que además de españoles admitían algunos hijos de principales, colegios de nativos, seminarios de españoles y nativos, e incluso tres o cuatro centros universitarios. De la gran diferencia en infraestructuras existente entre los centros para nativos y los demás se infiere su escaso éxito y con él, el del español en Filipinas. Este fracaso, sin embargo, no es achacable a los religiosos, que ante la imposibilidad de extender el castellano se ven en la obligación de explicar la doctrina en la lengua de los nativos. El proceso de sustitución lingüística requería unas condiciones socioeconómicas que no se dieron en Filipinas. Como resultado evidente el autor explica que, por ejemplo, en el siglo XIX, se editaron muchos diccionarios y gramáticas filipinas en contraste con el escaso número de gramáticas del español.

    La actitud con que los religiosos acometieron el aprendizaje de las lenguas nativas estaba motivada evangélicamente, y concedieron suma atención al rigor y a la precisión semántica en la descripción de las reglas lingüísticas que sistematizaban y que permitían facilitar su trabajo.

    El profesor Sueiro Justel afirma que, del mismo modo que el castellano tuvo que combatir la oposición inicial de elaborar su gramática y verter a sus letras los textos latinos y así ganar prestigio, los religiosos en Filipinas se preocuparon por conocer otras lenguas y sus culturas, consiguiendo para estas una consideración inusitada, aunque su fin primordial fuese el de difundir la fe. De este modo, la enseñanza y aprendizaje de lenguas fue un instrumento que sirvió a varios fines: la conquista y el sometimiento de los indígenas con la evangelización como pretexto, la utilización de la lengua como mecanismo de control político y como vía de obtención de cargos, y, finalmente, como medio para el desarrollo del comercio con la metrópoli.

    El autor enumera una serie de hitos en la tradición en el aprendizaje de lenguas que se remontan en nuestra península a Menahen ben Saruk de Tortosa, que realizó el primer léxico hebreo (siglo X); Abul-Gualid Meuran ben Ganah, padre de la sintaxis hebrea (siglo XI); Altaben de Zaragoza, que escribe una gramática hebrea en árabe, la constitución de la Escuela de Traductores de Toledo (siglo XII); la creación de la primera escuela de lengua árabe en Mallorca, la creación de la Escuela-Facultad de árabe y hebreo en Murcia, que pasará después a Játiva, donde se elaborará el Vocabulario Arábigo-Latino; se reúnen traductores del Corán y del hebreo en el círculo del arzobispo de Toledo (siglo XIII ). Llull, por su parte, creará una escuela de lenguas orientales en Miramar. En el siglo XV, según manifiesta Sueiro Justel, «entramos en la modernidad con Nebrija al frente». A partir de aquí, el estudio de las lenguas vivas se irá incorporando al currículo.

    Pasa el autor a describir brevemente los diversos métodos de aprendizaje de lenguas no maternas. El primer y único método que se utilizó en la antigüedad fue el método oral. Los métodos gramaticales vendrían después para analizar y sistematizar los contenidos, aunque al principio solo se aplicaron al latín, el griego, y el hebreo. Pronto se vio el peso que tenía la letra escrita, la gramática para dignificar la lengua, y bajo este pretexto se estableció una separación entre aquellas lenguas que la poseían y aquellas que no. La enseñanza de lenguas vivas, que hasta el siglo XV se realizó oralmente, contará ya en el siglo xvi con gramáticas y otros materiales. Si bien en un primer momento el método oral cae en desuso precisamente por el apabullante prestigio de las gramáticas, pronto se vio la necesidad de crear sistemas mixtos para integrar la praxis en los métodos. Para la enseñanza del latín existían también una gran cantidad de materiales, desde gramáticas de diversos tipos, a comentarios y a la labor de los modistae. El humanismo concedió gran importancia al uso correcto y contribuyó al desarrollo de las gramáticas especulativas, que atendían a la filosofía del lenguaje, pero también de las normativas, que trabajaban los aspectos más didácticos y pedagógicos. La referencia principal en los métodos de enseñanza y aprendizaje gramatical del latín fue Quintiliano, a partir del cual Erasmo elaboró su propuesta basada en la memorización de reglas y preceptos, y la lectura posterior de los clásicos. También Vives siguió a Quintiliano: prestó un mayor interés a la lengua oral y estableció, de este modo, un precedente para los métodos de síntesis. El Brocense y P. Chompré, por su parte, creyeron preferible dedicar sus enseñanzas solo al conocimiento pasivo del latín. Pedro Simón Abril primó el estudio gramatical y el de los usos para después aplicarlo a la traducción. Además, planteó la necesidad de la elaboración de materiales para hispanohablantes. R. Ascham, en su Schoolmaster: The ready way to the latin tongue, centraba su trabajo en la doble traducción, sin que la gramática fuera un objetivo prioritario. El método natural de aprendizaje del latín consistía en hacer hincapié en el uso, y en dejar la gramática para los niveles posteriores. Se memorizaban listas de vocabulario por organización temática y se trabajaba un texto, narrativo o dialogado, basado en aspectos de la vida diaria del alumno. Brabançon Clénard (1493-1592) elaboró una especie de mezcla del método directo y del audiovisual donde cabía escuchar, repetir, memorizar, aplicar en contextos adecuados y asistir a las escenificaciones que realizaban unos esclavos convertidos en actores para la ocasión. Por otro lado aportaron materiales relevantes Fernández Palencia con su Universal vocabulario en latín y en romance, y E. A. de Nebrija con sus vocabularios.

    El aprendizaje gramatical de las lenguas vivas en general no figuraba en los programas humanistas, pero las necesidades económicas, políticas y militares contribuyeron al desarrollo de academias (sobre todo en Inglaterra, Países Bajos y Alemania), de preceptores y de maestros. En España se consideraba que, debido a la situación política, eran las demás naciones las que debían aprender español, por lo que la creación de academias fue escasa. Se necesitaba un método práctico, conversacional, para aprender rápidamente lo básico de la lengua, pero la mayoría de los maestros aplicaban el método de Quintiliano, y el resultado fue un método mixto. Comenta el autor de este libro: «En la codificación de las lenguas de los indios aparecerán pasajes descriptivos, no solo de la norma, sino del uso, y muchos autores serán conscientes incluso de las variantes dialectales».

    No es de extrañar que también las gramáticas para extranjeros que se publican en Europa combinen el análisis teórico y la práctica lingüística. En el siglo xvi hay gran cantidad de ediciones de gramáticas para extranjeros. El autor ofrece una enumeración clarificadora: la primera gramática francesa para ingleses de 1530 de Palsgrave, o la de Charles Maupas, la de Philippe Melanchthon de 1525, la de William Lily de 1529, o la Gramática castellana de Villalón, que tenía la intención de que la lengua vulgar pudiera ser reducida a arte y existiera una norma permanente. En el Renacimiento existía la idea de que para aprender a hablar una lengua vernácula era suficiente con practicarla, en parte por prejuicio, en parte por la inexistencia de materiales de aprendizaje. Estas lagunas fueron solventándose con la elaboración de materiales prácticos como repertorios lexicográficos con apartados de ortografía, pronunciación, diálogos, modelos de conversación, de cartas, de documentos, de oraciones más frecuentes y útiles, etc. Se combinaron la memorización, la lectura de textos, los manuales de conversación, las estancias lingüísticas en el extranjero, pero, incluso después de este desarrollo metodológico que derivó en la creación de los métodos de síntesis, la parte gramatical predominó al menos hasta el siglo XIX.

    El autor ofrece algunos ejemplos de esta evolución. Iuania fue un método de Bathe para aprender latín que alcanzó un gran éxito durante el siglo xvii en toda Europa. En el prólogo de esta obra se exponían problemas teóricos sobre la enseñanza, como la necesidad de conseguir la integración de la soltura del método directo y el rigor del gramatical. También se comentaba la relación que existía entre el aprendizaje como análisis y la adquisición como uso, términos habitualmente confundidos. Esta teoría, en opinión de Sánchez Pérez (1992), es interesante, aunque los resultados de su aplicación no fueron satisfactorios. Para Comenius, otro de los llamados fundadores de la didáctica de las lenguas en el Renacimiento, es posible aprender varias lenguas solo a través del uso con los hablantes en los países en los que estas se hablan, aunque también es posible adquirir cierto nivel con un maestro en el propio país. En su manual Iuania Linguam Reserata contextualiza el vocabulario y las estructuras lingüísticas en torno a una serie de contenidos (Dios, la naturaleza y el hombre en sociedad) completados por una serie de ilustraciones sobre la vida cotidiana, para procurar que este aprendizaje visual sea lo más semejante al aprendizaje de los niños.

    Al llegar a Filipinas los religiosos se encuentran lenguas y realidades diversas. Por primera vez se piensa en la lengua como fenómeno social, se comprende la importancia de la relación existente entre lengua y cultura, se da la conciencia de que lo que se investiga es una más de las diferentes maneras de percibir el mundo. En general no encuentran escritos ni material lingüístico, por lo que empiezan a recoger datos de las nuevas culturas y tierras que descubren. En Filipinas es necesario realizar una búsqueda de datos lingüísticos. Quizás fueron los primeros lingüistas de la historia que realizaran esta labor de campo, de observación y recogida de datos. El autor expone de qué modo, «tras ganarse la confianza de los niños, transcribían a papel lo que oían y la intención, contexto, finalidad [...] posteriormente lo ponían en común [...] y lo sometían a comprobación posterior». Los niños suelen resultar buenos colaboradores, intérpretes que ayudarán a recopilar la información lingüística que los religiosos requerían para poder crear luego escuelas de idiomas destinadas a propagar el culto y a facilitar la labor comercial. En la elaboración de los léxicos y gramáticas no se podían basar en los clásicos, como hacían sus colegas en Europa, ya que solo contaban con la posibilidad de estudiar la lengua oral y esto les permitió, entre otras cosas, apercibirse de la importante variedad dialectal existente en las islas. Los religiosos se impusieron como principales tareas el aprendizaje de las lenguas nativas y el de las lenguas de los inmigrantes chinos y japoneses para preparar la evangelización de otras tierras. El aprendiz contaba con un libro de lectura (una doctrina o un catecismo) que debía memorizar. Además podía escuchar las voces de los feligreses en la iglesia para practicar «la correcta pronunciación, acentuación y entonación» como si se tratase de un modelo «escuche y repita». Los ejercicios consistían en estructuras preestablecidas: memorizaban el catecismo y luego estudiaban el libro de Verdugo, para acabar con el Arte y Reglas de la lengua tagala de Blancas de San José. El sistema de aprendizaje era mixto. Por un lado la conversación y por otro memorización de las gramáticas elaboradas por los religiosos. En efecto, vocabularios y gramáticas empezaron a circular de mano en mano entre los religiosos a partir de 1593. Los religiosos se convierten en traductores, gramáticos, lexicógrafos y pedagogos, todo ello por utilizar la lengua como puente de los valores cristianos. Estos valores recubrieron con su ideología las tradiciones, fiestas y rituales ya existentes, como las representaciones teatrales o los juegos florales.

    La orientación metodológica de los materiales puede deducirse de las declaraciones de intenciones de los prólogos y los prefacios, o de la propia estructura y contenido de las obras, o inferirse de los comentarios de los cronistas. José De Acosta, por ejemplo, en De Procurande Indorum Salute explica el tipo de metodología que considera más adecuada. Los primeros religiosos que llegan a Filipinas, en 1565, eran franciscanos y conocían, por haber estado en México, la obra de Alonso de Molina. Incluso alguno de ellos, como Juan de Ayora, había sido discípulo suyo. La obra de Molina hizo de nexo entre la de Nebrija y las que se desarrollaron en Filipinas. De Acosta realizó una gramática de la lengua mexicana y, aunque parece que esta obra sería conocida por los religiosos filipinos, está pendiente de documentar con rigor esta conexión. Alonso de Molina en los preliminares de su arte resume su metodología para la enseñanza de segundas lenguas, en la que pesan sobre todo el empleo de la gramática y del diccionario, pero también la necesidad del uso y la elaboración de otros materiales como vocabularios, doctrinas, diálogos y pláticas. Molina plantea un método de síntesis unos 40 años antes que Bathe, y propone graduar el aprendizaje con la siguiente escala: a) gramática; b) vocabulario; c) lectura de autores; d) conversación; e) escuchar a los hablantes.

    El padre de Acosta por su parte defiende el aprendizaje directo de los nativos: tras estudiar alguna sencilla gramática y algunos otros escritos, su sistema se basa en la memorización, la elaboración de textos y la realización de ejercicios escritos de imitación. Fray Francisco de San José en su libro Báculo de Párrocos del siglo XVII, expone una concepción del aprendizaje más basado en el buen oído que en la gramática.

    El Padre Blancas de San José realizó la primera gramática del tagalo que se conserva, y que, además, sirvió de paradigma para gramáticas posteriores incluso de lenguas diferentes. Su método se basa en el aprendizaje oral, para el que es preciso aprender la pronunciación correcta, la interpretación adecuada de los significados y el orden de palabras. La estructura se compone de los siguientes epígrafes: a) preliminares, que contienen una composición poética una oración y una dedicatoria; b) arte tagala, seis lecciones que describen formal y funcionalmente la lengua; c) libro de reglas, que estudia las partículas y la reduplicación de las sílabas; c) índice de raíces (aparecido en su 3ª edición). Su método es un manual contrastivo y progresivo que obliga a hablar, escuchar y entender a los nativos, lo que en ocasiones recuerda al Nebrija de las Introductiones Latinae por la disposición de la materia, y al de la Gramática Castellana por su método que describe funcionalmente por contraste el tagalo con el español. Esta influencia es extensiva a todos los misioneros, que aunque no conocieran la obra de Nebrija podrían haber llegado a las mismas conclusiones. En todo caso, el objetivo de estas obras es evidente: resolver todas las cuestiones que ofrecieran dificultad a los religiosos. En opinión de Sueiro Justel, la obra de Blancas de San José fue una obra práctica y didáctica que rompió con la tradición europea. Está aún por determinar el grado de influencia posterior en la lingüística española y europea de la obra de Blancas de San José, bien a través de Hervás y Panduro, bien a través de Urruticoechea, que influirá en la obra de Humboldt.

    Gaspar de San Agustín escribió su Compendio de la Arte de la lengua tagala en 1724, que constaba de un prólogo en el que reconocía su deuda con Nebrija y Blancas, de quien imitó la disposición de la materia, y de un cuerpo de la obra con alguna aportación como la del capítulo vii, que explica la prosodia. Por su parte, Francisco Coronel elabora su Arte y Reglas de la lengua pampanga en 1621, que consiste en una pequeña lista de reglas y paradigmas que apenas contienen información sobre el castellano y en las que, por lo tanto, no existe un estudio comparativo. El Padre Francisco López escribe el Arte y lengua Yloca, de 1628. En su prólogo se manifiesta la intención de seguir a Nebrija, cita a Blancas y advierte sobre la pronunciación de la lengua. Toma sus ejemplos del catecismo Doctrina cristiana de Belarmino. Organiza el contenido en dos libros, el primero sobre las partes de la oración, y el segundo sobre las composiciones de los verbos (de modo semejante a un trabajo de sintaxis). Álvaro de Benavente sigue en su Arte de la lengua Pampanga, de 1699, el modelo de Coronel y, entre otros, un Arte y Bocabulario del P. Bergamo, además de los modelos de la gramática latina y castellana. Distribuye la materia de un modo similar a los anteriores autores, y aunque no se trata de una gramática contrastiva acude en ocasiones al latín y al castellano. Afirma que las lenguas de las islas parecen más bien dialectos de una sola lengua que lengua independientes. Sebastián de Totanes escribe un Arte de la lengua tagala de 1745, una obra similar a la de Blancas en cuanto a su disposición. En el prólogo comenta los materiales anteriores que se han escrito sobre la lengua tagala y confiesa haber seguido para la elaboración de su obra una gramática latina y otra castellana. La obra se caracteriza por sistematizar y ordenar mejor las cuestiones que en Blancas aparecían dispersas, numerar el cuerpo, exponer el paradigma de las formas y, a continuación, dar una explicación poniendo ejemplos y comparaciones con el español. Se trata de una gramática apropiada para españoles y nativos.

    Por lo que respecta al siglo XIX, apunta Sueiro Justel las innovaciones de los gramáticos españoles en Filipinas. Se ha comentado más arriba cómo la enseñanza de lenguas extranjeras fue incorporándose al currículo de estudios en Francia, Inglaterra y Alemania; en España Carlos III también se encargó de potenciarla. En Filipinas, hacia el siglo XIX, la enseñanza del español pasa a tener una finalidad docente, conforme a un Real Decreto de 1863. La necesidad de métodos de enseñanza para los alumnos de colegios y escuelas desarrollará la industria editorial, que tendrá a estos como compradores. Durante este siglo se reeditaron gramáticas y vocabularios, y se editaron nuevas gramáticas castellanas dirigidas a niños de primaria. También aparecieron nuevas gramáticas de lenguas filipinas con métodos renovados, como la de Zueco de San Joaquín, por ejemplo: este autor escribió un método y una gramática del bisaya que aplicaba parcialmente el método Ollendorf. Su propuesta consistía en comprender y memorizar alguna cuestión gramatical, memorizar vocabulario, ejercicios de traducción y de gramática, repetición de palabras y frases, y comprobación de los resultados en el solucionario. También se elaboran muchas gramáticas bilingües o traducidas de una lengua a otra, sobre todo para enseñar castellano, la Gramática Chamorra (sobre la lengua de la isla Guam), la Gramática hispano-ilocana de Vivó y Juderías, un método de tagalo de Julius Miles, la Introducción al estudio de la lengua castellana en Isinay de Joaquín Lázaro, la Gramática hispano-ilocana de J. Naves, una gramática castellana escrita en ibanag por Pedro Nolasco de Medio, una gramática del castellano en tagalo de Sinforoso Apacible, unas Lecciones de gramática castellana en tagalo de Mariano Sevilla y Villena, y un Estudio sobre la lengua tagala y una Ortografía tagala de José Rizal. Estos materiales están orientados en general a la práctica oral, pero sujetos a la norma, utilizan ejercicios de repetición de palabras, estructuras de pregunta-respuesta, memorización y aplicación de reglas, prácticas de traducción y redacción, etc.

    Durante el siglo XIX se reeditaron léxicos de siglos anteriores, y se reutilizaron materiales antiguos para elaborar diccionarios. El Vocabulario de la lengua tagala de Juan de Noceda se reedita en 1832, también el de Domingo de los Santos en 1835, y el Vocabulario de la lengua bicol de Marcos de Lisboa en 1865. El Diccionario de la lengua bisaya y haraya de la Isla de Panay de Alonso de Méntrida se reedita en 1841 y el Vocabulario de la lengua pampanga en romance de Diego Bérgamo o el Diccionario ibanag-español de José Bugarín se ven incrementados con nuevas voces y expurgados de aquellas que habían caído en desuso en sus reediciones. También se elaboraron nuevos diccionarios: a) de tipo académico, como el diccionario hispano-bisaya de J. Martín; b) de características menores, como el Diccionario de términos comunes tagalo-castellano de Rosalío Serrano, o el de Eligio Fernández; c) de uso escolar, como el Diccionario hispano-bisaya, de Sánchez de la Rosa. Aparecieron también diccionarios y léxicos especializados, de tipo comercial, administrativo, de la vida militar, de la botánica y zoología, etc., para solucionar las necesidades de comunicación de los colonos civiles, y manuales de conversación con los mismos fines como el Vade-Mecum Filipino de Venancio Abella, de 1873. Surgen también materiales docentes de gramáticas latinas, pero se echa en falta la presencia de obras lexicográficas específicas dedicadas al español de Filipinas.

    ¿Cuáles son, según Sueiro Justel, las consecuencias de la lingüística misionera en Filipinas? Los religiosos hicieron converger las tradiciones gramatical y oral para conseguir el sistema más pedagógico. Este esfuerzo no se encuentra teorizado en ningún tratado, pero en los prólogos de las obras se observa la preocupación por la metodología del aprendizaje. Los religiosos se prepararon para los estudios contrastivos y tipológicos como consecuencia de las circunstancias a las que tuvieron que enfrentarse. Tomaron conciencia de la variedad y el parentesco de las nuevas lenguas con las europeas o las de la antigüedad clásica contribuyendo a los estudios que más tarde llevaría a cabo Lorenzo Hervás y Panduro y, en general, a la formación de conceptos fundamentales para la lingüística moderna. Según el autor de este interesante libro, la concepción de los universales lingüísticos influirá de manera decisiva en la conformación de las ideas lingüísticas de la gramática de Port-Royal, estableciéndose una conexión entre la lingüística renacentista, la desarrollada en el ámbito colonial y el paradigma moderno. Otra consecuencia de la lingüística misionera fue la problemática de la política lingüística, el desarrollo de la sociolingüística y su repercusión en los modelos lingüísticos. Fenómenos como los neologismos, los préstamos, los extranjerismos o la conciencia de la existencia de una variedad lingüística criolla, empezaron a ser tomados en consideración.

    En conclusión, los misioneros en Filipinas adoptaron una actitud muy positiva ante la realidad cultural y lingüística que se encontraron. Si bien es cierto que esta actitud estaba motivada por su interés evangelizador, no lo es menos que consiguieron de paso dignificar las lenguas y las culturas nativas. Su actitud, además de positiva, fue práctica, fusionaron los métodos de enseñanza europeos para obtener instrumentos de trabajo más perfeccionados. La labor que llevaron a cabo tuvo que sortear el gran escollo de la laguna de material lingüístico, por ello sus estudios fueron sincrónicos y basados en documentos orales. Como consecuencia de lo anterior se convirtieron en lingüistas de campo. Probablemente, el mayor representante de estos estudios fue Blancas de San José, por la superación que supuso de los modelos anteriores. En definitiva, el estudio del profesor Sueiro Justel representa una contribución muy interesante para el conocimiento de la obra lingüística misionera hispánica en las antípodas durante un período de más de trescientos años. Su interesante lectura no puede más que alentar a los investigadores al estudio concreto, comparativo e historiográfico del pensamiento lingüístico de las obras descritas en su documentado trabajo.

C. González-Espresati

 

Cristina Sánchez López (ed.). Las construcciones con SE (Col. Gramática del Español), Visor, Madrid, 2002.

    Se echaba de menos una edición monográfica o compilación de trabajos que explicaran los complejos valores de se. La aportación se la debemos a la colección de Gramática del Español, dirigida por Ignacio Bosque, y que con el nº 8 ve la luz gracias a la editora C. Sánchez López. Ocho artículos analizan las construcciones desde diferentes perspectivas. Algunos de ellos ya habían sido publicados, otros, la mayor parte, se han realizado expresamente para este fin. Cuenta además con un caudal bibliográfico importante que recoge las investigaciones más destacadas de las últimas tendencias.

    La obra se divide en cuatro partes. La primera parte aborda el estado de la cuestión; la segunda se refiere a las construcciones impersonales; la tercera trata de las construcciones pasivas y medias y, por último, la cuarta parte se reserva a la dimensión diacrónica del fenómeno.

    En el «Estado de la cuestión» se recogen los trabajos de las «Construcciones con se» (cap.I), realizado por la editora del libro, y el de Carlos P. Otero sobre «Facetas de se» (cap. II). En la segunda parte se analizan las «Construcciones impersonales»: «Las pasivas con se impersonal y la legitimación de las categorías vacías» (cap. III), de Margarita Suñer, y «La semántica de la impersonalidad» (cap. IV), de Amaya Mendikoetxea. La tercera está destinada a las «Construcciones pasivas y medias»: «La construcción media con se» (cap. V), de M. Marta García Negroni. En el capítulo VI se tratan las «Oraciones transitivas con se: el modo de acción en la sintaxis», de Montserrat Sanz e Itziar Laka. La última parte dedicada a «Los estudios diacrónicos» comprende los trabajos de Félix Monge: «Las frases pronominales de sentido impersonal en español» (cap. VII), y el de Agustín Vera Luján: «Para una caracterización diacrónica de las oraciones pasivas reflexivas» (cap. VIII).

    Señalaremos las aportaciones más relevantes de cada uno de los trabajos.

    La primera parte se inicia con las ideas generales desarrolladas por C. Sánchez, en su trabajo «Construcciones con se» (págs. 13-163). La autora, también editora de la obra, pretende demostrar un hilo conductor que une construcciones tan lejanas formal y semánticamente como pueden ser las impersonales y las de se aspectual. Se plantea cuestiones específicas que abren nuevos horizontes en la investigación. C. Sánchez estudia algunas propiedades semánticas y formales relevantes de las impersonales con se (pág. 18), como es la posibilidad de incluir o excluir al hablante, en qué tipo de propiedades puede surgir, la actuación del argumento locativo, además del problema más conspicuo: la delimitación de las interpretaciones genérica y existencial, y su asociación con cierto tipo de predicados.

    Se detiene en el estudio de las construcciones pasivas (pág. 50), medias (pág. 72), el se aspectual (pág. 108) y lo que denomina «uno o varios ses» (pág. 123). Partiendo de la gramática cognitiva analiza las diferencias entre construcciones medias y las reflexivas, para concluir que la idea de transitividad no es una propiedad absoluta, sino gradual (pág. 78). La autora defiende el término de ‘se aspectual’ para lo que tradicionalmente se ha denominado ‘se con valor de interés o ético’. Trata de demostrar que la presencia opcional de se con verbos transitivos e intransitivos está relacionada con las propiedades aspectuales del predicado (pág. 108). En el último epígrafe (pág. 123), termina justificando el complejo proceso de extensión de un tipo de construcciones, las reflexivas, para dar lugar a otras de diversa naturaleza. Demuestra que hubo una convivencia de funciones, lo cual le lleva a concluir que la sucesiva extensión de funciones ha ido acompañada de una progresiva pérdida de las restricciones sobre la clase de predicados que participan en cada tipo de construcción.

    Desde la Universidad de California, Carlos P. Otero se enfrenta en el capítulo II a las «Facetas de se» (págs. 165-206) desde el sentido, sin olvidar la estructura sintáctica subyacente. Trata de establecer una tipología de «las estructuras no exclusivas de la no persona» (pág. 176) frente a «las estructuras exclusivas de la no persona» (pág. 181), a las que dedica mayor atención por presentar más dificultades, en tanto que el clítico puede ejercer la función de ‘se pasivizador’ o la de ‘se indefinizador’ (pág. 182).

La segunda parte se inicia con el capítulo III de Margarita Suñer sobre las «Pasivas con se impersonal y la legitimación de las categorías vacías» (págs. 209-234). Repasa las características definitorias de las tres estructuras implicadas: las pasivas, impersonales con se y objetos nulos de interpretación arbitraria, para mostrar la interacción y la tensión entre las propiedades particulares de cada una de ellas. Por los datos examinados concluye que una lengua puede tener más de un medio para señalar que un argumento de una construcción dada debe recibir interpretación arbitraria (pág. 232).

    El capítulo IV está dedicado a «La semántica de la impersonalidad», de Amaya Mendikoetxea, págs. 235-271. Este trabajo fue presentado en el VII Coloquio de Gramática Generativa de la Universidad de Oviedo. Parte de la hipótesis de la estrecha relación que existe entre el significado que expresan las construcciones impersonales y la forma sintáctica de manifestarlo. Toma como punto de partida las propuestas de Kánski (1992) y Chierchia (1995), aunque existen diferencias considerables entre estos análisis y el que presenta la autora. Lo que caracteriza su estudio es la presencia de pro en posición de sujeto, lo que le lleva a concluir que la interpretación de este elemento en las construcciones con se depende de si la construcción con se se interpreta como parte del predicado o del sujeto de la predicación. Anuncia otros trabajos en preparación que analizarán las similitudes entre las construcciones con se y las construcciones con pro, tanto en su interpretación arbitraria como en su interpretación reflexiva o de control.

    En la tercera parte se analizan «La construcción media con se» (págs. 275-308) de M. Marta García Negroni, y las «Oraciones transitivas con se», de M. Sanz e Itziar Laka (págs. 309-338).

    En el capítulo V, M. Marta García Negroni reproduce el artículo que salió publicado en 1996. Estudia un tipo de construcción apenas estudiado en las gramáticas del español. Intentará demostrar que la especial construcción frase nominal se verbo (+adverbio de modo) tiene propiedades que le son específicas y que alcanzan dos valores importantes: un valor genérico atemporal o un valor habitual normativo, y que, a la vez, permitirán distinguirlas de otras construcciones con el clítico reflexivo en tercera persona.

    El capítulo VI corresponde a las «Oraciones transitivas con se», de M. Sanz e I. Laka. Se enmarca dentro de la línea de investigación que aprecia el valor aspectual de la presencia del clítico en oraciones transitivas (Nishida, 1994 y Zagona, 1994), aunque presenta algunas divergencias sustanciales con estos precursores. Su propuesta se integra dentro de cualquier teoría sintáctica que acepte las diferencias entre categorías léxica y categorías funcionales. Se engloba dentro de los esfuerzos por dilucidar la naturaleza de la interfase entre la sintaxis y la semántica. Su enfoque combina la teoría de Aktionsart y las propuestas de Davidson (1967) sobre la importancia del evento, no entendido como un argumento verbal por tratarse de una relación de varios componentes de la oración, sino como un núcleo funcional que entra en una relación de cotejo con el sujeto de la oración, produciéndose la concordancia de rasgos de persona entre el sujeto de la oración y el clítico aspectual. Demuestra que la gramática del español es sensible a los diferentes tipos de eventos, y que su morfología flexiva se regula según criterios que atañen directamente a la relación entre la semántica y la sintaxis. Por último, defiende que la presencia del clítico se en oraciones transitivas en español es una marca sintáctica de la telicidad de un determinado tipo de evento.

    La cuarta parte, destinada a la dimensión diacrónica se reserva para los dos últimos capítulos de la antología. Félix Monge, en su estudio sobre «Las frases pronominales de sentido impersonal en español» (cap. VII, págs. 341-391), demuestra que la evolución de las frases pronominales en español es un desarrollo orgánico a partir de la situación latina, en cuya evolución se cumple el proceso de gramaticalización de un elemento expresivo. Afirma que la situación actual de las construcciones reflejo-impersonales se alcanzó en los siglos xvi y xvii. Comprueba cómo las construcciones pronominales se acercaron al valor pasivo en la medida en que terminaban de perder el residuo de valor medio que tenía aún en latín tardío el giro medio intransitivo con se.

    Se completa este apartado con el trabajo de A. Vera Luján «Para una caracterización diacrónica de las oraciones pasivas reflexivas» (cap. VIII, págs. 393-416). Desde la adopción de la perspectiva de la prototipicidad se pretenden explicar de forma adecuada las peculiaridades de las distintas estructuras oracionales en que la categoría única de palabras «reflexivas de tercera persona» concurren. Intenta establecer un nexo de unión entre los aparentemente diferentes tipos de se, sin que sea necesario recurrir a mecanismos de difícil justificación (pág. 404). Lo que hasta ahora se ha denominado ‘se reflexivo’, ‘se medio’ o ‘se pasivo’ constituye, desde este momento, para el autor una determinada categoría de palabras que habrá de denominarse ‘se reflexivo’ y que es sometida a utilizaciones parciales por el latín y en general, los diferentes tipos de construcciones pseudorreflejas de las lenguas románicas.

    Se trata de un amplio y profundo estudio de imprescindible consulta para cualquier estudioso de la lengua, en el que se plantean importantes cuestiones desde novedosas perspectivas que interrelacionan las propiedades semánticas con las formales o sintácticas, y que sirven para comprender tanto la actuación como la dimensión histórica de este difícil y complicado proceso. Se abren nuevos horizontes cuyo camino continuará, como afirma C. Sánchez, por un «sendero acertado que conduce, sin solución de continuidad, por el laberinto» (pág. 143).

Mª. M. Espejo Muriel

 

Fabiola Varela García, En la Andalucía de la e: estudio lingüístico y etnográfico del habla de Estepa (Sevilla), Ayuntamiento de Estepa, 2002, 164 págs.

    Desde que Dámaso Alonso visitó las tierras del centro geográfico andaluz en los años cincuenta y las bautizó como Andalucía de la e, diferentes investigadores y dialectólogos han vuelto a ocuparse de la palatalización vocálica en esa zona fronteriza de Sevilla, Córdoba y Málaga, donde se asientan las localidades de Estepa, Lora, La Roda, Casariche, Badolatosa, Herrera, Alameda, Sierra de Yeguas, Antequera, Puente Genil, Lucena, Benamejí y Palenciana, entre otras. No faltaron nunca aficionados a la dialectología que pretendieron rastrear el exotismo lingüístico y convertir Andalucía en un Far West románico donde todos los fenómenos más sorprendentes eran posibles, incluidos los sistemas vocálicos de complicada organización estructural.

    En fin, la obra de F. Varela ha venido a poner los puntos sobre las íes: ha enmarcado el fenómeno fonético de la palatalización vocálica en el marco románico, ha llevado a cabo un minucioso rastreo dialectal en el área delimitada para el estudio y ha aplicado escrupulosamente los más recientes avances de la metodología sociolingüística variacionista y estratificacional a la palatalización de /-a/ en el español de Andalucía. En su trabajo quedan de manifiesto los factores lingüístico-estructurales y externos o sociales que condicionan hechos fonéticos del tipo de casas > case[s]; jugar > jugue[r]; Cristóbal > Cristóbe[l], etc. Es lamentable que tan valiosa monografía, resultado de largos años de trabajo duro e inteligente, se haya publicado con tantas deficiencias, numerosas erratas y tan escasa pulcritud editorial; por lo que sospechamos que la autora —trabajadora y residente en Norteamérica— no ha podido corregir galeradas ni estar encima del libro.

    La palatalización vocálica de esta zona se ha relacionado con otras alteraciones vocálicas del andaluz oriental, como la abertura con valor distintivo —sobre la cual abunda la bibliografía—, pero en opinión de Varela, antes de su trabajo se había descuidado esta investigación y no se habían establecido «de manera definitiva aspectos claves referentes a su naturaleza, cronología y distribución sociolingüística» (pág. 17).

    Enmarcado el hecho fonético en su contexto lingüístico románico y en el sistema vocálico de las hablas andaluzas, Varela revisa los planteamientos y conclusiones de investigadores como Navarro Tomás, D. Alonso, M. Alvar, E. Alarcos, A. Llorente Maldonado, Mondéjar, J. A. Villena, H. López Morales y otros que la han precedido en el estudio de la debilitación de los segmentos finales y de la palatalización vocálica.

    Mediante un minucioso trabajo de campo (que incluía la realización de distintos viajes y numerosas encuestas) desarrollado entre los años 1990 y 1994, la investigadora concluyó que lo más idóneo era concentrar su interés en la comunidad de Estepa, con 10961 habitantes, al suroriente de la provincia de Sevilla, que limita al norte con Puente Genil, Herrera, Marinaleda y El Rubio; al sur, con La Roda de Andalucía, Pedrera, Gilena y Aguadulce; y al este, con Lora de Estepa, Casariche y Badolatosa.

    En sus orígenes más próximos la comunidad de Estepa era casi exclusivamente rural, con una población dedicada al sector primario, agricultura y ganadería, donde una oligarquía era dueña de grandes latifundios. Fue en los años setenta cuando la industria fabricante de mantecados alcanzó su esplendor económico, mantenido y acrecentado hasta la actualidad. La exportación en grandes cantidades de este producto ha generado una modificación del mercado laboral, sobre todo porque ocupa abundante mano de obra femenina y masculina durante el último trimestre del año. No obstante, conocida la heterogénea estratificación social de esta comunidad en función de la posesión y cultivo de la tierra, sus miembros mantienen valores tradicionales que se asocian a este hecho.

    La selección de los hablantes para obtener la muestra de materiales y las encuestas se realizaron de acuerdo con una metodología sociolingüística, según el modelo de W. Labov, en la que la encuestadora se mostró como observadora participante. Las encuestas se registraron en soporte electromagnético. Todos los factores como la edad, sexo, nivel educativo, profesión, barrio de residencia o clase social, se tuvieron en cuenta como parámetros sociales que condicionan la heterogeneidad de la comunidad de habla y la actuación lingüística de sus componentes.

    A los dos capítulos primeros, de carácter introductorio y metodológico, les siguen otros dos que constituyen el meollo de la obra: el análisis de los factores lingüísticos (cap. 3, págs. 65-128) y los factores sociales (cap. 4, págs. 129-189), que condicionan la palatalización de /a/ en el español de Andalucía.

    En el estudio de la variable dependiente, la vocal /a/, la autora diseñó una escala de cuatro grados de cierre vocálico o palatalización: 1) palatalización con abertura o sin ella; 2) la palatalización con doble abertura; 3) la tendencia a la palatalización; y 4) la articulación [e] < /a/ de la vocal /e/. Desde el punto de vista cuantitativo, un 21% de los casos hallados durante el muestreo presentaba palatalización o cierre de /a/ en los finales -as, -ar y -al. Mediante una exhaustiva y rigurosa aplicación de la metodología sociolingüística laboviana, con un análisis multivariacional y probabilístico, que tuvo en consideración a) los contextos del fenómeno; b) la presencia o ausencia de consonante final articulada; y c) los efectos consonánticos, morfológicos, sintagmáticos, acentuales y de armonización vocálica que acompañan a la palatalización; Varela García puede extraer conclusiones fonético-fonológicas sobre cada uno de estos aspectos (págs. 122-128). Así, sostiene que la palatalización es un hecho de carácter meramente fonético, condicionado sincrónicamente por la aspiración de la consonante contigua. Además, hay mayor probabilidad de documentar la palatalización «cuando se elide la consonante /-s/ que cuando se aspira». Por ello, «se puede afirmar que la palatalización de /a/ en Estepa es un fenómeno de variación fonética, motivado por causas mecánicas y no funcionales, que sin embargo funciona a veces, variablemente, como un alomorfo de pluralidad. Este apunte de funcionalidad queda ampliamente contrarrestado en el plano morfosintáctico, puesto que la palatalización de /a/ en [e] responde al principio de redundancia del español, al coocurrir junto a la aspiración de /s/ (lah niñeh...). A ello se añade, además, que en los casos en los que [-h] funciona como única marca de pluralidad, la [e] es más resistente a desaparecer en las categorías del sustantivo, adjetivo y pronombre sujeto, es decir, cuando la unidad en cuestión es núcleo del sujeto, por ser éste el que rige en la concordancia» (pág. 193).

    Concluye Varela que en Estepa el fenómenos fonético viene condicionado por la interactuación de un grupo de factores entre los que prevalecen a) la posición en la estructura silábica, y b) la aspiración consonántica. Se aplica el efecto palatalizador «sin que exista o no más información adicional de pluralidad, hasta que alcanza el nivel del determinante las, posición en la que este principio de aplicación de la palatalización deja de operar» (pág. 197).

    En cuanto a los factores externos, el análisis estadístico seleccionó la clase social, la edad y la profesión como factores de más significativa actuación. Se demuestra que el sexo —la llamada variable de género hoy— no condiciona la palatalización, frente a los datos de situaciones antiguas, según los cuales solo las mujeres practicaban y propiciaban el fenómeno. La situación ha cambiado, hay un descenso del patrón general [e] en la generación de edad más avanzada, y son los jóvenes y niños los grupos de hablantes más palatalizadores; asimismo, este rasgo continúa caracterizando a la clase trabajadora de Estepa, como hace décadas, con la diferencia de que actualmente también los hombres experimentan un fuerte aumento de la realización [e].

    Por último, a las diferencias sociolingüísticas y estratificacionales de esta comunidad se añaden las divergencias que «reflejan también el conflicto entre una situación sociolingüística estable mantenida por las mujeres, por un lado, y un patrón incipiente resultante del cambio iniciado por los hombres jóvenes, por otro, como consecuencia y, a la vez, como parte integrante del cambio de estructura social» (pág. 203). En Estepa, pues, se están produciendo transformaciones sociales a un ritmo muy rápido, por lo que se observan dos estilos de vida (urbano / rural) y dos normas sociolingüísticas en conflicto, como en otras comunidades del mismo tipo, donde la educación que reciban sus componentes también determinará sus opciones de vida y su actuación lingüístico-dialectal.

    En fin, no nos queda más que felicitar a la autora por la investigación desarrollada con tanta maestría y expuesta con el rigor apropiado, aunque desearíamos reseñar pronto una segunda edición, revisada y corregida, sin prisas editoriales por ninguna de las partes. A nuestro juicio, nos hallamos ante un hito en la investigación sobre el vocalismo andaluz, en particular, y sobre las hablas andaluzas, en general, debido a su metodología, orientación, alcance y conclusiones.

M. Galeote

 

Toby Burrows, The Text in the Machine: Electronic Texts in the Humanities, XI, The Haworth Press, Nueva York / Londres / Oxford, 1999, 181 págs.

    Una de las principales aportaciones de las nuevas tecnologías en el ámbito de las Humanidades ha sido el texto electrónico y, con él, todo el software que permite un tratamiento del mismo imposible o muy costoso en el formato impreso tradicional.

    La edición electrónica de textos humanísticos comenzó tempranamente, en la década de los 40 del pasado siglo, cuando el padre Roberto Busa preparaba unas concordancias de las obras de Santo Tomás de Aquino, aunque sólo en la década de los 90 los textos electrónicos se convirtieron en algo común.

    Su propia novedad y la complejidad que implica su creación, gestión y distribución explican que el dominio de este tipo de aplicación informática sólo esté al alcance de una minoría, aun cuando seamos muchos los que nos sirvamos de ella cotidianamente en nuestro trabajo docente e investigador.

    Por eso es de agradecer la aparición de obras como la que ahora presentamos, hecha por un especialista —el Dr. Burrows, director de la biblioteca del Scholar’s Centre de la Universidad de Western Australia, ha centrado su trabajo en los últimos años en la edición de textos electrónicos humanísticos y ha desarrollado el Electronic Text Service, que pone a disposición de los usuarios de la red de esa universidad amplios corpora textuales[19]—, que ha sabido conjugar el rigor que exige un tema como éste, apoyada en ejemplos tomados de los mejores proyectos de edición electrónica humanística, y sin exceso de tecnicismos, siempre explicados, pues, como él mismo declara: «My goal is practical one: to explain how scholarly electronic texts are constructed and to illustrate some of scholarly benefits derived from this process» (pág. x). A este afán didáctico que le anima contribuye incluso la propia composición del libro, con tipografía a 12 puntos que facilita su lectura.

    Por todo ello, el libro está dirigido a un público que maneja habitualmente textos humanísticos, que está interesado en la edición electrónica de los mismos, pero que no suele tener los conocimientos informáticos precisos, de ahí su carácter introductorio y divulgador: «This book contains an introduction to the processes involving in creating and publishing electronic texts in the humanities. It is intended for all those interested in setting up, managing, or contributing to electronic text projects, scholars, students, librarians, and publishers alike» (pág. XI).

    Pero, además de dar una visión de conjunto de todos los mecanismos implicados en la edición electrónica, el libro constituye también un alegato en defensa de este formato, a pesar de que, como reconoce el autor, «such projects are still in their infancy» (pág. XI).

    Como punto de partida, el autor ha adoptado un concepto de texto electrónico muy reduccionista: por texto electrónico entiende aquél que se guarda en formato electrónico para manipularlo con el software adecuado; que se puede publicar o distribuir de alguna forma y, sobre todo, que debe ser una versión de un texto previamente existente en forma impresa o manuscrita.

    Esta definición excluye de entrada los textos almacenados en un ordenador para uso particular y pone todo el acento en la creación de versiones digitales de textos impresos o manuscritos preexistentes para su estudio e investigación, aun cuando reconoce que cada vez son más los textos (de ficción y poéticos, dice él; también científicos, añadiríamos nosotros) que se publican en formato exclusivamente electrónico.

    Para lograr sus propósitos, el autor ha estructurado su trabajo en cinco capítulos que abordan todas las etapas y procesos implicados en la edición electrónica, que van desde los sistemas de etiquetado disponibles para los textos electrónicos (cap. 1, «Markup Systems for Electronic Texts», págs. 1-28), la creación del texto electrónico (cap. 2, «Creating an Electronic Text», págs. 29-51), la forma de publicar o distribuir el texto creado (cap. 3, «Delivery Mechanisms for Electronic Texts», págs. 53-87), hasta el modo de organizar el acceso a los mismos (cap. 4, «Organizing Access to Electronic Texts», págs. 89-125) y las distintas alternativas para presentarlo a los usuarios (cap. 5, «Structures, Architectures, and Editions», págs. 127-161).

    El libro se cierra con unas conclusiones (págs. 163-165), una completa bibliografía (págs. 167-173) y un Index de palabras clave (págs. 175-181), con siglas, nombres propios de persona e instituciones, y temas tratados. De especial interés es el apartado Further Reading («Lecturas complementarias»), al final de cada capítulo, donde se comentan los mejores trabajos, en formato papel y electrónico, para profundizar en las cuestiones estudiadas, junto con una selección de páginas web. Finalmente, se incluye también un importante aparato gráfico constituido por 32 imágenes, en blanco y negro y en distintas tonalidades de grises, con «pantallazos» de los proyectos que se mencionan.

    Para representar electrónicamente un texto hay dos posibilidades: como imagen o como entidad lingüística. En el primer caso se obtiene una fotografía digital compuesta de píxeles; en el segundo, el equivalente a un texto impreso.

    Para lograr la segunda clase de representación, es básico el empleo de etiquetas o marcas (markup o tags), de las que depende el modo de presentar el texto y las posibles formas de usarlo.

    Se han identificado hasta seis características de los textos susceptibles de ser representadas mediante etiquetas: su naturaleza lingüística (forma léxica de las palabras, partes del discurso, transcripción fonética y significados ambiguos), la naturaleza física de los textos (etiquetas especiales para indicar las características del manuscrito o libro impreso originales), la estructura jerárquica de los textos (su división en capítulos, parágrafos, versos, versículos, etc.), referencias internas e intertextuales (que van desde notas al pie o al final hasta referencias a otros textos externos como citas, paráfrasis, etc.), la naturaleza referencial del texto (etiquetas para identificar a las personas, objetos, lugares que aparecen mencionados en él) y la naturaleza histórica de los textos (las etiquetas deberían dar cuenta de los cambios sufridos a lo largo del tiempo por un manuscrito o libro impreso).

    Cuatro son los sistemas de etiquetas aplicables en el contexto electrónico: las basadas en signos de puntuación, las que rigen la presentación del texto, las procedimentales y las descriptivas. De todas ellas las mejores son las descriptivas. Primero, porque no necesitan mantenimiento. Luego, porque con ellas se pueden superar las incompatibilidades entre diferentes tipos de software. Finalmente, porque se trata de etiquetas ‘neutrales’, pues no están orientadas hacia un producto final en un formato determinado, de modo que se pueden usar una y otra vez con una gran variedad de formatos diferentes sin necesidad de cambiar los archivos fuente.

    Son varios los sistemas de etiquetado descriptivo existentes: el HTML, el SGML y el XML. De ellos, el SGML, un metalenguaje más que un lenguaje de marcado, es el más estándar. De hecho, el HTML y el XML son desarrollos específicos hechos a partir de aquél. Entre sus ventajas se cuentan: la movilidad entre plataformas de los textos con él codificados, su independencia de cualquier software o hardware propietario, el hecho de basarse en código ASCII, su sistema de codificación rico y flexible, la posibilidad de incluir material analítico como componente específico del etiquetado y de incrustar en el texto complejos mecanismos de referencias cruzadas.

    Dentro del etiquetado con SGML, un elemento obligatorio es el DTD (Document Type Definition), que se puede definir como el conjunto de reglas que rigen el marcado de un texto determinado. Para el etiquetado de textos humanísticos se ha desarrollado un DTD muy detallado y complejo denominado TEI (Text Encoding Initiative), que define unos 400 elementos diferentes y que destaca por la flexibilidad con que los elementos pueden usarse y combinarse. De éste se han creado dos versiones más simples, el TEI Lite, y el conocido como Bare Bones TEI o TEI Básico. El TEI seguirá siendo en un futuro próximo el lenguaje de etiquetas estándar para la codificación de textos en el ámbito humanístico por el hecho de que se está trabajando para desarrollar todo el TEI bajo XML, el lenguaje llamado a sustituir al HTML en el diseño de páginas web [20].

    Una vez escogido el lenguaje de etiquetas adecuado, el siguiente paso es crear una versión electrónica de ese texto. Para ello se puede introducir el texto desde el teclado, reutilizar una versión electrónica ya existente y escanear el texto, bien como imagen o convirtiéndolo en texto a través de un programa OCR.

    Teclear el texto es la forma más obvia y simple de crear un texto electrónico. En este caso, para etiquetarlo se puede actuar de dos maneras: o bien se crea primero el texto y luego se añaden las etiquetas, o bien se introducen texto y etiquetas al mismo tiempo. Para la introducción de las etiquetas hay editores especializados. Así, para el TEI tenemos, entre otros, el Adept Editor de Arbotext, el Author/Editor de SoftQuad y el editor de SGML de Grif.

    Si lo que pretendemos es reutilizar un texto electrónico ya existente, debemos tener en cuenta qué edición o manuscrito se ha usado y qué normas de transcripción se han seguido.

    A veces conviene escanear los textos como imágenes, sobre todo por la calidad de la imagen digital y las posibilidades de manipulación que ofrece frente al facsímil o la microforma tradicionales.

    La última posibilidad es el OCR, recomendable sólo cuando la calidad del texto original es grande (alto contraste, espaciado regular y una sola fuente), de modo que permita un índice de corrección superior al 95%. No es recomendable el OCR con textos manuscritos o con originales en color.

    Sea cual sea el método escogido, Burrows insiste mucho en que el texto obtenido debe ser revisado concienzudamente, confrontándolo con el original, para evitar cualquier posible error. Tanto es así que recomienda, en los casos de reutilización de textos electrónicos ya existentes, que si no estamos seguros de los procedimientos seguidos para su obtención se teclee de nuevo.

    Una vez creado el texto hay que publicarlo. Entre los soportes para transmitir el texto se habla de los disquetes, el CD-ROM, la cinta magnética e Internet. Nada se dice del DVD porque en la fecha de publicación del libro, 1999, éste no era aún un periférico habitual en los equipos informáticos (piénsese que los reproductores de DVD Vídeo aparecieron en el mercado americano sólo dos años antes, en marzo de 1997)[21]. De todos ellos Burrows propone Internet como el medio ideal para la publicación de textos electrónicos, empleando como protocolo el HTTP, en vez de los antiguos FTP y Gopher.

    El autor dedica amplio espacio al software necesario para la publicación de un texto electrónico, en particular los navegadores y editores de HTML, los editores de imágenes y los programas para crear y manipular textos electrónicos, muchos de los cuales pueden manejar documentos en SGML. Entre los programas que manejan etiquetado en SGML tienen especial interés aquellas herramientas que permiten añadir valor al texto indexándolo, haciendo búsquedas, o que inciden en su presentación e impresión. Entre ellos destacan el Open Text y el Dynatext, muy empleados en computación humanística, pues, entre otras cosas, permiten hacer sofisticadas búsquedas empleando los elementos y atributos del etiquetado en SGML.

    Burrows termina esta sección hablando de las aplicaciones que aceptan textos en XML y de otras, ya veteranas, que no trabajan con SGML, como TACT, CASE, TUSTEP, Folio Views y Folio Builder y el HyperCard de Apple.

    Los textos electrónicos, como los impresos, exigen alguna clase de infraestructura editorial para distribuirlos y ponerlos a disposición de los usuarios.

    A este respecto, cabe la posibilidad de que el propio autor del texto electrónico se convierta en su editor [22], usando Internet como plataforma preferente. Entre las ventajas de este modo de publicación se cuentan los bajos costes (si ya existe la infraestructura informática), que no hay que afrontar las largas esperas del proceso editorial tradicional, y la inmediatez y accesiblidad de las webs personales. Entre los inconvenientes, el principal es la falta de revisión del material por parte de otros colegas (el peer review), lo cual puede afectar a su calidad y credibilidad. En vez de las iniciativas individuales, Burrows recomienda que sean los departamentos o los colectivos de investigadores los que se unan para publicar un texto. Entre otras cosas, podrán obtener más fácilmente medios materiales y ayudas económicas.

    Otra posibilidad son las iniciativas institucionales a través de plataformas como los centros de textos electrónicos, los centros de computación humanística, los centros multimedia y las bibliotecas digitales.

    De ellos, los Centros de Textos Electrónicos son los que más éxito han tenido al contar con el apoyo de las bibliotecas universitarias, sobre todo las de Humanidades. Uno de los primeros fue el de la Biblioteca de la Universidad de Virginia. En ellos la clave está en trabajar en estrecha colaboración con los diferentes departamentos para asegurarse que los textos publicados sean pertinentes para la enseñanza y la investigación.

    Últimamente han iniciado su andadura las denominadas bibliotecas digitales, llamadas anteriormente bibliotecas electrónicas o bibliotecas virtuales. La biblioteca digital tiene los mismos objetivos, funciones y finalidades que la biblioteca tradicional, a saber, adquirir, organizar, almacenar y proporcionar acceso a recursos digitales, que deben ser accesibles por Internet o por una intranet. Suponen por tanto el próximo paso en el desarrollo de los centros de recursos electrónicos. Uno de los proyectos más ambiciosos en este sentido es el de la Biblioteca Digital de California.

    Junto a estos centros ubicados en el entorno universitario, están apareciendo iniciativas comerciales que proporcionan a investigadores y estudiantes recursos electrónicos de muy diverso tipo: bases de datos con índices y abstracts de revistas, bases de datos textuales, obras de referencia y revistas electrónicas en línea, etc., siempre a partir de una suscripción anual individual o institucional a través de la WWW. Un buen ejemplo es la editorial Chadwyck-Healey, con productos como la Literature Online, la Patrologia Latina Database y Die Deutsche Lyrik.

    Estas iniciativas comerciales plantean el futuro de los centros universitarios de recursos electrónicos. Por lo pronto, el mero uso comercial tiene tres aspectos negativos: los editores sólo publican el material que les vaya a proporcionar unos réditos razonables; las bibliotecas que están suscritas a tales servicios electrónicos no adquieren ningún derecho de propiedad sobre los mismos cuando cancelan dicha suscripción; por último, en un entorno empresarial no hay garantías de que los recursos que ahora poseen sigan estando disponibles en el futuro. Sin embargo, lo más probable es que los servicios comerciales no sean más que una de las formas en que estén disponibles los textos electrónicos. Por supuesto, no hay sustituto posible para los centros de recursos no comerciales, que son los únicos que pueden publicar o distribuir textos de interés para los estudiosos, pero de valor comercial muy limitado.

    Un aspecto de gran interés en el que insiste Burrows es que la distribución de textos electrónicos se haga a través de estructuras nacionales o internacionales, más que puramente locales. Para ello se puede crear un ‘consorcio’ que agrupe a varios proveedores, alejados entre sí geográficamente, que se encarguen cada uno de proporcionar servicios distintos, como el AHDS (Arts and Humanities Data Service), http://ahds.ac.uk/, establecido en Inglaterra en 1996; o bien que se cree una suerte de ‘portal’, ubicado en una universidad, que recoja enlaces a recursos repartidos por todo el mundo sobre un tema determinado, estructurados de un modo lógico y coherente, como ocurre con la Labyrinth Library of Medieval Studies, de la Universidad de Georgetown, http://www.georgetown.edu/labyrinth/.

    Un último aspecto a destacar en la edición electrónica es cuál es el formato, la estructura más conveniente para presentar dicho material al usuario.

    Aquí, aunque hay muchos ejemplos de textos electrónicos con estructura lineal o que se segmentan de modo análogo a los capítulos de un libro, incluyendo una tabla de contenidos, lo específico de este formato son las estructuras hipertextuales, entendiendo el concepto de hipertexto como hacía su creador, Ted Nelson, es decir como «escrito no secuencial». Para conseguir esto hay que construir tantos hipervínculos y rutas de lectura como sea posible. El tipo de enlace más obvio es el que se establece entre el texto principal y el material auxiliar (notas explicativas, al pie y bibliográficas). Es el modelo de la Patrologia Latina de Chadwyck-Healey. Un tipo de aproximación diferente es el que ofrece Perseus Project, con multitud de enlaces a análisis morfológicos, diccionarios, las ocurrencias de una palabra en un autor concreto, etc.

    Junto a estos modelos de presentación cabe otro, el de las bases de datos textuales, a partir de las cuales se pueden hacer búsquedas. Para conseguir esto hay que emplear un software especial, como el Dyna Text y el Open Text ya mencionados.

    De otro lado, es sabido que son muchos los tipos de edición admitidos en el texto impreso. David Greetham distingue, entre otras, la reimpresión fotográfica, la facsimilar, la transcripción diplomática, la edición crítica con texto inclusivo, la edición genética, etc. Por su propia naturaleza, el texto electrónico permite conjugar en un mismo documento todos estos enfoques a la vez, algo imposible o muy caro en el soporte papel.

    Así, los textos electrónicos son muy apropiados para proporcionar transcripciones de múltiples documentos que evidencian diferentes estadios de una misma obra. En ediciones a partir de imágenes digitales de antiguos manuscritos, a la base de datos de imágenes se le pueden agregar transcripciones del texto y descripciones del contenido de cada imagen por los editores, sobre las cuales se pueden hacer búsquedas. Además un software especializado permitiría ampliar, reducir y manipular las imágenes.

    Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, cabría preguntarse qué ventajas aporta la edición electrónica. La más obvia es que permite hacer más accesibles textos difíciles de conseguir de otro modo. En el caso de un texto manuscrito, además, con su digitalización se pueden evitar los daños que su manejo frecuente podrían ocasionar al original. Incluso en textos más accesibles, la edición electrónica ofrece ventajas únicas, como la posibilidad de consultarlos mediante un programa de búsqueda y analizar su contenido de muchas formas diferentes. Los textos electrónicos pueden constituir el núcleo de una colección de materiales en soportes diferentes: notas, comentarios, obras de referencia, imágenes y archivos audiovisuales. El mejor ejemplo es, de nuevo, Perseus Project. Pero por encima de todo, las versiones electrónicas, que se desarrollan en un entorno gráfico y visual, pueden acercar el texto a un nuevo tipo de lector que ha crecido y se ha formado en un mundo visual y centrado en la imagen.

    En suma, estamos ante una especie de vademecum de la edición electrónica, que cumple sobradamente los objetivos con los que fue concebido. A pesar de haberse publicado hace ya cuatro años, sus contenidos siguen siendo plenamente actuales, salvando algún anacronismo, ya señalado, y la obsolescencia propia de las direcciones web incluidas en el apartado de Further Reading. Aunque la terminología técnica manejada se explica con claridad a lo largo del libro, no habría estado de más la inclusión de un pequeño glosario final explicativo.

 

C. Macías

 

NOTAS:

[1] Incluido en M. González Miranda et alii (eds.), Lecturas: imágenes, Universidad de Vigo, 2001, págs. 243-256.

[2] J. Mª Latorre, Los sueños de la palabra, Laertes, Barcelona, 1992, donde al margen de la discutible presentación tipológica encontramos sugerentes páginas sobre Topaz y La ventana indiscreta de Hitchcock, La huella de Mankiewicz, A pleno sol de Clément, El tercer hombre de Reed, El Padrino de Coppola y, por citar otro ejemplo, Carta de una desconocida de Ophüls.

[3] He aquí dos ejemplos que ya han sido reseñados en esta revista: J. L. Castro de Paz, P. Couto Cantero y J. M. Paz Gago (eds.), Cien años de cine. Historia, Teoría y Análisis del texto fílmico, Visor, Madrid, 1999 (AnMal, xxiv, 2, 2001, págs. 624-627), donde varios autores abogan por una revisión terminológica; y L. M. Fernández, Don Juan en el cine español. Hacia una teoría de la recreación fílmica, Universidad de Santiago de Compostela, 2000 (AnMal, xxv, 1, 2002, págs. 338-340), que desecha también el vocablo adaptación y propugna el de recreación.

[4] La traducción de los títulos para su distribución en Hispanoamérica difiere casi siempre de la española (a este filme de Truffaut se refiere Wolf como Confidencialmente tuya), así que el lector curioso puede obtener jugosa recreación con esta circunstancia. En adelante indico siempre el título que se ha adoptado en España para que el lector se oriente y sepa qué puede encontrar en este libro.

[5] Téngase en cuenta, eso sí, que en el libro se incide casi exclusivamente en los géneros narrativos, de modo que la amplia referencia a la literatura que contiene el título no responde a su contenido. ¿Dónde está el fértil ámbito de las relaciones entre cine y teatro? Wolf incluye un brillante cotejo de la obra dramática de Dorfman que Polanski convirtió en La muerte y la doncella, pero nada más. En cuanto al terreno de la lírica, llama la atención que en una esporádica referencia se siga relacionando el hermoso poema de Poe El cuervo con la película homónima de Corman, que nada tienen que ver, por más que se incardine cronológicamente en el ciclo que el realizador le dedicó al literato bostoniano.

[6] E. Mendoza Guerrero es autor de otras contribuciones sobre aspectos lingüísticos sinaloenses, véase «Las lenguas indígenas en Sinaloa», en E. Mendoza Guerrero y J. Gaxiola López (coords.), Coloquio de lengua y literatura 1993 (Memoria), Universidad Autónoma de Sinaloa / El Colegio de Sinaloa, México, 1995, págs. 59-70; «El estudio del habla sinaloense: avances y perspectivas», en E. Mendoza Guerrero y J. Gaxiola López (coords.), Sinaloa y sus hablantes (Memoria), Universidad Autónoma de Sinaloa-El Colegio de Sinaloa, México, 1995, págs. 69-76.

[7] A partir de ahora citaré como BA.

 [8] J. M. Lope Blanch en el momento de la entrega de su trabajo no tenía noticia de la edición que estaba preparando el profesor M. Peñalver, la cual apareció en Granada unos meses antes precedida de un «excelente estudio introductorio» (BA, nota 34, pág. xxxii ). «La aparición de dos diferentes ediciones de los Apuntes son hechos que muestran que se está comenzando a hacer justicia al trabajo del gramático andaluz» ( BA, pág. xxxii, nota 34). La preocupación por la transmisión de sus ideas se ve reflejada en décadas anteriores en los trabajos de la memoria de licenciatura, inédita, de J. A. Ramos Campos, dirigida por el profesor J. A. de Molina Redondo, en la Universidad de Granada, en 1974, Las ideas gramaticales de Eduardo Benot; M. L. Calero Vaquera, Historia de la gramática española (1847-1920), Madrid, Gredos, 1986; y en 1989, la tesis doctoral realizada por M. A. Martínez Linares, bajo la dirección del profesor A. Vera Luján, con el mismo título, en la Universidad de Alicante, editada en microfichas. Anuncio la reciente publicación de Pedro M. Hurtado Valero, Eduardo Benot: una aventura gramatical, Verbum, Madrid, 2002, 220 págs.

[9] Citaremos algunos de sus trabajos más recientes: J. M. Lope Blanch, «El concepto de cláusula en Eduardo Benot», RFE LXXIV (1994), págs. 271-282. J. M. Lope Blanch, La clasificación de las oraciones. Historia de un lento proceso, UNAM, México, 1995.

[10] Esta edición refundida y ampliada de 1888 sale a la luz en Madrid, publicada por la Librería de la Vda. de Hernando y cía. Se conoce otra anterior de 1865, en Cádiz, en la Imprenta de la Revista Médica. El profesor Lope Blanch lamenta la infructuosa labor de no haber podido tener acceso a dicha obra. Otras ediciones posteriores que se conocen son la de 1910, 1928 y 1933, en Madrid, por los Sucesores de Hernando; 1914, Madrid, Hijos de Tello. En 2000, edición y estudio de M. Peñalver La Vela,, Granada, y, por último, en 2001, la que es motivo de nuestro interés. En América ha sido publicada una edición de 1940 en la editorial Albatros, en Buenos Aires (J. M. Lope Blanch, BA, nota 18, pág. xvi).

[11] Obra póstuma, Librería de los Sucesores de Hernando, Madrid, 1910.

[12] J. M. Lope Blanch, BA, pág. XVI y XXXI.

[13] No olvidemos su preocupación por los métodos de la enseñanza de las lenguas. Como sabemos, fue un introductor del método Ollendorff para las gramáticas del inglés, francés, italiano y alemán (J. M. Lope Blanch, BA, pág. vi).

[14] J. M. Lope, «El concepto de cláusula», op. cit.

[15] J. M. Lope Blanch, BA, págs. XXIV-XXV.

[16] J. M. Lope Blanch, La clasificación de las oraciones, op. cit.

[17] A. Narbona señala que «constituyen el grupo de más difícil caracterización, porque ha sido siempre un auténtido cajón de sastre» (A. Narbona, Las oraciones adverbiales impropias en español. Bases para su estudio, Ágora, Málaga, 1989, pág. 28). 

[18] M. Leonetti, Los determinantes, Arco/Libros, Madrid, 1999.

[19] Cf. su web personal http://docker.library.uwa.edu.au/~tburrows/researcher.html.

[20] Aunque Burrows declara que «At present, there are no examples of scholarly texts that use XML», en la actualidad ya hay algunos proyectos importantes que lo emplean (a veces en combinación con el TEI) como Aphrodisias Project, http://www.kcl.ac.uk/humanities/cch/epapp/epapp.html, Emblem Project Utrecht, http://emblems.let.uu.nl/emblems/html/index.html, o el Electronic Text Center de la Biblioteca de la Universidad de Virginia.

[21] Una curiosidad. Que sepamos, ningún gran proyecto de edición electrónica ha migrado al formato DVD. Muchos de los que emplearon el CD-ROM han pasado directamente a Internet. Quizás tenga algo que ver en esto la enorme capacidad de almacenamiento de este tipo de soporte (hasta 17 GB), demasiado para guardar bases de datos que consisten exclusivamente en textos. Por eso ha quedado como el soporte ideal para productos que necesitan mucho espacio como vídeos de alta calidad o grandes productos multimedia como las enciclopedias.

[22] En este aspecto, Burrows hace una observación que ya resulta un anacronismo: que la distribución del texto en soporte CD-ROM se encuentra con la dificultad de que pocos usuarios tienen en su ordenador tal dispositivo: «Only the more recent machines will have a built-in CD-ROM drive, and many people are unlikely to have easy access to one» (pág. 90).