UN GRAN HOMENAJE EN SU CENTENARIO: ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO: LUIS CERNUDA (1902-1963), EDICIÓN DE JAMES VALENDER, RESIDENCIA DE ESTUDIANTES, MADRID, 2002, 478 PÁGS.

Luis Miguel Vicente García

Universidad Autónoma de Madrid

 

 

 

    En el año de su centenario se han celebrado numerosos congresos. La bibliografía en torno a Cernuda crece en consecuencia sin parar. Entre esos homenajes destaca  Entre la realidad y el deseo: Luis Cernuda. 1902-1963.  En el libro fruto de este homenaje se abordan, entre otras cosas, una serie de «Capítulos biográficos» (págs.185-357) que, a cargo de los mejores especialistas, iluminan los distintos períodos de la vida y la obra de Cernuda, desde su etapa sevillana hasta su última época en California y México. En la misma publicación colectiva figura bajo el título «Cronología”,  una no tan breve biografía (págs.107-185) del poeta,   a cargo de uno de los estudiosos que mejor conocen la vida y la obra del sevillano, James Valender. Con posterioridad a este homenaje ha aparecido, basado en esa «Cronología”,  su precioso libro biográfico Luis Cernuda. Álbum[1] y otro utilísimo trabajo que ayuda a acercarse más a la biografía de Cernuda: Luis Cernuda. Espistolario 1924-1963.[2] 

    Con sensibilidad ha trazado Luis Antonio de Villena también una semblanza de Cernuda que nos acerca bastante al hombre y al poeta, su relación con sus amigos, sus lecturas, la psicología que subyace tras su rabia, para terminar recordándonos Villena, con toda razón, que a Cernuda no conviene reducirlo. No se deja.[3]

    Otra valiosa biografía ha visto la luz en al año del centenario del nacimiento del poeta: Luis Cernuda. Fuerza de soledad, de Jordi Amat.[4]  También nuestra semblanza ha tratado de recrear la vida del poeta en relación con su obra.[5]

    Son,  pese a todo, acercamientos biográficos que no pueden convertirse en auténtica biografía porque la mayor parte de ella se la llevó Cernuda a la tumba, tal vez convencido como Pessoa de que «Si, después de que muera, quisieran escribir mi biografía,/ no hay nada más sencillo./ Sólo tiene dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra cosa, todos los días son míos”[6] 

    Y sin embargo, aunque La Biografía sea inaccesible, existe ya una semblanza colectiva de su vida y su obra tras el fruto sobre todo del homenaje que reseñamos.

    El libro se divide en cuatro secciones: la primera, «Luis Cernuda, de ayer y de hoy», presenta seis testimonios sobre el poeta: Harold Bloom, «Luis Cernuda» (págs. 25-30); Ramón Gaya, «Diario de un pintor. Luis Cernuda» (págs. 31-32); Juan Goytisolo, «Presencia de Cernuda en Señas de identidad» (págs. 33-36); Carlos Peregrín Otero, «Cernuda contra Sansueña: El poeta y la bestia» (págs. 37-60); Tomás Segovia, «Divino tesoro. Cernuda y sus muchachos» (págs. 61-84) y Edward M. Wilson, «Inglaterra y Luis Cernuda» (págs. 85-106).

    La segunda sección corresponde a  la mencionada  «Cronología» a cargo de James Valender. (págs. 107-184)

   La tercera sección «Capítulos biográficos» comprende nueve trabajos que van sucediéndose al hilo de su biografía: José María Barrera López estudia «Luis Cernuda: una juventud sevillana (págs. 185-210); Francisco Chica «Luis Cernuda y la tentación surrealista» (págs. 211-234) ; Nigel Dennis, «La II República y las Misiones Pedagógicas» (págs. 235-252); James Valender, «Poesía y política: Luis Cernuda y la Guerra Civil» (págs. 252-274); Guillermo Carnero, «La experiencia de la guerra civil y la conciencia del exilio en la obra poética de Luis Cernuda» (págs. 275-292); Gabriel Insauisti, «Luis Cernuda en Gran Bretaña, 1938-1947 » (págs. 293-312); Andrés Soria Olmedo, «Luis Cernuda en Las Américas, 1947-1952» (págs. 313-330); Bernard Sicot, «Luis Cernuda en México, 1952-1963» (págs. 331-356); Brian Morris, «Luis Cernuda en California: peregrino en otro ajeno rincón» (págs. 357-370)

Por último la cuarta sección incluye cuatro artículos de temas diversos: «Luis Cernuda: homosexualidad, poesía y una vida distinta» de Luis Antonio de Villena (págs. 371-382); de Jacobo Cortines, «Con motivo de la Oda a George O´Brien (Luis Cernuda y Fernando Villalón)” (págs. 383-404); «Luis Cernuda, traductor: una aproximación» de Jordi Doce (págs. 405-420) y «Luis Cernuda crítico» de Antonio Carreira (págs. 421-434).

    El libro se cierra con una muestra de «Obra Plástica» (págs. 435-458),  con reproducciones de las obras de los pintores relacionados con Cernuda, retratos y pinturas muy sugerentes. Sigue una «Relación de obras y documentos originales expuestos» (págs. 459-466); y un «Índice onomástico» (págs. 467-478).

    Lo que aportan unos y otros investigadores sobre las diferentes épocas de la vida de Cernuda traza prácticamente una biografía sobre el autor. Entre el estudio de la correspondencia accesible y de los testimonios de quienes le conocieron se va completando la semblanza de un poeta que por lo demás fue tímido y reservado con su vida privada. Toda anécdota está filtrada por la poesía.  En cambio en su correspondencia y en las Páginas de un diario sí vemos el impacto de lo cotidiano y su estado de hombre común. Porque en la poesía no es ya un hombre común, sino el Poeta.

    A Partir de este libro colectivo es posible formarse una idea cabal del desarrollo de la personalidad de Cernuda, de la evolución de su obra, de las circunstancias vitales en que se desenvolvió hasta su muerte en México.

    Cernuda era consciente de que la manera de vivir la sexualidad, la posición vital otra vez, marcaba grandes diferencias a la hora de entenderse los hombres y de comprender su arte en caso de ser artistas: «Porque nada separa más a los hombres como una diferencia en los gustos sexuales, ni la nacionalidad, la lengua, la ocupación, la raza o las creencias religiosas levantan entre ellos una barrera tan infranqueable.  (Apud.  Chica, «Luis Cernuda y la tentación surrealista”, pág. 230).

    Vida y poesía marcaban y marcarían una serie de diferencias con los veteranos mentores del 27 que no haría sino agudizarse con el exilio, destinados como estuvieron a formar una especie de familia.

    Su labor en las Misiones Pedagógicas y su hacer y sentimientos durante la II República son reconstruidos por Nigel Dennis en «Luis Cernuda y la tentación surrealista» (págs. 211-234)   Dennis ofrece un valioso trabajo sobre cómo afronta Cernuda la necesidad de ganarse la vida con el ejercicio de su vocación poética. Durante año y medio, fracasado su intento de suceder a Guillén en un lectorado en la Universidad de Oxford, trabajará en la librería de León Sánchez Cuesta hasta finales de 1931. Por ese tiempo comienza a escribir colaboraciones para la prensa madrileña hasta que, probablemente por ayuda de nuevo de Salinas, consigue en noviembre un puesto en el Patronato de las Misiones Pedagógicas, trabajo que mantendrá hasta el inicio de la guerra y que le llevó a realizar frecuentes excursiones a los pueblos de España y a conocer y relacionarse con muchas gentes. Su experiencia en la librería le permite trabajar ahora para proveer a las bibliotecas que el Patronato quiere establecer por la España rural. Su labor administrativa no le requiere mucho tiempo y en cambio le seduce mucho más la idea de hacer escapadas de Madrid. Esto se hace posible con su participación en el Museo Circulante de las Misiones Pedagógicas, que exhibe copias de los mejores cuadros del Museo del Prado por los pueblos de España. Su amigo Ramón Gaya, uno de los pintores encargados de esas copias, consigue que Cernuda pueda incorporárseles y deje así por un tiempo el aburrimiento de las oficinas. El poeta  entra en contacto con la España rural que tantos sentimientos encontrados le mueve: de un lado compasión hacia las víctimas, esos niños y jóvenes que con su potencial en la mirada  reclaman que exista un horizonte para sus vidas; y de otro, desprecio y pesimismo ante aquella realidad tan arraigada:

    Siempre nos sorprendía [...] la limpieza de los ojos infantiles. Tenían tal brillo y vivacidad que me apenaba pensar cómo al transcurrir el tiempo, la inercia, falta de estímulo y sordidez de ambiente ahogarían las posibilidades humanas que en aquellas miradas amanecían.

[...] ¿No es posible aligerar, dilatar la rígida y mezquina vida española? Tal vez en nuestras manos haya un medio para trabajar en ello. Es tarea larga; nosotros no gozaremos ya del fruto, si lo hay. Pero pasados bastantes años otros podrán aprovecharlo. No recordarán, quizá, quiénes abrieron el camino. Pero no importa. Nuestro esfuerzo debe ser el único premio. (apud Dennis, pág. 247)

    Ese paisaje de pobreza por redimir será la que muchos años después, sin esperarlo, al cruzar la frontera mexicana, le produzca la sensación de regreso, de algo que ya había vivido. Y será un panorama mexicano similar al que había dejado en España hacía muchos años el que, con su pobreza y todo, le haga sentirse como un resucitado. Las fotografías de aquella época, en parte recogidas en Entre la realidad y el deseo, hablan por sí mismas. Cernuda está presente con toda la porosidad de su alma, empapándose de aquellas gentes sin perder su aura de poeta libre y joven, de paso siempre.

    Por otro lado las fotografías tienen para el lector de hoy esa presencia objetiva sobre su aspecto que tanto matiza el casi sambenito de dandy con que era evocado por algunos y que tanto, y con razón, le molestaría  a él. 

    James Valender en «Poesía y política: Luis Cernuda y la Guerra Civil» (págs. 252-274) nos dice que Cernuda sólo escribe ocho poemas en estos años. Concebidos como «Elegías españolas”,  formaron parte finalmente de «Las Nubes”,  la sección séptima de La Realidad y el Deseo. La guerra había comenzado con el asesinato de Lorca, pero la vieja guerra sin fechas del odio y la vulgaridad nacionales ya habían llevado a la muerte a Larra y al ostracismo a todo poeta sensible:

 

Triste sino  nacer

Con algún don ilustre

Aquí, donde los hombres

En su miseria sólo saben

El insulto, la mofa, el recelo profundo

Ante aquel que ilumina las palabras opacas

Por el oculto fuego originario (PC, 255)

 

    Como Cernuda confiesa en Historial de un libro, nunca había sentido un deseo tan profundo de servir y aunque se quite importancia a sí mismo, «Afortunadamente mi deseo de servir no sirvió para nada y para nada me utilizaron» (Prosa I, pág. 643), lo cierto es que Cernuda no dejó de defender la República incluso con armas que no le eran propias. Con un fusil de miliciano y un libro de Hölderlin en el bolsillo se fue al frente en la sierra de Guadarrama, desde donde podía contemplarse El Escorial tan evocado luego en sus poemas del exilio. Algo no aclarado todavía hizo que el poeta sólo permaneciera unas semanas en el frente. No creo que los fusiles le gustaran. Cernuda había preferido quedarse en Madrid cuando la mayoría de los intelectuales republicanos habían sido evacuados de la capital a principios de noviembre de 1936. En las primeras semanas del sitio el tímido Cernuda participó en una serie de emisiones de radio para alentar a los madrileños, junto con Serrano Plaja que nos informa de que «Cernuda participó en todo ello. Leyó algún poema suyo y contribuyó en términos generales a la emisión» (Apud. Valender, pág. 258) No sabemos qué poemas leería, pero no consta que Cernuda escribiera poemas de circunstancias. Aunque sí es cierto que en esta época es intensa su creación de ensayos e incluso teatro, como la comedia rescatada en 1985 por Octavio Paz, y escrita entre diciembre del 37 y enero del 38, El relojero o la familia interrumpida.

    La procesión iba por dentro en esos meses primeros, aún después de volver del frente a Madrid la guerra se hacía sentir en la ciudad y en el pecho: «A oscuras la ciudad, las calles desiertas y ciegas y, más cerca o más lejos, según las ráfagas del viento, las descargas de fusilería, el chasquido rítmico de las ametralladoras y de vez en vez los cañonazos densos y opacos. En el pecho la angustia, la zozobra y el dolor de todo y por todo» (Prosa II, pág.122).

    Con la primavera Cernuda se traslada a Valencia donde colabora con el grupo de artistas encargados de la publicación de Hora de España. Aquí publicará, aprovechando la tranquilidad de la playa levantina, una serie de poemas, narraciones y reseñas. Incluso participa en la representación de Mariana Pineda que se montó para el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas que tuvo lugar ese verano en Valencia. Según un testigo de la actuación de Cernuda en el papel de don Pedro de Sotomayor, el principal personaje masculino, «su actuación fue admirable en sobriedad y concentración, en sofrenado impulso romántico» (Apud. Valender, pág. 260) Regresa a Madrid en octubre y se integra en las actividades de la Alianza. Dada la importancia que ésta concedía al teatro para mover al público, Cernuda publica dos artículos en El Mono Azul sobre el tema en uno de los cuales menciona su traducción de Ubu Roi de Jarry que María Teresa León pensó montar y que desgraciadamente no se conserva.

    Aunque Cernuda se había empeñado en permanecer en España en su afán de ser útil y había rechazado un lectorado en Oslo que le habían ofrecido en octubre de 1937 y aunque había criticado a los que habían huido al principio del conflicto, el destino estaba a punto de empujarle al exilio definitivo. En febrero de 1938 su amigo inglés, Stanley Richardson, que trabajaba en la embajada española en Londres, le notificaba por carta que «sin saberlo yo, había gestionado desde Londres que el gobierno de Barcelona me otorgara pasaporte con destino a Inglaterra, para dar unas conferencias» (Prosa I, pág. 643). Dar unas conferencias sobre la guerra española suponía nada más un viaje y una manera de ser útil también.  Parte con dinero prestado y en compañía de su amigo Fernández-Canivell, a quien, al despedirse en París, le dedica un libro suyo con palabras que dan perfecta cuenta de su ánimo: «en vísperas de volverme más loco que nunca». (apud Valender, pág. 261)

    Sus experiencias con algunos de los políticos republicanos debieron ser brutalmente decepcionantes.[7] Valender rastrea hasta donde se sabe hoy esos pormenores que arrancaban desde su inicial estancia en París con el embajador Álvaro de Albornoz, que fue enseguida destituido al regresar a Madrid al parecer bajo sospecha de ser contrarrevolucionario. La presión ejercida por el Servicio de Investigación Militar, creado por los asesores soviéticos como órgano de contraespionaje, llegó a convertir en sospechosos a los artistas y a privarles de su libertad de creación y actitud. Su propio amigo Cortezo (vid. «Amigos: Víctor Cortezo» ) es encarcelado porque «habían encontrado en mi equipaje una Biblia, con algunos pasajes subrayados, y cuartillas escritas de una novela que yo trataba de escribir a instancias de Luis: La historia de Tobías. En todo querían ver claves de espionaje» (Apud. Valender, pág. 265) Cuando fue puesto en libertad,  Cortezo encontró a su amigo Cernuda «aterrado» en el hotel. Un terror de ser perseguido por unos y por otros que le acompañó aún en el exilio:

Estuve en ignorancia de la persecución y matanza  de tantos compatriotas míos  (los españoles no han podido deshacerse de una obsesión secular: que dentro del territorio nacional hay enemigos a los que deben exterminar o echar del mismo), mas luego adquirí una conciencia tal de esos sucesos, que enturbiaba mi vida diaria; hasta el punto de que, fuera de mi tierra, tuve durante años cierta pesadilla recurrente; me veía allá buscado y perseguido. (Prosa I, págs. 643-644)

    Así se explica la desconfianza de Cernuda hacia la política, lo profunda que se vuelve su voz en las elegías al acusar al odio y la vulgaridad humanos, al margen de fechas y de partidos. Los artistas son incómodos en todos los bandos, son utilizados y a lo sumo llegan a ser, ya muertos, adornos de cultura para la política de turno como sus recordados Rimbaud y Verlaine en «Birds in the nigth”. De nuevo, como para sus preferencias sexuales, Gide corrobora su visión en su Retour de l´U.R.S.S. Por la crítica que el escritor francés hacía de la manipulación mezquina de los artistas por la clase política soviética fue evitada su discusión en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Pero para Cernuda la experiencia le había dado la razón y no iba a ser precisamente una ideología lo que se añorara en lo que quedaba por escribir de La Realidad y el Deseo.

    Su amigo el hispanista y traductor de sus poemas al inglés, Edward M. Wilson, en una conferencia dada por los años setenta y traducida por James Valender para el homenaje Entre la realidad y el deseo «Inglaterra y Luis Cernuda» (págs. 85-106) recuerda a Cernuda así:

    Cernuda era un hombre bien vestido, provisto de unos modales muy hermosos. Tenía mucho encanto como persona; su conversación no era abundante, pero era expresiva e inteligente. Le disgustaban muchas cosas: el clima de Inglaterra, todo tipo de fraude y de hipocresía, la sociedad industrializada, la familia, los profesores universitarios que enseñaban literatura (por alguna razón, yo era una excepción privilegiada), los políticos, la mafia, la avaricia, la fealdad de las ciudades modernas. Admiraba las artes y aquellas personas que dedicaban sus vidas a crearlas, la belleza de los paisajes naturales, así como también –y lo digo a pesar de los poemas blasfemos que escribiera– la religión, con tal de que ésta fuera asumida de manera auténtica y no por el simple conformismo con un código social. Como Góngora, estaba imbuido de la intensidad y la fragilidad de la felicidad humana. Su búsqueda de la excelencia poética era una búsqueda completamente desinteresada. Asimismo, no mostró el más mínimo interés en alcanzar el éxito social, ni tampoco en conseguirse riqueza o popularidad. El orgullo que le daba su propia obra resultaba a veces un poco risible; y sin embargo, tenía motivos para estar orgulloso. Con algunos de sus contemporáneos fue poco generoso y a veces cruel. No era difícil decir algo que le molestara u ofendiese, pero, a mi juicio, sus cualidades eran mayores que sus defectos (págs. 88-89).

    Villena aporta en su reciente Luis Cernuda, otros recuerdos sobre el poeta como los de Aleixandre, (los publicados y los confidenciales), los de Max Aub, Rosa Chacel y otros. También traza algo Villena de la vida íntima de Cernuda a través de anécdotas que ha ido recabando de los que conocieron y sobrevivieron al poeta, como Aleixandre, José Luis Cano o Martínez Nadal. Recuerda la especial relación de Cernuda con el grupo de poetas y artistas homosexuales: Prados, Lorca, Aleixandre, Cortezo, Asúnsolo, Standley Richarson, Spender, Concha de Albornoz y Rosa Chacel... y su difícil relación con sus mentores, Salinas y Guillén, o con otros poetas como Dámaso Alonso cuya presunta  homofobia, según Villena, repugnaría a Cernuda.

    Ahonda Villena en el significado de la impostura de Cernuda en profunda correspondencia con su manera de sentir la sexualidad. 

    El joven poeta sin familia busca un amor para dejar de estar tan triste, mas sabe que es igual de negado para un matrimonio convencional que para la diplomacia que no ha llegado a ejercer nunca. La verdad es que la mujer no le atrae como mujer –serán sin embargo sus más fieles amigas– y la fuerza de la sexualidad no admite disfrazarla de moralidad ni reprimirla. No se trata, como pretende Tomás Segovia de que Cernuda sea un estereotipo de pederasta que niega la existencia del otro y cosas por el estilo (“Divino tesoro. Cernuda y sus muchachos» (págs. 61-84).  El joven Cernuda de esta etapa madrileña es tan gregario como cualquier ser humano, y aún más de lo habitual pues acaba de quedarse solo en el mundo y acaba de perder los puntos de referencia más estables en el ser humano, la familia y el clan. Familia que de todos modos fue un tanto extraña para él, al ser su padre tan anciano cuando él era un niño y haber nacido a siete años de distancia de su hermana menor. El propio destino le quitó, que no el poeta, relevancia al papel de la familia. Pero, apenas dejada Sevilla, Cernuda que ha llorado a su madre de verdad, y aún desde el ambiente amigo y libre que disfruta en Málaga con sus amigos de Litoral, la carencia de raíces en las que ha entrado su vida y la falta de un amor que supla esas carencias aparece en su correspondencia a Higinio Capote:

Los últimos días en Sevilla estuvieron maravillosos. [...] Pero ahora... Vuelvo otra vez a la tristeza. Verdaderamente no puedo vivir sin tener al lado alguien por quien sentir afecto. Y estoy solo; [...] lo siento física y espiritualmente. Lo mismo me ocurrirá en Madrid. Pero ¡qué le vas a hacer! [...] Ya no puedo volverme atrás. Esto no se lo diría a Salinas; ya sé lo que diría: «¡Falta de vitalidad!». No lo creo así. Sé lo que me falta; pero mejor sería que no lo supiera [...] Necesito, aunque sea de lejos, sentir un eco de las personas, o las cosas que conocen mi vida perdida. Porque ahora comienzo otra bien distinta. Mejor o peor, no lo sé. Mas un poco triste. (apud. Chica, pág. 215).

    Desarraigo temprano y tremendo el del poeta joven y sentimientos gregarios más que comprensibles. Miedo también a enfrentarse a lo que sabe que le falta porque ahí también su sexualidad le hace diferente.

    Con la llegada a Madrid viene una cierta euforia propia de su juventud y de lo positivo de su libertad en la vida: ropa a su gusto, bares, salones de té, cine y música que le marcarán como a tantos jóvenes el color de algunos de sus sueños y que seguirá siendo fundamental a lo largo de su vida, y también la experiencia del amor, al que lo empuja una fuerza superior a sí mismo, «el hondo animal de la existencia» diría él tal vez. En sus siete meses de estancia en Toulouse la urgencia de sus deseos por materializarse acaban por abrirse paso plenamente en sus poemas. Será, como él la llame, «mi época sincera». Fue lo que hoy dirían algunos una salida del armario espontánea y no poco ideal, amparada en la inocencia primera de decir lo que se siente, en un mundo poético que concibe ajeno al terrible lema celestinesco: «a quien das tu secreto das tu libertad». Sólo con el precio que con el tiempo paga el hombre y su vida por ello, el terrible mundo celestinesco aparecerá en Desolación de la Quimera, para reconocer que ha sido un iluso por mostrarse desnudo ante un mundo, el de los poetas y académicos, que tenía una idea menos vital de la poesía. Y los ataques a la heterosexualidad que aparecen en los poemas del hombre más que maduro no son en ningún caso desprecio de la condición heterosexual –como Tomás Segovia y otros leen- sino ataque puntual a la heterosexualidad usada como escaparate o como único modo posible de alcanzar dignidad y respeto en la vida social. Eran desquites contra personas y actitudes muy concretas. Es la doble moral de algunos, su doble vida, su sentirse superiores sólo por ser heterosexuales como reflejaba alguna confidencia de Guillén a Salinas respecto a Cernuda lo que recibe el desprecio de Cernuda.[8] Y fue el reencuentro con Lorca en casa de Aleixandre, después de su estancia en Nueva York, ya imbuido también del efecto liberador del surrealismo y también fuera del armario, lo que puso a los dos poetas en una línea afín de creación poética desde la vida y para la vida, sin concesiones a la poesía de salón. Será ese Lorca, que se aleja también ya del espíritu de la Antología poética que planeaba Gerardo Diego con vocación generacional y que tantas dudas le provocaba a Cernuda, quien, en una de sus escapadas nocturnas, a lo Kavafis seguramente, conoció a Serafín Ferro y se lo presentó luego a Aleixandre y a Cernuda. Según apunta Chica sería hacia marzo de 1931 cuando Cernuda conoció a quien se convirtió en su amante durante un año aproximadamente. Cernuda tuvo así la experiencia vital que necesitaba para que vida y literatura coincidieran plenamente. Y es más que probable que sea durante ese período y por esa razón cuando escribe los poemas de Los placeres prohibidos, el libro que marca, el verdadero contorno único que iba a tomar La Realidad y el Deseo. Sobre el perfil de este personaje que despertó tanta pasión en Cernuda aporta Francisco Chica interesantes referencias. Para mí Serafín Ferro guarda con el joven sargento recordado en «Sombras» de Ocnos  ese aire de ser destruido pero lleno de belleza, que, como Cernuda, está prácticamente solo en la vida. Un prototipo de ser masculino, rebelde, bello, de irresistible atracción para el joven Cernuda que se enamora y le protege con su precaria pero mayor capacidad para ganarse la vida. Pero Cernuda sólo tiene treinta años cuando termina la relación en la primavera de 1932, no es ni mucho menos el pederasta que ve Tomás Segovia («Divino tesoro. Cernuda y sus muchachos», págs. 61-84); Cernuda es como el propio Ferro, un joven solo que ansía formar su peculiar familia, su peculiar pareja. La juventud del poeta explica que Los placeres prohibidos tengan casi exclusivamente el tema de la impostura, de la reivindicación a la moral establecida del derecho a vivir una pasión tan irrefrenable como la que él está viviendo. Todavía no ha nacido en él de forma clara, lo que aparecerá tras su ruptura en el siguiente poemario, Donde habite el olvido, la desilusión sobre la propia naturaleza del amor, el sentimiento de que, al margen de la moral social, «el precio del amor es la no correspondencia”. No será sólo la sociedad la que levante muros o torres de espanto entre el poeta y su deseo, sino la propia naturaleza contradictoria y efímera del amor, que es, más que las mentiras de los demás, la propia esencia de la Quimera.

    Después de su relación amorosa con Serafín Ferro, escribe su quinto poemario Donde habite el Olvido (1932-1933). Lo ha titulado con un verso de Bécquer y con ese verso se inicia también el primer poema que resume intensamente la derrota del amor.  El primer desengaño amoroso le ha calado hondo: «Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido». Se recrea el pasado intensamente, como si se hubiera perdido una inocencia virginal. La separación con el mundo se hace muy intensa. En el poema «Los fantasmas del deseo» anticipa el tema de la tierra como arquetipo de gran madre. Todo, hasta los deseos, son fruto de esa tierra. Es la madre que todo lo nutre y recibe adoración del poeta tras sus experiencias con la vida y el amor. Es un símbolo que en Cernuda se vuelve en cierta manera religioso, como si hablara de una antigua diosa pagana que comprendiera al hombre y se compadeciera del peso de sus anhelos. El impacto de este primer gran amor y gran decepción de Cernuda impregna todo el poemario y, como señala Chica, la «S» de Serafín aparecerá significativamente en la contraportada del libro cuando se publique en 1934, y se mantendrá, ahora con diseño en letra roja de su amigo Ramón Gaya, en la primera edición de 1936 de La Realidad y el Deseo. Parece que Serafín fue su primer amor realizado y debió dejar en él más que la serpiente de una «S”, pues como recordará más tarde en el poema «Tierra nativa»:

 

Raíz del tronco verde, ¿Quién la arranca?

Aquel amor primero, ¿Quién lo vence?

Tu sueño y tu recuerdo ¿Quién lo olvida,

Tierra nativa, más mía cuanto más lejana

 

    Gerardo Diego le incluye ese mismo año de 1932 en su Antología generacional. Cernuda comienza su participación en las Misiones Pedagógicas (vid. Denis) con las que la República intenta acercar la cultura al pueblo y entra en ellas en contacto con otros artistas, como Ramón Gaya. Escribe diversas colaboraciones para revistas y  trabaja en el sexto poemario Invocaciones  (1934-1935), que servirá de cierre a la primera edición de La Realidad y el Deseo de 1936. Empieza a traducir a Hölderlin, cuya huella se hará visible en Invocaciones, dotándole del romanticismo filosófico y soñador del alemán, iniciándole en el distanciamiento: la proyección del poeta en personajes simbólicos, el farero, el demonio, o el mundo arquetípico de los dioses.  La mirada retrospectiva aparece en «Soliloquio del farero”. «La gloria del poeta» es intensamente sincero y desgarrado sobre el tipo de amor que ansía y su ataque de rebelde se dirige contra la sexualidad establecida y gris que representa para él la vida conyugal que exhiben todos como la única forma de vida posible. El poeta se gloria de buscar el placer en aventuras más ardientes. Las que necesita su pasión felina para provocar su creatividad. «Viven y mueren a solas los poetas» dice en «Himno a la tristeza”, que homenajea a Hölderlin y lo que ha aprendido en él, tratando de reconciliarse con el sabor de la soledad que es tierra fértil para la mirada y la creación literaria, incorporando el anhelo del hedonismo pagano desaparecido.

    En las elegías españolas,  que Cernuda integró luego en  Las nubes,  su visón de la guerra puede expresarse perfectamente con las palabras de Gabriel Insausti: «Luis Cernuda en Gran Bretaña, 1938-1947 » (págs. 293-312):

    La descalificación del adversario no incluye, en el caso de Cernuda, el ensalzamiento del correligionario ni la loa incuestionable a una causa inmaculada. Es decir, que el poeta sigue siendo un individualista y mantiene intacto su derecho a la crítica. Esa denuncia de la guerra se comprueba fundamentalmente en Las nubes, con poemas como «A un poeta muerto: F. G. L.”, «Elegía española”, «A Larra con unas violetas”, «Elegía española II”, «Niño muerto”, «Resaca en Sansueña”, «Impresión de destierro» y «Un español habla de su tierra”. (...) Hay aquí desde luego una acusación dirigida contra el bando nacional, que sería el más directo responsable de la guerra. Pero más que expresión de ninguna afiliación política, las palabras de Cernuda expresan el profundo dolor ante la miseria de tantos, así como el gran negocio demoníaco que esa guerra proporciona a algunos, sean del signo político que fueren (pág. 303)

    Bernard Sicot, (“Luis Cernuda en México, 1952-1963» (pp 331-356) cree que el círculo más cercano de sus amistades en México era bastante reducido. Entre los mexicanos figuraban tres artistas: Enrique Asúnsolo, poeta y pintor cuya muerte en 1960 inspira el poema «Amigos: Enrique Asúnsolo» de Desolación de la Quimera. También trata y aprecia al pintor Manuel Rodríguez Lozano y al polifacético Salvador Moreno. Artistas todos homosexuales y un tanto marginales en el mundo cultural ortodoxo. Similar a su círculo de Madrid, gente con quien podía compartir intimidad, a quien tuteaba. Con ellos también se mueve el viejo amigo de Cernuda, el pintor Ramón Gaya. A Octavio Paz lo había conocido en 1937 en el II Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia. Ya en 1938 Paz había dicho que era Cernuda el mejor entre los poetas de la nueva generación, y admitía que la poesía del sevillano le había ayudado a conocerse por dentro. Paz le ayudó mucho a publicar sus versos. Ambos se reunían una o dos veces al mes para cenar. Bernard Sicot cita el testimonio de un exiliado de segunda generación, que da idea de lo solitario que andaba Cernuda en México:

    Delgado, moreno, chato, de frente abombada, de bigotito lineal, de pequeños ojos duros, bien empacado en una discreta elegancia a la inglesa, salía Luis Cernuda con su soledad insobornable, a la calle, en la Ciudad de México, y nosotros, hijos de refugiados españoles, lo teníamos por lo que de él nos habían dicho: un señorito, y por eso habíamos tramado aquella broma que repetimos quién sabe cuántas veces: él caminaba por la calle, tal vez fumando su pipa, y de repente se oía aquel grito duro, imperativo a su espalda: «¡Ey, Cernuda!», alevosamente lanzado como una pedrada desde cualquier parte o ninguna, y él se volvía vivamente, miraba entorno suyo, buscaba al este y al oeste y al sur y al norte, escudriñaba la calle como un páramo de chacal, fruncía el entrecejo, se le veía desconcertado, descentrado, perdiendo su eje, repentinamente inmerso en su amenazador vacío. (pág. 339)

    Al llegar a México en 1952 Cernuda se había instalado por su cuenta en el centro de la ciudad. Pero a fines del año siguiente se fue a vivir a la casa de Concha Méndez en Coyocán, entonces un pequeño pueblo tranquilo cerca de la ciudad. Manuel Altolaguirre se había separado de Concha, pero fue él de todos modos quien le aconsejó que se fuera a vivir a casa de su ex-mujer. En sus memorias Concha Méndez lo recuerda así:

Como a Cernuda le gustó México para quedarse, Manolo le ofreció que viniese a vivir a mi casa. Le di el cuarto del segundo piso, el que habían ocupado mi hija y mi yerno mientras duró la construcción de la casa grande. Su ventana tenía la mejor vista de toda la casa. Tras ella se mira nuestro jardín y los jardines de las casas vecinas, que son una maravilla por su variedad de árboles y trepadoras; naranjos, higueras, aguacates, buganvillas, plúmbagos, jacarandas. Vivíamos juntos, pero cada quien hacía su vida, nos reuníamos para comer. Algunas veces traté de acomodarle sus cosas y lo puse furioso; entonces me juré no volver a poner el pie en su cuarto. Después, por seguir un consejo de Manolo, le propuse que tomáramos el té juntos todas las tardes; pero rehusó, como rehusaba todas las cosas que le proponía siempre. Sin embargo todo el mundo decía que me quería mucho, pero nunca lo vi. Quizás me quería, pero lo ocultaba, como ocultaba el cariño que sí tenía a los niños, que descubrí viéndolo por la ventana. (apud Sicot, pág. 132)

    Recuerdos entrañables que nos dicen mucho del ánimo de Cernuda por entonces y sus ya incorregibles manías de solitario a quien hay que querer un poco de lejos pero quererlo mucho. Esa medio familia y ese contexto de la casa con su jardín, su tranquilidad y su vida explicarían por qué Cernuda decide quedarse en México.  En 1962 cumple sesenta años, vuelve el año del tigre de agua, según el calendario astrológico chino, el mismo tipo del año 1902 en que había nacido. El círculo se cierra, se completa un gran ciclo. La imagen nos cuadra bien: el tigre solitario emprende su última aventura académica y viaja como profesor visitante a la Universidad de California en Los Angeles, durante el curso 62-63. (Vid. Brian Morris, «Luis Cernuda en California: peregrino en otro ajeno rincón”, págs. 357-370 y Carlos Peregrín Otero, «Cernuda contra Sansueña: El poeta y la bestia» (págs. 37-60)).

    En el verano vuelve a México con la intención de incorporarse en el otoño del 63 a la docencia en la Universidad de Southern California. Pero finalmente renuncia también a ese contrato y se queda en la casa de Tres Cruces, la casa de Concha Méndez en Coyoacán. Parece que presiente que no le merece la pena otro esfuerzo en el mundo académico americano. Días antes de su muerte, cuenta Concha Altolaguirre que andaba contento y les mostraba fotos de su familia, los recordaba de un modo no habitual en él. Tal vez era el cambio de carácter que suele anunciar la muerte. El 5 de noviembre moría de un ataque cardiaco en esa casa, al amanecer y con la pipa de fumar lista. Y algunos escritos en los que estaba trabajando a la vista, algo sobre los Hermanos Quintero, algo también relacionado con la Andalucía de su infancia y juventud.  Max Aub describe su entierro, solo unos pocos amigos le despidieron.  En su velatorio el joven poeta mexicano Guillermo Fernández, que había llegado a México para entrevistarle, dialogaba con el muerto a quien dedicaría luego un poema.

    Con sólo las colaboraciones mencionadas  del volumen colectivo Entre la realidad y el deseo puede hilarse una semblanza de Cernuda. Queremos señalar esa cualidad del volumen en general con las aportaciones que nos parecen más sugerentes, sin reseñar exhaustivamente su aportación pues son muchas y densas, ni desdeñar los trabajos que tratan algunos aspectos menos ligados a su semblanza, si es que eso es posible, pues todo encaja en el rompecabezas y todo ayuda a conocer mejor la vida y la obra de Luis Cernuda.  Especialmente este volumen de Entre la realidad y el deseo que es ya un obligado punto de referencia para estudiar al poeta y un ejemplo de cómo coordinar el talento de muchos para un fin común, que en este caso ha dado como resultado más que una monografía casi una preciosa biografía de Cernuda. Que cunda el ejemplo para otros encuentros.

             

 

 

   

NOTAS:
 

[1] Luis Cernuda. Álbum, Biografía por James Valender, Iconografía por Luis Muñoz, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Madrid, 2002.

[2] Luis Cernuda. Espistolario 1924-1963,  Edición de James Valender, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Madrid, 2003.

[3] Luis Antonio de Villena, Luis Cernuda, Ediciones Omega, Barcelona, 2002. Parte de esta semblanza la incorpora  Villena con su contribución a este homenaje: «Cernuda: homosexualidad, poesía y una vida distinta» (págs. 371-382).

[4] Jordi Amat, Luis Cernuda. Fuerza de soledad, colección «Espasa Biografías», Espasa Calpe, Madrid, 2002.

[5] Luis Miguel Vicente, Luis Cernuda. Antología, colección «Semblanzas», Ediciones Eneida, Madrid, 2004.

[6] Alberto Caeiro-Pessoa, en Un corazón de nadie. Antología Poética (1913-1935), Edición de Ángel Campos Pámpano, Círculo de Lectores, Barcelona, 2001, pág. 181.

[7] Véase nuestro «Luis Cernuda en la República: la felicidad sólo rozada»,  Congreso «Ias Jornadas sobre la cultura de la República 1931-1936»,  Universidad Autónoma de Madrid, 7-11 abril de 2003. Actas en prensa.

[8] Estaría contestando al chisme que intuía o sabía salía de boca de Guillén, su particular homofobia, que vemos reflejada en carta a Salinas así como la ironía sobre el poeta de la soledad:

    No seré yo quien cante la soledad del poeta como el divino Cernuda- ¡Creo en la compañía! Y a propósito: ¿no te pareció impertinente la carta de Cernuda en Ínsula (...)

    Almorcé el otro día con Concha de Albornoz y una amiga suya [...] Y Concha simpática y casi ruborizada me dijo: «¡No puede usted ser más diferente de Cernuda! [...] Yo concluí mentalmente; sí, somos muy distintos. ¿Qué tenemos que ver tú y yo con un marica? Como yo te escribo esto a ti y no a la posteridad». ¿Para quién se escribe una carta? Me permito expresarme en el lenguaje de la conversación.