Entre manipulación y perfección: consideraciones sobre Traducción, lingüística y Literatura

José Carlos Redondo Olmedilla

Universidad de Almería

 

 

     Si partiésemos de la idea hobbiana de que el signo lingüístico puede ser un instrumento de cálculo y que como tal puede ser sustituido por una entidad matemática, una cifra, se podría hacer una formula que incluyese una constante de error en la traducción. Sería una formulación matemática. En esta supuesta formula tendríamos que atender también a términos que se ocupasen de la información perdida en la lengua origen y/ o a la información añadida a la lengua objeto y/ o a la inversa.

    En caso de automatizar la traducción habría que incluir en la formula matemática, junto a la  constante de error, unos incrementadores – atenuadores por defecto- de precisión del lenguaje. Tendríamos también que incluir una serie de factores contextuales  individuales, y generales como por ejemplo la forma de analizar el mundo sobre la base de cada lengua o el hecho que supone trasladar ciertos ámbitos -técnico, social, religioso- a una cultura determinada.

    El sentido y planteamiento de la formulación matemática tendría una dimensión eminentemente práctica: prevenir y evitar los errores a que nos induce el conocimiento del lenguaje. La idea está basada en la tradición empirista baconiana que desconfiaba de las convenciones lingüísticas de su época. Para la tradición empirista el lenguaje natural deja de ser un instrumento fiable para el acceso al conocimiento: o bien es preciso sustituirlo por un lenguaje perfeccionado, un lenguaje filosófico o directamente suplirlo por un lenguaje matemático en el que está presuntamente escrita la naturaleza. Por otra parte, habría una función estadística a incluir, ésta regularía la precisión en la traducción. Bustos Guadaño hace indirectamente mención a ello: «las explicaciones lingüísticas consistirán entonces, no en la remisión a misteriosos mecanismos internos al individuo, de carácter innato o aprendido, sino en las regularidades conductuales observadas y debidas» [1].

    Por supuesto, hay una visión metamatemática del lenguaje que se puede basar en unidades prelingüísticas o pseudo-lingüísticas, pero entraríamos en el campo de las entelequias y no se sabría dar cuenta de las condiciones de posibilidad y de la naturaleza de las relaciones entre lenguas, al menos como elementos que existen y se diferencian y que, por supuesto, son observables.

 

1. Los universales lingüísticos y la traducción automatizada 

 

    Los universales lingüísticos tienen una gran importancia para la teoría de la traducción, ya que sabemos que todas las lenguas humanas usan básicamente procedimientos parecidos. Partiendo de esta base se puede usar una ingente cantidad de información nuclear sobre la que poder trabajar y poder perfilar dentro de parámetros léxico-funcionales. Los detractores de este tipo de procedimientos afirman que hay una imposibilidad de traducción y que habría excepciones. Lo cierto es que, en primer lugar, esta teoría de la intraducibilidad no se puede construir sobre excepciones. En segundo lugar, la combinatoria de posibilidades que una organización léxico-funcional puede ofrecer dentro del campo de los universales lingüísticos sería el elemento nuclear, una especie de panlingua operacional sobre la que basar el resto de los atenuadores o incrementadores. La idea de esta panlingua operacional ciertamente nos recuerda a Leibniz, para quien el concepto de lingua rationalis unificaría milagrosamente las operaciones mentales y podría servir a la Física del mismo modo que el Álgebra  a las Matemáticas. La idea a su vez recuerda bastante en parte a la gramática generativa para quienes las lenguas practicadas o desaparecidas, a pesar de su aparente diversidad,  obedecen a un mismo sistema inalterable de principios invariables y altamente limitadores. Así pues, como sabemos, para los generativistas, todas las gramáticas pertenecen a una subclase definible, perteneciente a su vez a la clase de las gramáticas transformacionales, pues son productos innatos específicos y estructurados en el hombre. De acuerdo con ello habría un programa gramatical innato en el espíritu humano cuya cartografía sería una especie de «mapa del genoma humano del lenguaje» y tras cuyo análisis se podrían derivar todo tipo de instrumentos de traducción.

    Al referirse a la teoría de la traducción, Álvarez Calleja[2] reconoce dos aspectos bien definidos: el que se refiere a los problemas esenciales de la transparencia semántica del contenido de la lengua fuente a la lengua término, y el que se ocupa  de los procedimientos formales o artísticos de los textos literarios, encuadrando éstos en el contexto cultural-temporal específico en el que aparecen. Podríamos pues recoger su concepción y afirmar que  la teoría de la traducción está vinculada de una parte a la lingüística -lexicología, semántica, sintaxis- y de otra a la estilística. El problema puede surgir cuando, en un sentido restringido, la teoría de la traducción se orienta por un determinado método específico acorde con la tipología de cada texto. En esta posición vemos cómo la traducción depende de la teoría funcional de la lengua y cómo cualquier traducción automatizada siempre tendría que determinarse de antemano. Pero, ¿qué ocurriría con textos donde se imbricasen registros y materiales diversos en espacios comunicativos mínimos? Aquí es donde la teoría de la traducción se abre a todo tipo de conocimientos y a todo tipo de sugerencias y donde el trabajo de la máquina y la automatización de la traducción están pendientes del buril del intelecto del hombre. Los problemas de la traducción no son problemas técnicos de conversión  entre dos idiomas más o menos homogéneos. Son problemas de mayor calado, perfectamente incluibles dentro de la categorización epistemológica y lingüística que se da dentro de la comunicación. Jakobson lo llamaba  reformulación[3] y  otros estudiosos como André Lefeveré[4] los consideran reescrituras o reelaboraciones. Hasta el propio  punto central de la actividad interpretativa de la traducción, según Danica Seleskovith[5] consiste en una etapa intermedia de desverbalización del texto original y su reexpresión en el texto destino, etapa en la cual se produce una síntesis de los elementos lingüísticos.

 

2. Traducción y perfección

 

    A la traducción se le ha reprochado la falta de perfección. Esta afirmación no es muy consistente, pues ningún acto humano es perfecto y habría que fijar el grado de fidelidad necesario en cada caso. Álvarez Calleja  afirma que para traducir: «conviene siempre empezar por las situaciones claras, los mensajes más concretos, los universales más elementales, para llegar a los mensajes más subjetivos, que llamamos connotaciones. Ahí es donde surge el obstáculo para la teoría de la posibilidad de la traducción.»[6].

    La noción de traducción como traición: “traduttore, traditore” nos fue recordada por Ortega y Gasset y ha sido y es particularmente prevalente en multitud de ocasiones. Los términos atribuidos a la traducción han sido: traduce, traiciona, reduce, pierde parte del original, deriva, es mecánica, secundaria, el encanto poético se pierde en la traducción, algunos trabajos y expresiones son intraducibles... La noción tradicional de la traducción, sobre  la que se basa el concepto del diccionario bilingüe, afirma que la traducción entre distintas lenguas es posible debido a que hay una preexistencia nocional entre sistemas. Sin embargo, ya Borges afirmaba que la noción de texto definitivo pertenece sólo a la religión o a la fatiga y sólo los postestructuralistas han creído en la idea de que hay obras originales y que debe haber precisión casi matemática en la traducción. Los acercamientos recientes en torno a la traducción han discurrido por senderos diferentes. Los modernos estudios de traducción parecen practicar una beligerancia frente a la tiranía del original y la subsiguiente posición de vasallaje a la que se ha relegado a la traducción. Aquí recordamos por ejemplo el importante papel jugado por las traducciones en el desarrollo de las distintas culturas nacionales y como, en muchos casos, este hecho ha sido ignorado por los propios historiadores de la cultura. El Renacimiento fue un periodo de intensa actividad traductora y son pocas las referencias que se hacen. Pero enfrentarse al original es como enfrentarse al canon literario o a la noción de lo correcto o a la misma noción de la verdad. El traductor moderno, más que un lector es un decodificador y no un decodificador de un solo sistema sino de varios y, al mismo tiempo, un reescritor-creador. Por este camino surgieron las apreciaciones de Evan-Zohar y otros colegas como Gideon Toury[7] quienes comenzaron a hablar de la ya conocida  teoría de los polisistemas y que tantos puntos de contacto tenía con la Semiótica social de M. A. Halliday. Esta teoría, frente a otras, como la teoría de la equivalencia, afirma que los sistemas nunca se ubican de idéntica forma y que la noción de superioridad o inferioridad de un texto o de un sistema literario están siempre en juego. Así empezaron a surgir toda una serie de preguntas que hasta aquel entonces no habían aparecido: ¿Por qué algunas culturas traducen más y otras menos? ¿Qué tipos de textos son los que habitualmente se traducen? ¿Qué estatus tienen los textos traducidos en la lengua término? ¿Qué papel tienen las traducciones como fuerzas culturales innovadoras? ¿Qué relación hay entre la traducción y las obras que configuran la lista canónica de una cultura?... Estas y otras preguntas son las que empezaron a dar testimonio de la traducción como una de las primeras fuerzas dentro de la historia cultural y literaria.

    Una fase más cercana a los estudios de traducción y que ha puesto en entredicho muchas de las teorías existentes hasta ahora sobre la traducción es la que de alguna manera pretende una especie de cartografía de la actividad traductora, estableciendo modelos de traducción en un momento determinado en el tiempo. Aquí vendría quizás a colación el uso de los corpora en la lexicografía bilingüe. Los nuevos lexicógrafos van incorporando en los diccionarios todo tipo de información sobre el uso, la gramática, la pragmática, las relaciones semánticas y el nivel de aceptación.

    La idea de perfección, entendida como fidelidad al texto original, ha dominado la relación traductor-texto durante buena parte de las edades moderna y contemporánea. Es también cierto que en la cultura occidental esta fidelidad parece beber más de la tradición y de la ética protestante que del mundo católico. Pero este binomio virtual protestante-católico pronto se vio afectado por el propio embate cultural e ideológico que supondrían los descubrimientos geográficos en el nuevo mundo. El nuevo mundo va a promover la traducción como reinterpretación y en este sentido, las nuevas corrientes dentro de los estudios de la traducción discurren más por este camino.

    André Lefeveré y Susan Bassnett [8]han perfilado aún más si cabe las nuevas direcciones de estos estudios basándose en los estudios de tipo comparativo y en la historia cultural. La tendencia es pues hacia la reescritura y la reevaluación que conlleva el proceso de la traducción. No hay pues, de acuerdo con esta nueva interpretación, un original. A la hora de traducir, lo que realmente hay es una relación dialéctica entre sistemas. Según Basnett este papel queda bien representado en la misma figura de la Malinche, amante amerindia de Hernán Cortes e intérprete, figura que representa el acercamiento de su gente a los conquistadores españoles, pero que para muchos fue una traidora de su propia gente en el momento que se constituye como bisagra lingüística y por lo tanto como elemento facilitador de la destrucción de la civilización mexicana precolombina. En la traducción puede haber pérdidas, pero indudablemente hay ganancias. La traducción es una traslación, en muchas ocasiones una trasposición, un proceso de transmutación, pero puede haber más. Imaginemos por ejemplo a un traductor venezolano trasladando una obra en inglés a unos alfabetizados indígenas yanomamis que pueden leer español en un nivel de lectura medio. Aquí habría o al menos debería haber un sentido utilitarista donde podrían aparecer formas de vampirismo y hasta de canibalismo lingüístico. El traductor puede alimentar el nuevo texto generado con la sangre del viejo, e incluso puede alimentar al nuevo con distintas transfusiones culturales de su propio o diferente acervo. Estamos ante la traducción como transmutación. Sin duda alguien puede afirmar que este es un proceso extremo, pero recordemos que las Matemáticas demuestran muchas de sus operaciones en los límites y este ejemplo quizás pueda frisar este terreno. En muchos casos las nuevas tendencias de la traducción apuntan no sólo a la traducción como reelaboración sino a la traducción como trasgresión, esta última idea quizás actúe de forma más activa en lugares del tercer mundo o en países en vías de desarrollo donde se socava la hegemonía cultural que la civilización occidental ha mantenido hasta ahora, bien en aras del mencionado utilitarismo, bien por otros móviles: políticos, ideológicos, culturales... Para muchos esta idea quizás peque de falta de rigor, lo cierto es que este etnocentrismo occidental comenzó a caer y el solapamiento entre distintos sistemas culturales es hoy más evidente que nunca. Ciertamente, la traducción como Estudios de traducción y como afirma Susan Basnett se ha convertido en un campo interdisciplinar hasta el punto que según la autora sería mejor llamarles «Intercultural studies»[9].

 

3. «Smooth Translation» y «Radical Translation»

 

    Mairal Usón nos alienta a ser plenamente consciente de los distintos grados de dificultad que conlleva la traducción al referirse al término “smooth translation” cuando afirma: 

 Si queremos que nuestro diccionario sea una herramienta que nos facilite una smooth translation, entonces, el criterio de agrupar sinónimos deberá ser desestimado a favor de otras prácticas lexicográficas que faciliten la labor del traductor. La adopción de nuevos métodos de definición así como el uso de corpora textuales ha abierto un nuevo horizonte en lo que a la confección de diccionarios se refiere [10].

    En nuestros días el modelo terminológico binomial de traducción ha quedado obsoleto y se propende, en términos generales, hacia un modelo onomasiológico que incluya, entre otras, las variantes ideológica y cultural. El concepto de «smooth translation» es útil para operar dentro de modelos culturales parecidos, donde hay  homogeneidad y uniformidad en los procesos de condicionamiento verbal. Ya Lorenzo Criado advertía que: «Transferir el significado total de una lengua a otra no puede hacerse a menos que se den simultáneamente en las dos lenguas interpretaciones lingüísticas similares de la realidad y el pensamiento»[11].  Así por ejemplo los ingleses y los franceses han aprendido a correlacionar y agrupar las expresiones de alegría de modo suficientemente parecido. Pero ¿qué ocurre cuando, como mencionamos anteriormente al referirnos a los yanomamis y el traductor venezolano, tratamos entre dos culturas muy alejadas entre ellas donde sus miembros no disponen de información ni puntos de contacto algunos entre ambas? Es entonces cuando el concepto de traducción radical entra en juego. El problema ya lo planteó Quine[12], se trata de trasladar una producción inscrita en  toda una cosmogonía de la realidad a todo un aparato referencial distinto. Puede ocurrir, casi con toda seguridad, que los medios expresivos para distinguir la realidad sean totalmente diferentes en una y otra. Bustos Guadaño habla de la «inescrutabilidad de la referencia»[13] y sobre ella afirma: «Tal inescrutabilidad está estrechamente ligada a la indeterminación en la traducción. Lo que tal inescrutabilidad pone de relieve es que la identidad de referencia, de significado, es relativa a un sistema de coordenadas». Esta indeterminación de la traducción es lo que hoy más que nunca justifica los llamados Estudios culturales en el campo de la traducción.

 

4. Reescritura, manipulación y verdad

 

    Recogía Susan Basnett como la traducción es  todo lo contrario de una actividad caracterizada por la asepsia. Para la estudiosa la traducción: «is not a neutral, innocent, transparent activity. Translation is instead a highly charged, transgressive activity»[14]. El traductor es un escritor de singular originalidad, precisamente allí donde parece no reivindicar ninguna. El traductor se sabe dueño secreto de la diferencia de las lenguas, no para abolirlas, sino para utilizarlas. Él encuentra un reto en la transformación y ante los cambios violentos o sutiles que esta le ocasiona. Walter Benjamín[15] afirmaba que no es cuestión de parecido, si se quiere que la obra traducida se asemeje a la obra por traducir, no hay traducción literaria posible. Se trata, mucho más de una identidad a partir de una alteridad: la misma obra en dos lenguas ajenas y en razón de esa, su alienidad.

    Sabemos, según testimonio de los especialistas, que al traducir se está  más en dificultad con la lengua a la que se pertenece que molesto por la que no se posee. Es que el traductor, como crítico que conoce desde dentro, ve todo lo que le falta a su propia lengua para ajustarse al contenido del texto en otra lengua. Se produce así un hecho paradójico, pues el traductor se ve enriquecido por la misma privación de recursos al enfrentarse a una lengua diferente.

    Por otro lado, el traductor es un hombre de riesgo o, si se quiere, el traductor en cuanto a creador presenta un gran riesgo. El hombre decidido a traducir está en una intimidad constante, peligrosa, admirable, con el poder unificador que está en ejercicio. Esta familiaridad es lo que le da el derecho de ser el más orgulloso o el más secreto de los escritores, con esa convicción de que traducir es, a fin de cuentas, demencia.

    Nadie duda de la importancia de las formas de reescritura. Incluso en nuestro tiempo, unas formas de reescritura que para muchos pasan inadvertidas: las recensiones críticas son el único elemento que conecta hoy en día la literatura culta con el lector no especializado. Es un hecho fehaciente que el lector no especializado cada vez lee menos literatura escrita de primeras fuentes y sí más literatura o, al menos más información, escrita por los propios reescritores. Pero esto ya ha ocurrido e innumerables ocasiones. Así, en el pasado, había mucha más gente que leía versiones autorizadas de los textos bíblicos que sus originales. Algo parecido ocurría también con los clásicos, pues pocos eran los afortunados que tenían un acceso directo a ellos, de modo que los lectores tenían que contentarse con leerlos en traducciones e incluso en versiones resumidas o en recopilaciones. A veces incluso se confiaba en versiones poco fiables de los manuscritos existentes o en formas muy fiables de manuscritos inexistentes.

    La reescritura en sus distintas formas ha creado imágenes de un  periodo, de una obra o de un escritor. Estas imágenes a veces se enfrentaban con las realidades con las que convivían, pero otras veces eran la única posibilidad sin alternativa y no sólo formaron una nueva realidad, sino que en muchos casos crearon la  única realidad, aún a pesar de que hubieran podido partir de supuestos no reales o al menos totalmente fidedignos.

    Si recordamos algún ejemplo famoso dentro de la literatura, sabemos por ejemplo que Pushkin leyó a Byron en francés, la lengua de la corte y aristocracia rusa, y no en inglés o en ruso, la lengua del denostado pueblo y de la servidumbre. ¿Cómo o en que medida pudo afectar este hecho en las percepciones estéticas y en las posteriores transformaciones estético-ideológicas?  Sería ciertamente un tema muy digno de análisis. Lo cierto es que cualquiera que se aventurase a emitir una apreciación al respecto reconocería un mínimo de variación.

    Es evidente que las reescrituras se pueden inspirar en distintos motivos de índole ideológica y, en consecuencia adaptar y/o manipular los originales con los que trabajan, de manera que se adecuen a la corriente ideológica afín aquí recordamos como muchos traductores se han valido del papel de la «traducción radical» para manipular y orientar hacia determinados fines y procederes. Sabemos que este hecho ocurre de forma clara en las sociedades totalitarias, pero también ocurre en cualquier comunidad. El reescritor se convierte entonces en un mecanismo interpretativo que produce una elaboración afín a unos objetivos ideológicos determinados.

    Para muchos estudiosos, vivimos de forma clara en la sociedad de la manipulación. Es cierto que siempre se manipuló en la sociedad, pero los instrumentos de manipulación se han multiplicado. En nuestros días se nos  puede revelar ciertamente interesante ver las reescrituras como formas de manipulación y más concretamente la traducción por el enorme peso cultural que ha tenido a lo largo del tiempo y porque puede revelarnos su utilidad en el análisis y ser más críticos ante otras formas de manipulación.

    Pero todo el planteamiento nos conduce, en definitiva, a las ideas troncales de lenguaje y verdad o de lenguaje y falsedad. Un planteamiento de estas características es ciertamente complicado, pues las relaciones entre lenguaje y verdad implicarían a toda la epistemología y quizá a toda la filosofía. Pero el problema de la naturaleza de la verdad es algo tan antiguo como la filosofía. En este sentido la traducción sería una práctica de la verdad  al entender que es un ejercicio de transferencia de un sistema a otro dentro de unos márgenes de coherencia. Al tratarse pues de una práctica donde los elementos son tangibles en lo material y además parecen estar a mano, el ejercicio puede ser posible.


 

[1]  Eduardo de Bustos Guadaño, Filosofía del Lenguaje, UNED, Madrid, 1999, pág. 500.

[2] Mª Antonia Álvarez Calleja, Estudios de traducción (Inglés-español). Teoría, Práctica, Aplicaciones, UNED, Madrid, 1991, pág. 49.

[3] Roman Jakobson, «On Linguistic Aspects of Translation», Selected Writings, vol. II, La Hague,  Mouton, 1971, pág. 234  (1ª ed. On Translation, Harvard University  Press, Cambridge, Mass.).

[4] André Lefeveré, Translation, Rewriting and the Manipulation of Literary Fame. Routledge, London, 1992, pág. 59.

[5] D. Seleskovith,& M. Lederer,  Interpreter pour Traduire. Didier, Paris, 1984,  pág. 73.

[6]  Mª A. Álvarez Calleja, op. cit., pág. 79.

[7] Para adentrarnos en el contenido y orientación de la teoría de los polisistemas los mejores referentes son la obra de Itamar Evan-Zohar «Polysystem Studies» (Poetics Today, 1990, 11,1, spring.)  y el libro de Dolores Romero López Orientaciones en Literatura (Arco /Libros, Madrid, 1988).

[8] Susan Bassnett y André Lefeveré, Translation, History and Culture, Pinter, London, 1985, págs. 88-106.

[9] Susan Basnett, Comparative Literature: A Critical Introduction, Blackwell Publishers, Oxford, 1993, pág. 158.

[10] Roberto Mairal Usón, R. Apuntes del curso Avances Tecnológicos en la Gestión del Léxico y la Terminología, UNED, Madrid,1999, pág. 40.

[11]Emilio Lorenzo Criado, El español y otras lenguas. Sociedad Española de Librería, S.A., Madrid,  1980, pág.168.

[12] VVAA, «Aspectos de la Filosofía de W. O. Quine», número extraordinario de Teorema, 1975, Synthese, 27.

[13] Eduardo de Bustos Guadaño, op. cit., pág. 503.

[14] Susan Basnett, op. cit., págs. 160-161.

[15] Maurice Blanchot, La risa de los dioses, Taurus, Madrid, 1976, pág. 57. (1ª ed. L’Amitié, Gallimard, París, 1971).