RECENSIONES

Joan Gómez Pallarés, Studiosa Roma. Los géneros literarios de la cultura romana. Notas para su explicación, de Apio Claudio a Isidoro (C. Macías). Marino de Neápolis, Proclo o de la felicidad (C. Macías). Juan Francisco Domínguez Domínguez (ed.), Humanae litterae. Estudios de Humanismo y tradición clásica en homenaje al profesor Gaspar Morocho Gayo (G. Senés Rodríguez).Ángel Alcalá, Servet y el leño verde. Posible guión para película en busca de productor (F. Carrasquer Launed). Gregorio Cabello Porras y Javier Campos Daroca (coords.), Poéticas de la metamorfosis. Tradición clásica, Siglo de oro y Modernidad (Mª B. Navarro Tahar). Blanca López Mariscal y Judith Farré (eds.), Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Colección de Quijotes de la Biblioteca Cervantina y Cuatro Estudios (L. Sánchez Laílla). Lope de Vega, Los Comendadores de Córdoba (R. Malpartida Tirado). Baltasar Gracián, El Comulgatorio (T. Domínguez García). Peer Schmidt, Spanische Universalmonarchie oder «teutsche Libertet». Das spanische Imperium in der Propaganda des Dreissigjährigen Krieges (La monarquía universal española o la libertad alemana. El imperio español en la propaganda de la Guerra de los Treinta Años) (J. M. López de Abiada). John Ruskin y Marcel Proust, Sésamo y lirios y Sobre la lectura (J. Caralt). Luis Veres, Periodismo y literatura de vanguardia en América Latina: el caso peruano (C. Calvo Ruiz de Loizaga). César Vallejo, Antología poética (C. Blanes Valdeiglesias). Alejandro R. Díez Torre, Orígenes del cambio regional. Un turno del pueblo. Confederados / Solidarios. Aragón 1900-1936 (F. Carrasquer Launed). Ángel Alcalá Galve, Testigo, víctima, profeta: los trasmundos literarios de Ramón J. Sender (F. Carrasquer Launed). José Belmonte Serrano y José Manuel López de Abiada, Nuevas tardes con Marsé. Estudios sobre la obra literaria de Juan Marsé (P. Lenz). Oe, Kenzaburo, Salto mortal (A. J. Falero Folgoso). Francisco Plata, El ángel de la peste, (J. C. Jiménez). Carlos X. Ardavín, La pasión meditabunda (Ensayos de crítica literaria) (M. A. Auladell Pérez). Mª Victoria Pavón Lucero, Sintaxis de las partículas (R. I. García Rodríguez). Leopoldo Sáez Godoy, El español de Chile. La creatividad lingüística de los chilenos (F. Jiménez). Jesús Sánchez Lobato e Isabel Santos Gargallo (dirs.), Vademécum para la formación de profesores. Enseñar español como segunda lengua (L2) / lengua extranjera (LE) (D. Esteba Ramos). Carsten Sinner, El castellano de Cataluña. Estudio empírico de aspectos léxicos, morfosintácticos, pragmáticos y metalingüísticos (F. M. Carriscondo Esquivel). Gilles Lipovetsky y Elyette Roux, El lujo eterno (Le luxe éternel) (G. Laín Corona).

 

 

Joan Gómez Pallarès, Studiosa Roma. Los géneros literarios de la cultura romana. Notas para su explicación, de Apio Claudio a Isidoro, Manuals de la Universitat Autònoma de Barcelona, 35, Servei de Publicacions, Bellaterra, 2003, 549 págs.

     Si tuviéramos que definir en pocas palabras el libro que ahora presentamos no bastaría con calificarlo de «bibliografía comentada» de la literatura latina, aunque ese sea su objetivo primordial; por supuesto, tampoco es un manual de historia de la literatura latina al uso, aunque a lo largo de sus páginas el autor comenta, a veces en detalle, las cuestiones fundamentales que suscitan los diversos géneros, autores y obras comentadas, por lo que perfectamente podría servir de guía a los alumnos de la asignatura de Literatura Latina dentro de los estudios de Filología Clásica; en fin, no es tampoco un manual de didáctica de la Literatura Latina, aunque eso no significa que no contenga interesantes propuestas didácticas y observaciones sobre cuestiones procedimentales, todo lo personales que se quiera, pero de gran valía en cualquier caso.

Quizás, esta complejidad se deba a la propia génesis del libro, el proyecto docente con que el autor optó a una Cátedra de Filología Latina (perfil docente: Literatura Latina), de la uab, en febrero de 2002, de modo que «Todo aquello que el lector encuentre en él responde a un único criterio: reunir aquellos elementos que me permiten preparar con garantías todos los temas que, en mi opinión, tienen que formar parte de un temario de Literatura Latina (en el marco del plan de estudios que se impartía en mi universidad en la fecha antes mencionada)» (pág. 11). Esto significa que gran parte de su contenido y estructura viene determinado por las exigencias de un proyecto docente con un perfil como el ya mencionado. Sin embargo, a pesar de ello, son muchas las «bondades» de este manual, de entre las cuales las que le dan su «originalidad» son, en nuestra opinión, las que tienen que ver con los aspectos didácticos y pedagógicos.

Entrando en cuestiones más concretas, la complejidad de la que ya hemos hablado al intentar definir el libro se repite en su propia estructura, por lo que, como el propio autor recomienda, es conveniente consultar tanto el índice de contenidos situado en la pág. 7 como el índice temático final, selectivo, de las págs. 537 a 540, para localizar o bien el género literario que vayamos a estudiar, o bien todas las páginas en que se ha dividido el tratamiento de un autor.

Y es que una de las principales propuestas didácticas del profesor Gómez Pallarés es dividir el estudio de la literatura latina por géneros y dentro de cada uno de ellos hacer un recorrido diacrónico que dé cuenta de su evolución a través de los distintos autores y obras que lo cultivaron.

Frente al tradicional historicismo que se limitaba a hacer un recorrido por la vida y obra de los distintos autores, la presentación por géneros, a pesar de algunos inconvenientes (como que obliga a dividir en temas diferentes el tratamiento de un autor que cultivara varios géneros o que la preceptiva antigua no elaboró una doctrina completa para todos y cada uno de ellos), nos parece el más pertinente para afrontar el estudio de la historia de las producciones «literarias» latinas, porque los géneros en la literatura griega y latina no son creaciones a posteriori, surgidas en la mente del crítico a partir de la conversión en norma de los rasgos comunes que presentan las obras de diversos autores, sino que el escritor antiguo, cuando escribía, ya sabía cuáles eran las convenciones y preceptos del género que iba a cultivar, bien para seguirlas, bien para oponerse a ellas. Por todo ello, «creo que está en la esencia misma del proceso histórico de creación de la literatura de la antigüedad clásica el que ésta se explique a través de los géneros literarios en que se fue organizando» (pág. 67).

Otra cuestión metodológica que suscita el estudio de la literatura latina es la de los propios límites cronológicos. En este caso, comienza con las primeras manifestaciones «literarias», que podríamos situar sobre el siglo v a. C., y termina en la Antigüedad tardía, cuyos límites pone en autores como Boecio, Casiodoro e Isidoro de Sevilla, aunque por lo que dice en la pág. 512: «Los “utilizo” como un símbolo, como el símbolo de que, de forma definitiva, ha acabado una época y ha empezado otra».

Asimismo, muy loable nos ha parecido que incluya, aunque sea en Apéndice aparte (págs. 485-513), el tratamiento de los autores cristianos fundamentales, algo que «olvidan» algunos de los principales manuales al uso. Además, algunos autores cristianos cuya obra no puede considerarse «propiamente» cristiana, como Ausonio, Fírmico Materno o Boecio, los explica en los géneros literarios en cuestión (poesía lírica, prosa técnica y prosa filosófica respectivamente), criterio que también compartimos, aun a riesgo de romper la «unidad» del variopinto universo mental y literario cristiano.

Partiendo de estas premisas organizativas, el programa de la materia comprende las páginas 63 a 513. Se divide en 18 unidades didácticas y un Apéndice dedicado a los principales autores cristianos[1]. Como una concesión a la tradición editorial de los antiguos, las 18 unidades se dividen en cuatro libros, con cinco temas el primero, siete el segundo, dos el tercero y cuatro más el Apéndice el cuarto.

El autor da por supuesto que son discutibles los criterios que le han llevado a incluir tal o cual autor u obra en un género determinado, e incluso por qué trata un género concreto y no otro (por ejemplo, por qué no desgaja de la historia el género biográfico que tanta personalidad propia tuvo en la literatura antigua). Pero precisamente esa selección forma parte de la personalidad, de la «originalidad» del libro, que el autor reclama en su Epílogo (pág. 535)[2]

En el programa de cada unidad, lo que el autor analiza fundamentalmente es la bibliografía de base, la de referencia para el estudio, primero de la Literatura Latina en su conjunto, y luego por cada género y autor, más una bibliografía específica sobre cada subtema, que puede servir para profundizar cualquiera de las cuestiones fundamentales tratadas en cada caso. Desde este punto de vista, el libro es, como ya decíamos al principio, una bibliografía comentada de la literatura latina. Asimismo, da una gran importancia a la mención de las mejores ediciones en que debe leerse cada uno de los autores. A este respecto, incluye un «canon» de autores clásicos y cristianos, éstos en Apéndice, entre las págs. 25 a 61, con información escueta sobre su transmisión manuscrita y sus principales ediciones.

Pero junto al análisis meramente bibliográfico el autor da información general sobre cada género, autor y obra, que incluye a veces también las referencias biográficas fundamentales (aunque por lo común para las cuestiones biográficas remite al re, ocd y al Diccionario de la literatura clásica de Howatson) y muchas recomendaciones didácticas sobre cómo tratar tal cuestión[3] o de propuesta de actividades para hacer más interesante el estudio de la asignatura a los alumnos.

En este terreno, en pág. 85 y sigs. describe una experiencia que llevó a cabo con sus alumnos durante el curso 2000-2001, que funcionó bien y que ha incluido también en el libro. Consistía en aprender, en una fase introductoria, a hacer historia de la literatura latina sin tener los manuales al uso por delante, sirviéndose para ello de textos de los diversos géneros literarios, escritos por autores que hablan en ellos de su propia obra. Son, entre otros, los conocidos como auto-epitafios de poetas latinos (Nevio, Plauto, Pacuvio, transmitidos por Aulo Gelio en 1, 24); la introducción al libro octavo del De Bello Gallico de Julio César, debido a Hircio (apartados 3 a 8); capítulos 1 a 4 de la Catilinae coniuratio de Salustio, etc.[4]

Otra nota didáctica que aparece en el programa de cada unidad es una serie de iconos al lado de los ítems bibliográficos según que el título en cuestión sea considerado por el autor como de lectura más o menos recomendable, o que no le merezca una valoración específica[5].

Como tal, no desarrolla completo ningún tema, salvo el epígrafe 13.4 del tema de la poesía lírica, que lleva por título «Poesía lírica en tiempos de Augusto: Q. Horatius Flaccus; introducción a Horacio y a sus Carmina», que abarca las págs. 356 a 398 y que termina con una traducción al catalán (la lengua que usa en clase para traducir y comentar) de Horacio, carm 1, 1.

Para terminar con cuestiones estructurales, digamos que el libro incluye también una sección denominada Instrumenta Philologa (págs. 515 a 533), donde informa de la bibliografía fundamental que cualquier filólogo latino debe conocer en lo relativo a colecciones de textos latinos, repertorios bibliográficos fundamentales, revistas especializadas en bibliografía y temáticas generales sobre filología clásica, diccionarios y enciclopedias y una panorámica general pero suficiente sobre lo que nos ofrece la informática[6].

Aunque es cierto que la inclusión de un apartado así obedece a las exigencias de los proyectos docentes, no es menos cierto que a lo largo de todo el libro se nota la sincera preocupación del profesor Pallarés por que sus alumnos se familiaricen y conozcan cuáles son las principales herramientas bibliográficas que todo alumno de Clásicas que se precie debe conocer.

No podemos cerrar esta reseña sin hacer una mención, por breve que sea, al concepto de Filología Latina que defiende el autor. Aunque, como él mismo reconoce, en los tiempos que corren es una clara necesidad que existan especialistas en materias concretas dentro de nuestros estudios, «también me niego, por principio, a dejar de conocer lo más significativo de todos los campos que la componen. Aunque materialmente sea imposible, me gusta la idea del “filólogo total” y estoy convencido de que un filólogo latino debe intentar poseer los conocimientos necesarios que le permitan, por lo menos, no sentirse incómodo en ninguno de los campos de estudio que le puedan afectar» (pág. 19)[7].

    De esta obra, y entrando ya en su valoración final tras esta larga reseña, queremos destacar no sólo el rigor y el dominio de la materia que denotan, sino la valentía del autor, que no ha dudado en presentar en su programa una selección de géneros, autores y obras, y en su análisis bibliográfico una selección de títulos, personal, pero sumamente coherente con unos principios que él no duda en exponernos claramente en muchos pasajes de su libro. Sabe que por ello se le puede criticar, y lo asume, consciente de que sólo arriesgando en las propuestas podemos empujar la ciencia hacia delante. Por todo esto y por lo ya dicho más arriba, no creemos exagerado recomendar este título como una obra de referencia y un útil instrumento de trabajo tanto para el docente e investigador en la literatura latina, como para nuestros propios alumnos, eso sí, guiados siempre por la experiencia del profesor en la materia.

C. Macías

 

Marino de Neápolis, Proclo o de la felicidad (texto bilingüe, introducción y notas de J. M. García Ruiz y J. Mª Álvarez Hoz), Iralka, Donostia, 22004, 156 págs.

     Se da la circunstancia de que la primera edición del libro que ahora presentamos, publicada en esta misma editorial en 1999, ya la reseñamos en Analecta Malacitana, en el volumen xxiii, 1, de 2000, págs. 340-341. En aquella ocasión ya pusimos de relieve que uno de los méritos de la versión de García Ruiz y Álvarez Hoz era el ser la primera traducción al castellano de este discurso.

Respecto a la primera, son muchas las novedades de esta segunda edición, notablemente aumentada y mejorada. La más significativa, sin duda, es que si aquella se limitaba a dar sólo la traducción española del texto griego según la edición de R. Masullo (Nápoles, 1985), ésta ofrece también el texto griego del discurso de Marino, aunque, a diferencia de las ediciones bilingües al uso, el texto griego (págs. 57-96) aparece completo antes de la traducción española (págs. 97-137), en vez de enfrentados, sin duda, por los problemas de maquetación que ocasiona tal disposición. Esta vez se ha intentado que la traducción sea aún más fiel al texto original, por lo que se han introducido muchos cambios y mejoras respecto a la primera.

También se ha rehecho casi por completo la Introducción, que en la primera edición incluía apenas alguna información sobre la escuela neoplatónica de Atenas, la biografía de Marino, un breve análisis del discurso propiamente dicho, la preceptiva «Nota a la traducción» y una escueta bibliografía. En este caso, se ha ampliado algo la información sobre la escuela neoplatónica ateniense, situándola en el contexto del conflicto religioso entre paganismo y cristianismo en que vivía el mundo antiguo, cuando se reabrió esta escuela a finales del siglo iv d. C. por parte de Plutarco de Atenas.

La biografía de Marino (págs. 12-24) es prácticamente de nueva planta, puesto que se ha incorporado un buen volumen de datos que antes no estaban: su relación con el cristianismo, la enumeración detallada de su obra y testimonios selectos de autores antiguos sobre Marino de Neápolis (con el texto griego y la traducción española correspondiente).

Se ha reestructurado y ampliado notablemente el estudio literario del discurso (págs. 27-54), destacando en particular el epígrafe que dedica a discutir sobre el género literario al que pertenece y, sobre todo, el completo estudio lingüístico y literario que los autores han hecho del mismo, llevados, en el caso de la lengua, por el deseo de recopilar los rasgos de purismo ático (fonéticos, morfológicos y sintácticos) que tan bien definen la lengua de Marino. En el estudio del estilo, los autores enumeran y ejemplifican detalladamente todas las figuras retóricas presentes en la obra; mientras que, en el estudio léxico, enumeran los hápax que presenta el texto de Marino y los términos de procedencia poética que incluye.

En fin, la bibliografía (págs. 138-144) es mucho más exhaustiva que en la edición anterior, y es completamente nuevo el «Índice de conceptos» (págs. 145-149), que con­siste en una lista alfabética de términos filosóficos griegos, usados por Marino y los neoplatónicos, con su traducción española y el pasaje donde aparece. Asimismo, se ha mejorado la tipografía, cambiando el tipo de letra y aumentando su tamaño, para que la lectura sea más cómoda.

Como resultado de todos estos cambios, se ha pasado de apenas 47 páginas en la primera edición a 156 en ésta. Además, los autores expresan en el prólogo (pág. 7) su deseo de que esta segunda edición sirva de homenaje al P. Jesús Igal (1920-1986), que fue profesor de Griego y de Historia de la Filosofía Antigua en la Universidad de Deusto, como un modo de reconocer su labor de traductor de Plotino y de estudioso del neoplatonismo.

Para concluir, no está de más recordar los aspectos fundamentales de la vida de Marino de Néapolis y la importancia que esta obra supone en la historia del neoplatonismo y de la biografía antigua.

Marino (c. 440-495), natural de la actual Nablús, en Palestina, y por tanto de religión judía, abandonó ésta para adherirse al helenismo. Por ello estudió en la escuela neoplatónica de Atenas, reabierta a finales del siglo iv por el ya mencionado Plutarco y cerrada por el edicto de Justiniano de 529 (que prohibía la actividad de las escuelas paganas de filosofía), llegando a ser discípulo de Plutarco, Siriano y Proclo. Con el tiempo fue, a su vez, maestro en la escuela, enseñando la filosofía de Aristóteles y las ciencias matemáticas, y tuvo entre sus alumnos a Isidoro y Damascio. Tras la muerte de Proclo en 485, de cuya estima disfrutó, fue nombrado su sucesor al frente de la Academia.

De sus obras sólo conservamos la Introducción a los Data de Euclides y el discurso Proclo o de la felicidad. Sabemos que redactó varios comentarios a Platón, Aristóteles y Euclides, de los que sólo contamos, en el mejor de los casos, con breves fragmentos, y una Carta a su alumno Isidoro, que tampoco nos ha llegado.

El discurso, que constituye el objeto de la edición de los profesores García Ruiz y Álvarez Hoz, fue compuesto para ser leído en público con motivo de la celebración del primer aniversario de la muerte de Proclo, el 17 de abril de 486. Desde el punto de vista formal, es un encomio en prosa, que sigue el esquema del elogio fúnebre.

Respecto a los topoi de este tipo de discurso, cuya lista más completa y mejor estructurada se encuentra en el tratado de Menandro de Laodicea (rétor de la segunda mitad del s. iii d. C.)[8], Marino incluyó una serie de innovaciones. En primer lugar, el discurso se estructura según la gradación ascendente de la scala virtutum, en lugar del orden por capítulos que propone el tratado de Menandro. En segundo lugar, Marino no sólo explica las virtudes políticas, catárticas y teoréticas, sino también las físicas y las éticas. En tercer lugar, las virtudes teúrgicas, en el relato de las acciones de Proclo, aparecen sin relación con las virtudes cardinales. En cuarto lugar, se ordenan algunas virtudes cardinales según los diferentes grados de la scala. En quinto lugar, la peroratio aparece después de la muerte del personaje. En sexto y último lugar, la comparación general está ausente en Marino.

El encomio guarda también relación con las vitae, pues el relato se extiende desde el nacimiento de Proclo hasta su muerte, abarcando todas las etapas de su existencia. De hecho, ciertos aspectos de la estructura del encomio sólo pueden explicarse desde el género biográfico, no desde el elogio fúnebre, al que en teoría pertenece.

Para Marino, Proclo ejemplificaba la vida dedicada a la filosofía, que el platonismo concebía como huida de este mundo y asimilación a la divinidad, fin supremo del alma. Proclo se convierte en la práctica en el hombre ideal, el más feliz, por haber alcanzado en su grado más elevado cada una de las virtudes. Además, adquiere una posición destacada como taumaturgo, por sus numerosos prodigios y milagros, junto con la práctica de numerosos ritos purificatorios. En todo esto se fundamentaba su superioridad respecto a los filósofos anteriores.

En el encomio, Marino describe seis géneros de virtudes: las virtudes físicas (del cuerpo y del alma), virtudes éticas, virtudes políticas, virtudes catárticas, virtudes teoréticas y virtudes teúrgicas[9]. Todas ellas son los géneros de virtud propios del neoplatonicismo ateniense del siglo v d. C. Además, respecto al esquema plotiniano de la virtud, Marino introduce alguna innovación, como la importancia concedida a las virtudes teúrgicas y el lugar que ocupan las virtudes físicas, con una cierta recuperación del elemento corpóreo.

Como ya hemos dicho de pasada, en el terreno de la lengua, Marino es representante del purismo aticista del siglo v d. C. Y en el caso del estilo, cabe destacar que el empleo que hace de las figuras de dicción y de los tropos es el propio de las necesidades retóricas del elogio fúnebre. Entre los tropos o figuras de pensamiento Marino emplea especialmente las metáforas y las comparaciones. Uno de sus recursos estilísticos más frecuentes es la amplificatio, tanto en las figuras de dicción como de pensamiento, que es perceptible en perífrasis, repeticiones, comparaciones y sinonimia. Finalmente, Marino muestra un moderado gusto por la innovación también en el léxico.

En suma, la obra de Marino, como documento de la escuela neoplatónica de Atenas, es importante tanto para la retórica como para la filosofía. Como texto retórico, está escrito según el modelo del elogio fúnebre, aunque sin olvidar la influencia que en él ejerció el género biográfico, ampliamente cultivado por otros neoplatónicos. En el terreno de la filosofía, es un texto clave para el estudio de la teoría neoplatónica de las virtudes, la cual se nos ha transmitido de modo sólo fragmentario; y puede servirnos de introducción para comprender el corpus procliano, síntesis teológica de la Antigüedad tardía.

 C. Macías

 

Juan Francisco Domínguez Domínguez (ed.), Humanae litterae. Estudios de Humanismo y tradición clásica en homenaje al profesor Gaspar Morocho Gayo, Universidad de León, 2004, 547 págs.

     Este volumen dedicado al catedrático de filología griega Gaspar Morocho Gayo recoge trabajos de profesores de distintas universidades, institutos y de su equipo de investigación sobre el humanismo extremeño, ámbito en el que el Prof. Morocho desarrolló fructíferas investigaciones. Al igual que la amplia y dilatada trayectoria investigadora del Prof. Morocho, así son los estudios aquí reunidos. Éstos se pueden organizar en torno a cinco temas de singular importancia para los estudios humanísticos.

1. Cuestiones generales sobre el humanismo:

«Sobre el humanismo y la filología poligráfica» (Saturnino Álvarez Turienzo): el autor acuña aquí un término bajo el que el Prof. Morocho designó a una corriente de doctrina seguida por algunos humanistas, a los que se les distinguen por sus técnicas de estudio y por basar sus argumentos en cualquier fuente escrita o tradición doctrinal. Se profundiza en el concepto de humanismo y Renacimiento, y en las características de los conocimientos de este período frente a los medievales; cómo el trasvase de la sabiduría que emanaba de Florencia es acogida entre los estudiosos de Alcalá; y cómo la relación de los hebraístas de Alcalá con los centros italianos es importante para ver el modo en que un fray Luis de León o un Arias Montano entienden la teología y practican la exégesis.

«Sobre la conciencia histórica en el renacimiento» (Vicente Bécares Botas) plantea cuestiones relacionadas con el núcleo del Humanismo: sus inicios, la atribución al humanismo de conciencia histórica. Recoge a los autores que, según él, configuran el canon clásico y denominador común de la mayoría de los humanistas; el autor defiende que para entender este movimiento no hay que establecer unas fronteras inamovibles entre lo cristiano y lo pagano, entre la razón y la religión; ni un humanismo laico exclusivamente, sino que hubo actitudes muy plurales y los modelos intelectuales no fueron siempre inamovibles.

En «La retórica y su significado según las definiciones de tratados de esa disciplina escritos en latín entre 1500 y 1650», (Mª A. Sánchez Manzano) se presenta una exposición descriptiva de los distintos períodos por los que pasa el significado de la retórica en el Humanismo.

2. Cuestiones históricas:

«La convivencia de las tres religiones en España. Comentario a un punto de vista del Dr. Gaspar Morocho», (Melquíades Andrés Martín) desarrolla desde una perspectiva histórica los hechos, en un acercamiento real, de la relación entre judíos, musulmanes y cristianos en la península ibérica a partir del siglo octavo. En este contexto, siguiendo una declaración del Prof. Morocho, entiende que las desavenencias en la convivencia entre estas tres religiones obedecían a intereses más bien políticos que religiosos.

«Los griegos impostores y el famoso dominicano de Viterbo» (J. A. Caballero López) analiza algunos de los desacertados enfoques de los que partió la historiografía clásica y cristiana, y la plasmación que de esto se hizo después en la historia de España. Recoge para ello algunas de las consideraciones del dominicano de Viterbo que influyeron notablemente en historiadores posteriores.

3. Ediciones críticas y aspectos de crítica textual:

En «En torno a la tradición de Juvenal: una contribución crítica y exegética» (J. F. Domínguez Domínguez) se presenta, frente a las propuestas actuales, una interpretación y un amplio comentario a la sátira V de Juvenal, pasando por los medievales y renacentistas y los del siglo xix. Se plantea cómo parte de la interpretación actualmente admitida es fruto del ingenio de un humanista del s. xvii.

«El manuscrito i-i-3 y Arias Montano (la labor de Benito Arias en la conservación de las biblias romances escurialenses)», (S. Fernández López) se detiene en el manuscrito i-i-3 o Biblia de Felipe II para comprobar cómo la labor de Arias Montano repercutió en los humanistas de su entorno y en el propio ámbito inquisitorial; y cómo gracias a él se salvaron las biblias romances escurialenses, de las que se puede extraer información sobre la cultura judía y cristiana en la edad media.

«Para el texto de la Paráfrasis sobre el Cantar de los Cantares de Benito Arias Montano (un manuscrito inédito y alguna cosa más)» (L. Gómez Canseco y V. Núñez Rivera) es análisis de un manuscrito de Paráfrasis sobre el Cantar de los Cantares, de Benito Arias.

«Notas de crítica textual y hermenéutica a los poemas latinos del Brocense» (J. M. Maestre Maestre) expone detalladas y nuevas aportaciones a la interpretación de los poemas latinos del Brocense que desvelan la necesidad de una revisión de la actual edición, en donde se cotejen las fuentes manuscritas e impresas, y se estudien las distintas fuentes (clásicas, tardías y contemporáneas).

«Una lectio difficilior en un soneto difícil de Quevedo (“Oh, fallezcan los blancos, los postreros”). Una conjetura, sustentada en un texto de Persio, que da luz al lugar y al soneto» (F. Moya del Baño) da respuesta a una lectura mal entendida de un soneto de Quevedo. La autora plantea como clave para dar con una correcta respuesta partir de un texto de Persio.

«Hacia una edición crítica de las Virorum doctorum de disciplinis benenerentium effigies xliiii de Benito Arias Montano y Philips Galle: ediciones y reimpresiones» (F. Navarro Antolín y L. Gómez Canseco) establece la trayectoria editorial entre Galle y Montano. Para ello se cotejan los textos de sucesivas ediciones en las que se cruzaron la imagen de uno y la poesía del otro. También se aporta una cronología y datación de las reediciones de las Effigies.

En «Escolios griegos en la Mythologia de Natale Conti (Valencia 1567)» (R. Mª Iglesias Montiel y Mª C. Álvarez Morán) se detalla el uso de los escoliastas griegos, junto a las grandes exégesis bizantinas de autores antiguos, en el manual de mitología del Humanista Natale Conti.

En «Flavio Josefo en los Antiquitatum Iudaicarum libri ix de Arias Montano» (J. M. Nieto Ibáñez) se rastrean las obras de Flavio Josefo a las que se refiere Montano en las notas marginales de los Antiquitatum Iudaicarum libri ix; asimismo se analiza la adaptación al texto de los pasajes del autor griego. Se testimonia con ello cómo Montano es un referente indiscutible para comprobar la pervivencia de Flavio Josefo en el humanismo europeo.

«Preliminares a una edición del Poema Mariano de Anchieta» (M. Rodríguez Pantoja) revisa algunas de las claves interpretativas de la edición de Armando Cardoso sobre un poema de José de Anchieta.

«El Pinciano y Erasmo» (J. Signes Codoñer) estudia las anotaciones de el Pinciano al texto griego de Luciano impreso por Aldo. Se recogen las notas en que el Pinciano menciona la traducción que de este autor hizo Erasmo, viniendo a demostrar que fue la traducción de Erasmo la que tuvo presente.

    4. Revisión de la vida y obra de algunos humanistas:

«La educación físico-corporal en el humanismo médico español: el Examen de ingenios de Juan Huarte» (E. Álvarez del Palacio, R. Jover Ruiz, J. A. Robles Tascón). En esta obra de psicología diferencial, de gran influencia en el campo de la pedagogía y la medicina, los autores analizan las diferencias existentes en los ingenios en el aprendizaje y en la práctica posterior para determinar que hay un fundamento fisiológico en la educación que se ve condicionado por agentes del temperamento. Se hace un recorrido por los pilares y contenidos fundamentales que sustentan las teorías de Huarte y las influencias que ejercen en él Vives y Nebrija.

En «Alonso Gudiel: ciencia y miseria» (E. Fernández Tejero y N. Fernández Marcos) se describe la figura de este agustino acusado por la inquisición de ser partidario de la exégesis literal del texto hebreo y discutir la interpretación de la Vulgata. El trabajo profundiza en las acusaciones de talante judaizante vertidas contra Gudiel tales como la defensa de la existencia de dos sentidos literales en la Escritura: el histórico y el profético.

«El padre Mariana y los libros prohibidos de los rabinos» (F. J. Fuente Fernández) se refiere a distintos escritos en donde este humanista defiende la licencia para poder leer los libros escritos por rabinos sin caer en acusación inquisitorial.

En «Sermón de fray Dionisio Vázquez De unitate et simplicitate personae Christi in duabus naturis» (C. Miguélez Baños) se aporta el texto latino y una traducción literal del De unitate et simplicitate personae Christi in duabus naturis de fray Dionisio Vázquez, primer catedrático de la Universidad de Alcalá, ilustre humanista, teólogo y biblista.

«Fundamentos bíblicos del pensamiento económico de Pedro de Valencia» (J. Paradinas Fuentes) expone las principales doctrinas que se derivan del pensamiento económico de Pedro de Valencia y los textos bíblicos fundamentales en que se basa.

«Casiodoro de reina» (M. Pecellín Lancharro) es exposición de la biografía de este humanista extremeño.

   5. Aportación de noticias sobre las bibliotecas y archivos de determinados humanistas:

«Sobre la imprenta de Felipe Mey en Tarragona» (J. F. Alcina Rovira). La vinculación de la este impresor con Antonio Agustín (arzobispo de Tarragona) le permite tomar contacto con humanistas destacados del momento y conocer de cerca la creatividad de Antonio Agustín. Recoge las distintas ediciones de Felipe Mey en Tarragona; las clases de papel, las marcas empleadas; los caracteres griegos; la venta y distribución de libros. Destaca también el perfil de Felipe Mey como poeta en la edición de una traducción de las Metamorfosis ovidianas y en la composición de Rimas y Sonetos amorosos.

«Observaciones sobre los manuscritos de la biblioteca de Antonio Agustín conservados en Roma» (J. Salvadó) describe el catálogo de la biblioteca de Antonio Agustín y datación de los manuscritos contenidos; se ejemplifica su labor como anotador y las clases de anotaciones al texto, así como la intervención de otros anotadores.

«Los fondos histórico-bibliográficos del convento de San Marcos de León: dominio del ámbito europeo y olvido del americano» (Mª I. Viforcos Marinas y Mª D. Campos Sánchez-Bordona) ofrece una descripción del contenido de la biblioteca de San Marcos y una clasificación detallada de los fondos historiográficos (de la antigüedad clásica, de historias generales, de historia de España y de otras naciones).

«Documentación notarial referente a Pedro de Valencia y su familia en el archivo histórico municipal de Zafra» (J. M. Moreno González y J. C. Rubio Masa) presenta todos los protocolos de la Sección Notarial del Archivo Histórico Municipal de Zafra sobre Pedro de Valencia y su familia desde 1564 hasta 1618.

Termina el volumen con unos útiles índices a cargo de J. F. Domínguez Domínguez: index nominum; index auctorum; index biblicus.

 G. Senés Rodríguez

 

Ángel Alcalá, Servet y el leño verde. Posible guión para película en busca de productor, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2003, 132 págs.

No nos mueve esta vez la voluntad de reseñar una novela, ni un cuento, ni un ensayo, ni un poemario, sino un guión cinematográfico.

¿Y sobre qué o sobre quién? Pues nada menos que sobre nuestro primer humanista español, primer librepensador y primera víctima mortal del fanatismo religioso: Miguel Servet Conesa (Villanueva de Sijena —Huesca—, 1511 / Ginebra —Suiza—, 1553).

Se trata del librito de un autor que ha escrito —y seguirá escribiendo— mucho sobre Servet, tanto y tan bueno que merece ser distinguido como el primer servetista de entre los excelentes servetistas que en el mundo han sido. Ángel Alcalá Galve, ilustre hijo de la turolense Andorra, Catedrático de Literatura Española ya emérito (desde 1998) del Brooklyn College de la City University of New York.

Ángel Alcalá ha escrito sobre muchos temas y ha publicado libros exhaustivos sobre grandes autores, como por ejemplo sobre Ramón J. Sender, a quien promovió, siendo vicepresidente del Spanish Institute, para el Premio Nobel de Literatura el año 1979. Y en cuanto a sus numerosos trabajos senderistas, lo mejor que ha publicado Alcalá sobre Sender es su libro de este largo título: Testigo, víctima, profeta: los trasmundos literarios de Ramón J. Sender (Editorial Pliegos, Madrid, 2004, 333 págs.).

Y sobre personajes políticos ha publicado recientemente: Alcalá Zamora y la agonía de la República (editado por la Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2002, 863 págs.), libro éste que mereció el primer premio del concurso convocado por las Reales Academias de Ciencias Morales y Políticas, Jurisprudencia y Legislación y de la Lengua Española.

No obstante la larga lista de libros publicados de tan diversa temática filosófica, teológica, de crítica religiosa e histórica, yo calculo que ha sido la figura de Servet, su vida y su obra, lo que le ha robado —a Ángel Alcalá— más horas de escritura que cualquier otra materia motivadora de estudio e investigación, a juzgar por la bibliografía literalmente ingente de nuestro servetista magistral. Veámoslo, aunque sea a uña de caballo.

Lo primero de todo: Miguel Servet. Restitución del Cristianismo (edición de Ángel Alcalá; primera traducción al castellano de la obra escrita en latín por Miguel Servet, llevada a cabo por Ángel Alcalá y Luis Betés; edición, introducción y notas de Ángel Alcalá y editado por Fundación Universitaria Española, Sección Clásicos Olvidados, 3, Madrid, 1980, 817 págs.). Éste es el libro en que se expone toda la doctrina de Miguel Servet. Así que, hasta esta versión al español, no se han podido enterar de las heterodoxas ideas de nuestro primer librepensador del siglo xvi, Miguel Servet, los 350 millones de hispanohablantes que hay en el mundo. ¡Vaya servicio cultural!

    Nombrar aquí todos los artículos, ponencias de congresos y estudios monográficos en revistas, especialmente para lo que edita el Instituto de Estudios Sijenenses «Miguel Servet» de Villanueva de Sijena, sería alargar demasiado esta reseña.

Baste decir ahora en qué empeños servetísticos está actualmente comprometido Ángel Alcalá: ¡Casi nada! En publicar seis tomos que abarquen la Obra Completa de Miguel Servet. Ya ha salido el primero: Miguel Servet, Obras Completas, 1: Vida, muerte y obra. La lucha por la libertad de conciencia. Documentos (ed. de Ángel Alcalá, Prensas Universitarias de Zaragoza, Ediciones Larumbe, Clásicos Aragoneses, 2003, 388 págs.). O sea, que si los otros cinco tomos son de parecido tamaño, las Obras Completas de Miguel Servet van a pasar de las dos mil (2.000) págs. ¡Performance record para un septuagenario. Enhorabuena!

Pero ahora estamos ante el descubrimiento de esta obrita que nos ofrece Ángel Alcalá en forma de guión fílmico: Servet y el leño verde. Esto del «leño verde» viene a ser como la puntilla de la perversidad «calvinícola» de que es víctima el inocente Servet. Condenado sin juicio ni motín o clamor popular a ser quemado vivo ¡y encima con leña verde para mayor y más largo tormento! Eso se llama «mala uva», y no de la viña del Señor, precisamente, sino del diablo más vil y rencoroso. Y llegado a este punto, no puedo menos que transcribir las palabras del bueno de Castellion, defensor de Servet, al final de la filípica en que le impreca a Calvino con toda justicia: «Matar a un hombre / no es defender una doctrina, / no es borrar sus ideas, / es... ¡matar a un hombre!».

Pues sí, carísimo autor: me parece una desgracia, un fallo lamentable que a ningún cineasta español, y aun tal vez más grave, a ningún director o productor de cine aragonés se le haya ocurrido honrar con un film la memoria de un español tan universal como Miguel Servet y sobre todo, para el caso, siendo la suya una vida tan idónea y propicia para dramatizarla en la escena o en la pantalla, porque no deja de ser sumamente peregrino que se dé un héroe, un mártir y un sabio todo de una pieza como se da en Miguel Servet. Rara avis, pues, que no abunda tanto como para dejarla pasar de largo sin aprovecharla con fines de enriquecimiento ético de nuestro público.

 La verdad es que siento más que nada que no haya habido hasta aquí un realizador cinematográfico aragonés que no haya sabido ver que en Servet se da el ejemplo más limpio de un noble aragonesismo: esencialista como Sender, místico como Miguel de Molinos, científico como Santiago Ramón y Cajal, enciclopédico como Joaquín Costa, tesonero estudioso como cualquier maño culto y entregado a su causa hasta la muerte (¡pero sin matar ni hacer daño a nadie, sino todo lo contrario!) como Francisco Ascaso (dos extremos que se tocan... ¡en el martirio!).

Yo apelo desde aquí a la buena voluntad de los cineastas aragoneses primero y por extensión a todos los del mundo, a que no se dejen perder esta oportunidad que les brinda Ángel Alcalá con su guión Servet y  el leño verde, y a las autoridades de España y del extranjero, facultadas para ayudar a este proyecto, a que se decidan a subvencionar la película que proponemos por ser de tanto interés cultural para España y para el mundo entero. Gran galardón para la Humanidad sería brindar a nuestros públicos una película bien hecha de ese guión perfecto que estamos recomendando con el más ardiente entusiasmo y la más clara conciencia de éxito seguro tan fecundo como enriquecedor. ¡Sí, sí, hágase! ¡Que lo agradeceremos para siempre!

 F. Carrasquer Launed

 

Gregorio Cabello Porras y Javier Campos Daroca (coords.), Poéticas de la metamorfosis. Tradición clásica, Siglo de oro y Modernidad, Universidad de Málaga / Universidad de Almería, 2002, 498 páginas.

     Poéticas de la Metamorfosis es una colectánea que reúne un variado conjunto de trabajos del Grupo de Estudios Literarios del Siglo de Oro (gelso), donde diversos especialistas analizan múltiples aspectos de la literatura del Siglo de Oro y de la Modernidad a través del concepto de metamorfosis.

El Grupo de Estudios Literarios del Siglo de Oro se constituyó en el año 1996 y tiene como objetivo el estudio de manera equilibrada y organizada de distintos temas y campos de atención dentro del ámbito de la literatura del Siglo de Oro. Está formado por diversos investigadores de universidades españolas y extranjeras y coordinado por la Universidad de Málaga. Fruto de esta cooperación fueron los encuentros realizados en la Universidad de Almería que ahora ven la luz con la publicación de Poéticas de la Metamorfosis. Hasta el momento es el último de la media docena de volúmenes que ya han aparecido bajo las siglas de gelso.

El concepto de metamorfosis en sentido mítico es una proclama indirecta, casi metafórica, de lo que se ha querido hacer en este libro. El significado de metamorfosis posee en él una doble vertiente. Por una parte, el término referido a la manera tradicional, esto es, en el ámbito de la materia mitológica, repetidas veces abordada; por otra parte, el término en su valor analógico, equiparado a la transformación que se produce en el proceso de escritura de un texto.

La metamorfosis supone un cambio absoluto de una naturaleza a otra. Este fenómeno aplicado al ámbito literario tiene una equivalencia que sería lo que se conoce como cambio literario. De esta forma, Poéticas de la metamorfosis podría traducirse como Poéticas del cambio literario.

En la Introducción realizada por los coordinadores, se esclarece el concepto de metamorfosis. Se define como un continuum, no como un proceso ya acabado: 

Metamorfosis designa una perspectiva por la cual el cambio es remitido tozudamente a la continuidad, como si en cada paso de la transformación nos forzáramos a ver, avanzando a traspiés, el paso anterior y, al término, nos vol­viéramos al punto de partida con el dolor de la pérdida (pág. 7).

     El punto culminante de una metamorfosis es «la toma de conciencia dolorosa de un cambio irreversible» (pág. 9). El más frecuente es la pérdida del habla, pues, además de ser la cualidad que diferencia al ser humano del animal, en el proceso de transformación nos hallamos ante un ser que entiende el lenguaje, pero que es totalmente incapaz de articularlo.

En algunos de los trabajos compilados, esa metamorfosis o cambio es analizado como derivación o engarce de una cuestión que aparece en la literatura del Siglo de Oro con origen en la tradición clásica, como el artículo que abre el volumen. En «Dimensiones de la utopía antigua. España, América y el Islam», Jesús Lens Tuero y Javier Campos Daroca estudian el género utópico en España durante los siglos xvi y xvii a través de autores como fray Antonio de Guevara, Cervantes y escritores de diálogos. Respecto a la utopía grecorromana y americana, se refieren al concepto de «otro mundo» como fue el descubrimiento de Cristóbal Colón. Finalmente distinguen dos vías para el elemento utópico en el mundo islámico: las ideas y los textos. La primera vía se relaciona con el modelo platónico de ciudad ideal, mientras que la segunda nos conduce al libro vii de la Política de Aristóteles.

    En la misma línea, se sitúa el artículo de Asunción Rallo, «La historia de la verdad y de la justicia. Recepción y variaciones de un tópico clásico», tal y como nos lo indica el subtítulo. Este estudio pretende ser un ejemplo de «lo que podríamos denominar génesis metamórfica de un texto, metamórfica en cuanto similar y colindante con otros» (pág. 35). Dicho objetivo se lleva a cabo mediante el análisis de ejemplos de intertextualidad en el canto xviii de El Crótalon, donde se narra la pequeña historia de la Bondad y su hija la Verdad. Estos motivos utópicos se encuentran en tres vertientes: política (mito de Astrea en la clasicidad), literaria (en los Sueños de Quevedo o la desaparición en el mar producida en la segunda parte de El Lazarillo de Tormes) y alegórica (como en el Guzmán de Alfarache y El Criticón).

El presente volumen constituye, en otras ocasiones, un verdadero ejercicio de comparatismo, como ocurre en el trabajo de Mercedes López Suárez, «El madrigal de Cetina». Se trata de una comparación de los modelos del madrigal de la poesía italianizante con la realización de Cetina, como la recreación del mito de Narciso o el motivo del dolor de amor. Como estudia la autora, es en el soneto «Ojos claros, serenos» donde se produce la declaración de su poética madrigalesca: «[...] el madrigal “Ojos claros, serenos” funcionará, y así propongo su interpretación, como intencionado y feliz mensaje poético de simbiosis poesía-música para sus coetáneos nacionales» (pág. 53).

En otros artículos, se analiza la metamorfosis de un motivo, como sucede en el caso de los trabajos de José Lara Garrido y Álvaro Alonso Miguel: la rosa de los vientos y la visión del cíclope en la literatura renacentista.

José Lara Garrido en «Sobre la imitatio amplificativa manierista. Metamorfosis de un motivo poético: la rosa de los vientos», estudia varias cuestiones: el concepto de Manierismo, la imitatio renacentista y la manierista y el motivo de la rosa de los vientos. Desde el modelo en unos versos de Ovidio, «el enfoque sucesivo de las imitaciones y su gradiente intensificador mediante la amplificatio viene a configurar una especie de teorema emblemático del Manierismo. La proliferante reacción temática [...] nos certifica una vez más que el mecanismo constitutivo de la experiencia manierista es la búsqueda de la variación por la apertura intelectualista de un código» (pág. 272).

«La metamorfosis del cíclope» de Álvaro Alonso Miguel constituye otro análisis de un motivo, en el que se estudian dos versiones pastoriles de la historia del Polifemo: la Diana de Alonso Pérez y las Academias morales de las Musas de Antonio Enríquez Gómez. En ambos casos, se produce una comparación de las características presentadas por el cíclope con el Polifemo, tanto ovidiano como gongorino.

Existen otros procesos de cambio, como el que encontramos en el estudio de Antonio Carreira, «Poesía de circunstancias: epitafios a la duquesa de Lerma (1603)». Se analizan distintas motivaciones y resultados en autores que escriben epitafios a la duquesa de Lerma, como cuatro sonetos de Quevedo, el Conde de Salinas, Agustín de Tejada y Páez para ensalzar finalmente los sonetos «Lilio siempre real nací en Medina» y «Ayer, deidad humana; hoy, poca tierra». Siendo su destinatario universal, Góngora aprovecha un acontecimiento externo y con la misma intensidad que oradores sagrados de la talla de Cabrera o Castroverde, sabe trazar una lección de vanitas que huye del tópico y descubre fértiles campos para un imaginario eficaz, desprendido de la poética de lo macabro. Crea, en definitiva, una obra maestra de circunstancias.

En «Proceso de escritura y estilística de variantes en las Soledades (Algunos ejemplos), Joaquín Roses estudia la metamorfosis de las Soledades a través del proceso de escritura contemplado desde el análisis de variantes estilísticas. Como afirma el autor, es muy importante «para la revisión de las Soledades los “Pareceres” de Pedro de Valencia y de Francisco Fernández de Córdoba, por cuanto influyeron en el resultado final del poema». De esta forma, se revisan algunas variantes en los planos fónico-métrico, morfosintáctico y léxico-semántico. Finaliza el artículo con un apéndice de pasajes aludidos por Pedro de Valencia y Alonso, así como variantes estudiadas por Robert Jammes.

Otro rasgo que conviene resaltar en Poéticas de la Metamorfosis es el de la variedad de objetivos que se analizan en el volumen. Resulta indicativo de cómo el grupo pasa de la atención monográfica de temas [10] con la aplicación de un mismo enfoque metodológico a una amplia gama de enfoques críticos.

Un ejemplo lo hallamos en el análisis de formas de organización textual, como el cancionero. José Manuel Trabado Cabado en «La elegía y el principio de desestructuración interna en el cancionero herreriano: Algunas obras (1582)» estudia las características originales del cancionero herreriano. Partiendo del molde formal del cancionero petrarquista, el autor revisa la originalidad del cancionero herreriano en Algunas obras, como la ausencia de poemas in morte o de rasgos de arrepentimiento en el soneto prologal. Asimismo se lleva a cabo una lectura de dos elegías introducidas por Herrera en el cancionero, al igual que se hacía en el petrarquista, aunque en Herrera la elegía será necesaria «en tanto que muestra una actitud analítica sobre la faceta literaria» (pág. 73). Lo que se produce es «el desplazamiento de la elegía hacia formas poéticas similares en su versificación pero diferentes, en cuanto que acudían a un universo temático diferente» (págs. 93-94), lo cual enriquece el cancionero.

Belén Molina Huete, «Manierismo y antología. Las Flores de poetas ilustres de España ordenadas por Pedro Espinosa (1605)», estudia una de las antologías más importantes del Siglo de Oro. Tras la comparación con los cancioneros de tipo petrarquista, se halla que esta antología ofrece «una auténtica variatio del canon» (pág. 97), ya que el discurso se enriquece con otros argumentos (poemas morales y satíricos) y con multiplicidad de voces. Asimismo estudia sus fuentes italianas y clásicas. En un segundo bloque, la autora trata la relación entre las Flores y el manierismo.

Tras el análisis de las Flores, pasamos al estudio del Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada en el artículo de Gregorio Cabello Porras y Javier Campos Daroca, «Relatos y motivos utópicos en el Jardín de Flores curiosas de Antonio de Torquemada». La historia de Yambulo aparece como «una flor particular» (pág. 170) que remite a dos problemas cruciales del Jardín, como son la recepción de lo maravilloso y el sentido de mito. La recepción de lo maravilloso nos lleva al problema de la credibilidad, pues, cuando Antonio introduce la historia de las islas del sol y de sus fantásticos habitantes, se suceden ataques y defensas respecto a la credibilidad de la historia. Respecto al segundo problema, el concepto de mito se encuentra en dos sentidos: como vivencia religiosa o maravilla como curiosidad y asunto deleitable. El trabajo se cierra con un apéndice donde muestran distintos textos que han podido servir de fuente.

Otro motivo que se analiza en este volumen es la transformación de hombre en mujer, como hace José Jiménez Ruiz en «De Feliciano de Silva al Persiles. La metamorfosis del hombre en mujer como recurso de estructura y género». Se procede al estudio de esta metamorfosis en tres autores. En primer lugar, Núñez de Reinoso en el Clareo utiliza la transformación del hombre vestido de mujer para acercarse a su amada. Cervantes en su Persiles (Libro I, caps. 2-4) reencuentra a Periandro vestido de mujer con Auristela de varón. El artículo se cierra con el estudio del Florisel de Niquea de Feliciano de Silva a través de varios elementos: finalidad, delimitación de la nueva personalidad, interpretación del nuevo papel, encuentro con la amada, relación entre las dos «mujeres», recurso de una historia paralela, la realidad literaria que va siendo conocida por otros personajes y la confesión final de identidad por parte del protagonista.

José I. Díez Fernández analiza la carta de la corte en su trabajo «“Viendo yo esta desorden del mundo”. La carta de la corte (en dos inéditos de finales del siglo xvi)». En primer lugar, estudia los distintos tipos de epístola en prosa, como la carta jocosa o la carta de corte de finales del xvi. A continuación aborda la lectura de dos cartas: la primera de Fernando Mexía de Guzmán dirigida a Pedro de Guzmán y la segunda se trata de una colección de cartas en prosa para varios destinatarios. Las dos son cartas rogadas donde la crítica aparece matizada bajo la ironía.

La función del retrato en la narrativa aparece estudiada en los artículos de Isabel Colón y de Francisco J. Sedeño desde una óptica muy distinta. Isabel Colón en «Retratos y autorretratos de Miguel de Cervantes: En torno al prólogo de las Novelas ejemplares» analiza el retrato que de sí mismo hizo Cervantes en relación con el género del autorretrato burlesco. Existen diversos elementos en el autorretrato de Cervantes (como la imagen de los dientes o de la frente) que conducen a la impresión de que Cervantes se está burlando de su propia imagen. En un segundo apartado, la autora aborda el tema del grabado de autor en libro, mencionado por Cervantes en el prólogo referido a la costumbre de colocar en los libros grabado del autor. Así existe un espacio vacío hipótetico que el escritor va a rellenar con su pluma. Las referencias de Cervantes van a influir en escritores posteriores como Castillo Solórzano o Lope de Vega.

En «El antirretrato petrarquista: metamorfosis de la poética (paradigmas en Quevedo y Barrios», Francisco J. Sedeño tiene como objetivo «iniciar una aproximación a través de los aspectos más importantes desde el punto de vista de una dimensión burlesca y satírica en un corpus poético seleccionado de ambos autores, tomando como vía de análisis el retrato y su relación con ciertos lienzos contemporáneos, para exponer el valor sustancial de lo burlesco y lo profundo de esta comicidad en las creencias poéticas culterana y conceptista» (pág. 409). En primer lugar, estudia la importancia que se le daba a la mitología durante el Barroco y su relación con la tradición. A continuación trata la cuestión de la parodia en los poemas mitológicos, pues «el humor es una nota destacada en la poesía mitológica de Quevedo y Barrios» (pág. 425), destacando una galería de prototipos como la sátira a la mujer y al matrimonio, la parodia de la mujer prototipo del petrarquismo y la práctica xenófoba.

El tema de la mitología como ámbito de las polémicas poéticas es tratado por Juan Matas Caballero en «La mitología, campo de tiro en la batalla de los estilos poéticos: Jáuregui y Pérez de Montalbán». Góngora superó todos los modelos clásicos y modernos en el tratamiento mítico, inaugurado por el Polifemo como gran poema mitológico. Su detractor, Juan de Jáuregui, censuró la «nueva poesía» de don Luis en Antídoto y Discurso poético. Los seguidores de Lope de Vega se vieron traicionados con el segundo tratado y atacaron a Jáuregui con un escrito de Pérez de Montalbán, Orfeo en lengua castellana, convirtiendo la mitología en «campo de tiro para librar una batalla de signo estético, aunque ahora el destinatario de la pulla resultaba ser quien, pocos meses antes, se había empleado contra don Luis de Góngora» (pág. 302).

Siguiendo en el ámbito de la mitología, José Fernández Dougnac en «Pedro de Soto de Rojas ante el mito de Faetón» analiza la obra de Soto de Rojas comparándola con el poema ovidiano. Los rayos del Faetón es un poema mitológico dedicado al Conde Duque, distribuido en ocho cantos con 2.056 versos repartidos en 257 octavas en las que se describe el desarrollo del mito. Soto de Rojas utiliza dos recursos para su poema: la amplificatio y la intromisión de episodios, transformando el viaje del joven en «una peregrinatio moral cuyo final no es otro que la tragedia colectiva e individual» (pág. 387). El autor destaca dos episodios importantes: los panegíricos a Felipe IV y la fábula de Acteón y Diana.

Poéticas de la Metamorfosis presenta una excelente organización histórico-crono­lógica, pues parte de la tradición clásica, se centra en el Siglo de Oro y llega hasta la modernidad. En relación a ella se encuentran los tres artículos que cierran el volumen.

Juan Ferrer y José Guerrero en «La imagen de la metamorfosis en la escritura de Luis Goytisolo» estudian el proceso de escritura en Luis Goytisolo, ya que la novela se convierte «en el territorio donde alienta el poder creativo de la metamorfosis cuya raíz germina en la capacidad humana para transferir sentido y significación de un plano a otro del lenguaje» (págs. 447-448).

En «Walter Benjamin o la metamorfosis de la alegoría», Cayetano Aranda estudia cuatro aspectos fundamentales del filósofo alemán: platonismo del autor, su noción capital de origen, importancia de la melancolía como característica básica del alma barroca y la alegoría en Benjamin.

Pedro Molina en «Dimensiones antropológicas de la metamorfosis» estudia «los pasos transformacionales que afectan a la vida “individual y social”» (pág. 475) a través de los ritos de transición estudiados por Van Gennep y V. Turner.

Como decíamos anteriormente, el presente volumen, a pesar de la variedad de temas, está perfectamente organizado cronológicamente, presentando los artículos un análisis de un recurso de estructuración o género o bien un estudio de un microtexto o variaciones en torno a un tema o cuestión en torno a uno o varios autores. Esto demuestra que predomina la coherencia y el volumen pasa de una primera apariencia de simple colectánea o de dispersión a constituir un excelente estudio de nuestra literatura presentada a través del concepto de metamorfosis con una notable unidad y cohesión.

 Mª B. Navarro Tahar

 

Blanca López de Mariscal y Judith Farré (eds.), Cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Colección de Quijotes de la Biblioteca Cervantina y Cuatro Estudios, Tecnológico de Monterrey / Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2004, 236 págs.

     Sale este hermoso libro por iniciativa de la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, dirigida por Silvia Garza, y con el apoyo de la Asociación Internacional de Hispanistas, presidida por Aurora Egido, con motivo de la celebración en la ciudad regiomontana del xv Congreso de esta institución. Consta la publicación de cuatro partes bien diferenciadas: una primera de preliminares (páginas 13-26), un conjunto de cuatro estudios sobre aspectos diversos de la obra cervantina (págs. 41-84), el catálogo de la exposición bibliográfica organizada con ocasión del evento arriba señalado (págs. 97-177), y la reproducción facsimilar del catálogo de la Colección Carlos Prieto, que constituye el núcleo de la Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey (págs. 179-232). Cada una de estas partes y sus distintos componentes están separados por un conjunto de veinticinco grabados con escenas del Quijote, todos ellos de bella factura, y procedentes de ediciones pertenecientes a la colección que es objeto de este libro (por orden cronológico: Juan Mommarte, Bruselas, 1662; Andrés García de la Iglesia, Madrid, 1674; Juan Bautista Verdussen, Amberes, 1719; J. y R. Tonson, Londres, 1738; P. Goesse y T. Moetjens, La Haya, 1744; Juan Antonio Pellicer, Madrid, 1797). No ha de extrañarnos que Ricardo Elizondo, director de la Biblioteca Cervantina, y responsable del diseño gráfico del libro, haya dado un papel tan relevante a la imagen de don Quijote, empezando por la colocación en la portada del cuadro «Don Quijote en Monterrey», de Jorge González Camarena, custodiado en la Biblioteca Cervantina, pues es indicio de la riqueza en ediciones ilustradas de la colección y, por ende, de la muestra bibliográfica: nada menos que treinta y dos de los ejemplares que for­maron parte de la exposición contenían gra­bados. No se explicita el porqué de la elección de unas ediciones y no otras, pero en algunos casos no resulta difícil hallar razones, como en el caso de la de Mommart, primera edición castellana ilustrada, o la de los Tonson, edición de lujo con sesenta y ocho grabados de gran formato. En todo caso el resultado es excelente y avala el esmero en la realización material del libro que reclama con orgullo el propio Elizondo en las páginas introductorias (págs. 19-20).

 Uno de los propósitos declarados de este libro (pág. 15) es volver a poner en circulación el catálogo de la colección que el empresario Carlos Prieto donara en 1956, en unas jornadas cervantinas celebradas en el centro universitario, y que constituye el origen de la Biblioteca Cervantina del Tecnológico. Este Catálogo abreviado de la Colección Cervantina «Carlos Prieto» del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, realizado por Andrés Estrada Jasso (Monterrey, itesm, 1965) venía a actualizar una primera catalogación de Julián Ama, de 1949, pero, dada la escasez de su tirada, apenas quinientos ejemplares, se agotó pronto, y con ello quedó frustrado el propósito de divulgar entre los cervantistas y los amantes del libro en general los tesoros bibliográficos de la colección. Con esta nueva estampa podemos apreciar otra vez la riqueza de un inventario que incluye ciento ochenta y siete ediciones castellanas del Quijote, desde la primera hasta 1961, más de sesenta traducciones a lenguas diversas, y unos dos mil títulos de bibliografía secundaria, repartidos en dos secciones, una relativa a fuentes, adaptaciones y continuaciones de obras cervantinas, y otra acerca de Cervantes y su obra, con un apartado de bibliografías cervantinas.

No cabe duda de que el patrimonio bibliográfico de la Biblioteca Cervantina se convierte en un minero para el estudioso del libro. Como señalan las editoras en la «Introducción» (págs. 25-37), a la luz de los trabajos de Roger Chartier sobre los hábitos de lectura y las prácticas de lo escrito en la Edad Moderna, el repaso de las ediciones del Quijote aquí reunidas ilustra de forma inigualable el éxito editorial europeo del ingenioso hidalgo y las distintas «formas de apropiación» de los lectores, desde la edición económica y fácil manejo, intuición de algunos sagaces impresores, a las ediciones de lujo destinadas a grandes bibliotecas, públicas o privadas, como la del propio Carlos Prieto, en una gama de sorprendente variación de formatos. Pero si en algo destaca esta colección es en el incalculable valor material del conjunto de ediciones de los siglos xvii y xviii, que fue objeto de exposición pública y cuyo catálogo conforma la parte central de este libro.

 Precedido de una tabla matricial (pág. 99) en la que se recoge el título de la edición, la fecha, editor y lugar de edición, nombre de dibujantes y grabadores, tamaño y número de volúmenes, el catálogo reproduce fotográficamente la portada de los libros expuestos (o la primera página cuando falta aquélla). Son un total de treinta y ocho volúmenes, que, sobre un total de sesenta y una ediciones consignadas por Manuel Heinrich [11] para los mismos siglos, constituyen un corpus precioso. De los treinta y ocho libros, treinta y uno corresponden a las ediciones castellanas del catálogo de Andrés Estrada, y en el mismo orden, con excepción de las entradas 29 y 30, que intercambian su posición. El resto corresponde a siete traducciones, una holandesa (nº 216 del catálogo), dos inglesas (nº 219 y 220) y cuatro francesas (nº 198-201), integradas por orden cronológico en las ediciones castellanas. Al valor cuantitivo de la muestra hay que sumar el cualitativo que supone la presencia de algunas ediciones especialmente significativas, como la de John Bowle (1781), (pág. 165), motivo de una polémica ilustrada[12].

Acompaña a cada reproducción una ficha catalográfica completa, con descripción, contenido, relación de grabados y anotaciones (en caso de que los haya), comentarios, consignación de ex-libris (de haberlo) y signatura. Vienen estas fichas a aplicar los criterios científicos que se obviaron en el Catálogo abreviado, «sumario y descriptivo» (pág. v del facsímil), y que obedecen a una necesidad planteada en el momento de pergeñar la misma exposición, como señala Aurora Egido en la presentación (págs. 15-16). Completa el catálogo una breve reseña bibliográfica de las fuentes empleadas en los comentarios de las fichas (pág. 177), y que, aparte del propio catálogo de Andrés Estrada, recoge dos títulos sobre historia gráfica e iconografía, un estudio sobre traducciones inglesas, otro sobre los Quijotes del siglo xviii, y la edición de Francisco Rico (Crítica-Instituto Cervantes, Barcelona, 1998). En ocasiones los comentarios se antojan escasos y, de haber empleado algún título más de la bibliografía más reciente[13], pudieran haberse enriquecido con observaciones sobre la recepción de las ediciones o de sus ilustraciones, como ocurre en el caso de la edición de Tonson (pág. 129).

El volumen se beneficia de un conjunto de cuatro estudios de prestigiosas firmas. Aurora Egido (págs. 41-49) propone una lectura de los prólogos de las dos partes del Quijote en clave de defensa de la lectura como acto intelectual que supone una interpretación autónoma y libre de la obra literaria, en un breve ensayo que completa la serie de artículos dedicados a la discreción en las obras de Cervantes [14]. También en relación con el pensamiento cervantino sobre el acto de leer, Guillermo Serés (págs. 67-84) identifica en algunos pasajes del Quijote y de las Novelas ejemplares una reinvindicación de la lectura como experiencia emocional que cabe enlazar con la corriente apologética de la literatura de ficción. Por su parte, Augustin Redondo, atento una vez más a la recepción del texto, defiende en su estudio (págs. 51-65) la reversibilidad esencial del Quijote, que permite hacer compatibles la visión trascendente que, desde el Romanticismo, impregna todo el cervantismo del siglo xx, y la interpretación lúdica, como libro de entretenimiento, que parece exigir el contexto en el que fue escrito [15]. Por último, Beatriz Mariscal Hay (pág. 87-92) reflexiona sobre las conflictivas relaciones del Cervantes con el mundo editorial, al mismo tiempo que recoge las observaciones del autor acerca de los efectos de la imprenta y de la conversión del libro en mercancía sobre la misma creación literaria [16]. Estas contribuciones críticas convierten este libro, imprescindible ya para bibliófilos, en una referencia de máximo interés para filológos en un sentido amplio, y para cervantistas muy en particular.

 L. Sánchez Laílla

 

Lope de Vega, Los Comendadores de Córdoba (edición de M. Abad y R. Bonilla; prólogo de Á. Mª García Gómez), Ediciones de La Posada / Ayuntamiento de Córdoba, 2003, 187 págs.

 Seguramente no sospechaba el Fénix de los Ingenios que se regalara tanto la transmisión de sus versos dramáticos al cabo de los siglos. Sobre todo porque la escritura dramática, lábil y maleable como soporte de un espectáculo que es, en modo alguno se proyectaba, desde su génesis, a los desvelos de conservación de que gozaban ya otros géneros.

Pero buen tino tuvo Lope al elegir suceso cordobés para drama. En la ciudad de la Mezquita le atienden ahora, brindando sus versos a más lectores que espectadores, Manuel Abad y Rafael Bonilla, que preparan una linda edición de Los Comendadores de Córdoba y dan así a conocer una de sus obras menos difundidas modernamente.

Que la protección gubernamental de autores, obras y acontecimientos locales no produce exclusivamente ediciones desangeladas, apresuradas o prescindibles, queda demostrado si el lector se adentra en este libro de hermosa portada y observa el mimo filológico con el que se prepara texto e introducción. Sin olvidar que los apartados bibliográficos, cuando son de provecho para los investigadores y no un mero depósito exhibicionista, son índice del trabajo escrupuloso y de la generosidad de los editores. En esto último no han escatimado esfuerzos Abad y Bonilla, que han leído lo suyo, sobre Lope, sobre Los Comendadores y sobre cada término y dato vertido por el dramaturgo en esta obra. Las 597 notas al texto así lo atestiguan. Se consigna en ellas variantes de otras ediciones, se discute la fijación textual, se aclaran palabras —no sólo acudiendo a diccionarios, sino también al empleo por parte de otros literatos—, se glosan alusiones y se explican recursos estilísticos. Del conjunto se extrae tanto valor divulgativo como sugestión investigadora, equilibrio tan difícil de obtener cuando la recuperación de un clásico amenaza con deslizarse, paradójicamente, hacia su ocultación por requiebros filológicos. Nada de esto hay en la edición cordobesa de Los Comendadores, accesible intelectualmente, gracias a la labor de Abad y Bonilla, para receptores de diverso tenor[17].

Con estos garantes se presenta la pieza de Lope, que es la recreación de una horripilante historia: el asesinato múltiple a cargo del Veinticuatro Fernán Alfonso durante los primeros años del siglo xv. El terrible homicidio, de cuyas particularidades y repercusión en la literatura se nos informa en el estudio preliminar (págs. 15-21), inspiró al dramaturgo madrileño para componer lo que podría denominarse —así lo plantean y discuten los editores, atendiendo al entramado exegético— «posible teatro de horror en la producción temprana de Lope» (págs. 21-23). Llama la atención, en efecto, la sarta de truculencias que enfila el Fénix. Esta apoteosis del adulterio y el amor furtivo, que ha dado lugar con razón a bibliografía específica y ha sido subrayada en su espléndida «Carta Proemio» por García Gómez, genera una de las más virulentas venganzas de honra de la dramaturgia española. La revelación de la ya sospechada cornamenta es magnífica, rotunda por concisa: «Veinticuatro: [...] Di, Rodrigo, / ¿quiere doña Beatriz su primo? / Rodrigo: Quiérele. / Veinticuatro: ¿Goza a doña Beatriz su primo? / Rodrigo: Gózala. / Veinticuatro: ¿Y don Fernando? / Rodrigo: A tu sobrina. / Veinticuatro: ¡Basta! / Rodrigo: No basta, que aún hay más. / Veinticuatro: ¿Cómo? / Rodrigo: Esperanza / es de Galindo, un mozo de don Jorge, / tanto, que si las yeguas estuvieran / en casa y no en el campo, presumiera / que también las cubrieran los caballos» (vv. 2407-2415). Como rotunda es la respuesta del deshonrado Veinticuatro, cuya vindicación es en tal extremo violenta y desaforada que pasan por el acero una mona «porque ya me parecía / que de corrido salía» (vv. 2830-2831), y «hasta un papagayo, que era / también traidor, pues hablaba / y no me dijo mi afrenta» (vv. 2979-2981), según refiere el propio protagonista al Rey a modo de confesión en excelentes versos octosilábicos, tal vez los más logrados de la obra. Muestra de ello, con varios hallazgos conceptuales, es la perfecta síntesis poética del suceso: «Díjome un esclavo mío / que los dos hermanos eran, / de mi mujer y sobrina, / galanes en mi presencia. / Convidélos a comer, / y en los ojos dél y della / leí la historia del alma, / escrita en su luz sin letras. / Fingí una caza de burlas, / y fue la caza de veras, / porque aquella misma noche / a Córdoba di la vuelta» (vv. 2938-2949).

Y Lope ya despunta, en la que parece ser pieza temprana en su trayectoria, por la tensión que va acumulando, hábilmente, en el relato, incluidos los augurios mortales que traen dos caballos o la caída de una copa, y la perfecta preparación del sangriento desagravio por parte del Veinticuatro. No está lejos de los inquietantes agüeros de El caballero de Olmedo, aunque aquí de manera más comedida, el incidente en la caballeriza: «Galindo: El alazán y el overo / han reñido, y de una coz / mató el alazán veloz / al overo. / Don Jorge: Mal agüero» (vv. 2654-2657).

La posibilidad de una lectura paródica, también sopesada por los editores (págs. 25-27), no parece plausible. El comportamiento «perturbado» del Veinticuatro, por más que se deslice para nosotros hacia el ridículo, está perfectamente justificado dentro de los parámetros del estúpido desagravio de honra del que tanto gustaban los dramaturgos áureos. Las muertes de inofensivos animales, por ejemplo, más que a una transgresión de códigos heroicos —el caballero que lava su afrenta—, responde al espléndido in crescendo de violencia que propone Lope, culminante en el asesinato de la esposa. De veras escalofriante el «Entra, y cuanto hallares, ¡muera!» (v. 2800) que pronuncia el colérico Veinticuatro.

Lo que no falta en Los Comendadores es el humor desinhibidor a cargo del «gracioso». Los escarceos amorosos de Galindo, vil y divertido envés de los que llevan a cabo los caballeros, no tienen desperdicio: «Si en el poyo más limpio o más pestífero / de tu cocina fresca y aromática / duermes por no escuchar la dulce plática / de este cautivo pobre lacayífero, / despierta de mi pena al son mortífero, / Medea pucheril, Circe fregática, / pues eres la piscina y la probática / que me ha de dar remedio salutífero. / Vuelve los pernizarcos ojos rígidos / a este ojizambo amante en mil recámaras, / el alma llena de éticas y tísicas. / Mira que tener los pies tan frígidos, / podrá, señora, ser que me den cámaras, / que para ti serán crueldades físicas» (vv. 932-945).

Erotismo mugriento como este, sensualidad más límpida a raudales, desternillantes intervenciones de Galindo, erizante desenlace y, para los exégetas o curiosos de los asuntos de honra, media docena de definiciones muy jugosas del término. Lope, ese implacable seductor reinventado magistralmente por Manuel Mujica en El Laberinto, también nos seduce a nosotros con esa hábil escritura que, incluso abortado su pase a las tablas, cautiva y perturba desde la letra.

Buena parte de culpa recae en sus editores cordobeses, que no han escatimado esfuerzos para darnos de leer lo que tendríamos que ver. La sobresaliente labor de Manuel Abad y Rafael Bonilla merece el aplauso que Lope habría de recibir cuando su trabajo —vaticina o anhela García Gómez desde Londres— «se corone algún día con la puesta en escena —de la mano de un director tan ducho en claves literarias como versado en escenotecnia— de una pieza tras cuyas evidentes calidades teatrales se oculta, sugerente, un trasmundo irónico preñado de perspectivas que van más allá de la historia dramatizada de una tragicómica y casi pantomímica venganza de honor» (pág. 14).

 R. Malpartida Tirado

 

Baltasar Gracián, El Comulgatorio (introd. de A. Egido), Gobierno de Aragón e Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 2003, (ed. facsímil, Juan de Ybar, 1655).

     Con su introducción al Comulgatorio de Baltasar Gracián, Aurora Egido pretende renovar el interés y propugnar el acercamiento a una obra «marginal», pero no con ello inferior, de la producción gracianesca. Con el fin de proporcionar al lector una edición facsímil, la editora reproduce el ejemplar de la Biblioteca del Colegio Máximo de San Cugat del Vallés, propiedad de los jesuitas, de la edición princeps de 1655 publicada por Juan de Ybar en Zaragoza.

    Tras exponer de una forma clara la estructura del libro, considera algunos aspectos de especial relevancia, como la alternancia entre Comulgatorio y Comulgador, entre meditación y comunión a la hora de designar los capítulos en los que se divide la obra, así como su singularidad por el hecho de ir firmada por el verdadero nombre del autor a diferencia del resto de su producción. Aunque Gracián nunca pretendió mantener sus libros en la completa oscuridad del anonimato, como lo prueban las palabras que dirige en los preliminares de El Comulgatorio a la Marquesa de Valdueza, donde se confiesa autor de sus anteriores obras, firmadas todas bajo seudónimos («Émulo grande es este pequeño libro de la mucha cabida que hallaron en el agrado de V. Excelencia, el Héroe, el Discreto, y el Oráculo, con otros sus hermanos, [...1º]»), sí es verdad que este es el primer y único libro que firma abiertamente sin embozos ni disimulos, el único —como atestigua en el prólogo al lector— hijo legítimo que reconoce por suyo. ¿A qué se debe esa novedad? Aurora Egido ofrece como razón evidente «el hecho de que El Comulgatorio llevaba todos los permisos pertinentes de la Compañía de Jesús que faltaban en las demás ocasiones». Como convenientemente ha apuntado Sila Gómez a propósito de la autoría no encubierta de El Comulgatorio, y apoyándose para ello en los argumentos que esgrime la doctora Egido, «la crítica ha centrado las razones de este intento de camuflaje en las trabas a que tenían que hacer frente los autores que profesaran en órdenes religiosas, pues a las licencias ordinarias expedidas por los poderes autorizados (civil y religioso), se unía el requisito de adjuntar el consentimiento explícito de su orden; esta explicación cuadra con el hecho de que sea El Comulgatorio la única obra del autor aragonés en que consta su nombre real».

Con respecto a la dicotomía entre Comulgatorio y Comulgador, Aurora Egido conjetura que Gracián debió de dudar entre los dos, planteando finalmente la hipótesis de que el título original y el que llevó a la imprenta fue El Comulgatorio, ofreciendo para ello las razones de que en la parte superior de todas las páginas de la edición princeps aparece con el nombre de Comulgador, mientras que Comulgatorio aflora tan solo en la portada, en la licencia y en el prólogo al lector.

En lo que atañe al género, la estudiosa expone que la obra debe ser adscrita a las meditaciones, frente a la general tendencia de la crítica a inscribirla en los géneros de la oratoria sagrada o los devocionarios. La confusión es debida —como razonablemente ha expuesto la editora— a la afinidad estilística y temática que mantiene con ellos. Clara y sintética es la aserción de que «El Comulgatorio es un arsenal de conceptos sacros que se corresponden con la temática de la predicación de su tiempo y en los que Gracián ensaya diversos tipos de agudeza».

Tras una lectura detenida del estudio introductorio, el lector capta la singularidad de El Comulgatorio no solo en relación al resto de obras de carácter religioso de su tiempo, sino considerada en el ámbito de su propia producción. Diversos son los frentes en los que esta dialéctica se hace notar; por ejemplo, en cuanto a la recepción que tuvo la obra, es curioso que a diferencia de sus textos profanos, las sueltas de El Comulgatorio tuvieron amplia fortuna y fueron distribuidas y leídas con fruición, obviamente debido a su utilidad eclesial. A fin de acrisolar su individualidad, la introducción se sostiene básicamente en subrayar una diferenciación sustancial entre El Comulgatorio, única obra religiosa que escribe, y el resto de su producción, de carácter eminentemente profano —aunque por debajo late un hondo espíritu ascético— y acorde con la temática y estilo de los tiempos barrocos. Una primera división se establece entre la sobriedad de El Comulgatorio, tan solo precedido de la venia de sus superiores, y las obras de sus contemporáneos, adornadas ostentosamente de poemas laudatorios.

No podía faltar en este estudio comparativo un repaso, aunque sea breve, a la recepción que ha tenido esta obra: mientras que en su tiempo la acogida fue calurosa, la crítica posterior centró el interés en las obras profanas de Gracián, dejando en el olvido esta pieza sacra. Últimamente —explica Aurora Egido— El Comulgatorio está siendo considerado como una obra esencial tanto en el paradigma de su producción como en el sintagma de la literatura religiosa de su tiempo. La estudiosa anuncia, a propósito de la interrelación entre esta obra —aparentemente marginal y aislada— y la Agudeza y arte de ingenio, en lo relativo a conceptos espirituales, la aparición próxima de una edición de El Comulgatorio en que se considerará en profundidad este tema; y dado el carácter lacónico que requiere el estudio introductorio de esta reproducción facsímil, remite al estudio La rosa del silencio. Estudios sobre Gracián, así como a la introducción de Sánchez Laílla a las Obras completas de Gracián.

Tocante a un análisis temático, Aurora Egido ha señalado convenientemente como una de las fuentes principales de El Comulgatorio la idea que ofrece Tomás de Kempis en su libro De la imitación de Cristo, esto es, la pérdida de la felicidad a partir del pecado original extendido a la humanidad, con lo cual el hombre partiría, desde el momento mismo de su nacimiento, de un estado miserable de culpa. Gracián anhela enérgicamente volver al estado de dignidad perdido, y lo intenta primero a través de la creación de obras profanas. Con El Comulgatorio Gracián abandona ese espíritu laico y fervoroso y se sumerge en el espiritualismo del verdadero cristianismo, de la verdadera religión interior, que propugnaba la idea de un entendimiento espiritual a través de los afectos, de las emociones, y no de una manera racional, como pretendía inicialmente. Siguiendo las Sagradas Escrituras comprende que Dios es un Espíritu y los que lo adoran tienen que hacerlo con espíritu y con verdad, inclinándose así hacia una religión espiritualista e interior. Aurora Egido demuestra cómo Gracián, persiguiendo desde el principio la dignidad original, que estaba intrínsecamente ligada a la felicidad, sigue en sus libros profanos la vía racional, mientras que en su pieza religiosa opta por el camino de la emoción. Este objetivo y esta vía conllevan «la configuración de un nuevo estilo que, sin perder las raíces conceptuales que él mismo analizara en los ejemplos de literatura religiosa recogidos en la Agudeza, se teñía ahora con la retórica de los afectos, plagada de imágenes sensoriales».

La editora continúa exponiéndonos la originalidad de esta obra fijando su atención ahora en los medios de los que se vale para un fin determinado: Gracián, con la creación de El Comulgatorio, se hace eco de la discusión que se estaba fraguando en todas las órdenes religiosas acerca de dos tipos de oración, la discursiva y la afectiva, optando por una predicación basada en las imágenes y convocadora de los sentidos.

Queriendo valorar la singularidad de este texto, Aurora Egido destaca tanto su particularidad dispositiva como la novedad que supone el hecho de apropiarse de un lenguaje amoroso presente en la tradición, pero elevado a lo divino; con lo que se funden dos tradiciones que, lejos de oponerse, generan un producto híbrido cuyo estilo no es ya tan frío y grave como requiere la tratadística religiosa ni tan vulgar y llano como el que caracterizara la cantera poética popular, sino una obra que apela a los sentidos, a la conmoción de los afectos, a la aceptación de un sacramento divino que no se capta por el intelecto, sino que es aprehendido por los sentidos espirituales hasta llegar a tomar el cuerpo de Cristo en toda su plenitud.

La obra —sigue señalando la editora— tiene como fundamento la tradición salmista, es decir, funciona a modo de cántico de acción de gracias a Dios por haber provisto el sacramento de la Eucaristía a través del cual Cristo nos redime del pecado. Las cincuenta meditaciones de que se compone la obra se corresponden con cincuenta historias del Antiguo y Nuevo Testamento, de lo que se induce su simpatía, y con ello su deuda, a la iconografía y a la emblemática, y más concretamente, a la Schola cordis (Amberes, 1623) de Van Haeften, que invadió toda Europa por esas fechas y en la que Gracián se sumergió de lleno. El producto final al que se enfrenta el lector, más que un denso tratado espiritual, resulta un retablo de imágenes vivas, cuadros sugerentes que invitan a su contemplación —de ahí su talante universal de texto extendido a todo tipo de público—; en fin, historias bíblicas convertidas en escenas a las que se acompaña de la llamada de Cristo a compartir su Gloria.

La obra, además —como perspicazmente ha adivinado la editora por una lectura consciente y pretendida de la dedicatoria a la Marquesa de Valdueza—, se constituye en una defensa antiluterana que se enmarcaría dentro del programa político que está llevando a cabo la Casa de Austria con el objetivo de afianzar la religión católica, única y verdadera, frente a la creciente herejía. 

Como un Fray Luis de León, Gracián se queda a las puertas del éxtasis unitivo, una experiencia para la que no había sido llamado. Demasiado agudo y racional quizás para comprender los misterios divinos por medio del amor, y por eso electo por Dios para divulgar en todos los ámbitos —y en esto reside precisamente la accesibilidad de su estilo— los afectos más hondos e intensos y mover a los creyentes a una religiosidad sincera y de corazón. «Purgativo y contemplativo a un tiempo, [...] muestra todas las paradojas de lo inefable, pero sin ascender al vacío y al silencio místicos».

El Comulgatorio es una obra fundamentalmente contemplativa y meditativa que, a modo de peregrinación, abarca desde la Encarnación («la Madre de Dios se preparó para haber de hospedar en sus purísimas entrañas al Verbo Eterno: disposición debida a tan alta ejecución») hasta la agonía y la muerte del hombre, identificándose con la de Nuestro Señor Jesucristo. Gracián aconseja solícitamente a todo cristiano que desee fervientemente que su destino se ligue al del Redentor: «y todo tú, hermano mío, que tan en breve has de resolverte en polvo, y en ceniza, procura transformarte en este Señor Sacramentado, para que de esa suerte él permanezca en ti, y tú en él por toda una eternidad de gloria». La obra se abre con el nacimiento y se cierra con la muerte, creándose para ello un curso vital que coincide con el desarrollo de El Criticón, de creación cronológicamente paralela. Sin embargo, a pesar de tantas afinidades, la diferencia estriba en el carácter de cada cual. Mientras en El Comulgatorio se alcanza la Gloria desde la humildad y una vez reconocida la condición pecaminosa del hombre mortal, en El Criticón se accede a la Isla de la Inmortalidad por medio de la virtud y las buenas obras a través de las cuales se obtiene la eternidad que otorga la fama. El Hacedor Supremo pone en las manos del hombre mortal la posibilidad de ser eterno, amonestándole: «Pro­cura tú ser famoso obrando hazañosamente, trabaja por ser insigne, ya en las armas, ya en las letras, en el gobierno; y lo que es sobre todo, sé eminente en la virtud, sé heroico y serás eterno, vive a la fama y serás inmortal. No hagas caso, no, de essa material vida en que los brutos te exceden; estima, sí, la de la honra y de la fama. Y entiende esta verdad, que los insignes hombres nunca mueren».

Ambas obras constituyen el recorrido vital del hombre virtuoso, que no es otro que una peregrinación en penitencia hacia la perfección original con que Dios premia al hombre en la hora de la muerte, solo que en El Criticón lo que se persigue como fin último es la fama, la eternidad, a través del ejercicio de la virtud, y la meta de El Comulgatorio es la Gloria celestial mediante la penitencia y el uso del Santísimo Sacramento eucarístico. De hecho, en el colofón de El Criticón, el Mérito gritaba: «¡Desengañaos que aquí no entran sino los varones eminentes cuyos hechos se apoyan en la virtud, porque en el vicio no cabe cosa grande ni digna de eterno aplauso!» para clausurarse con una invitación extendida a todo aquel que pretenda vivir en la muerte: «Lo que allí vieron, lo mucho que lograron, quien quisiere saberlo y experimentarlo, tome el rumbo de la virtud insigne, del valor heroico, y llegará a parar al teatro de la fama, al trono de la estimación y al centro de la inmortalidad».

Sin embargo, las dos obras se separan en un punto y lo que hasta ahora era un camino único se bifurca en lo concerniente al talante de cada una de ellas. El Criticón, al ser creación profana y marchando a la par del sentimiento pesimista que anegaba las páginas de nuestros escritores barrocos, no deja de destilar desánimo y tristeza en la búsqueda de una felicidad que Aurora Egido caracteriza como «no solo imposible, sino falaz», al modo de un Alonso Quijano que hacíase llamar Don Quijote y en cuyos sueños y fantasías vislumbramos una lágrima, la lágrima de los tiempos barrocos donde existen los relojes que corren más deprisa de lo habitual. Gracián se acoge a la religión cuando ve que, siguiendo los pasos del intelecto y de la razón, todas las puertas le son cerradas a la par que Dios le abre las suyas y le muestra la felicidad, así como se le mostró a Moisés la Tierra de Promisión, posible y a su alcance al final de los días gracias a la redención de Cristo.

La editora concluye su estudio introductorio exponiendo su propia visión de la obra, una obra que, a modo de manual o libro de cabecera, es la guía que sirve al cristiano para meditar en el sacramento de la Eucaristía, pero «que convierte, al que la practica, no sólo en escritor, sino en artista de su propia meditación eucarística. Además, el lector en cuestión tiene la posibilidad de convertirse en actor que representa y dialoga con Dios y consigo mismo, y que vive en el teatro de su alma, al hilo de los puntos que se van marcando en cada una de las meditaciones, desde la consideración y la reflexión, a la acción de gracias con la que aquéllas terminan».

De interés filológico es el hecho de que a lo largo de la introducción Aurora Egido proyecte distintas líneas de investigación poco transitadas, pero de un afán notable para el desarrollo de una consolidada y merecida consideración de El Comulgatorio en el ámbito de la literatura religiosa áurea. Para ello deja abierto el camino a cuestiones no del todo conclusas, como es el caso de analizar la obra en el amplio debate de la dialéctica de la conveniencia o no del uso conceptista en el género de la meditación, así como a un esperado mejor estudio de todas sus ediciones y traducciones. En lo que se refiere a las fuentes que sustentan El Comulgatorio, la estudiosa señala una posible línea de investigación poco trabajada como es el análisis del poso ascético y místico y la herencia de los contrafacta o la poesía de tema eucarístico. También propone, a fin de definir el espacio concreto y funcional que ocupa El Comulgatorio, la consideración de su vida editorial junto al resto de sus obras o a la de otros autores.

El estudio preliminar de Aurora Egido evidencia un avance en el panorama de estudios sobre Gracián a la par que supone un despliegue de luz con respecto a anteriores ediciones, que se reducen a meras noticias autobiográficas sin más trascendencia ni abundamiento en el texto. Con esta edición facsímil se pretende recuperar la intención primera de su autor: «Llámole el Comulgatorio, empeñándole en que te acompañe siempre que vayas a comulgar, y tan manual, que le pueda llevar cualquiera, o en el seno, o en la manga». Es loable el hecho de que la editora intente fomentar un interés erudito y riguroso por la obra de Gracián y que, lejos de concluir teorías, en ningún momento dé por zanjada una cuestión, sino que deje la puerta abierta a esperadas intervenciones a fin de que se establezca el diálogo.

A pesar de la limitación requerida por este tipo de edición, un volumen que quiere dar prioridad, y como fin en sí mismo, al texto, Aurora Egido ha sabido magistralmente esbozar las líneas de trabajo a fin de situar convenientemente El Comulgatorio en el eje de coordenadas que le marcó el tiempo que le tocó vivir y para que muy pronto consigamos vislumbrar los resortes que hacen de esta obra una joya única en el panorama barroco. De este modo quizá muy pronto alcancemos a comprender las hermosas palabras que un Gracián «arrepentido», cual hijo pródigo, le dirige desde su experiencia al lector: «Entre varios libros, que se me han prohijado, este solo reconozco por mío, digo legítimo, sirviendo esta vez al afecto más que al ingenio». No extraña, pues, que una estudiosa como Aurora Egido aventure que tal vez el secreto de El Comulgatorio resida «en la connivencia del jesuita con los destinatarios de su obra».

Así pues, y con esta muestra de paño en mano, esperamos pacientemente la anunciada edición de una obra tan medida como emotiva que debió ocupar sin lugar a dudas una casilla ineludible —que aún está por descubrir— en el panorama literario de la época.

 T. Domínguez García

 

Peer Schmidt, Spanische Universalmonarchie oder «teutsche Libertet». Das spanische Imperium in der Propaganda des Dreissigjährigen Krieges (La monarquía universal española o la libertad alemana. El imperio español en la propaganda de la Guerra de los Treinta Años) Franz Steiner Verlag, Stuttgart, 2001, 529 págs.

 Disponemos desde hace poco tiempo de una monografía extraordinaria sobre la propaganda bélica sensu lato y la imagen de España en la primera mitad del siglo xvii. El autor estudia en ella la imagen de la monarquía hispánica y de su imperio en determinados medios de propaganda alemanes durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Analiza sustancialmente pasquines, folletos de propaganda, libelos, manifiestos políticos, tratados breves y hojas volanderas, medios de publicidad muy solicitados debido a los moderados costes y a la eficacia en la transmisión de avisos y mensajes de carácter político. Schmidt estudia asimismo la correspondencia cruzada entre las cancillerías de Viena y Madrid. Lo más innovador y meritorio de su análisis se halla sin duda en la adaptación de algunas teorías relativas a las ciencias de la comunicación y a su aplicación al fenómeno de las relaciones políticas en una época concreta; una época en la que la monarquía hispánica ya había perdido su anterior posición de indiscutida hegemonía, por lo que la autonomía de los territorios alemanes no corría peligro; huelga decir que gobernantes y capitostes arrimaban el ascua a su sardina: afirmaban lo contrario y acusaban a la «monarquía universal» española de seguir encarnando el peligro de antaño. Los resultados del estudio son sumamente convincentes, confirman en buena medida lo consabido, pero ampliándolo considerablemente en no pocos aspectos.

Para empezar: la propaganda alemana de la Reforma ha gozado desde hace décadas de un trato preferente por parte de los estudiosos; sin embargo, los textos e imágenes de propaganda aparecidos durante la Guerra de los Treinta Años casi no habían sido tenidos en cuenta, debido a las considerables dificultades para acceder a los correspondientes materiales, con frecuencia integrados en colecciones privadas que aún no han sido catalogadas. Pese a ello, Schmidt ha podido hallar documentos desconocidos de alta relevancia para sus fines. Es sin duda significativo haber podido probar que la redacción de los libelos, folletos de propaganda, hojas volanderas, manifiestos políticos y tratados podía correr a cargo de políticos conocidos y escritores; pero era más frecuente que se debiera a las plumas de personas anónimas pertenecientes al patriciado urbano, por lo general letrados o con buen conocimiento del Derecho. Sus textos estaban preponderadamente dirigidos a campesinos, artesanos y personas de extracción humilde, con el fin de insuflarles ánimos e instigarlos a actuar contra los foráneos que ponían en peligro su libertad. Y es también significativo (y tanto más meritorio) el hecho de que, pese al relevante papel desempeñado por la monarquía española en la Guerra de los Treinta Años —debido a sus conexiones dinásticas, a su política y a su capacidad financiera—, hasta la fecha sólo se haya estudiado parcialmente y en términos generales el alcance y la naturaleza de la propaganda política a favor y en contra del imperio español (de ahí, por tanto, el concepto de «monarquía universal»). Ni que decir tiene que los impresos cuyos dardos propagandísticos iban dirigidos contra España superaban con creces los que la defendían. (Schmidt calcula que el número de impresos publicados en el ámbito de lengua alemana entre 1618 y 1648 se acercó a los 10.000 títulos.)

Por el contrario, el análisis de la correspondencia expedida y recibida en las cancillerías de Viena y Madrid con vistas a calibrar sus respectivas evaluaciones de la recepción de un material de propaganda política concebido por autores anónimos para un público sumamente heterogéneo no aportó los resultados esperados. Las razones son sencillas: para poder calibrar la esfera de acción del material propagandístico es ineludible disponer de datos precisos sobre los lectores, pero ésta es una información que las fuentes consultadas no pueden aportar. Pese a ello, la monografía de Schmidt define con solvencia los precedentes y la evolución de la imagen de España en el período que estudia; lo sitúa en su oportuno contexto político, histórico y cultural y, sobre todo, determina y define las características y los propósitos de la propaganda dirigida contra la monarquía hispana o a su favor.

Sólo cabe esperar que una monografía de tanto interés para el mundo hispánico como la que aquí presento someramente llegue a su público natural. Sería deseable, por tanto, que el Ministerio de Cultura apoyase la traducción española.

 J. M. López de Abiada

 

John Ruskin y Marcel Proust, Sésamo y lirios y Sobre la lectura (traducción e introducción de M. Catalán), Colección Estética y Crítica, Universidad y Diputación, Valencia, 2003, 182 págs.

     Los estudios sobre la traducción, como los de la lectura, han accedido durante los últimos años a una mayoría de edad tras una larguísima pervivencia guadianesca posterior a la decadencia de las antiguas «artes de la lectura» y los esbozos prácticos para traductores, esa modalidad o género de la disciplina, y su mera reducción a artículo didáctico. De hecho, era un tanto absurdo que en tiempos de reconocimiento pragmático y de teorías de la recepción no se vislumbrase el horizonte específico de la teoría de la traducción al igual que de la lectura. La historiografía ha llevado buena parte en ello. A diferencia de lo acontecido con la lectura, por cuanto la salida hacia la microhistoria y la vida privada de la periclitada perspectiva de la historia sociopolítica dio a parar en nuevas zonas y objetos disciplinares que han renovado y ampliado considerablemente el estado de cosas. No así en la aplicación historiográfica del estudio de la traducción. Lo cierto es que actualmente proliferan los estudios históricos sobre la traducción, pero no referidos a la historia literaria, o al menos con cierto horizonte por encima de frecuentes contribuciones puntuales y hasta demasiado frecuentemente nimias. Queda un extraordinario espacio intermedio. Este espacio es justamente la pérdida, la ausencia de la proyección de la teoría de la traducción (como también de la lectura) propiamente dicha. Ni más ni menos. Desgraciadamente, los estudios filológicos abandonaron su familiaridad directa con el problema de la traducción, un trato no establecido originariamente en la más antigua grammatiké, a diferencia de la lectura; y los tratamientos, relativamente recientes, de la llamada «estética de la recepción», que avivaron notablemente el panorama de los estudios, no dieron finalmente en mucho, pese a sus notables y reconocibles contribuciones, y tampoco supieron asumir debidamente una herencia que sin duda aprovecharon muchísimo más, pues a ellos siempre iban referidos, los estudios de la lectura que no los de traductología y traductografía. No es que no sea oro todo lo que reluce, sino que en lo que se refiere a las más importantes y difundidas producciones teóricas acerca de la lectura (Iser) había juego de ocultaciones, según hemos podido saber recientemente, a través de esta misma revista Analecta que nos acoge, a propósito de Eduard von Hartmann.

Pero el hecho que ahora importa anotar es que en la amplia labor de recuperación e interpretación de los textos doctrinales tanto de teoría de la traducción como de teoría de la lectura, la primera ha avanzado mucho más notablemente. Sin duda por la cualidad sintética y declarativa de los textos, si bien queda mucho por explicar respecto de los textos sometidos a edición rigurosa. Todo sea dicho, a este propósito el avance en España se debe sobre todo al esfuerzo de Dámaso López García y Francisco Lafarga. Es decir, si la teoría de la traducción está por reconstruir creativamente, la de la lectura está por rehacer.

La excelente edición que ahora nos ocupa, obra del profesor, ensayista y narrador Miguel Catalán, consiste en la traducción de las dos conferencias del critico de arte Ruskin, «Tesoros de los reyes» y «Jardines de las reinas», de 1864, las cuales, con el título de Sésamo y lirios, tuvieron gran difusión como texto impreso y, por lo demás, suscitaron la atención de Marcel Proust, quien compuso en 1905 el ensayito Sobre la lectura, que tuvo el propósito de acompañar, y así se cumplió en edición francesa al año siguiente, su versión de esos escritos de Ruskin, autor que tanto le interesara. Hay que recordar, por otra parte, que el texto estricto de Proust tuvo edición española traducida por Manuel Arranz en 1986 (Pre-textos, Valencia), ahora muy mejorada en todos los sentidos.

Miguel Catalán realiza en su Introducción la descripción técnica de los textos traducidos, expone los aspectos importantes de la gran influencia ejercida por Ruskin sobre Proust y, finalmente, como ha de hacer todo traductor responsable, declara los aspectos y problemas sobre los que ha girado su trabajo. Declara el traductor, sólidamente consciente y orientado, haber sentido la tentación de ofrecer «el Ruskin de Proust»: pero esto hubiera exigido hacer la versión castellana de la francesa de Proust, ésta en sí misma un ejercicio de estilo. «Pero, definitivamente, los conocimientos que Proust tenía de la lengua inglesa no eran muy altos en aquellos años. Sabemos que era su madre quien traducía en grandes cuadernos, ‘palabra por palabra’, las oraciones de Ruskin, y que luego Proust revisaba y daba forma al resultado, tras lo cual la madre lo pasaba a limpio [...]. En algunas ocasiones, no obstante, me he visto forzado a seguir la traducción proustiana; me refiero por un lado a aquellos casos en que la nota de Proust no se entiende si no se traduce el texto ruskiniano exactamente en la forma como lo traduce y entiende el escritor francés; y, por otro lado, a aquellos otros casos en que la nota de Proust se dedica en todo o en parte a justificar las elecciones tomadas en su propia traducción» (pág. 24). Al fin, sólo podríamos echar en falta, si no considerásemos un lujo tal exigencia, que Miguel Catalán, el traductor, nos redondease doctrinalmente cuál es su idea de traducción y la inserción de ésta para el caso concreto que tan felizmente nos ha propuesto. Es todo.

 J. Caralt

 

Luis Veres, Periodismo y literatura de vanguardia en América Latina: el caso peruano, Universidad Cardenal Herrera-ceu, Valencia, 2003, 253 págs. 

El hispanista y autor de novelas Luis Veres, que publicó hace poco tiempo La narrativa del indio en la revista Amatua (Universidad de Valencia, 2001), ofrece en este libro una bien construida investigación en cinco partes con basamento fundamental en el gran asunto del indigenismo. En primer lugar se plantea el problema de los orígenes del indigenismo, es decir del periodismo indigenista y de su contexto histórico-político para de inmediato abordar la literatura indigenista e indianista, su inicio de la modernidad con González Prada y su desarrollo a través de Clorinda Matto de Turner, el hispanismo tradicional de José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaúnde, Francisco García Calderón y la «fiebre indigenista» por el pasado incaico.

En segundo lugar, se trata del fenómeno de la Vanguardia, que en Perú, como sería de esperar, reúne a su modo el aspecto político indiano y el artístico. Las etiquetas políticas, llamadas a la utopía o a la transformación abrazarán idearios marxistas, bien de «mesticismo» (caso de Jorge Basadre) y «andinismo» (caso de José Uriel García), junto al indigenismo «puneño» (el Grupo Orkopata y el Boletín Titikaka), el indigenismo cuzqueño (el Grupo Resurgimiento), y las «revistas del indigenismo de provincias»: Kosko, Pututu y Kuntur (del Grupo Ande), La Sierra ii y Chirapu de Los Zurdos.

Las partes tercera y cuarta de la investigación, como también era de esperar, están dedicadas a José Carlos Mariátegui, fundador de la revista Amauta, y la propia descripción de esta publicación. De Mariátegui se individualiza la consideración de su formación ideológica, el indigenismo, su religiosidad, el problema de la nacionalidad en relación con el proceso literario, la cuestión de la literatura proletaria, y la polémica que mantuvo con Haya de la Torre, líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana que desde una convergencia indigenista y marxista evolucionó hacia un nacionalismo democrático y fue contrario al proyecto de Mariátegui de un partido de clase.

Según Veres, «en los años de Amauta el agotamiento del discurso oficial había creado la posibilidad de que el indio se convirtiera en un arma arrojadiza que podía servir a los planes de los indigenistas para salvaguardar su posición social e incluso para mejorarla. Indudablemente, debió de existir más de una actitud sincera que puso su pluma al servicio de una causa que consideraba justa, pero también podemos pensar en la posibilidad de que muchos de los autores que incluyeron al indio en sus relatos o en sus ensayos, no hicieron otra cosa que subirse al tren de una moda, al tren del indigenismo, a los márgenes de una estética que les podía hacer populares y que les podía permitir sacar su obra a la luz en la revista más importante de la vanguardia en el Perú» (pág. 208).

 Probablemente convendría resaltar, una vez referido su contenido, que el título de la obra pudiera despistar un poco especialmente al lector no familiarizado con la cultura peruana, si bien lo importante es que constituye un ejercicio de responsabilidad para los estudios de hispanística, tan faltos de una investigación de campo, sin duda dificultada por la geografía y los avatares que provoca, sobre todo para los españoles (esto hoy no es ninguna justificación, y además lo demuestra el libro que comentamos), como de una reflexión madura que no es posible sin la base de lo anterior. La superación de esa viciosa circularidad es de esperar que pronto dé lugar a una verdadera comunidad de estudios hispanoamericanos; es decir a que esta comunidad adquiera la dimensión, la entidad y la proyección que indudablemente le corresponden en virtud tanto de los intereses socioculturales en juego como en virtud de tratarse de trabajos que se desarrollan sobre un telón de fondo constituido por cuatrocientos millones de hablantes.

 C. Calvo Ruiz de Loizaga

 

César Vallejo, Antología poética (prólogo y selección de J. M. Oviedo), Alianza, Madrid, 2001, 182 págs. 

La presentación de una antología requiere un trabajo de selección y éste suele conllevar una reinterpretación del sentido de los textos. La de José Miguel Oviedo contiene una acertada selección de poemas (sólo España, aparta de mí este cáliz aparece en versión íntegra), un repaso a las principales influencias, un análisis de las distintas etapas y una más que suficiente bibliografía, además de un índice de primeros versos muy útil al lector poco familiarizado con una poesía difícil en que muchos poemas no llevan título, y cuando lo llevan no siempre existe una relación coherente entre éste y el contenido. Queda igualmente establecida con claridad la correspondencia entre etapas vitales y literarias: infancia y juventud, hasta 1917; etapa limeña, entre 1918 en que finaliza la redacción de Los heraldos negros (hn) y 1922, año de Trilce (trl) y, algo más difusamente, la etapa europea, Poemas en prosa (Ppro) y Poemas humanos (ph), que Oviedo agrupa bajo el título común de Poemas póstumos, escritos entre 1923 a 1937, quedando España... (Espac) como parte independiente.

Pese a su nítida distribución cronológica es posible matizar afirmaciones que contemplan entre las partes «cambios súbitos y definitivos», «transiciones violentas y extremas» que se producen «sin mirar una sola vez atrás», o que estiman que la manipulación póstuma de parte de la obra ha podido repercutir «irremediablemente» en una «alteración del sentido mismo» de la poesía vallejiana. Es cierto que el diseño de la obra se rige por un orden cronológico —a veces difícil de sostener ya que el autor se muestra «deliberadamente caprichoso» en la datación de los poemas— inseparable de una evolución temática y estilística. Pero intuimos que el problema es más crítico que poético. La transversalidad, trazada por la «hebra del destino» como tema común pese a los cambios de lenguaje o de estados anímicos, delata una sólida unidad subyacente. El propio criterio selectivo de Oviedo cuestiona implícitamente la radicalidad de los cambios anunciada en el prólogo y revela la simultaneidad de los elementos fundamentales que hace que el lector pueda acceder a lo central desde cualquiera de las partes.

Todo Vallejo está en cada etapa de su obra. El desamparo —«orfandad de orfandades»— a partir de la pérdida del hogar y del sentir religioso que ya no ofrece respuestas a los interrogantes; desaparecido el ámbito de las certezas que llenaban la fe y la vida familiar en el humilde pueblo natal de la sierra peruana, no queda sino la zozobra permanente de un yo a la deriva que vive la carencia como el «odio de Dios». La amenaza de una muerte nada abstracta que oscila entre el materialismo —que no empieza con las tesis de Marx sino con las lecturas juveniles de H. Taine, H. J. Müller, E. Haeckel y el positivismo— y el sentido funerario católico y que aparece, más que en forma de reflexión existencial, como presentimiento y a veces previsualización de la oquedad de la tumba. Los contenidos políticos, surgidos asimismo muy tempranamente al contacto con la dureza de la vida en las minas y que, de modo más o menos latente, armonizan hasta el final con las nostalgias infantiles y las referencias religiosas en una especie de retórica de la redención que no excluye el escepticismo ni la desesperanza.

La evolución es proceso natural que no implica drástica fractura. Si se ha visto «un abismo» entre «Nochebuena» y «Enereida» (pág. 12), ambas de hn, sorprende la proximidad entre «Enereida» o «Los pasos lejanos» (hn), iii, lxv (trl), «Fue domingo...» o «Telúrica y magnética» (ph), por citar sólo ejemplos recogidos en esta edición. Hay un factor incontestable de continuidad entre la voz del poeta en busca de un estilo y el hombre que sufre las contradicciones de la realidad. Toda la poesía de Vallejo se ciñe al tratamiento de una sola materia poética abordada desde distintas perspectivas —más sensible y subjetiva en hn, más abstracta y metafísica en trl, más social en Ppro y en ph, más abiertamente política en Espac— y mediante distintos lenguajes poéticos. Y en cuanto a éstos, ¿es el modernismo sólo ese instrumento pasajero del que Vallejo apresuradamente huye tras hn en busca de otros temas y lenguajes? ¿Son las formas vanguardistas mero recurso ocasional surgido en trl del que después reniega en favor de una poesía más sencilla y humana? ¿Representa la poesía póstuma el abandono definitivo de lo que han sido simples tanteos estilísticos por el tratamiento realista de una problemática social súbitamente descubierta? Pese a las diferencias estilísticas es lícito revisar el prejuicio clasificatorio que tiende a convertir los libros en ámbitos aislados y los elementos sustantivos de la obra en especie de rémora que por inercia va de las primeras a las últimas composiciones.

Bajo la envoltura plástica del modernismo, hn contiene lo sustancial de toda la obra poética: el vacío metafísico, un amor compasivo que va de lo limitadamente humano, incluso ya social («Amor desviará tal ley de vida, / hacia la voz del Hombre. / Y nos dará la libertad suprema»), a lo planetario, y un lenguaje animado por un impulso de innovación que no puede circunscribirse a la fase vanguardista. Ya se esbozan ahí las líneas subyacentes en temática y estilo: la reflexión sobre el hombre y la reflexión sobre el lenguaje. En trl la ruptura de los vínculos lógicos entre lenguaje y realidad se extrema para recobrar, en la etapa final, el equilibrio: un creciente realismo lingüístico que recupera la integridad sintáctica y devuelve la inteligibilidad a un mensaje cuyo sujeto es ahora colectivo.

Por otro lado cada poemario posee fases y rupturas propias que hacen casi tan diferentes las etapas internas como las de los libros entre sí. hn concluye en 1918 y se publica en 1919. En un año Vallejo tiene tiempo de corregir, incluso de reescribir algunos poemas —«Hojas de ébano», «Los pasos lejano», «Enereida»—, empleando un tono y un lenguaje que ya no son los de los poemas iniciales y que enlazan con trl. Ello «confirma dos cosas complementarias: que Vallejo estaba ya lejos de su libro inicial cuando apareció y que Trilce fue escrito, en cierta medida, para apartarse del todo y sin demora de él» (pág.19).

Pero en trl  hay elementos vanguardistas y no vanguardistas, lo que al margen de peculiaridades formales lo convierte en  espacio  intermedio entre una fase y otra, entre la poesía libre y la tradicional. El libro aparece en 1922 pero los poemas se escriben a partir de 1918, mientras el autor trabaja aún en hn. De hecho ciertos poemas son la prolongación directa de este libro (iii, xv, xxviii, xxxvi, lxi, lxv); en ellos hay anécdota y vestigios de versificación regular, incluso rima (lxi), y temáticamente suponen la intensificación de los mismos asuntos. Otros, más herméticos, aportan elementos nuevos consistentes en una dislocación lingüística que sin embargo rara vez pone en riesgo la comprensión del mensaje: sustitución de títulos por numeraciones y mezcla de números con letras —práctica que seguirá en Ppro, ph y Espac—; raras combinaciones de adjetivo y sustantivo —insistencia en un recurso modernista iniciado en hn—; irregularidades ortográficas —que no corregirá en ph o en Espac—; acentuación arbitraria —hasta Ppro, ph, Espac— y uso de mayúsculas que ahora surgen en medio de palabra —también lo harán en Ppro—; alternancia de verso y prosa —lv, lxiv, lxx, lxxv enlazan trl con Ppro, donde pese al título no sólo hay prosa sino verso— y gusto por la mezcla de neologismo y arcaísmo, cultismo y expresión vulgar. La yuxtaposición sustituye al encabalgamiento pero la palabra aislada posee sentido y valor, plenos e inserta en esta escritura descoyuntada no deja de revelar la totalidad significativa de una frase.

No se trata de cuestionar la incidencia de las formas vanguardistas en trl; por contra, en Vallejo éstas parecen ubicuas y compatibles con la estética modernista —llegan a ph los triples adjetivos: «transido, salomónico, decente»; «fatídico, escarlata, irresistible» y otras resonancias rubenianas: «airente amarillura conocieron los trístidos y tristes»; y a Espac: «Oh débiles /; ¡oh suaves ofendidos!»— y con el realismo descriptivo no siempre basado en la concordancia gramatical. Si es cierto que el lenguaje vanguardista en Vallejo se gestó en torno a 1914, año de Non serviam de Huidobro, dichas formas —salvo el futurismo en xxxii y el cubismo en II, del cual hay evidencias aún en los «cubos y rombos» de ph— serían previas a trl y provendrían de oscuras intuiciones simbolistas antes de que el surrealismo entrara en escena. Pero el cambio estilístico responde sobre todo a la necesidad de un nuevo lenguaje que exprese un universo propio («la creada voz rebélase y no quiere ser / malla...», trl), de modo que la cuestión acaso no recaiga tanto en el lenguaje cuanto en la realidad, y no influya tanto la preocupación técnica cuanto la urgencia de liberación de un mundo íntimo pleno de obsesiones, de articulación del caos interno, del vacío ontológico (aún en ph: «¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?»). Más allá de la adscripción a unas corrientes literarias estaría la exigencia de mostrar la insuficiencia del lenguaje, incluso la inutilidad de la literatura para expresar la vida en toda su pavorosa realidad. Al mismo tiempo cada arbitrariedad supone un acto bien medido que persigue la intensidad y la precisión: la palabra exacta (que a veces dice más si no está bien escrita: «Viban» en Espac como identificación del poeta con milicianos no instruidos a través de su deficiente ortografía), el acento justo (a menudo logrando el énfasis emocional con la tilde mal puesta: «y si después de tánta historia», y «tánto siempre», ph), la eliminación de lo accesorio.

Ppro y ph, la parte más confusa y resistente a la clasificación, y Espac forman un bloque poético en que la realidad exterior vuelve a ser referente. Sin superar las contradicciones internas, el lenguaje recobra orden y estructura y se recupera la capacidad representativa de la palabra, no aislada por yuxtaposición sino como elemento dependiente en la cadena sintagmática («saberlo, comprenderlo / al son de un alfabeto competente», ph). Aparecen nuevas formas estéticas vinculadas a nuevas posiciones ideológicas. El sentimiento de orfandad desaparece: España es ahora «madre y maestra» de todos los hombres. Lo individual se hace colectivo —la «muerta inmortal» que era la madre en trl se convierte en los «muertos inmor­tales» que son los voluntarios republicanos—. El nihilismo es desplazado por la nueva fe en un destino común; las intuiciones primordiales se vuelven realidades concretas; la metafísica cede protagonismo a la historia. La esperanza de salvación o de eternidad no proviene de la religión sino de la revolución proletaria («¡sólo la muerte morirá!», Espac). A partir de 1925 la radicalización política coincide con el revisionismo literario y el enfrentamiento con los surrealistas y su «crisis intelectual» [18], que Vallejo ve alejada de la crisis social y su tremendo efecto sobre los oprimidos. El lenguaje abandona el hermetismo trílcico y resuenan, si es que dejaron de sonar, las frases hechas y expresiones comunes, los ecos evangélicos —la resurrección de Lázaro, la negación de Pedro, la imagen bíblica de Málaga «huyendo a Egipto», el título del libro, paráfrasis de las palabras de Cristo— en una síntesis con la fraseología marxista («¡Obrero, salvador, redentor nuestro!») que, pese a aisladas explosiones demagógicas que rozan la simplicidad emocional, logra mantener la trascendencia en los poemas.

Pero la novedad nunca implica «abjuración del campo estético» (pág. 30) ni del lenguaje poético de trl, muy visible aún en Ppro y en los poemas iniciales de ph: la ortografía arbitraria, las mayúsculas en mitad de palabra, las flexiones insólitas y las asimetrías, todo está ahí dando salida, ahora más espaciada, a la angustia. Whitman y Maiakovski no logran acallar a Schopenhauer. La similitud en el proceso de formación de los libros sigue ahí: estructuras internas tan diferenciadas entre sí como un libro respecto del otro. Persisten el dolor sin causa («Si la vida fuese, en fin, de otra manera, mi dolor sería igual», Ppro), la añoranza de los muertos («Mis padres enterrados con su piedra / y su triste estirón que no ha acabado», ph), el localismo indígena y la nostalgia de la niñez («Sierra de mi Perú, Perú del mundo», ph), el fatalismo y la agnosis como expresión de la incapacidad del conocimiento racional a la hora de abordar «el gran Misterio», desde hn («Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!») a ph («por qué tiene la vida este perrazo, / por qué lloro, por qué...»). Las corrientes estéticas aparecen como distintas opciones creativas que repelen las imposiciones canónicas de género y modalidad así como las convenciones lingüísticas cuando éstas suponen una traba en la revelación de lo intuido. Portador de una carga emocional excesiva, el lenguaje sigue siendo forzado a decir más de lo que puede decir, llevado al límite de sus posibilidades significativas. Pero siempre, aun en trl, es recuperado como medio insustituible de expresión de la vida como única materia poética —el triste destino humano, la intuición de la nada—, como soporte del pensamiento y la memoria pues no hay mundo más allá de la conciencia que lo percibe ni poesía más allá de las palabras.

Contrarrestando las aserciones teóricas del prólogo, obligada labor de crítico, acerca de la drástica diversidad interna del corpus vallejiano, la selección de José Miguel Oviedo parece haber querido demostrar precisamente su univocidad al concentrarse «sólo en sus aspectos y fases fundamentales», es decir, aquellos que evidencian el hilo de continuidad y conforman el fondo, oscuro pero siempre reconocible, en que se asienta «el sentido mismo» de la obra.

 C. Blanes Valdeiglesias

      Alejandro R. Díez Torre, Orígenes del cambio regional. Un turno del pueblo. Confederados / Solidarios. Aragón 1900-1936, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, 1.048 págs, 2 vols. 

    Al libro del que vamos a tratar aquí no se le hace justicia si se le anuncia solamente con una nota al pie, como suele hacerse en las reseñas, porque no es éste un libro cualquiera. Para empezar, no es un libro, sino dos: un par de tomazos metidos en un estuche negro de cartón, de 454 páginas el 1º y de 595 el 2º, total, pues, de 1.149 págs. Pero a la cantidad se añade la calidad científica y el derroche de erudición que ha invertido en esta obra su autor Alejandro R. Díez Torre, como se demuestra a la vista tan sólo de los apéndices: Fuentes y Bibliografía: págs. 519-566: (¡47 págs!). Índice onomástico: páginas 567-578 (12 págs.). Índice toponímico: páginas 579-586 (8 págs.). Índice de Entidades: págs. 587-591 (14 págs.).

    Y ahora nos falta mencionar el grato y rico obsequio que nos brinda el autor con tantas fotos de lugares, tipos, ambientes y documentos. O sea, sus ilustraciones: lº tomo: 450; 2º tomo: 458; total: ¡908!

      O sea, que es más que un libro: es un Monumento Bibliográfico. Y aquí sí que se puede decir con fundamento que es un estudio historiográfico documentalmente exhaustivo. Yo lo puedo decir a ciencia cierta, porque hace años que vengo ocupándome de ese período, que llamo prerrevolucionario porque no alcanzó a cuajar en la revolución soñada por gran parte del pueblo español, pero que los poderes «anti-pueblo» la aplastaron en el huevo. En la obra de Alejandro R. Díez Torre no falta nada. Toda fuente  y todo documento a ese período referente, que al cabo de los años he podido encontrar[19], están en esta obra.

      Nótese la diferencia del período preparatorio de lucha sindicalista prerrevolucionaria de los «confederados» (tomo 1) y la posterior, tras el triunfo (¡ay, efímero!) de los mismos combatientes, tildados en su conjunto de «solidarios» (tomo 2).

      Una característica de la escritura de Alejandro R. Díez Torre que me ha llamado poderosamente la atención ha sido su lenguaje tan neutral y su vocabulario, en consonancia, tan aséptico. Yo le atribuyo el reivindicativo empeño de rehacer la historia del período y de la región en cuestión: Aragón y los años entre el 1900 y el 1938, pero no porque el autor lo haya declarado, que su texto no tiene el menor atisbo de proselitismo. No se encuentra nunca en esta obra una proclama partidista, una declaración de principios políticos ni manifiesto social alguno. Tampoco es amigo de marcar diferencias éticas y menos de establecer contrastes susceptibles de enfrentarse. Alejandro R. Díez Torre lo confía todo al simple enunciado de los hechos, pero unos hechos que se cuida mucho de explicar y justificar su desarrollo y sus resultados. Mas nunca usados como armas arrojadizas, ni para defender o denostar nada.

      Por eso este texto está llamado a ser un clásico para estudiantes y estudiosos del tema que en él se trata.

El autor tiene, de seguro, sus ideas, pero no escribe aquí para defenderlas, sino para que, de un modo implícito, queden esas ideas firme y definitivamente respaldadas por la documentación aportada que, por ser tan profusa y concienzudamente expuesta, resulta abrumadora.

Y para que se haga una idea resumida y clara de lo expuesto en estos dos tomos por Alejandro R. Díez Torre, le recomiendo, querido lector, lea sosegada pero concentradamente, las conclusiones en páginas 513-518 del segundo tomo. ¡Y a disfrutar y enriquecerse con la lectura del mejor tratado del Aragón prerrevolucionario que nos brinda el sabio aragonés Alejandro R. Díez Torre!

 F. Carrasquer Launed

 

Ángel Alcalá Galve, Testigo, víctima, profeta: los trasmundos literarios de Ramón J. Sender, Pliegos, Madrid, 2004, 333 págs.

El amigo Jesús Vived Mairal comienza su prólogo a este libro del amigo Ángel Alcalá (entre amigos anda el juego, ¿y qué mejor?) con esta frase: «En la abundante bibliografía acerca de la vida y obra de Ramón J. Sender faltaba un libro que tratara en profundidad sobre su pensamiento, sobre su ideario, sobre su cosmovisión, en suma. Este libro, debido a la pluma de Ángel Alcalá, lo tienes en tus manos, querido lector». Afirmación que no es del todo exacta, querido Jesús, porque tú sabes muy bien que se han editado no pocos libros entre los muchos que ha producido el senderismo (o la «senderología», si se prefiere). Empezando por ti mismo, porque no me vas a negar que en tus estudios senderianos y sobre todo en tu Biografía de Sender, que tantos datos y sugerencias le has procurado al mismo Alcalá, no has opinado sobre las ideas, pulsiones mentales, juicios y prejuicios, creencias y supersticiones, complejos y traumas, su ética y sus puntas y ribetes de filósofo, sin descuidar su mundo interior y sus pruritos de espiritualidad. Y como tú, otros senderólogos se han ocupado de la filosofía profunda —como dicen los argentinos— de Sender, como un Anthony Trippet, un Sherman H. Eoff, un Charles King, una Julia Uceda, una Margaret E. W. Jones... y yo mismo. Porque, de los diez libros que he publicado sobre Sender y su obra, al menos la mitad tratan en parte de la figura de nuestro admirado chalamerino en la literatura universal y como pensador original, ya desde el primero, el de mi tesis doctoral; pero muy especialmente en los dos libros de artículos[20]y en mi último libro de muy próxima aparición: Servet, Spinoza y Sender, tres miradas de eternidad (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004).

Para mí el trabajo «hercúleo» de Ángel Alcalá ha sido el de haberse sentido con arrestos de redondear la figura y la obra de Sender en una esfera, el símbolo predilecto de nuestro talentudo paisano, da la casualidad. Ángel Alcalá ha tenido el tesón de valerse de su prodigiosa memoria y su larga experiencia de riguroso investigador para ofrecer al lector interesado por el autor de Imán, el orbe entero de su compleja figura y su magna obra. Con este libro contamos ya, pues, con la summa senderiana, algo así como Santo Tomás de Aquino brindó al mundo cristiano su summa  theologica.

La verdad es que uno se queda boquiabierto cuando cuenta las notas de este libro: ¡266!, y los nombres más o menos repetidos de los estudiosos de Sender: ¡92! (todos, ¿no?).

Y ya que hablamos de cantidades, me duele decir que he encontrado 67 faltas de imprenta. Si hay próxima edición (¡que ojalá la hubiera!) puede contar mi admirado autor con el recuento de las páginas en que están esas faltas. De mil amores. Por cierto que hay una que no es falta de imprenta y que estoy seguro es debida a una jugarreta del inconsciente de nuestro primer servetista: en la pág. 200, tercera línea, se ha escrito «Servet» en vez de Sender. Supongo que le sabrá tan mal a Ángel Alcalá haber cometido este lapsus como a Sender cuando le advertí que había hablado de moda romántica en Bizancio, en su Bizancio. Para que luego me diga Mainer que soy un fan de Sender «sin fisuras». Son cosas que se te escapan sin remedio. Otro caso parecido me pasó con Rafael Bosch, quien me reprochaba haber tratado a Imán como novela histórica en mi tesis, por no haberse fijado bien ya en el título: Imán y la novela histórica... Me parece que esa «y» está para algo, además de que la emprendo primero y aparte con Imán y luego paso a estudiar las novelas históricas de Sender. Y aun hay otro caso de despiste que aparece en el libro de Ángel Alcalá y del que es responsable el amigo y colega Marcelino Peñuelas cuando asegura haber sido el primero en escribir un estudio de conjunto sobre Sender. ¿No aparecen sus dos primeras obras sobre nuestro autor, la primera en 1970 y la segunda en 1972? Pues mi tesis doctoral —un estudio de conjunto, pero no tan redondo como el de Alcalá—se publica en 1968. Estas cosas pasan y es muy posible que me haya pasado a mí mismo algo semejante. Pero lo bueno es advertirlo y lo mejor es advertirlo a tiempo, claro. Tales advertencias las agradezco y creo que todo el mundo. Pero dejemos estas palinodias y sigamos con el magnifico libro de Angel Alcalá.

Un hombre como éste de la Andorra turolense y largos años profesor de Literatura Española en la Universidad de Nueva York (Brooklin College), siempre empeñado en presentar a conciencia y hasta la saciedad demostrada su tesis con académica erudición y sólo una vez todo contrastado sacar a la luz su estudio o tratado, tenía que indignarse ante la escritura de Sender tan poco rigurosa y por sus asertos tan aleatorios como voltarios, porque nuestro querido novelista daba muy a gusto rienda suelta a su imaginación y no se desmelenaba por dar como verdades ocurrencias o fabulaciones infantiles. Y a propósito, hoy puedo añadir a lo que dije ayer de que lo mágico podía mezclarse con lo surrealista (congreso senderiano en Huesca el 2001) que también puede ampliarse lo que dije anteayer (1968) con este concepto de la fabulación. Sabido es que el niño fabula a gusto y cree sus fabulaciones hasta vivirlas corno realidades de un modo cuasi esquizofrénico. Pero lo que me dice Ángel Alcalá de que mi interpretación del estilo senderiano había pasado a la historia, o era ya obsoleta exégesis, no es del todo verdad, porque cuando arrasa la moda del «realismo mágico» es ya un poco después de publicada mi tesis, por los años 70, con el «boom» hispanoamericano y, sobre todo, con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Pero no importa, ahora queda bien rectificada mi interpretación estilística de la literatura senderiana: desde el surrealismo hasta la magia, pasando por la fabulación.

    Veo con agrado que coincidimos, Alcalá y yo, en denunciar la parcialidad de algunos críticos que sólo se interesan por la obra primeriza de Sender, cuando el verdadero fondo de la cosmovisión senderiana lo encontramos amplia y fundamentalmente expresado en la inmensa obra escrita en la posguerra. Y no por falta de compromiso, que lo tiene siempre Sender, y en su segunda etapa más cabal: su compromiso con la verdad, no con un partido que es algo anti­literario por necesidad.

Por fin un requiebro: lo que más me ha gustado de tu libro, Ángel, son las últimas 7 páginas escasas, bajo el título «Polvo inmortal al mar». De antología. Y prueba definitiva de tu gran talento de escritor.

En resumidas cuentas podemos ya decir que se ha culminado la bibliografía senderiana con la Biografía de Jesús Vived Mairal (su trayectoria vital y artística) y con este libro de Alcalá de largo título que nos presenta todo el orbe esférico de Sender como hombre en el mundo y de su obra como vasto discurso de espíritu abierto, ávido de saber y de enseñar pero de trágica escatología inefable. Todo esto y mucho más nos muestra y demuestra Ángel Alcalá Galve en su libro.

¡Enhorabuena por tu triple triunfo, Ángel Alcalá: por habernos dado al sabio humanista Servet en su propia salsa, a Alcalá-Zamora con su dramático fondo histórico[21] y la cumbre redonda en que has puesto a nuestro Ramón J. Sender!

F. Carrasquer Launed

 

José Belmonte Serrano y José Manuel López de Abiada, Nuevas tardes con Marsé. Estudios sobre la obra literaria de Juan Marsé, Nausícaä, Murcia, 2002, 280 págs. 

Es sorprendente que la extraordinaria obra del novelista barcelonés Juan Marsé aún no haya tenido la repercusión científica que sin duda se merece. Tanto más es de apreciar la aparición de la colección de ensayos Nuevas tardes con Marsé. Estudios sobre la obra literaria de Juan Marsé. El tomo es fruto de dos jornadas de estudios celebradas, respectivamente, en las universidades de Murcia y Berna, y reúne quince artículos dedicados a varios y variados aspectos de la obra del autor de Si te dicen que caí.

En su artículo «Sobre máscaras y representaciones en El amante bilingüe» Francisco Báez de Aguilar González y Félix Jiménez Ramírez muestran la maestría con la que Marsé supedita las características de personajes, lugares, situaciones y lengua en función del tema principal de la obra: el conflicto sociolingüístico de Cataluña. De la misma novela trata el ensayo de Pascual García García, quien se centra en el tema de la memoria y la impostura del protagonista Marés / Faneca. La misma obra forma el punto de partida del valioso artículo «La función del espejo en El amante bilingüe» de Augusta López Bernasocchi. En él, la estudiosa suiza nos brinda una breve introducción a la función del espejo y el fenómeno del doble y del desdoblamiento en la literatura en general, para luego señalar de manera convincente los pasajes más significativos al respecto en la mencionada novela.

En «Últimas tardes con Teresa o la plenitud de una carencia» Pedro Guerrero Ruiz y María G. Hernández tratan el tema de la búsqueda de identidad de Manolo «Pijoaparte» y de Teresa, protagonistas de la novela más conocida de Marsé. Los autores subrayan —entre otros importantes aspectos— el paralelismo existente entre la melancolía de los personajes principales y el tiempo en que vive la España de 1956. También la aportación «Antes morir que regresar a Ronda. Hacia una caracterización de Manolo Reyes, alias Pijoaparte» de José Manuel López de Abiada se refiere al protagonista de Últimas tardes con Teresa. No obstante, el acercamiento a la figura del Pijoaparte que nos brinda López de Abiada es sumamente personal, ya que empieza su artículo relacionando al personaje charnego con su propia experiencia como emigrante, para luego brindarnos una excelente caracterización del que considera el «más celebre y mejor construido de los personajes marsianos» (pág. 181). Para dicha caracterización se basa tanto en declaraciones del propio Marsé como en abundantes citas y comparaciones con otros personajes del mismo autor de similar procedencia.

Daniel Leuenberger centra su trabajo titulado «Apariencias y realidades en La muchacha de las bragas de oro» en la novela ganadora del premio Planeta de 1978. El artículo muestra de manera muy acertada el procedimiento de confusión entre una supuesta realidad y la memoria del protagonista Lluys Forest, confundida por el tiempo pasado y el remordimiento personal del personaje principal. Leuenberger nunca cae en la trampa de querer hacer un análisis social de la novela, sino que se centra en lo que podríamos considerar un Leitmotiv de Juan Marsé: La ficción como superestructura de toda realidad.

De Rabos de lagartija, la obra más reciente de nuestro novelista, tratan tres ensayos. Francisco Javier Higuero plantea una «Caracterización taxonómica del inspector Galván en Rabos de lagartija de Juan Marsé». En dicho estudio, Higuero muestra la función desmitificadora del personaje mencionado. En otro aspecto de la misma novela se centra el artículo «¿Una sombra intrauterina con una pluma en la mano?: El narrador (no)nato en Rabos de lagartija» de Marco Kunz. El trabajo muestra con claridad el malentendido de gran parte de la crítica, que, al confundir la narración propiamente dicha con el enfoque del narrador, pretende que sea el hermano nonato del narrador quien está narrando la novela desde su condición de feto. El autor concluye su ensayo diciendo que: «No hay ningún narrador nonato en Rabos de lagartija, pero sí una focalización que presenta una parte de la historia como si la viviera un feto desde el útero materno en el mismo momento de relatarla, artificio literario con el que tanto Víctor como su creador Juan Marsé demuestran su extraordinaria habilidad de narradores natos» (páginas 115-116). El estadounidense William Sherzer, antiguo conocedor y estudioso de la obra marsiana, aporta con «Rabos de lagartija y el papel de la intertextualidad» un estudio en el que señala tanto vínculos entre personajes de la obra en cuestión con protagonistas de otros creadores como las numerosas coincidencias entre personajes que conocemos de anteriores novelas de Marsé con los que aparecen en Rabos de lagartija. Sherzer concluye su aportación diciendo que para una comprensión total de esta novela es imprescindible el conocimiento de toda la obra de su autor.

Si los mencionados artículos se basan en determinadas novelas de Juan Marsé, otras contribuciones tratan aspectos más bien generales de la extensa obra del novelista. Así, por ejemplo, Alfredo Rodríguez López-Vázquez ofrece con «De la indagación a la teoría narrativa: manual de aprendizajes literarios» una propuesta sumamente aleccionadora para entender procedimientos literarios partiendo de diferentes obras de Marsé. No menos instructiva resulta la entrevista al autor llevada a cabo por José Belmonte Serrano, en la que Marsé reflexiona, con la claridad y sinceridad que le definen, sobre sus métodos de trabajo, sus personajes más conocidos, el ámbito de su infancia o las dificultades que en su día le planteó la censura cuando quiso publicar Si te dicen que caí. Las confesiones del novelista permiten al lector interesado profundizar en el mundo inconfundible que aparece una y otra vez en las novelas de Juan Marsé. Celia Romea Castro aporta otro aspecto muy importante, y, hasta el momento, poco estudiado, de la trayectoria artística del autor de Un paseo por las estrellas. En «Marsé y el cine, Marsé en el cine» la profesora no solamente demuestra con soltura la importantísima influencia que tiene el cine en la obra de Marsé y viceversa, sino que también recuerda las numerosas contribuciones del escritor como guionista. La aportación de Romeo Castro es imprescindible, ya que, como nos señala la autora, «el cine ha marcado la vida de Marsé» (pág. 250).

Es además muy de agradecer que los editores del volumen hayan invitado a colaborar a los escritores Rafael Chirbes («Marsé: material de derribo»), Benjamín Prado («El viaje interior de Juan Marsé») y Manuel Vázquez Montalbán («La memoria de Juan Marsé»). Los tres compañeros de oficio home­najean al maestro barcelonés, cada uno desde sus recuerdos como lector y / o amigo de nuestro incomparable narrador de aventis.

 P. Lenz

 

Oe, Kenzaburo, Salto mortal (título original: Chugaeri, 1999), trad. del japonés de F. Rodríguez-Izquierdo, Seix-Barral, Barcelona, 2004, 824 págs. 

Se trata de la primera traducción de Oe Kenzaburo (1935) en la editorial Seix Barral (Biblioteca Formentor), acontecimiento digno de celebración entre los aficionados a la literatura del Nobel (1994), acostumbrados como estábamos a las ediciones de Anagrama y la excepción de Martínez Roca (el ensayo autobiográfico Un amor especial, repleto de claves para conocer el mundo personal del autor, y publicado en nuestro país en 1998). Tenemos además el privilegio de que de las ocho traducciones con que contamos hasta el presente, prácticamente todas ellas lo sean del japonés y de una calidad excelente. Para Salto mortal Seix Barral ha contado con el galardonado y veterano traductor del japonés Fernando Rodríguez-Izquierdo, a quien debemos sin duda que un abigarrado texto de ochocientas páginas sea algo más que legible, ofreciéndonos una prosa en un estilo muy fluido, coherente, cercana al original pero sin asperezas ni giros japonizantes, sin notas a pie de página. De un traductor lo mejor que se puede decir es que se olvida su existencia y tiene uno la ilusión de que está leyendo al autor. El mismo Oe, en su reciente estancia promocional en nuestro país, ha comentado que sin entender el castellano, sin embargo percibe la fluidez del estilo del traductor español, y lo compara con el inglés, mucho más lacónico y abrupto.

    Pues Oe escribe frases muy largas y complejas, al estilo de los grandes escritores centro-europeos, como Thomas Mann. En sus frases, precisas como la intervención de un cirujano, no nos suele ahorrar detalles, pues entre la obsesión por el detalle y la tensión del estilo como búsqueda se forma esa combinación tan especial que engancha al lector, cuando parece querer decirlo todo, y sin embargo en algún momento hay que parar. Se trata de la aspiración a la totalidad, partiendo del plano más elemental de la realidad, la percepción de nuestro cuerpo, las sensaciones kinestésicas y sinestésicas, y por encima de éstas la conciencia como ilusión de control, de sentido, y la voluntad como apertura incondicionada al mundo.

Oe es considerado el representante vivo de la intelectualidad de signo progresista de la generación de posguerra. Toda su novelística y ensayística (ésta última eminentemente ausente de nuestras editoriales) aporta la búsqueda de un modelo intelectual de una honestidad abrumadora, donde mediante el efecto transgresor de la palabra auténtica, se recoge con fiel precisión la realidad vivida en su transparente irreductibilidad a ningún a priori: de este modo lo sagrado y lo más profano, en la experiencia, coinciden. Esta palabra se construye como memoria histórica, mediante la invocación de sus propios mitos, los mitos que le son dados, de los que es testigo expreso. La palabra reproduce la ritualidad del objeto que aprehende, al reconocerse en él como su único marco de significación. Y se transciende en la comunidad de testigos. Esta comunidad a su vez sólo se puede entender desde el contexto social más amplio como comunidad de la disidencia, o en términos más propios de la posguerra, como comunidad de resistencia.

En Oe, por diferencia con los etnólogos del nacionalismo cultural (Origuchi Shinobu [1887-1953] y Yanagita Kunio [1875-1962], citados en El grito silencioso, 1967), se da el caso de que los mitos de la comunidad no coinciden con los mitos del poder, que controlan el imaginario social mediante el sistema educativo y el factor de homogeneización que introduce la cultura urbana. Frente a éstos la palabra auténtica sólo puede emerger de las raíces de la comunidad, y son indisociables del origen de ésta, del locus nutriente que se encuentra en el ámbito rural, donde el grupo humano es uno con el lugar natural: hombre y medio desvelan su co-pertenencia esencial.

    La diferencia con el antiguo programa de la «vuelta a Japón», protagonizada por el proyecto de recuperación del mundo mítico-rural en Yanagita, es que éste identifica tal mundo con la tradición heredada de la literatura mítica oficialmente sancionada por el canon literario japonés, mientras que Oe precisamente plantea su programa de resistencia intelectual frente a tal canon. Su tarea como escritor la entiende como la recuperación del mito marginado y silenciado por las mitologías oficiales de la nación japonesa.

En particular, Oe realiza una lectura que invierte el papel central que ocupa la figura del emperador en el sistema simbólico de la tradición nacional de los mitos japoneses: el emperador aparece como un anti-locus que ocultando su origen histórico y violentamente impuesto en el imaginario colectivo japonés, ejerce de vigía de la ortodoxia del poder ideológico del centro.

La reinterpretación del papel del mito en la historia japonesa y la vinculación de ésta con la violencia como doble fuerza, impositiva y liberadora (violencia contra la violencia), representada en el lenguaje ritual del festival y el metalenguaje de la literatura, acerca a Oe a la antropología estructural de Yamaguchi Masao (1931) y algunos de sus temas característicos (el tema de la «violencia innata» está presente en Oe ya desde Arrancad las semillas, fusilad a los niños, 1958).

Oe no plantea en ningún caso una simple vuelta a los orígenes, en concreto al entorno rural de los bosques de Shikoku (presentes desde La presa), pues el mismo autor no trabaja con sus propios recuerdos, sino en gran medida con la historia de la región que recoge de la memoria de personajes como su abuela. En consecuencia la nostalgia de Oe está entreverada de impotencia, destapa toda la fuerza utópica del lenguaje, pero no para arropar al deseo y abrirle una puerta de escape, sino para enfrentar a sus personajes consigo mismos, con sus miserias y sus sueños. De ahí el marco realista y a la vez poético que caracteriza su novelística.

Es lo que ocurre en ésta la última novela escrita por Oe, Salto mortal. La aspiración simbolizada por el bosque queda encarnada en un personaje que se repite en sus novelas desde Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura (1966). En efecto, en este relato ya aparece el nombre de un retrasado mental (tema esencial en Oe, que toma varias fornas, como la de la retrasada mental dotada de un oído hipersensible en El grito silencioso), Mori, en un juego semántico entre «la muerte» (latín) y «la vida carente de inteligencia de un vegetal» (japonés). Se trata de la transmutación del propio hijo de Oe, Hikari, que en Salto mortal aparece como Morio (mori=bosque, o=umareru, vida). El tema matriz del inevitable y a la vez imposible retorno al bosque originario es ya una presencia permanente desde El grito silencioso hasta Moeagaru midori no ki The Burning Green Tree», 1993-1995), trilogía esencial en el itinerario literario que conecta al primero con Salto mortal y pendiente de publicación en nuestro país, y cuyo núcleo es retomado ahora en la figura de la Iglesia del Verde Árbol Ardiente.

    Nuestro autor había declarado con ocasión de la recepción del Nobel que había tomado la decisión de jubilarse como novelista y se iba a dedicar a leer, de partida la literatura disponible sobre Spinoza, compaginando esta lúdica actividad con los cursos comprometidos en la universidad americana. Pero el gusanillo de la escritura practicada sin interrupción desde la temprana juventud le hizo reunir un conjunto de notas, y a los dos años reconocer que en contra de sus propósitos tenía acumulado suficiente material para redactar otra larga novela. El resultado es una obra muy extensa, sin parangón hasta el presente con el resto de su producción novelística.

En Salto mortal sí podría haber un testamento literario de Oe, pues en contra de como se ha interpretado en la crítica internacional, más que de un novedoso experimento, se trata de una síntesis de toda la producción novelística anterior. En cuanto a lo novedoso, es verdad que Oe retorna al narrador omnisciente de sus inicios, y multiplica los personajes, eliminando la figura del personaje principal. Es la primera novela coral de Oe, escrita en tercera persona, y se sale por tanto del eje autobiográfico de las anteriores. En el aspecto formal, pues, Oe se adentra con éxito en un terreno inexplorado hasta ahora. Pero no creo que aquí radique lo más logrado de esta obra. Lo que convence es el paso hacia una nueva síntesis que Oe imprime, añadiendo un tema nuevo, el papel de las sectas religiosas en el Japón actual, al orbe temático que viene recogiendo desde sus primeras producciones, enriqueciendo de este modo la reflexión sobre el conjunto de las obsesiones literarias del autor.

Fue la muerte de su amigo, el compositor Takemitsu Toru (1930-1996), la que provocó en 1996 la decisión final de escribir esta novela. En parte es la figura imaginada de Takemitsu en el más allá la que alienta la progresión de Oe en estas páginas. Asimismo, el mencionado interés en Spinoza lleva a Oe a plantearse la figura humana del místico judío Sabatai Tsevi (1626-1676), y las consecuencias de su doble personalidad como profeta mesiánico posteriormente converso al Islam por la amenaza de muerte del sultán turco. A pesar de lo cual una secta del judaísmo lo sigue considerando su mesías. Oe encuentra en la subcultura judía que pervive en el centro de Europa un paralelismo con la cultura marginal de los bosques de Shikoku en su mundo novelístico, y decide explorar qué significado puede tener en el Japón actual una figura religiosa del tipo de la de Sabatai. Para ello se documenta sobre la literatura judía al respecto, en particular a través de la obra del historiador Gershom Scholem (1897-1982), coetáneo de Walter Benjamin, y que sigue considerando a Sabatai un profeta auténtico a pesar de su conversión al islamismo. Sabatai, en cuanto anti-mesías judío, le sirve a Oe de modelo para la figura de Patrón, y el maestro de la cábala Natán (s. xvii) para la de Guiador.

Oe queda impresionado por la humanidad del caso de un místico de la talla de Sabatai que pasa por un proceso de apostasía sin aparentemente perder la entereza moral. Es un caso que contrasta con el del misionero apóstata que había explorado Endo Shusaku (1923-1996), en su clásico Silencio (1969). En el caso de Salto mortal las figuras de Patrón-Guiador (con un cierto precedente lejano en la relación instructor-‘notaria’ en «El día que Él se digne enjugar mis lágrimas», 1966), en el de la mística judía anti-moderna las de Sabatai-Natán (Scholem), y en Endo las de Ferreira-Sebastián Rodrigo (o el narrador), encontramos un modelo de apostasía, y un interés común por la personalidad del apóstata: en Scholem por su personalidad profética, en Endo por su personalidad humana, demasiado humana, y en Oe por ambas. Pero a Oe no le interesa únicamente la personalidad de Patrón y de Guiador, sino que decide explorar qué significado puede tener la experiencia religiosa de la negación de la fe, como parte del propio proceso de experiencia. Patrón y Guiador reniegan de su fe y de la secta que dirigen en un momento determinado de la historia de la misma, se retiran durante diez años, y entonces Patrón reorganiza la iglesia. A este giro de ciento ochenta grados lo llama Oe «salto mortal». Dentro del contexto del paralelismo con el misticismo judío, el «salto mortal» adquiere perspectiva como una traición perfectamente inteligible en la figura del anti-mesías. Así, igual que en las tendencias enfrentadas de construcción y auto-inmolación se escribe la historia del sionismo y el jasidismo, también se reproduce el mismo esquema en el destino final de la iglesia de Patrón en Salto mortal.

«Cuando era niño, es decir en la guerra, igual que a otros adolescentes de los bosques de Shikoku me fascinaban los aviones (presentes desde La presa, 1959), y fantaseaba frecuentemente con los aviones de guerra del ejército de tierra o de la marina del Gran Imperio de Japón. En mis fantasías, no me sentía satisfecho si los aviones no hacían un giro mortal» (Oe, Shincho 1996). En la historia francesa Oe descubre con posterioridad que se le llama saut périlleux al cambio de confesión, planeado y confesado por Enrique IV en sus propias epístolas. Finalmente en Japón coincide el suceso del ataque con gas sarín al metro de Tokyo en 1995 con la exploración de Oe sobre el tema literario-intelectual del «salto mortal». Con la de Sabatai son cuatro referencias de fondo, que inspiran una original síntesis en el personaje de Patrón, que se convertirá en un peculiar anticristo que predica el arrepentimiento universal y a la vez se inmola para dar paso al renacimiento de su propia iglesia.

También en Salto mortal, como en cada novela del Oe maduro, se recoge el hilo de las anteriores, en un constante diálogo del autor consigo mismo, dando como resultado una especie de obra continua, siempre susceptible de progresión. Así, en su última novela Oe recoge todos los temas-motivo importantes ya planteados en su novelística anterior, si bien en una versión muy depurada. Uno de éstos, la mencionada capacidad liberadora del entorno mítico de los márgenes, la periferia rural y su ecosistema de vida, conecta con una temática nueva, la búsqueda de un sentido espiritual en la vida de los jóvenes de la confusa generación del bienestar y la tecnocracia del Japón actual, que genera la aparición de nuevas comunidades religiosas externas al sistema social y tendentes a la auto-destrucción y la violencia.

La novela recoge, si bien no está originalmente inspirada en ella, la experiencia traumática de la campaña de auto-exterminio milenarista de la Secta Verdadera de Aum. Frente a esta experiencia, Oe plantea el contacto de una secta sincretista con el locus rural de un escenario de montaña en la isla de Shikoku, donde previamente ya se da una tradición propia de espiritualidad local de tipo subversivo. «Salto mortal» indica el doloroso movimiento de auto-negación de la élite consciente de la secta, antes del encuentro con el nuevo escenario. De la muerte se camina a la vida, y la formación de la Iglesia del Hombre Nuevo no será posible mientras no se auto-inmolen los elementos viejos de la secta (= purificación ritual). De este modo, la nueva versión de la secta viene a quedar bajo el liderazgo de la naciente vida que aporta un grupo de jóvenes del lugar, cohesionados alrededor de la figura de Gii, hijo de otro Gii, ambos líderes espirituales de la zona (la figura del «líder de los muchachos» ya había aparecido en El grito silencioso).

Salto mortal es un paso más en la historia de la búsqueda literaria e intelectual de Oe. Omitimos mencionar referencias concretas a toda su obra anterior. Unicamente a modo de ejemplo, anotamos los motivos de la «hondonada», la granja, el supermercado, las revueltas campesinas, el baile del nenbutsu (baile de los espíritus), los «técnicos», y un largo etcétera, que uniéndose a los temas ya mencionados demuestran que, por contra del excesivo énfasis que la crítica ha puesto en los aspectos novedosos de la novela, no se trata de un punto y aparte en la novelística de Oe, sino más bien el eslabón final (por ahora) de una larga tarea de construcción de un mundo con sus propios referentes internos, y por ello tanto más apasionante para los lectores habituados a contemplar el proceso de cómo se ha ido construyendo. En las entrevistas acerca de la novela Oe insiste en la clave de la esperanza, con la que por cierto ya había concluído Una cuestión personal. Por diferencia con la reseña recientemente publicada en El País (F. Castanedo, «Menos es más» 4 / 9 / 2004), Salto mortal no es una novela pesimista sobre la violencia sectaria en el Japón actual, el final abre una vía de esperanza a las formas renovadas de energía física y espiritual en los nuevos muchachos líderes de la secta.

«“Salto mortal”. Pensándolo bien, ¿no será éste un título del gusto del alma de Takemitsu Toru?» (Oe, Shincho 1996).

  A. J. Falero Folgoso

Francisco Plata, El ángel de la peste, Hoja por ojo, Germanía, Valencia, 2003. 

    Meticuloso aunque con disimulada generosidad, advierte Antonio Enrique desde el prólogo que Plata es un «poeta para siempre». Para un lector avezado que se acerque a la obra de Francisco Plata, quizá no le sorprenda opiniones como esta, sobre todo por el tono hondo y categórico que va a encontrarse en sus poemas, pero ante todo es una cuestión que habría que aclarar, un ejercicio no debe arrancar solamente desde una exégesis literaria. Como mínimo, señalaría que el hecho de que para Plata ¾un individuo complejo aunque aparentemente sencillo, sociable pero cetrino convencido, alegre pero en el fondo grave¾ ser un poeta para siempre (condición más que atributo) es una concepción que debería poseer sin darse cuenta, llevándolo consigo como si no se buscara esta constatación en la palabra de otros; como si no tuviese, por poner un ejemplo cercano, que leer estas mismas mías.

    En cualquier caso, lo que sí podría asegurarse es que Plata trabaja casi con obsesión enfermiza. De hecho El ángel de la peste ha sido un libro construido con el cuidado y la precisión que solo permite una gran aspiración personal y el tiempo dedicado: las dos condiciones que, a mi juicio, junto a esas briznas de creatividad que a uno en ocasiones facilita el genio poético, maduran seriamente una obra. Así que, por encima de la valoración de sus condiciones personales, entiendo que esta obra, solo por ella misma, es importante y madura, cosa que, insisto humildemente, ni tiene que ver con ni la edad ni con constituciones naturales, salvo el trabajo constante y los errores.

    Nacido en Granada, Plata estudia letras pero consume textos, conoce a otros escritores pero abate ídolos poetico-sociales, lee obras importantes y hace sólidas amistades, escribe bien y sin urgencias, observa mucho y habla con propiedad, e, incomprensiblemente para otros escritores ¾constato¾ de su órbita, teje su imperio poético a partir de bellezas impersonales, asépticas. Así, extrañamente para su edad, a la manera de un joven Stuart Mill junior, en su obra parece castrar las falsas llamaradas de lo sensible, y voluntariamente crea un texto para una demanda interior, para una necesidad inexplicable (a la misma altura que el amor aristotélico); o lo que es lo mismo, ordena un conjunto de palabras que, sin proponerlas como hermosas (tal vez únicamente en el orden) da respuesta a algo que, aunque sea inútil, le exige una decisión, una postura vital. Por estas cuestiones tal vez estamos ante alguien ¾ignoro si ante poeta para siempre¾ que busca la palabra justa para expresar lo que realmente merece la pena, de forma que, como producto de ello, tampoco se dedica a la acrobática construcción formalista ni a la de ornamentales filigranas sintagmáticas, en todo caso se reduce a emocionar con lo preciso. Salvando las distancias, me atrevo a describirlo como ¾siguiendo la poética declarada de N. Hikmet¾ una forma sintética y sencilla de transformar el producto de un largo trabajo, como si no se demostrara. Es decir, no un zueco de campesino ¾cito al poeta turco¾ «[...] con soberbios bordados, sino como unas medias de nylon, que muestren la piel como si estuviera desnuda [...] utilizando menos imágenes y comparaciones [...] de tal modo que el poema todo sea imprescindible, a tal punto que, quitándole una palabra, todo se desplome».

    De forma paralela, en el discurso poético de El ángel de la peste no solo hay cierta identidad de contenido y continente, sino que nuestro poeta envuelve la esencia del poema con una forma precisa y armoniosa a la vez, o con otras palabras, con la justa hermosura de una sintaxis sencilla y un léxico apropiado a la unidad de contenido de cada poema. En esa dirección coincido con la apreciación que Antonio Enrique hace en el prólogo: «[...] he aquí un poeta que no afiligrana el lenguaje ni posa su centro de gravedad en cultismos ni metáforas que supongan fractura conceptual».

Las perícopas, pues, ¾añadiría¾ se tejen en metáforas que no pierden fuerza por mantener esa unidad denotativa, tanto por señalar claramente las fronteras paradigmáticas en cada una de ellas, como por descartar los sememas innecesarios. A causa de ello lo sencillo es lo más difícil la mayoría de las veces: una sencillez ardua que sólo capta el habitual lector de poesía: Me salva la escritura del poema, / este lento pulir los versos / como el que pule la vida entera. / Me están salvando / del naufragio / estas letras inciertas, / estas palabras que pretenden / un sentido y que al dibujarse / me defienden del blanco inmenso... // Salto por ellas, / las interpreto o me divierto, / me buscan, las repudio, / las cubro y las fecundo. / Os lo aseguro: / me están salvando)[22]. Nótese aquí el aspecto léxico referido: la unidad de contenido a lo largo del poema que le da fuerza, sentido y belleza; no quedan cabos sueltos, no se lee un poema deslavazado, no hay malsonancias, todo queda cercado en la misma idea, es un todo compacto melodioso.

    Por otro lado, es curioso que ya en su primer libro extrapole a los temas fundamentales que preocupan al hombre moderno las cuestiones más cercanas. Eso es quizá ¾me atrevo a decir¾ lo que le falta a la joven poesía actual: falta de extrapolación, trasunto, trascendencia. Un beso es un beso y nada mas, pero también puede representar un punto de inflexión literario. Lo puede ser todo para un fin y un inicio, y a la vez detalle. Lo mismo que las piedras, el mar o los rascacielos. Así que es tarea de nuestro autor hacer de puente entre entidades, de transformador conceptual, de catapulta sim­bólica de su nostalgia y de su esencia. Para ello, la fórmula estilística está en encontrar el referente en el mundo para establecer un contraste, y por extensión, el valor real de lo que quieren significar los poemas. El ángel que le une al mundo también es un Mercurio con nuevas desde allí, o un Tiresias que al mismo tiempo que advierte, forma parte de la misma advertencia, de la amenaza. De ahí su apelativo, aunque a mi juicio desprovisto de esta calificación escatológica, pues encierra simbólicamente esa idea de trasunto de la humanidad que el autor quiere hacernos notar. Prueba de ello es la primera versión del libro ¾con poemas eliminados respecto a la publicada¾ cuyo título distinto (El ángel de cristal) tampoco era determinante para la significación y unidad del texto.

    Volviendo de nuevo a la figura del autor como vía de conocimiento y alejándome de las populares teorías de la recepción, no solo no estoy seguro, al contrario de lo que asegura el prologuista, de que Plata descubriera por sí mismo el que la literatura fuese «verdad», sino además de la propia existencia de esa verdad de la literatura salvo para uno mismo: o la del que la descubre en sí misma leyéndola, adentrándose a la vez en dos mundos (el del poeta y el suyo propio ¾que bien pudieran ser paralelos¾) o el que la escribe convencido de que puede crearla. No es difícil entender esto cuando se leen poemas como «Lluvia de hombres», «Corpus delicti», «Biblioteca», o «Que alguien se lo diga» (este último con leves resonancias y parecidas preocupaciones a las del también granadino Rafael Guillén), «Yo no estuve en Praga», «El destino más amargo» (poema-manifiesto, declaración o poética), «cuerpos calcinados», y el último de todos ellos (sin título pero que bien podría ser, en mi opinión, el del libro)[23].

También nos encontramos con el tiempo, implacable pero aliado: un eje poético que arranca desde muy lejos, pero que Plata recoge de la tradición más cercana a él. [24] Varios poemas son los que hacen referencia a él, pero en todos los casos es un tiempo relativo, resbaladizo, discontinuo, replegado, extendido, real en su poética o real fuera de ella: «Acantilado: Hasta los días pierden sus horas / en un otoño tan largo como un invierno. / Por este acantilado, / justo al borde del abismo que se asoma, / flota una luz sobre la espalda. / Pensando en las horas estrechas / que nos enfilan por este / sendero que termina, / la hierba bordeando. // Queda la última hora del día, / otra vez acantilado, / a merced del último viento».

Es, en general, un libro que, a pesar de su corta extensión, da mucho de sí, y del que pueden sacarse ideas interesantes, bien por el tono con que se manifiesta la voz que las expone, la estructura de su íntimo imperio de ideas:[25] la sincronicidad (Jung) la corriente de conciencia (Joyce), la naturaleza inteligente de la materia, y la consiliencia (Edward O. Wilson); o bien por la revisión que hace de otros temas fundamentales tradicionales: la muerte, el amor, el tiempo, el paisaje, el destino y la fortuna (entendiendo esta última como cultismo semántico).

    En definitiva, podría decirse que no es fácil escribir lo que nadie ha escrito, por eso se echa de menos buena poesía y sobra tanta mediocre. Sin saberlo puede uno perder el tiempo tanto leyéndola como escribiéndola. En este caso quizá habría que renunciar a escribir para no llegar a ser mediocre, para dedicarse sencillamente a ser feliz y sin pensar tanto, a no preocuparse demasiado por un producto de la inteligencia que, como dice Alfonso Canales, rige el corazón, o, en otras palabras, no tomarse tan en serio tantas cosas de la vida. Sin embargo, este pensamiento teologal y escatológico, déspota e insolidario, imprudente y perjudicial, está cosido a medida para los ilusos y los vehementes, para los faetones y los quijanos, de forma que poetas como Francisco Plata estén ya condenados a la no renuncia por el mero hecho de que ésta no depende ya de ellos, pues no hay advertencia que antes de escribirse no les estuviese esperando ahí afuera, en el mundo, en el tiempo, donde los hombres con el ángel terrible.

 J. C. Jiménez

 

Carlos X. Ardavín, La pasión meditabunda (Ensayos de crítica literaria), pról. de J. Mármol, Editora Imago Mundi / Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, San Juan  / Santo Domingo, 2002, 154 págs. 

El séptimo volumen de El nuevo glosario de Eugenio d’Ors incluye en su título los dos términos que sirven a Carlos X. Ardavín para titular un libro que reúne una decena de ensayos movidos precisamente por esa pasión meditabunda. Todos ellos aparecieron publicados en Estados Unidos entre 1996 y 2001 (se especifica su procedencia en la página 151), se suceden atendiendo a un orden cronológico y se centran en escritores peninsulares e hispanoamericanos. Ardavín adopta una metodología ecléctica y buena prueba de ello es la nómina de pensadores que le sirve de guía: Roland Barthes, Mijail Bajtín, Paul de Man, Jean-François Lyotard, entre los extranjeros; y Dámaso Alonso, Emir Rodríguez Monegal, Jaime Alazraqui, José Ortega y Gasset y Julián Marías, entre los autores de lengua española. Además, podemos conocer otras fuentes utilizadas gracias a la bibliografía final (págs. 141-149). Todos los trabajos reunidos en el volumen tienen un nexo común: se ocupan de autores y obras relacionados con la preocupación por la propia escritura o por la posible definición de literatura. Tanto el primer estudio como el último —en realidad, un bloque que incluye tres partes— se plantean como claves para el entendimiento del libro en su conjunto. Tratan de figuras literarias tan eminentes como Dante, Borges y D’Ors, y el objetivo de Ardavín se centra en resaltar la idea que sobre la literatura suscita la propia escritura de cada uno de ellos. Aparte de los citados, son asimismo motivo de atención a lo largo del volumen autores como el Marqués de Santillana, Francisco de Aldana, Fernando Pessoa, Fabio Fiallo, Luis Rosales y Juan José Millás.

El primer capítulo, «Hacia una definición borgesiana de la literatura: Dante y La divina comedia», trata acerca del concepto de literatura a través de una obra colosal, cima de la estética dantesca, utilizando como una especie de lazarillo la perspectiva de Jorge Luis Borges. Son varios los aspectos abordados: la rica variedad de interpretación del texto de la Comedia; la anfibología consustancial a toda obra artística; el componente cultural como única realidad que puede conocerse; la conversión del autor en personaje y la creación que, por tanto, hace el texto del autor (la autofiguración que nos recuerda también la poesía de Walt Whitman); la literatura como palimpsesto (reescritura continua al modo de James Joyce); y, por último, el valor ecuménico del poema dantesco.

    «“Hora absurda” de Fernando Pessoa: indagaciones sobre el paulismo» es el título del segundo estudio. En él, tras referirse a la naturaleza cambiante de la obra del autor portugués, Ardavín analiza la evolución del paulismo como movimiento anejo al simbolismo (en Portugal, saudosismo) y la presencia de sus notas más características en el poema citado. En él, Pessoa realiza una muy sui generis crítica de su época, pero lo más destacado de su aportación es apreciar su consideración del paulismo («arte de sonho») como una etapa previa para llegar al sensacionismo. Ardavín repasa el origen del paulismo y lo ciñe a la palabra que da comienzo al poema «Impressöes do Crepúsculo», pauis. Cita a Georg Rudolf Lind que afirmó que el paulismo «significa, pois, poesia de paul ou pantano». Por consiguiente, estamos ante uno de los motivos principales de todo el Fin de Siglo —trasladado también a «Hora absurda»—: el tedio existencial.

En «Dialogía y heterobiografía en Cerbero son las sombras de Juan José Millás» Carlos X. Ardavín hace una apuesta crítica atrevida. Hay atrevimiento, pero también hay premeditación al recalar en un novelista actual como Millás y unir la glosa a Cerbero son las sombras con los intentos exegéticos emprendidos con otras obras tan consolidadas desde un punto de vista canónico. Parece que en parte dicha apuesta tiene su razón de ser en el conocimiento profundo que Ardavín tiene tanto de la obra de Millás como de otros novelistas que ya analizó en su propia tesis doctoral sobre la narrativa de la transición política española. Por otro lado, Cerbero son las sombras, opera prima de su autor, se incardina fácilmente en el grupo de obras con preocupaciones metaliterarias. De hecho, la novela de Millás, entroncada con la fundacional Tiempo de silencio, plantea un continuo autocuestionamiento de su estatuto formal, que fundamentalmente es de carácter epistolar, resultado de una impronta kafkiana (influencia de la Carta al padre del escritor praguense). Asimismo, Cerbero cuenta con la presencia de las más importantes constantes narrativas desarrolladas por su autor en las novelas posteriores y forma parte de la novelística del antifranquismo que trasciende la especificidad histórica.

La Comedieta de Ponza es el siguiente centro de interés para Carlos X. Ardavín. Retrotraerse a la época prerrenacentista en la que se sitúa Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana no resulta complicado para el autor. Ardavín repara en la interrelación entre dos niveles discursivos. Habla del dantismo —apuntado desde el mismo título— y de la reflexión metapoética que se aprecian en la obra y que acompañan al discurso sociopolítico que ésta encierra. Ello contribuye a explicar la dificultad en cuanto a la delimitación temática de un poema eminentemente político. Santillana defiende una poesía aristocratizante que conlleva la asunción de un mundo perfectamente jerarquizado y nos hace pensar asimismo en un concepto minoritario propugnado para la actividad creadora. Y en cuanto a una concreción de su poética destaca el hecho de que se trata de una obra que desvela al lector su proceso de creación. Por último, Ardavín alude a la importancia de la función moral y didáctica de la Fortuna en la Comedieta de Ponza, aspectos que entroncan el poema con ese período de transición antedicho al que pertenece.

En el quinto ensayo se presta atención a otro autor clásico, Francisco de Aldana y particularmente a sus sonetos de expresión amorosa con el objetivo de analizar la crisis del neoplatonismo advertida en ellos y la sensibilidad sorprendentemente moderna de su poética del desasosiego. Los sonetos amorosos de Aldana fueron compuestos seguramente en su etapa de juventud que coincidió con su residencia en Florencia. La mayor parte de la crítica ha coincidido en manifestar el poderoso sensualismo de dichas composiciones. Sin embargo, Carlos X. Ardavín plantea la hipótesis de que el mencionado mecanismo de amalgamar sensualidad y escenografía pastoril constituye un artificio, aunque, desde luego, ingenioso y original. Citando al propio autor del estudio podemos conocer mejor su tesis: «Aldana, aun en sus sonetos amatorios, es un poeta del desasosiego, alejado de esa felicidad o plenitud vital que se le ha querido atribuir; más cercano a la insatisfacción barroca que al equilibrio renacentista» (pág. 76). Y aún más; añade que lo más original de Aldana reside en la manifestación de la crisis de la teoría amorosa neoplatónica contenida en sus poemas: son paradigmáticos al respecto los sonetos xii y xx. Por último, Ardavín ve en los sonetos de expresión amorosa de Aldana la rica asimilación de influencias literarias diversas (entre ellas, la de Garcilaso) y un marcado tono confesional (Damón y Tirsis son desdoblamientos del propio poeta).

«La casa encendida: el poema total de Luis Rosales» es, sobre todo, un texto reivindicativo. Ardavín homenajea a Luis Rosales y declara La casa encendida como poema fundacional de la lírica española contemporánea. Se trata de un caso de «hipertextualidad poética», de poema total, de textualidad multidireccional. Queda inserto en la nueva actitud de la poesía arraigada de la postguerra española, en la que —como decía Luis Felipe Vivanco— «la palabra va a ser más importante que la imagen». La modernidad del poema reside en su dimensión discursiva de naturaleza multigenérica. La «narrativización» (pág. 98) favorece la intelección del libro como poema total y así cobra más fuerza el vitalismo rosaliano que apunta hacia la trascendencia. Es significativa la relación con el cine y la plástica que puede establecerse a través de la simultaneidad expresiva de algunas secciones que recuerdan el montaje fílmico y de la existencia de escenas propias del arte pictórico.

«La prosa modernista de Fabio Fiallo» pone la nota más local en un volumen que viene avalado por la Biblioteca Nacional de la República Dominicana. El estudio acerca del escritor de Santo Domingo (1866-1942) propone una reconsideración crítica del mismo, puesto que, si bien su obra poética no participa enteramente del modernismo, su prosa y su labor de difusor cultural a través de la fundación de la revista literaria El Hogar (1894) sí que se insertan de lleno en la tendencia finisecular. Fiallo emplea en sus narraciones procedimientos y recursos poéticos. Muchos de sus cuentos son verdaderos poemas en prosa: en su totalidad los de Poemas de la niña que está en el cielo (1935) y numerosos en sus Cuentos frágiles (1908), título homónimo al del mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, de 1883. En definitiva, su prosa se inscribe en la écriture artistique más característica del modernismo; eso sí, en unas fechas que sólo son históricas en su ámbito insular.

El volumen se cierra con un amplio ensayo acerca de la obra narrativa de Eugenio d’Ors. Ardavín desgrana en tres estudios sus ideas acerca de otras tantas novelas del escritor catalán que quedaron agrupadas bajo el título de Jardín botánico.

Es Oceanografía del tedio (1919) la primera de la trilogía y la más interesante desde el punto de vista teórico. Presenta una evidente ambigüedad genérica y se encuadra en el arbitrarismo, manera compositiva cuyos postulados había enunciado D’Ors en el pró­logo a su libro de cuentos La muerte de Isidro Nonell (Ediciones ‘El Banquete’, Madrid, 1905) y en un breve ensayo titulado «Notas sobre la novela» (recopilado por Ricardo Gullón y George D. Schade en Literatura española contemporánea, Charles Scribner’s Sons, New York, 1965, págs. 409-411). En este último D’Ors resaltaba entre los supuestos teóricos del arbitrarismo los siguientes: discontinuidad narrativa, primacía del orden espacial sobre el temporal, falta de un verdadero desenlace y predominio de las sensaciones sobre el puro sentimiento. Oceanografía del tedio se erige como novela arbitraria con unos preceptos cercanos a la estética vanguardista de los años 20: rechazo de todo arte imitativo, rechazo del arte impresionista, defensa y práctica del libre examen personal, defensa y práctica de la libre creación personal. Por consiguiente, un pensamiento estético que nada tiene que ver con el expuesto en el prólogo que años después escribiría el propio autor para la edición francesa de Jardín botánico. Oceanografía del tedio se divide en tres partes y un epílogo, a las que se antepone un preámbulo, pero esa estructura se articula mediante una sucesión de glosas, cuya técnica más desarrollada consiste en la categorización de la anécdota. Estas circunstancias favorecen la lectura de la obra más como un ensayo que como una novela o, al menos, como se entiende tradicionalmente la novela.

La novela arbitraria en la que D’Ors se acerca más a la vanguardia es, sin duda, El sueño es vida (1922). Con ese sugerente título que altera el calderoniano famoso, el autor catalán plantea elementos extraños a su estética clasicista: el irracionalismo, lo grotesco y lo sorpresivo e irreverente. Se arriesga, incluso, a experimentar con un pleno ejercicio surrealista al intentar estructurar una novela del inconsciente. Sus ideas coinciden en lo esencial con las manifestadas por Ortega durante aquellos años.

Por último, Magín. La previsión y la novedad (1923) es una novela corta que se caracteriza por ser la menos arbitraria y la más convencional de la trilogía. La narración es continuada, sin cortes. En cuanto a motivos, destaca por un lado la formulación que se hace de una ética para uso de intelectuales y por otro lado el subrayado que se pone a la indisolubilidad vida-arte, haciendo hincapié el propio narrador en que dicha dualidad no es antitética sino complementaria.

Algo que debe reseñarse de manera notoria es la omnipresente dicotomía clasicismo / barroco, que funciona como poderoso sustrato en las tres novelas tratadas.

A simple vista, el tratamiento de autores tan diversos y tan distantes muchos de ellos en la franja cronológica, podría hacer que consideráramos esta colección de ensayos como una miscelánea de estudios literarios reunidos azarosamente para componer un volumen antológico que diera cuenta del riguroso trabajo académico de su autor. De ahí la importancia de la disposición u ordenación de los distintos trabajos, todos ellos encabezados por el que aborda la lectura borgesiana de la Comedia dantesca y cerrados con el referido a la obra novelística de Eugenio d’Ors. Frente a la sospechada heterogeneidad e independencia de cada uno de los ensayos, nos apercibimos del fuerte trenzado que Carlos X. Ardavín oficia entre todos ellos y que nos presenta un conjunto de obras y autores seriamente implicados en lo que constituye una seria preocupación por el conocimiento de la evolución del hecho literario dentro de la cultura occidental en las dos orillas de su rico y proceloso océano. Obsérvese que todos los estudios tratan obras que, en mayor o menor medida, entran en la definición de metaliterarias.

 M. A. Auladell Pérez

 

Mª Victoria Pavón Lucero, Sintaxis de las partículas, Visor, Madrid, 2003, 337 págs. 

En este trabajo, Mª Victoria Pavón Lucero, profesora de Lengua Española en la Universidad Carlos III de Madrid, nos presenta una revisión de su tesis doctoral —dirigida por Ignacio Bosque—, en la que aborda, siguiendo los postulados del modelo de Principios y Parámetros de la Gramática Generativa, el examen de una de las categorías gramaticales más controvertidas y menos estudiadas, las llamadas tradicionalmente partículas, entre las que se suele incluir el adverbio, la preposición y la conjunción.

El objetivo que guía su investigación radica en el establecimiento de los criterios que ayudan a fijar el estatus categorial de estas clases de palabras a partir de su comparación, atendiendo tanto a las interrelaciones en su estructura semántica como a las similitudes sintácticas detectables en las construcciones en las que se integran, para determinar si todas ellas pueden englobarse en un única metaclase o si, por el contrario, es necesario estudiarlas como categorías autónomas.

Para ello, en la primera de las tres secciones principales en las que se dispone el libro, se consideran los diversos tratamientos que estas partículas han recibido desde los enfoques gramaticales más relevantes —tradicional, estructural y generativo—, aunque ya en la «Introducción» aborda la correspondencia entre estas y los marcadores del discurso; estas explicaciones sobre las categorías que funcionan como marcadores discursivos y su vinculación con el adverbio, la preposición y la conjunción, si bien es cierto que no sirven de fundamento teórico a los análisis posteriores, quizás hubieran merecido ser extraídas como apartado independiente del cuerpo temático.

Entre las conclusiones de su examen destaca la insuficiente exhaustividad de las propuestas tradicionales, que no emplean con uniformidad la participación de todos los niveles de análisis —formal, sintáctico, semántico— en la caracterización categorial de estas unidades, por lo que los límites entre ellas nunca quedan bien definidos: si se acude al criterio formal, adverbio, preposición y conjunción quedarían incluidos en la misma clase por su invariabilidad; según el criterio sintáctico, preposición y conjunción, en virtud de su función relacional, formarían un grupo diferente al constituido por el adverbio, e incluso algunos gramáticos admiten que las conjunciones subordinadas se aproximen a las preposiciones por el tipo de relación que mantienen con el segmento por ellas introducido; en el nivel semántico de nuevo se observa una equivalencia entre preposición y conjunción por su falta generalizada de contenido léxico, frente a los adverbios, que sí contienen significado.

Sin embargo, tras revisar los principales razonamientos recogidos en los estudios de Gramática Estructural, la naturaleza categorial de estas unidades todavía sigue siendo oscura. En las obras de Jespersen, Hjelmslev o Pottier se comparte la concepción de que adverbio, preposición y conjunción se agrupan en una única clase de elementos relacionales, solo distintos en lo que concierne a su posibilidad de aceptar usos transitivos (preposición y conjunción) e intransitivos (adverbio). La teoría de la transposición, formulada principalmente por Bally y Tesnière y ampliamente desarrollada en la Gramática Funcional española, también propone separar el adverbio de la conjunción y la preposición a partir de un criterio sintáctico-funcional —bastante discutible— que considera paralelas función y categoría sintáctica: únicamente el adverbio puede ser considerado una categoría sintáctica, puesto que conjunción subordinada y preposición son elementos transpositores. Así se vislumbra de nuevo una separación radical dentro de las conjunciones al escindir de este grupo las conjunciones coordinadas, ya que no efectúan ninguna transposición.

    En el último punto de esta primera parte, la autora recopila las tesis elementales de la Gramática Generativa que ayudarán a clarificar el problema de la entidad categorial de las unidades objeto de estudio y que servirán de soporte metodológico para el análisis posterior: la teoría de los rasgos sintácticos, el principio de endocentrismo de los sintagmas, la teoría de la x’, etc.; no obstante, en ningún momento obvia los resquicios de tales hipótesis y las contradicciones que a veces se producen entre los gramáticos generativistas, ni tampoco olvida la referencia a las aportaciones alternativas dentro de esta corriente teórica.

La segunda parte del libro se centra en las similitudes y diferencias existentes entre preposición y adverbio. Su indagación queda restringida a un tipo adverbial que denomina adverbios locativos transitivos (alts) —esto es, adverbios de lugar que rigen opcionalmente un complemento (encima de, delante de, etc.)—, que se comparan con las preposiciones equivalentes desde el punto de vista semántico (sobre, bajo, etc.) y con los adverbios locativos intransitivos afines (arriba, adelante, etc.), además de con otras estructuras relacionadas desde un punto de vista sintáctico-semántico o con otras categorías con las que mantiene una clara conexión, como es el caso del nombre y los ss.nn. temporales, sobre los que, extrañamente, no proyecta ninguna explicación diacrónica —no recoge, por ejemplo, las apreciaciones de Lapesa acerca de los restos sintácticos latinos— que pudiera aclarar las diferencias del español con otras lenguas. Así busca responder de forma definitiva a la cuestión de si los alts pueden entenderse como un subconjunto de preposiciones. Las semejanzas entre alts y preposiciones locativas ya empezaron a asumirse por los gramáticos tradicionalistas (rae, Gili Gaya, M. Seco) al apoyar la naturaleza preposicional de los adverbios locativos seguidos de un complemento, a los que etiquetaron como simples locuciones prepositivas. No obstante, en el marco de la Gramática Generativa se ha optado por considerarlos como preposiciones que sólo opcionalmente aparecen con un complemento (Jackendoff, Emonds, Larson).

Sin embargo, como demuestran los análisis certeros y minuciosos de Mª Teresa Pavón, entre alt y preposición existen sólo coincidencias semánticas, ya que sus distintos comportamientos sintácticos —por ejemplo, la posibilidad de los alts de funcionar como términos preposicionales— impiden establecer una identidad categorial entre ambos elementos. De esta manera, se rechaza no sólo la concepción tradicional que reivindica un cambio de categoría de los alts cuando aparecen con complemento, sino también la postura generativista de Jackendoff y otros lingüistas según la cual los alts son un tipo de preposiciones transitivas. Otro obstáculo para la adscripción de los alts al grupo de las preposiciones lo ofrece la existencia del rasgo sintáctico [+n] —evidenciada por su comportamiento en la sintaxis—, lo que se opondría a la teoría chomskiana de las categorías léxicas superiores, que otorga los rasgos [-v] y [-n ] a la preposición.

En la última parte de su libro, Mª Teresa Pavón se ocupa de las relaciones entre las preposiciones y las denominadas conjunciones subordinadas léxicas (csls) tomando como punto de partida el estudio comparativo de la preposición hasta y la csl mientras con valor temporal, a fin de deducir la clase de palabras a la que pertenecen las csls y de testar la adecuación de los motivos que han empujado a investigadores como Jackendoff a reafirmar el estatus preposicional de las csls. Dos supuestos básicos dirigen sus observaciones: por un lado, evaluar la afirmación de que las preposiciones seleccionan categorialmente a sus complementos —habilidad asociada a las categorías funcionales—; por otro, comprobar si se produce una identidad entre las estructuras con csls y las estructuras preposicionales cuyo complemento es una oración, definiendo la entidad de la proyección de los complementos de ambas construcciones.

Las dificultades son cuantiosas, puesto que la autora es consciente de que abundan las ocasiones en que la tarea de discernir en algunos contextos sintácticos los valores y funciones de estas unidades se presenta ardua —mientras, por ejemplo, puede actuar como una conjunción adversativa o simplemente como adverbio—, a pesar de lo cual no elude la exhaustividad en el análisis. Varias son las conclusiones que refutan parte de las proposiciones asumidas en la Gramática Generativa: no todas las preposiciones realizan una selección categorial sobre los complementos que rigen; al menos, la selección que ejerce hasta sobre sus complementos es de tipo semántico. En segundo lugar, no se puede afirmar que las csls y las preposiciones concurran en las mismas estructuras sintácticas, pues hechos como la imposibilidad de que las csls admitan operadores en los especificadores de sus argumentos contrasta fuertemente con lo que ocurre con preposiciones como hasta. En cuanto a la categoría de los complementos de estas construcciones, no existe tampoco coincidencia, ya que, según la nomenclatura del modelo de Principios y Parámetros, el complemento de las preposiciones es un sc —proyección de la conjunción subordinante que— que puede alternar con un sn y el de las csls es sconc —proyección de los morfemas de concordancia y tiempo—; tampoco en su significado se parecen: el complemento de hasta tiene un contenido espacial o temporal, en tanto que el complemento de mientras se refiere obligatoriamente a un evento durativo —el significado temporal del bloque mientras+ complemento provendría del propio contenido léxico (simultaneidad) de la csl— y siempre es una oración sin conjunción introductora (si la hubiera, cambiaría el sentido temporal de la construcción). Por todas estas razones, es insostenible la pretensión de los autores generativistas de incluir las csls en la categoría de preposición.

Este estudio monográfico, fuente de consulta obligada para los interesados en las partículas, presta una ayuda impagable para ahondar en el conocimiento de su funcionamiento y su esencia categorial, gracias no sólo a la meticulosidad del análisis sino también a la valoración de modelos teóricos varios, de las que Mª Teresa Pavón se vale para conducirnos de un modo reflexivo a conclusiones sólidamente fundamentadas. Sin duda, este libro es un excelente complemento para el capítulo que su autora escribió para la Gramática Descriptiva de la Lengua Española, más completo en cuanto al número de estructuras analizadas.

 R. I. García Rodríguez

 

Leopoldo Sáez Godoy, El español de Chile. La creatividad lingüística de los chilenos, Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, 2002, 198 págs. 

    El volumen que reseñamos consta de una introducción y ocho artículos de origen diverso que giran alrededor de la creatividad lingüística en el español de Chile. Las contribuciones son complementarias, pues se acercan al fenómeno de la creatividad desde distintos aspectos parciales tales como la aparición de neologismos en la prensa, el estudio particular de algunos formantes o la importancia de los anglicismos.

La introducción del mismo Sáez Godoy está concebida a modo de reflexión general sobre el porqué de la creatividad, el autor va planteándose diferentes cuestiones como por qué razón aparecen palabras nuevas en una lengua o de dónde salen las palabras que se precisan.

No se puede entender la necesidad de neologismos sin la evolución paralela de la sociedad que los necesita: «El hombre va creando constantemente objetos nuevos, referentes que para entrar en el intercambio comunicativo necesitan de un nombre que los identifique y represente el conjunto de sus características» (pág. 9), quizás esta sea la justificación más obvia pero no la única que explica la creación neológica: «El hablante puede intentar valorizar algunos referentes, haciendo olvidar con una nueva denominación sus connotaciones negativas. Así, un modesto peluquero se convertirá en estilista o incluso en esteticista [...]» (pág. 9). Este desgaste natural de las palabras obliga a rellenar los huecos que van surgiendo en el uso lé­xico, pero siempre dentro de una lógica que responde a unos mecanismos concretos que cualquier sistema lingüístico posee, entre los que destaca la derivación, la composición, la recategorización gramatical, la asociación metafórica, metonímica, el préstamo, etc.

En el artículo que abre el volumen: «Novedades en el español de Chile (1973-1989) (Neologismos en el léxico de la vida sociopolítica)», Sáez Godoy «pretende hacer una contribución a la historia (del español) de Chile. Documenta alguna de las innovaciones que se han producido a partir de 1973 en el léxico de la vida social y política y en el campo de los derechos humanos» (pág. 15). Nos encontramos con toda una serie de términos que han sido generados por la sociedad chilena. Se presentan divididos en apartados referidos a la vida social, a los derechos humanos y a las jergas militar y paramilitar en la lengua común de Chile. Finaliza el artículo con la relación de los neologismos detallando su inclusión en el Diccionario ejemplificado de chilenismos o en Diccionario de la lengua española de la Real Academia. Los términos se presentan con la fuente de donde han sido tomados, pero en algunas ocasiones para un no chileno es difícil imaginar en su sentido correcto su significado (como sucede en paltón, o cuico), además no siempre ha analizado la motivación que los ha generado, lo que aclararía, probablemente, algunas de las coincidencias con el español peninsular.

El segundo de los artículos lleva por título «Economía en el español de Chile (1973-1991): Elipsis, aglutinación, siglificación, reducción y abreviación» y estudia estos procedimientos de creación neológica que se citan en el título del artículo. La importancia de esta forma de creatividad viene dada por la alta frecuencia de uso, así como por lo poco estudiado que ha estado el fenómeno por parte de los especialistas: «Estos procedimientos constituyen una fuente de creación léxica poco estudiada. Aun cuando se presentan en todos los dialectos del español, responden a las necesidades específicas de cada sociedad hablante, por lo que las lexías creadas raramente coinciden, salvo que se trate de voces que han alcanzado difusión internacional» (pág. 49). La pertinencia de este artículo descansa en la posibilidad de conocer precisamente cuáles son los fenómenos más frecuentes en el español de Chile, muchos de los que se presentan en el artículo se encuentran también en otras variedades de español.

En el artículo «-tón y –teca en el español de Chile», estudia, por una parte, la génesis y extensión del sufijo –tón. Magnífico ejemplo de cómo la interpretación de los hablantes puede, a partir de un elemento léxico conocido, reformular dicho elemento en función de sus necesidades comunicativas; y por otra, analiza las particularidades del sufijo –izar en el español de Chile. Se trata de dos interesantes muestras de la particularidad neológica del español chileno, que el autor ha sabido interpretar y desarrollar de una manera magistral, poniendo en relación los elementos sociales que generan verdaderamente los nuevos términos.

Los dos siguientes artículos abordan la cuestión de uno de los sufijos más productivos del español actual: De un lado, «Un complejo sufijal productivo: -iz + ar en el español de Chile» que escriben Leopoldo Sáez Godoy y Claudio Wagner, aborda de una manera bastante exhaustiva el origen y las posibilidades combinatorias del sufijo –izar, sin duda uno de los más productivos en todo el dominio del español. De otro, «Un complejo sufijal productivo: –iz + ar en el español de Chile (ii)» presenta Sáez Godoy una relación de neologismo recogidos en la prensa formados con el sufijo –izar, muchos de los cuales no aparecen en el drae, explica en cada uno de los ejemplos recogidos, la fuente, la datación y el lenguaje especializado en la que se ha encontrado. Las conclusiones finales sintetizan de manera completa toda la gama de variaciones en que se puede encontrar este sufijo.

En «Desvíos de la norma culta en la prensa escrita de Chile: barbarismos y solecismos “mercuriales”», Sáez Godoy acierta al enfrentarse a una cuestión como la de la corrección lingüística de la prensa desde una perspectiva alejada de toda prescripción, sólo llevado por el principio del análisis serio de las tendencias de la lengua: «No se justificaría un trabajo para censurar autoritaria y acremente los “errores” del decano de la prensa chilena [el diario El mercurio]. Nuestro interés es documentar algunos de los usos divergentes de la norma culta más constantes y extendidos de nuestra variedad de español, contrastarlos con el fenómeno correspondiente de la norma culta, tratar de explicar los factores que lo han producido y las tendencias lingüísticas que representan. Creo que en el aula se les deberá prestar atención especial a algunos de estos fenómenos que entre nosotros, al parecer, han alcanzado actualmente una zona intermedia entre la lengua culta escrita “correcta” y la lengua reconocidamente vulgar y popular (“incorrecta”)» (pág. 141). Esta postura se corresponde con la actitud que se espera de un lingüista serio a la hora de adentrarse en el campo de la corrección, razón por la cual el artículo en cuestión se basa en la explicación y no en la prescripción. Los desvíos que estudia Sáez Godoy, aunque él se circunscriba a Chile, son generales en el ámbito del español y su acercamiento modélico. 

«“Clon” y su familia en el español de Chile» es un artículo que pretende ser un ejemplo «de la introducción a la lengua común de términos de jergas especializadas y de las dificultades de nuestros diccionarios para incorporarlos» (pág. 165). El estudio del término clon y su familia, sigue la pauta de seriedad en el análisis de los apartados anteriores del volumen y describe con gran acierto la consolidación y extensión del término en cuestión en el español actual (corrigiendo incluso de manera acertada a la Real Academia a la hora de asignar su origen).

Por último, en «Fus(ión inicial-fin)al. Anglicismos en el español de Chile», se analizan los préstamos de la lengua inglesa que se han incorporado al español de Chile, pero también al español general, por el procedimiento neológico de la acronimia, pero que el autor rebautiza con «un nombre-ejemplo absolutamente nuevo fus(sión inicial-fin)al» (pág. 178), cuyas características quedan fijadas con exactitud en la introducción del artículo. El análisis de todos y cada uno de los ejemplos sigue la misma línea de otros trabajos, con un estudio serio y claro del origen y la difusión de los términos.

Este volumen de Sáez Godoy, en su conjunto, constituye a nuestro juicio un enjundioso conjunto de estudios parciales sobre vitales cuestiones sociolingüísticas del español actual. El análisis practicado con materiales referidos especialmente al español de Chile resulta extrapolable por su coincidencia con otras variedades de español. En definitiva se trata de una obra fundamental, en cuanto al desarrollo metodológico, e imprescindible en la lingüística hispánica por el contenido y el riguroso acercamiento a un campo de la investigación lingüística tan apasionante como el de la neología. Es una lástima que no abunden trabajos de esta envergadura y solvencia aplicadas a otras variedades de español desde esta perspectiva descriptiva, porque no hay otra manera de intuir los caminos por los que el idioma circulará en tiempos venideros.

 F. Jiménez

 

Jesús Sánchez Lobato e Isabel Santos Gargallo (dirs.), Vademécum para la formación de profesores. Enseñar español como segunda lengua (L2) / lengua extranjera (LE) (prólogo de H. López Morales, epílogo de G. Rojo), sgel, Madrid, 2004, 1.312 págs. 

A finales de Febrero de 2004 fue presentado en la Casa de América de Madrid el Vademécum para la formación de profesores, un proyecto ambicioso y, sin duda, de obligada consulta desde su aparición para profesores e investigadores que trabajan con el español como segunda lengua o como lengua extranjera.

Se trata de una selección de artículos de diferentes profesionales organizados en torno a nueve apartados temáticos, los cuales se ocupan de aspectos tan importantes como el español con fines específicos, la competencia comunicativa o las destrezas lingüísticas, todo ello dirigido por los profesores de la Universidad Complutense de Madrid Jesús Sánchez Lobato e Isabel Santos Gargallo.

Los autores de los artículos pertenecen a instituciones relacionadas con la enseñanza del español no sólo de España, sino también del extranjero. Así, entre ellos hay profesores de diferentes universidades españolas (como las de Alcalá, la Complutense y la Autónoma de Madrid, la Antonio de Nebrija, la Pompeu Fabra, la Universidad de Valencia, la Universidad de Sevilla, la Universidad de Educación a Distancia, la Universidad Autónoma de Barcelona, etc.) y extranjeras (Universidad Libre de Berlín o Universidad de Salerno). Por otro lado, encontramos también autores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del Instituto Cervantes, de centros privados de enseñanza de español (International Studies Abroad o Tandem Escuela Intenacional), profesores de colegios públicos o escuelas de idiomas, así como autores de materiales de E / LE. Esta diversidad en la procedencia de los investigadores dota al conjunto también de una pluralidad de enfoques y acercamientos a la realidad lingüística estudiada. Se trata de una de las mayores ventajas de la obra, ya que, como se ha señalado, nace con un espíritu colectivo, y, a la vez, alejado de planteamientos dogmáticos.

Como hemos señalado, la obra se estructura en nueve grandes bloques referidos a nueve aspectos relacionados con la materia estudiada: se trata de la epistemología; del proceso de aprendizaje; de la competencia comunicativa; de los objetivos y el proceso de enseñanza; de los contenidos; de las habilidades lingüísticas y comunicativas; del proceso de evaluación; de las aplicaciones de las nuevas tecnologías; y de la enseñanza del español con fines específicos. En todos los temas se pretende presentar no sólo el estado actual de las investigaciones en torno a los mismos, sino también el desarrollo que han experimentado y su proyección futura.

En la primera parte de la obra, dedicada a la epistemología, encontramos estudios donde se resaltan las aportaciones de otras disciplinas lingüísticas a la enseñanza del español como lengua extranjera y como segunda lengua. De este modo, se presentan relaciones con la psicolingüística, la sociolingüística, la lingüística contrastiva, la etnografía de la comunicación, la pragmática o la lingüística del texto, entre otras.

En la segunda parte se analizan aspectos fundamentales relacionados con el aprendizaje de lenguas, tales como el contexto social en el que se produce éste, la motivación, la conciencia metalingüística, la interlengua o las estrategias de aprendizaje y de comunicación.

La competencia comunicativa es el título que engloba los artículos recogidos en el tercer bloque del libro, en el que se estudian no sólo las subcompetencias ya conocidas (lingüística o gramatical, léxico-semántica, sociocultural, pragmática, discursiva y estratégica) sino también aspectos relacionados con la comunicación no verbal.

En la cuarta parte se exponen, en primer lugar, las directrices del Consejo de Europa en cuanto a la enseñanza de lenguas, concretizadas en 2002 con la redacción del Marco común europeo de referencia para las lenguas: aprendizaje, enseñanza, evaluación, un documento que no podía dejar de ser estudiado en una obra como ésta. Tras este artículo, y puesto que el bloque se centra en los objetivos y el proceso de enseñanza, se estudian cuestiones referentes a metodología, tales como el análisis de materiales, o aspectos relacionados con el análisis de necesidades y el diseño curricular.

El examen de los contenidos es el objeto de estudio principal del quinto bloque, en el que se hace un repaso de los aspectos fonético-fonológicos, gramaticales, léxico-semánticos, funcionales y comunicativos, culturales y estratégicos. Todo ello, enmarcado por un artículo que contiene unas reflexiones sobre el modelo de lengua y las variaciones lingüísticas.

Las habilidades o destrezas lingüísticas y comunicativas son el argumento principal de la sexta parte de la monografía analizada, en la que se tratan las cuatro destrezas clásicamente estudiadas: la expresión oral y escrita y la comprensión auditiva y lectora.

La séptima parte de la obra está dedicada al proceso de evaluación de los conocimientos adquiridos. En ella se comienza por un análisis de unos modelos, tipos y escalas de evaluación, para después repasar la evaluación tanto de la expresión oral y de la comprensión auditiva, como de la expresión escrita y de la comprensión lectora.

La octava parte, dedicada al análisis de las aplicaciones de las nuevas tecnologías en la enseñanza del español, estudia por un lado la iniciación en lenguas con la ayuda del ordenador, para centrarse finalmente en la enseñanza del español a través de internet.

Sin duda era también necesario incluir en esta monografía, considerando las necesidades actuales, algunos artículos que trataran de la didáctica del español con fines específicos. Por ello, en el último apartado nos encontramos con estudios sobre el español comercial, el español jurídico y el español del turismo. Además, se da una especial importancia a la enseñanza del español a inmigrantes (niños y adultos, tanto en contextos escolares como extraescolares), así como a niños en general.

Todas estas áreas temáticas aportan una visión general del estado de las investigaciones en torno a la enseñanza del español como segunda lengua y como lengua extranjera. Además, resulta interesante que cada artículo cuente con una bibliografía básica sobre la materia, es decir, una bibliografía que no sólo recoge las referencias señaladas en el cuerpo de los artículos, sino que se introducen títulos de recomendada consulta a la hora de comenzar a estudiar los temas tratados. Esta concepción de la bibliografía viene determinada por los lectores del libro, pues, como han señalado los directores del volumen, la obra está dirigida fundamentalmente a futuros profesionales de la enseñanza del español, aunque es también de una enorme utilidad para profesores e investigadores de este ámbito de la lingüística aplicada.

En definitiva, contamos ya con una obra que, sin duda, será de referencia obligada para todos aquellos interesados en el ámbito de la enseñanza del español como lengua extranjera. Su interés viene garantizado por las características propias de la obra: por un lado, y posiblemente en primer lugar de importancia, el alejamiento de planteamientos dogmáticos con respecto a todos los temas tratados; en segundo lugar, y muy relacionado con el punto anterior, la pluralidad de enfoques que se desprende de ser éste un trabajo que recopila más de media centena de artículos, fruto de las investigaciones y experiencias de profesionales de esta parcela de la lingüística aplicada; finalmente, la división en nueve grandes focos de interés, que recogen muchos de los principales aspectos relacionados con la materia tratada, y que funciona de manera muy operativa.

 D. Esteba Ramos

 

Carsten Sinner, El castellano de Cataluña. Estudio empírico de aspectos léxicos, morfosintácticos, pragmáticos y metalingüísticos, Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 2004 (Beihefte zur Zeitschrift für Romanische Philologie, 320 págs.). 

Existe un conjunto de variedades del español que hasta la fecha ha tenido escasa, por no decir ninguna, cabida en los manuales de dialectología al uso, ni tampoco en otro tipo de obras de referencia, y son aquellas de nuestra lengua en las comunidades regionales bilingües peninsulares, variedades marcadas, es lógico, por situaciones patentes de contacto entre distintas lenguas. Asimismo, no es extraño que los hablantes sientan lo característico de dichas variedades como degradación, corrupción, barbarismo lingüístico... al considerarse interferencias de una lengua en otra. Y este sentir no sólo es compartido por los hablantes... ¡sino también por los investigadores!, lo que hace que se dificulte aún más su estudio.

La del español hablado en Cataluña es una de estas variedades. Y a ella se dedica C. Sinner en su obra. La misma ausencia de un nombre que denomine a la variedad es un indicio que nos confirma lo que hemos comentado anteriormente y, además, subraya la necesidad de un trabajo como el que aquí estamos reseñando. Ese es el estímulo con que cuenta el autor, que recurre a la expresión castellano de Cataluña para hablar de dicha variedad, que es la denominación habitual del español en las comunidades bilingües peninsulares. Por nuestra procedencia de una monolingüe preferimos en cambio hablar de español de Cataluña, y quizás hubiera sido más conveniente que el autor empleara esta expresión en su trabajo, dado que este no solamente va dirigido a un público catalán y, además, está publicado fuera de nuestras fronteras. No comenta Sinner nada al respecto, tan sólo se refiere a la preferencia de castellano para referirse a la lengua y de español «cuando se remite a la nacionalidad española o a la pertenencia a España» (1, n. 1).

Lógicamente, como su título indica, el estudio no cubre toda la extensión de la lengua española hablada en el dominio de la catalana. Por tanto, se trata del análisis de los especiales tintes que el español adquiere en una determinada comunidad bilingüe regional, que puede servir de estímulo a su vez para elaborar más análisis, hasta completar todo el mapa del español en el territorio de otras comunidades bilingües y, a la postre, ampliarlo al resto, es decir, el del gallego y el vasco.

El de Sinner es un estudio que se puede insertar cómodamente dentro de la llamada lingüística variacional. Es asimismo importante su carácter de estudio basado en juicios de aceptabilidad. Y, a su vez, un estudio empírico, como reza su título, basado de modo exclusivo en los datos. Tan empírico que el autor procura, en el acopio y en el análisis de los resultados, aparcar su intuición. Las conclusiones a que llega no son aplicables a todos los grupos que componen la sociedad catalana, pero sí al menos a un grupo representativo de la misma. Y es que ante la diversidad de variedades —y, consecuentemente, de normas— la investigación ha de decantarse por los principales fenómenos de la variedad del español en Cataluña, detectados en análisis previos y considerados por aquel grupo como habituales y normales en la lengua. Se establece así un modelo constitutivo del español que se habla en Cataluña: el núcleo mínimo dinámico, elemento central de la investigación (págs. 139-141). Los fenómenos que constituyen dicho núcleo mínimo están todos integrados en la variedad. Es importante subrayar su carácter de integrados, así como es necesaria la distinción entre interferencia e integración. Es tal como lo pone de manifiesto Sinner, especialmente en «2.1.3. El problema de la perpetuación» (págs. 81-86). Suelen clasificarse los fenómenos estudiados como resultados de procesos de interferencia, cuando posiblemente haya que hablar, por su tradición y arraigo, de una integración absoluta en la variedad. La secuencia sería, por tanto, interferencia " integración (pág. 85). Y no todos los fenómenos llegan a esta última: Primero es, y siempre, la interferencia. Luego, quizás, la integración de algunos fenómenos.

Además es un modelo dinámico, pues tiene en cuenta la norma constituida y la norma en proceso de realización, es decir, el ergon y la enérgeia de la lengua. Se facilita así el trasvase de los fenómenos analizados de una a otra norma. El núcleo mínimo consta de seis fenómenos morfológicos, veinte peculiaridades sintácticas y cincuenta y cinco elementos léxicos, así como tres fenómenos deícticos (estos últimos son los que pueden llamarse propiamente pragmáticos). Como puede verse, no aborda aspectos fónicos, merecedores —según el autor (5)— de un estudio por separado.

La obra se estructura en dos partes. La primera de ellas es una presentación de la base teórica y metodológica empleada en la investigación, y abarca los capítulos 1 al 4. La segunda ofrece los resultados del estudio, y comprende los capítulos 5 y 6. Aparte estarían la bibliografía, con abundantes referencias, los índices (analítico, onomástico y léxico), así como los apéndices, donde aparecen los cuestionarios, algunas tablas informativas, el corpus de datos y el resto de material necesario para la investigación.

Como es habitual en este tipo de estudios —fue presentado por el autor como tesis de doctorado en la Universidad de Potsdam en 2001— aparece, en el primer capítulo, el status quæstionis, con el repaso a los precedentes en el estudio del español hablado en Cataluña. Previamente se elabora un pequeño análisis del proceso histórico de la castellanización en el dominio catalán. Más que en la base teórica, que el autor demuestra conocer y dominar a la perfección por las referencias manejadas y por la redacción del capítulo segundo[26], nos vamos a centrar en la metodológica, sobre todo en varios aspectos, que aparecen en el tercer y cuarto capítulos. En primer lugar, tiene a nuestro juicio interés comentar la importancia de que el investigador sea extranjero, por supuesto con un dominio excelente de nuestra lengua, pues este hecho provoca a los informantes cierto efecto de extrañamiento beneficioso para la investigación, sobre todo al mostrar Sinner su afán por un mayor control de determinados aspectos del idioma, quizás demasiado obvios para el informante. Y además permite que no se forme parte del conflicto lingüístico —incluso étnico, según el investigador— existente entre la comunidad catalana y una política centralista procedente de Madrid.

Es fascinante la profusión de los métodos que, combinados, se manejan: básicamente pruebas (hasta once tipos distintos) y entrevistas libres. Incluso se hicieron estudios previos, no menos prolijos, centrados en pruebas de prototipos y de metodología. La preparación de los ítems para las pruebas, especialmente las de aceptabilidad, es realmente concienzuda. Puede verse como ejemplo la explicación de la preparación del ítem #3: «Cuando vino el camarero se puso muy nerviosa: —Póngame... póngame un agua con gas, natural, pero baja en sodio» (página 484), para detectar el uso, en Cataluña, de natural con el sentido «del tiempo, a temperatura ambiente». ¡Qué alejados están los criterios de selección de los informantes manejados por el investigador de los tipos norm: «Non-mobile Older Rural Males», hombres mayores de edad y analfabetos que no han salido del ámbito rural de donde nacieron, comentados por J. K. Chambers y P. Trudgill, con los que se pretendía conseguir el mayor grado de «pureza» posible de la variedad, más que el de representatividad![27]. Incluso aparecen, como elementos de contraste, informantes totalmente ajenos a la variedad, como son los madrileños.

    La ocultación del verdadero objeto de la investigación —para no determinar las respuestas, es decir, para que no afloren las esperables— puede dar lugar a dudas de carácter ético sobre un posible «aprovechamiento» del informante para algo con lo que puede no estar conforme. Sin embargo, estas dudas se despejan cuando, al final de la investigación, se le informa acerca del objetivo real que el investigador pretende alcanzar con sus pesquisas. En el uso del cuestionario, Sinner omite los elementos prototípicos, puesto que «su inclusión podría haber delatado el verdadero objetivo de la entrevista a los informantes» (pág. 171)[28]. En cuanto al volcado de los materiales a un soporte escrito, la distinción que, siguiendo a H. López Morales[29], hace el autor entre transcripción y transliteración (203) es la misma que, pensamos, corresponde a la más habitual de transcripción estrecha y transcripción ancha, respectivamente. El sistema manejado por el investigador participa de ambos tipos de transcripción. Y así lo llama, por la vigencia del término en la lingüística hispánica. Hay que tener en cuenta además que en nuestra tradición se relega el término transliteración al ámbito de lenguas con distintos alfabetos, es decir, a la escritura de una lengua con caracteres de otra, por ejemplo la escritura del griego con caracteres latinos. No obstante, hay que tener en cuenta como justificación que el autor habla desde la lingüística de corpus, ámbito este en el que sí es frecuente establecer la distinción transcripción frente a transliteración.

    Finalmente, hay que destacar el uso de herramientas informáticas como el software spss pc+ (Statistical Package for the Social Sciences, versión 10.0), para el procesamiento de los datos y los correspondientes cálculos estadísticos. Todo ello, y lo que no hemos reseñado en estas pocas páginas, nos permite asegurar que Sinner está al tanto de toda la investigación metodológica sociolingüística actual.

    La base teórica y metodológica es importante, pero más lo son los datos y su análisis. Y eso se nota en el grosor de los capítulos. El quinto, sin duda alguna, es el principal, con casi cuatrocientas páginas. Es, precisamente, el de la descripción de los fenómenos que podrían constituir el núcleo mínimo que determina la variedad del español hablado en Cataluña. El capítulo se convierte en el banco de pruebas para saber qué fenómenos pasan a dicho núcleo y cuáles no. El resultado de las investigaciones permite ordenar todos los fenómenos en la siguiente gradación:

1. Elementos no existentes en las variedades de regiones no catalanohablantes (chafardear, etc.), lo que no necesariamente impide que sean entendidos por los informantes no catalanohablantes.

2. elementos con significados diferentes de los que tienen en otras variedades del castellano, lo que puede llevar a malentendidos, puesto que los hablantes no son conscientes de las diferencias (natural, saber mal, etc.)

3. elementos empleados con otra frecuencia, con otras connotaciones o en otros registros que en otras variedades del castellano (omisión del artículo determinado, cada en sentido de generalización, etc.), lo que igualmente puede llevar a malentendidos (pág. 563).

Hay fenómenos que incluso pueden haberse extendido, por influencia de la variedad, a otros dominios del español. Es quizás el caso de la construcción llevar prisa, apuntada por Sinner (pág. 538). El problema es que hay muchos fenómenos, especialmente morfosintácticos, que son comunes al español en general, al tratarse de vulgarismos: la neutralización de verbos irregulares, el uso del artículo determinado con nombre propio o de los pronombres posesivos en vez de pronombre personal tónico y átono no son elementos integrados por influencia del catalán, sino un caso de desarrollo paralelo«pro­cedencia múltiple» (235), al decir del autor— presentes como principio activo de la lengua. Así lo señala el investigador, constatándolos en determinadas referencias sobre distintas variedades de nuestra lengua.

Los últimos datos analizados corresponden a los juicios lingüísticos de los informantes, abundantes si tenemos en cuenta que este es un estudio basado en juicios de aceptabilidad. Estamos en el sexto capítulo. El autor se vale para dicho análisis de una adaptación del modelo que ofrece la grounded theory (págs. 566-567), teoría de corte psicosociológico y con un planteamiento inductivo, según la cual todo lo que aparece en los datos es lo que debe ser exclusivamente analizado y son los datos y su interpretación los que deben guiar su organización[30]. Es así como se clasifican las opiniones, los pensamientos vertidos por los informantes acerca de su modo de hablar, en cuatro categorías fundamentales: 1. Conocimientos sobre el castellano de las zonas catalanohablantes (páginas 568-579); 2. Consecuencias de los conocimientos lingüísticos para el comportamiento (págs. 580-593); 3. Opiniones y juicios sobre diferentes variedades del castellano (páginas 593-607); y 4. Norma y normatividad (págs. 607-617).

Los juicios sobre la aceptabilidad de determinados fenómenos van más allá del simple testimonio obtenido por el método directo de la encuesta. Aquí podemos descubrir incluso que, si no se ha considerado nunca el español hablado en Cataluña como una variedad regional o dialectal del español es, en parte, por la idea que tienen los catalanes hablantes de español de ver sus particularidades como incorrecciones o infracciones de la norma. Sinner descubre una identificación peligrosa para dar carta de naturaleza a esta variedad: la identificación entre los términos barbarismo y catalanismo[31], que es lo mismo que considerar cualquier fenómeno lingüístico del catalán que aparece en el español como una degradación. Los propios hablantes muestran un desconcierto en sus juicios normativos, lo que provoca una inseguridad que da lugar, incluso, a casos de paranoia lingüística.

Está claro que C. Sinner ha llevado a buen puerto esta aventura compleja, iniciada allá por sus primeros contactos con el español en general, y con el de Cataluña en particular, cuando, allá por los noventa, convivió en Madrid como un estudiante más con un compañero de biología procedente de Girona. Aquí se han subrayado las ventajas de que el investigador, para esta clase de trabajos, sea extranjero. Pero la verdad es que de nuevo ha sido un investigador de más allá de nuestras fronteras quien se ha preocupado por elaborar una investigación necesaria desde hacía ya mucho tiempo. Los tiempos de esplendor de la dialectología hispánica perdieron la oportunidad de haberse adelantado. La reseña pretende servir, además de presentación de un trabajo, de denuncia contra nuestro letargo y falta de atención. Esperemos que no suceda lo mismo con el resto de variedades del español en comunidades bilingües que quedan por estudiar. Al menos ahora tienen un modelo muy válido: el que hemos presentado.

 F. M. Carriscondo Esquivel

 

Gilles Lipovetsky y Elyette Roux, El lujo eterno (Le luxe éternel), trad. de R. Alapont, Anagrama, Barcelona, 2004, 213 págs. 

El lujo eterno es el resultado de la unión de dos trabajos de exquisitez diferenciada, de la mano, respectivamente, de Gilles Lipovetsky y Elyette Roux. Si bien sendos escritos fueron concebidos por sus autores de manera independiente, no obstante participan de un mismo tema, la posmodernidad, estudiada desde el papel desmesurado que el lujo desempeña en nuestra sociedad actual. Pero cada cual a su modo: como se señala en la «Presentación», «uno quiere ser una interpretación sociohistórica, el otro una apro­ximación mercadológica y semiótica al lujo» (pág. 7). Dos perspectivas diferentes, por tanto, con objeto de que nosotros, lectores, reflexionemos sobre el lujo que, aunque absolutamente presente a nuestro alrededor, nos pasa desapercibido, tan acostumbrados como estamos ya a su inquebrantable presencia. Ahora bien, como viene siendo habitual en el mercado editorial, la sombra del más grande proyecta la del más pequeño: desde el prestigio que le ha conferido su larga trayectoria en sociología posmoderna y avalado por el considerable éxito editorial de todas sus obras (en especial, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, 1983; El imperio de lo efímero, 1987; El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, 1992; y La tercera mujer, 1998; todos en español en Anagrama), Lipovetsky no sólo se presenta como el autor principal del libro, sino que es su ensayo el que da título a toda la obra. Y no es que la aportación de Roux en el libro sea menos estimable; es, eso sí, un escrito mucho más técnico, como todos los que conocemos de esta autora, estudiosa de los métodos de la economía de mercado y las técnicas de marketing.

    Diseñado, pues, el libro en dos partes, precedidas de una presentación, en la primera («Lujo eterno, lujo emocional») Lipovetsky plantea un rastreo histórico sobre lo que se ha considerado como lujo desde la Prehistoria. Tal vez para el historiador avezado sea excesivamente pretencioso resumir en escasas cien páginas esta ingente tarea, e incluso podemos darnos cuenta, desde nuestra posición diletante, que no se trata de un estudio histórico riguroso: consulta (y de hecho señala) una mínima bibliografía, con la que habla mucho más largo y tendido de las épocas y culturas que más le interesan —restando importancia a otras, o bien tratándolas más superficialmente, pese a ser cruciales para la Historia—, y da continuamente saltos en el tiempo. Además, la mayor parte del ensayo la dedica a reflexionar sobre el presente, nuestra sociedad actual, de modo que todas las disquisiciones sobre etapas precedentes del lujo humano son un pequeño preámbulo, si no una excusa para poder discurrir en el campo de la sociología contemporánea, en la que él es maestro. Pero nada de ello es óbice para que se trate de un escrito de notable brillantez, en la línea a que nos tiene acostumbrados.

Por un lado, él mismo reconoce que no pretende realizar la labor del historiador profesional, que «no se trata de una historia empírica, sino de una historia de las lógicas del lujo» (pág. 19). Pero, por otro, hay que tener en cuenta que nos encontramos ante un ensayo, y, como tal, busca, ordena, selecciona y propone unos datos de acuerdo a su visión subjetiva del mundo; lo cual no es sólo un imperativo derivado de la teoría literaria (el ensayo es el género del yo que opina sobre el mundo), sino una exigencia del trabajo que pretende realizar: reflexionar sobre nuestro presente. Cierto que indaga en la historia del lujo, pero de manera somera y sólo como contrapunto al lujo posmoderno; cuantas disquisiciones hace sobre el lujo de otros tiempos no son más que argumentos para que el lector comprenda mejor cómo se define el lujo que hoy en día nos rodea a través de los mass media, la moda y todo el espíritu neonarcisista que comienza a desarrollarse a partir de los años 80.

Definiendo el lujo a lo largo de los siglos de distinta manera, se deduce de la lectura que el lujo actual, ante todo, ya no es funcional, considerando este término en un sentido lato. En su más antigua concepción (desde las culturas paleolíticas hasta Egipto), el lujo ha tenido un carácter eminentemente espiritual: era el camino para asegurarse el bienestar en la otra vida. Ya en esa época, existía también el lujo como recurso social: el intercambio de objetos preciosos a modo de dádivas en las relaciones diplomáticas. Sin embargo, es a partir del desarrollo de las grandes civilizaciones cuando este carácter se potencia hasta sus cotas más altas: con la jerarquización de la sociedad, el lujo es el modo de poner de manifiesto el rango económico y una manera de honrar al miembro de la misma clase. En estos dos sentidosespi­ritual y social—, poco a poco, como explica Lipovetsky en esta primera parte de El lujo eterno, éste, presente en todos los siglos, de ahí su carácter inmortal, se va desarrollando como espectáculo y artificiosidad, lo que da lugar a que el arte se utilice como forma de lujo: el noble o el rico burgués aspiran a posesión de la belleza y en especial de aquella creada por el genio.

Éste es el resultado de la indagación histórica que lleva a cabo Lipovetsky; como se ve, bastante escueto. Pero no puede desarrollarla más: si lo hiciera, de manera rigurosa, como lo haría el historiador, se encontraría con que el lujo es algo, con mucho, más complejo de lo que pretender hacernos creer. Necesita hacerlo así para poder, desde una perspectiva netamente ensayística, dar fuerza a su hipótesis. Ha seleccionado de esa historia lo que le conviene. Mas no nos escandalicemos por ello, que a eso nos dedicamos todos, tanto en el ámbito académico como en nuestra vida diaria: desde el advenimiento de la modernidad en las ciencias, sabemos que toda verdad es una construcción relativa. Lipovetsky no miente de manera alguna, como tampoco ningún filósofo o pensador a la hora de dar su opinión: ni los datos que nos da están equivocados o falseados (él mismo se preocupa de demostrarlo señalando con notas al pie la bibliografía consultada), ni su teoría carece de validez (de hecho, es la misma que constantemente presenta en sus obras). ¿Cuál es esa teoría? Se trata de una reflexión sobre el individuo neonarcisista de la sociedad posindustrial en que vivimos.

Bien mirado, con El lujo eterno, vuelve sobre todo aquello que ya hemos leído en sus ensayos anteriores, haciendo especial hincapié en las reflexiones que nos ofreciera en La era del vacío. Aunque ahora ejemplificado con el caso concreto del lujo, éste podría haber sido uno de los artículos que recopiló en aquella obra, pues pretende demostrar de nuevo la misma tesis: que en la época del capitalismo avanzado, cuando el individuo juega a construirse con retazos de imágenes, el artificio —en este caso, el lujo se convierte en el mejor aliado del individuo materialista. De hecho, Lipovetsky recupera la metáfora que fuera el centro fundamental de su primera obra: Narciso. Un planteamiento devastador, al fin y al cabo: destruida la fe en el progreso (en clara alusión, aunque no la explicite, a Vattimo[32], para quien la posmodernidad, a partir de Nietzsche y Heidegger, se define por el fin de la Historia y el Ser), el individuo se contenta con suplir ese vacío de narcisismo, y en ese contexto el lujo por el lujo mismo es un factor fundamental.

Señalaba en La era del vacío que la posmodernidad es ante todo un fenómeno paradójico, como tan claramente se manifiesta en los medios de información: gracias a la democratización de la sociedad y la masificación de todos los niveles de la vida, deja de ser útil, llegando incluso a desinformar. Igualmente paradójico es el lujo hipermoderno tal como lo explica en el presente ensayo: por un lado, porque, siendo por definición algo al alcance de los más privilegiados económicamente, sin embargo ambiciona llegar a todo el mundo, sin por ello perder el halo de prestigio derivado del hecho de ser algo para unos pocos (a diferencia del arte, que, según Benjamin, con los medios de comunicación de masas, al poder ser reproducible, pierde su aura, el lujo, que se destina a las masas, aspira a adquirirla y mantenerla); por otro, porque se da el hecho de que, si el lujo anterior se definía por ser tradicional (los objetos de lujo aspiraban a recuperar lo antiguo), ahora, en una sociedad que ha roto los vínculos con el pasado y con el futuro, encerrada en un fatigoso presente del vivir frenético, un delirante carpe diem, el lujo pretende estar siempre de moda, nunca quedarse antiguo, siempre renovarse, sin por ello perder su carácter eterno (la marca preserva la eternidad, que se renueva en cada uno de los productos que salen al mercado cada equis tiempo).

Finalmente, esta teoría sobre el lujo se entronca también con La tercera mujer, especialmente en el capítulo que en El lujo eterno dedica a «La feminización del lujo». La tesis aquí defendida está estrechamente relacionada con las que sobre feminismo ya nos había ofrecido: considerando los movimientos feministas como uno de los más claros ejemplos de posmodernidad —igualmente los movimientos de gays y lesbianas, los de alcohólicos anónimos, etc.—, no obstante viene a defender que no han conseguido, en realidad y pese a lo que superficialmente pueda parecer, el ostracismo del macho dominante. Pero ahora esta hipótesis la avala desde la óptica del lujo: pese a que cada vez más el lujo, en su vertiente relacionada con la moda y los cuidados estéticos del cuerpo, sea de interés masculino, en el fondo sigue siendo femenino, esto es, pensado por y para la mujer.

Y todo esto sazonado con una alta dosis de mordacidad y facilidad de palabra. Al lector nunca se le hace árida la lectura: los datos nunca le avasallan, y los razonamientos, por cuanto que tratan unos temas tan cercanos a éste, no le entorpecen en sus propias reflexiones; más aún, como se da cuenta de que cuanto lee tiene un correlato casi totalmente fiel en la realidad que le circunda, se siente sorprendido, tanto más porque se da cuenta de que lo que se le hace tan obvio mientras lee, nunca antes lo había pensado, le había pasado desapercibido. Ésa ha sido la forma de escribir de Lipovetsky en todos sus ensayos, y aquí la perpetúa, aunque podríamos señalar que no con tanta maestría, máxime en las páginas en que profundiza en la historia: es en los momentos en que trata el presente más cercano del lector cuando éste se siente más fascinado por el discurso escrito. Un discurso, por otro lado, en el que Lipovetsky no se posiciona: como en sus obras previas, aunque se puede deducir que grosso modo ataca la posmodernidad y la sociedad narcisista, en ciertos pasajes hace pensar que no todo es malo en ella, ni tan siquiera entre los avatares que trae consigo el lujo. Y en los instantes en que más ásperamente parece atacar esta realidad social, no se para a dar soluciones: el sociólogo francés se limita a hacer un espléndido trabajo de descripción, una descripción en gran medida subjetiva y de acuerdo a su visión del mundo, pero sin valorarlo, enjuiciarlo, ni pretender modificarlo. Postura que expresa muy bien desde su primera afirmación: «No tengo ninguna inclinación particular por el lujo. Simplemente la de pensarlo» (pág. 13).

El estilo de Elyette Roux en su aportación a El lujo eterno («Tiempo de lujo, tiempo de marcas») es diametralmente distinto. Su discurso es mucho más frío, científico, lleno de datos y bibliografía, dando muy a menudo la impresión de que nos encontramos más que ante un ensayo de sociedad, ante un tratado de marketing sobre las técnicas de comercialización del lujo. Pero no tiene que sorprendernos este enfoque, al menos desde el momento que sabemos que Roux es una muy reconocida economista, titular de la cátedra lvmh (Louis Vuitton Möet Hennessy), grupo al que la propia autora a menudo hace referencia en el libro, y del cual señala que, «tras menos de quince años de existencia, facturaba a finales de 2001 más de 12,2 millardos de euros y producía más de 1,56 millardos de resultado de explotación» (página 103). No es que por ello haga propaganda de su grupo en el libro, pero usar este dato, junto con otra ingente cantidad de estos tomados de otras tantas empresas y casas del sector, pone en evidencia que se trata de un escrito muy deudor de los estudios mercadológicos que sirvieron en el proceso de expansión de lvmh.

    Así las cosas, surge la inevitable cuestión de cómo es que Roux y Lipovetsky llegan a firmar un libro en conjunto. En la presentación se nos dice que se trata de la suma de un acercamiento diacrónico y otro sincrónico de un mismo tema, pero se hace evidente —según ya hemos visto— que en realidad la postura del sociólogo no era rigurosamente histórica; por otro lado, las tesis de la economista, con ser en gran medida sincrónicas, no son en realidad un análisis complementario al de Lipovetsky, sino un estudio económico que describe los momentos de bonanza y crisis de las distintas casas del lujo (con una farragosa aportación de cifras, gráficas y estudios que cita a pie de página, nada apropiados para el género del ensayo) y llegando a proponer estrategias sobre la correcta y más eficaz manera de comercializar los productos lujosos, evitando que las empresas incurran en pérdidas de beneficios. No es que sea un mal trabajo —al menos, no lo parece desde nuestra perspectiva diletante en economía—, pero nos parece que no viene al caso, especialmente después de haber leído un ensayo, como es el de Lipovetsky, volcado en una profunda reflexión del ser humano de nuestra sociedad.

Roux, pues, adopta una postura tratadística, no ensayística, hecho que contrapone, en resumidas cuentas, las dos obras que se nos presentan bajo el título de El lujo eterno. En las primeras páginas de su aportación, Roux se extiende largo y tendido en una larga nómina de datos y análisis estadísticos que demuestran el boom del lujo a partir de los años 80. Hecho esto, dedica unas páginas a hacer reflexiones mucho más interesantes, por cuanto que dejan de lado el engorroso empirismo e invitan al lector, de manera mucho más eficaz y amena, a discurrir por sí mismo. Pero, en este caso, que aspira a proyectar una visión de la sociedad posmoderna, se limita a parafrasear a los grandes pensadores de esta materia, en especial a Lyotard (La condición posmoderna, La posmodernidad explicada a los niños) y, ¡qué coincidencia!, a Lipovetsky. Y todo para plantear una hipótesis que, en realidad, aunque interesante, es muy sencilla: que el lujo se define en nuestros días no tanto por la relación precio-calidad, que ha sido el baremo tradicional, sino por la de valor-precio. Afirma que el individuo neonarcisista, vividor del presente, gusta de experimentar emociones nuevas, y, en virtud de ellas, de sus recuerdos, sus filiaciones, etc., otorga a los productos un valor especial, sentimental que los hace lujosos por cuanto que se perciben como exclusivos.

En este momento, Roux pasa a señalar que, por tanto, el lujo no se puede definir por los hechos mismos, sino más bien en su esencia, aquel «aura» que hace lujosas ciertas realidades materiales de la vida social. Con esto concluye su aportación original. Empieza ahora a definir el lujo ahogándonos de nuevo con más y más datos, y una ingente bibliografía: desde la perspectiva de la etimología, define el lujo citando diccionarios que se remontan al siglo xvii; desde la del productor, lo define como legitimidad e identidad. A este aspecto le dedica un capítulo entero, coincidiendo, en el ámbito de la identidad, con Lipovetsky, al afirmar que el lujo necesita un proceso doble de mantener lo pasado, a la vez que renovarse para estar siempre presente; cuando se refiere al lujo como legitimidad, no se contenta con citar brevemente a Weber, sino que, haciendo gala de cuanto ha leído, dedica más páginas a resumir las teorías del insigne politólogo sobre la legitimidad, que a señalar aquello que es su objetivo: que el lujo se legitima como tal bien por tradición, bien por carisma.

Siquiera por el camino de la paráfrasis de los grandes pensadores, al menos durante unas páginas nos ha invitado a la reflexión, pero justo cuando empezamos a disfrutar de ello, hemos de llevarnos las manos a la cabeza. Porque comienza a proponer estrategias a las empresas para conseguir legitimarse por el camino de la ética y la estética. Citando —hasta la saciedad— a intelectuales como Baumgarten —de repente, los economistas entienden de estética del siglo xviii—, va elaborando una descabellada teoría con la que llega a afirmar que la estética es un modo de hacer presente la ética (pág. 172); cuando precisamente la estética moderna desde Baumgarten es justo lo que es porque adquiere autonomía respecto de las demás disciplinas, en especial de la ética. Por este camino, elabora su propia concepción filosófica, casi metafísica del mundo —como si no se hubiera ya metido suficientemente en camisas de once varas—, con objeto de dar al lujo una razón de ser sublime. Hecho, según ella, ético-estético, el lujo se define, relacionado con la estética, al concebirlo como una manera de vivir que remite, nada más y nada menos, «al placer, al refinamiento, a la perfección» (pág. 173), y, al relacionarlo con la ética, a la negación «de que todo sea controlable, calculable; supone, por consiguiente, un rechazo del “totalitarismo de lo económico”» (pág. 174). Por más que así lo diga, no podemos sino opinar que, como parecía insinuar precisamente Lipovetsky en la primera parte, el lujo es un signo más del dominio económico, y no tanto una forma de perfección, como una de las facetas del kitsch.

Para cerrar con broche de oro todas estas disquisiciones, en las últimas páginas, ejem­plificando esta teoría de lo ético-estético del lujo, Roux retoma su estrategia de recopilación de datos. Selecciona dos marcas que considera emblemáticas del comercio de lujo, Chanel y Thierry Mugler, y nos hace una descripción exhaustiva de toda su campaña de expansión, difusión y promoción, como si no hubieran sido suficientes todas las estrategias que en este sentido expusiera en páginas anteriores.

¿Qué ha llevado a Lipovetsky a escribir junto a tan diferente punto de vista? Tal vez la respuesta ya la diera Iury Lech, en la reseña que de este mismo libro hizo en Babelia (en El País, viernes 31 de diciembre de 2004, pág. 13): «Ahora Lipovetsky escribe cada vez menos y si bien mantiene intacta su incisiva prosa, en lo relativo a la exposición prefiere aglomerar, polinizar, entrecruzar sus ideas, como en este caso con las de la economista Elyette Roux [...]».

 G. Laín Corona.

 

NOTAS:

[1] Los títulos de cada tema son los siguientes: 1. Introducción a la literatura latina; 2. Historiografía latina; 3. Prosa técnica, 4. Los escritos gramaticales; 5. Literatura jurídica; 6. La oratoria y la retórica; 7. Epistolografía; 8. La prosa filosófica; 9. Literatura escénica; 10. Sátira; 11. Epigrama; 12. Poesía épica; 13. Poesía lírica; 14. Poesía elegíaca; 15. Poesía bucólica; 16. Poesía didáctica; 17. La fábula; 18. La novela y un Apéndice de los escritores cristianos fundamentales.

[2] «Así pues, aquello que he pretendido [...] ha sido incorporar todo ese caudal de conocimientos y reflexiones a mi trabajo, intentar digerirlo, hacerlo mío [...] la bibliografía que he utilizado para preparar mis clases ha aportado mucho a las notas que el lector acaba de leer, y no quiero ocultarlo. Pero, al mismo tiempo, espero también haber sido capaz de aportar yo algo a esa bibliografía para, al final de este camino, habernos enriquecido mutuamente».

[3] He aquí algunos ejemplos de tales recomendaciones: «Quizás sea una buena forma de presentar a los estudiantes la carrera como his­toriador de Tácito comparar ésta con un cursus honorum [...]» (pág. 113); «Dada la enormidad de la producción oratoria de Cicerón y su preocupación por la traslación escrita de la misma, no suelo explicar en clase todos y cada uno de los discursos del Arpinate que nos han sido dados conservar. Hago una exposición cronológica de los mismos, siguiendo un poco el hilo de su actividad política y pública [...]» (pág. 187); «En relación con la persona y el personaje, me gusta con los estudiantes hacer un pequeño ejercicio onomástico y explico en detalle los entresijos de los tria nomina de nuestro autor» (pág. 249); etc.

[4] La relación completa de esta «metaliteratura» se encuentra en las págs. 89-90.

[5] Cf. por ejemplo, pág. 23. Algunos de los iconos proceden de los emoticones que suelen incluirse en los mensajes de correo electrónico para indicar el estado de ánimo del que escribe.

[6] Aunque como el mismo autor dice al final del apartado dedicado a Internet: «¿Hace falta decir que cuando estas páginas vean la luz toda la información reseñada en este último apartado deberá ser revisada y actualizada por el lector con las herramientas de búsqueda en la red más especializadas en nuestros estudios?»

[7] O también esto otro: «En cualquier caso, tampoco soy un idealista utópico: no pretendo que el filólogo latino sea el “humanista del siglo xxi”, al menos en cuanto a conocimientos teóricos y especializados. Pero sí me gustaría que lo fuera en cuanto a sentimientos y predisposición hacia las distintas materias de estudio [...]» (loc. cit.).

[8]La estructura de los topoi del tratado de Menandro es la siguiente: i. Proemios. ii. Capítulos [1. Familia. a) Patria. b) Familia; 2. Nacimiento; 3. Naturaleza. a) Belleza del cuerpo. b) Buena índole del alma; 4. Crianza; 5. Educación. 6. Actitudes; 7. Acciones; 8. Fortuna; 9. Muerte; 10. Comparación en general; 11. Lamentación]. iii. Epílogos con plegaria.

[9] Sobre esto, cf. las págs. 30-33.

[10] Como sucede en el volumen colectivo dedicado a Luis Barahona de Soto por el mismo gelso, J. Lara Garrido (ed.), De saber poético y verso peregrino (La invención manierista en Luis Barahona de Soto), Anejo 43, Analecta Malacitana, Málaga, 2002.

[11] Iconografía de las ediciones del Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra. Reproducción facsímil de las portadas de 611 ediciones, Heinrich, Barcelona, 1905.

[12] Véase. F. Meregalli, «El Quijote, Giuseppe Baretti y John Bowle», en AA. VV., Philologica Hispaniensia in honorem Manuel Alvar, iii: Literatura, Gredos, Madrid, 1986, págs. 280-284.

[13] Sobre ediciones ilustradas, véase P. Lenaghan, en colaboración con J. Blas y J. M. Matilla, Imágenes del «Quijote». Modelos de representación en las ediciones de los siglos xvii al xix, The Hispanic Society of America / Museo Nacional del Prado / Calcografía Nacional, New York / Madrid, 2003; y El «Quijote» en el arte, Ediciones cd Arte, Madrid, 1997, en cd. No se menciona tampoco el trabajo clásico de M. Bardón sobre traducciones francesas, «Don Quichotte» en France au xviie et au xviiie siècles, Honoré Champion, Paris, 1931, 2 t. Ni algún título importante sobre traducciones inglesas como el de Carmelo Cunchillos, «Traducciones inglesas del Quijote (1612-1800)», en De clásicos y traducciones. Versiones inglesas de clásicos españoles (ss. xvi-xvii), ed. de J. C. Santoyo e I. Verdaguer, Barcelona, ppu, 1987, pá­ginas 89-113.

[14] Véase, «La discreción y la prudencia en el teatro de Cervantes», Theatralia v. El teatro de Miguel de Cervantes ante el iv Centenario (ed. de J. Maestro), Mirabel Editorial, 2003, págs. 89-121; «El arte de la discreción en La Galatea» Bulletin of Spanish Studies, lxxxi, 4-5 (2004), págs. 585-597; «El camino de la felicidad: ser o no ser discreto en El Persiles» en Le mappe nascoste di Cervantes (ed. de C. Romero Muñoz), Santi Quaranta, Treviso, 2004, págs. 193-226; y «El discreto encanto de las Novelas Ejemplares» en Homenaje al Profesor Márquez Villanueva (en prensa).

[15] Véase su Otra manera de leer el «Quijote»: historia, tradiciones culturales y literatura, Castalia, Madrid, 1997.

[16] En la línea del trabajo de Carroll B. Johnson sobre Cervantes y la producción teatral contemporánea, con conclusiones parecidas; cf. «El arte viejo de hacer teatro: Lope de Rueda, Lope de Vega y Cervantes», La génesis de la teatralidad barroca. Cuadernos de Filología, iii, 1-2, 1987, págs. 247-259.

[17] No parece que deban empañar este logrado equilibrio dos desproporcionadas notas (577 y 594) sobre ilustres personajes cordobeses, habida cuenta, sobre todo, de que el libro surge dentro de esta dinámica editorial de rescate localista. Atención hacia el «producto de la tierra» que los editores convierten en universalidad, precisamente, con su buen hacer.

[18] Cf. C. Vallejo, «Autopsia del Surrealismo», en Nosotros, París, febrero de 1930, recogido en Escritos sobre arte (ed. López Crespo), Buenos Aires, 1977, págs. 81-89.

[19] Véase mis dos obritas sobre el mismo período, pero con temas más puntuales: Ascaso y Zaragoza, dos pérdidas: la pérdida (Alcaraván Ediciones, Zaragoza, 2003) y, de próxima aparición: Seis oscenses: Samblancat, Alaiz, Acín, Maurín, Sender y Carrasquer, en la punta de lanza de la prerrevolución española.

[20] F. Carrasquer, Sender en su siglo (ed. de J. Barreiro), Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2001; y F. Carrasquer, Ramón J. Sender, el escritor del siglo xx, Milenio, Lleida, 2001.

[21] Á. Alcalá Galve, Alcalá Zamora y la agonía de la República, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2002.

[22] «Letras inciertas», en El ángel de la peste, pág. 34.

[23] Los dos últimos citados no estaban en la primera redacción original.

[24] Principalmente Calvino, Miró, Borges, y Joyce.

[25] Junto con otros artistas y escritores, Plata comulga con las ideas del movimiento artístico denominado Estética Cuántica, fundado en febrero de 1999 (M. J. Caro y J. W. Murphy, El mundo de la cultura cuántica, Port-Royal Ediciones, Granada, 2003, pág. 52).

[26] No obstante, pensamos que algunos de los capítulos de la base teórica tendrían que haber sido complementados con referencias más específicamente ceñidas al ámbito hispánico. Por ejemplo, sobre el concepto de norma existe un trabajo a nuestro juicio fundamental: L. F. Lara, El concepto de norma en lingüística, El Colegio de México, México, 1976; o, sobre el concepto de estándar, el de A. Gallardo, «Hacia una teoría del idioma estándar», Revista de Lingüística Teórica y Aplicada, 16, 1978, págs. 85-119.

[27] Véase, J. K. Chambers-P. Trudgill, Dialectology, Cambridge University Press, 1988 (1980), págs. 56-57. Hay que tener en cuenta que era otra aspiración de la dialectología, propia de una mentalidad folclórica, que avisa de la pérdida de lo dialectal; y de la lingüística histórica, que maneja los datos dialectales para deducir de ellos las pertinentes bases etimológicas y leyes evolutivas.

[28] Sinner evita la palabra estereotipo para referirse a lo que podríamos denominar tópicos lingüísticos, es decir, los recursos típicos para la caracterización de la forma de expresarse de los hablantes de una determinada variedad. Y evita la palabra por sus connotaciones negativas. No obstante, conviene observar que existen otras diferencias entre proto- y estereotipo, más allá de las apuntadas por el autor (págs. 170-171). Del prototipo, esquema de reconocimiento de las cosas con base fisiológica, perceptual, se pasaría al estereotipo, esquema de comprensión general, con base cognoscitiva, que tienen los miembros de una comunidad lingüística acerca de las cosas que les interesan. Seguimos aquí, para el estereotipo, la concepción de H. Putnam, Mind, Language and Reality. Philosophical Papers, ii, Cambridge University Press, 1975, pág. 247.

[29] H. López Morales, Métodos de investigación lingüística, Colegio de España, Salamanca, 1994, págs. 97-99.

[30] Véase A. Strauss-J. Corbin, Basics of Qualitative Research, Grounded Theory Procedures and Techniques, Sage, Newbury Park, 1990. Sinner ha de adaptar necesariamente este modelo puesto que uno de sus criterios principales, «la inteligibilidad o transparencia de la teoría para los informantes» (pág. 567), se incumple al no revelar el investigador hasta más tarde el verdadero objeto de la investigación.

[31] Aunque no se trate exclusivamente de comunidades bilingües, hay que decir que lo mismo sucedía con los fenómenos léxicos propios del español de las comunidades nacionales americanas con respecto al español peninsular. Hasta el siglo xx se publican diccionarios que, ajenos a una finalidad descriptiva, consideran todo americanismo un error, un defecto, un desvío, un vicio, una incorrección, un barbarismo, un solecismo, etc., por el simple hecho de no aparecer en el modelo normativo que para sus autores seguía siendo el español peninsular. Por su parte, B. B. Kachru detecta este tipo de diccionarios en determinados dominios angloparlantes. Véase. B. B. Kachru, «The New Englishes and Old Dictionaries: Directions in Lexicographical Research on Non-native Varieties of English», en L. Zgusta (ed.), Theory and Method in Lexicography: Western and Non-Western Perspectives, Hornbeam Press, Columbia, 1980, págs. 71-101 y 85-86.

[32] G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Gedisa, Barcelona, 2000.