D. BERNARDO DE BALBUENA, OBISPO DE PUERTO RICO

Estudio biográfico y crítico por

Manuel Fernández Juncos

ordenado y dispuesto para la imprenta

por Raúl Díaz Rosales

Universidad de Málaga

 

NOTA PREVIA

  

    En su canónica monografía sobre épica áurea, no escatimó Frank Pierce elogios en torno a la labor crítica de Manuel Fernández Juncos y su estudio sobre Balbuena: «Contiene este libro una magnífica apreciación crítica del Bernardo, primera en su clase desde el análisis de Lista»[1]. Aludía al Examen del «Bernardo» de Balbuena[2]. Efectivamente, ambas obras suponen los primeros estudios que atienden en exclusiva en sus aportaciones a la obra de Balbuena. Si el primero de ellos centraba su análisis en el Bernardo y, a través de él, la comparación del poeta con Lope de Vega y Ariosto, Manuel Fernández Juncos aglutina diversos trabajos parciales del obispo de Puerto Rico para ofrecer una visión de conjunto que, aunque sitúa el poema épico como columna vertebral, abarca también datos biográficos y primeros asedios a sus otras dos obras (su novela pastoril Siglo de oro en las selvas de Erífile, de 1604, y el poema descriptivo Grandeza mexicana, de 1608)[3]; incluye, asimismo, un cuarto capítulo que esboza un brevísimo panorama sobre la literatura española del Siglo de Oro.

   La recepción de este texto ha sido escasa en los estudios en torno al valdepeñero: si bien en «El Bernardo» of Bernardo de Balbuena. A Study of the Poem with Particular Attention to its Relations to the Epics of  Boiardo and Ariosto and to its Significance in the Spanish Renaissance[4], John Van Horne lo utilizaba como fuente constante a la que acudir en la reconstrucción de la biografía del valdepeñero, en Bernardo de Balbuena. Biografía y crítica, una vez asumidos los nuevos datos que modificaban sustancialmente la anterior cronología, la obra de Fernández Juncos limita su aparición a una aséptica descripción bibliográfica (la cursiva es de Van Horne): «Cree [Manuel Fernández Juncos] que ningún otro poeta español poseía para la poesía las maravillosas dotes de B., pero que tenía también grandes defectos. Analiza estos defectos; contribuye con un repaso histórico de crítica sobre el Bernardo; nombra como modelos a Homero, Virgilio, Ariosto»[5]. De la pérdida de interés de estas páginas, a medida que surgían críticas más elaboradas y pertinentes, da buena cuenta la exclusivión de este estudio en la bibliografía propuesta por José Rojas Garcidueñas, quien retoma la labor divulgadora de John Van Horne en su monografía Bernardo de Balbuena. La vida y la obra[6].

    Su vigencia, obviamente, es limitada ya desde las primeras páginas. Las incorrecciones biográficas responden a la nebulosidad histórica que enturbiaba el acercamiento al poeta[7], y el escaso ahondamiento crítico al que puede aspirar el autor se justifica por la riqueza de la obra del valdepeñero, directamente proporcional a su olvido crítico. Pero sí hay que valorar de Fernández Juncos esa labor inauguradora en el estudio sistemático y global de la vida y obra de Balbuena, aunque con ciertas restricciones hermenéuticas que limitan su pluralidad, como bien señaló Pierce: «En resumen: Fernández Juncos da un paso más en la estimación de la épica de Balbuena, aunque con ciertos prejuicios lisonjeros para la isla portorriqueña de la que era hijo y en la que había vivido el mismo Balbuena». Más aún, el patriotismo de Fernández Juncos (ovetense de nacimiento, aunqueo puertorriqueño adoptivo) alcanza paradigmática cristalización en su autoría de la letra de La borinqueña, himno actual de Puerto Rico.

    Esta edición reproduce fielmente el libro de Manuel Fernández Juncos D. Bernardo de Balbuena. Obispo de Puerto-Rico. Estudio biográfico y crítico por..., Puerto-Rico, Biblioteca de «El Buscapié», Imp. Las Bellas Letras, 1884. Las modificaciones puntuales introducidas responden a la corrección, en primer lugar, de las erratas señaladas al final del libro en su versión original. Asimismo, he corregido también aquellas que pasaron desapercibidas en su corrección: siglos XVI y XVI > siglos XVI y XVII, ánlas > áulas, durante el siglo XIII y parte del XIX > durante el siglo XVIII y parte del XIX, roció > rocio, arid > ardid, Eutre > entre, famomoso > famoso, Rocesvalles > Roncesvalles, intercandencias > intercadencias, intrable > intratable, desarrallo > desarrollo. Unifico la ortografía de algunas palabras y subsano fallos evidentes de acentuación.

He respetado, la distinta utilización de redondas y cursivas, modificando tan sólo aquellos aspectos que son, inequívocamente, errores de composición, y adaptando el texto, asimismo, a las normas de edición de AnMal.


 

            D. BERNARDO DE BALBUENA. OBISPO DE PUERTO-RICO.

Estudio biográfico y crítico

por Manuel Fernández Juncos

  

A MI PADRE. 

Miéntras llega la ocasion, que ansío, de poderle ofrecer una obra de más importancia, acoja la presente como débil prueba de la estimacion y el cariñoso afecto de su hijo

                                                                                              MANUEL.

  

AL QUE LEYERE.

 

Al emprender, hace ya algun tiempo, los trabajos coleccionados en el presente volúmen, guióme la buena intencion de propagar en esta Isla el conocimiento de uno de los poetas más ilustres que han vivido en ella.

Es deber de todos los pueblos cultos honrar la memoria de los grandes hombres que les han hecho algun beneficio, y á Balbuena le debe Puerto-Rico, no sólo el de tener su nombre ligado al de una gloria nacional, sino el de haber sido heredero de todos los bienes del ilustre poeta, y honroso legatario de sus cenizas.

Bajo este puro y hermoso cielo de los trópicos se agitó en provecho de la literatura patria aquella mente creadora del Bernardo y de El siglo de oro, y las perfumadas brisas de Borínquen recogieron los últimos cantares, la última bendicion y el último aliento de aquel prelado-poeta.

Justo era, pues, que en Puerto-Rico se generalizasen de algun modo las escasas noticias que se conservan con respecto á Balbuena, haciendo á la vez mencion de sus principales obras. Sólo es de sentir que mis cortas facultades, y la índole de las tareas á que forzosamente consagro toda mi actividad, no me hayan permitido hacer un libro digno de tan esclarecido genio.

Varios de los trabajos que forman este volúmen, especialmente los que se refieren al Bernardo, se han publicado ya, aunque con ménos extension y aliño, en algunas revistas literarias de la Península, donde fueron acogidos con más benevolencia y estimacion de la que seguramente merecen.

Al coleccionarlos hoy sólo me anima el deseo de contribuir, aunque humildemente, á generalizar en este país algunas noticias sobre las obras y los méritos de Balbuena, en tanto que más afortunados escritores dan gloriosa cima á esta obra, en cuya realizacion ha hecho ya algunas diligencias plausibles el Ateneo Puerto-Riqueño.

                                                                                   M. Fernandez Juncos.

             Puerto-Rico, Julio de 1883.

  

 

D. BERNARDO DE BALBUENA.

 

I.

 

APUNTES BIOGRAFICOS.

 

Y siempre dulce tu memoria sea,

Generoso Prelado,

Doctísimo Bernardo de Balbuena.

Tenías tu el cayado

De Puerto-Rico, cuando el fiero Enrico,

Holandés rebelado,

Robó tu librería;

Pero tu ingenio no, que no podía.

Lope de Vega, Laurel de Apolo.

 

En el curso de nuestras investigaciones históricas y literarias, hemos sentido frecuentemente la pobreza de los archivos puerto-riqueños, y la escasez de noticias y documentos relativos á las cosas y á las personas de este país en los siglos anteriores.

Los asaltos y saqueos de que fueron objetos las poblaciones más importantes de Puerto-Rico en los siglos XVI y XVI la destructora influencia del clima y la abundancia de insectos que destruyen el papel en estas regiones, y el abandono y la incuria de nuestros centros oficiales, respecto de la conservacion y custodia de documentos históricos, son las causas principales de esta escasez que hoy más que nunca lamentamos, escasez contra la cual han sido poco ménos que infructuosas las más activas diligencias de nuestros historiadores y biógrafos.

Esta razon y la de haber sido robados y quemados por los holandeses en 1625 los archivos de esta ciudad y la casa, los libros y los papeles todos del Obispo Balbuena, disculparán la pobreza de estos apuntes, que si algo añaden á las escasas noticias que hasta hoy se han publicado acerca del famoso autor del Bernardo no son, por desgracia, bastantes para completar su biografía.

No sin gran trabajo y diligencia hemos podido agregará las noticias hasta hoy publicadas en la Metrópoli las contenidas en los archivos civiles y eclesiásticos de Puerto-Rico, en la Biblioteca Histórica de Tapia, en un artículo del juicioso escritor puerto-riqueño Don José Pablo Morales las que adquirimos en algunas investigaciones hechas dentro de la catedral en donde reposan las cenizas del ilustre poeta, y consultando, por último, la tradicion entre las personas más antiguas y caracterizadas de esta ciudad. A la vez que procuramos satisfacer de este modo los deseos de algunas personas ilustradas, nos ha servido de estímulo el interés y la admiracion que siempre hemos sentido por aquel famoso prelado, considerándole como una gloria nacional, y en cierto modo como una de las mayores glorias de Puerto-Rico.

Nació Don Bernardo de Balbuena[8] en la villa de Valdepeñas, provincia de la Mancha, el dia 22 de Noviembre de 1568. Sus padres, Don Gregorio de Villanueva y Doña Luisa de Balbuena, eran hidalgos naturales de aquella poblacion.

Se ignoran los motivos que haya tenido Balbuena para adoptar el apellido materno, único que aparece en sus primeros ensayos poéticos, y con el cual autorizó despues todas sus obras y ejerció altas dignidades de la Iglesia.

No había pasado aún de la adolescencia cuando se embarcó para Méjico, donde vivía entónces un tio suyo, canónigo de la catedral, llamado Don Diego de Balbuena, de quien hace mencion el virrey Don Martin Enriquez en carta dirgida á Felipe II[9]. Allí continuó don Bernardo de Balbuena sus estudios hasta graduarse de Bachiller.

Desde muy jóven empezó á dar brillantes pruebas de su aplicacion, de su talento y de sus naturales dotes para el cultivo de la poesía, obteniendo premio en tres certámenes públicos. Uno de éstos, celebrado con motivo de la festividad del Corpus, fué tan brillante y solmene, que la adjudicacion del premio obtenido por Balbuena se hizo en presencia del Arzobispo Don Pedro de Moya y seis Obispos más, que á la sazon asistían al tercer concilio mejicano (1585).

Volvió á la Península á mediados del año 1608; se graduó en Sigüenza de Doctor en teología, y obtuvo poco despues la abadía mayor de Jamaica. Antes de esta fecha había terminado el poema Bernardo, y se lo dedicó al famoso Conde de Lemos, protector de las letras y de los grandes ingenios en aquel tiempo. No pudo publicarse desde luégo dicho poema, porque el autor se vió precisado á volver en seguida al Nuevo Mundo, á donde le llamaban los importantes deberes de su cargo. Sólo llegó á publicar entónces la primera edicion de El Siglo de Oro. (Madrid, 1608).

Ninguna noticia importante hemos podido adquirir acerca de la residencia de Balbuena en Jamaica. Muchos y valiosos debieron ser, sin embargo, los servicios que prestó á la Iglesia y á la patria desde aquel país remoto, cuando en 1620 fue nombrado Obispo de Puerto-Rico, Diócesis que en aquel tiempo comprendía, además de esta Antilla, las islas de Margarita, Trinidad y San Martin, y las ciudades y poblaciones de Cumaná, Cumagote, Nueba Barcelona, San Felipe de Austria, Santo Tomé de Guayana y algunos otros lugares de tierra firme.

En 1622 asistió Balbuena á un concilio provincial celebrado en Santo Domingo, segun consta en varios documentos procedentes del archivo de Indias (de Sevilla); pero aunque había sido ya electo Obispo de Puerto-Rico dos años ántes, no asistió al concilio en representacion de dicha Diócesis, segun el respetable testimonio de Don Diego Torres de Vargas, cronista y canónigo de esta catedral, quien asegura que, hallándose vacía la sede episcopal de las pequeñas Antillas, fué representada en el concilio por el racionero Don Bernardino Rivero y Castilla.

Llegó Balbuena á Puerto-Rico y tomó posesion de su cargo el año 1623, terminado ya el concilio, al que asistieron además el Arzobispo metropolitano Fray Pedro de Oviedo; Fray Gonzalo de Augulo, Obispo de Caracas; Don Agustin Serrano, Dean y representante del Obispo de Cuba, y otras dignidades eclesiásticas.

El mismo Torres de Vargas, ya citado, asegura en su reseña histórica, escrita en la primera mitad del siglo XVII, que Balbuena vino rico á este país.

«Pretendió (añade) hacer un convento de monjas Bernardas en el Viso, pueblo de Extremadura, y aunque envió muchos frutos y dineros en los navíos que salieron aquellos años de este puerto, los más se perdieron, con que conociendo que Dios nuestro señor quería que se gastase la renta en utilidad de la parte donde se ganaba, mudó de parecer, y habiendo fallecido el año 625, mandó su hacienda á la Iglesia con encargo de que se labrase una Capilla de San Bernardo para sagrario, y en ella se colocasen sus huesos, dotando la lámpara del aceite que pudiera gastar cada año, y en cada primer domingo de mes se le dijese una misa cantada, y el dia del Señor San Bernardo otra, con sermon y vísperas, como todo se hace».

«Tambien los oficiales de la Real Hacienda pusieron pleito al testamento de dicho Obispo, por decir que no era válido su otorgamiento; y S. M. mandó se diese la hacienda á la Santa Iglesia».

Nótese que el Licenciado Torres de Vargas fija la fecha del fallecimiento de Balbuena en 1625, cuando casi todos los autores europeos que han escrito acerca de este suceso convienen en que ocurrió dos años despues, ó sea el 11 de Octubre de 1627. La opinion de Torres de Vargas tiene en nuestro concepto gran autoridad, no sólo por su carácter de cronista, sino por ser coetáneo de Balbuena y canónigo de la misma catedral donde se depositaron los restos mortales de aquel ilustre poeta. Estaba, pues, en posesion del archivo eclesiástico, y conoció –segun expresamente lo declara– la capilla de San Bernardo que servía de tumba á su fundador, en la que, como era y es costumbre, estaría de manifiesto la fecha exacta de su muerte.

Como en aquel edificio se hicieron grandes variaciones durante los siglos XVII y XVIII, y algunas de ellas con poco respeto á los nombres de personas ilustres allí enterradas, no se conserva túmulo ni inscripcion que señale expresamente la tumba del insigne prelado. Sólo á fuerza de investigaciones y diligencias hemos podido averiguar que la antigua capilla de San Bernardo corresponde al lugar donde está hoy el altar del Santo Sepulcro, y que bajo aquel pavimento se hallan las cenizas de Balbuena.

En la toma y saqueo de Puerto-Rico por los holandeses (1625) se perdieron todos los documentos del obispado, todos los libros y papeles de Balbuena, y cuanto había en la casa episcopal[10]. De aquí, como ya queda dicho, la carencia de datos precisos y de noticias circunstanciadas acerca de los últimos años de Balbuena, y, lo que es más sensible áun, la desaparicion de sus obras inéditas La Cristiada, La Alteza de Laura, El arte nuevo de poesía y la Cosmografía Universal.

Tal vez hubiera seguido al misma suerte El Bernardo ó la Victoria de Roncesvalles, si el autor no le hubiese mandado á Madrid poco más de un año ántes del saqueo.

Explica Balbuena en el prólogo de esta obra (escrito en Puerto-Rico) las causas que hasta entónces le habían impedido publicarle, y con ellas se disculpa de dar en tal ocasión á la estampa un poema caballeresco, «no conforme en rigor con lo que tocaba (dice) á su oficio y dignidad y á la profesion de púlpito y estudios de teología».

La tradicion del pueblo puerto-riqueño, que recuerda con especialidad á sus bienhechores y posee en alto grado el don de la gratitud, atribuye á Balbuena afabilidad y dulzura de carácter, sencillez y pureza de costumbres, constancia y tino exquisito en las prácticas de la caridad, aficion decidida á los ejercicios del púlpito, y fácil, brillante y conmovedora elocuencia.

A su fallecimiento dejó todos sus bienes á favor de esta iglesia catedral, como lo expresa el párrafo transcrito, encargando la construccion de una capilla para sagrario dedicada á San Bernardo.

Aún se dicen las misas y se celebran la festividad y vísperas mencionadas, en cumplimiento de su postrera voluntad.

  

II.

 

EL BERNARDO. 

 

A alcanzar con mi pluma á donde quiero

Fuera Homero el segundo, yo el primero.

 

Balbuena.

 

 

Si en vez de aquilatar el mérito de una obra, examinando igualmente sus bellezas y sus imperfecciones, tratáramos sólo de formar juicio acerca de las aptitudes de su autor; si en vez de apreciar concienzudamente el pró y el contra del Bernardo, tal como se ha dado á la estampa, nos propusiéramos demostrar únicamente las grandes facultades de Balbuena para el cultivo de la poesía, especialmente de la épica, no vacilariamos en proclamarle el más grande y extraordinario de los poetas clásicos españoles que se han ejercitado en este dificil género. Ninguno de ellos, sin excepcion de Ercilla ni de Lope, llegó á poseer las maravillosas dotes de que ya en los comienzos de su juventud daba pruebas del insigne autor del Bernardo. Brillante y poderosa fantasía, imaginacion fecunda y lozana, maravillosa inventiva, facilidad extraordinaria para la versificacion, magnificencia y fuerza de colorido en las descripciones, espontaneidad y valentía, variedad de tonos, ciencia nada comun y conocimiento profundo de los afectos y las pasiones, todo lo poseía en alto grado el poeta manchego, y de todos dejó brillantes pruebas en los diversos géneros en que se ejercitó su privilegiada pluma, si bien estas grandezas se revelan más frecuentemente y con mayor abundancia en el Bernardo. ¡Lástima que entre tantas excelencias se encuentren en esta obra muchos y muy notables defectos que la deslucen!

La compuso Balbuena en los primeros años de su juventud, cuando la inspiracion de los poetas afluye y se desborda fácilmente, sin que pueda contenerla el estéril formalismo retórico, más bien impuesto por la autoridad de las áulas que afianzado aún en el criterio propio por medio del buen gusto y la razon. Terminado apénas el estudio de humanidades, ardiendo en impaciencias de poeta novel por aplicar los conocimientos adquiridos y dar forma á las ideas que bullian en su imaginacion, dió principio á la obra impulsado por su poderoso aliento, se encariñó con el asunto (que era de por sí patriótico y grande como pocos), creció la inspiracion y el entusiasmo del poeta á medida que desarrollaba el carácter de su magnífico héroe, y aquella imaginacion fecunda y exaltada por el fuego de la juventud amontonó episodios y descripciones en número tal, que aunque asombran y maravillan por su variedad y riqueza, perjudican la accion y la enredan hasta formar á veces un verdadero laberinto.

Y de aquí nacen los principales defectos del poema. En medio de aquella monstruosa prodigalidad, no era posible proceder con método ni aplicar con madura reflexion y discreta mano los correctivos de la lima. Su estilo es, por lo tanto, desigual, desaliñado en ocasiones, y frecuentemente incorrecto. En los pasajes de más elevacion y bizarría se encuentran expresiones bajas y triviales; al lado de pensamientos y frases que admiran por su novedad, belleza y energía se leen á menudo conceptos vulgares, rebuscados equívocos y juegos de palabras nada propios de la majestad épica. Ya es un ingrato y duro prosaismo que destruye á lo mejor la cadencia de un magnífico trozo de poesía; ya una prolija amplificacion que perjudica el efecto de primorosos rasgos descriptivos; ya una série de alambicados pensamientos que deslucen ó amenguan el mérito de alguna expresion feliz, ó una inconsiderada aglomeracion de ideas pobres y secundarias, que redundan en detrimento de la principal.

En ninguna otra produccion de nuestro Parnaso antiguo se revelan á la par más altas dotes y más inexperiencias y descuidos que en el Bernardo, y por la misma razon es más difícil la conformidad de pareceres cuando se trata de juzgarle.

Quintana le compara con una gran mina de oro, en la que este precioso metal está mezclado con tierra y escoria que le empeñan y le deslustran. «Pero no hay duda (añade) que hay oro en gran cantidad, y de elevados quilates, y el libro no por ser defectuoso deja de ser un riquisimo minero de invenciones de fantasía admirables, de diccion poética y de versificacion».

Tal es, en efecto, este poema extraordinario. En cualquiera de sus páginas se encontrarán sin esfuerzo grandes bellezas de fondo y de forma, así como descuidos y desaciertos censurables. La misma facilidad para hallar en él lo bueno ó lo malo, el oro ó la escoria, la inspiracion ó la impericia, da márgen á que se extremen fácilmente los juicios en pró ó en contra, segun que el ánimo del crítico esté más ó ménos predispuesto á percibir bellezas ó imperfecciones.

Esta circunstancia explica y disculpa en cierto modo el poco aprecio en que se tuvo el Bernardo durante el siglo XVIII y parte del XIX, y con especialidad en el período más decadente de nuestra literatura patria.

La crítica de negacion que predominó en España desde la época de Luzan hasta la de Moratin el hijo, no era la más á propósito para reconocer y pregonar aquellas bellezas, ni para transigir siquiera con las osadias del genio, cuando no se ajustaban á los estrechos patrones de la escuela galo-clásica. No podian, ciertamente, absolver á Balbuena los que condenaban á Calderon.

Uno de los que más acerbas críticas dirigieron contra el Bernardo, y el que más contribuyó sin duda á prevenir contra dicho poema el ánimo de la juventud estudiosa, fué D. José Gómez Hermosilla, helenista y retórico apreciable, pero crítico anatómico y apasionado, que descomponía los versos y contaba las sílabas para juzgar por sinalefa más ó menos el mérito de poetas como Melendez Valdés. Adorador idólatra de la fórma y apóstol del tradicionalismo seudo-clásico, juzgaba con excesiva severidad las obras que no se acomodaban estrictamente á las reglas de aquel sistema.

Sólo así se comprende que Gomez Hermosilla, á quien no puede negarse gran instruccion literaria y talento nada comun, llegara hasta el punto de prescindir casi por completo de las innegables bellezas del Bernardo, y agotara el vocabulario de las frases más depresivas en la exageracion de los defectos. Ofuscado por el exclusivismo de escuela ó atento nada más que á la censura de las imperfecciones, no vió ó no quiso ver los relevantes méritos del poema.

Los progresos de la crítica han venido posteriormente á rectificar la opinion, extraviada por largo tiempo, acerca de esta y otras muchas obras importantes de nuestros clásicos.

El insgine Quintana, á quien hemos citado ya en otro lugar, coloca el autor del Bernardo á la cabeza de nuestros poetas épicos, y declara que esta obra, considerada como prueba de fuerzas poéticas en un jóven que acababa de salir de las áulas, no sólo es muy estimable sino en cierto modo maravillosa.

D. Vicente Salvá, en su introduccion y notas al Arte de hablar en prosa y verso, vindica á Balbuena de las apasionadas censuras de Hermosilla.

Gil de Zárate hace honrosa mencion de las bellezas del Bernardo, sin desconocer sus defectos, y concede á Balbuena muchas más dotes poéticas que al famoso autor de La Araucana.

D. Cayetano Rossell admira las extraordinarias facultades de Balbuena, y le llama paradoja personificada, aludiendo á su asombrosa facilidad para producir á un tiempo mismo notables bellezas y notables imperfecciones.

D. José Amador de los Rios reconoce asimismo las raras disposiciones de Balbuena y los méritos de sus obras.

Por último, D. Pedro Alcántara Garcia proclama el Bernardo como el mejor de los poemas épico-caballerescos escritos en castellano, y dice que su autor compite con Ariosto en fantasia, y con Lope de Vega en facilidad para versificar, aventajándole en esmero.

En apoyo de nuestra opinion, ya que no la necesita en el concepto público la de los escritores citados, pudiéramos reproducir fragmentos y pasajes de este poema, en número tal que llenaran un grueso volúmen; pero ni lo consienten la índole y dimensiones del presente trabajo, ni tendríamos tampoco la seguridad de elegirlos con acierto entre las cinco mil octavas de que consta próximamente este primer fruto de la portentosa y desarreglada fecundidad de Balbuena.

Copiaremos, sin embargo, algunos brevísimos trozos, que no son ciertamente los mejores, para dar siquiera una remotísima idea de la versificacion del Bernardo á los que aún no hayan tenido ocasion de leerle:

Hablando, al empezar, de los desgraciados amores del conde de Saldaña y la princesa hermana de Alfonso el Casto, que dieron por fruto el héroe del poema, díce:

 

Tuvo el rey Casto una gallarda hermana,

Y hubo en Saldaña un conde valeroso,

Ella Vénus en gala cortesana,

Y él en braveza Marte belicoso;

Y ambos de la nobleza castellana

La fuente de caudal más abundoso,

En quien mostraron su poder á una,

Los tiempos, el amor y la fortuna.

 

El tiempo les dió en gracia y gentileza

Colmando á sus deseos la medida,

Y del pródigo amor la ancha largueza

Todo el vivo placer con que convida:

Sólo de la fortuna la tibieza

Su gloria dejó en llanto convertida,

Con que sus gustos vueltos en dolores

Tuvieron más de amargos que de amores.

 

Nótese la viveza y naturalidad de este relato. En él demuestra Balbuena que sabía concentrar los pensamientos y escribir con sobriedad y soltura.

No es ménos digna de notarse la octava siguiente, en la que Teudonio condensa los rasgos principales de su historia.

 

Estado tuve, y tengo suficiente,

Por mí y por mis mayores levantado.

De reyes como rey soy descendiente,

Y tan leal a él como agraviado:

Un tiempo me trató por su pariente,

Con favor y caricias de privado;

Mas siempre las privanzas de los reyes,

Como viven sin ley, mueren sin leyes.

 

Hay precision, verdad y alteza, de conceptos en la siguiente descripcion profética de D. Juan de Austria, puesta en boca de una ninfa:

 

Yo digo de aquel principe famoso

Que á España vestirá de luto y llanto,

Despues que su valor vuelva espantoso

El seno de Corfú y el de Lepanto;

Y desde allí, con triunfo victorioso,

Al espanto del mundo ponga espanto,

Mostrando en esto ser hijo segundo

De Cárlos quinto, emperador del mundo.

 

Es bella y rica en imágenes la siguiente descripcion de un rio:

 

El dios deste lugar, sagrado rio,

De verdes cañas y ovas coronado,

El rostro y barba llenos de roció,

Lloviendo arroyos de sudor helado;

Dando vida rumor al bosque umbrio,

Y en urna trasparente reclinado,

Del lugar con el mio más vcino

Salió rompiendo el muro cristalino.

 

Sin algun leve resabio de culteranismo, propio de la época en que se escribió, la siguiente descripcion de la noche pudiera competir dignamente con las mejores de Virgilio:

 

Iban pasando entre el silencio mudo

La oscura noche

Por mí y por mis mayores levantado.

De reyes como rey soy descendiente,

Y tan leal a él como agraviado:

Un tiempo me trató por su pariente,

Con favor y caricias de privado;

Mas siempre las privanzas de los reyes,

Como viven sin ley, mueren sin leyes.

 

Las comparaciones, que á veces abundan con exceso en ciertos pasajes de El Bernardo, son generalmente exactas y naturales, distinguiéndose no pocas por su belleza y novedad. Copiaremos algunas de distinto género:

 

Dijo: y cual bravo toro que admitido

Ve en su lugar quien le ha desafiado,

En rabia ardiendo, en zelos encendido,

Corva la frente, el pecho levantado,

Escarbando la tierra al fresco ejido,

Queriendo de una vez quedar vengado,

Y, la zelosa riña terminada,

Libre y señor de su vaquilla amada; 

Así &ª

............................................................. 

Cual pardo huron ó astuta comadreja,

A cazar sube un pájaro en su nido,

Que al hueco abrigo de una corva teja

Seguro se juzgaba y escondida;

Tal la arrugada y carcomida vieja,

Pegada al muro y sin hacer ruido,

Poco á poco se acerca á la hermosura,

De la eficacia de su ardid segura.

 

En la siguiente se manifiesta más que en las anteriores la desigualdad y desaliño á que ya hemos hecho referencia. A no ser por el segundo verso, que es malo y no parece escrito por la misma mano que trazó los restantes de la octava, sería ésta la mejor en su género de cuantas se han escrito en nuestro idioma:

 

Cual bello cisne sobre el crespo vado

De Meandro, sin que en él se le consuma,

Del blanco pecho del tumbo levantado,

Cercos engarza de liviana espuma,

Y en remolinos de cristal cuajado,

Humedeciendo va la leve pluma,

Hasta que al fin entra la juncia verde

Al suave son de su cantar se pierde;

 

Asi luchando el español guerreros

Por las saladas ondas discurria, &ª

 

Es notable por su vigor, viveza y energía, la siguiente pintura de Ferragut

 

Fué Ferragut un bárbaro brioso,

De fornida estatura de gigante,

Miembros doblados, ánimo orgulloso,

Colérico en sus gustos y arrogante:

En fuerzas firme, en cuerpo poderoso,

Velludo el rostro y áspero el semblante,

Y en el llegar con su opinion al cabo

Entre los valerosos el más bravo.

 

En punto á descripciones no es cosa fácil elegir acertadamente muestras en el Bernardo. ¡Tal es la abundancia y variedad de las que adornan este poema!

Copiamos á continuacion dos de las más breves, para dar una idea de la facilidad, entonacion y riqueza de colorido que poseia Balbuena para este género de producciones.

Pinta en la primera un sitio ameno y delicioso en las márgenes del Ebro. Hay en ella elegancia, espontaneidad y animacion:

 

La fresca vid al álamo sombrío

Sus ramos dulcemente encadenaba,

Y á costa del humor del manso rio

De una inmortal frescura le adornaba,

Donde al ardiente sol, el blando frio

Con pardas frescas sombras convidaba,

Y á contemplar en su cristal profundo

Otro bosque, otro cielo, y otro mundo.

 

En este alegre soto entretenido

Sus flores Ferragut pisa contento,

Y del lugar y del calor movido,

Un nuevo busca y apacible asiento:

Éste halla fresco, el otro más florido,

Aquí hay más verde juncia, allí más viento,

Hasta que, de uno en otro remolino,

De un raudal espumoso al salto vino.

 

Al sordo murmurar que se despeña,

El hondo valle suena comarcano,

Y de una peña dando en otra peña,

De aljófar lleno salta al verde llano:

Aquí una cueva está que, aunque pequeña,

Hecha parece por divina mano,

En cuyo húmedo seno y hueco frio

Las deidades habitan de aquel rio;

 

Donde en tiernos cuidados ocupadas,

En grutas de cristal y ondas ceñidas,

Las ninfas sobre telas delicada

Sus amores dibujan y sus vidas:

Las rubias hebras de oro marañadas,

Entre la blanda lana retorcidas,

A vueltas muestran de sus lazos bellos

Mil lances de primor dellas y dellos.

 

Aquí entre olores que tributa el prado,

Al ronco estruendo del cristal rompido,

El moro en graves trazas ocupado,

Sin saber cómo, se quedó dormido;

Débil Morféo en paso sosegado

El sentir le robó sin ser sentido,

Al blando entrar de una quietud suave,

Que al sueño abrió, y al alma echó llave.

 

En esta otra se refiere la lucha de una ninfa y un sátiro, al cual dá muerte luégo el moro Ferragut. Hay en ella naturalidad, fluidez y precision:

 

En mil lazos el sátiro encadena

El delicado cuerpo transparente,

Y la boca de amarga espuma llena,

Ya el dulce aliento de la ninfa siente,

Que á desdeñosos golpes le refrena,

Y en teson duro, y forcejar valiente,

El torpe nudo huye, y feo semblante

Del atrevido deshonesto amante.

 

Procura libertar el tierno cuello

Del peligroso nudo de sus brazos,

Y el sátiro importuno el bulto bello

Más encadena en amorosos lazos:

El cendal rompe, troza los cabellos,

Y el cuerpo sin piedad hace pedazos,

Y todo en vano, que aunque no rendida

Está de la ocasion del gusta asida.

 

Cual parda sierpe, que de nudos llena,

El águila real lleva á su nido,

Las alas con sus rosas encadena,

Y en ellas cuerpo y piés le tiene asido;

O escura hiedra, que en maraña amena,

El tronco á un olmo deja entretejido;

O el blanco risco que la jibia tiñe;

O el pulpo en negros lazos teje y ciñe:

 

Tal el lascivo sátiro envolvia

La bella ninfa en su prision forzada:

El moro que entendió lo demasía

Del torpe amor y el tiempo ocasionada,

Del fresco lecho salta en que dormia,

Y al vano amante la desnuda espada

Al ciego corazón le guió de suerte,

Que echó fuera el amor, y entró la muerte.

 

Por lo que respecta á la forma de narracion, pueden tambien servir de muestra las siguientes octavas, del combate de Bernardo con Roldan:

 

Cual generoso leon que entre el rebaño

De algun collado de Getulia estrecho,

Cansado de matar y de hacer daño

Las garras lame y el sangriento pecho,

Si un dragon ve venir de bulto extraño,

La oveja que á matar iba derecho

Deja, y en crespa crin y aire brioso

Se arroja al enemigo poderoso;

 

Asi el bravo español, viendo de léjos

Lucir las armas del señor de Aglante,

Tras sus nuevos vislumbres y reflejos

Feroz sale á ponérsele delante,

Herida el alma de los tristes dejos

Del malogrado primo y tierno amante;

Bien que el Marte francés al desafio

No salió con menor aliento y brio.

..............................................................

 

Llenos de horror y sangre, y los paveses

Por el campo sembrados, los caballos

De las vueltas, vaivenes y reveses

Ni ya pueden aquí ni allí llevallos;

Hechas sangrientas rajas los arneses,

Por ver si así podrán mejor quebrallos

A brazo se asen, y en alientos mudos

Los pechos gimen en los fuertes nudos.

 

De los guerreros la indomable fuerza

La de los dos caballos trajo al suelo,

Donde saltando cada cual se esfuerza

A mostrar la que en él ha puesto el cielo:

Crecen los nuevos golpes y refuerza

El honor lo que falta, que el rezelo

De perderle en el alma que le estima,

La punta es de rigor que más lastima.

.............................................................

Y ántes que hallase tiempo conveniente

De rehacer su furia, con dos manos

Alta la espada, sobre el yelmo ardiente

Bajó gimiento por los aires vanos:

La celada rompió el golpe valiente,

Sonó el eco en los valles comarcanos,

Y aunque no cayó el conde, del ruido,

Quedó atronado el uso del sentido.

............................................................

 

Añadiremos, por último, algunos rasgos notables por la belleza ó la energía de la expresión:

 

Dejaré, por ser tuyo, de ser mio.

......................................................

Rayos que haceis estremecer el cielo.

......................................................

La noche reina y el horror preside.

......................................................

Al espanto del mundo ponga espanto.

......................................................

Las venturas halladas en cadenas,

sólo para lloradas salen buenas.

........................................................

Que siempre las privanzas de los reyes,

Como viven sin ley, mueren sin leyes.

........................................................

Al mozo altivo, en su español denuedo,

Ni un mundo de contrarios causa miedo.

           

Por los fragmentos copiados, que como ya queda dicho no se han elegido con gran esmero, sino que fueron tomados de entre lo ménos defectuoso que hallamos al azar, se puede comprender hasta qué punto de perfeccion hubiera podido llegar Balbuena en esta obra, si la impaciencia juvenil no le hubiese precipitado en la realizacion de una empresa más propia de la madurez reflexiva de un maestro, que de la desenfrenada facundia de un estudiante de corta edad.

Ya dijímos que al lado de estas y otras muchas bellezas que avaloran las páginas del Bernardo, se hallan con frecuencia descuidos é imperfecciones lamentables, y de ellos copiaríamos aquí algunos ejemplos á no habernos precedido ya en tan ingrata labor los apasionados censores de Balbuena. Debido á la diligencia que ellos mostraron en exagerar y hacer públicos aquellos defectos, resulta ahora más fácil y agradable nuestra tarea; que siempre es enojoso poner tildes y señalar lunares en obras de tal importancia y magnitud.

Por lo que respecta al argumento, es indudable que el Bernardo aventaja á todos los demás poemas españoles de esta clase. Ni Ercilla cantando las titánicas luchas de los españoles contra los araucanos, que al fin defendían su independencia patria; ni Lope derrochando el inagotable caudal de su inspiracion poética en la narracion de una cruzada que termina con el triunfo de Saladino sobre los príncipes cristianos; ni Juan de la Cueva celebrando el triunfo de San Fernando en la conquista de Sevilla, pueden compararse con Balbuena en este punto.

El héroe del Bernardo es más poético, más popular y más propio de la epopeya, y su hazaña es más generosa, más grande y más patriótica que la de aquellos adalides. No lucha por conquistar pueblos extraños, sino para defender el propio; no impone el derecho de la fuerza, sino que le rechaza. Su triunfo no es el triunfo de la ambicion, sino el del patriotismo. No provoca el combate: sólo acude á él para defender á su patria contra un injusto y poderoso invasor.

Bernardo, hijo de ilegítimos amores entre el famoso conde de Saldaña y una princesa hermana de Alfonso el Casto, se educa en poder y bajo los auspicios del mago Orontes, que le instruye, le inspira grandes virtudes y le adiestra en el manejo de las armas y en el arte de la guerra. Ofendidas las Hadas por el orgullo y poderío de Carlo-Magno, que á la sazon oprimía y avasallaba el mundo, designan al jóven héroe como ejecutor del castigo que previenen contra el ambicioso Rey y contra sus doce Pares. Para que Bernardo realizara esta gran hazaña, dando muerte al encantado Roldan, debía revestirse ántes con las armas de Aquiles. Sale para Oriente, en busca de ellas, despues de haber salvado la vida al rey su tio, mostrando ya en esta accion admirable destreza y bizarría. Sucédenle muchas y muy variadas aventuras, que constituyen otros tantos episodios del poema, y, una vez provisto de las famosas armas, tiene el primer encuentro con Orlando, realiza la gran empresa del templo de la Fama, en donde liberta á Orontes, su ayo, en union de trescientos caballeros españoles, y con ellos marcha en auxilio del rey su tio, que á la sazon se disponía á rechazar las tropas de Carlo-Magno situadas ya en la parte española de los Pirineos. Se dá por fin la batalla de Roncesvalles, en la cual queda España libre, abatido el poder del orgulloso monarca y muerto Roldan á los piés de Bernardo del Carpio, el magnífico héroe del poema.

El asunto es grande, patriótico, popular, y de los más apropiados que ofrecen nuestras tradiciones para la formacion de un poema épico nacional. La época lejana, guerrera y caballeresca á que se refiere, las creencias, las costumbres y las preocupaciones de aquél tiempo; la grandes y maravillosidad atribuidas por la brillante imaginacion de los españoles al héroe legendario de Roncesvalles, son circunstancias muy favorables que supo elegir con gran acierto el inspirado autor del poema.

Hay verdadera grandeza en el carácter de Bernardo, y en general está bien sostenido. Lo mismo puede decirse de varios personajes principales, aunque otros dejan bastante que desear, y alguno hay que aparece y desaparece en el curso de la obra sin la debida justificacion.

De la parte maravillosa puede decirse que está empleada con regular acierto, exceptuando alguno que otro detalle de supersticiosa y vulgar hechicería.

El plan está bien concebido y medianamente dispuesto, no faltan en su distribucion arte y regularidad, y hasta la misma accion ofrecería pocos reparos á la crítica, si no la hicieran lenta, complicada y á veces incoherente los frecuentísimos episodios que la embarazan. Sobre este punto bastará añadir á lo ya dicho, que sin ser la accion del Bernardo igual en magnitud á la de La Iliada, resulta el poema castellano cuatro veces mayor que el griego.

Como es natural en un poeta recien salido de las aulas, y siguiendo tambien el gusto que entónces predominaba en la poesia épica, Balbuena imitó á Homero y á Virgilio en algunos paisajes del Bernardo. Tambien tiene algunas imitaciones de Ariosto, aunque en estas últimas no suele ser tan feliz como en las primeras, á causa de que la nota regocijada festiva era la más débil entre la asombrosa variedad de tonos que poseía la musa peculiar de nuestro poeta.

En resumen: el Bernardo es una de las más importantes y valiosas producciones épicas del Parnaso antiguo español.

Aunque –por la edad en que su autor le escribió y por haberse editado en su ausencia[11]– dista mucho de ser un modelo de correccion, revela claramente las admirables dotes de su autor para la poesia heróica.

No llega á la perfeccion, pero traspasa y con mucho los límites de lo adocenada y comun.        

Si no es la obra de un gran maestro, es la obra de un gran poeta.

Con los elementos que en ella atesoró Balbuena, pudiera formarse un poema capaz de competir con los mejores de su clase.

Tal como es, basta para constituir una gloria legítima de nuestra literatura nacional.

  

III.

EL SIGLO DE ORO.

 

Después de lo dicho sobre el Bernardo, poco más añadiremos acerca de las otras dos obras que nos han quedado del mismo autor; no porque sean indigna de él, pues por sí solas hubieran bastado para darle un honroso puesto en la Parnaso español, sino porque el Bernardo es, entre las obras de Balbuena conocidas, la más genial y característica, la que revela más claramente la personalidad literaria de su autor y sus principales aptitudes.

Es presumible que entre las obras inéditas de este poeta que se perdieron en el incendio y saqueo de Puerto-Rico, hubiera alguna capaz de superar al Bernardo en ejecución y pensamiento. Tal vez La Christiada, escrita ya cuando las facultades poéticas de Balbuena se hallaban en toda su plenitud seria un poema heórico superior al primero, pues no debe creerse que tan religioso poeta cantara con ménos elevacion y entusiasmo al héroe del Gólgota que al héroe de Roncesvalles; pero por desgracia no nos han quedado pruebas efectivas para dar más firmeza y fundamento á esta lógica deduccion.

Dos obras, además del Bernardo contribuyeron á la merecida fama de Balbuena. Ambas las escribió en su juventud, y fueron publicadas por primera vez á principios del siglo XVII.

La novela más importante de ellas es la titulada El siglo de oro, novela pastoral en la que alterna la prosa con los versos, segun el gusto á que se ajustaba en aquella época esta clase de producciones. No se distingue esta obra por la novedad del argumento ni por el interés de la accion. Su prosa, aunque algo afectada y difusa, es frecuentemente armoniosa, abundante, rica en matices, en rasgos de ingenio y en primores de diccion.

Pero lo que constituye la mejor la mayor belleza, el mérito principal de El siglo de oro son sus versos, especialmente las doce églogas distribuidas entre los capítulos de la obra, como preciosas perlas engastadas en un metal relativamente pobre.

Algunas de estas églogas son felices imitaciones de Virgilio, Teócrito, Sanazaro y otros bucólicos de fama.

En este género aventajó Balbuena á todos los poetas españoles, con excepcion de Garcilaso, á quien suele igualar á menudo en sencillez y dulzura.

Observador de la naturaleza y de sus leyes, supo acercarse á la realidad aún en las églogas ó escenas pastoriles, género que ya en aquella época tenía mucho de convencional y de ficticio.

Asi como los pastores de Balbuena, si les falta á veces el candor y la ingenuidad de los de Garcilaso de la Vega, son en cambio más pastores que ellos, ganando en humanidad lo que pierden en idealismo.

Sirvan de muestra los trozos siguientes de un diálogo entre dos pastores que celebran á competencia el amor y los encantos de sus zagalas respectivas:

 

        CLARINEO.

Galatea conmigo anda jugando,

Llámame, vuelvo, y luégo se me esconde,

Y huélgase de verme andar buscando.

 

        DELICIO.

Cuando me aguarda Filis en el rio,

Yendo á lavar los paños, luégo pierdo

En el monte por ella mi cabrio.

...................................................................

Aquella que por selvas y quebradas

Seguir me hace el amor, de mi se duele,

Bien que lo encubre y borra las pisadas.

 

        CLARINEO

También sé yo que mi pastora suele

Preguntar dónde estoy, sino me halla,

Y llora porque vuelva y la consuele.

 

Bellísimo es también el siguiente pasaje, en el que aún se dulcifica más el tono, á medida que el asunto va siendo más delicado y apacible:

 

Tambien yo, si alabarme pretendiese,

Mi Filis tengo y soy enamorado,

Y aun holgaria que ella lo supiese;

Que cuando llevo á casa mi ganado,

Suele aguardarme sola en el camino

Y me asombra si paso descuidado.

Rosas le llevo y flores de contino,

Y pongo las guirnaldas á su puerta

Y me huelgo en hablar con su vecino.

 

Más adelante dice con no ménos dulzura y naturalidad:

 

Cogida tengo de la vid temprana

A Filis una cesta de dulzura

De tiernas uvas de color de grana.

.........................................................

Dulce es el fresco humor á los sembrados,

Y al ganado es la sombra deleitosa,

Y más Tirrena á todos mis cuidados

Abre el clavel, despliégase la rosa,

Brota el jazmín y nace la azucena,

En dando luz los ojos de mi diosa.

 

Aunque demasiado cultos quizás para puestos en boca de un pastor, los siguientes versos de la égloga primera constituyen un buen modelo de bella y galante poesia:

 

Los nuevos resplandores de la aurora,

Las tiernas rosas, las doradas flores,

Cuanto en los senos del verano mora;

No son más que imperfectos borradores

Do quiso retratarse tu belleza,

Dados como al descuido los colores.

Las perlas con que el alba se adereza,

Y el mundo argenta y viste de alegria,

Las nubes llenas de oro y de riqueza;

Los mensajeros del alegre dia,

La luz que siembran por la tierra y cielo,

Sin tí, pastora bella, es noche fria,

Tristeza, enfado, angustia, desconsuelo.

 

No habrá seguramente en castellano muchos trozos que aventajen en armonia, belleza, dulzura y novedad:

 

El sol, la luna, el alba y el lucero,

Las doras estrellas,

Los ejes de oro en que restriba el cielo,

El dia placentero

Bañado en luces bellas,

Lloviendo lumbre y gloria por el suelo,

Son, pastores, los bienes que á manojos

Saca amor por las puertas de sus ojos.

................................................................

Quisiera aqui pintar de tu pastora

La boca soberana,

Conchuela en cuyos senos plateados

Un paraiso mora,

De donde llueve y mana

La gloria que da amor á sus privados,

Donde lo ménos que hay es el concierto

De blanco aljófar en rubíes injerto.

 

Por estos y otros tesoros de poesia, diseminados en El Siglo de oro, será citado siempre Balbuena entre nuestros primeros bucólicos.

En los sonetos y las canciones petrarquesas que tambien contiene esta obra, se nota más que en las églogas el culteranismo que ya empezaba en aquel tiempo á viciar la diccion de muchos de nuestros principales poetas. 

 

IV.

LA GRANDEZA MEJICANA.

 

La Grandeza Mejicana es un poema descriptivo, en el que se enumeran las riquezas, el poder, la poblacion, la industria, las bellezas y diversiones de Méjico.

Está escrito en tercetos endecasílabos, combinacion métrica que solia manejar Balbuena con suma facilidad, sin embargo de las dificultades que ofrece.

Hay en La Grandeza Mejicana pomposas y brillantes descripciones, variedad y abundancia ritmica, locucion poética y pasajes dignos del mayor elogio. Su principal defecto consiste en la prolijidad minuciosa de los detalles.

La imaginacion de Balbuena, de suyo fecunda y afluente, no podia ménos de arrobarse en la contemplacion y pintura de aquella opulenta y magnifica ciudad, que llegó a ser el emporio de la riqueza y cultura del Nuevo Mundo.

Nunca ha podido ser más disculpable que en esta ocasion aquel defecto que Quintiliano censuraba en las obras descriptivas de Ovídio, diciendo que nunca sabia acabar.

Para concluir este exámen, dando á la vez una muestra de la prosa de Balbuena, copiaremos las siguientes línea de la introduccion á La Grandeza Mejicana.

           

En los más remotos confines de estas Indias occidentales, á la parte de su poniente, casi en aquellos mismos linderos que, siendo límite y raya al trato y comercio humano, parece que la naturaleza cansada de dilatase en tierras tan fragosas y destempladas, no quiso hacer más mundo, sino que alzándose con aquel pedazo de suelo, lo dejó ocioso y vacio de gente, dispuesto á solas las inclemencias del cielo y á la jurisdiccion de unas yermas y espantosas soledades, en cuyas desiertas costas y abrasados arenales á sus solas resurta y quiebre con melancólicas intercadencias la resaca y tumbos del mar, que, sin oirse otro aliento y voz humana, por aquellas sordas playas y carcomidas rocas suena; ó cuando mucho se ve coronar el peinado risco de un monte con la temerosa imágen y espantosa figura de algun indio salvaje, que en suelta y negra cabellera, con presto arco y ligeras flechas, á quien él en velocidad excede, sale á cazar alguna fiera, ménos intrable y feroz que el ánimo que la sigue: al fin de estos acabos el mundo, remates de lo descubierto, y últimas extremidades de este gran cuerpo de la tierra, lo que la naturaleza no pudo, que fué hacerlos dispuestos y apacibles al trato comodidades de la vida humana, la hambre del oro y golosina del interés tuvo mañana y presuncion de hacer, plantando en aquellos baldios y ociosos campos una famosa poblacion de españoles, cuyas relíquias, aunque sin la florida grandeza de sus principios, duran todavia, etc.

           

Hay en todo este pasaje gran fortaleza de estilo, y en él se ve que Balbuena poesía en alto grado la facultad de expresar sus pensamientos con originalidad, grandeza y valentía, aún cuando se ejercitara en géneros distintos al de su predileccion, que era el épico, para el cual hemos dicho ya que se hallaba dotado de extraordinarias aptitudes.

  

V.

OJEADA SOBRE LA LITERATURA

ESPAÑOLA EN QUE LA ÉPOCA EN QUE FLORECIÓ BALBUENA

 

Floreció Balbuena en uno de los períodos más brillantes de nuestra literatura patria.

La poesía lírica, felizmente iniciada en siglos anteriores por el Sabio, el Arcipreste de Hita, el Marqués de Villena, Manrique, Mena, Santillana y otros ingenios, habia adquirido ya gran desarrollo y  perfeccion, gracias á los esfuerzos encontrados de Boscán y de Castillejos, al impulso feliz y decisivo de Garcilaso, que armonizó la poesia popular con la erudita, al explendor y naturalidad de que acababan de dotarla Herrera y Fray Luis de Leon respectivamente, y á la riqueza y variedad de tonos que le comunicaban á la sazon los dos Argensola, Jáuregui, Rioja, Góngora, Quevedo y otros célebres poetas del siglo XVII.

La dramática, después de los esfuerzos y tentativas de Rodrigo Cota, Naharro, Lope de Rueda, Perez de Oliva, Avendaño, Timoneda y otros, acababa de recibir el soberano impulso dado por Lope de Vega, el famoso Fenix de los ingenios, el creador del teatro verdaderamente español. Daban tambien gloria y esplendor á nuestra escena por aquel tiempo Guillen de Castro, Velez de Guevara, Montalvan, Tirso, Moreto, Alarcon, Rojas y otros émulos y felices imitadores de aquél gran poeta, y empezaba á manifestarse en sus primeros destellos el genio esclarecido y magestuoso de Calderon.

Y como si todas las Musas se hubieran dado cita en España durante aquel glorioso período, la poesia épica, humilde y pobre hasta entónces en nuestro Parnaso, mostróse por primera vez adornada con sus brillantes y soberanos atavíos. A más del Bernardo, se escribieron y publicaron en aquel tiempo La Araucana de Ercilla, el más correcto y regular de nuestros poemas épicos; La Jerusalen conquistada, poema inferior á los dos primeros, aunque sembrado de grandes bellezas, como produccion del insigne Lope; La Christiada, del Padre Hojeda; La invencion de la Cruz, de Zárate, y otros poemas de menor importancia, amén de algunos burlescos ó festivos de mérito excepcional, tales como La Gatomáquia y La Mosquea.

Por lo que respecta á la prosa, aún cuando no hubieran escrito en aquel tiempo el Padre Mariana, Espinel, Moncada, Melo, Solis, Saavedra Fajardo y otros prosadores ilustres, bastaría decir que en la misma época se escribió y se publicó el Quijote para expresa que fué la más gloriosa y memorable de nuestra literatura clásica.

En medio de esta variada y espléndida manifestacion del genio literario español, sólo un hombre dotado de las grandes condiciones poéticas de Balbuena hubiera podido llegar á la altura que él alcanzó en el concepto de sus contemporáneos, sin que le abonaran los halagos de la fortuna ni siquiera su residencia en al Corte; ántes bien pasó casi toda su vida sirviendo humildemente á la Iglesia en el Nuevo Mundo, á más de dos mil leguas distantes de aquella hermosa constelación de estrellas de primera magnitud.

No obstante estas y otras circunstancias, que no podian ménos de influir desfavorablemente en las manifestaciones de aquel privilegiado ingenio, consiguió ilustrar su nombre y contribuir poderosamente á la gloria literaria de su nacion y de su siglo.

Con ménos impaciencia y más reflexion hubiera llegado tal vez á competir con los primeros poetas épicos de Europa.

El error de Balbuena, al elegir como obra de prueba la que debia ser obra de empeño, nació sin duda de sus precoces y extraordinarias facultades.

Era un ingenio excepcional, conoció por instinto sus altos vuelos, y empezó por donde los demás concluyen. Antes de endurecer sus tiernas alas en rastreros ejercícios, prefiere el hijo del águila altanera dar ya claras señales de su orígen en su primer atrevimiento.


 

 


[1] F. Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro, Gredos, Madrid, 1968, pág. 173.

[2] Alberto Lista, «Examen del Bernardo de Balbuena», Revista de Ciencias, Literatura y Artes de Sevilla, Sevilla, (1856), III, págs. 81-92 y 133-143 Cotejando la versión de la revista con el autógrafo de Lista conservado en la Biblioteca Nacional (Ms. 23000) publiqué el trabajo de Lista con nota previa en Analecta Malacitana, XXVIII, 2, 2005, págs. 687-711.

[3] Se inauguraba la época de los ensayos que abordaban la obra de un poeta o poema único, a través de la «monografía sistemática» (así la cuidada y erudita edición de Aleixandre Nicolas, L’Araucana, poème épique espagnol... traduit complètement pour la première fois en français, París, 1869, 2 vols., y la tesis de Alphonse Royer, Etude littéraire sur l’Araucana d’Ercilla, Dijon, 1879)..., sobre La Araucana, de Ercilla), tras unos primeros estudios «más amplios y globales», «ojeadas históricas de tipo embrionario», «historias literarias» u opiniones de mayor fundamento y finura exegética, como las de Quintana o Ticknor, History of Spanis Literature, Boston, 1849 (F. Pierce, op. cit., 174).

[4] Urbana, University of Illinois Press (University of Illinois Studies in Language and Literature, vol. XII, nº 1), febrero de 1927.

[5] John Van Horne, Bernardo de Balbuena. Biografía y crítica, Gudalajara (México), Imprenta Font, 1940, pág. 180.

[6] Instituto de Investigaciones Estéticas / Universidad Nacional Autónoma de México, 11958, y Universidad Autónoma de México, 21982.

[7] Hasta 1933 (John Van Horne, «El nacimiento de Bernardo de Balbuena», Revista de Filología Española, 20 (1933), págs. 160-168) no se determinó la fecha correcta de nacimiento del poeta, mientras que para establecer la cronología definitiva de su paso a América habría que esperar a 1955 (Guillermo Porras Muñoz, «Datos referentes a Bernardo de Balbuena», Revista de Indias, X, 41 (1950), págs. 591-597).

[8] Algunos autores han escrito y escriben Valbuena. Nosotros, sin negar la razon etimológica en que se fundan, escribimos este apellido en la forma ortográfica usada por le mismo autor, que es la más general y corriente.

[9] Coleccion de Cartas de Indias, publicada por el Ministerio de Fomento. Edicion de 1877, pág. 332.

[10] «El año 25 saqueó el enemigo esta ciudad y se llevó hasta las escrituras de la Iglesia, y porque no le ofrecieron mucho dinero quemó muchas casas y entre ellas la de la dignidad«, Carta de Damian Lopez de Haro, Obispo de Puerto Rico, 1644, Biblioteca Histórica Puerto-riqueña.

[11] «El desaliño repugnante de la edicion antigua, sólo es comparable con el abandono indecible que se tuvo en la correccion. Balbuena se hallaba á la sazon en América, y los que se encargaron de publicar su obra en España correspondieron muy mal á su confianza. Además de las erratas groseras, fáciles de advertir por el lector ménos instruido, son innumerables las que destruyen el sentido, hasta el punto de hacerle ininteligible, ó que vician torpemente la medida del verso», Advertencia de la Academia Española en la segunda edicion de El Bernardo, 1807.