Marqués de Santillana, Poesías completas (edición, introducción y notas de M. P. A. M. Kerkhof y Á. Gómez Moreno), Castalia, Madrid, 2003, 674 págs.

 

Para el lector actual de poesía, hecho a un verso que recoge la herencia de tantos siglos de quehacer poético y de tantos y tantos autores, introducirse en la lectura de la poesía de Iñigo López de Mendoza, escrita en la primera mitad del siglo xv, supone regresar a una infancia, la infancia de la poesía lírica en castellano, para recorrer los campos frescos y luminosos de un comienzo que este gran poeta tan bien supo crear y dibujar. Y es que el Marqués de Santillana, pasados los primerísimos tiempos de la lírica galaico-portuguesa y del Cancionero de Baena, que fundamentalmente recoge medianos poemas de contenido religioso y una moral propia de la escolástica, construye con su genio, aún no preocupado en demasía por el cincelado del verso y abierto a los temas propios del humanismo, como el amor cortés —todo lo cual propicia frescura y luminosidad—, la primera poesía lírica plenamente inspirada de la literatura en castellano.

Será Juan de Mena, en la Coronación del marqués de Santillana o en el Laberinto de Fortuna, quien empiece a tallar el verso sistemáticamente, con sus consecuencias sintácticas, lo que habrá de continuar con Garcilaso, Fray Luis de León o Góngora y habrá de acabar, da igual en qué época, en un barroquismo sin sentido, el vicio más relevante de la poesía española según dice Juan Ramón Jiménez. Pero para el Marqués de Santillana este tallado del verso aún no es el principal afán del quehacer poético, por lo que la mayor parte de sus poemas, que son de arte menor, están construidos con unos versos ciertamente limpios, sencillos, sintácticamente lineales, que van desgranando el discurso sin esfuerzo. Esto no quiere decir, sin embargo, que en determinados momentos no utilice incluso el fuerte hipérbaton, aunque ello sucede cuando su preocupación se traslada de la pura expresión poética a un mayor interés por el estilo, lo cual es más propio del arte mayor, como en la magnífica Comedieta de Ponça, y cuando su preocupación se traslada a la investigación, como cuando escribe sus sonetos «al itálico modo», primeros en lengua castellana, anteriores casi en un siglo a los de Boscán y Garcilaso. (Es de suponer el enorme esfuerzo que debió realizar al introducir en nuestra lengua este modo de hacer, el cual puede detectarse leyendo sus endecasílabos. Según análisis de Rafael Lapesa, y tal como citan los editores de Poesías completas, «un 41,2 por 100 de los versos presenta una acentuación propia del verso de arte mayor [habla del dodecasílabo], al igual que muchos sonetos del final del Duocento»). Pero, como decíamos anteriormente, la mayor parte del discurso del Marqués de Santillana está construido de forma limpia, sencilla y bastante lineal, y sumado esto a la descripción con delicada simplicidad de asuntos amorosos, morales o paisajíticos —incluso incorporando elementos mitológicos—, e impregnado todo ello por su gran genio poético, da como resultado una poesía de una frescura y un candor que llega a impresionar al curtido lector de nuestros días.

Desde luego que el Marqués tiene obras que no se corresponden con esto que venimos diciendo de su poesía, tal es el caso, por ejemplo, de sus poemas contra don Álvaro de Luna, escritos ya a edad avanzada y en el fragor de las rencillas y luchas entre los nobles del reinado de Juan II, en las cuales tomó parte muy activa. Pero el grueso de su obra sí que hace regresar a cierta infancia luminosa. Así sucede con sus deliciosas Serranillas y con sus Canciones o con algunos de sus sonetos o con sus «decires narrativos», entre los que cabe destacar El Sueño, El Infierno de los enamorados y también la Comedieta de Ponça, perteneciente ya a una etapa más cercana a la poesía que se iba a desarrollar posteriormente aunque vivificada por la frescura de su poesía de arte menor. Igualmente son de reseñar algunos poemas de su poesía moral y religiosa como, por ejemplo, el poema Bías contra Fortuna, sobre todo la muy preciosa descripción final del Paraíso.

Habría que sugerir, por último, la lectura de uno de los apéndices de la edición de las Poesías completas que nos ocupa: el Proemio e carta al condestable de Portugal que, como dice Vicenç Beltrán en su antología Edad Media: Lírica y Cancioneros, «es la mejor visión de conjunto de las letras medievales que se escribió en España en este período».

Hay otra edición de las Poesías completas del Marques de Santillana. Se trata de la realizada en dos volúmenes por Miguel Ángel Pérez Priego, Alhambra, Madrid, 1983-1991.

 

F. Herrera de la Torre

 

La pastora de Mançanares y desdichas de Pánfilo (ed. de C. Castillo Martínez), Universidad de Salamanca («Textos recuperados», xxv), 2005, 394 páginas.

 

Que el pertinaz rastreo bibliográfico está en auge y se van perdiendo los complejos y titubeos a la hora de exhumar hallazgos «menores» en la investigación literaria, es bien patente si tenemos en cuenta que, en opinión de filólogos audaces, «no son pocos los tesoros que la Biblioteca Nacional de Madrid —al igual que otras bibliotecas de semejantes características— alberga en sus estanterías, y que duermen el sueño de los justos a la espera de que algún curioso investigador levante el polvo que los mantiene ocultos y les dé nueva vida con su lectura. Diversidad de títulos que, de estar editados, vendrían a iluminar algunos rincones oscuros de diferentes períodos de nuestra historia literaria» (pág. 15). Al empeño de Cristina Castillo Martínez, que inicia su estudio con estas palabras que acabo de citar[1], debemos una impecable edición de un relato pastoril en verso que en adelante habremos de sumar al corpus de libros de pastores del que la propia autora, consumada especialista en el género, nos brindó una antología recientemente [2]. Fue toda una suerte que la mudable pastora de Manzanares y el desdichado Pánfilo se la toparan a ella en su vida literaria, porque ahora el libro de sus amores y desavenencias cuenta con una eficaz valedora que sabe difundir sus méritos, tanto intrínsecos como en relación al género, y que ha preparado el texto con rigor y entusiasmo.

El ms. 189 de la bne que alberga esta historia ya había llamado la atención de estudiosos y colectores de la lírica popular española como Margit Frenk y José María Alín, pero ahora, además de la noticia de las interpolaciones de sabor tradicional que allí se recogen, disponemos de todo el «cancionero», si queremos leerlo así, o del relato curiosísimo que la editora considera el más que probable broche a los libros de pastores que con tanta fortuna habían ido surgiendo a partir de la segunda mitad del siglo xvi. Y es que este nuevo volumen de la fecunda colección de «Textos recuperados» de la Universidad de Salamanca puede considerarse la transcripción del manuscrito hasta ahora inédito, con introducción y notas de Cristina Castillo Martínez, o, si se desea, puede recibirse como la defensa de una tesis con el propio texto como mejor refrendo[3].

Es más, la estructura del libro invita a leerlo así. En primer lugar, hallamos un minucioso estudio de 72 págs. donde la autora, entre otros menesteres, revisa la oscura figura de un tal Antonio de los Caramancheles que con mano distinta a la del resto del ms. firma bajo el título; indaga sobre la posible fecha de composición, que según varias referencias internas debió de ser posterior a 1633; analiza el tratamiento del tema pastoril y su articulación novelesca; y estudia las muy variadas formas métricas que afluyen en la obra. En segundo lugar, tenemos el texto transcrito y puntuado, con unos criterios muy poco «intervencionistas» y una anotación coherente y equilibrada que, fundamentalmente, aclara el léxico de difícil intelección, indica en qué otros lugares pueden leerse las poesías intercaladas, y consigna las erratas del ms. y justifica sus lecturas. La edición incluye además, colocados en el lugar oportuno, los bellos dibujos que ilustraban el ms. original. Seguidamente encontramos un capítulo de conclusiones, donde Cristina Castillo, tras habernos mostrado el texto, retoma sus principales argumentos del estudio inicial y reafirma su tesis, esto es, en suma, que «con La Pastora de Manzanares vemos hasta qué punto de distorsión, de desgaste o de asimilación se puede llegar en el desarrollo de un género, de qué modo se pueden subvertir las características del pastoril hasta terrenos hasta ahora insospechados dentro del apartado de la prosa del Siglo de Oro» (pág. 367). A todo lo cual pone generoso cierre con unos útiles apéndices: una nómina de personajes que sirve de guía de lectura ante la multitud de pastorcillos y pastorcillas que pueblan sus páginas; el índice de primeros versos y estribillos de las composiciones poéticas insertas, redoblando así el interés como cancionero que puede tener este texto; una relación alfabética de las voces que tan bien había anotado; un corpus de libros de pastores, tanto manuscritos como impresos, apartado este último donde echo en falta, y además inaugurando la nó­mina, el Coloquio pastoril de Antonio de Torquemada con el que se inicia el género en nuestras letras, pero que ha pasado inadvertido para algunos estudiosos por hallarse al cabo de los satíricos, y además un tanto disfrazado por el autor para no desentonar con el resto, de manera que aún no hay consenso sobre cómo calibrar su carácter pionero; y, finalmente, una extensa bibliografía general que da cuenta de las fértiles lecturas en las que se sustenta este libro.

En cuanto al texto de La pastora de Mançanares y desdichas de Pánfilo, desconcierta el modo en que el anónimo autor vehicula el extenso relato a través de los 8048 versos de los que se compone. Que se puede narrar consistentemente a la vez que se rima y se metrifica, es algo que queda fuera de toda duda. Pero también resulta obvio que la conjunción de tareas requiere especial habilidad y cualidades en su artífice, y no es el autor de este libro un buen versificador, como la propia editora confiesa en su estudio. En efecto, las musicalidades y aciertos conceptuales han de bus­carse en los textos ajenos que interpola más que en su propia inventiva. Son tantas las octavas en las que la palabra entra con calzador, tan pobre la rima, que de aquí podría hacerse suculenta antología del ripio, y algunas llaman la atención por el torpísimo empleo que realiza de recursos como el poliptoton y la dilogía: «Partió el pastor, partiendo, en su partida, / el alma triste cuanto enamorada» (vv. 2265-2266); con voluntariosos intentos de mayor complejidad que no hacen sino evidenciar aún más sus carencias: «Allí bio un ser por quien el ser tenía, / y bio del ser que tiene el ser en todo / y de todo su ser quien ser benía / a ser su ser porque su ser ya [a]bía / mudado para ser su ser de modo / que, goçando su ser y su alegría, / que estén dos almas sobre un ser assidas, / goçando siempre de infinitas vidas» (vv. 3624-3631), y ahorro al lector la inmediata octava, donde se empecina en este fuego a discreción de seres. Hay también, eso sí, aciertos parciales como los que adornan estos versos por encima de la media, ekfrasis que se beneficia del cambio a octosílabos y la no exigencia de rima: «El cabello, abierto en crencha, / derribado a las espaldas, / negro y retorcido a trechos / con listones de oro y plata. / Era morena de rostro; / las cejas, negras y arqueadas: / arcos con que Amor jigante / flechas tira y fieras mata. / Ojos negros y pequeños; / mas tan grandes en su gracia, / que para abrassar mil mundos, / una niña d’ellos basta. / [...] De blanco marfil bruñido / es su divina garganta, / con aogadero de perlas / que sobre sus pechos andan» (vv. 3025-3044).

En cuanto a sus dotes como contador de historias, independientemente ya de las trabas que se encuentra con el metro, el autor, tras presentar el relato de modo tópico como desahogo expresivo, y hacer ver al lector, así, que hay una plena implicación con la materia novelesca aunque se emplee la tercera persona, logra despertar nuestro interés con las múltiples intervenciones directas que permite a la voz rectora, ya sea de manera más convencional, con transiciones que culminan cada canto y anuncian una elipsis temporal: «Dejemos descansar a estos pastores / que yo diré adelante sus amores» (vv. 1368-1369); mostrando la conmiseración hacia el infeliz de Pánfilo también para cerrar una unidad narrativa: «Dejémoslos en su cabaña un tanto / que la pluma se ablanda de su llanto» (vv. 2518-2519); justificando diversas elecciones y cambios en la articulación espacial: «Acabóse la fiesta, que no cuento / porque me lleba el alma del amante / la pluma tosca y ruda al triste acento / de una passión tan fuerte y penetrante; / mas bolbiendo a la historia y al intento [...]» (vv. 5757-5761); o, sobre todo, dirigiéndose explícitamente a sus criaturas, en especial a la pastora que ha hecho tan infiel e interesada: «¡Oh muger torpe, agena de cordura! / Si Riselo al fin te sustentaba, / ¿por qué no le guardabas el decoro / pues le costabas sus escudos de oro?» (vv. 3852-3855), lo que le lleva a lanzar no pocos asertos misóginos, violencia verbal que halla correlato en la historia en forma de varias agresiones del protagonista masculino, y que no parece tomarse a chanza el narrador, por más que le pinte cacerola en mano en una ocasión.

Las beldades que desembocan en veleidades de una Amarilis que con razón considera Cristina Castillo personaje de lo más atípico en este género, no podían sino con­ducir irremediablemente a que el bien llamado Pánfilo se retire de sus pretensiones amorosas y se pase a vida pía. La razón, muy sencilla, se encuentra formulada en unas décimas que le dedica «un letor» con que se cierra la obra, y que nos llevan a pensar, como sostiene la editora, que esta Pastora de Manzanares es ya el broche a todo un género, pues aquellos Torcato, Filonio y Grisaldo que lo inauguran para nuestras letras en el citado Coloquio pastoril de Torquemada, se nos despiden, a pesar del rechazo de la feroz Belisia, cantando un «por ti muero» tan revelador de que el sufrir es consustancial al amar y que daba pábulo a infinidad de historias semejantes, y en cambio, en este curioso relato, lo último que leemos es que «Ya pasaron los amores / del necio Leandro y Ero, / ya, amigo, quieren dinero / las pastoras y pastores. / Ni porque cantes o llores / será tu amor admitido. / Persebera en el olbido, / contemplando tu bentura, / pues serás onrado cura / y no lo fueras marido». Epitafio contundente, sin duda.

 

R. Malpartida Tirado

 

Pedro Mejía, Diálogos (ed. de I. Lerner y R. Malpartida), Fundación José Manuel Lara, Col. «Clásicos andaluces», Sevilla, 2006, lxxxviii + 266 págs.

 

La tarea primordial en la que se afanó esforzada y cumplidamente el Humanismo fue en el rescate y el aquilatamiento calibrado de la Edad de Oro grecolatina. Los humanistas se preocuparon con ejemplar trabajo por la recuperación de unos modelos de referencia perdidos u olvidados durante el resquebrajamiento de la gloriosa patria romana y la fase de germinación de los diferentes estados modernos. De igual manera que en el idioma oficial se habían compuesto obras capitales para la Historia de la cultura, las lenguas vernáculas podían servir para vehicular ideas tan excelsas o elevadas como se propusiesen. La utilización de una u otra lengua no tiene que deslustrar ningún tema por sublime que sea. Los más avanzados humanistas italianos ya pusieron de relieve la dignificación de las lenguas vulgares, así Dante en su De vulgari eloquentia, donde las elogiaba sin em­bozos (aunque, paradójicamente, la escribió en latín).

Como dechado de esta corriente humanista que derrama sus aguas en España tenemos a un autor que fue verdaderamente —permítaseme el voluntario anacronismo— un best seller en su época y al que no le han faltado las ediciones modernas. A pocos les pasan inadvertidas las cifras que poseemos de las ediciones y traducciones antiguas de algunas obras del sevillano Pedro Mejía, principalmente su Silva de Varia lección y sus Diálogos. De esta última los números hablan por sí solos: podemos consignar hasta un total de diez ediciones desde la salida de la imprenta de Dominico de Robertis en 1547 hasta la edición también sevillana de 1580; las traducciones antiguas no son grano de anís, y gracias a ellas italianos, franceses, ingleses y holandeses pu­dieron leer, si no todos, al menos algunos de los coloquios insertos en estos Diálogos. El éxito editorial de la obra venía asegurado por diversos motivos; en primer lugar, Mejía ya venía avalado por su monumental Silva de varia lección, verdadera enciclopedia que atesoraba un cúmulo de saberes espigados de auctoritas antiguas. Por otro lado, Mejía se había erigido en cronista oficial, y eso le otorgaba un lugar preeminente en la escala de los autores recomendados; además el diálogo estaba en su fase emergente y era un momento propicio en el que se estaba gestando un público de este género.

Tras la Licencia de rigor que se estampaba en los preliminares, la obra se abre con una «Carta para el Ilustrísimo Señor don Perafán de Ribera, Marqués de Tarifa, en que le dedica la obra». Tras leerla se me viene a las mientes una dedicatoria y un prólogo que da la impresión de estar cortado por el mismo filo. No me parece ocioso advertir el parangón que se produce con una obra dialogal que se sitúa en el alboreo del siglo xvii, las Noches de invierno de Antonio de Eslava (1609). En ambos aparece un ringlero de lugares comunes que se repiten; no obstante, aunque se trate de tópicos que no escaseaban en los prólogos de obras áureas, considero que aquí se manifiestan de una forma muy evidente, y por ello no excluyo la lectura de los Diálogos de Mejía por parte de Antonio de Eslava.

Si Mejía en su dedicatoria, amén de pergeñar unos breves apuntamientos sobre su dedicación plena y consagrada a la lectura, aludía al momento de composición de la obra —«cansado algunas veces de leer, y sobrándome el tiempo en las noches largas del invierno pasado (que, como Vuestra señoría sabe, para mí lo son más que par otro), me quise ocupar en este ejercicio»—, Eslava, también en la dedicatoria, pretendía que su lector se distrajese en las prolongadas anochecidas invernales: «viendo cuán estragado está el gusto de nuestra naturaleza, los he guisado con un sainete de deleitación, para que despierte el apetito con título de Noches de invierno, llevando por blanco de aliviar la pesadumbre dellas». Por otra parte, Mejía asegura que por prodigar sus escritos le espoleaban a que los diese a la estampa, «y como yo nunca encubro cosas destas a mis amigos —antes las hago para comunicarlas con ellos y por gastar el tiempo en ejercicios que no sean culpables—, viéronlos y leyéronlos algunos dellos, y mostrando que les agradaban, aconsejáronme, y podría decir me forzaron, a que los publicase»; Eslava explica que sus amigos «con instancia de razones y continua persuasión, me convencieron a que los sacase a luz». Mejía remataba su carta-dedicatoria con la esperanza y el deseo de una continuación: «si sucediere agradar y ser recebidos, dándome Dios fuerza para ello, prosiga en hacer el volumen mayor y en pasar a nuestra lengua algunas cosas destas, de que injustamente, por culpa de sus naturales, está privada»; para no quedar en desventaja, Eslava terminaba el «Prólogo al discreto lector» con una idea parigual: «si en él hallan el acogimiento que yo espero, saldrá luego la segunda parte, en parte de pago de tan buen hospedaje». Si no fuese esto suficiente, ambos, a trueque de enaltecer y ponderar la magnificencia de sus dedicatarios, ponen de relieve la pequeñez de la ofrenda. Son ciertamente un rosario de tópicos gastados en la retórica que abundaba en los prólogos; pero casualmente en uno y en otro se aglutinan y aun se repiten, como si Eslava estuviese contrahaciendo el prólogo de Mejía.

Hay que advertir, no obstante, que la intención que movía a ambos era bien distinta; no en vano había transcurrido más de medio siglo y el gusto estético y las apetencias lectoras habían variado sobremanera en los últimos decenios del siglo xvi. Al dirigirse al lector, Eslava manifestaba abiertamente que «mi intento no es otro que entretenerte un rato cada noche», mientras que Mejía pretendía «proseguir el intento que en lo que a mí ha sido posible he deseado y procurado, que es hacer participante a nuestra lengua castellana de algunas de las cosas de erudición y doctrina que la latina, para los que no la saben, tiene escondido y secreto, porque en estos diálogos, aunque en breve y llano estilo, se tratan dellas algunas». Así y con todo, la bisagra que articula ambas obras apunta hacia lugares muy dispares; el docere para Eslava se subordina al delectare, que es lo que pedía el ávido lector de las novelas del siglo xvii. La com­parativa anterior no la he sacado a humo de pajas, sino con una intención que no oculto. El diálogo no es privativo del siglo xvi, y los estudiosos han puesto mayor interés en catalogar, examinar y justipreciar la miríada de diálogos que proliferaron en esa centuria, dejando de lado un análisis de conjunto que aborde la pervivencia de un género Mejía decía que deseaba «por probar la mano en este género de escritura», (la cursiva es mía)— que en cierto momento hasta llegó a fundirse con el género de moda del siglo xvii (importado de Italia): la novela. Si las Noches de invierno, El pasajero o el Alonso, mozo de muchos amos podemos adscribirlas al género dialogal, todavía la Guía y avisos de forasteros me parece un ejemplo meridiano de cómo llega a fundirse el molde dialogístico con la novela corta, con predominio de la forma novelada.

La edición que nos llega a las manos viene a representar una contribución más de la empresa de exhumación textual que están llevando a cabo sus editores a lo largo de años de investigación. Los trabajos de Isaías Lerner sobre las misceláneas renacentistas, y particularmente aquellos que abundan en la localización de fuentes de la Silva de Mejía, son conocidos en el ámbito hispánico desde hace años; estudios que han culminado con la edición de esta magna obra en la colección «Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica» de la editorial Castalia. Desde algunos menos se está dedicando Rafael Malpartida al análisis de esta parcela del Renacimiento, pero sus primeros trabajos han supuesto una redimensión del diálogo, escrutándolo desde las matrices que operan en la literaturización de su propio género; como muestra está su Varia lección de plática áurea. Un estudio sobre el diálogo renacentista español (2005), donde se acrisolan, con un cabal criterio de selección tipológico, once asedios a diferentes obras dialogadas, en un ejercicio de hermenéutica no desdeñable para aproximaciones ulteriores a los textos que examina.

En los Diálogos de Mejía sobresalen algunos aspectos reseñables, así la pericia que muestra en los coloquios, inoculando un tratamiento a las conversaciones que ficcionaliza propio de todo un experto en el arte dialogístico. Mejía confecciona un tejido literario en el que hilvana, sin dejar rasgaduras, la recreación situacional en la que se desenvuelven los interlocutores con la fabricación de una conversación que se atiene a los elementos intrínsecos propios del diálogo. Ciertos autores que se servían del molde del diálogo no aprovechaban en ocasiones las ventajas que éste les proporcionaba. Para éstos el diálogo no suponía más que un módulo, como cualquier otro, sobre el que verter un centón de ideas y observaciones acerca del tema elegido. Los más diestros, atisbaban con maestría las preeminencias que ofrecía, como por ejemplo, la participación de varios personajes en forma de interlocutores para difuminar su opinión sobre ellos o la cualidad de constituir verdaderos manuales propedéuticos utilizando un maestro que aleccione sabiamente a varios alumnos noveles. Hay que advertir, como apuntan los editores, que así «como el autor de un diálogo no dispone ni de la multiplicación de escenarios que permite la particular secuenciación fílmica, ni tampoco de la posibilidad de una representación, consustancial a la dramaturgia, la información de lo que rodea a los conversantes ha de proceder exclusivamente de los enunciados verbales» (pág. xlvi).

Precisamente es aquí, en la palabra de los interlocutores, donde Mejía afina la pluma para crear un texto en el que es destacable la magnífica «recreación conversacional o mímesis dialogal, aspecto que otorga su plena especificidad al género, la que nos lleva al rescate y disfrute de diálogos tan brillantes como los de Mejía» (pág. xl). Las referencias concretas a las calles sevillanas por las que transitan en el «Diálogo de los médicos» da pie a que departan sobre la propagación de casas que se está generando en la ciudad, y que celebren la exornación que las engalana. En el «Coloquio del Sol» se encuentran dos personajes, más burlones que devotos, hablando a las puertas de una iglesia y desean «participar de la plática» que tienen otros dos mantenida; son estos dos los que están tratando temas elevados (sobre el Sol, la Tierra y la Luna), y nunca mejor que hacerlo al aire libre. En donde se ensambla sin fisuras la circunstancia con el tema es en el coloquio convival; el resorte conversacional se produce cuando fortuitamente se encuentran varios amigos y uno de ellos va a hacer una comida, convidando para ello a los demás. El título de uno de los coloquios, «Coloquio del porfiado», cobra pleno sentido cuando un ceñudo y sañudo personaje, avezado en pleitos, el bachiller Narváez, hace un panegírico del asno, oponiendo frontalmente su opinión a la común del vulgo. En este mismo orden de cosas, tenemos ciertas marcas que coadyuvan a la recreación conversacional, como los deícticos, que funcionan como configuradores del espacio y del tiempo de los coloquios. Esta obra es particularmente rica en señales deícticas, ya endofóricas, ya exofóricas, lo que favorece a crear una atmósfera realista que envuelve al lector y le hace sentirse dentro de la conversación, aunque sólo como pieza contemplativa.

Esta edición de los Diálogos se complementa con una traducción que Mejía realizó de la Parénesis de Isócrates e incorporó a la edición de 1548; los editores han elegido seguir la editada en Sevilla en 1551, que corrige la primera incluida, como he dicho, en 1548. Con esto tenemos una vertiente más del polifacético humanista, la del traductor. En esta obra Isócrates pretendía aleccionar al hijo de un amigo en prueba de su amistad con reglas y preceptos; le explicita que «la manera que tendré será hacer que gustes y participes de mis consejos: conviene a saber, que sepas qué cosas deben procurar y desear los mozos y qué obras han de evitar y huir; con cuáles hombres conviene que tengan amistad y conversación y de qué manera han de ordenar su vida» (pág. 241). Con esta obra tenemos una auténtica guía del virtuoso, un prontuario de oraciones breves y sentenciosas a modo de mandamientos que deben cumplir los que deseen conquistar la virtud.

El texto base para la edición de los Diálogos es el de 1551, última que pudo corregir el autor en vida. En nota a pie de página toman otras lecturas de otras ediciones —principalmente de la edición príncipe, pero no únicamente— cuando se hace necesario por un pasaje críptico o por una lectura estragada del original (frutos muy probablemente de lecturas enfadosas y des­viadas del manuscrito por parte del impresor o del cajista). No es propiamente una edición crítica, pero sí se ha acudido en momentos puntuales a otras ediciones para subsanar alguna parte corrompida o escoger la mejor lectura que le dé sentido al texto.

La tarea del rescate textual me parece hoy (y más que nunca) tan apreciable cuanto necesaria. En estos tiempos en los que parece que todos tenemos algo que expresar (algo, por más, que juzgamos de creciente interés para los demás); en los que se están desbordando las imprentas de obras insulsas y estudios poco luminosos; en los que, en definitiva, la creatividad personal (venida desde ambas laderas —creación y estudios— y que vienen a culminar en una misma cima) está viviendo unos momentos de fecundidad inimaginables hace una centuria, una tarea se me antoja acuciante: la edición de textos antiguos. La labor del filólogo se está desdibujando en la medida en que éste se afana por estudiar y analizar textos que carecen de edición al alcance de lectores, si se quiere, de la esfera universitaria o de la comunidad filológica que nos ampara. La edición de un texto, con el acompañamiento de un estudio de rigor que lo preceda, acompañado de un cuerpo de notas explicativas y aclaratorias del sentido de un pasaje determinado, de las voces desusadas, de las figuras que aparecen, etc., con un aparato de variantes si se hace necesaria la colación de textos y si además resulta funcional, y con una bibliografía sobre la obra que ayude a abundar en su desentrañamiento es el ejercicio donde cobra sentido pleno la Filología. Con esto no estoy rechazando de plano realizar monografías sobre textos que por razones azarosas no hayan tenido la fortuna de conocer más impresiones que la de su época, quiero decir más bien que a veces perdemos de vista nuestro principal objeto de estudio y teorizamos sobre entes abstractos construyendo un castillo de naipes que de un plumazo se desmorona.

Esta edición de los Diálogos de Mejía simboliza un aliento para continuar desempolvando obras que encierran méritos suficientes para ser dadas a la imprenta. Hace unas décadas era impensable que pudiésemos leer en ediciones modernas más de medio centenar de diálogos. Hoy se abre una pequeña claraboya que nos alumbra el camino para poner al servicio del lector moderno las obras dialogadas que se escribieron durante el Siglo de Oro, y no sólo durante el Renacimiento. El campo del diálogo sigue siendo fértil y ubérrimo, y aún quedan obras que claman por ser reeditadas, como los Diálogos de la agricultura cristiana de Pineda o los Coloquios de Baltasar de Collazos.

 

 

 

 

D. González Ramírez

Voyage de Turquie, (traducción, introducción y notas de J. Ferreras y G. Zonana), Fayard («Littérature Étrangère Fayard»), París, 2006, 449 págs.

 

Dos son los hitos fundamentales en la recepción durante los últimos años de una de las obras maestras de nuestra literatura áurea, el anónimo Viaje de Turquía. Del primero, la edición monumental de Marie Sol Ortola para la nbec de Castalia, ya dimos cuenta en las páginas de Analecta Malacitana (xxv, 1, 2002, págs. 330-332), y ahora queremos difundir también su traslado al francés a cargo de dos expertos traductores, porque este interés, subvencionado desde nuestro Ministerio de Cultura, por hacer llegar el delicioso diálogo español al público francoparlante demuestra el grado de admiración que sigue despertando la obra en otros ámbitos lingüísticos y geográficos, algo que ya era evidente por la procedencia de algunos de sus mejores exégetas, nacidos o afincados en otros países, como Marcel Bataillon, William L. Markrich y Franco Meregalli, e incorporados a su estudio a partir ya de los ochenta, Marie-Sol Ortola, Claude Allaigre, Augustin Redondo, Javier Gómez Montero, Encarnación Sánchez García y Laura Alcoba.

Que se está acogiendo muy bien este libro en Francia queda claro por las recensiones que en medios de amplia tirada nacional ha recibido. Por ejemplo, en La Quinzaine Lit­téraire (1-15 de septiembre de 2006), bajo el rótulo «Le modèle turc [...] au xvie siècle», Jean-Paul Champseix destacaba que «El Viaje de Turquía es una de esas obras-bisagra que inauguran un espacio mental y literario nuevo. Antes que Cervantes, el autor anónimo de este libro nos ofrece un relato de aventuras, un texto de sociología, una obra política que ya despide el aroma de la Reforma [...], todo ello al modo de amistosa conversación entre tres personajes». Y Astrid Eliard, con el título «La fuite de Constantinople», en Le Figaro Littéraire (20 de abril de 2006), celebraba una esperadísima traducción de lo que denomina un auténtico «manifiesto humanista».

Los más idóneos artífices para que las peripecias y el mensaje de Pedro de Urdemalas llegaran con total garantía filológica a nuestros vecinos galos eran, sin duda, Jacqueline Ferreras y Gilbert Zonana, que ya emprendieron hace tiempo la tarea de confeccionar un Diccionario jurídico y económico español-francés, francés-español, cuya fortuna ha propiciado su reedición[4]. Si el profesor Zonana es uno de los más concienzudos difusores de nuestro teatro áureo en Francia, especialmente por sus ediciones en colaboración de La villana de Vallecas de Tirso (Ediciones Hispano Ame­ricanas, París, 1964) y El acero de Madrid y Santiago el Verde de Lope (Klincksieck, París, 1971 y 1974, respectivamente), la profesora Ferreras añade a este conocimiento de la lengua y la literatura española el ingrediente adicional de que es una de las máximas especialistas en el diálogo renacentista español, desde que publicara en 1985 Les dialogues espagnoles du xvie siècle ou l’expression littéraire d’une nouvelle conscience[5], valioso estudio de conjunto que ha prolongado en una fecunda trayectoria investigadora sobre el género con una veintena de trabajos, en los que tiene presencia, naturalmente, el Viaje de Turquía[6]. Así pues, para verter nuestro espléndido diálogo al francés, ¿quién mejor que dos avezados traductores, uno de los cuales conoce además la obra al dedillo por pertenecer al corpus que constituye su objeto de estudio primordial?

Ferreras y Zonana, que han seguido el texto fijado por Marie-Sol Ortola en su citada edición, presentan el Voyage de Turquie con gran concisión, de acuerdo con el amplio público al que se destina la colección, destacando, entre otros aspectos que orientarán al lector francés, «la insólita riqueza de un texto que, bajo la forma de la farsa, aborda los más graves problemas a los que se enfrentaba la España Imperial» (pág. 8), el influjo de un Luciano que aportó cualidades literarias al diálogo humanístico, y el notable ejercicio de remedo conversacional que representa. Para hacer más cómoda su lectura, los editores insertan epígrafes internos que puedan servir de guía temática, como ya hiciera García Salinero en su edición de 1980 para Cátedra, y añaden veinte páginas de oportunas notas al final de la obra, además de un útil índice onomástico y toponímico.

Para tasar el mérito de esta traducción, empresa que era harto difícil por la particular encrucijada lingüística en la que se articula la obra, baste el ejemplo de los nombres que han elegido para sustituir el de dos interlocutores: muy hábilmente, soslayando la poco recomendable literalidad y atendiendo a sus resonancias folclóricas, los han adaptado a la competencia lectora y a las expectativas del público francés, traduciendo Pedro de Urdemalas como Pierre l’Espiègle, de manera que funden la urdimbre con la travesura, inspirándose, por otra parte, en el personaje del folclore alemán Till Eulenspiegel, «pícaro inconformista dotado de gran arrojo» (pág. 422, n. 2); y Mátalascallando como Maître Patelin, personaje de la farsa que probablemente evoque cualidades similares a las del simpático Mata para el receptor más habituado a la literatura de aquellas latitudes.

Gran noticia para los amantes del Viaje de Turquía la versión francesa de este texto, que es hoy un poco más clásico con el aplauso de un nuevo grupo de lectores, los francófonos, que ahora podrán disfrutar de él con las garantías de una sólida e inteligente traslación a su lengua.

 

R. Malpartida Tirado

 

Belén Molina Huete, La trama del ramillete. Construcción y sentido de las «Flores de poetas ilustres» de Pedro Espinosa, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2003, 393 págs.

 

Los investigadores positivistas decimonónicos, como es sabido y subrayo, se afanaron, con un singular regusto de erudición, en exhumar una inmensa cantidad de textos que los ilustrados se encargaron de sepultar con una repudiada malquerencia a nuestros maestros en materia de Letras (el editor Joseph Alonso de Padilla es una salvedad de entre esa renuencia). Las Flores de poetas ilustres compiladas por el antequerano Pedro Espinosa afortunadamente formó parte del corpus rescatado. La historiografía literaria va cubriendo (a veces encubriendo) esas lagunas oceánicas heredadas de la forma de entender la crítica filológica del Siglo de las Luces y, en este caso, tanto antólogo como antología han reportado valiosos estudios merecedores de coronas y laureles.

La trama del ramillete. Construcción y sentido de las «Flores de poetas ilustres» de Pedro Espinosa, reconocido y galardonado con el I Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2003, bien podría quedar integrado como capítulo dentro del ingente proyecto editorial que de la obra ideó J. Quirós de los Ríos a finales del xix. La empresa comprendía la reedición de la Primera parte de las Flores de poetas ilustres de España, ordenada por el paisano Pedro Espinosa, la edición por vez primera del manuscrito titulado Flores de poetas (1611), integrado por autores muy próximos también al círculo antequerano, y, por último, un volumen con las noticias bio-biblio­gráficas que de tales ingenios hubieran podido reunirse hasta el momento. La inesperada muerte de J. Quirós procuró que las ediciones quedaran finalmente al cuidado de F. Rodríguez Marín, y que éste concretara en su famoso Pedro Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, de 1907, la ideada tercera entrega. Con este libro, su autor, encajado en las líneas positivistas, había obtenido en diciembre de 1904 el Premio convocado por la Real Academia Española y abría paso definitivamente a Espinosa y todo su séquito en el panorama literario español (contamos con reciente facsímil de este raro libro editado por la Universidad de Málaga y con actualizada presentación realizada igualmente por Belén Molina Huete). Ateniéndose al cómodo y ya instaurado marbete de Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, el concienzudo Bachiller de Osuna pretendía llevar a punta de lanza intuiciones, cuando no invenciones, y comentarios que ponían de relieve una más que diáfana coartada para rehusar la materia literaria. En semejantes términos se expresaba J. Lara Garrido en la «Introducción» de sus Relieves poéticos del Siglo de Oro. De los textos al contexto (Anejos de Analecta Malacitana, 27, Málaga, 1999, pág. 12), que recordaba a su vez un escrito tempranero de Jorge Guillén.

Desprovista de esa atención al dato hecha desde una óptica seudorigurosa, el libro de la profesora Molina Huete aborda el florilegio de Espinosa enfrentándose a los textos desde una erudición hija de la epistemología filológica del siglo xx y bajo el convencimiento ya asumido de que tenemos en nuestras manos «el cancionero poético más importante publicado en el Siglo de Oro» (pág. 11). Su metodología de análisis queda bien definida con la voz relección, un préstamo descrito en un celebrado libro de J. Lara: Del siglo de Oro. Métodos y relecciones. Con este vocablo —explica B. Molina— «se inaugura el camino hacia la «lectura suficiente», aquélla que implica el protagonismo del texto y su actualización a través de la atenta lectura liberada de condicionamientos, la que conlleva la sumisión a la palabra poética y su rechazo como pretexto para la edificación teórica» (pág. 15). Con ello, sin embargo, y siguiendo el eco de las palabras preliminares del antólogo, La trama... se presenta como «una obra prologal, si se quiere “muestra de paño” que si es bien aceptada encontrará su extensión y todo su desarrollo en obras futuras» (pág. 20).

La trama del ramillete queda compuesto por tres capítulos; antecede a éstos un prólogo en donde B. Molina senderea al lector por las veredas que se encontrará, advirtiéndole con todo de los derroteros que anteriormente han sido transitados. Contornea en líneas maestras las claves del libro y nos asoma a ese fastuoso ventanal tan florido cuanto ilustre. Realiza en el primer bloque, «Hacia una historia crítica de la recepción de las Flores de poetas ilustres de Pedro Espinosa», un conveniente y extenso recorrido —que sin ser definitivo, no podemos negar su carácter definitorio—, por la recepción del ramillete, descubriendo sus itinerarios de lectura, acogida y percepción por parte de primorosos lectores, exigentes críticos y escrupulosos bibliófilos desde su salida de la imprenta en 1605 hasta nuestros días. Ya en un extenso artículo titulado «Las Flores de poetas ilustres de Pedro Espinosa en sus ediciones del siglo xix. Cosas de “marquetería literaria”», aparecido en el primer número de la revista literaria Canente (2001), Molina Huete adelantó gran parte de sus calicatas realizadas en torno a la resurrección editorial del texto en el xix. Ahora, con correcciones y aumentos significativos, se atiende de nuevo con especial interés esta etapa crucial en la recepción de la obra. Por una parte, desacreditando con autoridad la mermada edición de Adolfo de Castro en el segundo volumen de sus Poetas líricos españoles de los siglos xvi y xvii (bae, 1857); por otra, ofreciendo abundancia de datos relacionados con la edición ultimada en 1896 por F. Rodríguez Marín merced a la herencia recibida de parte de J. Quirós que ayudan a contextualizar el evento en su justa medida y a resarcir la figura del erudito de Antequera, Bachiller de Singilia. Pese a las carencias de las que adolecía aún esta nueva entrega del florilegio, la autora reconoce —y esto refuerza ese esmero y diligencia—, que «es lícito reconocer que uno de los mayores adelantos que debemos a esta edición de 1896 es la del esclarecimiento de autorías y atribuciones» (pág. 73). Ya en el siglo xx, La trama... da cuenta de la única contribución que este siglo nos ha brindado, y que a su vez es la última que tenemos: una edición facsimilar de la Real Academia Española en 1991.

Arropando esta secuencia de recuperación textual con noticias constatables de lectores en cada momento de su historia, la autora muestra y demuestra cómo a pesar de las pocas y pobres ediciones que hoy tenemos de esta antología su divulgación entre las minorías letradas fue abrumadora: «La huella de la antología parece, pues, indiscutible en los ámbitos literarios y cultos más inmediatos y ligada en efecto a una modernidad estética que en aquel tiempo pasaba por la imitación creativa de los modelos importados de Italia» (pág. 31); es precisamente por este fundamento, en donde se glosa una idea que está previamente en E. Orozco Díaz, por lo que estamos ante una joya casi intacta, divina rareza de la literatura española.

Los últimos trazados de este primer capítulo se ocupan en los desiguales estudios —sugerentes, superficiales, obtusos— elaborados especialmente en el último cuarto de siglo, incidentes en la conformación estructural de la antología y en un debate abierto entre el gobierno del azar o el de la selección y ordenación conscientes. Claramente, La trama... se suma a la segunda tesis —ya avanzada desde el prólogo— y a presentar y justificar sus argumentos se dedican los capítulos siguientes.

En su parte central, «Para una hermenéutica del proceso y la conformación de la antología», que representa el grueso del libro, la autora combina una doble lectura de los poemas que integran el florilegio: paradigmática y sintagmática. Con la «lectura paradigmática» el objetivo resulta ser el de diseñar el perfil que los poetas seleccionados muestran en la antología. Para ello se lleva a cabo una descripción tanto individual como sintética de todos los autores que incluye, precisos datos de carácter bio-biblio­gráfico. Tal descripción atiende al criterio de representatividad y fundamentalmente queda sujeta a dos cometidos: estudiar cómo pudieron llegar los textos a las manos de Espinosa y qué imagen quiso el antólogo ofrecer de ellos. Sin dejar de advertir sobre el riesgo y la firme insostenibilidad de este vislumbre, se parte aquí de una hipótesis obligada: que Espinosa pudiera tener acceso al corpus textual completo hasta esos momentos de los autores escogidos, de modo que su proceso de selección pudiera responder a criterios razonados.

Analizar individualmente la adquisición de poemas, sin la cooperación de documentos y con la hendidura del tiempo, sería una tarea baldía. Las Flores es un documento que ha librado del sepulcro numerosos poemas de poetas antequeranos, como Luis Martín de la Plaza o Cristobalina Fernández de Alarcón (F. Rodríguez Marín declara de esta última que sería la responsable de que las Flores tomasen cuerpo a modo de una antología y de que no se quedasen en un volumen con sólo las poesías de Espinosa), a los que el antólogo conocería muy bien, por ser natural de esta localidad (abundando en la idea anterior, insisto en que algunos versos de este venero antequerano, y por tanto sus creadores, únicamente se conocen por haberse quedado impresos en esta antología). Igualmente ha recolectado perlas andaluzas de autores del calado de Luis Barahona de Soto o Juan de Arguijo, que sin desestimar las de los inconmensurables Góngora, Lupercio Leonardo de Argensola o Lope de Vega, engalanan a toda una exquisita pedrería que cautiva y seduce a los más exigentes orfebres. De la gran mayoría de autores que aparecen en las Flores tenemos hoy ediciones fiables, y así son indicadas por B. Molina, pero cabe resaltar que todavía quedan poetas que aún no han encontrado una mano benefactora que los exponga a luz ante los lectores del siglo xxi.

Lejos de admitir a pies juntillas los asertos de la crítica, B. Molina nos ofrece grandes y novedosos aportes en la descripción de los poetas. Como botón de muestra, valgan los aquí escogidos. De Baltasar del Alcázar resalta que Espinosa quiso dar una imagen del poeta paródico, sin obviar la del poeta ludens, y no le pasa inadvertido a nuestra estudiosa que en ediciones modernas del sevillano no se ha tenido en cuenta la antología cuando se estudian las diferentes familias textuales para establecer el stemma. El valor y el alcance, por tanto, de las Flores en la transmisión textual de este poeta aún no ha sido calibrado y justipreciado como requiere. De dos maestros como Góngora y Quevedo destaca la autora que Espinosa quiso caracterizarlos a través de sus versos y perfilarlos muy distinguidamente. En el escrutinio, del cordobés dejó fuera los poemas satíricos y burlescos, para dar una imagen seria a través de poemas sacros, fúnebres y amorosos; en cambio, del madrileño escogió los textos «de corte jocoso o epigramático», para dibujar a un escritor que sin duda llevaba a gala ser burlesco y conciso. Me llama poderosamente la atención una curiosidad que no pasa desapercibida a B. Molina. De Lope de Vega, polígrafo que se preocupó por dar a la estampa sus textos poéticos, Espinosa seleccionó poemas de sus obras de teatro (tan sólo un soneto, proveniente de las Rimas, pasó a poblar el florilegio). La lectura concienzuda de esta obra ha llevado a la profesora Molina Huete a notar cómo estos textos elegidos del Fénix dialogan entre sí.

Después de este examen detenido y minucioso, nos adentramos en la «lectura sintagmática». B. Molina pone de relieve el sentido que tiene la ordenación propuesta por Espinosa, que las Flores no son precisamente una colectánea de textos recogidos sin ritmo ni compás como muchos han querido ver. En esta línea se sitúan F. Rodríguez Marín y Pablo Villar Amador, quien en su Estudio de las «Flores de poetas ilustres de España» de Pedro Espinosa, publicado en el año 1994 por la Universidad de Granada y prologado por P. Jauralde Pou, ha determinado que el azar se impone sobre la antología. J. Lara en 1979 («Notas en torno a las Flores de poetas ilustres de Pedro Espinosa», Analecta Malacitana, ii, 1, 1979, págs. 175-182) oteó unos «efectos de variedad y contraste» que serían explorados con más detenimiento por G. Garrote Bernal en «Barahona de Soto en las Flores de poetas ilustres de Espinosa», artículo recogido en De saber poético y verso peregrino. La invención manierista en Luis Barahona de Soto (Anejo 23, Analecta Malacitana, Málaga, 2002, págs. 47-68). El interesante artículo de G. Garrote está basado en la «disposición opositiva bipartita» que gobierna las Flores; algo en lo que pocos hasta ese momento habían reparado. B. Molina, siguiendo la línea marcada por estos dos investigadores, observa agudamente toda una estructura seriada. Partiendo de esta premisa de disposición insoslayable, La tra­ma del ramillete es un libro que se opone frontalmente y se sitúa en las antípodas del estudio de P. Villar.

Por otro lado, y «por encima, pues, de autores, temas, géneros y formas, el protagonismo de la antología se debe fundamentalmente a los textos, a esas Flores que Espinosa ofrece al lector como “flor de harina” y “ordenadas” de su mano» (página 279). En esta primacía que se le otorga al texto, establece una propuesta de ordenación y lectura de poemas —así cobra pleno sentido el título del estudio que venimos reseñando—, que se aleja de las sugerencias parciales llevadas a cabo hasta ahora. La profesora B. Molina determina, por tanto, con luminosidad irradiante, todo un proceso de reconstrucción antológica; pero lejos de pontificar su trazado, afirma que «la sucesión de lecturas propuestas corresponde a evocaciones inmediatas que podrán enriquecerse en la medida en que aumente nuestro grado de competencia, lo cual incluso puede conducir al replanteamiento de algunas de ellas o de las conclusiones que se han ido avanzando» (pág. 324). Con La trama del ramillete, a partir de ahora inexcusable para cualquier acercamiento al grupo antequerano-granadino y, por extensión, a la poesía del Siglo de Oro, Molina Huete propone una guía de lectura de los 248 poemas que conforman el florilegio, además de «nuevas orientaciones de análisis que parten no sólo de la intuición lectora sino de la reflexión crítica que pone en juego todas las relaciones posibles que desenmascaran la incongruencia de asumir que una obra del alcance de las Flores de Espinosa no sea hija de su propio tiempo, y se califique gratuitamente de obra manierista sin atender a que su conformación es fruto de un riguroso ejercicio intelectual» (pág. 19).

Esta última idea es el engarce idóneo para declarar que «las Flores de 1605 están concebidas como un auténtico acto de fe literario en defensa de la vanguardia creativa, de la presentación de los diversos tratamientos a que se someten temas, géneros y estilos en un momento de confusiones estéticas; y, con su calidad, contribuyen de esta manera a perfeccionar el dibujo de la orografía lírica de un período impreciso que, sin entrar en complicadas consideraciones críticas, sencillamente denominamos manierismo» (pág. 98). Un período impreciso que se han encargado de ir fijando E. Orozco y J. Lara, entre otros, en distintas publicaciones; B. Molina con el aporte de su tercera y última parte, «Las Flores de poetas ilustres como modelo de antología manierista», y por extensión todo el volumen, se suma a la determinación de que se trata de un movimiento ante todo estético y retórico, a la caza de un lector intelectualista. Toda una ristra de reiterados tópicos al uso y marchamos de trasmano muy utilizados por algunos se le han endosado a las Flores de poetas ilustres. La autora concreta esa nómina de caracterizaciones genéricas desde dos ángulos principalmente que asedian los textos en su magnitud: el formal y el semántico. Además, insiste aquí en resaltar las disparidades existentes y la singularidad que se da entre el florilegio de Espinosa y la mal denominada Segunda parte de las Flores de poetas ilustres que Calderón recopiló en 1611, el manuscrito rotulado Flores de poetas.

Junto a los deliberados alicientes rupturistas y a la atrevida modernidad que se ha señalado, añadamos el hecho del antólogo antologado y una criba muy estricta en función de los principios que decretan la teoría poética del momento: «la imitación creativa, tanto de modelos clásicos como italianos, la apertura a la pluralidad y a la variedad sobre los rígidos esquemas renacentistas; y la tendencia a la estilización artificiosa y al refinamiento formalista» (pág. 385). Una obra que por la poca inclinación y cuidado que se le ha prestado se suma a esa ingente lista de contrasentidos que se reserva la Filología (nada le podemos recriminar a la Literatura, que indudablemente es una damnificada), y que es la causa principal por la que hoy nuestros ojos esperanzados tienen la mirada puesta en el cuarto centenario recién cumplido de las Flores, deseando que nos regale una fiable y rigurosa edición de este ramillete. Nuestra esperanza se acrecienta cuando en el pórtico del libro B. Molina afirmaba: «No cabe duda de que el estudio exige una edición paralela, la edición crítica tan ansiada y objeto primero de mi incursión en las Flores, que cubra definitivamente todos sus flancos de comentario e interpretación» (pág. 20).

 

D. González Ramírez

AA. VV., La Generación del 27 visita a don Quijote, Visor libros, Biblioteca cervantina, Madrid, 2005, 421 págs.

 

La editorial Visor acomete con este volumen otro buen trabajo con que dar lustre a su colección de obras sobre Cervantes y el Quijote. En su biblioteca cervantina podemos encontrar, junto a éste, otros estudios de autoridades clásicas como: Azorín: Con permiso de los cervantistas; Luis García Montero: La poesía, señor Hidalgo...; Juan Valera: Escritos sobre Cervantes; o Turgueniev, Dostoieski y Merejkowski: El Quijote desde Rusia. Además de estos libros, encontramos dos volúmenes realizados con artículos variados. Uno de ellos es el que nos proponemos analizar en esta reseña.

La ventaja de un libro misceláneo como éste estriba en la posibilidad de conocer puntos de vista muy variados y dispares sobre Cervantes y su obra magna. Aquí puede encontrar el lector artículos elaborados desde la emoción personal de lector, homenajes conmemorativos, meditados trabajos lingüísticos o señeras columnas redactadas con la urgencia de la prosa periodística. La rica variedad textual es lo que permite escoger al gusto, entre una nómina de escritores que abarca, de forma referencial y abierta, a lo que llamamos Generación del 27: Corpus Barga, Benjamín Jarnés, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José Bergamín, Amado Alonso, Gerardo Diego, Arturo Barea, Dámaso Alonso, Rosa Chacel, Vicente Aleixandre, Guillermo de Torre, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Max Aub, María Teresa León, Manuel Altolaguirre, Francisco Ayala, Rafael Lapesa y María Zambrano, entre otros.

El coordinador de la obra, Jenaro Talens, en el prólogo de la misma declara muy bien su intención: ofrecer un libro en que pueda apreciarse a don Quijote como símbolo de una generación de escritores nuevos, completamente distintos a los que formaron la Generación del 98. Ciertamente, no es estéril comparar la visión que tuvieron ambas generaciones del símbolo cervantino. Mientras que para Unamuno, Azorín u Ortega, don Quijote era el punto de reflexión para meditar sobre los grandes problemas nacionales, para los intelectuales del 27, el hidalgo manchego presenta, primero, una visión más rica, heterogénea y contradictoria de la conducta humana, que merece analizarse con detenimiento; y, segundo, el personaje no es más que un trasunto de la personalidad cervantina, que es, en buena medida, la cuestión que más les interesa: el autor.

A continuación ofreceremos la síntesis y glosa de algunos artículos recogidos en el libro, para que el lector se haga una idea de su contenido.

Benjamín Jarnés presenta un trabajo titulado: «La desenvuelta Altisidora». Con una prosa lírica este autor analiza el pasaje en que Altisidora, después de haberse prestado a las burlas en el palacio ducal, al despedirse don Quijote y Sancho en el patio de armas, la doncella recitó como despedida unos encendidos versos amorosos. Jarnés, más que analizar, divaga líricamente con el momento, y realiza una apología del arrepentimiento, los valores y el amor. Según él, Altisidora, al final de todo el montaje chunguista concertado por los duques, luego de haberse prestado a fingir enamoramiento al hidalgo, después de haber organizado la cencerrada gatuna que arañó el rostro de don Quijote, al final de todo esto, es cuando se da cuenta de los dignos valores que representa aquella pareja de aparentes esperpentos. Sólo ella, en una soledad poética creada por Jarnés, comprende que los miembros de la corte, con los duques a la cabeza, son un hatajo de bribones incapaces de comprender las sutiles prendas morales encarnadas por don Quijote y Sancho. La nobleza, descubre en silencioso recogimiento Altisidora, no es producto ni de abolengos aristocráticos, ni de poder, ni de dinero, ni de astucias o picardías para engañar al prójimo; la virtud nace de otra fuente más honda que se manifiesta en el ánimo sereno, en la intención ecuánime para con los demás, en la discreción ordenada del lenguaje, en la fidelidad a los principios...; y justo cuando descubre que todas esas cualidades las tenía el hombre de quien se había burlado soezmente, cae en profundo arrepentimiento, y en amorosa admiración por él. Altisidora también se ha quijotizado porque parece ver cosas que a los demás les pasan desapercibidas: otra vez son gigantes y no molinos (¿o era al revés?).

Luis Astrana Marín escribe una glosa-ensayo, llena de referencias eruditas en las que compara las dos partes del Quijote. El artículo se llama: «Consideraciones acerca de la segunda parte del Quijote». En ella aporta juicios sobre la valoración crítica que tuvo la primera parte del libro; la inclusión de novelas cortas y otras noticias sobre la fama de la obra, impresa en Bruselas, Valencia y Barcelona.

De Pedro Salinas se aporta un artículo titulado: «La mejor carta de amores de la literatura española». Se trata de un análisis de la carta que don Quijote escribe a Dulcinea mientras hace penitencia en Sierra Morena. Salinas realiza un prodigioso seguimiento crítico y poético de este pasaje cervantino en el que se descubren ingeniosas conclusiones y claves estéticas de la novela entera. Sin duda Cervantes hace gala de su mejor humor en este asunto epistolar: es una carta dirigida a un destinatario ficticio; en ella se entreveran asuntos de retórica quintaesencia amatoria con asuntos cotidianos, como la libranza de los asnos a Sancho en pago por el hurto que sufre éste del suyo a manos de Ginesillo de Pasamonte. Salinas, en su exposición, demuestra con sobrada elegancia que uno de los esenciales motivos de la estética de Cervantes es su delicado contraste entre la idealidad y la realidad tangible: de esa síntesis amable, cariñosa y algo burlona sale el estilo todo de Cervantes.

Jorge Guillén, por su parte, centra su atención en la figura subyacente de Alonso Quijano. En un ensayo titulado: «Vida y muerte de Alonso Quijano», el poeta desarrolla esta tesis: la figura del hidalgo manchego es una mixtura de dos componentes antagónicos, don Quijote es la parte idealista, exaltada y de impulsivo arrebato caballeresco; Alonso Quijano, por el contrario, es el contrapeso de sensatez, el sustrato de persona discreta que domina al individuo cuando se muestra especialmente cuerdo en el juicio y en los modales. Ambas naturalezas se entreveran, conforman un todo delicado y genial que el autor interpreta bajo la idea orteguiana de que ser es un esfuerzo permanente de conseguir un proyecto futuro de existencia: un conato permanente de querer ser algo por lo que se lucha. Y don Quijote es el paradigma perfecto de ese modus vivendi.

Amado Alonso también forja su versión particular de la figura de Cervantes a través de su obra caballeresca. Él parte de la convicción de que un autor siempre refleja en su obra rasgos contemporáneos de la época que le toca vivir. Y a este propósito compara lo opuestas que son las concepciones vitales de dos contemporáneos como Mateo Alemán y Cervantes. El primero, dominado por un talante pesimista, lúgubre y desesperanzadoramente barroco. El segundo, sin embargo, aparece en el Quijote cargado de un entusiasmo moderado por la broma exquisita y serena.

Gerardo Diego subraya la radical originalidad de Cervantes en su concepción estilística y temática. Demuestra que la lengua de Cervantes adquiere tan vigorosa personalidad por ser siempre una transgresión meditada contra los usos aceptados tópicamente en la época. Se centra en el prólogo para decir que, mientras que la mayoría de autores redactan elogiosos parlamentos llenos de formalismos, retóricas y protocolos poéticos, él, Cervantes, prefiere una llamada informal al desocupado lector para advertirle, con desenfado, humor y zumbona ironía, que su obra es una bagatela de poca importancia en comparación con lo que se imprime por estos pagos.

Guillermo de Torre compara a Cervantes con Velázquez; y ello para demostrar que ambos artistas no pueden ser encuadrados en la definición convencional del término «Barroco». Para él, la estética barroca se asimila a un pesimismo fantasmagórico y a un conocimiento alegórico moralista de la realidad que, en modo alguno poseen estos dos artistas. Cervantes, por doquier, va derrochando un sentido más festivo de la vida que cualquier autor del seiscientos. Tan sólo en la segunda parte, durante la larga estancia en el palacio ducal, se puede aventurar una prudente aproximación con el concepto tan calderoniano de que el mundo es un teatro; y aún así, la afirmación debe ser cautelosa, por ser Cervantes, como dice, un autor dominado por una concepción de la realidad más rica y esperanzada que la de cualquier barroco al uso. Porque su novela es una exaltación misma de la vida: con sus innúmeras contradicciones; y nunca la ejecución exhaustiva de un esquema, lo cual hace de la novela, más que un espejo de la vida, tratado de ilusión moral: tal le ocurre a El Criticón, de Gracián.

De Luis Cernuda también se aporta un interesante trabajo que analiza, a la par, y con admirable estilo poético, la figura de don Quijote y la de Cervantes. Al primero nos lo presenta como una acertada combinación de luces y sombras: una difícil síntesis de locura y entendimiento, de excesos y de impecable discreción que nos infunde un delicado respeto: «Ante don Quijote nos damos cuenta de que comenzamos a amarle cuando acabamos de reírnos de él. ¿Por qué esta contradicción manifiesta de los usos humanos? Rara vez la calidad moral de un ser, real o ficticio, es tan alta que salga no sólo intacta sino engrandecida del lance que despierta nuestra risa» (pág. 223).

Por lo que respecta a Cervantes, Cernuda aborda de él su calidad como novelista, aun trascendiendo las fronteras del Quijote, y llevándola a las novelas ejemplares. Cervantes es el padre de la novela en un sentido muy claro: él es el primero que sitúa a los personajes en un plano imaginario construido con los mismos materiales que nuestra realidad. Un mundo contradictorio en donde uno se desenvuelve merced a los mismos obstáculos que encuentra a diario. Pero, además de eso, el novelista debe ser lo suficientemente diestro para insinuar mensajes sinceros, inquietudes nobles y esperanzas puras sin caer en ningún propagandismo ideológico. «El interés novelesco puede y debe consistir en algo más que lances y peripecias acaecidos a los personajes; ahondando en el alma de éstos, haciéndoles moverse, no con arreglo a la trama previamente concebida, sino al contrario, ajustando la trama a las posibilidades humanas que en ellos hay, se obtenía una forma novelesca más real de lo que hasta entonces había sido la novela. Algo inmaterial queda ahora fijo en las páginas del libro: el alma humana, y con el alma, este reflejo de nuestra alma que es la vida» (pág. 228).

Para terminar comentaremos una aportación también brillante de María Zambrano. Su trabajo se titula «La ambigüedad de Cervantes», y es un recorrido admirable de filosofía y conocimiento. Haciendo una abierta y sugerente interpretación de la novela cervantina y del Quijote como símbolo, hace una exégesis de la historia humana, asimilándola a tres momentos simbólicos: el Mito, la Tragedia y la Novela. El mito es la expresión artística de un momento histórico en que el hombre está ligado a la naturaleza por indisolubles lazos de atracción e inconsciencia. El hombre no existe más que como otra criatura más del universo, en perfecta comunión con leyes que desconoce ni siente apetencia por conocer. Cuando se alza la Tragedia como vehículo de una civilización entera, algo radical ha cambiado ya con respecto al estadio anterior. Ha nacido la filosofía, que es, en suma, un gesto de soledad y extrañamiento: ahora el hombre comienza preguntarse por su destino, ve su vida como un abanico de posibilidades caprichosamente organizado por los dioses. Y ahí está el sentido de lo trágico: un buscarse, un encontrarse, actuando de acuerdo con las leyes rigurosas dictadas desde el Olimpo. La tercera fase, de la que Cervantes y el Quijote son símbolos, es la Novela. En este momento el hombre se ha divorciado de la tiranía de los dioses y se encuentra radicalmente solo en el universo de lo humano. Por eso la novela no es más que un intento de conducirse en un universo que se entiende más extraño que nunca: un haz de posibilidades por entre el cual hay que gobernarse sin más auxilio que el de nuestra conciencia y el empuje ambiguo de nuestras fuerzas primeras, que, junto con Dios, nos atisban y sugieren desde el movible valle del sueño.

 

J. J. Bazán Sánchez

Benigno León Felipe (ed.), Antología del poema en prosa español, Biblioteca Nueva, Madrid, 2005, 413 págs.; Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas (eds.), Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005), DVD, Barcelona, 2005, 421 págs.

 

Estos dos libros excelentes publicados en el mismo año y realizados con diverso procedimiento resultan ser indudablemente complementarios y acaso ejemplo de la mejor y más viva filología española. Este sentido de virtud compartida así como una complementariedad evidente y el querer evitar reiterarme, me inducen a comentar unidas dos obras que en principio pensaba abordar por separado, dado el carácter más erudito de la primera y la materia extremadamente actual de la segunda. Luego sucede, en realidad, que la primera, que posee un extenso estudio de unas 170 páginas e incluye en su parte antológica hasta un autor nacido en 1962, y la segunda, que incorpora una treintena (nacidos entre 1952 y 1971) cuya compilación selectiva sobre materia tan inmediata e inestable requiere muy eficaces conocimientos tanto históricos como de actualidad, en realidad ―decía― son fruto, ambas, de un trabajo que va parejo tanto por el mérito como por la erudición. Y convendrá recordar que tuvieron el antecedente de la antología del poema en prosa en España compilada por Guillermo Díaz Plaja y publicada en Barcelona por Gustavo Gili en 1956.   

    El conjunto, tanto en lo que se refiere a estudio como a selección antológica, muestra a la perfección la entidad extensa, rica y estable del género del poema en prosa en la literatura española, como en general parece ser que en cualquiera otra europea. Y lo cierto es que el género posee en España su propia génesis creativa, sus orígenes románticos propios, de manera paralela, aunque más tardía, que en Alemania e incluso Francia. Y asimismo lo importante es constatar que el poema en prosa español no es en modo alguno una importación francesa, como tan burdamente algunos hicieron creer sin haberse detenido a investigar y proceder al examen de los textos. Bien es verdad que los autores-editores de las obras que comentamos han disfrutado, a estas alturas, de una bibliografía ya muy enjundiosa y extensa, pero no es menos verdad que han sabido discernir debidamente entre ella, enjuiciar y establecer un criterio de investigación y resoluciones más que notable.

    Desde el punto de vista de la selección de los textos, que siempre es lo más discutible, y sea como fuere pienso que el juicio de gusto se ha ejercido aquí con gran solvencia, la crítica o las observaciones más bien habrían de dirigirse hacia la nómina de elegidos, aunque esto siempre en tono menor. El problema se limita, por tanto, a la fórmula tópica de si están todos los que son o si son todos los que están, y la fórmula desde luego se cierra sobre sí en tanto las predicaciones en este lugar de ser y estar tienen sentido estrictamente en virtud la una de la otra y en virtud de los criterios, o su inferencia, establecidos en las respectiva ediciones. Quizás se haya de tener en cuenta que Benigno Léon Felipe curiosísimamente adopte el criterio de comenzar su antología del poema en prosa español con el nicaragüense Rubén Darío y no con los textos primigenios de los románticos españoles, muy valiosos e históricamente decisivos (así Somoza o Piferrer); o que de los treintaiún autores seleccionados, entre los cuales ha hecho incorporaciones muy valiosas y hoy en día imprescindibles como son los casos de Agustín Espinosa, Ramón Feria o Francisco Pino, sin embargo, conforme se llega a los últimos ocho o nueve incluidos es probable que más de uno resulte de selección, si no arbitraria, sí que extraordinariamente subjetiva. Mejor no nombrar, a fin de preservar mi integridad física, pues el de los poetas vivos es un mundo a ratos muy encarnizado y en el que todos aspiran a ser clásicos en vida y cuanto antes. Por su parte, la selección de Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas incorpora un número semejante de autores, se guía por las fechas de publicación (1990-2005) y no por las de nacimiento de los autores puesto que la focalización de la realidad literaria es históricamente muy reducida. Esta antología, que ordena alfabéticamente a los autores, sólo comparte con la anterior poetas en número de dos (José Carlos Cataño y Jorge Riech­mann) que podríamos decir que sirven de artilugio conector mediante las compilaciones de la historia con el presente. Ahora las mujeres son tres, mientras antes, tiempos más antiguos y menos feministas, sólo fue posible una (Carmen Conde). Por otra parte, conviene saber que Agudo y Jiménez Arribas han publicado en el mismo año 2005 de la antología un monográfico sobre el género en la revista Quimera (núm. 262), donde incluyen la «Teoría del poema en prosa» de Aullón de Haro, pionero del estudio del género en España. Es importante hacer saber que Agudo y Jiménez Arribas, al modo de las antologías de tipo militante y de proclama, en este Campo Abierto plantean un breve y muy pertinente cuestionario para los autores elegidos («¿Qué te mueve a escribir poemas en prosa? —¿Puedes señalar modelos preexistentes que te hayan parecido de especial relevancia e interés?— ¿Qué futuro como forma poética de valía le auguras al poema en prosa?») que desde luego amplifica el valor documental de la obra, pues aporta informaciones de hecho, constataciones, e interpretaciones literarias, como bien sucede con Eduardo Moga, Esther Morillas, etc. ¡Pero ahora mejor no pronunciarse con la selección de nombres!

 

J. Caralt

Alberto Vega, Estudio melódico del grito, Visor, Madrid, 2005, 52 págs.

 

En el prólogo al poemario Historia de un nudo, de Alberto Vega, Ángel González define la obra de este poeta como «poesía de la cotidianeidad y el desencanto». Definición magistral en su concisión, y de la cual no escapa el Estudio melódico del grito. Porque encontramos aquí poesía, y de la buena. Pero, sobre todo, un desencanto, una desilusión que todo lo inunda, todo lo que constituye la vida cotidiana del individuo lírico que la poetiza y que, en su peculiar forma de hacerlo, nos ofrece de sí una estampa tan vulgar y tan sublime como la que cualquiera de nosotros —al menos los que vivimos en escalera de vecinos— podría dibujar de sí mismo.

Porque cualquiera de nosotros inhibe los dolores de la diaria lucha con el mundo dedicando un ratito a escuchar música. Por eso mismo —o tal vez porque pretenda tomar firmes posiciones en pro de una teoría de la fusión estética de poesía y música, vaya usted a saber...— encabeza Vega las tres secciones en que divide su poemario con citas de canciones de Joaquín Sabina, de Silvio Rodríguez y de Luis Eduardo Aute, respectivamente. Los pasajes escogidos apuntan siempre al tono y las inquietudes que nuestro poeta versifica. Ahí queda también el de Leonard Cohen que aparece a manera de prólogo y que traduce así: «Yo no me maté cuando las cosas me fueron mal, /.No me dediqué a las drogas ni a la enseñanza. /.Cuando comprobé que no podía conciliar el sueño /.Aprendí a escribir. Aprendí a escribir /.Cosas que pudieran ser leídas /.En noches como ésta por gentes como yo».

Veamos entonces qué es lo que el poeta aprendió a escribir cuando las cosas le fueron mal. Y ojo: las drogas sí que fueron entonces dedicación ocasional para él, en aquellos momentos de trasnoche en que sólo quedaron de sí «pálidos restos de luna y marihuana».

Desde la lectura del primer apartado puede esbozarse ya una valoración general que será aplicable a todo el poemario en su conjunto: estamos ante una poesía vertebrada sobre los ejes de dos influjos muy claros: Luis Cernuda y el Grupo del 50 —muy especialmente Jaime Gil de Biedma—. Se entiende así el tono intimista de toda la colección, y también el perenne ánimo de desencanto, de tristeza, de impotencia ante el paso del tiempo y la pérdida de la juventud y de las esperanzas, expresado todo con una voz eminentemente meditativa.

El primer poema, titulado «Poeta en sol menor», amén de ecos estético-formales de Rubén Darío, ofrece la primera muestra de un tema repetido en varias ocasiones a lo largo del libro: la tensión entre el recuerdo de la juventud y el deseo de olvido. Es la muy cernudiana idea de que la memoria de momentos pasados y felices es una carga difícil de sobrellevar en un presente infeliz, optándose entonces por marchar hacia donde habite el olvido. Como dirá Vega en otro texto, «Si hay un dios dueño de los dones del tiempo /.escupo, en nombre del hombre, su rostro eterno. // Pues el recuerdo de un momento feliz /.no nos devuelve ni un resto / de felicidad».

La contraposición entre recuerdo inevitable y anhelado olvido se fundamenta en otro tema todavía de mayor alcance: el paso irrefrenable del tiempo, que todo lo cambia y siempre a peor bajo la óptica del poeta, empezando porque nos va acercando al terrible momento de la muerte. Sin embargo, la ironía —recurso omnipresente en el poemario— funciona en alguna ocasión como elemento desdramatizador de la muerte a través de un distanciamiento no exento, incluso, de cierto toque humorístico: «[...] algo en mi interior /.me dice que una noche vendrá Dios /.a cobrar la demora en la hipoteca de mi vida /.simulando que me trae la cerveza y las pizzas /.o un recibo impagado de la empresa del gas».

Ante el miedo a la muerte, se erige la redención por la vía del amor sexual: «Quiero dejarlo escrito: en ese trance siempre /.la resaca de tu cuerpo me arrastra sin remedio /.y sonrío lascivo y acabo deseando /.morir frente a tus costas, compañera. /.Desnudo como un náufrago en tus playas, /.extraviado y feliz en nuestro mar de sábanas».

La vía del erotismo será una y otra vez contemplada y vivida entre las soluciones posibles al sentimiento de angustia que sufre el poeta, una angustia forjada en el corruptor fluir del tiempo. En algún momento, ese erotismo encuentra una feliz figuración imaginística, gracias, indudablemente, al aliento nerudiano que la inspira: «[...] no hay nada cuando ríes /.tan importante, limpio y numeroso /.como esa tribu de hormigas trans­parentes /.que juegan y retozan como si tal cosa /.por tu nariz pequeña y divertida».

En otra ocasión, una pieza musical hace creer al poeta que en otro tiempo hubo hombre con penas similares y que ensayó idénticas huidas: «Ellos, torpes y necios, ignoran que franz schubert /.aún improvisa desgarradas melodías /.—ebrias de noche y soledad, de absenta y genio— /.sentado en la más sórdida taberna de Viena /.sobre los muslos desnudos de una mujer a sueldo».

El tema del paso del tiempo cobra a veces la forma de una conversación que el poeta mantiene consigo mismo, o, de manera más precisa, con el yo que ha quedado en el pasado y que se ha llevado consigo las ilusiones, las esperanzas: «Lo cierto es que si fueras /.el mismo —aquel enamorado de joan baez /.y de marichusi, la de los billares— /.te arderían los ojos de futuro /.como entonces, cuando el vino y las canciones».

Es muy recurrente, en efecto, la problemática de la disociación del yo: «Tras el espejo hay un hombre /.que colecciona mis máscaras...». Se convierte en vehículo para la expresión del fracaso vital del poeta, toda vez que el yo presente contempla al yo pasado precisamente desde ese punto de vista. Como consecuencia de ello, se funden los temas de la desmembración subjetiva y del irrealizable deseo de olvido. La primera gran toma de conciencia acerca del problema se produce en el texto titulado «Un posible título: El doble (bis)», uno de los primeros de la colección, cuando, en un remate de ironía, concluye el poeta: «Hay un problema entre nosotros: tú /.vives dentro de mí y eso es muy grave».

El tema de la disociación del yo trae también consigo, en el algún momento, ya muy depurados trazos de la vieja poesía social, como sucederá en el poema «Elecciones en el purgatorio». La depuración radica en que es difícil discernir la realidad exterior, fea y encanallada, de una realidad interior angustiada, frustrada e impotente que se corresponde intrínsecamente con aquélla. En consecuencia, más que ante una condena del sistema social, parece que nos hallásemos ante la figuración objetivista de un estado subjetivo: «Y deposito en la urna de cada papelera /.el inútil voto en blanco de mi nadie».

En los poemas «Prepoegogramas (sin acuse de recibo)» y «Poegogramas (a cobro revertido)», la ironía plantea un juego a medio camino entre gramatical y poético. El autor construye pareados empleando como palabra inicial cada una de las preposiciones del español, en su orden alfabético. Lo más interesante es que, si bien aparentemente parecen creaciones espontáneas e inconexas entre sí, guardan una semejanza por el estado de ánimo insatisfecho, nostálgico y amargo que transmiten. Precisamente la yuxtaposición de imágenes poéticas sólo conexas por su intuición anímica es una técnica frecuente en el poemario. Es lo que veremos en un poema como «Llorando piedras (de haschisch)», donde nuevamente en dísticos la voz poética semeja brotar, en efecto, del delirio del hachís, y bordeándose el libre fluir del subconsciente no aparece elemento cohesionador alguno salvo ese perpetuo espíritu de angustia.

No es gratuito hablar de libre flujo del subconsciente, ya que a lo largo del poemario pueden hallarse varios ejemplos de empleo de técnicas surrealistas, que alcanzan su mayor calado en «Manifiesto»: «La palabra es muy útil, mas no sirve /.para fertilizar el sexo de una espiga. /.Sólo cuando roncan borrachos de fortuna /.sueñan los gatos negros con números trece».

Si encontramos espacio para la breve mención de las técnicas empleadas por Vega, no podemos omitir un comentario sobre el texto titulado «Poemo». Constituye uno entre bastantes ejemplos en los que la inspiración creadora del poeta se mueve entre la greguería de Gómez de la Serna y la humorada de Campoamor. Y ello al servicio del mismo ánimo de insatisfacción que todo lo impregna, ahora bajo la forma de una condena de la vulgaridad y la negligencia de los demás, y siempre desde la ironía. Es ése mismo juego del humorismo y la ironía formalista el que motiva, por otro lado, los juegos léxicos que se multiplican en todo el libro: prepoegogramas, psicozoológico, ensimismado, poemo...

Conocemos algo sobre las técnicas for­males, que debemos completar observando que, desde el punto de vista métrico, existe una tendencia al versolibrismo en continua rectificación por la paralela tendencia hacia el empleo de metros clásicos (endecasílabo, alejandrino...). Conocemos los temas cuya presencia resulta incluso obsesiva, por per­manente, en el poemario. Pero no podemos cerrar un repaso por este Estudio melódico del grito, por breve que sea, sin notar que la voz del poeta va divagando, reflexionando, temiendo y versificando muchas veces en el entorno de dos espacios: el espacio de la noche y el espacio de la ciudad. En «Nocturno», la noche aparece como el detonante del ocasional estallido de la desesperación: «Y apartas los libros casi a manotazos /.(fiebre, ginebra insomne, /.música helada y sábanas de olvido). /./.Y te hundes en la noche de tu cuarto /.atroz y solitario /.como un perro que se lame los testículos».

La ciudad es objeto de una contemplación estética firmemente arraigada en la tradición contemporánea de la poesía española. Si con los autores del Grupo del 50 —de notable influencia en Alberto Vega— aparecía por primera vez en la lírica española la baudelairiana figura del poeta que admitía ya la ciudad como su entorno más propio, nuestro poeta continúa esta misma percepción estético-vivencial del ámbito urbano. La ciudad se constituye entonces en el marco de referencia espacial de todos los desórdenes anímicos y frustraciones existenciales del poeta. Un buen ejemplo encontramos en el poema titulado «Trama»: «Tal vez es la ciudad quien nos inventa /.a su capricho traza nuestras vidas /.como intrincados signos de su propia historia».

Cernuda revisado en la ironía, la greguería y la humorada; Gil de Biedma y su grupo moldeados en ocasionales surrealismos, modernismos y caprichosos juegos léxicos que recuerdan los audaces hallazgos de Huidobro. Ya lo dijo Eliot: tradición y talento individual. And all is always now...

 

J. Villar Buzón

Francisco Ruiz Noguera, Memoria (Antología), intr. de V. L. Mora, Ayuntamiento de Málaga, Monosabio Poesía, 2004, 147 págs.

 

Parece extenderse en la poesía actual la costumbre de recopilar, en el ecuador de la trayectoria poética, las obras de autores a los que afortunada o desafortunadamente aún les queda mucho verso por esculpir. Tales compilaciones proporcionan la vaga y efímera sensación del caminante que, en su andar errático, detiene el paso, descubre el sendero recorrido y pronostica lo que queda por habitar: todo un ejercicio de equilibrio sin raíces, intentar esbozar ajustes de cuentas con el pasado y equilibrar el equipaje del futuro. En el caso de Ruiz Noguera, la compilación participa doblemente de esta sensación. Si ya en Campo de pluma[7] se establecía una temprana edición de sus obras «completas», Memoria supone la recolección de versos en torno a un eje selectivo: la memoria.

Porque esta memoria ayuda a seleccionar los retazos poéticos de su obra y, por otro lado, es la misma memoria la que proporciona la fuente temática y el cristal adecuado desde el que construir el poema. Si es indudable la importancia fundamental de la memoria en el proceso de aprendizaje, la rememoración de la vida suele ser un arma de doble filo, en el mejor de los casos, o la espada de Damocles en momentos de fiel desprecio al recuerdo veraz. Y esto ocurre porque la memoria juega con los sentimientos y construye en torno a ella un sólido muro de niebla en el que acomodar la reescritura de lo que fue, máscara dúctil que puede sin apenas esfuerzo transformarse en lo que pudo ser o en lo que nunca ocurrió.

Así pues, esta asunción de la memoria como fiel balanza en la que equilibrar una experiencia vital vertida en poesía, no sólo se asume en la significativa elección como título de la antología: el poeta acepta esta herencia, como recoge Vicente Luis Mora: «tal vez haya que tener muy en cuenta el papel que desempeña en la escritura (y quizás más en la poesía) no ya la infancia en sí, sino el recuerdo de la infancia, la memoria, en definitiva» (pág. 8); el mismo prologuista afirma: «La plástica del recuerdo impregna, constitutivamente, la mayoría de los poemas, en unos marcos referenciales (estéticos, métricos y simbólicos) muy homogéneos: la infancia y la juventud se recuperan casi siempre en términos áureos o dorados [...]» (págs. 8). La experiencia vital, en su conversión a memoria, sufre la modificación del carácter lineal a un carácter espacial. No existe un orden lógico, ordenado, de acontecimientos, como un pequeño mapa se va desplegando la vivencia interna. O más bien, como definió Ruiz Noguera, como un puzzle, como el poema: «Intenta rescatar / la historia de un fragmento / cualquiera de tu vida. // Intenta, por ejemplo, / componer, como un puzzle, / los días de un verano / que creíste dichoso» (pág. 132), escribe en El oro de los sueños.

Pero antes de reconstruir el puzzle de esta antología, reflejo miniaturizado del amplio alcance de la pluma de Ruiz Noguera, conviene situar al poeta en el panorama literario. Seguidor de Góngora[8], nunca la poesía de Ruiz Noguera cultiva la estridencia; quizás por simple mimetismo con su actitud vital, se convierte en un pequeño roce con el hálito emocional, con una breve pintura, con el gesto indolente que reseña una tarde de amistad, la vaguedad tenue de un paisaje en el atardecer. Antonio García Berrio recogía cómo sus críticos destacan «con sorprendente unanimidad la serenidad perfecta de la obra, la independencia de su poética respecto de urgencias y escuelas, su inverosímil ausencia en conflictos y roces entre banderías, la fidelidad a sus nortes clásicos y modernos: Góngora, Fray Luis, Cernuda, García Baena...»[9]. Actitud esta de descreimiento de galones oficialistas que destaca Vicente Luis Mora al señalar «la escasa preocupación del propio frn por medros pasajeros» y «la esencia misma de esta obra, que no busca a los lectores, sino que tiene como requisito primordial el de ser buscada, relacionarse con una mente atenta que indague más allá de las palabras» (pág. 7). Una actitud poética personal que estilísticamente se vierte en un molde clásico en el que la emoción poética se contiene, apenas restalla sino que se revela al lector en un constante brillo tenue.

Centrándonos en el volumen reseñado, no sería fútil concebir como un todo orgánico esta selección poética; más que azarosa o sentimental elección de versos, un ejercicio de memoria con frutos concretos que adquieren, en su selección sintagmática, un valor propio por encima de su pertenencia a otros volúmenes. En Campo de pluma (1974-1982) iniciaba tardíamente una andadura poética que desde ese mismo ejercicio de memoria tomaba la Venecia de los novísimos para construir una poesía culturalista que lograba evitar, en la contención expresiva, el desmán artificioso. El peso de las referencias clásicas aún ata una voz personal que aspira a ser el eco de sus propias palabras. La manzana de Tántalo (1972-1985) comparte ya desde el título el peso específico de la herencia clásica como experiencia común y general pero a la vez íntima y, por tanto, reinterpretable en una escritura que cede una nueva cosmovisión al lector: «[...] así yo, como Tántalo, esperando, / en la huida constante de los días, / conformar la memoria de otro tiempo» (pág. 48), y todo ello desde el lenguaje, fiel rastreador de hechos y proyector de imágenes: «La palabra es la red que se sumerge / en el mar inasible del pasado», hasta encontrar el recuerdo; así, «[...] la evocación de lo vivido, / ya manchada de luz y de hermosura / o adornada del polvo de la calle, / convertida en fetiche nos ofrece / este juego canalla del poema» (pág. 47). Pero no se limita a la cultura clásica ni a la veta culturalista el juego de evocación: la infancia en Frigiliana permite la habilitación de un recuerdo real como cicatriz que identifica el paso del tiempo, así en «Las tardes», «Foto escolar»... Se define también un elegante sentido del paisaje, de la connotación trascendental que proyecta el mundo a través de la mirada, o quizás, como aclarará años después Ruiz Noguera, todo lo contrario[10]; será de nuevo «El mar» otro de tantos recuerdos casi ahogados en la distancia, pero cuya mitificación permite, sin embargo, una oportunidad a la esperanza: «[...] a pesar, de la huida, / no duda la esperanza que hallaremos // una puerta de luz / entre los laberintos de la niebla» (pág. 36).

La luz grabada (1986) prosigue el esfuerzo continuado de depuración lingüística: un discurso literario que poco a poco se va despojando de lo superfluo hasta bordear la expresión perfecta, lejos de estridencias. En uno de los poemas de este libro, «Restos de la memoria», proclama el poeta la inmortalidad de la memoria, «siempre viva», otorgando un valor ceremonial a un recuerdo que, en «El extranjero», se caracteriza por su «pátina falsa». Simulacro de fuego (1987-1988) ahonda en la capacidad de sugestión del paisaje. El poeta busca en la bahía, en las luces del mediodía, en el propio cielo la definición del momento, una poesía descriptiva que detiene el tiempo, como si de extensos haikus se tratara, para brindar un instante eterno a punto de perecer. Y es a partir de esa reflexión sobre la imagen destelleante desde donde el poeta establece una reflexión final donde es posible auscultar la influencia de poetas como Francisco Brines, a través de un amable descreimiento de la bondad de la vida.

Arte de restaurar (1981-1995), tal y como señala Vicente Luis Mora, cumple la polisemia de su significado: recopilación de colecciones incompletas, supone también «la reconstrucción artesanal de la memoria» (pág. 15). La cita de Gimferrer —Si pierdo la memoria, qué pureza— y la recurrencia a la mitología marcan la continuidad del poeta con su ideario (est)ético. De nuevo la luz y la sombra (pasado y presente) funcionan como el punto de inflexión en el que situar un mensaje moralizante de derrota, de asunción del peso de los días. El año de los ceros (1995-2000) y El oro de los sueños (2000-2002) suponen un díctico inesperado. La coincidencia cronológica en su publicación no deben confundir a un lector atento a distinguir matices: de la observación subjetiva de El oro de los sueños, en El año de los ceros, sin prescindir de esa mirada omnipresente y protagonista en la poesía de Ruiz Noguera, nos adentramos en un proceso más amplio y ambicioso de reajuste no solo individual, sino colectivo. La fiebre del milenarismo abrió las puertas a la esperanza de un cambio sistemático y redentor, sin que tardase en llegar la respuesta de continuidad: «empieza cada día / el año de los ceros: / no es más que el territorio / donde escribir tu historia» (pág. 122). Ambos poemarios se establecen en las coordenadas de perfeccionismo formal y elegante argumentación lírica en torno al hombre y su existencia. 

Desechada la gloria momentánea del deslumbramiento poético, la maniobra de seducción se articula en la (re)construcción de un mundo personal donde la placidez, el equilibrio, y cierto afable descreimiento personal caracterizan al yo lírico. Porque Ruiz Noguera crea en el detalle, en el más leve objeto, las brasas de una emoción ya tibia y justamente por eso, más apreciable y duradera. Lejos de fuegos artificiales, prescinde de la máscara de artificioso mago para convertirse en artesano de la palabra, un orfebre poético que sustenta con una cuidada entonación lírica un paisaje vital; como él mismo declara: «Con tan breve equipaje / trabaja la memoria, / maestra en levantar / ―a base de un desorden de retazos― / un retablo de humo / sobre el fondo de sombras / que dominan las piezas del olvido» (pág. 133). «[...] se trata en gran medida de atrapar, de revivir otra vez por la palabra lo que ya no puede, simplemente, vivirse. Revivirlo para el gozo, la reflexión, la rebelión, e incluso la autoflagelación; y siempre con el cerco impuesto por la nostalgia, la mirada o la utopía» (pág. 32). Efectivamente, se trata del «lastre de los días», como reconocía en «El extranjero» (La luz grabada), esa pequeña lucha por existir en atardeceres en los que arañar centímetros de luz. Y el empeño de Ruiz Noguera reside justamente en conseguir, contra pronóstico y quizás contra su voluntad, que su poesía se convierta no en el testimonio único de un hombre, sino que, cumplimiento con la máxima de Gil de Biedma ―«A fin de cuentas un libro de poemas viene a ser la vida de un hombre, que es el poeta, pero elevada a un nivel de significación personal en el que la vida de un hombre es la vida de todos los hombres»― se convierte en el diario colectivo, donde la luz, el intelectualismo temático, animado por veraz emoción, y la pausada aceptación de los límites de la existencia conforman las señas de identidad de no pocos lectores. La obra de Ruiz Noguera adquiere la majestad y añoranza de un antiguo álbum de fotos, un lugar para (re)conocer(se) y establecer nuevos puntos de partida en la construcción continua del yo. Poesía de exquisito templanza que reafirma la teoría de que las grandes obras apenas hacen ruido: el cálido murmullo de la belleza, el reposo de la tibia melancolía.

 

R. Díaz Rosales

Rüdiger Safranski (2004), Schiller o la invención del idealismo alemán (traducción de R. Gabás), Tusquets, Barcelona, 2006, 568 págs.

        

    El año 2005 ha sido el del bicentenario de la muerte de Friedrich Schiller, el hombre que como poeta al igual que como pensador representa uno de los momentos más elevados de la cultura europea y de la creación del pensamiento moderno. Alemania y no pocos lugares de Europa y del mundo han hecho notar esta circunstancia con celebraciones pocas veces mejor justificadas. El filósofo Rüdiger Safranski ha realizado su particular y ambicioso homenaje mediante una biografía, con adecuadísimo subtítulo que de algún modo corona (y así es de creer lo haya previsto él mismo) la serie de eventos que han divulgado la efeméride y pone una cota difícilmente superable en una producción biográfica que comenzó en lo fundamental con Carlyle. En España no ha sido muy relevante la celebración, pero hay que anotar la realización de dos congresos «Schiller», curiosamente ambos en Valencia, uno más filológico y otro de cariz filosófico, este último más específico y que con el subtítulo de «Ilustración y Modernidad», y dirigido por los profesores de la Facultad de Filosofía Manuel Ramos y Faustino Oncina, ha tenido lugar en octubre de 2005 en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, con disertaciones, entre otras, de los citados, Navarro Cordón, Giovanna Pinna, José Luis Villacañas, Salvador Más, José Luis Molinuelo, Isabel Hernández y Pedro Aullón de Haro, quien recientemente, con Mª Rosario Martí Marco, ha efectuado un homenaje a Schiller, en la revista Cuadernos Dieciochistas, me­diante un estudio biográfico que, precisamente, entre otras cosas, interpreta la obra de Rüdiger Safranski haciendo ver el sentido de biografía total que desempeña y la caracterización de la misma en el marco de las otras biografías que el mismo autor dedica a Heidegger, Nietzsche, Schopenhauer, Hegel, mediante las cuales estaría trazándose un modo especial de historiografía filosófica. En lengua española asimismo es de señalar que la nueva revista de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá titulada schillerianamente Educación Estética, dirigida por Pablo Castellanos, ha ini­ciado su vida mediante el número monográfico Poeta y filósofo: Friedrich Schiller (1759-1805), en el cual se incluyen contribuciones de Patricia Simonson, Marta Kovacsics, Alexander Caro, Roch Little, Mª del Rosario Acosta, Ximena Gama y Carmenza Neira, sobre todo dedicadas a la obra dramática y a aspectos políticos a su vez conectados con los libros estéticos del autor. Queremos entender, pues, que la traducción de la biografía de Safranski, extenso trabajo en 24 capítulos publicado ori­ginalmente en 2004 por Carl Hanser Verlag, es un homenaje español a cargo de la barcelonesa editorial Tusquets (que sólo ha cometido la pequeña deficiencia de poner una mala bibliografía castellana: «Obras de Schiller en lengua española» acompañando a la original de la edición alemana), que lo incluye en su serie «Tiempo de memoria». Todo sea dicho, es cierto que Schiller, que en la primera mitad del siglo xx tuvo traducciones magníficas en lengua española como, sobre todo, las realizadas por Manuel García Morente, Juan Probst y Raimundo Lida de las Cartas sobre la educación estética del hombre y de Sobre poesía ingenua y poesía sentimental, actualmente continúa siendo en España un clásico minoritario en el que muy pocos han sabido ver los penetrantes diagnósticos, las formulaciones teóricas fundacionales y, en general, la impronta decisiva que su pensamiento ofrece para la comprensión de la evolución de la modernidad y para nuestro tiempo.

Más allá de la valoración efectuada, no creo pertinente exponer una descripción de la extensa reconstrucción de Safranski, particularmente innovadora en la documentada interpretación de la formación intelectual del autor; en fin autobiografía trazada con espíritu de vida y fresco cultural hermenéuticamente bien entendido de los fundamentos de una época filosófica y artística sólo parangonable al Renacimiento italiano o a la Grecia clásica. Sin duda Safranski nos deja en permanente deuda. Con todo, quiero añadir que Analecta Malacitana, revista entre cuyos muchos afectos es reconocible el pro­fesado a Friedrich Schiller, según se me ha hecho saber no quería dejar de hacer en esta ocasión algún gesto a propósito de esta extraordinaria biografía del genial poeta, dramaturgo y pensador.

 

J. Caralt

Osip Mandelstam, Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos (traducción de J. Casas Rico; edición, introducción, notas y anexo de M. Á. Muñoz Sanjuán), Árdora, Madrid, 2005, 126 págs.

 

Desde la publicación en español del excelente libro de memorias de Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza (Alianza, Madrid, 1984), el interés y la admiración en nuestro país por la obra del gran poeta ruso Osip Mamdelstam ha ido creciendo lentamente, al igual que nuestro conocimiento de ella, gracias a proyectos editoriales de indudable acierto. Un ejemplo de éstos nos lo ofrece la modesta editorial Árdora, responsable de la edición, exquisita e imprescindible, de una breve y densa selección de ensayos del poeta.

La publicación de dos poemarios fundamentales como Tristia y Los cuadernos de Voronezh, en las diferentes versiones de Jesús García Gabaldón (Ígitur) y Aquilino Duque (Centro Cultural Generación del 27) en los años 1998 y 1999, se complementa con las de sus textos en prosa El sello egipcio. El rumor del tiempo (Alfaguara, Madrid, 1981) y, sobre todo, Coloquio sobre Dante. La cuarta prosa (Visor, Madrid, 1995). Si la intensidad y precisión líricas de su obra poética, aun para quienes desconocemos la lengua rusa, despiertan el goce y la inquietud de lo admirable, la prosa de Mandelstam, en particular los ensayos, iluminan al tiempo que encarnan la complejidad de su poesía. Hablar de «complejidad» dice poco de ninguna poética y, menos aún, quizás de la de Mandelstam, quien describe la suya con particular exactitud. Los distintos planos de la sonoridad, la corporeidad casi pétrea de la palabra o la cristalografía de las estrofas que se diseccionan en el Coloquio sobre Dante de 1933 están ya prefigurados en los textos que aquí comentamos, publicados entre 1910 y 1925. Se trata de siete ensayos de los que el último y más extenso da título al conjunto y muy justificadamente, pues la palabra es el punto de partida y de llegada de todos ellos.

En «La aurora del acmeísmo», la defensa de la poética acmeísta y la refutación del futurismo son ocasión para apreciar la ontología que subyace a la idea de poesía en Mandelstam, expresada en términos de amor y admiración no hacia las cosas sino hacia la existencia de ellas, apreciable en su misma lógica («pensar de forma lógica equivale a estar asombrado perpetuamente»). Un amor y una admiración que se expresan en la conciencia de la gravedad de la palabra, análoga a la gravedad de la piedra. Los ensayos se dedican en buena parte al examen de la poesía rusa y de su historia, siempre desde la cuidadosa disección de la palabra como objeto histórico y vivo. Las observaciones sobre la ‘batalla del idioma ruso’ entre el eslavo monacal y el lenguaje laico o secular en «Algunas notas sobre poesía» le permiten insistir en los dos polos del lenguaje poético, «florecimiento morfológico» y «petrificación semántica», o en su correspondencia con la estructura anatómica de la respiración, ilustrada con ejemplos de su admirado Pasternak. Todavía algo lejos los años terribles de la sospecha, la acusación, el aislamiento y el destierro constantes (memorizados y narrados ejemplarmente por la esposa Nadiezhda tras la muerte de Osip en el remoto Gulag), Mandelstam aborda en varios de estos ensayos la relación entre el Estado y la poesía: bien invocando las virtudes formativas del ritmo («Ritmo y gobierno»), bien sugiriendo la singular relación entre palabra poética y revolución («La palabra y la cultura») o incluso arremetiendo contra una juventud rusa «enferma de poesía», en una lúcida disección de la «solemnidad y nasalidad» de las voces de los pretendidos poetas que ni saben ni quieren leer poesía («Un ejército de poetas»).

En «El humanismo y el presente» Mandelstam insiste en el compromiso de la poética con «una arquitectura social cuya escala y medida es el hombre»; un compromiso que atraviesa el conjunto de ensayos aquí recogidos y, en general, toda su obra. La vinculación que el poeta establece entre los valores de ese humanismo, el cultivo de la filología y la presencia de la tradición clásica («la poesía clásica» —afirma— «se percibe como lo que tiene que ser, no como lo que ha sido ya») no se sostiene sobre argumentos históricos sino sobre la ontología misma de la producción y recepción literarias, manifiesta en «la alegría de la repetición» que confirma lo innecesario de «inventarse una poética propia».

«Sobre la naturaleza de la palabra», el texto que cierra el libro, es un soberbio ensayo de justificación de la tradición literaria rusa, de su unidad, en el contexto de la literatura occidental. Tomando como puntos de partida el helenismo (inherente a la lengua rusa a la que convirtió en «carne elocuente, resonante») y su historicidad («encarnación y activación continua») el recorrido de Mandelstam convoca diversas escuelas y solitarios autores en los que la primacía de la palabra-objeto se manifiesta en una concepción filológica de la literatura. Rozánov, Jlébnikov, Ánnenski, Gumiliov, Ajmátova y una sucesión de escritores comparecen en una exposición breve y densa de la tradición literaria resueltamente enfrentada al concepto de progreso en literatura.

El desconocimiento por el lector español de muchos de estos autores es compensado en esta edición por el minucioso anexo de Miguel Ángel Muñoz, casi un compendio de literatura rusa, cuya excelente factura es otra razón más para la lectura de este libro. Acompañan también al texto notas aclaratorias de cada ensayo y una bibliografía de la obra de Mamdelstam publicada en español. Un esfuerzo editorial, en fin, que merece toda nuestra gratitud.

 

A. de Murcia Conesa

Naciones literarias, (ed. de D. Romero López y Grupo de Investigación leethi), Anthropos / Servicio de Publicaciones de la Editorial Complutense, Ma­drid, 2006, 364 págs.

 

La literatura comparada es, ya desde sus inicios, una disciplina compleja, sometida a diversas perspectivas, interpretaciones y análisis que dependían de la época, del lugar o de la corriente de pensamiento que proponía su desarrollo. Desde este punto de vista, el período contemporáneo no es una excepción, y las nuevas relaciones políticas y sociales, el desarrollo de las comunicaciones y, por consiguiente, el continuo trasvase de pensamiento de un lado a otro del planeta, así como el cada vez más intrincado concepto de nación y de identidad nacional, obligan a la literatura a replantearse su situación, su valor, especialmente cuando el emergente mundo globalizado ofrece, problemas aparte, una posibilidad única de desarrollar un humanismo en el que literatura y pensamiento desborden las fronteras y se conviertan en conceptos universales.

En este contexto, Naciones literarias pretende ser una puerta abierta a la reflexión. En sus páginas, los distintos autores, críticos y colaboradores tratan de precisar, ya desde un punto de vista sincrónico, ya desde la diacronía que supone el peso de la historia de la literatura en las concepciones más actuales, términos como identidad nacional, identidad cultural, internacionalización de la literatura o literatura universal, a fin de mostrar una radiografía siempre incompleta, dadas las infinitas caras de un fenómeno multicultural como aquel ante el que nos encontramos, pero en cualquier caso indicativa de las posibles vías recorridas hasta el momento y de las nuevas posibilidades que se abren en el futuro cercano.

Como bien afirma, ya desde el prólogo de la obra, Dolores Romero, responsable de la edición, «lo que pretendemos es que el lector pueda reflexionar, desde una perspectiva histórica, sobre cómo ha ido evolucionando la relación entre lo nacional y lo literario desde los planteamientos positivistas decimonónicos de Herder, Goethe, Ernest Renan, Hippolyte Taine y Hutcheson Posnett, hasta otros más abiertos, críticos o interculturales...» (pág. 10) ya en nuestro tiempo, como Adrian Marino y algunos no tan relevantes.

Se trata de la compilación de un conjunto de ensayos heterogéneos pero que comparten una visión similar de la literatura como supremo acto humano y un deseo de asimilarla y disfrutarla sin importar la lengua en que se escriba, la cultura de la que provenga o el fin que persiga, una literatura que se aproxime al concepto de Weltliteratur ya utilizado por Goethe pero sin dar la espalda a las realidades o sentimientos nacionales, una propuesta abierta, libre e inclinada a la estética que termina por ofrecer una concepción de la literatura desde la universalidad, desde la unicidad básica para, a partir de ahí, divergir en una multitud de formas y tendencias hasta componer, más allá de las fronteras, de las lenguas o de la historia, aunque sin olvidarlas ni renunciar a ellas, un cuadro unificado de pensamiento literario común.

Del siglo xvii a la actualidad, de Francia a Norteamérica, de las emergentes literaturas africanas al mercado liberal de los países del Extremo Oriente, de la España del Siglo de Oro a la cooperación lingüística entre los países de habla hispana, los textos que conforman Naciones literarias suponen, ante todo, un llamamiento racional al comparativismo más productivo, el de las artes y el pensamiento como forma elevada de humanidad.

 

J. A. Sanduvete

Isabel Hernández y Dolors Sabaté, Narrativa alemana de los siglos xix y xx, Síntesis, Madrid, 2005, 415 págs.

 

La Narrativa alemana de los siglos xix y xx es una obra que nace dentro de la colección «Historia de la Literatura Universal», de Editorial Síntesis, que presenta las series alemana, española, francesa, inglesa, italiana, hispanoamericana, griega, latina y gallego-portuguesa, aunque algunas de éstas apenas si se han desarrollado. Aunque son aún muy escasos los volúmenes publicados, todo parece indicar que las series consistirán en la combinación de estudios dedicados a periodos y géneros y estudios monográficos sobre autores clásicos. La serie alemana, de las más crecidas y también de las de mejor calidad, aparte de la obra que comentamos ha publicado Literatura medieval alemana, Literatura alemana del Barroco, Hölderlin y Thomas Mann.

El libro de las profesoras Hernández y Sabaté ofrece, según su título enuncia, un recorrido detallado sobre toda la narrativa literaria en lengua alemana de esa época. Como es bien sabido, se trata de una época sometida a multitud de cambios en todos los sentidos, tanto políticos, como sociales, culturales e incluso, geográficos, teniendo en cuenta lo que éstos supusieron para Alemania. Merece anotar que las autoras reflejan de manera muy acertada la interrelación de literatura y sociedad.

Primeramente, se efectúa una introducción a los aspectos histórico-culturales de cada uno de los siglos, lo cual dota al lector de las herramientas necesarias para entender la diversidad de los movimientos literarios. Hay que recordar el hecho de que la narrativa, por lo tanto la prosa, se erige durante el periodo objeto de estudio en el género literario de mayor calado en Alemania.

Se trata sin duda de un libro útil y bien estructurado; consta en su conjunto de nueve capítulos y de algunos apartados posteriores donde se puede encontrar además una selección de treinta y siete textos de diversos autores de la narrativa alemana de ambos siglos. Estos textos vienen, de alguna manera, a ejemplificar el conjunto literario al que se hace referencia a lo largo del libro. Asimismo, la obra incluye otros complementos instrumentales necesarios en una obra de este tipo: un índice onomástico de los escritores y escritoras destacando brevemente aspectos biográficos relevantes de cada uno de ellos; lo que es más relevante, un glosario de términos o conceptos que hacen referencia a los movimientos literarios, a recursos estético-literarios señalados en el curso de la obra y en general sobre los distintas manifestaciones narrativas que tienen lugar a lo largo de los siglos xix y xx; además de una tabla cronológica que alcanza desde 1800 con Novalis hasta 1999 con Günter Grass, en la cual se destacan los elementos políticos y sociales, artísticos, científicos y culturales y literarios importantes.

El libro comienza (cap. 1) informando al lector de los hechos más definitorios que enmarcan el siglo xix: la Revolución industrial y las consecuencias de la Revolución Francesa en su repercusión alemana. Ahora comienza a asentarse la «narrativa» como género literario destacado, con un gran aumento de producción y, también, de mujeres escritoras. Las dos manifestaciones más significativas de este siglo fueron el «Roman», novela de extensión larga, y la «Novelle», de extensión más corta. Los diferentes movimientos, autores, obras y géneros dominantes son analizados de manera clara y asequible, desde el «Romanticismo» (1796-1797), pasando por «los años de la Restauración» (1815-1848), hasta el «Realismo poético» (1848-1900).

En cuanto al siglo xx, las autoras aportan una amplia visión (cap. 5) de los acontecimientos históricos, sociales y culturales más destacables: las dos guerras mundiales, las diferencias entre bloques ideológicos (urss y eeuu), el proceso de descolonización y, por consiguiente, el nacimiento de nuevos estados, así como las consecuencias para Alemania en todos los aspectos hasta nuestros días. Alemania es, precisamente en este siglo, un país que sufre de manera muy directa todos estos acontecimientos. El libro hace un repaso desde la «Época Guillermina» (1890-1914), pasando por la «República de Weimar» (1919 y Firma del Tratado de Versalles) hasta llegar al final de la «Segunda Guerra Mundial» (1945-1989). Los aspectos literarios en cuanto a la narrativa alemana se desarrollan en cuatro capítulos (del 6 al 9), estudiando, de la misma manera que ya se hiciera con el siglo xix, los movimientos literarios, autores y géneros de relevancia. En este periodo existe una narrativa más vanguardista y de experimentación. Hay un sentimiento de desasosiego que lleva a una crisis del yo, como bien reflejan las obras atentas al conflicto entre el individuo y su entorno. Con la llegada al poder de los nacionalsocialistas surge el exilio literario, que tiene como consecuencia inmediata una narrativa denominada asimismo de exilio y otra de inmigración interior. Ambas son analizadas en este libro con gran rigor. A partir de 1945 el panorama de la narrativa alemana se vio afectado por la división del país en dos alemanias, la rfa y la rda, siendo estudiadas las producciones narrativas de una y otra, y destacando los diversos grupos y orientaciones literarias de cada decenio en uno y otro lado.

Por lo demás, hay que añadir la atención prestada por las autoras a la narrativa correspondiente a las literaturas austriaca y suiza, que manteniendo la misma lengua presentan, sin embargo, sus propias características.

 

C. Amérigo del Castillo

Lee Hye-kyung (ed.), Yi Sang y otros narradores coreanos (pról. de P. Serrano), Verbum, Madrid, 2005, 165 páginas.

 

Es una grata sorpresa encontrar un libro de relatos coreanos del siglo xx, época considerada de surgimiento de la literatura moderna en esa cultura, hasta hace poco, al menos a diferencia de la china y japonesa, casi por completo desatendida en lengua española. La primera novela de la literatura coreana, compuesta en la escritura autóctona del país, fue Historia de Hong Guil-dong [11], de Ho Kyun (1569-1618), autor que disfrutó de gran popularidad entre lectores de las más diversas clases y de todas las épocas. Las obras anteriores se compusieron valiéndose de la escritura china. (Hay un pequeño error en el prólogo).

La crítica ha establecido que Sin piedad (1917), de Lee Kwang-su, es la primera obra narrativa moderna de la historia literaria de Corea (no Lágrima de sangre, como por error se dice al comienzo del prólogo de esta edición que presentamos). Hay que recordar que la década de los años 20 constituye una «época empobrecida» por la invasión japonesa. El tema más tratado de esta época es el reconocimiento de lo que es la pobreza y la muerte, lo cual revela el modo de reconocer la realidad, que era patológico y escatológico. Sin embargo, en la historia literaria de Corea, aquellos años tuvieron gran consciencia de su misión, expresada en numerosas obras. Sobre todo es necesario advertir de la aparición de la primera revista literaria, Creación, que fue co­mienzo de otras revistas análogas, sólo me­diante las cuales cabe explicar la vitalidad de las actividades literarias de aquel tiempo.

Es preciso añadir, asimismo, la introducción en el país de las tendencias literarias procedentes de Occidente. El romanticismo, el realismo y el naturalismo conmovieron a los escritores coreanos, si bien conviene recordar cómo la aceptación sin mesura de esas tendencias dio lugar a la consideración de que los años 20 del pasado siglo representan «el caos de las tendencias literarias». Sea como fuere, no cabe olvidar que una «Literatura proletaria» también caracterizó a esa época. Todo ello determinó la creación literaria de las siguientes generaciones.

La producción narrativa de los años 30 se caracteriza por lo que podríase denominar como fenómeno pluralista. Si las novelas de los años 20 trataban de tiempos de oscuridad y de pobreza, las de los 30 tratan de temáticas diversas. En este tiempo la explotación japonesa se incorpora profundamente a la sociedad, no sólo económica sino culturalmente, razón de lo cual es que muchos escritores parecen precipitarse a un abismo, mientras otros cambian de vida. En general, será característica la división del interés entre las localizaciones de ciudad y las localizaciones de aldea. A la primera, mucho más propensa a las tendencias «modernistas», corresponderán, evidentemente, los factores patológicos de la vida urbana; a la segunda, la unión de naturaleza y vida rural.

Pero existe aún otra peculiaridad en la producción narrativa, que es el surgimiento de una tendencia en cierto modo designable como psicológica y representada por Yi Sang (Seúl, 1910 / Tokyo, 1937). Es necesario advertir acerca de la simplificación o inadecuación de esta etiqueta, pues tras los abundantes estudios dedicados a este «genio» y es de señalar que continúa siendo precipitado afirmar algo definitivo de su estilo e incluso del hombre, escritor y persona que vivió aquella época oscura. Su obra poética es de carácter experimental y ajena a toda norma vigente, con propensión a crear sus propias técnicas. De hecho, Yi Sang, en cierta manera un excelente surrealista, inventa su personal modo de expresión, su propia escritura automática.

Reconocido como el más importante autor de tendencia «modernista» de Corea, su trabajo tiene alguna relación con los proyectos de desintegración del lenguaje y de ahí, sustancialmente, el aspecto más occidentalizado de Yi Sang. Al publicar el cuento Alas (1935) logró convertir los elementos de auto-conciencia que se pudieron observar en sus poesías en versión novelesca. En líneas generales, en su narrativa se distinguen cuatro aspectos o más bien modelos: 1. La interiorización de las situaciones; 2. El encadenamiento de acontecimientos aun careciendo de concepto de «realidad» y, en consecuencia, accediendo a mero juego de signos; 3. De manera semejante al punto 2, pero con el fortalecimiento del sentido de la realidad, Alas (1935); 4. Sumisión profunda al juego de los signos e insistencia en el relato de simetría interior y paradojas. De hecho el nombre artístico Yi Sang, tal como suena en coreano, puede significar «extraño» e «ideal». A veces, al final de sus poemas, colocaba esto mismo, significando «no tener nada más que decir», o... quizá es simplemente que está firmando su obra.

En español se puede leer de Yi Sang el poemario A vista de cuervo (Verbum 2003), que es su poesía completa, y una antología de la obra narrativa, Yi Sang, Flores de Fuego (Bassari, 2001).

A partir de mediados de la década de 1930 se presenta el dominio en Corea de un concepto de literatura que da más importancia a lo humano que al tiempo presente y trae consigo un deterioro del realismo de los años 20 y 30, la disolución de la federación Coreana de Artistas Proletarios, al tiempo que la creciente opresión japonesa. Entre varios representantes de esta situación literaria, la editora del volumen que comentamos, Lee Hye-kyung (Mercedes), selecciona a Hyun Jin-gun (1900~1943), maestro de la ironía y la representación del conflicto entre individuo y sociedad que culminó a la perfección el género del cuento. «La mujer del escritor» y «La gobernanta b y las cartas de amor» son sus obras más conocidas y ahora las podemos leer en castellano. Pionero del realismo de la época, junto a Yom Sang-seop y Kim Dong-in, fue uno de los avanzados en la creación del relato moderno.

También muestra de la narrativa de esta época, la presente compilación ofrece «Montaña roja» (1932), de Kim Dong-in (1900-1951), el escritor que supo sacar el mayor partido al género «cuento» en su época, con tendencia a un realismo naturalista basado en la observación y, sin embargo, fundamentador de la literatura moderna en su sentido más puramente artístico, superando la literatura iluminista establecida por Lee Gwang-su.

Otro de los autores de la selección es Ju Yo-seop (1902~1972), nacido en Pyungyang de Corea del norte, editor de la revista El nuevo Dong-a, subeditor de Korea times y profesor de la universidad Kyung-hee de Corea del Sur. En 1921 inicia su carrera literaria con el cuento «La jarra rota». Sus relatos más conocidos son «El señor huésped y mi madre» (1935) y «La madame del café Anemone», el primero aquí traducido. También se ofrece «Cuando florece el alforfón» (1936), del novelista de la nostalgia Lee Hyo-suk (1907-1942), así como dos relatos de autores bastante recientes: «crónica de infacia» (1967), de Oh Young-su (1914-1979), y «Asaco» (1976), de Pi Chon-deuk (1910). El primero dejó unos 150 cuentos especialmente referidos al amor lírico y humilde localizado en pueblos y ambientes de provincia. Por su parte, Pi Chon-deuk (1910) es poeta, ensayista y estudioso de la literatura inglesa, fue catedrático de la Universidad educacional de Seúl y discípulo de Lee Gwang-su. Sus obras se basan en sentimientos ingenuos y en una claridad lírica de tendencia costumbrista, por así decir. Utilizó el seudónimo de Gum-a.

Ya es posible hablar en España de la literatura de Corea, el país de la cortesía, fulgor de Oriente según Tagore.

 

J. A. Sanduvete

Edward W. Said, Humanismo y crítica democrática, Debate, 2006 (ed. inglés, 2004), 184 págs.

 

Mucho me temo que el mayor acierto de este decepcionante libro sea el aserto con que su prologuista lo abre: «El legado intelectual de Edward Said será en primera instancia político». Y precisamente este hecho es el que hace que el libro, desde un punto de vista intelectual, y por lo que toca a la materia que dice tratar, sea un libro fallido. Said, que pretende hablar desde el humanismo (un neohumanismo de cuño propio) y al que recientemente, en distintos medios, se lo viene nombrando como representante de esta posición ideológica, manifiesta una incomprensión profunda de lo propio o específico del humanismo. Cae en un mal uso del término. Para comenzar, en la primera conferencia, «La esfera del humanismo» (pues que de una recopilación de conferencias dadas entre 2000 y 2003 se trata), nos advierte de que se centrará en el huma­nismo estadounidense (?). ¿Existe tal cosa en el planeta? ¿O hemos de pensar que el humanismo, europeo, es una tradición central en Occidente que ha ido seleccionando sus monumentos formativos a lo largo de siglos y que pasa por el diálogo entre dos fuertes tradiciones primigenias: la greco-romana y la hebrea, tal como pueden ser heredadas por la tradición del humanismo cristiano y sus heterodoxias o disidencias internas? El humanismo que los norteamericanos heredan y prolongan es el europeo (occidental si así queremos llamarlo), pero en quienes se centra Said es en determinados profesores de humanidades norteamericanas, voceros en todo caso de esa tradición central occidental (Irving Babbit, Allan Bloom, Harold Bloom, etc.) con los que discute. Por lo tanto la confusión de partida en que incurre Said es identificar el humanismo con los estudios de humanidades en las universidades norteamericanas durante los años de la guerra fría.

La discusión se centra en algunos falsos problemas: 1. rechazo social a lo nuevo y adhesión a lo antiguo, 2. oposición entre lo tradicional canónico y lo representativo de nuestra época, 3. oposición entre un concepto acabado de pasado y un concepto abierto. La estrategia que utiliza Said es la de muchos post-estructuralistas: la de inventarse un enemigo esencialista —así lo llaman— caricaturesco y encaramarlo en un trono impostado para mejor derribarlo. Son los viejos humanistas volcados sobre el pasado, con cánones inamovibles (un poco delirante el concepto musical de canon que propone Said: ahí el músico que lleva dentro le traiciona), de ceño adusto. Eso es un invento del autor. Nunca fue tan elemental la tradición del humanismo, pero tampoco puede compartir los intereses de Said: la politización del discurso literario, la impugnación de la tradición. Como él dice: ante el canon hay dos posibilidades: venerarlo a distancia o luchar contra él, impugnándolo, criticándolo. ¿No habría una tercera: apropiárselo de cerca y hacerlo hablar a nuestro tiempo (que es lo que siempre han hecho los grandes humanistas y seguidores de esa tradición)?

    Está bien que Said pretenda un acercamiento político y multicultural a las obras literarias, pero lo que ya no está tan bien es usurpar un nombre, el de humanismo, que significa muy otras cosas, para presentar su propuesta. (Por ejemplo, critica el elitismo de T. S. Eliot y F. R. Leavis; pero parece olvidar que el elitismo es un componente troncal de esa tradición: el odi profanum vulgus et arceo horaciano.) Cuando habla de los actuales movimientos feministas, poscoloniales, gay and lesbian, etc. como representativos de nuestro tiempo, es obvio que lo son, pero no dejan de ser posiciones claramente antihumanistas. Es un error querer renovar el humanismo desde esas alianzas.

    Cuando Said aboga por la atención a otras culturas y otras tradiciones, ello resulta muy representativo del tipo de intelectual que Said es: un representante del multiculturalismo. Pero no debemos olvidar que lo propio del humanismo consiste en la vinculación a una tradición única occidental (lo que Leavis, denostado por Said, llamaba «the main tradition» o «the common pursuit»), desde la cual extender la mirada a cualquier parte del mundo (incurriendo así en el horrendo pecado de eurocentrismo, no menos denostado por Said). Precisamente de estos temas trata la segunda conferencia: «Los cambiantes fundamentos del estudio y la práctica del humanismo», donde de paso se deja caer la sospecha (no sé si llamarla lindeza) del patrocinio por parte de la cia del humanismo académico norteamericano en los años de la guerra fría.

    La tercera conferencia, que lleva por nombre «El retorno a la filología», no puede ser más decepcionante para cualquier amante de esta disciplina. Aparte del quid pro quo de querer ver a Nietzsche como un filólogo prominente, uno de los más influyentes en nuestro tiempo según Said (se nos ocurre pensar que la importancia de Nietzsche procede de cómo llevó su formación y conocimientos filológicos a la especulación plenamente filosófica), el modelo de lectura filológica que propone resulta un tanto deconstructivo:

    «La verdadera lectura filológica es una lectura activa; supone adentrarse en los procesos de lenguaje que de hecho se desarrollan en las palabras y revelar lo que pueda estar oculto, incompleto, enmascarado o distorsionado en el texto al que nos enfrentamos» (pág. 83).

    En algún momento descubre el círculo filológico de Spitzer que, junto a Eric Auerbach parece constituir la única pareja de filólogos del pasado salvable, e insiste sobre todo en postular la lectura política del texto. Empeño loable, pero tampoco el más propio de un humanista. Creemos que el horizonte político entra, como el resto de las cosas del mundo, en la investigación filológica, pero dudamos mucho de que deba considerarse como el objetivo esencial de cualquier lectura, como resulta en el caso de Said.

    Los dos últimos capítulos son los más valiosos del libro en nuestra opinión, por diferentes motivos. El cuarto está dedicado a hacer un encomio de Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, la magna obra del filólogo Eric Auerbach, verdadero monumento del humanismo filológico de los años centrales del siglo xx. Es un encomio realizado desde la información y el amor. Un encomio honesto. Sólo que el lector se queda con la duda de que si tanto aprecia Said esa manera de hacer filología, por qué la suya resulta tan lejana metodológicamente de aquélla. No hay que olvidar que el método de Auerbach parte siempre de la explication du texte, atendiendo a sus valores formales y estilísticos. De ahí pasa siempre a contextualizaciones culturales y epocales de la obra, autor y movimiento elegidos. Algo muy diferente de la política mirada de la sospecha en que consiste el método de Said.

    Decíamos que también el último, «La función pública de los escritores e intelectuales», es también un capítulo valioso, porque en sus continuas referencias a la guerra de Irak, a la administración norteamericana y a la cuestión palestina se nos hace evidente el tipo de intelectual que Said encarna. Un intelectual que reivindica el compromiso (Sartre, Chomsky, Foucault, Bourdieu, Fanon, son algunos de los intelectuales que suele citar como modelos; pero es curioso que no aparezca en todo el libro una sola mención a George Steiner, a quien consideraríamos el máximo representante vivo de la dimensión humanística en los estudios literarios), desde el que situarse al margen del poder y dedicarse como francotirador a una crítica de los abusos y corrupciones de éste, y a una labor de dar voz a las minorías oprimidas. Empeño loable, repetimos, pero tal vez no el más representativo de lo que entendemos como visión humanística de la literatura.

    Y es que esa mirada política de Said no se detiene, o no se detiene lo suficiente, en lo que un escritor al que desdeña en otros escritos, George Orwell, denominaba la moral de la prosa. Esa idea de que la decadencia lingüística iba unida a la corrupción y caos político de nuestro tiempo. Y que el compromiso político de un escritor comenzaba por hacer un uso preciso y honesto del lenguaje. El confusionismo lingüístico que en este libro observamos a propósito de conceptos como «humanismo», «canon», «filología» y otros, hace que dudemos de que Said sea una buena compañía para los que cultivamos los estudios literarios.

 

J. Campa

Pedro M. Hurtado Valero, Un ensayo de sintaxis cognitiva del español, Universidad de Málaga, 2004, 264 págs.

 

En la obra Un ensayo de sintaxis cognitiva del español, Pedro M. Hurtado Valero nos proporciona una distinta perspectiva a la hora de analizar las estructuras sintácticas. Se separa de los puntos tradicionales para ofrecernos «un modo de análisis que, ante cualquier expresión verbal, sólo se pregunte qué operaciones cognitivo-lingüís­ticas lleva a cabo el hablante» («Introducción», pág. 11). Para ello, contempla el enunciado «como expresión de unas operaciones explícitas —nunca implícitas u ocurrentes en una imaginada profundidad— efectuadas por el hablante».

Estructurará su ensayo analizando los distintos niveles de la cadena hablada, empezando por las unidades elementales y analizando posteriormente unidades cada vez más complejas. Podemos dividir el libro en tres grandes bloques, precedidos por una introducción y finalizados con un apéndice. Así, en el primer bloque (caps. i-iii) analiza las acciones cognitivo-lingüísticas fundamentales y su aplicación dentro del Sintagma Nominal y de la oración; posteriormente, hablará de la acción referencial elemental, la acción predicativa y las fórmulas predicativas (caps. iv-vi) y finalizará con la aplicación de este estudio en otros elementos sintácticos como son las proposiciones de hecho degradado, las proposiciones presentadoras de un elemento, las proposiciones auxiliares y la sintaxis de segundo orden. La diferencia fundamental entre la sintaxis de primer y segundo orden es que las matrices predicativas que se encuadran dentro de la de primer orden se aplican a elementos mientras que «la sintaxis de segundo orden maneja matrices cuyos huecos argumentales deben saturarse con expresiones que representan hechos en cuanto hechos».

Para entender las operaciones cognitivo-lingüísticas que lleva a cabo el hablante, nos interesa conocer el término aplicación: «cada signo referencial apunta hacia un referente, y sólo uno. Así pues, una acción referencial es una aplicación expresada con la fórmula «XY», que significa «X apunta hacia Y», donde X denotaría el signo referencial (determinante, nombre propio, morfema modal y temporal, etc.) e Y denotaría el referente al que apunta X». Los referentes se expresarán con los símbolos E1, E2, E3... En mientras que los señalados por la acción referencial fáctica serán designados con H1, H2, H3... Hn. El objetivo es expresar «las relaciones sintácticas fundadas en los moldes sujeto / predicado, núcleo / adyacente, regente / regido, etc.». Así procederá a representar los objetos mentales que tienen lugar en la mente del hablante, pero, a diferencia de la Psicología cognitiva, esta representación se hará sobre un plano lineal, y no sobre uno bidimensional, con el fin de ser fieles a la naturaleza de la expresión lingüística.

El primer capítulo del libro es una presentación de las unidades con las que vamos a trabajar en el resto del libro, y nos servirá para familiarizarnos con términos como acción referencial elemental («La acción referencial elemental puede formalizarse como una aplicación que, en el seno de un mensaje determinado, establece una correspondencia entre el conjunto de los signos referenciales y el conjunto de los referentes elementales, de suerte que a cada uno de esos signos corresponda un referente y sólo uno»), acción predicativa («Mediante la acción predicativa, el hablante aplica a esos elementos, que pueden gozar de diferente estatus ontológico, unos esquemas conceptuales para establecer estados de cosas: estados de cosas en que un elemento ostenta una propiedad o característica o en que un elemento aparece como interviniente en un proceso o en que dos elementos contraen una relación») o acción referencial fáctica («La acción referencial fáctica, en el plano de los signos, consiste en adherir a una predicación los morfemas de aspecto, modo y tiempo»).

Los siguientes capítulos sirven para profundizar en los distintos niveles de la lengua y en los contextos que nos podemos encontrar dentro de cada uno. Así, el segundo capítulo tratará del Sintagma No­minal y en el tercero ahondará en el territorio de la Oración. Para ver la diferencia vamos a partir de dos enunciados como son Este carpintero y Éste es carpintero. La diferencia fundamental entre estas dos modalidades sintácticas reside «en que la predicación E1 ser carpintero, común a ambas expresiones, va afectada en la segunda por una determinación modal y temporal de presente de indicativo».

Podemos sintetizar el proceso que se nos presenta en estos tres primeros capítulos del siguiente modo: en un primer momento, el objetivo es «determinar las acciones referenciales elementales», posteriormente, procederemos a identificar «las acciones predicativas» y terminaremos el análisis determinando «la acción referencial fáctica», que actúa cuando el hablante sitúa un estado de cosas a través de una predicación: «los morfemas de modo y tiempo, al unirse a alguna predicación, dan lugar a las oraciones y proposiciones».

A lo largo del cuarto capítulo, «La acción referencial» elemental, nos ofrece las distintas modalidades de la acción referencial elemental (modalidad ontológica del referente elemental y distintas modalidades de la acción referencial elemental), así como sus distintos tipos (la acción referencial pluralizante, la acción referencial duplicativa, la correferencia, la acción referencial vacía y no específica, la acción referencial excluyente y la acción referencial elemental demandante) para terminar analizando la coordinación copulativa y disyuntiva de las acciones referenciales.

El quinto capítulo, «La acción predicativa», sirve al autor para profundizar en las relaciones que tienen las palabras entre sí dentro del universo de la oración. Primero nos hablará de la compatibilidad predicativa apoyándose en el concepto de Ch. S. Peirce icono de diagrama: «la relación entre las partes de que consta el diagrama reproduce de alguna manera la relación entre los referentes de los cuales se habla».

A continuación, explica la distinción entre los argumentos, o nucleares, y los satélites, o adjuntos: «Difieren, según Dik, en que la diferencia es que los nucleares contribuyen como términos a la representación de un estado de cosas, mientras que los adjuntos, o satélites, expresan una información adicional, una información sobre “el modo como el estado de cosas se modifica”». Lingüísticamente, esta distinción se justifica basándonos en que la ausencia de un satélite nunca altera el significado del núcleo de la matriz, lo que sí ocurre si desaparece un elemento nuclear.

Aquel elemento que ostenta primacía sobre los restantes en las matrices predicativas recibe el nombre de término preeminente: «concierta en género y número nominal cuando la matriz es nominal, y en persona y número verbal cuando la matriz —sea del tipo que sea— se ve afectada por el morfema de modo y tiempo». Esta definición nos indica que «el término preeminente lo es, no por su condición semántica, sino por su relieve morfosintáctico».

El sexto capítulo, «Fórmulas predicativas», analiza en su primer punto la formación de las distintas matrices por parte de los hablantes de una lengua y su capacidad para establecer variaciones partiendo de la matriz primitiva. Estas variaciones se refieren a la intersección de matrices (partiendo de dos matrices conocidas, llegamos a una tercera), al producto consecutivo de matrices (puede establecerse una nueva matriz con la fusión de elementos de dos matrices diferentes), a la modificación sintáctica del núcleo (cuando añadimos a una matriz un elemento modificador carente de valor referencial), a la disminución argumental (convertimos una matriz diádica en una monádica por la eliminación del segundo hueco argumental), a la abstracción valencial (sustituimos un elemento con valor argumental por uno que no posee dicho valor. Debido a esto, «la matriz resultante pierde un hueco argumental con respecto a la de origen, y compensa esta pérdida enriqueciendo su contenido»), a la permuta de huecos argumentales (dos elementos relacionados sustituyen sus lugares habituales. Sintáctica y semánticamente no se establecen diferencias con la matriz primitiva, pero sí apreciamos cambios cognitivos pues «al elegir una u otra, el hablante decide una determinada estrategia informativa»), a la transformación léxica y morfosintáctica (similar a la anterior, puesto que consiste en sustituir un elemento por uno equivalente. Vuelve a no haber cambios semánticos ni sintácticos, pero sí cognitivos por las estrategias informativas ya mencionadas: no es lo mismo la matriz # amar a # que su recíproca # ser amado por #), a las operaciones sintácticas con matrices predicativas (coordinación co­pulativa y disyuntiva de matrices que com­parten los mismos huecos argumentales), a la transformación anafórica de las matrices («a partir de una determinada matriz se puede obtener su correspondiente anafórica, que viene a ser como una pro forma de aquélla»), a la adjunción de un hueco argumental satélite (consistente en añadir un elemento satélite a la matriz) y a la negación de matrices («la negación de una matriz predicativa puede originar dos matrices predicativas diferentes»).

A continuación, se centra en los distintos contextos en que puede aparecer una preposición: a). como núcleo de una matriz predicativa nominal diádica: Luis es de Madrid; b). como mero signo indicador de un hueco argumental: la preposición es exponente de la función semántica y sintáctica que corresponde a un determinado hueco argumental, sea nuclear (Se metieron en un callejón), sea satélite (Pedro mira los leones en la jaula); c). como morfema constituyente de un argumento: en Eloísa lee debajo de un almendro, la locución preposicional debajo de «funciona como núcleo de una matriz predicativa diádica»; d). como morfema constituyente del núcleo de una matriz predicativa: dos oraciones aparentemente similares como Luis lee durante la noche y Luis lee de noche nos permiten establecer la diferencia entre una oración que realiza «una acción referencial sobre un elemento conceptuado como noche» y otra oración en que «la preposición actúa como un morfema que, junto con el sustantivo noche, constituye la matriz nominal # ser de noche  #», como es Luis lee de noche.

Se cierra este capítulo con un análisis sobre las variaciones matriciales que se pueden llevar a cabo, divididas a su vez en cuatro categorías. Entenderemos por grupo de transformaciones matriciales «un conjunto de matrices tales que se puedan derivar unas de otras siguiendo unas reglas de pro­cedimientos». Un primer tipo de estas variaciones las cataloga como «fin elocutivo» y consisten en introducir una variación en el enunciado siguiendo los intereses elocutivos que el hablante persigue; otras variaciones se basan en las «estrategias sintácticas». La lengua nos ofrece variaciones para cada construcción lingüística y depende del hablante introducir unas variaciones u otras, que seguirán vigentes o no en función del arraigo popular que tengan; las variaciones de «género gramatical» no son operaciones que se produzcan mientras producimos el mensaje, sino que se dan en la formación de los materiales precisos para transmitirlo. Lo que determina la asignación del género son las matrices hiperónimas que podrían aplicarse al referente en cuestión y que forman parte del caudal léxico próximo desde el punto de vista paradigmático; por último, las «variaciones predicativas, número y persona» no forman parte primariamente de la matriz predicativa, y sólo aparecen «cuando la predicación va afectada por morfemas de modo y tiempo para originar una estructura oracional».

Los tres siguientes capítulos le sirven para analizar en profundidad las proposiciones subordinadas que aparecen en el lenguaje. Así, en el séptimo capítulo, «Proposiciones de hecho degradado», tras explicar el proceso por el que un elemento se degrada a hecho, analiza los componentes de dichas oraciones degradadas como son el transpositor que, el estilo, la estructura o la refracción modal y temporal de la oración, junto con el análisis de proposiciones de infinitivo, proposiciones sustantivas satélites o proposiciones sustantivas de incógnita.

En «Proposiciones presentadoras de un elemento», capítulo ocho, explica las oraciones de relativo y se cuestiona la existencia de unas proposiciones adjetivas de participio y gerundio. Considera que estas últimas, cognitivamente, no pertenecen al mismo ámbito que las demás, ya que «la cópula ser no aparece por no tener que soportar morfemas de modo y tiempo: ese participio no se diferenciaría de cualquier adjetivo o sustantivo que funcionen como núcleo de sintagma o como modificador directo». Si nos fijamos en el ejemplo Miguel, burlándose de Juan, lo empujaba vemos como la supuesta proposición de gerundio «no es más que una predicación con la matriz nominal # estar burlándose de #, predicación que carece de toda determinación de tiempo y modo».

Bajo el epígrafe «Proposiciones auxiliares», estudia las proposiciones de marco temporal y las proposiciones modulares de intensidad. El propio autor nos advierte que «pertenecen a grupos heterogéneos entre sí. No obstante, hemos reunido esas dos clases de proposiciones en este capítulo porque tienen en común el suministrar un respecto para referir a él una acción deíctica temporal, o para referir a él la intensidad de un fenómeno expresado por la matriz predicativa principal».

Ya en el último capítulo, «Sintaxis de segundo orden», procede a analizar «oraciones que establecen relaciones entre hechos en cuanto hechos. Son relaciones de un nivel superior, que ya no vienen expresadas por matrices predicativas, sino por unas matrices especiales que denominaremos matrices relacionales de hechos». Encontramos tres tipos dentro de estas matrices relacionales de hechos, en función de que una de las dos, las dos o ninguna estén en posición enunciada. Cuando ninguna matriz está en posición enunciada, nos encontramos con las matrices de relación condicional y con las matrices de relación disyuntiva; si por el contrario, una sí está en posición enunciada, tenemos las de relación concesiva mientras que si las dos están en dicha posición enunciada, nos encontramos con las matrices de relación justificante, las matrices de relación ilativa, las matrices de relación adversativa y las matrices de relación asociativa. Puede suceder que un referente elemental ascienda a la categoría de hecho, y pase a relacionarse con otro hecho a través de, por ejemplo, la relación condicional. Así, en Se llega a todo con paciencia, la expresión con paciencia es un elemento, pero si cambiamos el orden y analizamos Con paciencia, se llega a todo, la percepción variará, pues ahora nos encontramos con una oración condicional, a la que se ha llegado por el paso de con paciencia de elemento a hecho.

Ya en el apéndice, «La acción discursiva», vuelve el autor a señalar el carácter incompleto de su estudio, algo lógico si entendemos la lengua como un amplio campo de análisis que se debe abordar desde cada caso concreto. Insta a seguir por la vía de este estudio, y reitera la justificación del mismo. Aporta nuevas informaciones, como la que se refiere a las acciones de cohesión discursiva: acciones para organizar la estructura global del texto (iniciación, distribución, ordenación), acciones con las que el hablante hace constar su presencia (expresión del punto de vista, expresiones evaluadoras de certeza, de confirmación, de tematización, de ejemplificación o de formulación, explicación o aclaración), acciones de conexión discursiva por adición, por contraste o por relación de base causal y acciones que potencian la interacción (para demandar conformidad, para regular la comunicación, para advertir sobre algo, para mostrar reacciones de acuerdo o desacuerdo o para marcar una continuación o un cierre).

Después se refiere al contorno como signo, y considera que «el contorno jamás puede significar una acción predicativa, pues ésta siempre requiere una matriz mediante la cual se ejerza». Concluye que «el contorno sirve para establecer relaciones que la estructura lingüística no deja claras».

Por último, nos habla de la frase, estructura sintáctica para expresiones cognitivo-lingüísticas como son la acción referencial libre (para mostrar a un elemento, para realizar una acción de enfoque sobre un elemento, para ordenar el discurso o para llamar la atención del receptor) o la acción referencial libre acompañada de una acción predicativa (para dirigirse al receptor, para llamar la atención sobre un objeto o para atribuir).

En definitiva, y ya a modo de conclusión, debemos señalar que este libro presenta un estudio sintáctico novedoso, abriendo muchas puertas y dejando amplio camino por recorrer en este vasto campo que constituye la lengua española. Destaca por su afán de innovación en una materia como es la sintaxis pero ofrece ciertas dudas por basar este análisis en modelos concretos, dejando muy poco espacio a la generalización, algo necesario en toda ciencia lingüística, pues es preciso un modelo general que tipifique a un grupo de oraciones con unas características similares.

 

J. de los Reyes

Margarita Alonso Ramos, Las construcciones con verbo de apoyo, Visor Libros, Madrid, 2004, 331 págs.

 

El vocabulario de cualquier lengua está compuesto por un número ingente de unidades de diversa naturaleza léxica que en muchos casos no encajan en el esquema de la palabra como unidad prototípica de la lexicología. Términos como frase, locución, perífrasis, lexía, expresión idiomática, colocación, etc., han servido a estudiosos de diferentes escuelas lingüísticas para clasificar estas construcciones basadas en la combinación más o menos estable de dos o más unidades de igual o diferente índole categorial, con un significado que no puede explicarse como la suma de los significados de sus constituyentes. La definición y la catalogación de todas estas estructuras son tareas que requieren un estudio interdisciplinar en el que la semántica, la lexicología y la sintaxis muestran su conexión, como sucede en tantos otros aspectos del lenguaje. Este es el punto de partida del trabajo que reseñamos, en el cual la autora acomete el análisis de una de estas combinaciones, las denominadas construcciones con verbo de apoyo (cva): echar una siesta, dar una bofetada, pedir limosna, etc. Tales construcciones constituyen un tipo de colocación en el que el sustantivo aporta la carga semántica de la expresión y funciona como base léxica que selecciona al verbo, el cual, desprovisto de significado, actúa como colocativo, de tal forma que los actantes semánticos del nombre son codificados a modo de argumentos sintácticos del verbo. Esta definición origina varias cuestiones acerca de la naturaleza de las cva: ¿Cuál es el significado del verbo y del sustantivo de las cva frente a sus formulaciones como unidades léxicas plenas y libres? ¿Tiene algún fundamento semántico la selección verbal llevada a cabo por el nombre? ¿Verbo y nombre forman una única unidad sintáctica o, por el contrario, mantienen entre sí una relación estructural equiparable a la que vincula los verbos y los complementos de las construcciones libres? Estas y otras preguntas son respondidas por Margarita Alonso Ramos a partir del marco teórico y práctico ofrecido por la Teoría Sentido-Texto (tst) iniciada por Zholkovsky y Mel’čuk[12], aunque la autora tiene también en cuenta otros aspectos más prácticos, como el tratamiento lexicográfico que merecen estas construcciones.

De las cinco secciones principales en que se organiza este trabajo, son los capítulos ii, iii y iv los que concentran su núcleo teórico; cada uno se destina a examinar la triple naturaleza lingüística de las cva: léxica, semántica y sintáctica. En el capítulo ii se definen las cva —según el modelo de la Lexicología explicativa y combinatoria de la tst— como un tipo de sintagma no libre, un caso de coocurrencia léxica restringida que no llega a constituir una expresión completamente fraseologizada. La autora repasa la bibliografía española con el fin de clarificar la terminología y listar los criterios que se han seguido para identificar este tipo de colocación; es relevante sobre todo la distinción entre locución verbal y cva, ya que la perspectiva más divulgada en España hace coincidir muchos casos de locuciones verbales con lo que la autora llama cva, tal como se comprueba al observar el tratamiento recibido por estas expresiones en varios diccionarios y repertorios lexicográficos españoles. Para Alonso Ramos, una locución verbal es un frasema completo, según demuestran los parámetros de opacidad semántica y de composicionalidad. Frente a los frasemas, en las cva el sustantivo conserva su significado y las propiedades estructurales de su función sintáctica (en la mayoría de los casos puede pasivizarse o relativizarse). Por su parte, el verbo de las cva no es más que un simple apoyo sintáctico del nombre y su elección está controlada léxicamente por él, de tal forma que no pueden aducirse argumentos semánticos para fundamentar esta selección y, por tanto, la aparición de un verbo concreto en una cva es muy difícil de pronosticar. No obstante, existen algunos ejemplos de cva con verbos de apoyo que no ostentan un uso como unidades lé­xicas libres (cometer, asestar, propinar...), pues siempre se combinan con sustantivos de significado similar, al contrario que ver­bos como dar, tener, hacer, etc., que sí poseen una contrapartida libre, además son muy productivos y coaparecen con bases sustantivas pertenecientes a diferentes campos semánticos, todo lo cual favorece un tratamiento particular para estos verbos por medio de la creación de artículos lexicográficos propios, llamados artículos colocativos.

Estas últimas apreciaciones tendrán consecuencias a la hora de decidir cómo se deben incluir las cva en los diccionarios y qué tipo de definición es la más adecuada. Alonso Ramos recurre a las estrategias de la Lexicología explicativa y combinatoria, puestas en práctica en el Diccionario explicativo y combinatorio del francés contemporáneo (dec), obra en proceso de elaboración, preparada en la Universidad de Montreal por el grupo de investigación dirigido por Igor Mel’čuk. La técnica de las funciones léxicas (fl) es una de estas estrategias lexicográficas, consistente en la asociación de un contenido semántico a un esquema sintáctico a partir de la base léxica que selecciona al colocativo (en este caso, el verbo de apoyo); mediante un sistema de subíndices y otros signos y abreviaturas encorchetados (esquema de régimen reducido) se consigna la información sintáctica pertinente (la presencia o ausencia de determinante, la preposición seleccionada, etc.). Existen tres modalidades de funciones léxicas para las cva según el papel sintáctico del sustantivo, aunque Alonso Ramos concentra su investigación en la más productiva de ellas, Operi, que describe las cva cuyo nombre desempeña la función de objeto directo del verbo de apoyo, por ejemplo: Oper1 (siesta) = echar [art ~]. Este sistema de notación lexicográfica puede complicarse cuando se dan ciertas particularidades de índole léxica, como la alternancia del verbo de apoyo (sentir / tener envidia); o algunas restricciones sintácticas (la expresión de otros actantes, la modificación del sustantivo, etc.).

El capítulo iii se dedica al análisis de las características semánticas de las cva y se estructura en dos grandes focos, la semántica del verbo de apoyo y la semántica del sustantivo base. La cuestión central relativa a la semántica del verbo trata de su vacuidad semántica. Si bien es cierto que desde el punto de vista paradigmático, es decir, en contraste con el resto de verbos del vocabulario, muchos de los verbos participantes en las cva tienen significado (decir una mentira), es condición ineludible que el verbo no añada ningún matiz semántico a la expresión; o dicho de otro modo, en el contexto de la colocación (desde el punto de vista sintagmático) el verbo ha de estar vacío de contenido semántico. Por esta razón, las construcciones con verbos fasales, causativos y realizativos no pueden catalogarse como ejemplos de cva, aunque compartan con ellas idénticas características sintácticas. En cuanto a la semántica del nombre de las cva, la pieza clave de la exposición de Alonso Ramos se encuentra en la noción de nombre predicativo, que no hay que confundir con los nombres deverbales ni con los nombres abstractos. Para llegar a la definición de este concepto hay que partir primero de la distinción de tres niveles de representación lingüística que no tienen que mantener una correspondencia exacta entre sí: la estructura semántica, la estructura sintáctica profunda y la estructura sintáctica superficial. A cada uno de estos niveles le corresponde una clase diferente de actantes: los actantes semánticos o participantes en el evento, situación o acción asociados a una unidad léxica; los actantes sintácticos profundos, que son la expresión de los actantes semánticos de una unidad a modo de modificadores y adjuntos; y los actantes sintácticos superficiales, que pueden equipararse con los argumentos sintácticos (sujeto, complemento directo e indirecto y complemento preposicional). Los nombres predicativos y los nombres cuasi-predicativos (aquellos que a pesar de referirse a objetos y entidades se relacionan siempre con algunos actantes semánticos presentes en una situación prototípica) son los únicos que pueden concurrir en las cva, de tal modo que sus actantes semánticos pasan a ser representados en la estructura superficial como argumentos sintácticos del verbo de apoyo. Por ejemplo, en hacer una promesa, la estructura temática del sustantivo puede formularse como «la promesa de X de Y a Z», con tres actantes semánticos, dos de los cuales pasan a ser constituyentes sintácticos del predicado de apoyo hacer: Juan hizo la promesa a María de que volverá. Después de precisar qué hay que entender por nombre predicativo y cuasi-pre­dicativo, la autora emprende la clasificación semántica de los nombres de las cva, desechando la etiquetación metalingüística de dichas clases semánticas, al preferir un criterio más intuitivo basado en el sistema de paráfrasis mínima; recurre además a dos parámetros generales (la volición o agentividad y la duración) y a una serie de pruebas sintácticas que especifican cuál de ambos criterios es operativo en la clasificación de un nombre determinado. Esta clasificación permite concluir que no existen correlaciones entre nombres y verbos de apoyo en las cva, aunque sea posible detectar algunas tendencias o generalizaciones parciales.

Las particularidades sintácticas de las cva son la materia desarrollada en el capítulo iv, cuyo objetivo principal radica en desentrañar si existe incorporación sintáctica del sustantivo al verbo de apoyo, es decir, si verbo y sustantivo forman un bloque sintáctico unitario en el que las relaciones núcleo verbal-objeto directo son inoperantes. El grado de cohesión entre verbo y sustantivo se evalúa por medio de diferentes tests sintácticos: el empleo de determinantes, la posible modificación del nombre, su relativización, la coordinación con otro sustantivo, la conversión a pasiva y la pronominalización. Tras revisar el comportamiento de varios ejemplos de cva ante estas pruebas, Alonso Ramos descarta la existencia de un fenómeno de incorporación, pero su aserción se confirma con mayor rotundidad después del examen de tres propuestas de incorporación sintáctica en español[13], las cuales otorgan una relevancia injustificada —según la autora— al papel del determinante en las cva, que para ella es un aspecto que compete más al léxico que a la sintaxis. El que no todas las cva cumplan en la misma medida las operaciones sintácticas propias de las estructuras transitivas ordinarias no demuestra que estemos ante un caso de incorporación, sino que estas construcciones poseen un grado de fraseologización que diluye algunas propiedades sintácticas de los sustantivos en función de objeto directo y los aleja de los esquemas prototípicos de complementación acusativa. La inadecuación de las teorías incorporacionistas proviene, en opinión de Alonso Ramos, del intento de explicar un hecho semántico a partir de criterios sintácticos: que verbo y sustantivo formen una unidad semántica no implica que también se hayan fusionado en el nivel sintáctico o léxico. Aunque su propuesta pueda parecer menos ambiciosa y original que las hipótesis de los autores defensores de la incorporación, se ajusta con mayor adecuación a la variedad de posibilidades formales de las cva, quizás debido a una distinción más nítida de los niveles de análisis lingüístico.

El capítulo iv se cierra con un último aspecto capital en el entendimiento de la naturaleza semántica y sintáctica de las cva cva: la correlación entre su estructura temática y su estructura sintáctica, denominada diátesis según el modelo de la tst[14]. Una vez comparadas las diátesis de algunos ejemplos de cva con diferente número de actantes semánticos (hasta cuatro actantes), la autora concluye que este tipo de colocaciones constituyen un mecanismo que ayuda a alterar la diátesis de un nombre o de un verbo ordinario; además, extrae algunas generalizaciones respecto a cómo los actantes semánticos se formalizan en el nivel estructural bien como argumentos del verbo bien como complementos modificadores del sustantivo. Finalmente, los dos últimos subapartados de este capítulo se consagran a la representación esquemática de la diátesis ideada bajo dos marcos teóricos diferentes: la sintaxis de dependencias de la tst y el modelo de Rección y Ligamiento de la escuela generativista.

En mi opinión, este trabajo contiene dos aspectos capitales para el estudio de las colocaciones: por un lado, el estatus lé­xico-semántico y sintáctico de uno de sus subtipos, las cva; y, por otro lado, la forma en que se deben incluir estas expresiones en los repertorios lexicográficos y cómo debe llevarse a cabo su definición. Ya se ha comentado que el dec se constituye en una obra de referencia primordial para el tratamiento lexicográfico de las cva en español. Este es un diccionario idealizado, ya que no tiene en cuenta aspectos prácticos como la extensión o el tiempo de preparación, y además posee un complejo sistema de definición lexicográfica que limita el tipo de usuario al que puede ir destinado, pues para su manejo se requiere un conocimiento lingüístico técnico que obviamente no está al alcance del público poco experimentado en la teoría y la terminología lingüísticas. El dec y las herramientas lexicográficas que pone en práctica, aplicadas por Alonso Ramos al español, no pueden entenderse como un recurso pedagógico destinado al aprendizaje de lenguas, sino más bien como un instrumento de descripción teórica para investigadores especializados. Aunque sus análisis y técnicas lexicográficas sean más exhaustivos, su valor didáctico no puede competir con el de otras obras concebidas para un público más amplio, como el reciente redes. Diccionario combinatorio del español contemporáneo, dirigido por I. Bosque.

 

R. I. García Rodríguez

María Isabel Rodríguez Ponce, Análisis pragmasintáctico. Textos literarios con rasgos coloquiales, Universidad de Extremadura, Cáceres, 2004, 88 págs.

 

Bajo el magisterio de José Manuel González Calvo, edifica ahora Mª Isabel Rodríguez Ponce, vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, un nuevo libro, titulado Análisis pragmasintáctico. Textos literarios con rasgos coloquiales, número 22 de la colección de Trabajos del Departamento de Filología Hispánica (tdfh) de la Universidad de Extremadura, y publicado en Cáceres en 2004 (500 ejemplares).

Es autora de obras como La prefijación apreciativa en español (Universidad de Extremadura, Cáceres, 2002) y artículos como «Aspectos sociolingüísticos y socioliterarios en la poesía de cancionero», en Cancioneros en Baena. Actas del II Congreso Internacional Cancionero de Baena in memoriam Manuel Alvar (ed. de J. L. Serrano Reyes), vol. I, Ayuntamiento de Baena, 2003, págs. 613 y sigs., celebrado en dicha localidad (Córdoba) del 16 al 22 de abril de 2002. Asimismo, ha participado como ponente en el V Congreso Andaluz de Lingüística (Granada, 17-19 de noviembre de 2004) con su comunicación «Imagen y ciencia en el discurso orteguiano», y en el Primer Congreso Internacional: El español, lengua del futuro (Toledo, 20-23 de marzo de 2005) con la comunicación «La cultura española antigua y el desarrollo de las destrezas comunicativas en el aula de español como lengua extranjera».

Comparte espacio editorial en esta colección con autores de la talla de Antonio Rodríguez Moñino (El Criticón. Papel volante de letras y libros, número 1), Juan Manuel Rozas (Los periodos de la bibliografía literaria española ejemplificados con los bibliógrafos extremeños, número 4) o Carmen Galán Rodríguez (Aproximación histórica al estudio de las oraciones finales en español, número 11).

Mª Isabel Rodríguez Ponce estructura su estudio en dos partes (una primera de «análisis sintáctico», aunque realmente utiliza también la pragmática para ver el uso de determinadas expresiones lingüísticas; y otra segunda de «análisis pragmasintáctico», más bien referida a la sintaxis de lo coloquial), ambas precedidas por una «Presentación» y la «Introducción», y secundadas por una «Bibliografía» y los volúmenes publicados en la mencionada colección.

En la «Introducción» establece qué criterios va a seguir y en qué sentido va a emplear los distintos conceptos terminológicos. Seguirá en su análisis un método deductivo, es decir, comentará las apreciaciones de la organización textual para posteriormente pasar al estudio de los enunciados del texto. Quiere decirse con esto que adoptará la postura del productor del discurso, por la que se analizará el texto como unidad global comunicativa (macroestructura) y, después, se establecerá la cohesión sintáctica local entre enunciados (microestructura).

Las fases de este tipo de análisis son las siguientes (pág. 12):

a) «Cada enunciado se caracteriza como simple o compuesto»; b) «Si el enunciado es simple, se caracteriza según la actitud del hablante (enunciativo, exhortativo, interrogativo...); según la relación sujeto-predicado (impersonal o no impersonal); y según la estructura del predicado (transitivo, intransitivo, atributivo)». No se entiende muy bien esta última distinción tripartita en la que se entremezclan planos desde un punto de vista jerárquico-sintáctico, pues la transitividad y la intransitividad se podrían englobar dentro de la estructura predicativa, que se opone desde un punto de vista dicotómico a la estructura atributiva, estando, ahora sí, ambas a un mismo nivel; c) «Se continúa con el funcionamiento de cada componente en la estructura oracional (sujeto, complemento directo, complemento circunstancial...)»; d) «Si el enunciado es compuesto, se determina primero si lo es por coordinación, yuxtaposición o subordinación»; e) «Si se trata de coordinación, se determina si ésta es copulativa, disyuntiva o adversativa». Sigue para esta distinción a Emilio Alarcos Llorach en Gramática de la lengua española (Espasa-Calpe, Madrid, 1994), pero deja de lado otro tipo de coordinadas como las distributivas, las explicativas o las llamadas ilativas; y f) «Si se trata de subordinación, se comprueba si ésta es sustantiva, adjetiva o circunstancial». Mantiene en este caso la terminología del Esbozo (rae, Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, Espasa-Calpe, Madrid, 1973) para mencionar a las también llamadas subordinadas adverbiales.

Rodríguez Ponce considera el texto como «la unidad mínima de la comunicación verbal, y sólo él puede tener sentido completo»; y la oración «es una construcción sintácticamente independiente cuyos componentes establecen una red de dependencias sintácticas entorno al núcleo oracional» (página 12). Es alrededor de estos dos conceptos donde gira todo el ideario del presente estudio. Es evidente que orienta su modelo lingüístico hacia intereses discursivo-textua­les. Se muestra, pues, contraria a la opinión de la mayoría de los lingüistas, desde Dionisio de Tracia (la oración es una unión de palabras que presentan sentido completo), Prisciano (oratio est ordinario dictionum congrua sententiam demonstrans), pasando por Bloomfield (la oración es una unidad autónoma, con sentido completo, que consta, al menos, de los dos componentes inmediatos, sujeto y predicado, y que posee una entonación que la identifica en una unidad comunicativa), o llegando incluso al Esbozo (la oración es la unidad más pequeña de sentido completo en sí misma en que se divide el habla real).

Es posible que lo que la autora pretenda decir es que la capacidad de tener sentido completo, es decir, de ser un elemento auto-semántico en sentido informativo o comunicativo (sentido completo contextual), no es una característica funcional específica de la oración, sino del texto, en cuyo caso estamos de acuerdo.

Sin embargo, es significativo que, como hiciera el Esbozo, llama oración al conjunto y a la parte, es decir, tanto a la oración compuesta como a los juicios que la conforman. Señala además, con Gili Gaya (Curso superior de sintaxis española, Vox, Barcelona, 1976), que las subordinadas deben interpretarse como oraciones simples en las que uno de sus elementos tiene forma oracional y, por tanto, son dependientes del verbo principal. A pesar de ello, las llama oraciones, cuando en su definición indicaba que la oración es una construcción sintácticamente independiente. Este hecho podría plantear problemas de carácter didáctico, ya que este libro, Análisis pragmasintáctico. Textos literarios con rasgos coloquiales, va destinado a estudiantes de Filología Hispánica, es decir, personas que todavía no han asimilado con suficiencia los diferentes criterios gramaticales a la hora de analizar una oración. Sería preferible, pues, que la profesora Rodríguez Ponce utilizara otra terminología a la hora de referirse a las subordinadas (proposiciones subordinadas, como hace Andrés Bello, cláusulas subordinadas, como sugiere Guillermo Rojo, etc.).

Más adelante, manifiesta la autora que «la oración se entiende como unidad gramatical abstracta [esto es, perteneciente al plano de la lengua], mientras que el enunciado es una unidad pragmática y concreta [esto es, perteneciente al plano del habla], del acto comunicativo, en la que no es obligatoria la presencia de un verbo conjugado». Nos parece muy acertada esta diferenciación entre oración y enunciado, pero debería respetar sus propias palabras y, en consecuencia, no hablar de enunciado cuando establecía sus criterios de análisis Cada enunciado se caracteriza como simple o compuesto»), sino, más bien, de oración.

Por último, dentro de esta «Introducción», expone que «la coordinación y la yuxtaposición deberían analizarse desde la perspectiva textual (no sintáctica), ya que las oraciones que las forman son independientes entre sí». Si nos fijamos en la coordinación, tendremos que estar de acuerdo en que ésta, por sí misma, lleva implícito un valor cohesivo, es decir sintáctico, aunque es cierto que las oraciones coordinadas son independientes entre sí, esto es, son elementos funcionalmente autónomos. Y, por otro lado, bajo la forma de la yuxtaposición se pueden esconder intenciones subordinantes y, por tanto, dependientes, porque, en realidad, como muy bien comentó Guillermo Rojo en Cláusulas y Oraciones (Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 1978), la yuxtaposición es un mecanismo morfológico, mientras que la coordinación y la subordinación son sintácticos.

Realizada esta introducción, se accede al cuerpo del libro, que justifica la segunda parte del título, pues analiza dos textos literarios de Arturo Pérez-Reverte con rasgos coloquiales. Éstos son «Cuento de Navidad» e «Intercambios carnales», recogidos en Patente de corso (1993-1998) (Alfaguara, Madrid, 1998), en el que se compilan sus artículos aparecidos en El Semanal entre esas fechas. Para facilitar el seguimiento de los comentarios reseñados expongo el texto íntegro:

 

Érase una ciudad grande, como las de ahora, y la policía les había precintado el piso, y ya no tenían para pagar una pensión. [...] «Hace un frío del carajo», dijo él mientras buscaban un portal en condiciones. Había un abeto iluminado al final del bulevar, donde el Corte Inglés y sus luces se confundían con los semáforos, con el destello frío y trágico de una ambulancia que pasaba en la distancia, demasiado lejos para que pudiera oírse la sirena. Una ambulancia muda, con destellos de tragedia urbana. Las ambulancias y los coches de policía y los de pompas fúnebres, se dijo él viendo desaparecer el destello, son [...] pájaros de mal agüero. Vehículos con mala leche.

 

A. Pérez-Reverte, «Cuento de Navidad», pág. 84.

 

Aunque utiliza el texto como pretexto teórico (el comentario de algunas palabras y expresiones le sirve para conjugar una serie de teorías sobre la cuestión), nunca vienen mal algunas nociones —muy buenas, por cierto— sobre asuntos como la transitividad del verbo «tenían» (pág. 20), las diferencias entre las oraciones consecutivas y finales (págs. 25-26), las características de las pasivas reflejas (págs. 26-27) o de las frases unimembres y bimembres (pág. 28).

En la primera oración indica que el sintagma nominal «el piso» funciona como sujeto (pág. 20), cuando, en realidad, actúa como complemento directo de «había precintado». Se trata seguramente de un lapsus de la autora, ya que con anterioridad había especificado que «la policía» era el sujeto. Asimismo, se presta a discusión el hecho de considerar «de una ambulancia» como expansión calificativo-atributiva de «destello frío y trágico», cuando, a mi juicio, no atribuye una cualidad, sino que indica pertenencia.

El segundo texto que propone la profesora como análisis es el siguiente:

 

La verdad es que no sé de qué puñetas se escandaliza tanto fariseo soplagaitas y tanto tonto del haba. A mí, francamente, que una —o varias— señoras estupendas de esas que salen en la prensa del corazón, de profesión mo­delos, o aficionadas, o francotiradoras profesionales, se lo monten a su aire con millonarios, industriales de campanillas, políticos con mando en plaza, presidentes de clubs de fútbol marchosos y demás personal bien sobrado de viruta, me parece de perlas. Y mucho más si en el intercambio afectivo o carnal correspondiente obtienen del enamorado y ahíto prójimo visones, apartamentos, navidades blancas en esquiódromos de lujo y Mercedes de nueve kilos.

A mí, en fin. Que un individuo ande sobrado de ganas y encuentre a alguien que, por amor al arte o previo desembolso de razonable estipendio le alivie el depósito, es cosa de cada cual. Todos —y todas— tenemos derechos a darnos un desahogo antes de palmarla, y cada cual se lo monta lo mejor que puede, con lo que puede y con lo que tiene. Tampoco veo objeción notable a que una señora que va a ser guapa diez o quince años más, como mucho, y no tiene otro capital que un metro ochenta, una cara bonita y un cuerpazo de bandera, procure rentabilizar el asunto antes de que lleguen las vacas flacas y nadie le diga ojos negros tienes.

Porque las cosas como son. Tal vez recuerden los lectores veteranos de esta página que el arriba firmante sigue desayunando cada mañana colacao con crispis y prensa del corazón. Y supongo que ustedes ven, como veo yo entre crispi y crispi, los caretos de algunos de los galanes. E incluso, en verano, les ven la tripa y los michelines fofos mientras toman el sol en sus yates frente a Puerto Banús. Y convendrán conmigo en que, por mucho que se cuiden y se masajeen y se trasplanten, si no estuvieran podridos de pasta, con esos años y esas pintas no iban a comerse una rosca en su puta vida, salvo pagando. Y eso es lo que hacen: pagar.

 

A. Pérez-Reverte, «Intercambios carnales», págs. 376-377.

 

Con respecto a él, volvemos a encontrar los casos anteriormente reseñados y que no creo conveniente volver a repetir (en «de cada cual», por ejemplo, habla de expansión calificativo-atributiva de «cosa», cuando, de nuevo, indica pertenencia y no cualidad), pero me parecen interesantes sus explicaciones teóricas sobre los verbos semicopulativos con respecto a «ande sobrado» (página 38), que no considera perífrasis, ya que «sobrado» tiene valor adjetival y no verbal (responde a la pregunta ¿cómo anda?), sobre el suplemento a la hora de analizar «tenemos derecho a darnos...» (páginas 39-40), etcétera.

Una vez terminada la primera parte (aná­lisis sintáctico) de su obra, accede a la segunda (análisis pragmasintáctico), tomando como base, sobre todo, la obra de Antonio Briz, El español coloquial en la conversación (Ariel, Barcelona, 1998). Insiste mucho María Isabel Rodríguez Ponce en la pertenencia de los textos literarios al registro formal escrito, aunque a veces imiten el registro oral coloquial con un fin artístico o estético.

Manifiesta que «el discurso y el tono que emplea Pérez-Reverte es completamente distinto en sus novelas y en sus artículos, porque en éstos últimos el autor ha optado conscientemente por la constante introducción del registro coloquial como maniobra de acercamiento a sus lectores, y con una fuerte voluntad de diferenciación de su vertiente novelística». A mi juicio, quizá esto no es del todo cierto. Es obvia la utilización del registro coloquial propio de la oralidad en sus artículos periodísticos, pero este recurso no es exclusivo de esta tarea, ni tampoco con una intención separatista por parte del autor entre su producción. ¿No se aprecia un registro coloquial en las aventuras que conforman la serie de El Capitán Alatriste? Se puede rastrear también en otras obras como La sombra del águila, de 1993, o La piel del tambor (véanse las conversaciones que mantienen la Niña Puñales, el abogado don Ibrahim y el Potro del Mantelete), de 1995.

Previa disertación sobre lo que debe entenderse por coloquial (carácter cotidiano, espontaneidad, es decir, menor planificación, y tono informal), se centra en el aspecto sintáctico coloquial, prestando atención —como hacían Antonio Briz y Antonio Narbona— a la sintaxis concatenada, parcelación, rodeos explicativos, redundancia, unión abierta, trabazón a través de conectores pragmáticos y de la entonación, estilo directo (con relatos incrustados), deixis y elipsis. Siguiendo estos criterios, realiza un análisis sintáctico-pragmático de la transcripción de una conversación real tomada del programa televisivo de Canal Sur «Ha­blando con Gemma», emitido el 5 de junio de 1997, para, a continuación, basarse en los dos textos anteriormente comentados.

Finalmente, no debemos dejar de comentar un par de erratas que aparecen en la obra. A la hora de definir la oración (pág. 12), confunde el sustantivo entorno (‘ambiente, lo que rodea’) con la locución adverbial en torno a (‘alrededor’), siendo esto insignificante, pues seguramente se tratará de un lapsus o de un error de impresión. Además, cuando cita en su estudio a Gili Gaya, lo hace en referencia a su obra Curso superior de sintaxis española, que ella cita equivocadamente en la bibliografía como Curso superior de sintaxis coloquial.

A pesar del carácter novedoso del título, Análisis pragmasintáctico. Textos literarios con rasgos coloquiales, realmente no tiene nada de ello, ya que sigue a los grandes maestros de la gramática, sobre todo los que están relacionados con un enfoque funcionalista. Sin embargo, el análisis pragmasintáctico (segunda parte del libro) se está convirtiendo en una disciplina que cada vez cobra más protagonismo en el comentario de cualquier texto literario o no literario. En este sentido, hay que felicitar a Rodríguez Ponce por la imbricación que realiza en su obra.

 

J. L. Rodríguez Santana

José María Allas Llorente y Luis Carlos Díaz Salgado (coords.) Libro de estilo. Canal Sur Televisión y Canal 2 Andalucía, rtva, Sevilla, 2004, 484 págs.

 

Los libros de estilo son documentos imprescindibles en el buen desarrollo de los medios de comunicación, máxime cuando están diseñados para ser aplicados en el seno de entidades públicas, como es el caso del presente volumen. Desde los principios de respeto al pluralismo, la objetividad, la veracidad y la imparcialidad se abre un texto dedicado a los profesionales de la televisión andaluza, que pretende dar unas directrices acordes con la misión fundamental que desarrollan, es decir, la de ser un servicio público a disposición de los ciudadanos.

La necesidad de crear libros de estilo para la información audiovisual se desprende del propio carácter del soporte: el informador televisivo ha de atender a otras variables que el periodista de prensa escrita no tiene en consideración, por lo que es necesario contar con libros de estilo específicos para aquellos y no quedarse con la adaptación de textos de otros soportes que no cubren todas las expectativas de los profesionales de la televisión. En este caso, los textos que elaboran los periodistas son textos para ser escuchados, por lo que este libro de estilo obvia el nuclear capítulo de los manuales para prensa escrita, es decir, la sección dedicada a aspectos como la ortografía y la tipografía, para centrarse en el correcto uso de la imagen, el sonido y la dicción de nuestra lengua.

El texto ofrece unas normas para que los contenidos no puedan ser manejados incorrectamente, de manera impropia o tendenciosa: para ello, escoge como arma la palabra exacta acompañada de la imagen bien elegida. Además, este libro defiende la identidad andaluza —pero no aquella ligada a los tópicos y antiguos estereotipos— y su concretización en las hablas andaluzas, populares y cultas al mismo tiempo, no excluyentes sino inteligibles para toda la comunidad lingüística de Andalucía. Eso sí, el periodista de las televisiones públicas andaluzas no debe dirigirse a los espectadores de manera coloquial ni vulgar, como se les ha achacado con frecuencia[15].

Los profesionales a los que va dirigido este texto tienen una cuota de compromiso social que viene determinada por el carácter público del medio para el que trabajan: por ello, deben ejercer su responsabilidad para elegir las noticias de más interés y transmitirlas de manera «llana y diáfana» de forma que obtengan una difusión mayor.

El libro no se concibe como un conjunto de reglas inviolables que se deben cumplir en todos los casos, sino que se trata —más bien— de un conjunto de indicaciones muy recomendables para el ejercicio de la profesión en un medio determinado. Sirve, ante todo, para unificar criterios y crear una identidad en la transmisión de las noticias. Aunque es evidente que, en algunos casos, las normas descritas marcan una conducta obligatoria y no solo una recomendación.

Los autores han querido huir del tipo de libro de estilo que supone una abreviación de una gramática y apuesta por un lenguaje cercano y libre de tecnicismos, como el que preconiza para los Servicios Informativos para los que fue diseñado el ejemplar. Para mejor conseguir su objetivo, el presente volumen se ha dividido en tres grandes secciones. En la primera de ellas se hace un repaso de los principios deontológicos de la profesión, sus valores básicos y sus normas. En la misma primera página del capítulo podemos leer, en defensa de las hablas andaluzas: «Las particulares formas de expresión lingüística de los andaluces forman parte de nuestro patrimonio y por ello serán preservadas e impulsadas como elemento integral del idioma común: el español. Canal Sur Televisión y Canal 2 Andalucía asumen la responsabilidad de fomentar y practicar un estilo de andaluz culto, correcto y formal que sea referencia de buen uso idiomático de los andaluces»[16].

Y es que, de manera principal, el ente pretende mostrar el perfil humano de los andaluces a través de sus noticias y su variedad lingüística, ahora bien, de manera imparcial e independiente. Tiene cabida en este apartado la explicación de los géneros periodísticos de la información audiovisual, aspecto de especial interés en todos los libros de estilo pues asienta las bases comunes de la tipología informativa, y el establecimiento de las secciones que los informativos van a tener —y sus principales características. En este caso, por otra parte, se da una especial importancia a la imagen como elemento que en este soporte predomina sobre el texto y, para su mayor explotación, se presentan unas recomendaciones básicas para su aprovechamiento junto con el texto presentado. Una sección se consagra también a un conjunto de recomendaciones para tratar lo que los coordinadores denominan «asuntos comprometidos», en los que dan cabida a temas como los malos tratos; la inmigración, el racismo y la xenofobia; los menores de edad; la información judicial y los delitos; el terrorismo; patologías físicas y psíquicas, entre otros. Además, en este capítulo se presentan también los métodos de trabajo propios de la televisión, los principales problemas a los que suelen enfrentarse y un conjunto de recomendaciones para subsanarlos.

La segunda parte se dedica por completo a los asuntos lingüísticos y está subdividida en tres apartados: uno para la gramática, otro para la pronunciación y otro para el léxico. Antes de comenzar con estos subapartados, se recuerdan algunos principios básicos del lenguaje periodístico: la naturalidad, la claridad, la propiedad y la corrección. El apartado estrictamente gramatical hace un repaso por las dudas morfosintácticas más habituales, tales como el género, el número, la concordancia, los pronombres o el uso de las preposiciones, cuestiones que aspiran a resolver de manera más clara de lo que lo hacen las gramáticas al uso. Además, se insiste en las características deseables del lenguaje de los medios, que debe servirse de las herramientas lingüísticas necesarias para alcanzar los principios pretendidos. Entre estas, se aboga por las frases cortas, el orden lógico en la construcción de la frase, la preferencia por la voz activa, la recomendación de ciertas estructuras, etc. Dentro del contexto de emisión de la información televisiva es necesario atender con especial atención al uso de los tiempos verbales para describir mejor las imágenes que se presentan.

El apartado de la pronunciación recoge los usos del español estándar —con especial detenimiento en relación con las hablas andaluzas— y da unas pautas generales sobre la pronunciación de otros idiomas, entre los que se incluyen las lenguas cooficiales de algunas regiones españolas, es decir, el catalán[17], el vasco y el gallego. De hecho, da libre elección a sus locutores con respecto al acento utilizado: si bien con anterioridad se había recomendado la conservación de los rasgos de las hablas andaluzas, en este momento se deja a elección del periodista la selección de la pronunciación castellana o andaluza, siempre que sea natural. Ahora bien, si se elige el empleo la pronunciación andaluza deben utilizarse solo aquellos rasgos del andaluz considerados de alto nivel, es decir, emplear un andaluz culto y formal, que queda someramente definido en las páginas que se siguen[18].

En la sección léxica tienen cabida tanto un amplio diccionario de dudas léxicas y un glosario jurídico como otro de siglas y acrónimos; además, en este capítulo se dan criterios para uniformar cuestiones como la referencia a las fechas, los nombres y topónimos diferentes al castellano, etc. Se aboga, por otra parte, por el recurso a términos comunes y precisos, a construcciones castellanas para evitar extranjerismos innecesarios; no se recomiendan las expresiones localistas, los eufemismos, el lenguaje propio de las jergas o los calcos léxicos. En el caso de las lenguas cooficiales de España, con respecto a las referencias a las instituciones autonómicas se recomienda la forma no castellana, sin embargo, para los cargos de los gobiernos se decanta por la traducción, así como en el caso de los gentilicios que, siempre que sea posible, se utilizarán con su forma castellana[19].

Como tercer y último gran capítulo del manual encontramos, como suele ser habitual en los libros de este género, un amplio conjunto de anexos de referencia, en los que tienen cabida listas de topónimos y gentilicios —todos los andaluces y una selección de otros del resto de España y del mundo[20]—, monedas, capitales de países, husos horarios, pesos y medidas, etc. Además, se incluye también una relación de comarcas andaluzas con los correspondientes municipios que las conforman, según las informaciones tomadas de la Consejería de Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, y comarcas agrarias, según los datos del Servicio de Información Geográfica, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Se cierra el volumen con la inclusión de algunos decretos relevantes para el ejercicio periodístico, además de con una completa bibliografía donde, a grandes rasgos, se citan los principales manuales de estilo españoles y muchos otros textos relativos a la técnica y la ética periodística, por un lado, y a la gramática y la pronunciación del español, por otro.

El compromiso social que tienen las televisiones estatales les obliga a controlar la calidad de la emisión para mejor desempeñar la misión pública que tienen encomendada, para lo cual es imprescindible contar con un código ético y profesional que aplicar, el cual, en gran medida, adquiere su forma en este libro. Aun siendo conscientes de las dificultades que supone llevar a la práctica todas y cada una de las recomendaciones de este libro, en cualquier caso, los autores confían en que su aplicación sirva para eli­minar errores y unificar criterios, los dos principios básicos para los que han sido elaboradas estas páginas.

 

D. Esteba Ramos

Enrique del Pino, Diccionario del habla malagueña, Almuzara, Córdoba, 2006, 307 págs.

 

La editorial cordobesa Almuzara, en su colección «Andalucía», ha sacado a la luz en marzo de 2006 este Diccionario del habla malagueña, documentado por el dramaturgo, poeta e investigador malagueño Enrique del Pino, y con el subtítulo Compendio de voces de uso del habla malagueña cada una de ellas documentada en textos de autores malagueños.

Prestigioso investigador con obras siempre relacionadas con nuestra localidad (El teatro en Málaga en los siglos xvi, xvii y xviii, de 1973, Premio «Málaga» de Investigación, que luego completó con su Historia del teatro en Málaga durante el siglo xix, en 1985, u otros trabajos como La esclavitud en Málaga desde los orígenes hasta el siglo xix, de 1977, o Esclavos y cautivos en Málaga, en 2001, además de su novela Prohibido cazar patos de madrugada, 1981, Premio «Marbella» de Novela Andaluza, y su pieza teatral Amor para un espejo, estrenada en el Teatro Alameda en 1982), es aclamado fundamentalmente por su Quijote en verso (dos volúmenes, 1999 y 2001), una monumental emulación de la mejor obra de todos los tiempos compuesta por más de ciento treinta mil versos insertados en décimas. Comienza así este trabajo de casi veinte años de su vida: «Digo, pues, que en un lugar /.de la Mancha, en un paraje / de mucho campo y paisaje / cuyo nombre no he de dar / pues no quiero recordar / semejante fantasía, / no hace mucho que vivía / un hidalgo caballero / de los que en el astillero / larga lanza se ponía».

Este Diccionario del Habla Malagueña que nos compete ahora destaca por su pulcritud y rigurosidad, documentando cada vocablo o expresión en un texto de un autor malagueño, tarea harto difícil y lenta que del Pino ha sabido llevar a su término a la perfección.

Hasta bien entrado el siglo xx, nadie se había planteado el problema de la metalexicografía, es decir, la base teórico-lin­güística de las obras lexicográficas. El auge de la dialectología y de la geografía lingüística —con los distintos atlas lingüísticos— está permitiendo la publicación de muchos diccionarios de habla (como es nuestro caso), lo que refleja el progreso de la ciencia del lenguaje. De hecho, Enrique del Pino recoge en su obra, en la parte bibliográfica, algunos monumentos lexicográficos dedicados a estos menesteres: el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada, el Vocabulario popular malagueño de Juan Cepas o la Defensa del habla andaluza de Vaz de Soto, entre otros. Existen, sin embargo, otras obras muy interesantes a este respecto no citadas por el autor, como el Vocabulario Malagueño de José María Esteban, publicado en escuetas páginas en Internet, en formato pdf, accesible a través de la web de acta, el Habla popular alhaurina, donde se recogen bastantes topónimos, un Vocabulario esteponero, completado con dichos y refranes, un Vocabulario popular aloreño, que comenzó a publicarse por entregas en el periódico local de Álora a partir de 2003, Palabras de Archidona, etc.

Para evitar equívocos (y como en cualquier diccionario), aparece una «Introducción» (págs. 7-18) en la que se tratan los siguientes apuntes:

a) Criterio seguido en la elaboración de este Diccionario. Dice el autor: «Llamamos habla malagueña al modo peculiar de hablar la lengua española que tenemos los naturales y vecinos de Málaga, capital y provincia» (pág. 7). Insiste Enrique del Pino a lo largo de esta introducción en la necesidad de desterrar el prejuicio lingüístico de que el habla andaluza (y por ende, la malagueña) disloca la norma académica alterando la lengua de todos los españoles, toda vez que «alteración» viene a significar ‘degradación’, lo cual induce a pensar que los andaluces (y los malagueños) hablamos nuestra lengua en dirección contraria a su bien y engrandecimiento. «Creo que ocurre lo contrario. Creo que quienes somos lo suficientemente versátiles como para establecer un corpus fonético en el cual ‘seguimos entendiéndonos’ con los demás bajo los mismos supuestos idiomáticos contribuimos con más fuerza, si cabe, a su universalidad y desarrollo» (pág. 8). Es decir, adopta la visión de la lingüística actual en la que prima la comunicabilidad entre los interlocutores por encima del marcaje férreo del sistema, y donde se resalta siempre la importancia de todas las lenguas como vehículos dignos para servir a la comunicación, aunque por razones económicas, sociales, políticas —que no estrictamente lingüísticas— hayan sido consideradas variedades «menores» como dialectos o hablas. Así, Juan Carlos Moreno Cabrera en La dignidad e igualdad de las lenguas. Crítica a la discriminación lingüística, Madrid, Alianza editorial, 2000, señalaba que cualquier variedad lingüística (valenciana, mirandesa, asturiana, balear, extremeña o andaluza, por poner algunos ejemplos) puede dar origen a una lengua estándar si la comunidad que quiere desarrollarla e impulsarla dispone de los medios para ello.

La dificultad de esta pieza lexicográfica reside en que al tratar de aunar el habla de una comunidad o localidad, nos encontramos con el problema de la formación de dialectos singulares, de verdaderos idiolectos, debido al cambio constante del fenómeno lingüístico en sí. El soporte fonético es la base o criterio que sustenta la adscripción de palabras a este volumen, a pesar de que algunas voces se aparten de la regla general sancionada por la Academia.

b) Tratamiento de las voces. Se pretende dejar constancia escrita de una serie de voces que si bien son de uso común, adolecen de ausencia de soportes adecuados en que fijarse. Por ejemplo, los gentilicios de la provincia, que no están recogidos en el drae. Todas las entradas van ordenadas alfabéticamente, ya sean simples o compuestas, aunque posteriormente realice las debidas puntualizaciones para su manejo y mejor entendimiento, aclarando entre paréntesis la referencia cuando puede crear ambigüedad. Es el caso del lema Juan Breva (pág. 160), que aparece en una primera entrada referido al seudónimo artístico del cantaor nacido en Vélez-Málaga, y a continuación aparece en la segunda entrada el artículo acompañado por (peña).

Los grupos de voces tratadas son los siguientes:

1º Accidentes naturales: montes, playas, ríos, etc. (río Guadalmedina, monte de las Tres Letras, etc.).

2º Obras y construcciones de uso práctico: calles, plazas o edificios (calle de La Victoria, plaza de La Merced: «Plaza de la Merced. La de Málaga, ubicada en una de las zonas más activas de la ciudad, donde primitivamente estuvo emplazada la llamada judería. De planta cuadrada, se alza sobre el nivel de la calle, de la que queda separada por una barandilla de hierro que la circunda, si bien ambos niveles constituyen la plaza. Es y ha sido lugar de reunión de la juventud durante décadas. En ella se encuentra el monumento en forma de obelisco piramidal erigido en memoria del general Torrijos y sus compañeros, que fueron fusilados en una playa de la capital el 11 de diciembre de 1831. También es conocida por estar en ella la casa natal de Pablo Picasso. Aunque sea irrelevante el dato quiero señalar que quien esto escribe participa del orgullo de haber nacido también en una casa de esta plaza. “...lucían sin habilidad en la Plaza de San Francisco, en calle Gaona, en la Plaza de la Merced o en otros palenques...” [J. Cepas, Vocabulario popular malagueño, Málaga, 1973]. “...pero la Plaza de la Merced llega a ser el recinto querenciado de los malagueños” [J. Sesmero, Encuentros con Málaga, Málaga, 1989]», pág. 188).

3º Monumentos: pinturas, estatuas... (El Cenachero, El Biznaguero).

4º Instituciones y entidades: iglesias, peñas, asociaciones (Iglesia de Santiago, Peña Juan Breva: «Peña Juan Breva. Entidad fundada en Málaga en 1958 con la finalidad de promover y cultivar el cante o los cantes flamencos. Por sus salones han pasado en el medio siglo ya transcurrido las voces más importantes del cante jondo. “La Peña flamenca Juan Breva, llamada así en su honor...” [G. Rojo, “Oído al cante”, sur, Málaga, 3.6.1973], “La Peña Juan Breva celebrará su moraga flamenca. Esta octava edición [...]” [G. Rojo, “Oído al cante”, sur, Málaga, 3.6.1973]. “[...] la Peña Juan Breva creó los concursos de cantes de Málaga [...]” [F. González Mart, Algo de mi Málaga, Málaga, 1983]», pág. 160).

5º Advocaciones religiosas: Cristo, la Virgen y los santos (La Pollinica, El Chiquito).

6º Hipocorísticos de personas y cosas (Guaqui, ‘Joaquín’; La Manquita, la Catedral; etc.).

7º Seudónimos: escritores, artistas... (Paco Percheles, Pepe Bornoy).

8º Sobrenombres y apodos: deportistas, toreros o populares (Matías, Manolo el Malagueño, El Piyayo, etc.).

9º Gentilicios: provinciales, de barrio, etc. (antequerano, perchelero).

10º Cabeceras de publicaciones periódicas: diarios, revistas (La Tarde, Chaveas).

11º Voces con gran arraigo popular, con grafía sancionada por la rae (papa, recacha: «Lugar reservado de la lluvia o del viento, aunque especialmente donde calienta el sol cuando a la sombra hace frío. “Se tumbaba a la bartola a la sombra de una higuera o al rescoldo de una buena recacha” (Á. Quiroga, Cuentos meridionales y otros relatos, Málaga, 1969). “En la recacha que hacía el muro de la cuadra” [M. Blasco, Don Diego Altamirano, Madrid, 1979]», pág. 251).

12º Voces con gran arraigo popular, con grafía no sancionada por la rae: vulgarismos, arcaísmos o ruralismos (señó, ‘señor’; pechá, ‘pechada’).

13º Voces con arraigo popular, procedentes de otros idiomas, con grafía no sancionada por la rae: barbarismos (yi, ‘jeep’; sotovoche, ‘sorttovoce’).

14º Voces procedentes de argot: vendeja, el arte de pesca de jábega, la Semana Santa, etc. (faena, tacón de pateá, varal).

15º Voces procedentes de medios específicos o singulares: rurales, del caló, de germanía (Undivé, ‘Undebel’; pelañí, ‘peseta’).

16º Voces resultantes de inclusiones o reducciones: aféresis, síncopas, apócopes... (abajá, ‘bajar’; picaúra, ‘picadura’).

17º Voces resultantes de la unión de varias (pal, ‘para él’; topamí, ‘todo para mí’).

18º Voces específicas malagueñas de nuevo cuño (zoquetillo, sopleo: «Bulla, algazara, follón. «Sopleo no aduce al aire / tampoco en esta ocasión; / es algo que más concuerda / con festiva situación / de parranda con donaire [...]» [F. Barrionuevo Moncayo, Diccionario abreviado de vocablos malagueños, Málaga, 1984]», pág. 271).

Además, aclara convenientemente el autor en este segundo apartado que para dar a la estampa este Diccionario del Habla Malagueña con más de cinco mil entradas ha tenido que desestimar una gran cantidad de expresiones por no considerarlas debidamente documentadas, por entender que su uso se halla extendido al resto de Andalucía o por otras diversas razones. No debemos olvidarnos de que un diccionario sólo puede ofrecer una selección del léxico, pues éste es un conjunto abierto de unidades en continua renovación, donde las palabras y las acepciones entran y salen sin descanso para vigorizar la sangre de la lengua.

c) Tratamiento de las fuentes: autores y textos. Para documentar sus palabras en textos de autores malagueños se ha servido fundamentalmente del Diccionario de Escritores de Málaga y su Provincia (Madrid, Castalia, 2002), aunque incluye a autores no nacidos propiamente en Málaga, pero que sí son malagueños de «adopción», y artículos sin firma de la prensa local, «si bien en cantidad restringida». En cuanto a los textos, ha omitido la edición y página de cada uno de ellos para no «agobiar» innecesariamente al lector, según palabras del propio del Pino.

d) Relación de autores citados en este Diccionario. Establece el autor una larga lista de más de ciento sesenta autores citados en su obra, distinguiendo en cursiva aquellos nombres o seudónimos (éstos últimos en mayúscula) de autores de los cuales no se tienen noticias o evidencias de su origen malagueño, a pesar de que casi la totalidad de ellos ha crecido y realizado su obra literaria en Málaga o en la provincia. Asimismo, es conveniente destacar la honradez de Enrique del Pino al aclarar la mención de autores no malagueños —ni por nacimiento ni por adopción—, de los que «apenas llegan a la media docena».

e) Relación de abreviaturas usadas en este Diccionario. La lista que ofrece el autor se corresponde mayormente a abreviaturas de nombres de personas (Ser., ‘Serafín’; Á., ‘Ángel’) o de ciudades (Málaga, ‘Málaga’; Mad., ‘Madrid’), aunque a lo largo de este repertorio lexicográfico aparece la abreviatura Vg., que el autor no aclara, y que puede dificultar la interpretación del lector, que puede no saber que es la reducción de la expresión latina Verbi gratia (por ejemplo, a saber).

f) Observaciones para el buen uso de este Diccionario. El autor establece aquí el criterio de selección de las palabras y las normas que deben regirse para su lematización: las voces están ordenadas alfabéticamente atendiendo a su grafía, «aunque ello origine que en elevada proporción ésta no se ajuste a la normal y establecida por la Academia», (pág. 17).

Cuando la voz es compuesta conviene tener en cuenta lo siguiente: a) que conste de dos o más elementos unidos por verbo y / o partículas, en cuyo caso se mantiene el orden natural (tacón de pateá); b) que conste de dos o más elementos siendo el primero en el uso un verbo, con o sin partícula, en cuyo caso éste se traslada al final entre paréntesis, con el fin de dar primacía al sustantivo: helá (caé la); c) en las locuciones se da igualmente primacía al sustantivo, trasladando al final cualquier partícula entre paréntesis: remanguillé (a la).

Además, hay que hacer notar que, como en otros diccionarios, una misma expresión puede tener dos o más entradas, pues se está refiriendo el autor a realidades diferentes designadas con el mismo nombre, como ya explicábamos anteriormente con el caso de Juan Breva.

g) Nota final. Le sirve este último apartado a Enrique del Pino para dejar claro que «“hablar malagueño”, así como “hablar andaluz”, es hablar español» (pág. 18). Continúa con una captatio benevolentiae y el tópico de la «falsa modestia» con respecto a ésta su obra, pensando en los lectores implícitos de este repertorio lexicográfico, a los que «quiero dejar el eco de mi agradecimiento» (pág. 18).

El aspecto pecuniario es una cuestión que no debe ser pasada por alto. Acostumbrados a grandes volúmenes cuyos emolumentos son aún mayores, nuestro Diccionario sólo asciende a la cantidad de 20 euros, precio asequible a «cualquier» bolsillo, además de ser fácilmente manejable y transportable por su tamaño, como un libro más que puede leerse con tranquilidad como si de una novela o un libro de poesía se tratase, pues se consigue en él no despegarse de ese don de la literariedad que atrae a los lectores. Su gran aporte es haberse servido de textos de autores malagueños para justificar el uso de las distintas palabras que recoge, por lo que debemos ser conscientes de la ardua tarea realizada por el autor. Es, en definitiva, un joyel («Lo que por su valor o exquisitez puede ser comparado con una joya: “así como una cruz que adornaba su joyel, mostraba la creencia de la doncella” [S. Estébanez Calderón, Cristianos y moriscos, Madrid, 1838]», pág. 159) para los amantes de la cultura malagueña y para los que sienten interés por conocer otras culturas.

 

J. L. Rodríguez Santana

Montserrat López Díaz y Laura Pino Serrano (eds.), Jesús Lago Garabatos. Estudios de Lingüística Francesa. Ho­menaxe in memoriam. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 2005, 259 págs.

 

El Departamento de Filoloxia Francesa e Italiana y toda la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela, rinden homenaje al doctor Jesús Lago Garabatos con una recopilación de parte de sus estudios editados por las profesoras López Díaz y Pino Serrano. De hecho, más que un homenaje, el libro pretende ser una manifestación de afecto y cariño de un conjunto de compañeros a alguien que fue máis ca un profesor[21]. Muestra de esto es la extensa tabula gratulatoria que cierra el volumen.

Ya que no era posible incluir todos los trabajos de la producción de Lago Garabatos, se ha realizado para el libro una recopilación de catorce artículos de investigación. Las editoras del volumen han pretendido sintetizar la amplia trayectoria del profesor en esta selección[22], para lo cual han establecido cinco capítulos temáticos representativos de la labor investigadora del homenajeado: en primer lugar, un apartado dedicado a los estudios generales, con dos artículos; a continuación, un capítulo en el que se estudia la determinación, con dos nuevas muestras de las investigaciones del profesor; en tercer lugar, una sección dedicada a la aposición, compuesta de tres artículos; tras esta, un capítulo en el que se recogen otros tres textos sobre la translación; y, finalmente, un apartado un poco más extenso en el que tienen cabida cuatro artículos dedicados al estudio de diferentes aspectos en torno a la feminización.

En el artículo que abre el conjunto —in­sertado en el primer capítulo, dedicado a los estudios generales— se lleva a cabo un análisis de la investigación específica en lingüística francesa, presentando una síntesis de las tendencias mayoritariamente seguidas en nuestro país desde el nacimiento de las primeras secciones de francés en las universidades españolas en los años cincuenta hasta la fecha de publicación del texto, 1994. Se constata que existen muchos estudios relacionados con la determinación nominal y verbal, la sintaxis, la lexicología y la lexicografía; frente a esto, son más escasas las investigaciones vinculadas con la historia de la lengua francesa —cada vez más en regresión—, la fonética, la semántica o la estilística. Un lugar especial ocupan los estudios dedicados a la comparación de las lenguas española y francesa, que han dado lugar en muchos casos a trabajos sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje del francés (F / LE) y, más recientemente, a reflexiones de índole sociolingüística y pragmática. Además, el autor realiza un repaso de los estudios oficiales en lengua francesa en España, sus características y, ante todo, sus carencias.

El segundo artículo incluye unas consideraciones generales sobre la lingüística como disciplina autónoma, apoyándose en las afirmaciones vertidas por especialistas como Saussure, Benveniste o Coseriu, llegando a concluir que estamos ante una disciplina autónoma desde el momento en que la lingüística define su objeto de estudio específico. Para dar respuesta al problema planteado de la posible autonomía científica de la lingüística, Lago Garabatos cree conveniente pasar por tres fases: una primera en la que se analicen los antecedentes de la lingüística; una segunda centrada en el estudio de las características específicas que permiten dotar de autonomía a la lingüística —esta es la parte que aparece estudiada en el artículo— ; y una tercera en el que se investigue sobre el lugar que ocupa la lingüística tanto entre las ciencias naturales como entre las ciencias sociales. Este artículo, además, concluye con el repaso de los principales peligros que para muchos especialistas acechan a la lingüística actual.

En el primero de los artículos que analizan la cuestión de la determinación se estudian los artículos en francés en relación con la expresión de generalidad (artículo definido) y particularidad (artículo indefinido), insistiendo especialmente en el papel definitivo del contexto —entendido como contexto real de comunicación— para poder invertir esta correlación establecida. Para llegar a tales conclusiones, se parte de la delimitación del concepto de determinación y de la presentación del sistema de artículos en francés. El segundo de los textos, que lleva por nombre «L’article. Vie, mort et survie d’une classe», se dedica a la posible consideración del artículo dentro de la clase de los adjetivos determinativos no cualificativos, por tanto, dentro de los modificadores del sustantivo, según las consideraciones vertidas por N. Beauzée en la segunda mitad del siglo xviii[23]

El tercer bloque está dedicado al estudio de la aposición: en él se incluyen unos textos que persiguen ofrecer una visión esclarecedora, que sea válida para todos los casos. De este modo, en el primero de los artículos se examinan las categorías léxicas y sintácticas que pueden funcionar como aposición, además de repasar las relaciones y restricciones a las que se somete, tratando aspectos tan importantes como la correferencialidad de los términos opuestos, la identidad categorial, la inexistencia de una superioridad referencial de los elementos que la conforman, el orden modificador-núcleo que caracteriza a estas estructuras o la relación de interdependencia establecida entre los dos miembros.

El segundo texto de este apartado se dedica al estudio de las construcciones endocéntricas, exocéntricas y apositivas, las cuales opone con el fin de poder determinar las principales características que diferencian a cada una de ellas frente a las otras, de modo que concluye resaltando la necesidad de la consideración de la estructura apositiva para la explicación de la realidad lingüística de lenguas como el español, el gallego el francés, o el inglés, entre otras. Vuelve sobre este tema en el tercer artículo de la composición, en el que se plantea frente a frente la posibilidad de que la aposición sea una construcción o una función.

La traslación es el centro de interés del cuarto capítulo, que presenta tres trabajos escogidos, publicados entre los años 1997 y 2001. El autor realiza una revisión del tratamiento que ha recibido en varios estudios anteriores, haciendo hincapié en la necesidad de distinción entre categoría léxica o sintáctica y función sintáctico-semántica. El segundo y el tercer artículo del capítulo, por su parte, muestran los diferentes tipos de traslaciones que se vienen considerando, para acabar concluyendo que las palabras de diferentes paradigmas léxicos no cambian de categoría excepto en el caso de que se produzca una lexicalización, conclusión que vale también para las categorías sintácticas: el concepto de traslación se entiende como innecesario desde el pensamiento de que una categoría léxica o sintáctica puede desempeñar una o varias funciones sintáctico-semánticas y, al contrario, una función sintáctico-semántica puede estar representada por varias categorías léxicas o sintácticas.

El capítulo quinto recoge un conjunto de trabajos donde se estudia el reflejo del femenino en la lengua, utilizando para ello una óptica socio-ideológica. El primero de los artículos se detiene en la observación del proceso de feminización de nombres de profesiones, oficios, cargos y títulos en gallego, según los resultados de una encuesta realizada a mujeres. En el segundo de los artículos se insiste en algo que ya se había apuntado en las conclusiones del texto anterior, esto es, en que ninguna lengua es sexista per se, de manera inherente, falso tópico que viene circulando, sino que esta refleja actitudes de la sociedad en la que se desarrolla, ante las cuales la escuela debe luchar para lograr que la feminización de muchos ámbitos lingüísticos se convierta en un hecho. El último de los artículos de este bloque estudia la feminización desde el punto de vista sociolingüístico, ya que se dedica a la feminización de nombres de profesiones en lenguas germánicas y románicas, volviendo a revisar, a través de las opiniones de diferentes especialistas que se habían dedicado a su estudio con anterioridad, el concepto de la feminización de estos nombres como un fenómeno social que no depende del sistema lingüístico sino del sistema social en el que funcionan las lenguas.

En suma, a través de este homenaje tenemos acceso a los estudios de un profesor que ha desarrollado su papel investigador a través de varios focos de análisis dentro del campo de la lingüística. Centrado en problemas sintácticos, revisa también aspectos de lingüística general y de semántica y sociolingüística, quedando este volumen cohesionado en cuanto a su tema.

Sabemos que sirven los homenajes para volver la vista atrás, honrando la memoria de estudiosos relevantes, pero también sirven para mirar hacia el futuro, realizando recopilaciones de textos que puedan ayudar a acercar una parte significativa de la obra de un ilustre profesor a las nuevas generaciones de investigadores.

 

D. Esteba Ramos

Julio Calonge Ruiz, Estudios de lin­güística, filología e historia, Gredos, Madrid, 2005, 507 págs.

 

Los que hace años —muchos— conocemos al profesor Julio Calonge Ruiz sabemos, gracias a la labor tan meritoria que José Polo acaba de realizar preparando, de acuerdo con el autor, la publicación del volumen titulado Estudios de lingüística, filología e historia, en el que ha reunido la labor filológica diversa que ha publicado a lo largo de su vida, sabemos, decía, de la original personalidad científica de Julio Calonge.

Por este libro, el autor merece la calificación de humanista, un término muy viejo, que aún sigue en vigor en muy pocos casos, y este es unos de ellos. El término humanista, empleado hoy con el rigor que requiere su uso en las Letras, exige una múltiple relación con su origen intelectual latino en el sentido original de «lo que es propio del hombre en cuanto actividad intelectual», como tuvo en las humanidades clásicas en un principio; y esto se prolonga hasta alcanzar el valor actual que se manifiesta en la misma palabra como una curiosidad explícita, el afán de conocer «a tiempo completo», sin que nada quede fuera de lo que es interesante para su significación.

Por eso es Calonge hoy un humanista; y la prueba es este volumen que indico que se acaba de publicar. He aquí lo que representa este extenso libro en el que se reúne, y se ha puesto de manifiesto, la diversidad de asuntos que trató Calonge en su actividad como profesor en tantos años que ha enseñado en Sevilla y en Madrid. Y a esto hay que añadir su cometido en la Editorial Gredos, de la que fue uno de sus fundadores en su periodo inicial y sigue hoy como colaborador en ella, manteniendo la disciplina humanística de su origen.

El profesor Calonge ha elegido el término estudioso para indicar el proceso de sus estudios. Para él, «estudioso» es el que realiza los estudios no sólo para conocer algo, como es el sentido general del término, sino por el afán, el impulso personal que se pone en realizarlo. La diferencia entre investigador y estudioso es que el primero busca el conocimiento; y el segundo, el impulso irrefrenable que siente de los medios para lograrlo. En sus cumplidos noventa años —y sus amigos le reconocen a su edad una claridad mental como de la juventud— ha reunido en este volumen, «dispuesto para la imprenta» por José Polo, como él mismo declara, un conjunto de sus artículos, alguno de los cuales roza el libro, de entre los publicados a lo largo de su vida. Y, en conjunto, ha resultado un volumen de quinientas páginas.

El libro consta de varias y diversas partes. La primera se refiere a Historia. Lenguaje (págs. 29-84). La segunda, a Humanidades (págs. 87-109). La tercera trata de El idioma español y las lenguas indígenas de América. Encuentro entre dos culturas (págs. 111-124). La cuarta se titula Gramática (págs. 125-154). La quinta se ocupa de Tucídides y es un pequeño tratado con una oportuna bibliografía (págs. 155-245). La sexta, de Platón (págs. 247-296). La séptima, del Lenguaje técnico y neologismos (págs. 297-312). La octava, de la Traducción (págs. 331-400). La novena trata del Universo gráfico (páginas 403-432), y está dedicada a la traducción del ruso al español, con un apéndice sobre trascripción de textos y bibliografía. La décima parte está dedicada a El intérprete, figura clave de los textos (págs. 447-468). La undécima parte es un informe técnico para un proyecto de la enseñanza del español como segunda lengua (págs. 469-483). Y acaba la obra con un Apéndice bibliográfico con una información «En torno del autor del libro» en cuanto a sus actividades como filólogo y los cargos que ocupó en la enseñanza, y su bibliografía, con la trascripción de una entrevista publicada en una revista técnica.

En 1984 fue jubilado de sus actividades en la enseñanza. Pero no cesó en su aportación de su experiencia profesoral a la Filología, pues ocupó cargos para los cuales esta experiencia era necesaria. De 1989 a 1993 fue vicepresidente de la Sociedad Española de Lingüística. En este volumen al que me refiero figura una relación de las ediciones de textos griegos y latinos que publicó y de las traducciones del alemán y del inglés. Su actividad en la Editorial Gredos fue orientadora en esta entidad y promocionó que los libros publicados en ella fueran de una garantía notable. Se publica también una entrevista periodística con Calonge en la que aparece muy claramente la personalidad que ha desarrollado en su larga vida docente, que los que fueron sus discípulos recuerdan con aprecio. Y el libro es un testimonio de su actividad en la enseñanza y que aquí se manifiesta en los casos en que esta pasó, de ser oral en las clases, a ser escrita y publicada. Representa la ilustración por la que conocemos lo que pudieron ser fragmentos de sus clases o apuntes escritos, junto a la enseñanza. La variedad de los asuntos aquí tratados es muestra de la amplitud de su dedicación. Y las lecciones y apuntes son un testimonio de quien fue para todos un maestro y siempre un amigo, que no ponía límites a su amistad, siempre con la palabra conveniente al tema que se tratase, expresada de una manera cordial.

Y el libro aquí reseñado es el mejor testimonio de esta personalidad que sus amigos de siempre hemos considerado y que aquí se manifiesta de una manera probada para todos los lectores. Por eso es una obra cuya publicación ha de ser interesante para todos a los que va dedicada: lingüistas, filólogos e historiadores del español y de las otras lenguas tratadas en la exposición de su contenido.

 

F. López Estrada

Carlos José Márquez, Cómo se ha escrito la guerra civil, Lengua de Trapo, Madrid, 2006, 333 págs.

 

El título de este libro es escueto, puesto que podría ser un poco más explícito en estos términos, por ejemplo: Cómo se ha escrito la historia de la guerra civil española; pero su autor, Carlos José Márquez, es muy joven y no se entretiene demasiado en detalles y va al grano sin pararse en sobrentendidos. Porque si habla de guerra civil, ¿qué otra puede ser si no la española? Para él como para sus presuntos lectores. Y si el autor es historiador, lo propio es que se refiera en este caso a los historiadores de nuestra guerra del 36, y que así lo entendamos los españoles.

Decía que el autor es muy joven porque no deja de ser admirable que a los 31 años se haya tenido tiempo, empeño y formación suficientes como para publicar un libro de 333 páginas y tan exigente para obligar al autor a repasar y criticar 287 obras sobre el tema para sacar conclusiones aleccionadoras las más próximas a la verdad histórica. Chapeau!

Ya que hemos hablado del soporte bibliográfico cifrado en 287 títulos, el autor mismo nos advierte, en nota número 1, que su índice por nosotros contado no es más que el de libros manejados para la escritura del ensayo que estamos tratando, y que para una bibliografia exhaustiva hay que recurrir a la de Bolloten (1989) y a la de Mintz (1996).

En el Prólogo que le hace a este libro el pródigo escritor Fernando Alonso Martínez, se empieza diciendo: «Hace treinta años José Martínez Guerricabeitia, fundador y director de Ruedo Ibérico, nos avisaba de lo que estaba por venir: “Una verdadera guerra civil histórica”». Con lo que mi malogrado gran amigo Pepe Martínez quería decir que la guerra civil española acabaría siendo una guerra de guerrillas entre los historiadores españoles. Y abundando en lo mismo, nuestro autor de hoy, Carlos José Márquez, remata así la cuestión: «La historiografia es un campo de lucha política más [...], cada grupo político o social tiene una memoria colectiva propia confrontada, e incluso enfrentada, a las de otros grupos políticos y sociales».

Abordando los enfoques tan interesantes como innovadores que le da Márquez a su libro, el prologuista anticipa que lo más importante en este ensayo es sin duda alguna que haya partido su autor del estudio primero y primordial de los yacimientos, de los fundamentos que dan origen a los hechos que la historia recoge y constituyen el objeto de estudio del historiógrafo. Y esencialmente queda otro punto de partida, el más original y necesario: saltarse el reduccionismo que consiste en enfrentar fascismo y antifascismo, o cristiandad frente a conspiración judeo-masónico-comunista. «Con todos sus matices y distintos devenires —continúa Fernando Alonso— ambas historiografias «oficiales» se olvidan de la lucha entre reacción y revolución, que fue el motor de la guerra, el trasfondo cotidiano de la vida y la política en aquellos años». «Como se verá —sigue la cita— este reduccionismo es una constante en las historiografías estudiadas a lo largo de las páginas que siguen, y se pone claramente en evidencia, por ejemplo, cómo todas pasan de puntillas y sin hacer ruido por acontecimientos tan transcendentales como la persecución y aniquilamiento del poum (Partido Obrero de Unificación Marxista) o los sucesos de mayo del 37, en los que se puso de manifiesto, una vez más, la existencia de un proceso revolucionario en la zona republicana: las barricadas levantadas en Barcelona, el asalto al edificio de la Telefónica, o los tiros de las bases cenetistas a los altavoces por donde la voz de sus cuadros llamaba a la calma, dan idea de que todo no era tan sencillo» [...] o de que el pueblo español iba más lanzado que sus dirigentes, a «ir a por todo», o sea, a hacer la Revolución Social, diría yo. Y de paso constatamos que Márquez se propone descubrir las omisiones intencionadas, tanto de los historiógrafos de la derecha como de los de la izquierda.

Una última puntualización del prologuista: «Es verdad que una escasa y frecuentemente olvidada historiografia libertaria (casi siempre anarco-sindicalista) sí dio cuenta de la experiencia revolucionaria y de la contra-revolución que llevó a cabo el orden republicano; sin embargo, ésta es una historia de derrotados [...] en el más profundo y dramático sentido: se perdió la guerra y se perdió la Revolución; no es pues una historia del Poder, de ningún Poder. Además, esta historiografia adolece de serios problemas metodológicos, ya que en muchas ocasiones tiende al personalismo (lógico, puesto que se vuelca principalmente en el formato de las memorias) y a la mitificación, faltando por lo general unas bases sólidas que posibiliten un debate historiográfico serio». Aquí se impone aclarar que la «mitificación» parte más de la historiografía ajena que de la propiamente libertaria.

Por último, la conclusión del prologuista Fernando Alonso Martínez con la que estamos de acuerdo: «Quede pues claro lo que el lector va a encontrar de aquí en adelante: un trabajo riguroso, honesto y autónomo; ideas que toman partido sin comulgar con la verdad de nadie; un estudio que, visto el panorama, era absolutamente necesario, y cuya principal virtud es la de empezar la casa por los cimientos, fundamentando conceptos y desarrollando argumentaciones que nos llevan hasta la trastienda de las distintas historiografías analizadas. No habrá entonces cabida para las estridencias y las burdas polémicas a las que nos hemos venido acostumbrando. Este ensayo va un paso más atrás, apunta al preciso lugar en el que se gestan las narraciones para que podamos entenderlas pieza a pieza y demolerlas, si es preciso».

 

F. Carrasquer Launed

Alejandro Díez Torre, Orígenes del cambio regional. Un turno del pueblo. Confederados. Aragón 1900-1938, Universidad Nacional a Distancia / Universidad de Zaragoza, 2003, 2 vols. (I: Confederados. Orígenes del cambio regional de Aragón. 1900-1936, 455 págs.; II: Solidarios. Un turno del pueblo, Aragón. 1936-1938, 593 págs.).

 

Esta voluminosa obra en dos tomos de gran formato es una preciosa edición con magníficas ilustraciones y abundantes notas de muy rica información y conteniendo a menudo biografías. El declarado propósito del autor es informar cómo en una provincia dominada por el caciquismo y la inepcia administrativa (sólo eficiente para reprimir los movimientos de la izquierda, eso sí) pudieron por ventura influirse recíprocamente el regeneracionismo de Joaquín Costa y el anarco-sindicalismo de la cnt en el Aragón liberado durante la Guerra Civil Española.

Es particularmente interesante seguir al autor en su análisis de cómo se diferenció la cnt aragonesa de la de las otras regiones españolas. Y ¿por qué? Pues por no haberle afectado apenas las discrepancias faísmo y treintismo, por un lado, y por otro, como dice nuestro autor, «porque la presión persecutoria contra la cnt, no sólo acrecentó la fuerza y la moral de los militantes, sino que estimuló actividades organizativas y simpatía social ambiental», porque «produjo un relevo generacional [...] para reemplazar los huecos que, en las localidades y comarcas, dejaron los presos» (i, pág. 139).

El gran servicio que nos presta Alejandro Díez en este libro es que nos repasa con ojo critico los textos fundadores del franquismo y, por ejemplo, nos expone el Plan Mola: «La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo [...] es absolutamente necesario inspirar un saludable terror en la población» (i, pág. 135). El mismo Mola, que estuvo en Zaragoza el 21 de julio de 1936 para supervisar la represión (y de paso proveerse de material bélico), iba empollado de má­ximas y consignas como las que contiene el libro que le dedicó José M. Iribarren: «Esta guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España. [...] Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo» [...]. Y así... por este estilo... ¡tan cristiano!

La implantación del Consejo de Aragón, vista en comparación con las Autonomías actuales, muestra la modernidad de aquel proyecto. Alejandro Díez da un aleccionador repaso a las visiones libertarias ante el Poder y la economía, situando las tensiones en presencia y el rechazo generalizado entre los colectivos aragoneses de los abusos de poder de las milicias. Toda la génesis del Consejo de Aragón nos enseña cómo finalmente pudo ser clave la influencia de Durruti a favor de este nuevo organismo y cómo la franca oposición de García Oliver y la indiferencia de los ministros, incluso los cenetistas, en el Gobierno, acabaron por tolerar la liquidación por Líster y su gente del consejo de Caspe.

Para el transporte y el fomento de la economía colectivizada, se produjeron adelantos y prometedores proyectos. Son dignos de mención los intentos y experimentos de Saturnino Carod, fiel seguidor de las ideas de Kropotkin, si bien obraba por propia iniciativa y por desgracia sin vinculación con el Consejo. Por lo que a educación se refiere, la vida del Consejo fue demasiado corta como para que haya quedado rastro alguno de innovación notable.

Sí que hay que destacar que hubo elecciones municipales en febrero de 1937, cuando el Consejo llevaba seis meses de existencia y ya el pc contaba con sus medios de difusión favorables, pero a pesar de todo, los resultados de tales elecciones, según Alejandro Díez, fueron los siguientes: 1.183 consejeros para la cnt, 618 para la ugt, 269 para Izquierda Republicana, 55 para el psoe, y 19 para el pc, de un total de 2.311. O sea: el 56 % para la cnt y el 0,8 % para el pc.

Alejandro Díez ha optado por dar cima a su obra ensalzando el valor de la lección magistral que encierra para la humanidad la labor realizada gracias a aquella inmensa fuerza creadora de aquel Aragón cuyo simbolismo se expresa a través de la iconografía de los billetes de la moneda local.

Por último, nos place proclamar que es ésta una obra de aportación excepcional para entender el costismo, aquel gran momento del pueblo de Aragón y la valiente gesta de la cnt aragonesa. La iconografia y su adecuación al texto es un acierto del autor que contribuye eficazmente a una mayor comprensión de los sucesos y su desarrollo.

Pero sobre todo, el valor de este libro es el que pone su autor en todos los suyos: que como historiador, se puede jurar sobre ellos como si fuera la biblia... para los que en ella creen.

 

F. Carrasquer Launed

Giovanni Reale, Raíces culturales y espirituales de Europa. Por un renacimiento del «hombre europeo», Herder, Barcelona, 2005, 199 págs.

 

    La traducción al castellano de Radici culturali e spirituali dell’Europa. Per una rinascita dell’«uomo europeo» (2003), de Giovanni Reale, catedrático de Historia de la Filosofía Antigua (Universidad Católica de Milán), pone a disposición del lector una clara y concisa reflexión crítica en torno a la idea de Europa y al hombre europeo articulada en ocho capítulos. Tanto en la «Advertencia» como en el «Prefacio», Reale nos expone detalladamente la coyuntura —la publicación del borrador de la «Constitución europea»— en la que surgió la necesidad de un análisis histórico-filosófico y de una reflexión antropológica que (re)es­tableciera, como afirma al final de la «Introducción», cuáles son las características culturales y espirituales de lo europeo «sin las cuales no podría comprenderse cómo y por qué la «idea de Europa» y el «hombre europeo» nacieron, se convirtieron en lo que han sido, y, por tanto, también en lo que en muchos aspectos deberían seguir siendo. Reale pretende principalmente concienciar de la actual «con-fusión» en torno al concepto «Europa» y en torno al conocimiento de su tradición. Para lograrlo propone el conocimiento de sí misma, dejando de lado aspectos que si bien han estado presentes en el proceso de su conformación no considera, sin embargo, esenciales. En consecuencia, Reale aborda el análisis de los que considera los fundamentos de la identidad europea y sus entresijos: el legado de Grecia, del Cristianismo y de la revolución científico-técnica en la Edad Moderna y Contemporánea. Sucintamente hay que indicar que Reale nos hace ver la singularidad y transcendencia que el pensamiento griego ha tenido para Occidente y se ocupa de los conceptos originales que permitieron el desarrollo filosófico y el nacimiento de la ciencia en Grecia: así, por ejemplo, considera la «teoría de las ideas» de Platón como la «Carta Magna de la espiritualidad europea». En relación al pensamiento cristiano, Reale profundiza en la importancia que su «concepto de persona» ha desempeñado en la consideración del Cristianismo como «base de la espiritualidad europea». En último lugar se ocupa de matizar el concepto moderno de ciencia y su ulterior desarrollo tecnológico, cuya revolución, acompañada de múltiples contradicciones que alcanzan hasta el presente, han debilitado y desdibujado la identidad europea hasta llegar a convertirse en su antagonismo, al plantear numerosos problemas y conflictos de dificilísima resolución: sirva de ejemplo la «crisis actual de la cultura escrita», frente a «la más reciente cultura de los ordenadores y de internet», o el problema ecológico mundial.

Reale además se sirve de manera constante de citas, de mayor o menor extensión, y de referencias a autores indistintamente clásicos, modernos y contemporáneos, pero de marcado y común marchamo europeo, que explican, ilustran y refuerzan las argumentaciones que hacen avanzar su discurso. De Platón a Patočka, de Tomás de Aquino a Gadamer, autores como Croce, Eliot, Habermas, Heidegger, Ionesco, Nietzsche, Pascal, Pitágoras, Plotino, Popper, Scheler, Spengler o María Zambrano, entre otros, invitan a una (re)lectura pausada del texto.

    Reale concluye abogando «por una anam­nesis de los valores» originarios de la milenaria tradición europea que, a partir de la escisión entre lo humanístico y lo científico-ténico, fueron progresivamente relegados al olvido, a pesar de haber constituido, tras un complejo y difícil proceso secular, la identidad cultural y espiritual de Europa. Recuperar, delimitar y afirmar por medio del conocimiento dicha identidad —unio multiplex— no sólo sería necesario para poder mantener una «relación constructiva» con otras identidades, sino también para hacer posible el nacimiento del nuevo «hombre europeo», es decir, «del ciudadano europeo», condición necesaria, a su vez, en la construcción de la «nueva Europa».

      Finalmente hay que señalar que de los numerosos trabajos de Giovanni Reale la editorial Herder ha publicado traducidos los siguientes títulos: Eros, demonio mediador. El juego de las máscaras en el Banquete de Platón (2004); Por una nueva interpretación de Platón. Relectura de la metafísica de los grandes diálogos a la luz de las «Doctrinas no escritas» (2003); Platón en búsqueda de la sabiduría secreta (2001); Guía de lectura de la «Metafísica» de Aristóteles (1999); La sabiduría antigua. Terapia para los males del hombre contemporáneo (1996) e Introducción a Aristóteles (1992). Además Giovanni Reale es autor, en colaboración con Darío Antiseri, de Historia del pensamiento filosófico y científico (1988), que se compone de tres tomos: Antigüedad y Edad Media; Del humanismo a Kant y Del Romanticismo hasta hoy.

 

J. Hernández Ariza

Miguel Catalán, El prestigio de la lejanía. Ilusión, autoengaño y utopía, Ronsel, Barcelona, 2004, 366 págs.; Antropología de la mentira. Seudología, II, Taller de Mario Muchnik, Barcelona, 2005, 343 págs.

 

    El estudio de la «mentira» en su sentido más amplio y serio es un importante proyecto teórico del profesor Miguel Catalán, quien entre otros trabajos francamente interesantes ya había publicado un Diccionario de falsas creencias en 2002, dedicado al ámbito popular de la falsedad cotidiana.

Es comprensible que un profesor de Ética se haya planteado una investigación sobre esta materia, aunque mucho más difícil sería saber o si es pertinente interrogarse acerca del hecho de que dicha investigación haya surgido en España y por qué de manera igualmente sólida y extensa no ha sido planteado este «enigma intelectual» y, a un tiempo, según propios términos de Catalán, «escándalo moral», en algún momento del siglo xx por autores europeos o norteamericanos. También quepa recordar el trabajo, de otra índole y más modesto, recopilado por Carlos Castilla del Pino años atrás (El discurso de la mentira, 1988). Es curioso que varias décadas de foucaultianismo no hayan dado lugar a una exploración en esta materia, tan destacable, interesante y urgida de atención. Se podría aducir aquí algún punto de vista como el de la ética protestante respecto de la mentira pública y privada y, en sentido inverso, la circunstancia no ya de cosmovisión sino meramente política, judicial y moral de la vida práctica en los países latinos, singularmente de España e Italia. En la esfera pública, la asociación de mentira y actividad política, con la consiguiente carga de escepticismo que esto necesariamente conlleva para la ciudadanía, es al parecer un fenómeno indisociable. Por supuesto, el problema surge con fuerza, o incluso con extrema gravedad, cuando la mentira comienza a ser considerable como de alta densidad. En los tiempos que corren y en un país como el nuestro todo parece indicar que la mentira se ha convertido en el gran instrumento del poder político gobernante y no parece que la sociedad esté bien preparada para responder con verdadera convicción a semejante estado de cosas. Es de todo punto evidente que se miente con extraordinaria fluidez y que la mentira se ha instituido como un montaje de insospechadas proporciones. Por desgracia, esto hace más actuales los libros de Miguel Catalán.

    Me voy a permitir la cita de un párrafo de Jaime Caralt perteneciente precisamente a una recensión de hace unos años (2002), inolvidable como todas las suyas, dedicada también a una obra de paradojas de nuestro autor Miguel Catalán en esta misma revista. Sea de notar la circunstancia de que los dos personajes a los que se alude en la cita, hoy fallecidos, y su concreta referencia, actualmente pienso que debieran ser tomados en su valor más ejemplar y abstracto y no personal: «Las apariencias engañan, y engañan demasiadas veces, tantas que para el lector prevenido esto no es una paradoja, al menos en materia bibliográfica y en un país de las costumbres públicas del nuestro, donde es frecuente que los libros más publicitados sean los menos valiosos. Quizás por ello tenemos tantos suplementos culturales de prensa, demasiado a menudo guiados por oscuros intereses, y tan pocas revistas de actualidad ampliamente honestas, casi ninguna. Circunstancias éstas que permiten, por ejemplo, ser gran crítico de teatro en una importante tribuna y pontificar sin jamás haber demostrado tener competencia alguna, ni teórica ni práctica, en dicha disciplina; o ser afamado novelista y gacetillero, también de izquierdas y en la misma importante tribuna, ser condenado judicialmente por plagio y continuar disfrutando de la misma posición o mejor si cabe. Ahí es nada» (vol. 2, pág. 776).

    De los dos títulos de Miguel Catalán aquí referidos hay que advertir que son parte del proyecto de una misma obra sobre el engaño y la mentira que se encuentra en proceso, por así decir, y responden a un título general de «Seudología», que queda indicado en el prefacio de El prestigio de la lejanía y en el subtítulo de Antropología de la mentira. El primero de ellos está dedicado, según palabras del autor, a la práctica primordial del autoengaño y no ha sido compuesto tanto para ser propiamente leído como para que el lector más bien lea dentro de sí mismo. El segundo, tras el pórtico del autoengaño, se propone analizar el engaño a los otros, «las raíces antropológicas de la mentira haciendo uso de los saberes huma­nísticos encerrados en las remotas mitologías, la antropología filosófica, la historia de las ideas o el trabajo literario sobre la experiencia común, pero también de las conclusiones de la etología, la psicología evolutiva, la filosofía del lenguaje o la antropología cultural» (pág. 12).

    La primera parte de El prestigio de la lejanía comienza freudianamente refiriéndose al autoengaño como función psíquica, la defensa del yo y el fantaseo compensatorio, para continuar con la reflexión sobre el pasado como ideal, emblemáticamente enunciado por los versos manriqueños de «cualquiera tiempo pasado fue mejor» y concluir con la lejanía geográfica y cultural, es decir América y el buen salvaje, el mito tahitiano y el paroxismo romántico. La segunda parte, centrada en el estudio de la utopía literaria como ficción compensatoria, eminentemente proyectada desde el Renacimiento, empieza por examinar los antecedentes del género, desde el discurso imaginario y el relato egocéntrico a los antecedentes propiamente dichos de la utopía (ciertos textos bíblicos, San Agustín, Dante). El autor concluye que frente a quienes consideran la utopía como garantía de progreso social y como remedio en contra del conservadurismo político, el género de la utopía está desprovisto de función práctica y, estrictamente, incluso de función teórica.

Por su parte, La antropología de la mentira, organizada en seis partes, trata del escándalo de la mentira (su abominación, contaminación y propósito de enmienda); de la configuración del engaño en la relación verdad / mentira y sus dimensiones como intrínseco a la inteligencia, al lenguaje y a la libertad de elección; los dos mitos occidentales de la caída en la pecaminosa liberación judaica y la trágica liberación griega, representada por Prometeo; la proyección del engaño en tanto que mecanismo psíquico de defensa con el tiempo transferido a la ideología y a la historia: «constituye, por así decirlo, la quemante chispa que despide el conflicto entre dos firmes creencias: la de que nunca deberíamos mentir, pues es una acción intrínsecamente mala o perversamente pecaminosa, y de que sin embargo mentimos casi siempre. Una forma primaria de sobrellevar el conflicto es atribuyendo esas prácticas a los demás; una forma secundaria, la de reconocerlas como propias, pero achacando su causa a factores externos» (pág. 229): la mentira se achaca a los otros, los ausentes, la serpiente y el diablo y la mujer. Catalán concluye con una reflexión sobre el alcance de los mitos antiguos y la circunstancia del mito contemporáneo, que ahora debiera dar cuenta no sólo de cómo los humanos aprendieron a cazar engañando a la presa sino además «la primera vez que dos primates evolucionados se encaramaron a la escalera de la interacción mediante la vocalización de las intenciones» (pág. 304).

El autor anuncia su próxima entrega: una indagación sobre la distinción que traza el círculo íntimo en cuyo interior nos podemos sincerar frente al ámbito exterior en el que se han de guardar las apariencias.

 

J. L. Calvo Landau

Emilio Cotarelo y Mori, Diccionario biográfico y bibliográfico de calígrafos españoles, tomos I y II, Visor Libros, Madrid, 2004, 446 y 342 págs.

 

Dentro de la colección Biblioteca Filológica Hispana, la editorial Visor-Libros con la ayuda de la Dirección general del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte presenta esta edición facsimilar de la editada en Madrid en el año 1916. La magnifica obra de Emilio Coratelo y Mori, quien fue secretario de la Real Academia Española, reúne un importante número de datos biográficos y bibliográficos que contribuyen a puntualizar y a trazar la historia de la tradición caligráfica española, que será de auxilio para el conocimiento e interpretación de nuestro pasado y nuestra cultura.

                Con el siglo xvi se inicia, según el autor de este Diccionario, el verdadero arte de la caligrafía española, la cual versará sobre ocho tipos de letras distintos: dos comunes (la bastarda y la redonda) y seis de adorno (la italiana; la gótica; la de libros o redonda de libros; la letra latina; la romana, romanilla o redonda de imprenta; la grifa, itálica o bastardilla de imprenta). Juan de Icíar, primer tratadista español de caligrafía, será el punto de partida de este Diccionario, a quien dedica su autor un extenso artículo, así como algunas de las páginas introductorias de este libro. El creador de la obra que lleva por título Recopilación subtilísima (1548) tuvo como objetivo aclimatar la letra bastarda en España y regularizar su enseñanza eliminando aquellas letras que impedían la claridad y unidad de esta. Seguidores de la obra de Icíar fueron otros insignes calígrafos como Jaime Guiral de Valenzuela, quien no llegó a imprimir su obra aunque dio buenas muestras de la calidad de su escritura, y Francisco de Lucas, quien supo divulgar las mejoras y adelantos que durante años habían acumulado numerosos maestros anónimos. Este ilustre sevillano fue el creador de la verdadera letra bastarda española, dado que le dio las proporciones adecuadas con las que hoy se la conoce. Discípulos de Francisco de Lucas fueron calígrafos de la talla de Juan de Sarabia, Andrés Brun y Juan de la Cuesta, conocido además como el primer maestro en aplicar el método de «enseñanza mutua» en la educación de la infancia. Otros tratadistas del periodo áureo interesados por «someter a reglas y preceptos científicos la escritura» fueron Pedro de Madariaga, quien supuso haber hallado el principio único que debía regir la formación de las letras, e Ignacio Pérez, fundador de la escuela caligráfica española y el primero en ocupar el cargo de examinador del tribunal de Examinadores.

Con la llegada del siglo xvii se produce la mayor revolución que había sufrido la escritura caligráfica desde la aparición de Juan de Icíar. Pedro Díaz de Morante crea el trabado o arte de ligar las letras sin necesidad de levantar la pluma. El calígrafo había hallado además el modo de enseñar con suma brevedad, lo cual le supuso la adhesión de un importante número de discípulos entre los que cabe destacar su propio hijo Pedro Díaz de Morante, Pedro de Aguirre, Blas López de Ayala, Jorge de Larrayoz, Bernardo de Zazpe, Juan Bautista López, Francisco de Aragón, Antonio de Vasconcelos, Antonio de Heredia o Antonio Gómez Bastones, entre otros. Un poco antes de 1640, Damián de la Redonda terminaba una obra poética y en verso sobre el arte de escribir que no saldría a la luz por falta de medios pecuniarios, pero que sirvió de base a otros muy buenos calígrafos, como es el caso de su hijo José de la Redonda y los hermanos Juan Manuel y José García de Moya. Junto a estos, otros calígrafos de renombre fueron José de Casanova, creador junto a Felipe de Zabala de la celebre Congregación de San Casiano y famoso por la belleza de su caligrafía, Blas Antonio de Ceballos, autor de un libro histórico sobre el arte de escribir, o Ignacio Fernández Ronderos, maestro de varias generaciones de impotantes calígrafos.

Los inicios del siglo xviii coincidieron con el decaimiento de la letra española y, en concreto, con el de la letra bastarda. Juan Claudio Aznar de Polanco, uno de los mejores pendolistas de su tiempo, insistió en hacer un tipo letra supeditando la belleza de esta a las proporciones geométricas. Será Francisco de Santiago y Palomares el encargado de recobrar la belleza de la caligrafía española a través de su célebre Arte nueva de escribir publicado en 1776, que suscitó las envidias de Servidori, dibujante italiano venido a España y, por consiguiente, del discípulo de este, José de Anduaga. Seguidores de Palomares se muestran los padres Escolapios y Esteban Jiménez, quien publicó el Arte de escribir siguiendo el método y buen gusto de Don Francisco Xavier de Santiago Palomares y que vino a cubrir el desagravio de la nefasta campaña llevada a cabo por Servidori. Heredero de Palomares en el arte de la caligrafía fue el famoso Torcuato Torío de la Riva, que a pesar de las dificultades para sacar a la luz pública su obra, una vez en la calle se convertiría en el ideal de los calígrafos presentes y futuros y no tardarían en emerger discípulos de tan distinguido calígrafo.

La prosperidad de la letra bastarda se vio limitada a principios del siglo xix por la obra de José Francisco de Iturzaeta. La obra de este calígrafo, publicada en 1827, se hizo obligatoria desde 1835 en todas las escuelas y colegios de primera enseñanza. El autor, que trató de suprimir el adorno de la antigua letra bastarda en pro de la sencillez y claridad, no consiguió su objetivo principal, que era «escribir bien y mucho en poco tiempo» (pág. 67). Con la invención y creación de la pluma de acero se introducen en España las letras inglesa y redondilla francesa, que tendrán una importante apro­bación y que, junto a la letra vertical española, serán las de mayor difusión hasta nuestros días.

    A pesar de que la obra de Cotarelo y Mori está centrada en el repertorio biográfico y bibliográfico de los calígrafos españoles, no faltan entre sus páginas entradas para calígrafos extranjeros como es el caso de Luis de Henricis, conocido como El Vicentino, autor del Il modo et regola di scribere littera corsiva, over cancellaresca, primer tratado impreso de caligrafía e iniciador de una clase de letra común de próspero futuro; Marco Antonio Tangliente, autor de La vera arte dello excetlente scriuere de diverse varie sorti di littere le quali se fano per geometrica Ragione, contemporáneo del El Vicentino e inspirador de muchos de nuestros calígrafos españoles; Juan Bautista Palatino, autor también de un importante tratado, el Libro nuovo d’impa­rare a scrivere tutte sorte lettere antiche, et moderne, di tutte natione; o Domingo María Servidori, romano de nacimiento aunque afincado en Madrid, célebre por una obra de incalculable lujo como son sus Reflexiones sobre la verdadera arte de escribir y cuya tesis consistió en arremeter contra los calígrafos españoles y, en concreto, contra la obra de Palomares.

En cuanto a la estructura de este Diccionario, dividido en dos volúmenes, se abre con unas páginas introductorias que, a modo de reseña histórica de los hechos que dan lugar al desarrollo del arte de escribir, sirven de guía al usuario de este Diccionario y dan paso al cuerpo del estudio. En total se incluyen 1213 entradas correspondientes a los tratadistas del Arte de escribir en España. Así, tal y como se recoge en las páginas introductorias de este libro, el contenido de este Diccionario está compuesto por: 1. «Todos los tratadistas del arte de escribir que han llegado á nuestra noticia, incluyendo los autores de obras de paleografía y los que han publicado muestras grabadas o litografiadas»; 2. «Los calígrafos que, aunque no hayan publicado nada, han dejado muestras originales ó memoria de su habilidad en un periodo que abarca desde algo antes de mediar el siglo xvi hasta 1850 poco más ó menos»; 3. «Las obras de caligrafía anónimas ó publicadas con el nombre del editor, colocadas por el orden alfabético de sus títulos»; 4. «Varios artículos históricos de instituciones, sociedades o cuerpos literarios relacionados con la escritura, tales como las Academias de primera enseñanza, el Colegio Académico, la Congregación de San Casiano, Examinadores, Escolapios, Jesuítas, Exposición de Caligrafía, Escritor de privilegios, Revisores, privilegios de los maestros» (pág. 70). El autor también detalla la inclusión entre sus páginas de los nombres de calígrafos citados por el maestro Blas Antonio de Ceballos en su obra sobre las Excelencias del arte de escribir, así como los que aparecen en los libros de Diego Bueno, el hermano Ortiz, Aznar de Polanco, Servidori, Torio de la Riva, el P. Cortés o Irtuzaeta. Además, completa su obra con un importante número de nombres extraídos de los expedientes de examen de maestros, hallados en el Archivo municipal de Madrid, así como con la colección de autógrafos caligráficos del Museo pedagógico de esta misma ciudad.

    En la redacción de los artículos del diccionario, Cotarelo y Mori introduce en primer lugar los datos biográficos del tratadista, seguidos de la descripción de los tratados en el caso de que este los posea. De este modo, encontramos descripciones de las obras de Juan de Icíar, Ignacio Pérez, Pedro Diaz de Morante, Blas Antonio de Ceballos, Francisco Javier de Santiago y Palomares, Torcuato Torio de la Riva o José Francisco Iturzaeta, entre otras muchas.

    Cada uno de los volúmenes cuenta con un índice alfabético de las entradas que se recogen en este diccionario con la indicación de la página que hace referencia al autor o la obra en cuestión. Dispone además de un total de 197 láminas en papel de calidad fotográfica que aparecen intercaladas a lo largo de la obra y que recogen un importantísimo número de grabados de todas las épocas. Se echa en falta, sin embargo, la descripción de cada una de las láminas que aparecen recogidas a lo largo de estos dos volúmenes, aunque en su defecto se ha añadido la referencia de la página donde se analiza la biografía y bibliografía del autor al que pertenece la obra en cuestión. Dicho sistema resulta confuso y no aparece explicado en ningún apartado de esta obra, así como tampoco aparece indicado en el índice correspondiente al Diccionario, por lo que consideramos puede haber sido una adicción posterior.

Finalmente, queremos reseñar que con la presente edición se viene a dar muestra  de la importancia de unos hombres que, con la intención de dar igualdad y claridad a un arte en ocasiones sin rumbo y que gozaba de suma libertad, trataron de conducir nuestra escritura por un camino que imprimiese singularidad y carácter propio a nuestra letra. La importancia de esta obra no solo se ve reflejada en la cantidad del contenido, sino en la calidad y rigurosidad de lo aquí expuesto. No nos cabe, por tanto, sino terminar esta breve recensión con unas palabras de la introducción de esta obra: «La historia del arte de escribir, fuente de toda cultura, ofrece el interés que es notorio, pues, gracias á ella, pudo llegarse á la interpretación y lectura de los textos gráficos de todas épocas, y ensanchar así el exacto conocimiento del pasado de los pueblos» (pág. 7).

 

E. Rubio Perea

NOTAS
 

1 [1] No es el único párrafo reivindicativo en esta línea que hallamos en el libro. Valiéndose de un pintoresco y eficaz símil, la editora también nos advierte de «la importancia que reviste la literatura calificada de secundaria como testimonio fiel de una parcela concreta de la realidad literaria del momento. Como si los árboles pequeños no formaran también parte del bosque o si obviáramos los nubarrones porque oscurecen el cielo, olvidando que con la lluvia que desprenden aportan, las más de las veces, vida» (pág. 366).

2 [2] Antología de libros de pastores (ed. de C. Castillo Martínez), Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares, 2005.

3 [3] De hecho, el libro procede de su tesis doctoral, con elocuente subtítulo: Edición y estudio del libro de pastores La pastora de Mançanares (Ms. 189, bnm). Evolución, derivación y decadencia del género, que dirigió María Cruz García de Enterría, quien dedica aquí unas emotivas palabras preliminares a su discípula.

[1] [4] Fue publicado en Masson, Barcelona, 1986, y posteriormente en Maison du Dictionnaire, París, 2000.

[2] [5] Ahora cuenta con versión española reciente, que ha efectuado la propia autora: Los diálogos humanísticos del siglo xvi en lengua castellana, Universidad de Murcia, 2003.

[3] [6] La amplia nómina puede consultarse en A. Rallo y R. Malpartida (eds.), Estudios sobre el diálogo renacentista español. Antología de la crítica, Universidad de Málaga, 2006, págs. 525-526, y sigue en incremento desde que se cerró aquel apartado bibliográfico.

1 [7] F. Ruiz Noguera, Campo de Pluma. Poesía Reunida (1972-1995), introducción y edición de A. García Berrio, Ayuntamiento de Málaga, Ciudad del Paraíso, 7, Málaga, 1997.

2 [8] Lo confirman el lema que antecede a sus poemarios: «A batallas de amor campo de pluma», o la misma alusión a Góngora: «Rodéate, por tanto, / de una edición cuidada / de Góngora, el soberbio» (pág. 140), de su poemas «Los elegidos / 2».

3 [9] F. Ruiz Noguera, Campo de pluma, pág. 10.

4 [10] En el poema «La rueda», de su libro El oro de los sueños, escribe: «Los ojos del que mira, / quitando el velo falso / que teje la costumbre, / van descubriendo el mundo cada día» (pág. 125).

1 [11] Está traducido al castellano y publicado por Verbum en 2006.

1 [12] A. Zholokovsky e I. Mel’čuk, «Sur la synthèse sémantique», T. A. Informations, 2, 1970 (1967), págs. 1-85.

2 [13] J. C. Moreno Cabrera, Curso universitario de Lingüística general. Tomo i: Teoría de la gramática y sintaxis general, Síntesis, Madrid, 1991. P. Masullo, «Los sintagmas nominales sin determinante: una propuesta incorporacionista», en I. Bosque (ed.), El sustantivo sin determinación. La ausencia de determinante en la lengua española, Visor Libros, Madrid, 1996, págs. 169-200. J. L. Mendívil, Las palabras disgregadas. Sintaxis de las expresiones idiomáticas y los predicados complejos, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1999.

3 [14] No se debe confundir este concepto con el de voz gramatical, el cual es simplemente un procedimiento de modificación de la diátesis de una unidad léxica con estructura temática.

1 [15] Véase la «Introducción» de J. M. Allas Llorente y L. C. Díaz Salgado (coords.), 2004.

2 [16] J. M. Allas Llorente y L. C. Díaz Salgado (coords.), loc. cit., pág. 31.

3 [17] No se distingue entre las variedades valencianas o baleares porque «al margen de las discusiones políticas— consideramos la misma lengua» [Allas Llorente, J. M. y L. C. Díaz Salgado (coords.), loc. cit., pág. 233].

[4] [18] No deja muy claro la posición con respecto al ceceo, por ejemplo. Si bien en lo que se refiere al seseo se señala que «su uso es propio del español estándar» (loc. cit., pág. 221). El ceceo no queda censurado directamente, pero se indica que «son también muchos los que abandonan esta práctica en registros formales» (loc. cit., página 225). En cualquier caso, abiertamente censura la combinación ceceante o seseante con prácticas distinguidoras.

[5] [19] La postura de los diferentes libros de estilo con respecto a este asunto es diversa: así, por ejemplo, el libro de estilo de abc defiende el uso del castellano incluso en relación con los nombres de las instituciones autonómicas. Véase A. Mª Vigara Tauste y Consejo de Redacción de abc, Libro de estilo de abc, Ariel, Barcelona, 2001.

[6] [20] En el caso de los topónimos en lengua catalana, vasca o gallega se presenta una selección de aquellos que en castellano cuentan con una traducción propia frente a la versión autóctona.

1 [21] M. López Díaz y L. Pino Serrano (eds.), pág. 11.

2 [22] No obstante, la bibliografía completa del autor puede consultarse en el currículum vítae que se incluye.

3 [23] N. Beauzée, Grammaire générale ou exposition raisonnée des éléments nécessaires du langage, pour servir de fondement à l’étude de toutes les langues, 1767.