NERUDA Y LAS CIUDADES DEL MUNDO, Giuseppe Bellini, Universidad de Milán (Publicado en Analecta Malacitana, XX, 1, 1997, págs. 109-124).

                                                           

     NERUDAnew.jpg (30982 bytes) La literatura está llena de menciones de ciudades, de descripciones de ellas y de panoramas donde la ciudad es telón de fondo. En la literatura española y americana la presencia de la ciudad abunda. No olvidaremos nunca, por lo que a la literatura de América se refiere, las míticas Siete ciudades, en cuya busca fueron los primeros descubridores y conquistadores de los territorios del norte americano, la Ciudad de los Césares, donde hasta las piedras de las calles eran de oro, y en el ámbito más concreto la sorprendente Tenochtitlán, de la que Bernal Díaz del Castillo escribe a distancia de decenios todavía   entusiasmado, indeciso si creerla real o fruto de encantamiento, como las ciudades fantásticas del Amadís [1].

     Seguiría una larga lista de ciudades en la literatura hispanoamericana de los siglos sucesivos, partiendo de las ciudades de los grandes imperios derribados, como el Cuzco, que tanto entusiasmaba al Inca Garcilaso [2], y las ciudades fundadas o remodeladas por los españoles, como México, de la que Bernardo de Balbuena destacaría las maravillas, edificios, calles, caballos, bellas damas y una eterna primavera entre pénsiles jardines:

Todo el año es aquí mayos y abriles,

temple agradable, frío comedido,

cielo sereno y claro, aires sutiles [3].

    Vendrían después las ciudades del realismo y el naturalismo, como Santiago, de Blest Gana, México de Gamboa, Buenos Aires de Cambaceres y con el Modernismo sería sobre todo París, ciudad destinada a mantener su atractivo durante todo el siglo XX, hasta y más allá de Cortázar, el Madrid de José Donoso, y nuevamente, en América, el Buenos Aires cloacal de Ernesto Sábato, con un regreso a lo fantástico y mágico en la Tierrapaulita de Asturias, el Macondo de García Márquez, la Santa María de Onetti.

    La lista podría ser mucho más larga; aquí he pretendido sólo poner de relieve el papel de la ciudad, en sus diferentes significados y funciones, en la literatura de América, para introducir el tema fundamental al que me dedico: Las ciudades de Pablo Neruda.

    Durante toda su vida Neruda ha sido un viajero incansable. Los acontecimientos de su existencia lo han llevado a las más diversas ciudades del mundo y algunas de ellas han representado por él una experiencia determinante, el acentuarse de una problemática que urgía en lo más íntimo del poeta, o a veces desilusiones profundas, o también ilusiones en las que veía realizarse el sueño de una hermandad humana, de un porvenir feliz para los pueblos, una feliz utopía. Neruda ha vivido siempre entre la constatación dolorosa de la realidad negativa de la condición humana y el sueño utópico de su rescate. Ha cometido errores, no cabe duda, porque ha ligado su sueño a una determinada ideología, pero era indudablemente sincero en sus instancias.

    Desde las remotas regiones del sur chileno, ansioso de conocimiento, y al mismo tiempo infeliz por deberse alejar del mundo rural de su infancia, el primer viaje del joven poeta lo llevó a Santiago, la capital, para sus estudios universitarios. Fue una experiencia infeliz. Ya en el primer libro de poemas, Crepusculario (1920-1923), una sección titulada «Los crepúsculos de Maruri», matiza esta experiencia de negatividad, denuncia una soledad infeliz: «Mi alma es un carrousel vacío en el crepúsculo», escribe [4]; y nuevamente, manifiesta un ánimo deprimido: «Aquí estoy con mi pobre cuerpo frente al crepúsculo [...]» [5]. El sentido de una vida inútil se expresa con desesperación sobre el fondo de un espectáculo, por otra parte inolvidable:

Yo no sé por qué estoy aquí, ni cuando vine

ni por qué la luz roja del sol lo llena todo:

me basta con sentir frente a mi cuerpo triste

la inmensidad de un cielo de luz teñido de oro,

la inmensa rojedad de un sol que ya no existe,

el inmenso cadáver de una tierra ya muerta,

y frente a las astrales luminarias que tiñen el cielo,

la inmensidad de mi alma bajo la tarde inmensa [6].

    Denuncia de sabor vagamente romántico, pero también notas originales de captación del paisaje, que pronto se manifestarán plenamente, desde el punto de vista artístico, en los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en una interpretación dramática de la naturaleza, telón de fondo al amor como drama y tormento.

    A distancia de decenios, Neruda volverá a evocar, en el Memorial de Isla Negra (1964), el difícil periodo de su vida estudiantil; hablará entonces más explícitamente de «La pensión de la calle Maruri», denunciando su repudio por la ciudad de Santiago, donde «Las casas no se miran, no se quieren», están juntas pero sus ventanas «no ven la calle, no hablan, / son silencio». En la tarde que evoca en la puesta del sol, en el cielo que difunde «fuego fugitivo», «La bruma negra invade los balcones» [7]. Es una sensación que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía lo oprime. La soledad evocada se hace densa, se transforma en pesadilla y cárcel, se abre sobre una sola perspectiva desolada de días y miseria:

Abro mi libro. Escribo

creyéndome

en el hueco

de una mina, de un húmedo

socavón abandonado.

Sé que ahora no hay nadie,

en la casa, en la calle, en la ciudad amarga.

Soy prisionero con la puerta abierta,

con el mundo abierto,

soy estudiante triste perdido en el crepúsculo,

y subo hacia la sopa de fideos

y bajo hasta la cama y hasta el día siguiente [8].

   En sus memorias Neruda aclarará mejor todavía la situación, manifestará la sensación de ahogo que experimentó en cada viaje que lo llevaba desde el campo a la capital, desenraizado de un paisaje formado por grandes bosques, empapados en lluvia, que era su clima propio:

[...] siempre me sentí ahogar cuando salía de los grandes bosques, de la madera maternal. Las casas de adobe, las ciudades con pasado, me parecían llenas de telarañas y silencio. Hasta ahora sigo siendo un poeta de intemperie, de la selva fría que perdí desde entonces [9].

    Será la miseria de la vida ciudadana, como estudiante pobre, en la pensión de la calle Maruri 513, número que nunca olvidará —confiesa—, una sucesión de días monótonos y vacíos, dominados por el hambre, sólo interrumpidos por puestas extraordinarias del sol, compartidas con el temor de perderse en la gran ciudad desconocida:

    [...] En la calle nombrada me sentaba yo al balcón a mirar la agonía de cada tarde, el cielo embanderado de verde y carmín, la desolación de los techos suburbanos amenazados por el incendio del cielo. La vida de aquellos años en la pensión de estudiantes era un hambre completa. Escribí mucho más que hasta entonces, pero comí mucho menos [...] [10].

                                                                               

 Santiago.jpg (52452 bytes)Probablemente de estas experiencias le viene a Neruda su repudio por Santiago. La ciudad chilena preferida será Valparaíso, muy distinta de la capital del país: mientras ésta se le presenta cerrada, hostil, Valparaíso, puerto marinero sobre el Pacífico, le aparece abierto a todos los vientos, a la aventura entusiasmante:

[...] algo indefinible distancia a Valparaíso de Santiago —escribe—. Santiago es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito mar, a los gritos de la calle, a los ojos de los niños [11].

    Y de nuevo: «Valparaíso es secreto, sinuoso, recodero» [12]; «Valparaíso a veces se sacude como una ballena herida. Tambalea en el aire, agoniza, muere y resucita» [13]; «Las escaleras parten de abajo y de arriba y se retuercen trepando. Se adelgazan como cabellos, dan un ligero reposo, se tornan verticales. Se marean. Se precipitan. Se alargan. Retroceden. No terminan jamás» [14].

    No cesará nunca Neruda de cantar a esta ciudad, con entusiasmo vital: significa para él las primeras experiencias del amor, la solidaridad en la persecución, la presencia sobre todo del mar, elemento para él indispensable, tanto que a orillas del Pacífico, en Isla Negra, levantará su casa preferida. También en Valparaíso construirá una casa, «La Chascona», encaramada en la colina, siempre preferida a la santiagueña «La Sebastiana».

    En la ciudad marinera todo se le presenta viril; especialmente lo atraen los hombres de mar, en los que ve ejemplos de fuerza, de valor singular, y estimulan en él el sentido de la aventura, absorbido por sus lecturas juveniles, Les travailleurs de la mer del siempre venerado Victor Hugo. Para Neruda, Valparaíso representa una especie de solaridad de promesas para su tierra y su gente. El entusiasmo nerudiano por las inmensidades marinas, destino feliz de su país, se expresa, partiendo de Valparaíso, en el poema «Mares de Chile», del Canto General:

Mar de Valparaíso, ola

de luz sola y nocturna,

ventana del océano

en que se asoma

la estatua de mi patria

viendo con ojos todavía ciegos [15].

    La alusión a la situación política de Chile atestigua la participación del poeta en los problemas de su patria y su pueblo, oprimido por la dictadura, situación destinada a influir en su elección ideológica. Años después, él mismo experimentará la persecución del dictador González Videla, y en Valparaíso encontrará refugio. En el Canto General el poeta consigna con emoción y gratitud el feliz encuentro con la solidaridad humana:

Otra vez, otra noche, fui más lejos.

Toda la cordillera de la costa,

el ancho mar hacia el mar Pacífico,

y luego entre las calles torcidas,

calleja y callejón, Valparaíso.

Entré a una casa de marineros.

La madre me esperaba.

«No lo supe hasta ayer —me dijo—: el hijo

me llamó, y el nombre de Neruda

me recorrió como un escalofrío.

Pero le dije: qué comodidades,

hijo, podemos ofrecerle?» «Él pertenece

a nosotros, los pobres —me respondió—,

él no hace burla ni desprecio

de nuestra pobre vida, él la levanta

y la defiende». «Yo le dije: sea,

y ésta es su casa desde hoy».

Nadie me conocía en esa casa.

Miré el limpio mantel, la jarra de agua

pura como esas vidas que del fondo

de la noche como alas

de cristal a mí llegaban.

Fui a la ventana: Valparaíso abría sus mil párpados

que temblaban, el aire

del mar nocturno entró en mi boca,

las luces de los cerros, el temblor

de la luna marítima en el agua,

la oscuridad como una monarquía

aderezada de diamantes verdes,

todo el nuevo reposo que la vida

me entregaba.

                            Miré: la mesa estaba puesta,

el pan, la servilleta, el vino, el agua,

y una fragancia de tierra y ternura

humedeció mis ojos de soldado [16].

    Debido a éste y a otros episodios semejantes, el poeta pudo justamente afirmar que fue un hombre afortunado, por haber podido experimentar el afecto de desconocidos; esto le daba una sensación aún más grande y más bella que la solidaridad de amigos y conocidos, pues extendía su ser y abrazaba todas las vidas [17].

    La experiencia más significativa del joven Neruda, deseoso de conocer el mundo, debía realizarse en Asia y en España. Sabemos, por su misma confesión, que su aspiración era, como para todo buen hispanoamericano de la época, ir a París, y para hacerlo, careciendo de medios financieros, hacía falta un empleo que le permitiera mantenerse. Una recomendación eficaz para el ministro de asuntos exteriores le obtuvo el único puesto libre, por el momento, en la diplomacia: fue nombrado cónsul de Chile en Rangoon, para él «un agujero» en la geografía [18]. Creía que alcanzaría el Oriente fabuloso, atracción exótica, pero la realidad era muy distinta.

    El largo viaje hacia la sede consular le permitió a Neruda conocer Lisboa y París; luego embarca en Marsella, y el viaje, con etapas en Gibuti, Shangai, Yokoama, Tokio, Singapur, alcanza finalmente Rangoon. De Rangoon fue destinado al consulado de Colombo, después de Singapur y Batavia.

    De estas ciudades, de algunas en particular, Neruda destaca en su poesía el signo de una experiencia amarga. El momento es de gran relieve para su desarrollo íntimo, al concretarse en una problemática que toma fuerza del contacto con el mundo indiano. Los espectáculos de muerte, las piras en las que arden los difuntos, le presentan dramático el problema del límite humano, la presencia constante de la muerte. Neruda comprende la miseria del hombre, y la denuncia en uno de los poemas de mayor relieve de la primera Residencia en la tierra (l933), «Entierro en el Este». La insignificancia del hombre la expresa el poeta en su escalofriante realidad: la lóbrega embarcación que, después del rito, transporta en el río, para dispersarlas, las cenizas del difunto, acompañada por música estridente y el tam tam, es de lo más inquietante. Al fondo del panorama, «el humo de las maderas que arden y huelen». La ceniza, para el poeta partícipe del drama, se hace «trémula», fuerza consumida, que se dispersa sobre las aguas del río [19]. Sombríamente él considera el destino del hombre; lo que queda de él,

                            [...]

flotará como ramo de flores calcinadas

o como extinto fuego dejado por tan poderosos viajeros

que hicieron arder algo sobre las negras aguas, y devoraron

un aliento desaparecido y un licor extremo [20].

    A distancia de decenios, en el Memorial de Isla Negra, permanece viva la escena, la agonía de los cuerpos, y vuelve a ser, cada vez más, fuente de inquietud y al mismo tiempo lección, pero también duda y tormento:

Y si algo vi en mi vida fue una tarde

en la India, en las márgenes de un río:

arder una mujer de carne y hueso

y no sé si era el alma o era el humo

lo que del sarcófago salía,

hasta que no quedó mujer ni fuego

ni ataúd ni ceniza: ya era tarde

y sólo noche y agua y sombra y río

allí permanecieron en la muerte [21].

    Una suerte de cansancio cósmico parece apoderarse del poeta, frente a la imposibilidad de encontrar solución al problema de la permanencia. Fue éste el tormento de toda su vida, ni el materialismo le convenció nunca y ni siquiera la fuga en el panteísmo que expresa al final de los Cien sonetos de amor (1960), si la interrogación vuelve siempre, con insistencia.

    De la experiencia indiana procede también, en la segunda Residencia en la tierra (l935), la imagen escalofriante de la Muerte-Almirante, alta sobre el puerto hacia el cual van navegando todas las vidas, «ataúdes a vela». La visión nerudiana del destino humano, que no sostiene fe ninguna, no puede ser más sombría. Doquiera ve insinuarse, larva que todo lo consume, la muerte; para representar el drama, Neruda acude a una aterradora desrealización de lo real: alude a un «sonido puro», a un ladrido sin perro, a un zapato sin pie, a un traje sin hombre; la muerte llega a llamar «con un anillo sin piedra y sin dedo», grita «sin boca, sin lengua, sin garganta» [22]. No llega al final de nuestros días, sino que nos insidia en cada edad, desde la cuna, socava nuestros sueños de permanencia a través del amor:

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,

lame el suelo buscando difuntos,

la muerte está en la escoba,

es la lengua de la muerte buscando muertos,

es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:

en los colchones lentos, en las frazadas negras

vive tendida, y de repente sopla:

sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,

y hay camas navegando a un puerto

en donde está esperando, vestida de almirante.

    Las ciudades asiáticas alcanzadas por Neruda, sustancialmente, provocan en el poeta una visión absolutamente negativa del mundo y del destino del hombre, acentúan en él la problemática existencial. Tampoco falta en Neruda la protesta: es el caso de los fumadores de opio que observa en Singapur. En el poema «Opio en el Este», del Memorial de Isla Negra, culpa a los ingleses, a cuyo imperio, entonces, la ciudad pertenecía, y participa con comprensión y respeto del drama de quienes, para evadir de su vida miserable, buscan en el opio un momento de felicidad ficticia:

                                                                      [...]

sueño o mentira, dicha o muerte, estaban

por fin en el reposo que busca toda vida,

respetados, por fin, en una estrella [23].

    Rangoon, con sus pagodas resplandecientes de oro, una religión que no cura de la miseria humana, se le presenta al poeta, en «Religión en el Este», cual prueba cruel de la enemistad de los dioses con el «pobre ser humano» [24]. Pero la ciudad es también sede de otra experiencia, la del amor. Neruda recuerda a Josie Bliss, «la furiosa», «la iracunda» [25], que lo perseguía con sus celos, acechando con un cuchillo su sueño, hasta que logró liberarse de ella con una estratagema [26]. Ahora, después de tantos años, piensa en ella con terror y al mismo tiempo con nostalgia: la mujer representa un momento insustituible del pasado y la experiencia, y todavía calienta su corazón:

Ahora tal vez

reposa o no reposa

en el gran cementerio de Rangoon.

O tal vez a la orilla

del Irrawadhy quemaron su cuerpo

toda una tarde, mientras

el río murmuraba

lo que llorando yo le hubiera dicho [27].

    En la isla de Ceylán, la ciudad de Colombo aprisiona a Neruda con su luz obsesiva, dándole vida y muerte al mismo tiempo —«Esta luz de Ceylán me dio la vida, / me dio la muerte cuando yo vivía» [28]—, le trastorna el cerebro y le hunde en una soledad que lo destruye. Escribe en sus memorias:

    La verdadera soledad la conocí en aquellos días y años de Wellawatha. [...] La soledad en este caso no se quedaba en tema de invocación literaria sino que era algo duro como la pared de un prisionero, contra la cual puedes romperte la cabeza sin que nadie acuda, así grites y llores [29].

    Una suerte de desesperación se apodera del poeta. Tendrá que llegar a España para que la experiencia de las ciudades del Asia deje de ser pesadilla, aunque pronto su problemática profunda dará nuevos frutos en el encuentro con Quevedo.

    En 1934 Neruda es asignado al consulado general de Chile en Barcelona, después de haber sido cónsul en Buenos Aires, donde en 1933 había conocido a Federico García Lorca, con el cual estrecha una gran amistad. La intelectualidad argentina ofreció a los dos poetas, en esa ocasión, un banquete en el Hotel Plaza y como agradecimiento, Federico y Pablo contestaron con un discurso al alimón, celebrando a Rubén Darío, «porque tanto García Lorca como yo —escribe el chileno—, sin que se nos pudiera sospechar de modernistas, celebrábamos a Rubén Darío como uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español» [30].

    En Barcelona, Neruda tuvo la suerte de encontrar en el cónsul general, don Tulio Maqueira, a una persona comprensiva. Lo consigna en sus memorias:

    Descubrió rápidamente don Tulio Maqueira que yo restaba y multiplicaba con grandes tropiezos, y que no sabía dividir (nunca he podido aprenderlo). Entonces me dijo:

Pablo, usted debe vivir en Madrid. Allá está la poesía. Aquí en Barcelona están estas terribles multiplicaciones y divisiones que no le quieren a usted. Yo, me basto para eso [31].

    En la capital española Neruda encuentra efectivamente su mundo ideal. Era un momento de gran significado para la cultura, en el clima de la república, y Madrid hervía en creatividad e iniciativas. Allí, el poeta chileno conoció a los que debían llegar a ser sus grandes amigos, los poetas de la famosa «Generación del 27»: además de Lorca, Alberti, Aleixandre, Jorge Guillén, Salinas, Cernuda, Altolaguirre, Miguel Hernández, el más joven del grupo, y entre otros escritores a Ramón Gómez de la Serna, hacia el cual Neruda profesó siempre gran estimación y afecto y celebró más de una vez cual supremo inventor de la maravilla, como en la oda que le dedica en 1959 en Navegaciones y regresos [32]. En sus memorias lo acercará a dos famosos artistas hispánicos: «Es para mí uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso» [33].

    La residencia en Madrid constituye un momento de euforia feliz, de activismo creativo, pero también de profundizada reflexión existencial, un encuentro con la «madre», con la sustancia más porfunda de España. Periodo exaltante ciertamente: Neruda dirige la revista «Caballo Verde», de la que se publicarán sólo cinco números, pues el sexto, dedicado a Julio Herrera y Reissig, «segundo Lautréamont de Montevideo» [34], quedó dispersado, debido al estallar de la guerra civil en 1936.

    Entre los grandes españoles ya afirmados, Antonio Machado, curiosamente, no entusiasmó a Neruda, y mucho menos Valle-Inclán; de Juan Ramón Jiménez, a quien define «poeta de gran esplendor» [35], denuncia el mal carácter, la envidia y la maldad: « [...] fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española» [36]; y añade: «Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es un gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra» [37].

    Conocemos los juicios venenosos de Juan Ramón sobre la poesía de Neruda [38], pero ciertamente el poeta chileno no fue tan angélico como nos quiere dar a entender y a menudo le jugó a su enemigo bromas pesadas.

    Desde las angustias, el mundo indiano y la breve experiencia rioplatense, Neruda parece renacer en el clima madrileño, transformarse y transformar su poesía. Desde la autocontemplación doliente pasa a una visión rádicalmente distinta de sí mismo y la función de la poesía. La referencia es inevitable al poema «Reunión bajo las nuevas banderas», de la Tercera residencia en la tierra. La interrogación inicial acerca de quien ha mentido, si el poeta doliente del caos y la desesperación de la época anterior, o el vitalista de hoy, partícipe de la condición del hombre del que se declara compañero y que sostiene en la dura lucha por la existencia, implica una respuesta que todo lo aclare. Neruda no rechaza su pasado, sino que afirma un descubrimiento, el de la solidaridad humana. Una nueva energía le anima y se siente unido a su semejante en la difícil batalla por la vida, sostenida por la esperanza:

Yo de los hombres tengo la misma mano herida,

yo sostengo la misma copa roja

e igual asombro enfurecido:

                                            un día

palpitante de sueños

humanos, un salvaje

cereal ha llegado

a mi devoradora noche

para que junte mis pasos de lobo

a los pasos del hombre [39].

    A partir de este momento aparecen en la poesía nerudiana los símbolos del pan, del cereal, del vino, destinados a permanecer con significado positivo, sacados de un repertorio remoto siempre presente, el de la primera educación religiosa de la infancia. La perspectiva que se abre al poeta es luminosa; él estima, en el clima feliz pero también de combate que está viviendo en Madrid, que el mundo se puede cambiar a través de la solidaridad, con el apoyo-guía de la poesía. Comienza así la serie de las utopías nerudianas del mundo feliz, que el poeta con obstinación seguirá afirmando con enardecidos acentos [40]. Vendrán luego los días de la guerra y la destrucción. La euforia se transforma en indignación y dolor. España en el corazón (l937) atestigua la reacción del poeta, a menudo violenta y desacralizante en la expresión, como alguien le ha reprochado [41], sin apreciar en la violencia de la palabra nerudiana el significado profundo de la condena. Aragón hizo, al contrario, la apología del poema, definiéndolo introducción gigantesca a toda la literatura comprometida del siglo XX [42].

    Pero Neruda expresó en España en el corazón también toda su ternura, contemplando la ciudad destruida y las víctimas destrozadas. Para el chileno, Madrid es siempre centro del alma, representa en su alta y digna soledad toda la España inocente, asaltada por los traidores:

Madrid sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría

de panal pobre: clara era tu calle,

claro era tu sueño [43].

Y si el poema «Madrid (1936)» es denuncia, el sucesivo, «Explico algunas cosas», es una elegía que implica el recuerdo de los días felices: la casa entre los geranios, los amigos de los días claros, las voces del mercado, la maravilla sencilla de la artesanía, todo de repente hecho fuego por la guerra, y la sangre inocente por las calles [44]. Y nuevamente en «Madrid (1937)» Neruda denuncia la destrucción y contempla con ternura la muerte de tantos inocentes, «Sol pobre, sangre nuestra / perdida, corazón terrible / sacudido y llorando» [45]. Sin embargo él afirma segura la victoria, y de la ciudad que resiste al asedio hace el símbolo resplandeciente de esta certeza, «tierra y vigilia en el alto silencio / de la victoria: sacudida / como una rosa rota: rodeada / de laurel infinito» [46].

  Valpara.jpg (39052 bytes)  La adhesión de Neruda al drama de la capital española, y de toda España, no se explica solamente como reacción humana ante los desastres de la guerra, la pérdida de los amigos, ni como participación ideológica. Tiene motivaciones más hondas, viene de la sustancia de su propio ser. Con su llegada a Madrid, una suerte de orfandad había sido rescatada: Neruda había encontrado su lejana matriz a través de la herencia cultural de España. En ella hablaban todavía sus grandes poetas, sus únicos ríos: «Quevedo con sus aguas verdes y hondas, de espuma negra; Calderón con sus sílabas que cantan; los cristalinos Argensolas; Góngora, río de rubíes» [47]. Poetas a los que se irán añadiendo otros, que el chileno sentirá como propios: Jorge Manrique, el conde de Villamediana, Garcilaso. Pero, por encima de todos, Neruda siente cerca de sí a Quevedo, el gran cantor de la muerte y el límite humano. En las notas al libro Viajes (1955), donde incluye el famoso ensayo «Viaje al corazón de Quevedo» [48], cuenta su encuentro casual y afortunado, en 1935, con la obra del poeta español del siglo XVII: al salir de la estación de Atocha, en un banco de libros usados, dio con un «viejo y atormentado librito» encuadernado en pergamino, la obra poética de Quevedo. La lectura le ocupó toda la noche; leyó con adhesión apasionada, borrando así la visión «bufonesca» que del poeta había tenido hasta entonces, a través de malas antologías. Ciertamente fue un encuentro predestinado y feliz, como lo fue con España a través de Madrid y la guerra. La lección quevedesca, metafísica y ética, atenía profundamente al ser humano [49] y en el poeta chileno confirmaba, a pesar del vitalismo explicado en Madrid, el límite insalvable que ya se le había presentado en Oriente. Pero Quevedo le ofrecía una serenidad inesperada, al considerar la muerte natural en la vida humana, una serenidad que contrastaba con sus inquietudes de hombre a quien no asistía creencia alguna. Convenía con Quevedo que «hay una sola enfermedad que mata, y ésa es la vida. Hay un solo paso, y es el camino hacia la muerte. Hay una manera sola de gasto y de mortaja, es el paso arrastrador del tiempo que nos conduce. ¿Nos conduce adónde?» [50]. Problema inquietante, que el poeta español había resuelto por medio de la fe.

    Quevedo será presencia y referencia constante para Neruda [51]. Entre los dos poetas se establece una relación íntima, de continua atracción para el poeta chileno y la sombra del español lo acompañará durante toda su vida, como «la espuma misma de la poesía» [52], hasta en los momentos últimos y más amargos, cuando la enfermedad se apodera de él y de sus esperanzas: «Primavera exterior, no me atormentes, / desatando en mis brazos vino y nieve» [53].

    Madrid está en la raíz de todo esto: Neruda descubre y afirma una adhesión íntima a la sustancia espiritual de España, a su cultura, participa de su tragedia. Experiencia inolvidable que deviene sustancia vital, el recuerdo de la ciudad perdida acrecienta en el tiempo el tormento por una lejanía experimentada como destierro. En el Memorial de Isla Negra la imposibilidad de alcanzar Madrid, bajo un régimen político que se lo impide, es evocación doliente, desesperada orfandad [54]. Neruda vuelve a recordar en «Ay, mi ciudad perdida» el paisaje, las calles, las tiendas de los artesanos y sus productos, las tabernas «anegadas / por el caudal / del duro Valdepeñas», la animación de los niños, el aroma de las panaderías, los carros de ruedas rojas en el crepúsculo y un amigo olvidado, Vicente Aleixandre, «que dejé a vivir allí con sus ausentes» [55]. Un mundo todo interior, suerte de paraíso perdido siempre presente. Tampoco falta, en la distancia temporal, el recuerdo de la tragedia [56]. Sólo el amor puede calmar el dolor, pero aquí es únicamente un recuerdo, el de Delia, «en el viento iracundo / una paloma» [57].

    Los acontecimientos de la vida llevan al poeta a otras ciudades numerosas. Entre ellas puesto relevante en su biografía ocupa México. Neruda residió en esta ciudad durante la segunda guerra mundial en calidad de cónsul y tomó parte activa en la vida intelectual de la capital mexicana. Sufrió también una agresión fascista, en Cuernavaca, después de difundir en «affiches» su poema dedicado a la resistencia de Estalingrado contra el ejército alemán. Siguió un desagravio de parte del mundo intelectual mexicano.

    Más que la ciudad de México, sin embargo, Neruda celebra la nación, las figuras legendarias de la Revolución, el elemento popular y campesino, el pasado precolombino en la desdichada resistencia a los invasores, como por otra parte hace con Perú.

    Otras muchas ciudades de la América ibérica afirman su presencia en la poesía nerudiana, pero generalmente a través de breves menciones, sin tener la importancia de Santiago o de Madrid. El poeta celebra sobre todo en su conjunto los distintos países. Enamorado del mundo americano y su intérprete, de las diferentes naciones siente el encanto a través de la maravilla de la naturaleza, que celebra con transporte y felices resultados poéticos.

    Lo mismo podemos decir de Rusia, hacia la cual la orientación política de Neruda lo dispone favorablemente. Moscú es pálida cosa frente a Estalingrado, en cuyo heroísmo el poeta concentra la esencia del inmenso país [58]. En una oda habla, sí, de un «viaje venturoso», cuando el «ave de aluminio» lo lleva hacia la capital de la Unión Soviética, celebra la «claridad nocturna» de Moscú, el «vino transparente», afirma que ha vuelto a la alegría y a amar a la ciudad, en la que, naturalmente, ve el símbolo del rescate humano [59], pero todo esto es poca cosa, fruto de un entusiasmo debido, lo mismo que la celebración de las ciudades del Este liberado, en Las uvas y el viento (1954). Varsovia, Budapest, Bucarest o Praga comparten versos inspirados y versos de increíble adulación a los poderosos.

    También Italia con algunas de sus ciudades tiene parte en la poesía nerudiana, a pesar de la experiencia negativa del primer impacto: la policía decretó su expulsión. Neruda celebra de Italia al menos una ciudad, Florencia. Nápoles lo pone en contacto con la miseria y su interpretación es partícipe y negativa, polémica contra el «gobierno cristiano», o democristiano [60]. Era la época de De Gásperi y de Scelba.

    Ni siquiera Venecia despierta la sensibilidad de Neruda, y mucho menos Milán, que sin embargo visita con frecuencia, por no hablar de Roma de la que recuerda sólo la intervención de los intelectuales de izquierda contra su expulsión [61]. A pesar de todo esto el poeta chileno tiene un alto concepto del pueblo italiano, que proclama «la producción más fina de la tierra» [62]. Con Italia la relación de Neruda es más bien de simpatía, por su paisaje, su cultura, su gente, pero también a razón de su aventura sentimental: Capri será, en efecto, celebrada como reina del mar, en cuanto el poeta encontró en la isla refugio con su amada, Matilde [63].

    Florencia más que por sus joyas artísticas —declara que la pintura no la entiende—, le interesa por su río, el Arno, en el que reconoce «viejas palabras que buscaban mi boca» [64]. Sin embargo, Florencia capta a Neruda a través de Dante y Petrarca, debido a los cuales es una ciudad privilegiada.

    Entre las ciudades del corazón, como podríamos llamarlas, París ocupa un lugar preeminente. Neruda profesó siempre especial amor a Francia [65]. Sus estudios universitarios lo habían llevado a laurearse en literatura francesa y fue gran conocedor de clásicos y modernos, de Charles de Orléans a Ronsard, a los románticos; sobre todo fue admirador de Víctor Hugo a quien define «pulpo también tentacular y poliformo de la poesía» [66], de Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont, Laforgue, Eluard y Aragon. Ya en sus lecturas juveniles figuraban, con el «ínclito mundo» de Salgari [67], Les miserables, Les travailleurs de la mer y Nôtre Dame de Paris, que, a distancia de tiempo, Neruda evoca como símbolos de una edad abierta a la fantasía y la aventura [68].

    Si París era para los «señoritos» chilenos el reino de la superficialidad y el erotismo, para Neruda es la sede de una experiencia inolvidable, la de la organización de la expatriación de los prófugos de la guerra civil española, a menudo duramente contrastada por las autoridades francesas. Sin embargo, Francia queda para Neruda como el país de la libertad, una tierra de excepción. París es el lugar de la amistad y la maravilla: allí vive Aragon, allí se encuentra el Sena, que entusiasma al poeta, allí surge la grandiosa catedral, que Neruda no aprecia como monumento religioso, sino como creación gigantesca y fantástica, con la cual quisiera hacerse a la mar hacia su América:

    La catedral es una barca más grande que eleva como mástil su flecha de piedra bordada. Y en las mañanas me asomo a ver si aún está, junto al río, la nave catedralicia, si sus marineros tallados en el antiguo granito no han dado la orden, cuando las tinieblas cubren el mundo, de zarpar, de irse navegando a través de los mares.

    Yo quiero que me lleve. Me gustaría entrar por el río Amazonas en esta embarcación gigante, vagar por los estuarios, indagar los afluentes, y quedarme de pronto en cualquier punto de la América amada, hasta que las lianas salvajes hagan un nuevo manto verde sobre la vieja catedral y los pájaros azules le den un nuevo brillo de vitrales.

    O bien dejarla anclada en los arenales de la costa del sur, cerca de Antofagasta, cerca de las islas del guano, en que el estiércol de los cormoranes ha blanqueado las cimas: como la nieve dejó desnudas las figuras de proa de la nave gótica. Qué imponente y natural estaría la iglesia, como una piedra más entre las rocas hurañas, salpicada por la furiosa espuma oceánica, solemne y sola sobre la interminable arena [69].

    París, ciudad de la sabiduría, ciudad de los libros: «Tantos libros! Tantas cosas! El tiempo aquí seguirá vivo» [70]. Y sin embargo la ciudad no actúa en Neruda como Madrid. En la capital de España él alcanza la continuidad de la sangre, no experimenta sentimientos enajenantes, se siente en una tierra naturalmente propia, encuentra sus mismas raíces. La residencia y la experiencia madrileñas le refuerzan en su nueva orientación, pero también le abren más a la percepción de la situación de su mismo país y del mundo americano [71]. Madrid significa, sustancialmente, con el encuentro consigo mismo, la individuación de una misión. París es ciertamente la ciudad de la libertad y la cultura, «una colmena de la miel errante, / una ciudad de la familia humana» [72] y encanta a Neruda, pero en ella, al fin y al cabo, se siente siempre extranjero y la nostalgia por el mundo americano va creciendo, nostalgia que Madrid no le despierta. París es otro mundo, cuyo lenguaje, por más fascinante que sea la ciudad, el poeta chileno no llega a entender plenamente: «Yo no soy de estas tierras, de estos bulevares. Yo no pertenezco a estas plantas, a estas aguas. A mí no me hablan estas aves» [73]. Y otra confesión, aún más clara, si no de rechazo, ciertamente de incomodidad en el mundo parisino y de adhesión visceral a su «patria conmovedora» [74]:

    [...] En alguna calle de París, rodeado por el inmenso ámbito de la cultura más universal y de la extraordinaria muchedumbre, me sentí solo como esos arbolitos del sur que se levantan medio quemados, sobre las cenizas. Aquí siempre me pasó otra cosa. Se conmueve aún mi corazón —por el que ha pasado tanto tiempo— con esas casas de madera, con esas calles destartaladas que comienzan en Victoria y terminan en Puerto Montt, y que los vendavales hacen sonar como guitarras [...] [75].

    Neruda quedará siempre íntimamente ligado al mundo en el que ha nacido, que ciudades que no sean Valparaíso o Madrid no logran sustituir. En París todo «es más bello que una rosa», pero una rosa «descabellada», «desfalleciente». Abandonando una vez más la ciudad francesa para regresar a Chile, el poeta experimenta una suerte de liberación: «me voy cantando por los mares / y vuelvo a respirar raíces» [76]. Más que calor, París le ha dado a Neruda, desde el punto de vista humano, frío. A pesar de su amor por la cultura francesa, la belleza de la tierra de Francia, conquistado por el mito de la libertad, París ha ido acentuando en él un repudio hacia el mundo ciudadano y exaltado los atractivos del mundo natural americano. Repudio y exaltación con antecedentes ilustres en la poesía española, de Boscán a Garcilaso, a fray Luis de León, hasta el teórico de este rechazo, Antonio de Guevara en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

    No podía ser sino excepcionalmente entusiasta de la ciudad un hombre que afirmaba ser un «amateur del mar» [77] y declaraba que pertenecía a la fecundidad de la tierra [78], un poeta que durante toda su vida cantó sobre todo la naturaleza de sus orígenes, la que le había dado la posibilidad de interpretar al mundo y a los hombres. En el Memorial de Isla Negra seguía confirmando con emoción esta adhesión, concluyendo:

Cuando escogí la selva

para aprender a ser,

hoja por hoja,

extendí mis lecciones

y aprendí a ser raíz, barro profundo,

tierra callada, noche cristalina,

y poco a poco más, toda la selva [79].

 

NOTAS:

[1] Cf. la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, LXXXVII.

[2] Véase la primera parte de los Comentarios Reales del Inca, especialmente el libro VII, cap. VIII.

[3] Cf. la Grandeza Mexicana y también El Siglo de Oro en las Selvas de Erifile.

[4] P. Neruda, «Mi alma», en Crepusculario, Obras completas, Losada, Buenos Aires, 41973, I, pág. 62.

[5] P. Neruda, «Aquí estoy con mi pobre cuerpo», en Crepusculario, loc. cit., pág. 62.

[6] P. Neruda, loc. cit.

[7] P. Neruda, «La pensión de la calle Maruri», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1048.

[8] P. Neruda, loc. cit.

[9] P. Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, Losada, Buenos Aires, 1974, pág. 44.

[10] P. Neruda, loc. cit.

[11] P. Neruda, loc. cit., pág. 77.

[12] P. Neruda, loc. cit., pág. 80.

[13] P. Neruda, loc. cit., pág. 83.

[14] P. Neruda, loc. cit., pág. 84.

[15] P. Neruda, «Mares de Chile», en «América no invoco tu nombre en vano», Canto General, XVI, Obras completas, I, pág. 551.

[16] P. Neruda, «El fugitivo», en «V», Canto General, Obras completas, I, págs. 595-596.

[17] P. Neruda, «Infancia y poesía», en Obras completas, Losada, Buenos Aires, 31967, I, págs. 37-38.

[18] P. Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, pág. 88.

[19] P. Neruda, «Entierro en el Este», en Residencia en la tierra, I, Obras completas, 41973, I, pág. 193.

[20] P. Neruda, loc. cit.

[21] P. Neruda, «Aquellas vidas», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág.1079.

[22] P. Neruda, «Sólo la muerte», en Residencia en la tierra, II, Obras completas, I, pág. 210.

[23] P. Neruda, «El opio en el Este», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1073.

[24] P. Neruda, «Religión en el Este», loc. cit., pág. 1075.

[25] P. Neruda, «Josie Bliss (l)», en Memorial de la Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1106.

[26] Cf. P. Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, págs. 120-121.

[27] P. Neruda, «Josie Bliss (l)», op. cit., pág. 1107.

[28] P. Neruda, «Aquella luz», en Obras completas, II, pág. 1076.

[29] P. Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, pág. 127. Wellawatha es un suburbio de Colombo.

[30] P. Neruda, loc. cit., pág. 154.

[31] P. Neruda, loc. cit., pág. 159.

[32] P. Neruda, «Oda a Ramón Gómez de la Serna», en Navegaciones y regresos, Obras completas, II, pág. 783.

[33] P. Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, pág. 163.

[34] P. Neruda, loc. cit., pág. l65.

[35] P. Neruda, loc. cit., pág. 163.

[36] P. Neruda, loc. cit., pág. 183.

[37] P. Neruda, loc. cit., págs. 183-184.

[38] Cf. J. R. Jiménez, Españoles de tres mundos, Losada, Buenos Aires, 21958, págs. 124-127.

[39] P. Neruda, «Reunión bajo las nuevas banderas», en Tercera residencia en la tierra, Obras completas, I, págs. 266-267.

[40] P. Neruda, loc. cit., pág. 267. En torno a las utopías nerudianas cf. G. Bellini, «Neruda creador de utopías», en Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, I, Istmo, Madrid, 1986.

[41] Cf. p. e., X. Abril, Vallejo, ensayo de aproximación crítica, Front, Buenos Aires, 1958, pág. 175.

[42] L. Aragón, «Prefacio a la edición francesa de España en el corazón», en P. Neruda, Poesías completas, Losada, Buenos Aires, 1951, pág. 444.

[43] P. Neruda, «Madrid (1936)», en España en el corazón, Obras completas, I, pág. 270.

[44] P. Neruda, «Explico algunas cosas», loc. cit., pág. 273.

[45] P. Neruda, «Madrid (1937)», loc. cit., págs. 288-289.

[46] P. Neruda, loc. cit., pág. 290.

[47] P. Neruda, «O Cruzeiro Internacional», en Memorias, l6-IV-1962.

[48] P. Neruda, «Notas» a Viajes, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1955, pág. 201.

[49] Cf. P. Neruda, «Viaje al corazón de Quevedo», en Viajes, ahora en Obras completas, II, págs. 541-544.

[50] P. Neruda, loc. cit., pág. 544.

[51] En torno a las relaciones entre Neruda y Quevedo cf. G. Bellini, Quevedo en la poesía hispanoamericana del siglo XX, Torres, New York, 1976.

[52] P. Neruda, «Mar y amor de Quevedo», en Incitación al nixonicidio y alabanza de la Revolución chilena, Empresa Editora Nacional Quimantu Lda., Santiago de Chile, 1973.

[53] P. Neruda, «Con Quevedo en Primavera», en Jardín de invierno, Losada, Buenos Aires, 1973, pág. 32.

[54] P. Neruda, «Ay, mi ciudad perdida», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1091.

[55] P. Neruda, loc. cit., págs. 109l-1092.

[56] P. Neruda, «Amores: Delia (II)», en Obras completas, II, pág. 1145.

[57] P. Neruda, loc. cit.

[58] Véanse los varios cantos a Stalingrado.

[59] P. Neruda, «Oda al viaje venturoso», en Tercer libro de las odas, ahora en Obras completas, II, págs. 537-538.

[60] Cf. P. Neruda, «Los Dioses harapientos», en Las uvas y el viento, VII. La patria del racimo, IV, ahora en Obras completas, I, págs. 820-822.

[61] P. Neruda, «Combate de Italia», en La barcarola, ahora en Obras completas, III, pág. 91.

[62] P. Neruda, «La túnica verde», en Las uvas y el viento, VIII. La patria del racimo, Obras completas, I, pág. 814.

[63] P. Neruda, «Cabellera de Capri», loc. cit, II, págs. 816-818.

[64] P. Neruda, «El río», en Las uvas de Europa, II, Obras completas, I, pág. 729.

[65] Cf., sobre este argumento G. Bellini, «La Francia nell’opera di Pablo Neruda», en Vs. As, Studi di letteratura, storia e filosofia in onore di Bruno Revel, Olschki, Florencia, 1965.

[66] P. Neruda, «Oceanografía dispersa», en Obras completas, III, pág. 669.

[67] P. Neruda, «Latorre, Prado y mi propia sombra», en Obras completas, III, pág. 697.

[68] P. Neruda, «Los libros», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1047.

[69] P. Neruda, «Vámonos al Paraguay», en Obras completas, III, págs. 660-661.

[70] P. Neruda, «Discurso con motivo de la Fundación Neruda», en Obras completas, III, pág. 677.

[71] Cf. P. Neruda, «Tal vez cambié desde entonces», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1093.

[72] P. Neruda, «París l927», en Obras completas, II, pág. 1070.

[73] P. Neruda, «Vámonos al Paraguay», en Obras completas, III, pág. 661.

[74] P. Neruda, «Latorre, Prado y mi propia sombra», en Obras completas, III, pág. 699.

[75] P. Neruda, loc. cit., pág. 698.

[76] P. Neruda, «Adiós a París», en Estravagario, Obras completas, II, pág. 661.

[77] P. Neruda, «Oceanografía dispersa», en Obras completas, III, pág. 667.

[78] P. Neruda, «Lo que nace conmigo», en Memorial de Isla Negra, Obras completas, II, pág. 1134.

[79] P. Neruda, loc. cit.

 

RESUMEN PARA REPERTORIOS BIBLIOGRÁFICOS

 

TÍTULO: NERUDA Y LAS CIUDADES DEL MUNDO

AUTOR: Giuseppe Bellini

LUGAR: Universidad de Milán

TÍTULO DE LA REVISTA: Analecta Malacitana, XX, 1, 1997

RESUMEN: Se trata de un largo recorrido en la vida y la sensibilidad de Pablo Neruda a través de sus varias residencias en distintas ciudades del mundo: desde Santiago y Valparaíso hasta las ciudades del Oriente indiano, las sucesivas experiencias madrileña y parisina, hasta su regreso a Chile. Una trayectoria íntima que mucho explica del poeta chileno y su obra

ABSTRACT: It is about a large course in the life and sensibility of Pablo Neruda through his various residences in different towns of the world: from Santiago and Valparaíso to the Indian Eastern towns, the successive experiences in Madrid and Paris, till his return to Chile. An intimate course which explains a lot of the Chilean poet and his work

NOTAS: Papel de las ciudades en la vida y la sensibilidad de Pablo Neruda

DESCRIPTORES: Poesía y prosa

KEY-WORDS: Poetry and Prose

IDENTIFICADORES: Amadís / Díaz del Castillo / Inca Garcilaso / Bernardo Balbuena / Alberto Belst Gana / Federico Gamboa / Eugenio Cambaceres / Modernismo / Julio Cortazar / José Donoso / Ernesto Sabato / Miguel Ángel Astrias / Gabriel García Márquez / Juan Carlos Onetti / Pablo Neruda / Crepusculario / Veinte poemas de amor y una canción desesperada / Confieso que he vivido, Memorias / Memorial de Isla Negra / Victor Hugo / Travailleurs de la mer / Francia / Maruri / Isla Negra / Océano Pacífico / Canto General / Cien sonetos de amor / Residencia en la tierra / Tercera residencia en la tierra / España en el corazón / Guerra Civil española / Federico García Lorca / Rubén Darío / Tulio Maqueira / Rafael Alberti / Jorge Guillén / Pedro Salinas / Luis Cernuda / Manuel Altolaguirre / Miguel Hernández / Ramón Gómez de la Serna / Navegaciones y Regresos / Antonio Machado / Julio Herrera y Reissig / Ramón María Valle Inclán / Juan Ramón Jiménez / Francisco Quevedo / Pablo Picasso / Argensolas / Luis Góngora / Jorge Manrique / Villamediana / Garcilaso de la Vega / Viajes / Las uvas y el viento / Les Miserables / Notre Dame de Paris / Charles Orleans / Pierre Ronsard / Lautreamont / Jules Laforgue / Luis Aragón / Emilio Salgari / Juan Boscán / Fray Luis de León / Antonio Guevara / Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea.

TOPÓNIMOS: Siete Ciudades / Ciudad de los Césares / Tenochtitlan / Méjico / Cuzco / Santiago / Buenos Aires / España / Madrid / Tierrapaulina / Macondo / Santa María / Valparaíso / Lisboa / Francia / París / Marsella / Gibuti / Shangai / Yokoama / Tokio / Singapur / Rangoon / Colombo / Batavia / Ceylan / Chile / Barcelona / Montevideo / Varsovia / Budapest / Bucarest / Rusia / Moscú / Florencia / Milán / Venecia / Nápoles / Sena / Arno / Paraguay / Amazonas.

PERÍODO HISTÓRICO: Siglo XX: 1921-1973