RECENSIONES II

 

SUMARIO

Inés Calero Secall, Leyes de Gortina (A. Ortega Carrillo de Albornoz); Francisco Sánchez de las Brozas, Lecciones de crítica dialéctica (C. Macías Villalobos); Manuel Galeote, Léxico indígena de flora y fauna en tratados sobre las Indias Occidentales de autores andaluces (M. Calderón Campos); Leopoldo Sáez Godoy, El lenguaje secreto de las drogas en Chile: Yerba, gomas, jale, neo y afines (M. Galeote); Marta Pérez Toral, Sintaxis Histórica Funcional del Español. El verbo «hacer» como impersonal (A. Ricós Vidal); Francisco Moreno Fernández, Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje (M. Galeote); Antonio Narbona, Rafael Cano y Ramón Morillo-Velarde, El español hablado en Andalucía (M. Galeote); Ignacio Bosque (ed.), El Sustantivo sin determinación. La ausencia de determinante en la lengua española (P. López Mora).

 

Publicados en Analecta Malacitana, XXI, 1, 1998, págs. 335-378.

Inés Calero Secall, Leyes de Gortina, Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, 313 págs.

    La profesora Calero Secall ha publicado recientemente una muy interesante monografía sobre las Leyes de Gortina, un documento epigráfico de excepcional importacia que plasma, indeleblemente grabadas sobre doce columnas de piedra, una serie de normas legales que regulaban las relaciones entre los componentes de aquella lejana comunidad políticamente organizada. Y a diferencia de los preceptos contenidos en las leyes decenvirales, cuyas tablas donde fueron publicadas desaparecieron bien pronto (según la tradición, en el incendio de Roma por los Galos en el 309 a. C.), las leyes de Gortina, para satisfacción de los estudiosos, han resistido el embate de los siglos.

    Las inscripciones de Gortina constituyen una valiosa fuente, no sólo para conocer el derecho griego de la Antigüedad, sino también como hito de confrontación con el Derecho romano, extremo éste ya puesto de relieve acertadamente por Calero Secall a lo largo de su obra.

    Ante todo, y al margen de la vexata quaestio sobre si podrían o no ser consideradas como un Código en sentido estricto —sobre este aspecto albergo serias dudas—, creemos oportuno el título «Leyes de Gortina» por el que la autora se decanta, pues se trata de una colección de normas sin orden ni sistema aparentes; no obstante, si bien es cierto que en su redacción no existe una unidad de criterio, tal como hoy lo entendemos, sin embargo, es importante resaltar que todas ellas giran alrededor del derecho de las personas y del derecho de familia.

    Divide la autora la investigación en cuatro apartados, a saber: Introducción, traducción propiamente dicha de las leyes, comentario filológico de las mismas y un utilísimo y clarificador glosario, respecto del cual me atrevería a afirmar constituye un verdadero diccionario en miniatura de términos jurídicos, cuya precisión técnica revela en la escritora, no sólo una excelente preparación filológica, sino también un dominio más que aceptable de la terminología jurídica.

    A propósito, Introducción es una rúbrica demasiado modesta para indicar el contenido del primer apartado. El vocablo «introducir» proviene del latino introductio, y vulgarmente se entiende como preámbulo preparatorio de una obra literaria o científica. Y ello puede llamar a engaño al lector, pues más que una mera introducción stricto sensu, conforma un complejo, minucioso y muy equilibrado estudio monográfico del contenido de las leyes, donde Calero Secall analiza con tiento y cuidadoso esmero los problemas históricos y jurídicos atinentes a las mismas.

    Una lectura detenida de este interesantísimo análisis pone de relieve cómo la autora, aun siendo filóloga, ha captado, y esto es lo que me admira, en casi la totalidad de su discurso, las sutilezas y matices del complejo lenguaje técnico-jurídico, dando en la mayoría de las ocasiones una versión clara, concisa y ajustada del genuino significado de aquellas antiquísimas leyes perdidas y olvidadas en el tiempo.

    Muy logrado el extenso comentario dedicado a la familia y al patrimonio familiar, donde centra divinamente figuras tan vitales como el matrimonio y el divorcio, así como el parentesco y la adopción, instituciones todas que condicionan e inciden inevitablemente en la esfera de los derechos hereditarios.

    Al hilo, y aunque podría argüirse a la luz del texto que el padre gortinense tenía un poder absoluto sobre sus hijos, sin embargo no era tan omnímodo como el que concedía al pater el antiguo Derecho romano, hasta el extremo de acordarle el ius vitae et necis sobre los mismos.

    Además, muy atractivas por sus connotaciones con el Derecho romano, son aquellas disposiciones que las leyes de Gortina prescribían en materia de sucesión intestada (en especial Col. V, 9-28), donde son llamados a heredar en primer lugar los hijos, y si ellos hubiesen muertos, los hijos de los hijos, esto es, los nietos del causante, que naturalmente se entiende heredarán en la cuota que hubiere correspondido a su padre, si éste hubiese vivido al tiempo del fallecimiento del ascendiente común. En defecto de hijos, la herencia pasará a manos de los hermanos del difunto o a los hijos de éstos y así sucesivamente: es clara y lógica la preferencia de la línea recta sobre la línea colateral.

    En fin, extenso e impecable, en cuanto a la transposición de términos, es el análisis pormenorizado de la justicia y de los tribunales que la impartían, donde se aprecian algunas íntimas conexiones no sólo con las normas procesales de la lex duodecim tabularum, como aquella norma que permite al acreedor adueñarse del deudor insolvente, sino también con el sistema procesal romano de época clásica, mucho más evolucionado.

    Al igual que el texto decenviral, el gortinense es frecuentemente conciso, lacónico y en ocasiones críptico, donde el derecho se mezcla con la religión y la magia, aunque este rasgo es mucho más acusado en el primero. En todo caso, y a pesar de que tanto las XII Tablas, como las leyes de Gortina fueron redactadas y emanadas aproximadamente sobre la misma fecha, estas últimas evidencian una sociedad más sofisticada y menos primitiva, como se observa, al exemplo, en la composición pecuniaria de sus sanciones. Pero no hay que perder de vista que el derecho de las XII Tablas, tal como nos ha sido transmitido, era el derecho primigenio propio de una pequeña comunidad agrícola, dirigido a regular la vida pública y privada de la primitiva civitas, mientras la Leyes de Gortina responden a las exigencias de una sociedad mucho más avanzada con varios siglos de historia a sus espaldas. De la misma forma, cuando las costumbres y usos sociales evolucionaron con la rapidez propia de una comunidad embrionaria, como era Roma, muchas de las normas y sanciones contempladas en el Código decenviral, sobre todo las de más cruel apariencia, eran ya inconcebibles para la sociedad culta y refinada de la época de Cicerón.

    Por lo que al comentario filológico concierne, con abundante y ultimísima bibliografía, sólo diré que es prácticamente exhaustivo y enormemente clarificador, muy personal en sus apreciaciones y sin titubeos a la hora de enfrentarse con sólidos argumentos a la communis opinio.

    Y en cuanto a la traducción, es elegante y perfectamente inteligible, lo que propicia que el profano, tal es el que escribe, perciba sin oscuridad el alcance exacto de las normas, extraiga de ellas conclusiones no viciadas por una apreciación mal medida a una interpretación errónea.

    Ya concluyo. Para mi gusto, las Leyes de Gortina es un trabajo de investigación pulcro, denso, profundo, documentado y a la vez de agradable lectura, conjunción de virtudes difíciles de conseguir, y, como dice el profesor Bernabé en su prólogo, la obra resulta valiosa tanto para el filólogo y el estudioso de la lengua griega antigua, como para quien se interese por la historia del derecho y de las instituciones. A fortiori la autora ha concluido con éxito una espléndida monografía que, trascendiendo los límites de la filología, se adentra valientemente en el campo del derecho, donde escapa igualmente airosa.

    Una puntualización todavía. Esta breve reseña no es producto de halagos de compromiso, ni fruto de la cordial cortesía universitaria, aunque no es de temer que nadie así lo interprete, pues desgraciadamente tal concepto se ha ido degradando de forma imperceptible hasta casi desaparecer en la práctica, siendo sustituido por otro de parecida asonancia y distinto significado, y al que podríamos denominar «dañina hipocresía universitaria», cuyo cultivo es floreciente.

    Ni el elogio gratuito ni injustificados intereses bullen en estas palabras, sino sólo el reconocimiento objetivo y sin trabas para que una labor de investigación sólidamente constituida, y de lo cual la profesora Calero Secall puede sentirse, sin rubor, plenamente satisfecha.

A. Ortega Carrillo de Albornoz

 

Francisco Sánchez de las Brozas, Lecciones de crítica dialéctica (estudio, edición crítica, traducción, notas e índices por M. Mañas Núñez), Institución Cultural «El Brocense», Universidad de Extremadura, 1996, 303 págs.

    La obra que ahora procedemos a analizar se presentó primero como tesis doctoral bajo el título «Introducción, edición crítica, traducción y notas de la obra De nonnullis Porphyrii aliorumque in dialectica erroribus scholae dialecticae de Francisco Sánchez de las Brozas», y fue dirigida por los profesores César Chaparro Gómez y Luis Merino Jerez. Las razones que el autor alega para emprender este trabajo se resumen en cuatro circunstancias:

    a) En los últimos años son cada vez más frecuentes los estudios que filólogos clásicos dedican a la obra de los humanistas que escribieron en latín durante los siglos XV y XVI, y en particular a las obras de humanistas españoles. En este sentido, esta obra pretende ser una contribución más a las investigaciones desarrolladas en este campo.

    b) Hasta ahora los estudios consagrados al Humanismo se centraban en terrenos tales como la crítica textual, la poesía, la gramática, etc. En cambio, la obras filosóficas, y más en concreto, las de la dialéctica humanística, apenas si han sido abordadas, esperando ediciones críticas modernas obras de la lógica hispano-latina del XVI como el Liber de constitutione artis dialecticae de Pedro Juan Núñez, por poner un ejemplo.

    c) La edición y estudio de las Scholae dialecticae del Brocense se insertan en una línea de trabajo que el área de Filología Latina del Departamento de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad de Extremadura inició, hace ya más de diez años, con la edición de los textos retóricos del Brocense, y cuyo objetivo último es la edición y estudio de toda la obra de este ilustre autor extremeño.

    d) Estamos ante una de las obras más polémicas de Francisco Sánchez, una de sus obras más citadas pero menos conocidas, buen ejemplo de su método de trabajo y en la que se puede conocer con amplitud su doctrina lógico-metafísica.

    El autor, consciente de las dificultades que la edición de una obra así podía plantear y guiado por un loable deseo de claridad, ha estructurado su trabajo en dos partes: la primera (págs. 15-203) consiste en un amplio estudio introductorio donde se tratan las doctrinas dialécticas de los principales humanistas europeos —algo necesario para situar la obra del Brocense en su contexto—, la formación filosófica del humanista extremeño y los rasgos formales y contenidos doctrinales de las Scholae; la segunda parte (págs. 205-300) constituye la edición y traducción de la obra propiamente dicha.

    Por su parte, la amplia introducción se estructura del siguiente modo:

    I. Escolástica y Humanismo (págs. 15-53), donde se resumen los principales postulados de la lógica humanística en contraposición a la logica modernorum, el fruto más granado de la Escolástica en el terreno de la dialéctica, que comenzó a desarrollarse sobre todo a partir del siglo XIII, siendo sus principales centros difusores Oxford y París. Esta lógica escolástica era nominalista y terminista, había creado un metalenguaje oscuro y alejado de la lengua real, había olvidado la propia obra de Aristóteles y había pretendido romper el vínculo que unía a la dialéctica con la gramática y la retórica (al querer hacer de la dialéctica una ciencia autónoma). Frente a ella, los humanistas, principalmente Agrícola, Vives y Ramus, proponían hacer de la dialéctica una ciencia útil, funcional y práctica, abandonando la dialéctica terminista para pasar a una dialéctica discursiva; se oponían a hacer de la dialéctica una ciencia autónoma, al considerar que ésta debía ser estudiada después de la gramática, pero antes que la retórica, y debía ayudar a la composición de la oratio, a la génesis de textos literarios y a la interpretación de los textos de autores tanto antiguos como contemporáneos. Por supuesto, su punto de partida debía ser el latín clásico.

    II. La lógica en España durante los ss. XIV al XVI (págs. 55-62), donde se indica cuáles fueron las figuras más señeras de la lógica nominalista y humanista en nuestro país. En el terreno del nominalismo cabe destacar a Pedro Hispano, cuyo Tractatus o Summulae logicales se convirtió junto con los textos de Aristóteles y Porfirio en la base de la enseñanza durante los ss. XV y XVI, Alonso de Córdoba, que introdujo el nominalismo en Alcalá en 1508, y Pedro Sánchez Ciruelo, figura central de la lógica de entonces. En el terreno del humanismo destacamos a Gaspar Cardillo de Villalpando, que introdujo en Alcalá la lógica humanista, Fernando de Córdoba, quizás el primer español que escribió sobre lógica al modo humanista, y Hernando Alonso de Herrera, autor de un duro ataque contra el nominalismo y sus doctrinas.

    III. El Brocense filósofo (págs. 63-80), que además de mostrarnos cuál era la formación filosófica de Francisco Sánchez, hace un breve repaso por sus obras filosóficas, a saber: el Organum dialecticum et rhetoricum (con ediciones en 1579 y 1588), obra que constituye la versión definitiva de la retórica ramista del Brocense, es un ars constituido por la suma de un tratado de dialéctica y otro de retórica, con el que pretende hacer una lógica más discursiva que ayude en la técnica del comentario de textos; los Paradoxa (1582), conjunto de cinco pequeños tratados de crítica doctrinal, cuatro sobre cuestiones gramaticales —luego incorporados con pequeños cambios en la Minerva— y uno sobre ética; los Topica Ciceronis exemplis et definitionibus illustrata (1582), pequeño comentario de los Topica de Cicerón, en el que va definiendo cada uno de los dieciséis tópicos del Arpinate, añadiéndoles varios ejemplos de poetas y oradores clásicos; la traducción y anotaciones del Enquiridión de Epicteto (1600), con la que el Brocense consigue conectar la filosofía estoica con las ideas cristianas.

    IV. Estudio de las De nonnullis Porphyrii aliorumque in dialectica erroribus scholae dialecticae (págs. 81-190), amplio análisis de la obra del Brocense objeto de esta edición, que a su vez divide en: a) características formales de la obra (págs. 81-86); b) estructura de la misma (págs. 86-90); c) contenidos doctrinales (págs. 91-155); d) valoración crítica de los mismos (págs. 155-172); e) las Scholae dialecticae y la Inquisición (págs. 172-184); g) observaciones diversas sobre esta edición (págs. 184-190). Este bloque se cierra con una amplia bibliografía (págs. 191-203).

    La obra, cuya traducción correcta es «Lecciones dialécticas sobre algunos errores en dialéctica de Porfirio y otros autores», es, desde el punto de vista formal, una obra de crítica doctrinal, pues en su contenido no interesa tanto la cuestión didáctica y pedagógica como la crítica y refutación de una doctrina, en concreto, de la dialéctica aristotélica y escolástica en general. Pero no se trata de un comentario crítico sistemático de la obra lógica de Aristóteles y sus seguidores, sino que son críticas, matizaciones a puntos concretos con sus correcciones pertinentes.

    La obra objeto de esta edición era un opúsculo de 47 páginas en la editio princeps de 1588 y de apenas 32 en la de 1597, la última hecha en vida del autor. A pesar de su brevedad, se trata de una obra de gran riqueza doctrinal y temática. Aunque su tema principal es la lógica, también se tratan otros de metafísica, gramática, crítica textual y filosofía moral. Cada capítulo se organiza mediante el sistema de definiciones, divisiones y ejemplos, por lo que se va bajando deductivamente de lo general a lo particular. Un cuadro sinóptico de los contenidos del libro lo podemos encontrar en las págs. 88-90.

    En cuanto a su contenido doctrinal, sus principales núcleos temáticos podrían resumirse del siguiente modo:

    a) Las causas de la corrupción de las artes. El Brocense, como muchos humanistas, fue profesor y gran parte de sus propuestas pretendían mejorar un sistema educativo caduco y en crisis, el de la Escolástica. Como causas principales de esa crisis se señalan: el sometimiento al principio de autoridad y el establecimiento del usus y la consuetudo por encima de la ratio. Para Francisco Sánchez la ratio debía ser el factor protagonista de todo el proceso educativo. Sólo acepta el usus en el sentido que le daban los humanistas: la selección lingüística de los escritos latinos y griegos que había que tener presente al componer una obra y que debía permitir la restauración del latín corrupto de las gramáticas medievales. En las Scholae la ratio consistía en descubrir racionalmente los errores en los que el principio de autoridad y el de la consuetudo habían sumido a la verdadera lógica.

    b) La cuestión de los Universales. Fue Porfirio en el siglo III d. C. quien en su Isagoge dejó planteado el problema de los Universales, al preguntarse si los géneros y las especies son realidades subsistentes en sí mismas o simples concepciones mentales; dicho de otra manera, si los conceptos universales tienen realidad por sí mismos, fuera de nuestra mente, o son simples creaciones nuestras. A esta cuestión el Brocense responde desde la óptica del realismo exagerado, representada por Platón, y que sostiene que los Universales, las Ideas, eran realidades eternas, inmutables e inteligibles.

    c) Los predicables y las críticas a Porfirio. Por predicables se entienden los distintos modos de atribuir un concepto a un sujeto, con relación a alguna característica suya. Aristóteles dividió en cuatro los predicables: definición, propiedad, género y accidente. Porfirio recogió cinco predicables: género, especie, diferencia, propiedad y accidente, siendo éste el que más influencia ejerció en el Medievo. Entendidos lógicamente, los predicables son tipos de Universales y se dividían en esenciales (género, especie y diferencia) y accidentales (propiedad y accidente). El Brocense se centra en los predicables esenciales. Critica nuestro autor, como también hacían los humanistas, la falta de rigor y método pedagógico de las definiciones porfirianas, que sólo añadían más oscuridad al tema, y aporta sus propias definiciones. Así, entendía el género como «la esencia común a muchos», la especie como la parte «subordinada al género». Respecto a la diferencia, el Brocense, como los humanistas, lo considera no un predicable, sino una cualidad. Como consecuencia de esta idea, una frase como Homo est albus sólo sería correcta si le sobreentendemos un género, un sustantivo: Homo est animal album. Estamos, pues, ante su conocida teoría de la elipsis.

    d) Contra el Organon aristotélico. El llamado Corpus Aristotelicum está constituido por los siguientes tratados: Tratados de lógica (el Organon), Tratados de física, Tratados de biología, Metafísica, Ética, Política y Teoría del arte. A su vez, el Organon está formado por las siguientes obras: Categorías, Acerca de la interpretación, Primeros Analíticos, Segundos Analíticos, Tópicos y Acerca de las refutaciones sofísticas. Pues bien, una constante del pensamiento del Brocense es que las obras del Corpus Aristotelicum, y en especial las del Organon, no fueron escritas por Aristóteles. Para ello se apoya en autoridades antiguas como Alejandro de Afrodisias, Andronico de Rodas o el mismo Boecio, que en algún momento pusieron en duda la autoría de Aristóteles sobre las obras lógicas. A ello añade citas de las propias obras del Estagirita donde éste parece contradecirse. Por esto concluye que el Organon no fue escrito por una única persona. Esta postura del Brocense se entiende mejor si tenemos en cuenta los desacuerdos entre los críticos actuales respecto a la autoría de las obras atribuidas a Aristóteles. Asimismo, de entre las doctrinas del Organon con las que el Brocense está más en desacuerdo se cuentan la teoría ética y las doctrinas gramaticales sobre el nombre, el verbo y la oración; entre las que acepta tenemos la doctrina sobre los términos homónimos, sinónimos y parónimos y la teoría del silogismo. Resumiendo, si partimos del hecho de que el Brocense no atribuye a Aristóteles las obras del Organon, no podemos catalogarlo de antiaristotélico por las críticas que hace contra las doctrinas contenidas en el mismo.

    De otro lado, aunque es evidente la admiración que Manuel Mañas, el autor de esta edición, siente hacia la figura de Francisco Sánchez, no por ello le ahorra críticas cuando es evidente que éste se equivoca, sobre todo a la luz de las investigaciones más actuales. Así, respecto a su doctrina de la diferencia, el Brocense afirmaba que lo que diferencia a varios individuos del mismo género es la especie, es decir, una «diferencia esencial». Sin embargo, aquí comete un error, pues lo que distingue a varios individuos de un mismo género ha de ser algo accidental y no esencial. El juicio que el Brocense le merece como dialéctico se resume en dos puntos:

    a) Es un autor vivo y crítico, que busca siempre la verdad, con independencia del principio de autoridad y de la tradición.

    b) Como maestro, busca siempre la claridad en lo que enseña, simplificando lo más posible las cuestiones que estudia para hacer así más fácil el aprendizaje al alumno.

    El carácter franco y temperamental del Brocense y su mismo afán de encontrar la verdad con la razón y en contra del principio de autoridad, le llevó a sufrir dos procesos por parte de la Inquisición: uno en 1584 y otro en 1593. El más importante fue el último, pues se le incoó proceso por algunas de las afirmaciones contenidas precisamente en las Scholae. Entre los reproches principales que se le hicieron figuran su rechazo al principio de autoridad, su afirmación de que mientras estudió filosofía no creyó a sus maestros o sus críticas a las virtudes éticas de Aristóteles. Estas críticas las tuvo en cuenta en la última edición que hizo de esa obra, la de 1597, pues sin cambiar en lo sustancial su doctrina, sí suprimió o modificó aquellas aseveraciones que la Inquisición consideró más ofensivas.

    Respecto a la edición propiamente dicha, el autor ha usado como texto base sobre todo la edición de 1597, la última hecha en vida del autor y que supone por tanto su última voluntad editorial. Pero al tratarse de una edición muy descuidada, con muchos errores tipográficos, ha tenido en cuenta también la de Mayans de 1765, que estaba basada en la de 1597, pero que corregía la mayoría de los errores en ella contenidos.

    En cuanto a la traducción, el autor ha tratado de ser lo más literal posible, desviándose de la literalidad cuando el sentido del texto original así lo requería. La mayoría de los términos técnicos latinos se han transcrito por su equivalente español. Los textos griegos que el Brocense traduce al latín se han vertido al castellano atendiendo a la propia traducción que hizo el humanista. De todos modos el autor confiesa haber consultado siempre las ediciones críticas modernas de estos textos griegos, gracias a lo cual ha comprobado que el Brocense traduce casi siempre literalmente, apartándose en contadas ocasiones del original griego por no estar de acuerdo con alguna de las interpretaciones tradicionales que sobre el pasaje en cuestión se habían hecho.

    A la traducción le acompaña un importante número de notas aclarativas que permiten al lector comprender mejor el alcance de las doctrinas expuestas por el Brocense.

    A la edición crítica le acompaña un aparato de fuentes (págs. 207-209), que incluye únicamente aquellos autores clásicos o contemporáneos explícitamente señalados por el Brocense. Cuando éste no ha hecho mención expresa de su fuente, pero el autor ha logrado localizarla, la consigna en nota a la traducción, no en el aparato de fuentes, para así respetar de alguna manera la voluntad de Francisco Sánchez de que esa fuente quedara silenciada, al menos en el aparato crítico.

    Cierran la edición unos índices de lugares, con citas de autores clásicos y humanistas, y de res notabiles, con indicación expresa de la página en la que se puede localizar alguno de los temas tratados.

    En palabras de Manuel Mañas, lo que este estudio pone más de relieve respecto a las ideas filosóficas del Brocense es:

    a) Su platonismo, de evidente influjo vivesiano y ramista. Esto se ve sobre todo en su postura de realismo exagerado en la cuestión de los Universales o en sus constantes reproches a las obras del Organon aristotélico, calificándolas de espurias.

    b) Este platonismo fue una de las causas principales para ser perseguido por la Inquisición. No olvidemos que la Escolástica se basaba en las doctrinas tomistas, que a su vez procedían de la lógica y la metafísica aristotélica, por lo que los inquisidores no podían ver con buenos ojos el antiaristotelismo y el platonismo de nuestro autor.

    c) Se ha advertido también la relación entre gramática y dialéctica: con su teoría sintáctica de la elipsis se conecta la idea de que el accidente no puede constituir una predicación correcta si no va acompañado del género próximo, al menos en la estructura lógica del lenguaje.

    d) Se han localizado también todos los textos de autoridad que el Brocense cita explícitamente a lo largo de esta obra y se ha constatado su constante dependencia de las doctrinas de Agrícola, Vives y Ramus.

    En fin, no podemos dejar de reconocer la magnífica labor realizada por Manuel Mañas en la edición de esta obra del Brocense, buen ejemplo de cómo el filólogo clásico puede acometer la edición y estudio de campos tan complejos como el de la lógica, siempre que conozca en profundidad el tema al que pretende enfrentarse, en este caso la lógica escolástica y humanista, así como el contexto histórico en que surgieron. Por el tema de las Scholae dialecticae es obvio que esta obra va dirigida a un lector especializado, sobre todo interesado por los terrenos de la filosofía, la retórica y las humanidades clásicas en general. Sin embargo, la abundancia y claridad de las notas que acompañan a la traducción y el extenso y completo estudio previo a la edición de la obra, facilitarían a cualquier lector la comprensión de un tema de por sí árido y complejo.

C. Macías Villalobos

 

Manuel Galeote, Léxico indígena de flora y fauna en tratados sobre las Indias Occidentales de autores andaluces, Universidad de Granada, 1997, 518 págs.

    En la Series Lexica de la Cátedra de Historia de la Lengua Española de la Universidad de Granada, acaba de publicarse este libro de Manuel Galeote, el primer volumen sobre el español de América que aparece en la colección dirigida por José Mondéjar, lo que añade una nueva perspectiva de estudio a estas publicaciones, hasta la fecha dedicadas a aspectos léxicos del español medieval o a cuestiones de lexicología.

    Galeote se propone estudiar el léxico indoamericano de la flora y de la fauna, presente en textos cronísticos y científicos escritos por autores andaluces en los siglos XVI y XVII [1]. Los cronistas seleccionados para el estudio son el sacerdote Miguel Cabello Valboa (1530?-1606), natural de Archidona, el geógrafo sevillano Martín Fernández de Enciso (1469?-1530?), el clérigo jiennense Pedro Ordóñez de Ceballos (?-1630), el humanista y conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada (1509-1579), Fr. Antonio Vázquez de Espinosa (1570?-1630), natural de Castilleja de la Cuesta (Sevilla) y el jurista e historiador Alonso de Zorita (h. 1512-1585?); los tratados científicos que componen el corpus documental son de Juan de Cárdenas (h. 1563-1609), de Fray Agustín Farfán (h. 1534-1604) y de Nicolás Monardes (1507-1588) [2].

    Este trabajo quiere ser una contribución al todavía no realizado, aunque cada vez más necesario, diccionario histórico de los indigenismos y préstamos hispanoamericanos.

    En la introducción (págs. 13-35) encontramos una interesante aclaración conceptual, imprescindible para la lectura de la obra: es la que permite distinguir el concepto de préstamo indoamericano del de indigenismo. El objetivo del autor ha sido recoger unos y otros, es decir, aquellas voces que tienen su origen en alguna de las lenguas indígenas americanas, tanto si se han acomodado, fonética o morfológicamente al español (tal es el caso de los préstamos) [3], como si únicamente se han usado de manera ocasional en nuestra lengua en forma de extranjerismos crudos (así ocurre con los llamados indigenismos) [4]. Quedan fuera del estudio aquellas voces y expresiones patrimoniales que sufrieron adaptaciones semánticas o morfológicas en tierras americanas [5].

    En total, se recogen 314 términos, clasificados en dos grandes apartados, que constituyen el núcleo de la obra. En el primero (págs. 37-312) se estudia el léxico indoamericano de la flora, que aparece subdividido en siete campos onomasiológicos: (1) plantas silvestres, (2) arbustos, (3) plantas cultivadas, (4) plantas medicinales, drogas y otras sustancias, (5) árboles frutales, (6) frutas y (7) otros árboles. El segundo bloque, más breve, recoge el léxico indoamericano de la fauna (págs. 313-396), organizado a su vez en los siguientes apartados: (1) aves, (2) mamíferos (cuadrúpedos y roedores), (3) reptiles y quelonios, (4) animales marinos y (5) insectos.

    En cada artículo figura la definición lexicográfica del término estudiado y abundante información de carácter lingüístico: discusión etimológica, documentación del término en las fuentes que componen el corpus y en otros tratados histórico-científicos de la época, testimonios lexicográficos relevantes, con datos procedentes de los principales diccionarios de americanismos, de los diccionarios generales del español y de una exhaustiva bibliografía sobre el léxico hispanoamericano. Encontramos además información sobre la difusión geográfica de los términos (panhispánica, panamericana, regional, nacional, local), sobre sus variantes ortográficas, los derivados a que dieron origen en la época analizada y en etapas posteriores, sus sinónimos, la penetración de estas voces como hispanismos en otras lenguas europeas, e incluso, en ocasiones, observaciones sobre el uso actual. A todo ello hay que sumar jugosas observaciones de carácter enciclopédico con que se enriquece lo puramente lingüístico: nombres científicos, utilidad y valor comercial de la planta o del animal que se cita, etc.

    Como podrá constatarse, un trabajo de estas características supone una aportación importantísima al conocimiento de la historia del léxico español de origen indoamericano, y por extensión, al esclarecimiento del proceso de adopción de extranjerismos en nuestra lengua.

    El contacto del español con las lenguas indígenas y el desarrollo posterior de la sociedad bilingüe fueron factores decisivos en la «americanización» del español. Se empezaron a usar voces americanas, casi todas relativas a la cultura material, en unos casos por necesidad designativa, y en otros por afán de demostrar conocimiento y veteranía en los nuevos territorios (págs. 19-21). Recuérdese que el neologismo reviste siempre de prestigio, tanto al que lo emplea, como al objeto designado.

    Del corpus textual seleccionado se desprenden datos que permitirán comparar el empleo antiguo y el actual de estas voces. Descubrimos que el uso que hoy hacemos es el resultado de un largo y complicado proceso de acomodación fonética y morfológica, unas veces completado con éxito y otras ni siquiera iniciado, y en el que intervienen factores lingüísticos internos y condicionamientos sociolingüísticos. Asistimos, por ejemplo, a la lucha de sinónimos de distinto origen, como la que experimentan el nahuatlismo aguacate y el quechuismo palta (págs. 215-218 y 276-277), o camote (de origen náhuatl) y batata (de origen taíno) [6], o piña y ananás (págs. 258-259), o la de aura ‘ave rapaz’, término de probable origen antillano y de extensión americana (págs. 316-317), con zopilote o sopilote (páginas 333-334), nahuatlismo usado en Méjico, y con gallinazo, voz empleada en Perú, o la de mezquite (de origen nahuatl), guarango (quechua) y algarroba (págs. 273-274 y 297-298), etc. Junto a los sinónimos, las variantes ortográficas de una misma palabra, de las que tantos ejemplos encontramos en el libro, muestran el difícil camino que va del extranjerismo inestable al préstamo consolidado (ócotl, ocote; mexquitl, mizquitl, mezquite; quirquinchus, quirquincho; taruca, tarugas; yuganas, iuanas, yuana, iguana, etc).

    El léxico indígena de flora y fauna se presenta como un intento de contribuir al diccionario histórico de indoamericanismos, objetivo que cumple con creces. Podría plantearse, tal vez, que una ordenación alfabética, en lugar de la onomasiológica elegida, permitiría un manejo más cómodo de este léxico. Pero en ese caso estaríamos criticando seguramente el recurso fácil de la ordenación alfabética y rechazando un mayor esfuerzo conceptual. La opción elegida enriquece la simple disposición alfabética, a la que, en cualquier caso, se puede llegar con el índice de los términos (páginas 509-516) [7].

    El futuro diccionario histórico sólo tendrá que añadir otras voces que no figuran en el corpus documental manejado por Galeote, y profundizar en la evolución semántica y morfológica posteriores (siglos XVIII-XX) que experimentan algunos de los términos estudiados (zapallo ‘cabeza grande’, zapallazo o zapallada ‘acierto casual’, vizcachera ‘habitación sucia y desordenada’, ganarse los porotos ‘ganarse el pan’, abatatarse ‘aturdirse, atontarse’, empacarse ‘obstinarse’, etc.). Pero un camino importante ya se ha andado en este trabajo.

NOTAS:

[1] Las fuentes analizadas se citan en M. Galeote, op. cit., págs. 477-480.

[2] Puede verse una breve biografía de cada uno de ellos en el apéndice de las págs. 449-473.

[3] Como achiote, aguacate, cacao, guayaba, papaya, mangle, cóndor, coyote, guanacos, vicuñas, pacos, etc.

[4] Como texocoyoli, tianguizpetlat, tlilxuchil, cuxinicuil, nuchtl, amatl, tlacuazi, etc.

[5] Sobre este particular, encontramos una interesante visión de conjunto en la segunda parte del libro de T. Buesa y J. M. Enguita, Léxico del español de América: su elemento patrimonial e indígena, Mapfre, Madrid, 1992.

[6] Véase M. Galeote, op. cit., Universidad  de Granada, 1997, págs. 95-98.

[7] Ya Palminero, en el siglo XVI, temía las críticas de los lectores no habituados a la ordenación ideológica: «No me tienten los discretos lectores de reprehender porque no guardo la regla de vocabulario, pues en ello más hay trabajo mío que daño al lector» (L. Palminero, Vocabulario del Humanista, Valencia, 1569).

M. Calderón Campos

 

Leopoldo Sáez Godoy, El lenguaje secreto de las drogas en Chile: Yerba, gomas, jale, neo y afines, Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1995, 171 págs.

    Esta reciente obra del Prof. Sáez Godoy (Universidad de Santiago de Chile) viene a llenar un vacío en la investigación sociolingüística sobre la variación léxica en el español de América y de España. Sáez Godoy es autor de La toponimia de Valparaíso (Valparaíso, 1963) y El léxico de Lope de Rueda (Bonn, 1968); editor de la Crónica y relación copiosa y verdadera de la conquista de Chile, original de Gerónimo de Vivar (Berlín, 1979), y de los Estudios lingüísticos en memoria de Gastón Carrillo Herrera (Bonn, 1983). Dirige los proyectos «Corpus Integral del Español de Chile» y «Léxico del Español de Chile», aprobados por el FONDECYT. Actualmente dirige el Programa de Bachillerato en Ciencias y Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile.

    El lenguaje secreto de las drogas en Chile representa una valiosa contribución metodológica al estudio de la terminología jergal de un grupo social cada vez más numeroso desgraciadamente. El autor ha querido aproximarse a este submundo de marginación, soledad y fracaso en el que sobreviven los drogadictos, por la vía lingüística, a través del conocimiento de esa jerga que manifiesta el deseo por evadirse de la realidad socio-económica, al tiempo que fortalece la solidaridad interna del grupo social.

    Consta el trabajo que reseñamos de dos partes fundamentales: un interesante estudio sobre la jerga juvenil de los drogadictos chilenos (págs. 17-38) y un repertorio léxico con la terminología secreta obtenida en las encuestas realizadas en los barrios santiaguinos (págs. 39-160). Cierran el volumen la bibliografía, una crónica periodística sobre la «dramática realidad de jóvenes delincuentes» y un índice de voces y afijos.

    El vocabulario recopilado por Sáez Godoy procede básicamente de fuentes orales: las encuestas, que entregan «el lenguaje vivo, actual, cambiante e informal que emplean realmente los jóvenes que están en contacto ocasional o permanente con las drogas» (pág. 20); aunque se completa con fuentes escritas: el vocabulario de la prensa chilena más reciente (1990-1995), «donde cada vez con mayor y alarmante frecuencia han ido apareciendo términos del campo de las drogas, que lentamente se están incorporando a la lengua común del chileno» (pág. 22).

    Tras el comentario somero sobre el carácter unívoco de la terminología en la lengua científica, en la lengua común y en la jerga (argot, sociolecto o lengua especializada), y la respectiva caracterización de tales subsistemas lingüísticos, se analizan conjuntamente las lexías que integran el llamado «léxico juvenil de las drogas ilícitas en Chile». La atención a las variedades diatópicas (variación dialectal), que permite distinguir la terminología jergal de carácter panhispánico —escasa en número de voces— de la terminología panamericana —algunas decenas— o de la exclusivamente chilena, se complementa con consideraciones sociolingüísticas (variación diastrática) sobre las diferentes voces: por ejemplo, la clase popular baja consume bencina ‘gasolina’, pepa ‘cápsula, tableta o pastilla de estimulantes o depresores’ o fluniflunitrazepam, marca comercial de cierto hipnótico’ frente a los hablantes de clase alta, que consumen desde lo más barato (soplao ‘desecho de mariguana con muchos palos y semillas’, trilla ‘desecho de mariguana, que una vez apaleada queda al fondo del saco’) hasta lo más selecto (cogollo ‘la flor de la mariguana, la parte que produce mayor efecto alucinógeno’ y chilombiana ‘mariguana de semilla colombiana cultivada en Chile’). Asimismo, se subraya un rasgo inherente a la jerga, el de su incesante renovación, que convierte en voces obsoletas las más recientes creaciones léxicas, sustituyéndolas por otras nuevas: díler (anglicismo) ‘traficante en cocaína’ se ha reemplazado por trafica; yoins (anglicismo) ‘cigarro de mariguana’ por pito, etc. Hay que poner en relación con este mismo hecho la sinonimia tan abundantemente documentada entre las denominaciones recogidas, consecuencia inmediata del proceso diacrónico, ininterrumpido y constante, de sustitución terminológica, por las razones inherentes a la propia definición de jerga como lengua secreta. Dentro de esta evolución historicolingüística de los términos hay que situar otros fenómenos como la polisemia, esto es la alteración sufrida por el significado de algunas voces, por ej., piloto (norte de Chile) ‘traficante de pasta base de cocaína’ ha pasado a significar ‘comprador de droga’.

    A nuestro juicio, el libro rebosa de información muy útil para profundizar en los procedimientos de creación léxica en el español chileno y para comprobar las semejanzas o diferencias con lo que ocurre en otras zonas del mundo hispánico. No sólo se crean nuevos términos con tradicionales recursos metafóricos (aguja ‘cigarrillo delgado de marihuana’ / guatón-zépelin o zepelín-toro-cañón ‘cigarrillo grueso de marihuana’), sino por prefijación (narcoloco ‘quien trueca el loco —cierto marisco— en veda por droga’); sufijación (jalá < jalada ‘inhalación de droga’, jachisero ‘pinza para sujetar la colilla del cigarro’); composición (matacola ‘pinza’ como la descrita); creación de lexías complejas (la rubia de los ojos celestes ‘Desbutal’) o por elipsis y reducciones (pasta ‘pasta base de cocaína’, neo ‘neoprén’, trafica ‘traficante’, etc.).

    En el español peninsular hay todavía en 1998 raros y escasísimos trabajos de este tipo. Ojalá la obra de Sáez Godoy sirva de estímulo a los investigadores, pues en las entradas del Vocabulario hay abundante material, sobre todo en el texto que autoriza el uso de la voz, repleto de sugestivas propuestas de estudio. Citemos sólo algunos ejemplos, para comprobar lo dicho: s. v. jachisero: «too eso adminículo que se usan pa’ tomar esto jachís, también se le llaman jachisero... la colita que es el jachís se toma con un aparato que es el jachisero»; s. v. matacola: «el matacola como es la caja ‘e fósforo, como puee ser una conchita de mar adaptá, que tú podí poner por un lao el pito y por el otro lao aspirái, que puee ser una pipa especial hecha pa’ eso, puee ser un lapi... pa’ no quemarse los deo [sic] ocupái un matacola»; s. v. rubia de los ojos celestes: «Ante existía la rubia de los ojos celeste [sic], que eran la que tomaban los futbolista [sic], era el, el Debutal, que era una tabletita mitá celeste, mitá amarilla, que tú te tomaai la amarilla creo, la cortabai por la mitá... y ahí quedabai empepao, digamo, o sea acelerado, y después te tomabai pa’bajar... te tomabai la celeste».

    No podíamos concluir sin la referencia a dos términos de la gastronomía chilena, empanada y sopaipilla, que han especializado metafóricamente su significación: empanada ‘paquete de marihuana o de cocaína, envuelto como las empanadas chilenas, con una cantidad suficiente para liar cinco o seis cigarrillos’: «los antiguos en yerba le llaman empaná a un poco de mariguana. Actualmente se llama paquete en todas partes. Los volaítos antiguos, sesentones, onda Santana, ese tipo de música, le llama empaná todavía»; sopaipilla ‘paquete de marihuana más pequeño que la empanada’: «sopaipilla... los paquete [sic] de a gamba, o una empanaíta le icen también, la empaná son un paquete, son más grande, claro, los de a luca» [1]. Así, pues, la obra de Sáez Godoy no es más que un portillo abierto hacia investigaciones futuras en este terreno, a partir de estos materiales que nos han permitido conocer la documentación de la voz jergal en textos orales y escritos, así como su uso en el contexto y algunas apreciaciones sobre su vitalidad sociolingüística.

NOTAS:

[1] Gamba ‘moneda de cien pesos’, luca ‘billete de mil pesos’.

M. Galeote

 

Marta Pérez Toral, Sintaxis Histórica Funcional del Español. El verbo «hacer» como impersonal, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1992, 287 págs.

    Siempre se acoge con entusiasmo un libro dedicado al análisis de la sintaxis desde un punto de vista histórico, más aún si la obra sigue un método riguroso y exhaustivo, como ocurre en el caso del libro que reseñamos.

    Tras una amplia introducción en la que Marta Pérez Toral expone el método y los objetivos de su obra, es decir, la historia sintáctica de las construcciones impersonales con el verbo ‘hacer’ desde los inicios documentales de nuestro idioma hasta la época actual, encontramos un resumen sucinto del estado de la cuestión que recoge las opiniones expuestas sobre estas oraciones en los escasos trabajos monográficos publicados sobre el tema. Si bien los valores impersonales del verbo hacer aparecen mencionados en casi todas las gramáticas, explícitamente o a través de ejemplos, escasos son los lingüistas que dedican su atención a estas estructuras, de formación romance, aunque de origen latino. En esta parte, la autora remite a algunos estudios suyos sobre el tema desde una perspectiva sincrónica. Estos artículos le han permitido conocer la riqueza y complejidad que encierran estas construcciones en la actualidad y enumerar una serie de interrogantes que quedan por responder y que se van a convertir en los puntos que analizará en el apartado descriptivo-explicativo del libro (la categoría funcional del sintagma dependiente de hacer; la naturaleza del transpositor que introduce la oración dependiente; las relaciones entre el orden de los elementos oracionales; el sistema verbal, y la presencia de determinadas preposiciones). Estos factores sirven también para mostrar el interés que adquiere la lingüística histórica en la explicación de los estados actuales de la lengua.

    El libro se divide en dos grandes apartados dedicados cada uno de ellos a los valores de la construcción con hacer («hacer» referido al tiempo cronológico y «hacer» referido al tiempo meteorológico). La mayoría de las páginas de la obra se centra en el primer uso, dada la complejidad estructural que presenta el verbo con este valor. Este empleo se encuentra tanto en oraciones principales como en oraciones transpuestas, de ahí que se analicen respectivamente los dos tipos oracionales en dos partes. Cada una de ellas consta de cinco capítulos, uno preliminar en el que se exponen las conclusiones más relevantes del uso de cada construcción, seguido de cuatro capítulos en los que se describen exhaustiva y sistemáticamente las estructuras halladas y sus variantes en cada uno de los cuatro cortes sincrónicos en que periodiza la evolución de «hacer» con valor cronológico (De los orígenes al siglo XV, siglos XVI y XVII, siglo XVIII y siglos XIX y XX). El menor número de posibilidades combinatorias de las construcciones con valor meteorológico hace que esta segunda parte se divida en cuatro capítulos (Estudio preliminar, Desde los orígenes al siglo XV, siglos XVI y XVII, siglos XVII-XX). Todos ellos finalizan con unos cuadros que reproducen las relaciones entre los tipos de estructuras, las obras y la consecutio temporum de los verbos.

    La presentación ordenada de los datos facilita la comprensión y la localización de las estructuras y dota al texto de claridad en la exposición de los contenidos.

    Las conclusiones principales que se pueden extraer de su pormenorizada descripción son las que resumimos a continuación.

1. Hacer referido al tiempo cronológico.

    Un gran número de gramáticas actuales menciona este valor e incluso existen algunos estudios específicos sobre ella [1]. La referencia al tiempo transcurrido se manifiesta en español a través de dos tipos de construcciones a las que dedica los dos apartados en que se divide esta primera parte: hace como oración principal y hace como oración transpuesta.

1.1. Hacer como núcleo verbal de la oración principal. Tipo: Hace dos horas que estoy esperando.

    Según Pérez Toral, el valor semántico de la oración es generalmente durativo, pero no es el único matiz temporal que puede expresar dicha estructura, dado que el significado de la construcción no sólo depende de la consecutio temporum de los verbos, como indica J. A. Porto Dapena, sino del carácter puntual de la acción.

    Respecto al análisis sintáctico de la construcción, considera la autora que el sintagma dependiente de hacer funciona como implemento, puesto que cumple todos los requisitos de esta función. El implemento presenta un gran número de posibilidades combinatorias. Puede ser un sustantivo, precedido o seguido de un adyacente cuantificador preciso (numeral) o impreciso (indefinido), de un adjetivo, o de un relativo. Se detiene la autora en el análisis de los tipos de cuantificadores y de sustantivos (continuos o discontinuos), dado que una de las hipótesis planteadas en la introducción es la motivación semántica que provoca el cambio de estas fórmulas desde el latín al castellano actual: la tendencia de estas construcciones a expresar una referencia cronológica precisa, de ahí la mayor presencia de cuantificadores y sustantivos imprecisos en las primeras épocas frente a la mayor precisión expresada en la actualidad. De esta manera, la obra añade un breve pero interesante estudio sobre la evolución de los elementos que expresan cuantificación en la historia de nuestra lengua.

    Otro punto de análisis en el que se detiene el estudio es la posición del implemento. En todas las épocas es más frecuente la posposición, expresión del orden lógico de la acción. La anteposición se mantiene hasta el siglo XVIII y desaparece prácticamente en la actualidad ya que queda marcada como arcaísmo, o viene forzada debido a la presencia de interrogativos o relativos. Los datos que aporta la autora muestran que la posición del implemento se relaciona con el empleo del verbo haber (anteposición) o de hacer (posposición).

    Respecto a la oración transpuesta, uno de los problemas que se plantea es la categoría del nexo introductor que. La autora considera esta forma como transpositor de la oración a categoría sustantiva pues se puede sustituir por un sustantivo con valor de aditamento. Esta postura contrasta con la de otros autores que defienden el valor relativo del que [2].

    También a diferencia de otros autores, Pérez Toral defiende la posibilidad de alterar el orden oracional, especialmente en la lengua hablada. A este hecho se une la elisión del verbo hacer, más propia de registros orales, hechos que se manifiestan a partir de la obra de Cervantes.

    Por último se analiza la alternancia de haber / hacer como núcleo verbal. La forma que recoge el valor impersonal del esse latino en la Edad Media es haber, sólo a partir del XVII hacer pasa esporádicamente a expresar el transcurso del tiempo. Los datos extraídos del corpus muestran un período inicial en el que se documenta exclusivamente haber, otro intermedio (Siglo de Oro-siglo XVIII) en el que alterna esporádicamente con hacer, para ya en el siglo XX imponerse este último, de forma que las construcciones con haber se consideran arcaísmos en la actualidad. Para Pérez Toral, no se puede aducir un único factor como motor del cambio verbal sino que problemente debieron de actuar varios motivos como el desgaste semántico de haber, la posible confusión del presente con la preposición a y la referencia temporal más vaga del verbo. Si a ello se une la preferencia de hacer por un número fijo, se podría suponer el origen del cambio. El proceso es el siguiente: se invierte el sujeto y se asimila al uso impersonal de haber; posteriormente se pierde la conciencia del mismo y hacer pasa a funcionar como impersonal oponiéndose por la posición del implemento (haber-implemento antepuesto / hacer-implemento pospuesto).

1.2. Hacer como núcleo verbal de oración transpuesta. Tipo: Estoy esperando hace dos horas.

    La referencia temporal de hacer depende de los tiempos verbales, puede tener valor puntual o durativo, y en esto difiere la autora de J. A. Porto Dapena, quien considera únicamente el valor pretérito puntual para esta construcción.

    El análisis del implemento muestra que se siguen las mismas tendencias que con la evolución de la oración principal. Las posibilidades combinatorias del implemento presentan mayor variedad a partir del XIX, período en el que se produce también un mayor crecimiento del empleo de la oración transpuesta (OT) y una mayor determinación. En esta época, el núcleo de la oración subordinada está mejor delimitado semánticamente que el de la oración principal (OP).

    En cuanto a la posición del implemento, si bien puede aparecer en ambas posiciones, el cómputo total muestra un predominio de la posposición. En su análisis de los textos, se observa la consolidación de la subordinación a través de la implementación antepuesta. Esto y el hecho de que una vez que se introduce hacer se invierta la posición del implemento, demuestran, según la autora, la motivación semántica de los cambios en la estructura con hacer / haber referidas al tiempo cronológico. La anteposición se reduce a partir del XIX-XX y en estos siglos la oración subordinada tiende a imponerse como la referencia más precisa, y la principal asume ciertos matices de indeterminación, a través de la posición del implemento y del empleo de nuevas formas de cuantificación indefinida (cerca de, una porción de años), o del uso creciente de sustantivos continuos (rato, momento, instante),

    En cuanto al estatuto de la proposición, Pérez Toral defiende el valor de núcleo verbal impersonal de hacer y le confiere la categoría de Oración Transpuesta a función adverbial (aditamento sin transpositor), dado que el aditamento no necesita transpositor y la oración puede sustituirse por un adverbio, sn o sp con esta función. La presencia del relativo cuando al focalizar la oración es otro factor lingüístico que apoya su teoría. Por último, no se trata de una construcción fosilizada, puesto que no cumple los requisitos de esta clase de estructuras.

    La movilidad oracional de la OT es posible debido a su función de aditamento, pero el orden lógico es el que prevalece en todas las épocas. El mayor número de ocurrencias con cambio de orden tiene lugar en el último período en el que hacer ha asimilado definitivamente los valores de haber.

    En estas construcciones el verbo puede ir precedido de preposición, inmediatamente antepuesta al núcleo verbal de la OT. Las preposiciones desde, hasta, de, ausentes en las primeras épocas, aparecen en los últimos siglos, como respuesta a la necesidad de precisar la referencia temporal, tendencia que manifiesta la evolución global de estas construcciones.

    En este apartado diferimos de Marta Pérez Toral en una cuestión que no afecta a la idea principal. Al estudiar el uso de la preposición desde (pág. 119), clasifica las oraciones del corpus en tres grupos. El tercero de ellos incluye las construcciones en las que el verbo (hacer / haber) es incompatible con la preposición («Pero entonces llevaría turbante y chinelas amarillas como el moro que yo vi hace treinta años cuando fue a Cádiz» (Gavt. 62). Por ello son incorrectas formas como «el moro que yo vi desde hace treinta años».

    Creemos que la agramaticalidad de este ejemplo no se debe a la incompatibilidad entre el verbo hacer y la preposición, sino entre el verbo ver (desinente en un tiempo perfecto) con la preposición desde con valor temporal. El tiempo verbal perfectivo de persiguió en «Hace un año lo persiguió la Policía por una estafa que había cometido en Madrid» (Pereda, 85), es el factor que determina la incompatibilidad de este ejemplo, pues se puede expresar «desde hace un año le persigue la Policía» (presente), o «lo está persiguiendo». Son las formas verbales de la oración principal las que determinan la presencia o ausencia de la preposición.

    La presencia de hacer comienza a ser esporádica en el Siglo de Oro, también en Cervantes y siempre que se desea expresar una referencia temporal más precisa. En el siglo XVIII la alternancia de los verbos se encuentra también motivada por la posición antepuesta (haber) o pospuesta (hacer) del implemento. Al igual que en la oración principal, haber es en la actualidad una forma arcaica que se mantiene en los pocos casos de anteposición.

2. Hacer referido al tiempo meteorológico.

Tipo: Hace calor.

    Este tipo de construcciones se emplea siempre que en español no hay un signo que combine ambos elementos.

    El análisis del implemento en estas estructuras revela la presencia de sustantivos meteorológicos (calor, frío), que no necesitan adjetivación, e incluso, en determinadas épocas, se emplean en la lengua literaria otros sustantivos (hambre, polvo) con este uso.

    El implemento puede ir tanto antepuesto como pospuesto, si bien la anteposición es excepcional y se restringe a las oraciones exclamativas, interrogativas y oraciones de relativo.

    El uso de estas construcciones se encuentra consolidado ya en la Edad Media, pero los cambios importantes que se producen en las oraciones referidas al tiempo cronólógico en el Siglo de Oro, influyen en estas construcciones. Aparecen esporádicamente formas con el verbo haber; al mismo tiempo, se fijan las estructuras tipo de estas construcciones y se reduce el número de posibilidades combinatorias de forma que se convierten en expresiones fosilizadas en la actualidad.

    Una vez expuestas las ideas principales del libro y las tendencias generales de la evolución de dichas construcciones, queremos aportar algunas ideas que nos ha sugerido la lectura detallada y comprensiva del libro y que de ninguna forma le restan valor, ya que sólo llaman la atención sobre algunos aspectos que podrían estudiarse desde otro enfoque.

    En general, destaca en el libro la aplicación sistemática, rigurosa y correcta del método funcional y de sus objetivos a la lingüística histórica. La autora analiza exhaustivamente todas las posibilidades funcionales de las estructuras impersonales y todas sus variantes. Pero, en nuestra opinión, esta metodología no le permite desarrollar algunos puntos, esbozados en algunas de sus páginas, que podrían resultar relevantes para explicar la evolución de las construcciones con hacer impersonal.

    Así, en primer lugar, el corpus empleado por la autora se limita a textos literarios escritos, que selecciona con cuidado y que son suficientes para el propósito que motiva el estudio. Una vez avanzado el análisis, la propia autora se percata de que las construcciones con hacer y determinadas fórmulas y estructuras son más frecuentes, o aparecen por primera vez, en obras que de alguna forma reflejan rasgos de oralidad (Zifar, La Celestina, las obras de Cervantes, Diálogo de Mercurio y Carón, Viaje de Turquía...). Si esta aseveración se afirma con rotundidad con relación a El Jarama, por ejemplo, ya en nuestro siglo, y esta idea le permite concluir, acertadamente, que las construcciones con hacer referidas al tiempo cronológico debieron de iniciarse en la lengua hablada y generalizarse en este registro mucho antes de que lo hicieran en la lengua escrita, no le lleva a replantearse el estudio de otros tipos de lenguaje (jurídico-administrativo) que, aun perteneciendo a un nivel culto, pudieran reflejar rasgos de oralidad al menos en algún apartado de la macroestructura textual (narratio del proceso).

    En segundo lugar, aunque en ocasiones hace mención de la influencia que la versificación tiene en el orden de los elementos oracionales, echamos en falta un cuadro analítico en el que se reflejen no sólo las diferencias entre la prosa y el verso, sino también entre los distintos tipos textuales, dado que el carácter circunstancial de las construcciones objeto de estudio es más propio de los textos narrativos que de otra clase textual. Estos factores (rasgos de oralidad, reflejo de un nivel más popular, tipología textual) son, a nuestro parecer, determinantes en el estudio de la sintaxis y dan cuenta de muchas de las afirmaciones que la autora deja entrever, pero que no desarrolla.

    En conclusión, la obra de Marta Pérez Toral es de indudable interés para los estudiosos de la lengua española y, en especial, de la sintaxis histórica. Su análisis descriptivo y sistemático de todas las posibilidades estructurales del verbo hacer impersonal, acompañado de claras explicaciones interpretativas, da cuenta de la evolución del uso de las construcciones impersonales con hacer en un amplio período temporal. El libro se convierte, pues, en un aporte imprescindible para la filología española.

NOTAS:

[1] Destacan los artículos de J. A. Porto Dapena y la obra de Rasmussen.

[2] R. Cano Aguilar, «Problemas de delimitación sintáctica: el que de ha(ce) tiempo que, más que y otros», en Actas del III Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, vol. I, Arco-Libros, Madrid, 1996, págs. 231-240.

A. Ricós Vidal

 

Francisco Moreno Fernández, Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje, Ariel (Col. Ariel Lingüística), Barcelona, 1998, 399 págs.

    Este manual que acaba de ver la luz prestigia, a nuestro juicio, la colección Ariel Lingüística doblemente, tanto por las características del volumen editado, como por su autor, F. Moreno Fernández, cuya larga trayectoria investigadora en sociolingüística está jalonada por interesantes publicaciones, de sobra conocidas.

    Al volumen que reseñamos, de contenido denso pero de presentación atractiva, se le ha añadido: a) un glosario sociolingüístico, donde se aclaran los conceptos «más importantes de la sociolingüística y la sociología del lenguaje» (págs. 345-354); b) una extensa y actualizada relación de la bibliografía manejada, con la referencia completa, tanto al final como en las notas a pie de página (págs. 355-373); y c) un índice analítico, que permite localizar nombres propios, topónimos, términos o conceptos citados en el texto (págs. 375-393). Asimismo, cada uno de los veinte capítulos —conforme a las características de la Colección— termina con unas Reflexiones y ejercicios, llenos de sugerencias atractivas para el lector neófito, más las pertinentes Orientaciones bibliográficas, que resultan imprescindibles para quienes se adentran en la maraña de la sociolingüística. Por último, aunque hubiera sido deseable por parte del lector encontrar unas Conclusiones, lo cierto es que inexplicablemente faltan éstas en un volumen tan extenso y enjundioso.

    No obstante, esta «suerte de manual introductorio que pretende ser amplio, claro y útil» (pág. 11), como se verá en adelante, es mucho más profundo y menos general de lo que se afirma en un principio. Sobresale en él, ante todo, la madurez y el dominio con que ha logrado exponer Moreno Fernández la metodología sociolingüística en esta obra, cuyas tres primeras partes se dedican a «la presentación de los conceptos y principios básicos de la sociolingüística, procedan de la escuela que procedan, aunque el peso de la investigación norteamericana se ha de hacer notar» (pág. 13). Así, en La variación en la lengua (págs. 17-138) se exponen, dentro de la variación lingüística, los conceptos de variación fonético-fonológica, morfosintáctica y léxica, junto a otros tan escurridizos como el de comunidad de habla, para ocuparse a continuación del fenómeno de la «variación sociolingüística, definido como la alternancia de dos o más expresiones de un mismo elemento, cuando ésta no supone ningún tipo de alteración o cambio de naturaleza semántica y cuando se ve condicionada por factores lingüísticos y sociales» (pág. 33).

    La minuciosa presentación de las variables independientes o sociales se hace por el siguiente orden: sexo, edad, clase social, nivel de instrucción, profesión, procedencia geográfica y barrio de residencia, y raza o etnia. Moreno Fernández advierte, de todas maneras, que la investigación sociolingüística debe ir precedida «de un análisis sociológico de la comunidad y de estudios exploratorios que permitan comprobar cuáles son las variables realmente importantes en la estructura social y cuáles son las que previsiblemente pueden influir más en el uso social de la lengua» (pág. 34). A este respecto, sólo reseñaremos varias cuestiones: 1ª) Que desde los estudios variacionistas labovianos se viene hablando de un modelo sociolingüístico de sexo; 2ª) Que la lengua no es sexista, sino la sociedad y, por tanto, la «sociolingüística feminista» y las feministas conviene que trabajen para eliminar el sexismo de la sociedad; 3ª) Que los grupos generacionales existen pese a la dificultad de establecer sus límites; 4ª) Que la variación sociolingüística está condicionada por la estratificación social (clase social), al tiempo que mercado lingüístico, red social y modo de vida son conceptos imprescindibles actualmente para acercarnos al realismo sociolingüístico; y 5ª) La sociolingüística urbana no puede prescindir del barrio de residencia del informante, por cuanto se ha visto que es un factor o variable con grandes repercusiones lingüísticas. Por último, ejemplos de la interacción de las variables dependientes e independientes en español en el tercer capítulo (págs. 71-83).

    Tras unas consideraciones de la sociolingüística a partir de la dialectología, Moreno Fernández se ocupa del cambio lingüístico, una cuestión cuyo interés se ha revitalizado en nuestro tiempo gracias a los estudios sociolingüísticos. Atrás queda la etapa hegemónica de los estudios sincrónicos. William Labov demostró que «la variación y el cambio podían ser investigados sobre bases empíricas muy sólidas y a partir de materiales de las hablas vivas», aunque precisó que no toda variación desembocaría necesariamente en un cambio lingüístico. Sobre este asunto sigue trabajando Labov, que ya ha publicado Principios del cambio lingüístico. I. Factores Internos [1994] , Gredos, Madrid, 1996 (trad. española en 2 vols.) y prepara los factores externos. Culmina esta primera parte del manual con una revisión del concepto de variación sociolingüística dentro de la lengua y con la formulación de unos principios generales, relativos a la esfera sociolingüística y a la esfera sociológica.

    Bajo el título La lengua en su uso social, se agrupan los cuatro capítulos de la segunda parte (págs. 141-208), donde se analizan las relaciones entre sociolingüística, pragmática y psicología social. Moreno Fernández presta ahora especial atención a las actitudes lingüísticas, al concepto de prestigio y a los planteamientos de la «etnografía de la comunicación», cuya visión de la lengua supera los límites estrictamente lingüísticos.

    La tercera parte, La coexistencia de lenguas y sociedades (págs. 211-291), estudia el bilingüismo, con sus efectos, consecuencias y aspectos educativos; la diglosia y la poliglosia, la elección, sustitución y mantenimiento de lenguas, así como la coexistencia de sociedades y de lenguas, que origina el complejo fenómeno de las lenguas en contacto, cuyo estudio se ha desarrollado notablemente desde 1953, fecha de publicación del libro de Uriel Weinreich (Languages in contact). Este mismo año acaba de ver la luz una nueva publicación de Marius Sala al respecto [1]. Las reflexiones sobre sustrato, superestrato y adstrato, así como sobre el préstamo léxico, el cambio de código y los procesos de pidginización y criollización lingüística cierran el capítulo 16 y la tercera parte.

    Por último, en el apartado Teorías, métodos y aplicaciones (págs. 295-343), que constituye la cuarta parte y la más breve de estos Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje, Moreno Fernández resume brevemente los orígenes de la sociolingüística y sus corrientes actuales: la sociolingüística cuantitativa urbana o variacionismo, la sociología del lenguaje y la etnografía de la comunicación (pág. 299), con las naturales diferencias que se derivan de distintos países e investigadores y las distintas escuelas, además de las peculiares condiciones sociolingüísticas (cap. 17). A continuación, se centra el autor en la exposición del variacionismo (nacido en los sesenta con W. Labov), cuyo objeto de estudio ha sido «la lengua en su contexto social y el cambio lingüístico». Moreno Fernández reconoce, como en otras publicaciones anteriores de manera más o menos expresa, que la sociolingüística variacionista de inspiración laboviana es una «metodología que sorprende por su refinamiento y por su eficacia», aunque no agota exhaustivamente con su interpretación el cambio ni la variación sociolingüística.

    Ni el español peninsular ni el de Hispanoamerica se ha beneficiado —todo lo que se merecería— de la aplicación de los principios del variacionismo cuantitativo en la investigación, aunque Moreno Fernández es optimista y piensa que «todo se andará» (pág. 308). Lo cierto es que, tras el examen minucioso de este manual, a pesar de que su autor se ha esforzado en aportar el mayor número de ejemplos que encontró a mano, nos queda la impresión de que se necesita, efectivamente, llevar a cabo la aplicación sistemática del variacionismo al español y aportar muchos más ejemplos todavía, para que se compruebe la utilidad de las teorías y modelos sociolingüísticos, de raíz variacionista cuantitativa, al explicar la variación y el cambio en esta lengua que hablamos tantos millones de personas. «Aunque no sea la panacea universal» (pág. 308), por ahora no tenemos otra mejor. Y Moreno Fernández hace mucho tiempo que lo sabía. Por eso, está dispuesto a andar por veredas, caminos, senderos, trochas o coladas —coláh, en Andalucía—, a hacer camino, porque tampoco en sociolingüística «hay camino, / se hace camino al andar».

NOTAS:

[1] M. Sala, Lenguas en contacto, Gredos, Madrid, 1998, que es la segunda edición, revisada y ampliada, de El problema de las lenguas en contacto, UNAM, México, 1998.

M. Galeote

 

Antonio Narbona, Rafael Cano y Ramón Morillo-Velarde, El español hablado en Andalucía, Ariel (Col. Ariel Lingüística), Barcelona, 1998, 251 págs.

    A este reciente libro de la Colección Ariel Lingüística le han cortado los vuelos —cuando tal vez se pretendía lo contrario— con la declaración expresa de no haber sido «pensado y escrito para especialistas, sino para cuantos se interesen o experimenten curiosidad por conocer las hablas meridionales de España» (Presentación, pág. 10). En este sentido, se prescinde de «términos específicos, de notas y de referencias bibliográficas» (ibid.). El lector hubiera deseado conocer, no obstante, la bibliografía manejada y la selecta, para orientarse en este piélago inmenso, de «falsos tópicos y estereotipos», que han empañado hasta ahora el retrato «mutilado» sobre el «hablar español de los andaluces» (pág. 9).

    Tal mutilación, cuando se ha producido, se aprecia en ámbitos alejados de la lingüística y la dialectología, propiamente dichas. Si se acepta, con Mondéjar, la existencia de una etapa testimonial y otra precientífica en los orígenes de la dialectología andaluza, anteriores a la etapa científica en que nos hallamos; también deberíamos convenir en que tales etapas no se han sucedido cronológicamente, sino que prolongándose en el tiempo, coexisten y hasta se adelanta alguna respecto de las otras. Por eso, no faltan hoy «aficionados» que persiguen lo pintoresco en las hablas andaluzas, junto con los rasgos autóctonos, peculiares y exclusivos; ni quienes recrean literariamente el andaluz: incluso Juan R. Jiménez aprovecha en su Diario de un poeta recién casado (Visor, Madrid, [1916] 1995, pág. 81) las impresiones que percibió del habla sevillana en el tren de Cádiz, a su paso por Dos Hermanas: ¡Do Jermaaana!, ¡Violeeetaa!, ¡Agüiiita frejca! Este testimonio literario, que no hemos visto nunca citado, de aspiración y pérdida de la -s implosiva en las tierras bajas andaluzas, se suma a tantísimos otros que —aún en 1998— perfilan el retrato pintoresco y costumbrista de Andalucía, elaborado con rasgos lingüísticos, básicamente. Es aquí, pues, donde se manipula, se falsea y se confunde la realidad lingüística. No digamos nada de quienes buscan complejos de inferioridad donde no los hay, ni de quienes pretenden «imponer» —por razones extralingüísticas que no se les escapan a los autores— una modalidad andaluza rústica, suburbana o mixta, convertida en norma culta y diferente de la norma culta española.

    Por tanto, este primer capítulo (págs. 13-25), más breve que los cuatro restantes por su carácter introductorio, establece las líneas generales por las que discurrirán las consideraciones sobre Historia del andaluz (páginas 29-122), La pronunciación (págs. 125-191), La gramática del habla andaluza (páginas 195-234) y Nivelación, no «normalización» (págs. 237-246) de los autores, que son especialistas en la investigación del español meridional, desde el punto de vista histórico y sincrónico.

    A nadie se le oculta que tras este libro que reseñamos se halla otro de Narbona y Morillo-Velarde, agotado hace años [1]. Ha sido un acierto, pues, elaborar con la colaboración de Rafael Cano una obra más ambiciosa que aquélla, pero alentada por el mismo espíritu divulgador.

    Los autores advierten en el segundo capítulo las dificultades que conlleva desentrañar los orígenes del español en Andalucía, incluso esclarecer el étimo de Andalucía y de andaluz. Convienen al mismo tiempo en que con los conocimientos disponibles no puede establecerse ninguna vinculación entre el mozárabe de Al-Andalus y el castellano trasplantado aquí por los indígenas, desde las nórdicas montañas cántabras y vasconas a partir del siglo XIII.

    Analizan detenidamente la repercusión de los condicionamientos sociohistóricos, políticos y culturales en la conformación del dominio dialectal andaluz, junto con un repaso a los primeros testimonios, noticias e indicios sobre el castellano de Andalucía en los siglos XIV y XV. Dentro de «la historia de los sonidos» (págs. 55 y sigs.) se analiza el ceceo-seseo, la aspiración (de F- inicial latina y de otros orígenes), el yeísmo y otros cambios fonéticos. Luego se hace un repaso breve de la historia gramatical, considerando las formas verbales y usos pronominales; seguido de un esbozo de «historia del vocabulario» andaluz, con especial atención a sus fuentes: arcaísmos, mozarabismos, arabismos, portuguesismos, leonesismos, orientalismos (voces aragonesas y catalanas), italianismos, americanismos y préstamos de origen caló. En fin, insisten los autores en la delimitación de subzonas dentro de la Andalucía léxica y cuestionan su «riqueza léxica», restringida a la vida cotidiana en el mundo rural: las denominaciones más numerosas y variadas se aplican a realidades materiales y culturales, «el mundo de las realidades espirituales, conceptuales, el de las palabras que no se refieren a precisas técnicas agrícolas o de construcción, es muchísimo más pobre [...] ello no es de extrañar, pues lamentablemente el analfabetismo ha sido, hasta hace muy pocos años, la realidad dominante en el pueblo andaluz, y tampoco éste ha gozado de elites culturales especialmente creadoras» (pág. 107). Termina este extenso capítulo con la imagen histórica de las hablas andaluzas a través de diferentes textos y testimonios (págs. 109-116) y un brevísimo apunte —hubiera merecido un capítulo— sobre el parentesco del español de América con el de Andalucía.

    Nos adentramos seguidamente en el aspecto más perceptible y llamativo, en consecuencia, de las hablas andaluzas: su peculiar y compleja pronunciación, que no nos permite concebir el andaluz como unidad lingüística, sino como el nombre, más o menos justificado, de una enorme diversidad, cuya exacta descripción exige una serie de importantes subdivisiones (págs. 125 y sigs.). Entre los rasgos fonéticos se estudian el seseo-ceceo y la aspiración de -s implosiva en los plurales con la consiguiente alteración en el timbre de la vocal, que llega a abrirse y palatalizarse (págs. 128-147), además del yeísmo, la desafricación de la prepalatal africada sorda /c/, la debilitación fonética de las consonantes implosivas, la conservación de la arcaica [ h] < F- latina, al lado de algunos otros hechos fonéticos menos generalizados.

    Asimismo, los autores han completado este capítulo con un apartado al que se le había prestado poca atención, el habla andaluza de los emigrantes dentro de la misma región y fuera de ella, incluidas las comunidades autónomas bilingües. Pues hay un hecho sociológico innegable: que entre 1951 y 1970 se marcharon de Andalucía más de un millón cuatrocientos mil emigrantes. Conviene recordar a propósito el estudio de Francisco Báez [2] —originariamente presentado como tesis doctoral en la Universidad de Zürich— sobre el habla de los granadinos de Tocón que emigraron a Cataluña entre 1950 y 1970. No cabe duda, pues, que los autores de El español hablado en Andalucía han ampliado el área de estudio y reclaman mayor atención para el andaluz hablado fuera de Andalucía, bien en Lausanne, en Barcelona o en Palma de Mallorca, por citar algún ejemplo.

    Por último, si Narbona y Morillo-Velarde habían contestado en 1987, a la pregunta que daba título al capítulo quinto, ¿Hay una sintaxis andaluza?, que «No puede sostenerse que haya propiamente una sintaxis andaluza distinta de la del castellano» [3]; ahora, un decenio después, al comienzo del capítulo IV, La gramática del habla andaluza, ambos investigadores —a quienes se les ha unido R. Cano— matizan aún más la cuestión: «No parece que las peculiaridades morfológicas y sintácticas del andaluz sean muchas ni particularmente relevantes. Si decimos parece es porque al estar casi enteramente por hacer el estudio riguroso y sistemático del español conversacional, no es posible señalar con seguridad las coincidencias y divergencias entre sus variedades» (pág. 195). Concluyen que, «en suma, la gramática del andaluz es básicamente la del español hablado [ ...] Las divergencias en morfología tampoco son muchas, y el constante polimorfismo genera inestabilidad y tensiones» (pág. 234).

    Las restantes páginas del libro insisten sobre asuntos ya apuntados, como son la necesidad de planteamientos sociolingüísticos que complementen a la dialectología andaluza y la importancia de erradicar el analfabetismo tradicional andaluz, al mismo tiempo que se eliminan las actitudes conservadoras de los particularismos a ultranza. Frente a una normalización, reivindicada por unos cuantos, Narbona, Morillo-Velarde y Cano oponen una nivelación como ideal hacia el que encaminarse. Es menester, pues, conocer mejor las variedades meridionales del español en Andalucía y respetarlas. Este libro contribuye como pocos a esa tarea que tenemos pendiente los andaluces.

NOTAS:

[1] A. Narbona y R. Morillo-Velarde, Las hablas andaluzas, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba, Colección de bolsillo de CajaSur, Córdoba, 1987.

[2] F. Báez de Aguilar González, El conflicto lingüístico de los emigrantes castellanohablantes en Barcelona, Universidad de Málaga, 1997.

[3] A. Narbona y Ramón Morillo-Velarde, op. cit., pág. 101.

M. Galeote

 

Ignacio Bosque (ed.), El Sustantivo sin determinación. La ausencia de determinante en la lengua española (Col. Gramática del Español, nº 2), Visor Libros, Madrid, 1996.

    El Sustantivo sin determinación es una recopilación de artículos que tratan de esclarecer la cuestión de la falta de determinante en español, aportando para ello diversos puntos de vista, además de un exhaustivo análisis gramatical y una amplia bibliografía sobre el tema y cuestiones adyacentes al final de cada capítulo. El libro está dividido en tres partes: una exposición general, una explicación de base sintáctica, y una de tipo semántica y pragmática.

    La primera parte sitúa al lector con respecto al estado de la cuestión. De esto se encarga Ignacio Bosque, que también expone sugerencias propias con respecto a algunos aspectos del fenómeno, pero sobre todo nos adentra en las opciones más interesantes de las ofrecidas hasta este momento, resumiendo los motivos de la polémica. Ignacio Bosque proporciona, en una introducción que es repaso y balance del tema, tanto la denominación generalmente aceptada de «sustantivos escuetos», como las soluciones que se han ido dando a este problema de la ausencia de determinantes o cuantificadores. La explicación tradicional, defendida entre otros por Amado Alonso, hace referencia a la «esencia» o al «concepto» del sustantivo, siendo los artículos actualizadores de este significado. Bosque afirma que en esta teoría se intuye, aún sin perfilar, el aspecto central de los análisis más actuales que plantean que la oposición determinante-no determinante corresponde a la oposición cuantitativo-cualitativo del carácter con que el objeto es nombrado.

    También se engloba en este primer apartado un artículo de Rafael Lapesa publicado en 1974, cuya vigencia, brevedad y claridad lo hace útil como introducción y, a su vez, aporta una de las más interesantes perspectivas sobre el tema. Este estudio, que atiende a la estilística tanto como a la gramática, da un enfoque diacrónico que defiende la convivencia de dos sistemas diferentes en el español actual, así la dificultad del análisis de los sintagmas nominales sin determinante quedaría explicada, puesto que algunos serían restos del sistema medieval.

    La segunda parte es un análisis de base sintáctica. Consta de tres artículos en los que Heles Contreras, Pascual J. Masullo y Ximena Lois tratan de acercarnos a una interpretación concluyente de la cuestión.

    Heles Contreras defiende el análisis de los sintagmas nominales sin determinante como «sintagmas cuantitativos de núcleo vacío» (pág. 144). Basándose, entre otros argumentos, en la interpretación partitiva que ofrecen los sintagmas nominales sin determinante, afirma que algunos de estos sintagmas incluyen un cuantificador tácito, y analiza los cuantificadores como núcleos independientes que equivaldrían a un sintagma nominal de núcleo vacío.

    Pascual José Masullo adopta un enfoque incorporacionista basado en los estudios de Chomsky y Baker. En sus conclusiones, defiende que los sintagmas sin determinante necesitan incorporarse a un predicado que los marque temáticamente para poder ser legitimados, argumentando que en muchos casos «el predicado complejo resultante tiene un equivalente léxico morfológicamente simple» (pág. 196). No obstante, Masullo admite que los casos de incorporación nominal plantean algunos problemas teóricos que tendrán que ser investigados con más detalle.

    Ximena Lois basa su análisis en las hipótesis desarrolladas por Longobardi, y en el Programa Minimalista de Chomsky, y expone el paralelismo entre la oración y la frase nominal y el hecho de que las dos intervengan en procesos de cuantificación, sugiriendo el estudio de las analogías entre frases nominales y oraciones como la clave que facilitará el análisis de estos sintagmas sin determinante.

    La última parte contiene una serie de artículos que analizan la cuestión desde el punto de vista de la pragmática, atendiendo principalmente a argumentos semánticos pero teniendo en cuenta factores morfosintácticos.

    Brenda Laca, de la Universidad de Estrasburgo, centra su investigación en los plurales escuetos y expone una hipótesis sobre la distribución de éstos a partir de la semántica. La hipótesis defiende que los plurales escuetos no constituyen «expresiones referenciales o cuantificadas», sino que se trata de «expresiones genéricas», solamente aptas para designar especies de cosas «como dominios o restricciones de la cuantificación» (pág. 264).

    Joaquín Garrido confirma la necesidad de contar con una perspectiva que analice estos sintagmas a todos los niveles y que combine las diferentes disciplinas. En cuanto a la naturaleza cuantitativa de los sustantivos escuetos, plantea la importancia de la posición de estos sintagmas con respecto al verbo: «La opción de ser escueto o determinado se combina con la posición del sintagma con respecto al verbo» (pág. 332). Se propone un análisis complejo de las propiedades de las estructuras sintácticas, teniendo en cuenta las indicaciones aspectuales y las indicaciones léxicas, además recuerda la existencia de «estructuras alternativas (en competencia evolutiva)», y la tendencia a la lexicalización en español de la construcción con artículo.

    Por último, el artículo de José Luis Iturrioz Leza, de la Universidad de Guadalajara (México) ofrece una enumeración de los factores que influyen en la aparición o ausencia de los artículos y distingue entre factores lexicales, gramaticales y textuales. Además, señala la necesidad de situar el uso de los artículos en el plano de la operación de determinación en general y la importancia de la relación con funciones como individualización, posesión y nominación. Iturrioz orienta el estudio hacia una perspectiva más amplia ya que hay varios grados de indeterminación con los que podemos encontrarnos: carencia de artículos, falta de otros determinantes fuertes como demostrativos, adjetivos, deícticos y cuantificadores no numéricos, falta de atributo y sintagma «absolutamente escueto».

    Nos encontramos ante un tratado científico, un libro especializado que trata un tema al que se le viene dedicando una intensa atención. Se pretende dar una perspectiva de las distintas propuestas y teorías que han ido surgiendo. Así, cada artículo presenta una fundamentación diferente y el resultado es, en palabras de Ignacio Bosque, representación de «la pluralidad de enfoques que existen sobre tan debatida cuestión» (pág. 16).

P. López Mora

 

 

Publicado en Analecta Malacitana, XXI, 1, 1998, págs.