EL ORÁCULO COMO MEDIO PARA DESVELAR EL CONFLICTO DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO

Julio Andrés Spinel Luna

 

Mi designio no es para todos, pero es, sin embargo comunicable.

Tanto a causa de aquellos que me son semejantescomo por que

los adversarios sacarán de él la fuerza y la alegría de formularse

ellos también su ser y sacar de él espíritu y vida

Nietzsche. (Voluntad de poder).

 

Quién liberó a su espíritu sigue necesitado de purificación:

queda aún en él mucho de cárcel y de moho:

su ojo tiene que volverse puro..

Nietzsche. (Así habló Zarathustra).

 

Aún cuando sabemos que la fantasía es

de por sí mágica, no lo es tanto como para

resolver nuestros problemas..

Fernando Arbélaez.

 

Es claro que nosotros no podemos

resolver el enigma del mundo,

sí podemos en cambio,

devolverle su misterio original.

Fernando Arbélaez.

 

Conócete a ti mismo.

Inscripción templo de Delfos.

 

Preguntarnos por el conflicto del hombre contemporáneo, nos lleva a indagar acerca de lo que es el conflicto; concepto que lo aborda de una manera interesante Estanislao Zuleta. Él propone que el conflicto es el eje y motor de la vida del hombre: lo obliga a rasgar el velo de su imagen de narcisismo, proporcionándole una apertura al desarrollo y superación de «sí mismo», y le genera una visión crítica de la realidad, de su realidad.

Pero el hombre imagina la felicidad como: «Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición.[1]»; busca una vida en el ideal tonto de la seguridad garantizada[2] que lo inunde de certezas no de incertidumbres que lo impulsen a cuestionar y dudar de “las verdades” construidas desde y por lo establecido en el lugar común y su narcisismo. En consecuencia, declarará como enemigo todo aquello que “atente” contra su imagen, estructuras e “ideales”, en los cuales ha cimentado su seguridad. Por lo tanto hay que buscar mecanismos para desacreditar, obviar, eliminar todo aquello que pueda afectar la “certeza”. Modo en el cual los “ideales” y “seguridades”, colectivos y particulares, legitiman la violencia y la distorsión, acomodación y falsificación de los sucesos.

Teniendo en cuenta lo expuesto se puede plantear lo siguiente: Lo que aqueja al hombre contemporáneo no es el conflicto, el problema que lo aqueja es la evasión de éste.

 En la primera parte de «El dieciocho brumario de Luis Bonaparte», Marx expone que la historia de los hombres del presente está bajo el yugo del pasado: «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.[3]». Esta opresión induce a los hombres a que repitan la historia, así “crean” que están planteando algo novedoso, una auténtica transformación del presente. Lo anterior conduce a un nuevo interrogante: entonces ¿es el conflicto del hombre contemporáneo el mismo del hombre del pasado? Pero ¿cuál es este conflicto que se ha mantenido oprimiendo al hombre? Y si el conflicto no es el problema sino la evasión de éste: ¿cuál es el conflicto que el hombre quiere evadir?

Para lograr resolver los anteriores interrogantes vino en mi auxilio el Oráculo: en el vibrar de la voz de la pitonisa Teoclea hallé la respuesta.

En Delfos (Grecia), el arquitecto Trofonio construyó un templo dedicado al dios Apolo (y Dionisos). Iban los hombres al templo a consultar el Oráculo y así conocer, por medio de la pitonisa, lo que les deparaba el destino. El interés de los hombres por conocer su destino ha servido de inspiración para la creación de varias obras literarias. Una de las más conocidas es “Edipo Rey” de Sófocles. Debido a los oráculos los griegos eran hombres sin esperanza: ¿Cómo se van a tener esperanzas si ya se conoce el destino? Sólo era cuestión de tiempo para que éste se ejecutara.

En uno de los aforismos de «Aurora» se comenta que: «... los griegos se diferenciaban de nosotros en la estimación de la esperanza, mirada por ellos como ciega y pérfida. Hesíodo expresó en una fábula lo más violento que se puede decir contra la esperanza*, y lo que dice parece tan extraño que ningún interprete moderno lo ha comprendido, pues es contrario al nuevo espíritu emanado del cristianismo, para el cual la esperanza es una virtud. En cambio entre los griegos, la ciencia del porvenir no se consideraba enteramente inaccesible, y la averiguación de lo futuro había llegado á ser, en innumerables casos, un deber religioso. Mientras nosotros nos contentamos con la esperanza, los griegos, merced á las profecías de sus adivinos, la tenían en poco y la rebajaban á la categoría de un mal o de un peligro.[4]» (Aforismo 38). Hay que tener en cuenta que el Oráculo sólo comunicaba el destino. La forma en la cual el consultante llevara su vida hacia el destino, era su decisión. El misterio del Oráculo no consiste en la predicción del destino, el misterio reside en la actitud que tomaba –toma– el predestinado para recorrer el camino hacía su destino: No había –no hay– escapatoria ¡el Oráculo no yerra!

Los hombres que conocían y asumían su destino, no caían en la trampa de la esperanza. Trampa en la que se enredaban los que no asumían el Oráculo y, de este modo, hacían de su vida una lucha para escapar de lo predestinado. La esperanza es una fuga, una evasión de lo destinado.

El destino es un hecho no un problema, luego es inapelable e irremediable. Por lo tanto no tiene solución: Frente a los hechos hay que decidir no buscar soluciones. Interpretar un hecho como un problema es una forma de evadir la toma de decisiones; por consiguiente un sujeto que asume su destino, descubre que está en él el decidir las actitudes con las cuales va a recorrer el camino hacia su predestinación. Otros hacen del recorrido “un camino de esperanza”, un camino para buscar soluciones: una forma de evadir la decisión. Tienen la esperanza de que el destino se pueda solucionar. He aquí el conflicto: ¿Cuáles son las actitudes y acciones más adecuadas para transitar el camino hacia el destino? El hombre que conoce su destino, a pesar de conocerlo, no sabe en que momento se cumplirá: ¡Hermosa ironía de la respuesta!

Teniendo en cuenta lo que plantea Nietzsche en su aforismo, desde el aspecto genealógico, se puede dar cuenta cómo se ha convertido la esperanza, mediante los procesos de interacción simbólica, en una “virtud”. Se ha hecho de la evasión del destino una de las causas más elevadas. De esta manera, la búsqueda de soluciones, se propone como la tarea más importante durante la vida. El hombre ha caído en la red de la esperanza, como un procedimiento para encontrar una solución al destino. Se cree en las soluciones para la vida no en la decisión de vivir. En la búsqueda de soluciones, el hombre se ha olvidado de la importancia que posee el decidir la actitud más adecuada para vivir; al considerar el destino como problema, la vida misma se torna un problema que se debe solucionar, no asumir. El hombre ha reducido su vida a luchar con un oponente que siempre va a vencer ¿no es acaso una estupidez gastar la vida en una lucha absurda contra el inapelable destino?

Aún vibra en mi cuerpo la respuesta de la pitonisa Teoclea. Gracias a ella, logré develar el enigma que se oculta tras el Oráculo. Pude vislumbrar en el fondo de su voz el destino mío y el de los demás hombres... Lo que se oculta detrás del Oráculo es un destino común, inevitable e inapelable para todos: La Muerte.

La Muerte es un hecho no un problema, luego es inapelable e irremediable y el hombre de todos los tiempos ha luchado contra ella, ha gastado su vida en buscar la inmortalidad como una solución a un destino imposible de vencer. Esta tradición –de los ya muertos– nos oprime aún. A pesar de que se ha comprobado que ninguno de ellos ha vencido y que desperdiciaron su vida en una lucha sin sentido, seguimos intentándolo. Lo infortunado es que al buscar vencer a la Muerte no vivimos la vida: ¿Cuantas historias hemos leído, escuchado, de personas que al sentir la Muerte cerca se “arrepienten” de no haber vivido? El tiempo que se ha contado ya no vuelve más. ¿De qué sirve quejarse del sentido que se le dio a la vida cuando la Muerte se acerca? El hombre es un temeroso de la Muerte y en tratar de evitarla pierde su vida.

El temor a la Muerte es una constante en el hombre y lo ha llevado a construir una serie de tejidos, que han sido sostenidos y reproducidos a través del tiempo, con el objetivo de estructurar una realidad que le dé seguridades y certezas, a los sujetos que la conforman y construyen: como medio para “librarse” del conflicto. Las “certezas” las defienden a capa y espada; si algo las pone en duda, se sienten perdidos, llenos de pavor. Lo cual es un desencadenante de acciones violentas, ya sean de nivel: simbólico, sutil o directo, y, pueden ir dirigidas hacia: colectividades o grupos, sujetos o individuos particulares, e inclusive, se llega hasta prácticas autoagresivas tales como: los estados neuróticos, histéricos –Las adicciones. Lo importante es evitar a toda costa “algo” que ponga a temblar “la realidad”, que haga dudar “mi realidad”. Cualquier acto que se haga para lograr mantener el tejido lo más intacto posible, será catalogado como heroico y supremo. «El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Y cuando digo facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente en este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran la palma del martirio.[5]».

Lo cómico de tales construcciones es que buscan dar un sostén sólido, estable, para un “vivir tranquilo”. Construcciones que pretenden designar una certeza real a los sujetos. Pero, ¿entonces por qué es que permanecen siempre a la defensiva, en “alerta”? ¿Acaso la “certeza” que tienen no es tan certera? No se puede vivir tranquilo con “certezas” que necesiten ser defendidas, legitimadas e impuestas; además una certeza es un hecho, y ¿no es acaso la Muerte el hecho más certero de todos?

El temor hacía el único hecho certero, muestra el miedo que se posee frente a la certeza ¿por qué? Porque vivimos en una realidad construida sobre bases inestables. Nos enseñan y aprendemos que pertenecemos a la realidad más certera de todas. Nos han enseñado a tenerle miedo a la Muerte: a la certeza y, por consiguiente, se construye la vida particular y colectiva, tomando como bases el miedo, la evasión y la esperanza. Sí, todas estas construcciones son fruto de la esperanza: son el intento de hallar una solución al problema de asumir enteramente la mortalidad y por ende, de la vida misma. Se tiene el temor de pensar y sentir por sí mismo, ya que genera angustia el posesionarse y hacerse responsable de las decisiones que se toman en el transcurso de la vida. Se ha hecho del cinismo nuestro modo de vivir. Nos quejamos pero no hacemos nada para dejar de quejarnos. Siempre hay una excusa, siempre hay un otro que me impide “ser yo mismo”, siempre hay un factor que me imposibilitó “ser feliz”, y otras tantas expresiones que escuchamos y decimos en nuestro diario vivir. No tenemos una plena conciencia de nuestra condición de mortales, de que vamos a morir algún día. Me pregunto: ¿será qué una persona que se reconozca como mortal, que tiene el tiempo contado invertirá su tiempo en defender falsos ideales, en tener una actitud cínica frente a la vida, en fortalecer su narcisismo? ¿No reflexionará tal hombre, acerca de cuál es el modo más adecuado para recorrer agradablemente el camino hacía su destino y que de acuerdo a sus decisiones depende que así sea? ¿No evitará al máximo perder el tiempo en lamentos y quejas que no le van a traer ningún beneficio?

Quizás se pensará que un hombre que asuma su mortalidad, se convertirá y actuará libertina e irresponsablemente; y tendrá como frase predilecta: “...y que importa. Igual me voy a morir”. Se presentará una actitud libertina e irresponsable en los sujetos que utilizan a “la Muerte” como una excusa para ser insensatos con su vida –este es un tipo de alienación. Además dicha clase de sujetos viven presos en el displacer y la frustración. A pesar de su frase de cajón, andan inconformes con la vida y, en la mayoría de las veces, lo que buscan es llamar la atención del colectivo con sus “hazañas”: Caen en la ridiculez de ser valientes por el miedo a la Muerte[6]. A lo anterior se le suma que en algunos de ellos, se encuentren altos niveles de resentimiento y tienden a maltratar, ofender y manipular a los que le rodean. Hasta el suicidio es un acto de narcisismo, una forma de llamar la atención; un escape que deja al descubierto la incapacidad de asumir la vida, pero que se quiere dejar en la memoria del colectivo como un acto “sublime y digno”...

Mientras que, la persona que acepta su condición de mortal, no utiliza la Muerte como una excusa que sirva para “justificar” la actitud, mediocre y superficial, con la cual lleva su vida; la mortalidad no es un pretexto que le legitime hacer: “lo que se me dé la regalada gana”, de ser irresponsable con el otro. Al reconocer su naturaleza mortal auténticamente, reconoce la mortalidad en los que lo rodean. En consecuencia, se relacionará con los demás desde el respeto, desde la igualdad. Sus relaciones con los otros serán un trato entre iguales, ya que «... sólo a un igual se le demuestra, a un inferior se le ordena, se le impone y se le intimida, a un superior se le suplica o se le pide, se le solicita, o se trata de seducirlo; para demostrar es sólo a un igual; el discurso mismo de la demostración implica que siempre tengamos en cuenta el discurso del otro, o como decía Kant, que seamos capaces de pensar en el lugar del otro; el discurso mismo de la demostración siempre dice: si, en gracia de la discusión, se me admite esta tesis, veamos lo que de ella podría deducirse: siempre admite que se le objete, es decir, trata al otro como un ser igual.[7]»

Todos los hombres somos iguales frente a la Muerte: el rico, el pobre, el tirano, el sumiso, el humilde, el orgulloso, el esclavo, el honrado, el ladrón, la prostituta, el pecador, el santo...: ¡Todos van a morir! ¡Nosotros vamos a morir! Desde esta perspectiva se puede plantear lo siguiente: el clasismo, las distinciones sociales, la discriminación, el racismo, son consecuencia de la incapacidad que poseen los sujetos para aceptar su naturaleza mortal, su destino. Tal vez, tal incapacidad, podría ser la causa de las problemáticas sociales, políticas y económicas que tanto han afectado al hombre a través de su historia. Época tras época los hombres han ido construyendo múltiples tejidos que se introyectan, y, a los cuales se sujetan como si fuera “la realidad”, “la certeza”, originando esa necesidad de creerse poseedores de “la verdad”, de sentirse superiores o inferiores, en las relaciones que construyen los sujetos entre sí, anulando, por consiguiente, los procesos de comunicación, de reflexión o de crítica frente al discurso del otro y el propio. «No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla de la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.[8]». No hay un trato entre iguales, sino desde la imposición y sumisión. Un trato desde: la ley del narcisismo más fuerte, del dominio de la estructura más legitimada, de la moral más aceptada, del tirano más poderoso. Las construcciones y deconstrucciones de sistemas se han ido convirtiendo en un problema para la existencia del hombre. Es el precio que ha tenido que pagar la especie por luchar contra su destino, por evitar la angustia que trae recordar a la Muerte. Por ello, muchos sujetos han dedicado parte de su vida a estudiar los tejidos, las estructuras, con el propósito de proponer soluciones, mejorías, fortalecimientos. Albergan “la esperanza” de hallar formulas que les permita, desde la misma estructura, dar respuestas a los problemas humanos, a la existencia: Un gran juego de inmortales; pero, ¿cómo sería una sociedad donde los hombres que la conformen se reconocieran como iguales frente a la Muerte?

Un mortal no desperdiciaría su tiempo en buscar “soluciones”, respuestas reveladoras: Él no tiene tiempo para esperar que se le den las cosas; él decide las cosas que considera necesarias para una existencia gratificante. Si no las consigue, ni se queja ni se lamenta: no reduce su existencia a meras cosas. Es consciente que de acuerdo a sus decisiones, a su actitud, residirá lo agradable o desagradable que pueda ser su peregrinaje hacia la Muerte. Los “inmortales”, por su parte, se alaban por buscar soluciones y respuestas a una infinidad de problemas y preguntas que consideran como las causantes de la infelicidad que les aqueja y atormenta. Esperan, al resolverlas, poder alcanzar una vida tranquila, sostenida por la “certeza” especulativa de interpretaciones acomodadas a la medida de su narcisismo. Los “inmortales” luchan por hacer de la realidad una extensión de sus “verdades”, de sus estructuras internas.

En los sermones medios, Buda expone en un relato, con gran claridad, el problema que afecta a los sujetos, su empecinada búsqueda de respuestas, de verdades: «Supongamos que uno viene y os dice: “Pues yo no seguiré la vida de pureza que enseña el Bienaventurado hasta que el no me aclare si el mundo es eterno o no es eterno, si es infinito o no es infinito; si el cuerpo y el alma son una misma cosa, o dos cosas distintas; si el Perfecto perdurará después de la muerte, o si no perdurará, o si perdurará y no perdurará al mismo tiempo, o si ni perdurará ni dejará de perdurar”. Ése sí que morirá antes de que el Perfecto pueda acabar de darle todas las explicaciones que pide. Es como uno que le hubiesen herido con una flecha emponzoñada, y sus compañeros, amigos y parientes hubiesen traído un cirujano para curarle, y el herido les dijese: “Ah, ¡no! Nada de sacarme la flecha mientras no sepa quién me ha herido: si es de casta de guerreros, de sacerdotes, de plebeyos o de siervos; cómo se llama, y cuál es su linaje; si es alto, bajo o mediano...” Qué duda cabe de que ése moriría antes de que pudiesen contestarle todas sus preguntas. De igual modo, el que se niegue a practicar la vida de pureza antes de que le aclaren todas las cuestiones sobre si el mundo es eterno o no, y todo lo demás, no cabe duda de que morirá antes de que el Perfecto pueda acabar de darle todas las explicaciones que pide. “El mundo es eterno”, “el mundo no es eterno”... Todo eso no son sino opiniones y puntos de vista... pero lo cierto es que hay que nacer, envejecer y morir, que hay pena y lamento, dolor, aflicción y tribulación, y lo que yo os enseño es la eliminación de todo eso en este mismo mundo.[9]». No creo que haya un relato más revelador de la condición del hombre.

El sujeto permanece indagando acerca de su situación: buscando, escudriñando respuestas, como requerimientos para sacarse la flecha o más tétrico, no se la permite retirar sino se han resuelto sus interrogantes ¿No sería más razonable, primero sacarse la flecha envenenada y después de estar a salvo, investigar? Aunque después de curarse ¿Qué sentido hay en gastar tiempo para averiguar o investigar sobre algo que ya se sano?

Un “inmortal” pospone las decisiones a su capricho. Considera, desde su fantasía, que dispone de: “todo el tiempo del mundo”; para él es imposible vivir “con tantos interrogantes sin resolver”. Es un placer que un mortal no se permite: perder el tiempo. No invierte su tiempo colocando condiciones a aquello que puede hacer de su existencia, una exaltación.

Es necesario explicar, antes de continuar, la diferencia que hay entre la actitud con la cual pregunta “un inmortal” a un mortal. El primero pregunta con la esperanza de hallar soluciones a su vida —para él la vida es un problema; el segundo se pregunta acerca de cual es la decisión más adecuada para su viaje hacia la Muerte. En este último la pregunta en sí misma es acción, a diferencia del primero, en el cual la pregunta es autopersuación, evasión. De paso aclararé, que no pretendo caer en una discusión teológica y religiosa, como tal. De todas maneras, si hay otra vida, si hay que resucitar o reencarnar ¡hay que morir primero! Es un paso obligatorio que ningún texto religioso niega o evade, es más, en los Vedas, la Biblia, los Upanishads, el Gurú Grant Sahib, el Corán; al igual que los profetas, los Gurús, los Budas, iluminados, Cristos, toman a la Muerte como fundamental, ya que es la que marca el límite en el que se debe efectuar el trabajo encomendado. Aclarando las anteriores cuestiones, prosigamos.

La vida de pureza, que nombra Buda en su relato, es en la cual reside el conflicto que el hombre de todos los tiempos ha querido evadir: que el reconocer su naturaleza mortal le exige llevar una vida de pureza, una vida ascética, sumergida, como diría Nietzsche, dentro de la Voluntad de dominio (y de poderío): «Del ideal ascético podríamos decir que consiste en que un ser tome como su propia idea, como criterio de su propia realización, no la satisfacción de sus deseos, sino el control adquirido sobre sus deseos; no la dureza contra sus enemigos, sino contra sí mismo; que considere como su propio ideal y su máximo criterio de autovaloración el sometimiento de sus propias tendencias.[10]». El ascetismo que aquí se propone no es una “vía de represión”, de martirio o de neurosis; es más bien una vía que conduce hacia el dominio de «sí mismo»; es un dejar de ser esclavo de las tendencias y pasiones, e ir desarrollando la capacidad para decidir, por encima de las estructuras narcisistas y del cuerpo, lo más adecuado para recorrer el camino hacia la Muerte.

Aquel que sigue la vida de pureza es el verdadero filósofo, quien trabaja durante su vida en prepararse para la muerte.[11] La vida de pureza que asume el filósofo es la vía ascética, que lo instiga a fortalecer su templanza, como un procedimiento para no ser prisionero de sus propias tendencias, pasiones y estructuras; orientándolo a entregarse de sobremanera a su ideal. De acuerdo al individuo (o sujeto), se le da el sentido al ascetismo: «...una cosa es su sentido según el santo, y otra cosa es su sentido según el filósofo, nos dice Nietzsche. El filósofo quiere encontrar las condiciones en las cuales se es lo menos esclavo posible de los negocios, de las necesidades inmediatas, de los halagos, de la gloria; lo que le dé más independencia y más vuelo a su pasión fundamental, lo que le dé más libertad a su pasión fundamental; el pensamiento no trabado por sus consecuencias inmediatas. En el santo podría ser otra cosa, por ejemplo un negocio: “en esta caja de ahorros de la vida yo invierto sufrimientos que luego me reportarán inmensos beneficios en la otra vida”. Así habla el santo.[12]». La entrega a su pasión fundamental es lo que le confiere, a la vía ascética, su sentido. La pasión fundamental es para él (filósofo) su ideal de existencia, es la luz que le aclara y orienta el camino hacia la Muerte. Sin un ideal claro, la vía ascética no posee sentido. La vía ascética es fruto del ideal, de la pasión, que se haya escogido.

Sin embargo, la mayoría de los sujetos, igualmente siguen “ideales” que son producto de sus construcciones: otra sujetación, otro medio para evitar las “dificultades y sufrimientos”; una ilusión de un fin, pero por el cual no se lucha. Dichos “ideales” son una excusa formal y aceptada colectivamente. Se comprenden y legitiman, las incapacidades, las dificultades que obstaculizan obtener lo deseado y sirven para aislarse y evitar la dialéctica con un mundo exterior y amenazante. La idealización de la meta[13] hace del sujeto, en algunas circunstancias, un tirano; suprimiendo el diálogo crítico, hace de su relación con los demás, un trato instrumentalista y discriminatorio, donde: “todo aquel que no este dentro de mis parámetros es malo”. Se debe explicar que los sujetos no poseen ideales sino idealizaciones, las cuales les sirven como círculos protectores, son una ilusión construida para evitar lo que les perturbe su “certeza”. Cuando una serie de sujetos se adhieren a una misma idealización; por ejemplo, estructurar una “sociedad justa”, el proceso que efectúan para lograr el proyecto es sumamente injusto y agresivo con todos aquellos que no se sometan a sus parámetros: Juegos de “inmortales”.

La angustia es el costo que lleva no aceptar la finitud de la vida. El hombre que no se reconoce como mortal, buscara sujetar su vida a: idealizaciones, consensos, estructuras, fantasías, creencias, teorías, represiones, culpas, castigos, como mecanismos que lo salven de la angustia. Lo nefasto es que no lo consiguen.

Cuando un hombre reconoce su naturaleza efímera, no invierte su tiempo en inventar artificios ni en sujetarse a nada; no se aliena a idealizaciones colectivas ni propias. Para él son un desgaste, una opresión que le impedirían asumir con total intensidad su finita vida. En cambio los sujetos optan por las construcciones, lo convenido; las ilusiones que les den “certezas”. El hombre que se reconoce como mortal prefiere las incertidumbres que brinden libertad, ya se cansó de: «la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido. Dostoyewski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos a las cadenas, los amos, las seguridades por que nos evitan la angustia de la razón.[14]», de la Muerte.

Para lograr la libertad el asceta ha tenido que indagar las estrategias y técnicas más adecuadas bajo la guía de su ideal y la Muerte. Éstas son de una naturaleza sumamente práctica, pero demoledoras y arrasan con las estructuras de sujetación interior y exterior, permitiendo la transmutación del sujeto en individuo. Podemos encontrar representado en el «Zarathustra» de Nietzsche la descripción del proceso de desujetación, en el discurso de “Las tres Transformaciones (del espíritu)”. Aquí describe: «...cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león, y finalmente el león en niño.[15]». El camello es el primer paso de la vía ascética; consiste en que el sujeto se reconoce como sujeto a estructuras que le impiden ser libre. Mide la fortaleza que dice tener hacia su ideal; “cargándose” con todo aquello que le permita doblegar su soberbia, su narcisismo. Templa su espíritu con el ayuno y la restricción de todo aquello que lo aleje de su ideal. Busca dominarse y conocerse a “sí mismo” y con las cargas marcha hacía su desierto, y en lo más solitario del desierto se encuentra con el dragón del “tú debes”; con “todo aquello” que lo tienta, que lo fuerza a abandonar su camino, su ideal, por lo establecido en el lugar común: «Pero en lo más solitario de ese desierto se opera la segunda transformación: en león se transforma el espíritu, que quiere conquistar su propia libertad, y ser señor de su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere ser amigo de su señor y su Dios, a fin de luchar victorioso contra el dragón.[16]», el león de el “yo quiero”, se levanta victorioso sobre el dragón de el tú debes”. Es como un San Jorge, un Teseo, que deben enfrentar su dragón, su Minotauro; para poder acceder a su tesoro, a su Ariadna. Ya no son su objeto de amor, son su ser de amor** y este ser de amor, su ideal; le dan el impulso, la fortaleza necesaria para enfrentar el dragón. Únicamente aquel león que asuma su lucha con valentía, templanza y fortaleza, llegará a su tesoro, a su ideal. Al encontrarse el león con su tesoro se transforma en niño: «Sí, hermanos míos, para el juego divino del crear se necesita un santo decir “sí”: el espíritu lucha ahora por su voluntad propia, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo.[17]»  El niño*** crea su juego” y lo juega con toda la intensidad de su espíritu; padeció una serie de sacrificios y luchas para alcanzar su ideal, su ser de amor, su mundo y ahora va a jugar con y dentro de Él con toda la intensidad posible de su amor. «La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño.[18]» (Aforismo 94). El camello, el león y el niño, al igual que el tesoro, el ideal: son medios; hay que evitar considerarlos como fines. Busca el espíritu transmutarse en niño como medio para alcanzar su ideal; al igual que su ideal es un medio que impulsa al sujeto a desarrollar su voluntad de dominio para llegar al estado de individuo (de niño). Hasta la vida misma es un medio para morir. El hacer de los medios fines es pretender “certezas”. El discurso de Nietzsche describe el proceso de transformación de aquel que busca y que vive en la libertad de su decisión; de aquel que peregrina hacia su ideal ligero de peso”.

El que ha tomado el camino de la transmutación, se percata de que no está solo durante su travesía; tiene la compañía más fiel y leal, de alguien que nunca lo abandonara en la vida: la Muerte.[19]

 

«¿Cómo puede uno darse tanta importancia

sabiendo que la muerte nos esta acechando?»[20]

                                                                                 Don Juan Matus.

 

Para aquel que transita el camino hacia su ideal, la Muerte no le preocupa ni le atormenta, sabe que está ahí a su lado esperándolo. Principio que lo libera de la angustia y del temor. «Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. Por lo cual el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino por que elimina el ansia de la inmortalidad. Nada terrible hay en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer a la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba, en vano aflige con su espera. Así pues, el más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros. En nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquellos no está y éstos ya no son. Pero la mayoría unas veces huye de la muerte como del mayor mal y otras veces la prefiere como un descanso de las miserias de la vida. El sabio, por el contrario, ni rehúsa la vida ni teme a la muerte; pues ni el vivir es para él una carga ni considera que es un mal el no vivir.[21]». La Muerte es la mejor consejera, recuerda constantemente que no hay tiempo y que de acuerdo a esta carencia, los actos deben fluir. Cada movimiento, acción, pensamiento que se está realizando ahora, puede ser el último, por consiguiente se debe dar lo mejor de sí mismo en todo momento. Por lo tanto, nuestra compañera nos recuerda que no se deben postergar las decisiones y los cambios. Si es necesario dejar algo ¡se deja de inmediato! ¡La flecha se retira de inmediato! La Muerte no considera los procesos de cambio, la continuidad es una ilusión: «igual que la rueda de un carruaje, tanto si gira como si esta parada, no toca la tierra más que en un punto de la llanta, asimismo la existencia de los seres vivientes se reduce a un sólo instante consciente.[22]». Lo triste es que la mayoría del tiempo no tenemos consciencia del presente que agoniza, perdidos en el pasado, el futuro o ensoñaciones. No hay excusas válidas frente a la Muerte... así que, le enseñaba Don Juan a Carlos Castaneda, en los momentos donde la impaciencia nos invada, donde sintamos que todo está saliendo mal y que no hay escapatoria. Pregúntale a tu fiel compañera y «tu muerte te dirá que te equivocas; que nada importa en realidad más que su toque. Tu muerte te dirá: “Todavía no te he tocado.”[23]». Además el narcisismo, la mezquindad, la cobardía, se dejan o disminuyen, al recordar la finitud de la vida.

Profundicemos un poco acerca del concepto de camino, de vía, odos: del cual se deriva el concepto de methodos, método, camino, vía: «las vías del ser, del que es: la vía de la aletheia, la verdad, el desvelamiento, la patentización, la manifestación de lo real...[24]» (Los estilos de la filosofía: Heraclito. Julián Marías), siendo opuesto a la doxai brotón: “La opinión de los mortales”, considerada por Parménides como juzgar la percepción aparente como lo verdadero de un hecho o fenómeno, negando el ejercicio de la indagación e investigación. El sujeto que anhela ser individuo elige el camino del desvelamiento, de la filosofía: la vía ascética. Es un sujeto que no se conforma con lo aparente, con lo inmediato. Se ha dado cuenta de que el narcisismo es la medida de todas las cosas; ya no confía en esa medida reduccionista, burda y tosca para aprehender e interpretar el mundo. Para dar cuenta de la aseveración planteada, sólo basta con observar “la realidad” que ha construido el hombre... Por esta razón, lucha para observar el mundo por encima de su estructura narcisista, de su importancia personal.[25]

Nietzsche nos dice: «El ojo, sea perspicaz o débil, no ve más que hasta cierta distancia.[26]» (Aforismo 117); para referir que medimos el mundo con arreglo a nuestras percepciones, que nuestros sentidos nos encierran y, por consiguiente, basándose en ese arreglo, medimos la vida de todos los demás seres, siendo un gran error: «Los hábitos de nuestros sentidos nos envuelven en un tejido de sensaciones mentirosas que son la base de todos nuestros juicios y de nuestro entendimiento. No hay salida, no hay escapatoria, no hay atajo alguno hacia el mundo real. Estamos en nuestra tela como la araña, y sea lo que quiera que cacemos, no podrá ser nunca más que aquello que se deje enredar en la tela.[27]» (Aforismo 117). Pero el mismo Nietzsche nos dice en un aforismo posterior: «El ojo purificador. —Se debe hablar de genio, tratándose de hombres como Platón, Spinoza, Goethe, en los cuales la inteligencia está ligada muy flojamente al carácter y temperamento, como un ser alado que se separa con facilidad de ellos y que entonces puede volar á grande altura por encima de ellos. [...] poseen el ojo purificador, que no parece salir de su temperamento ni de su carácter, sino que, libre de ellos y a veces en una amable contradicción con ellos, considera al mundo como si fuera un Dios y ama á ese Dios. Pero ese ojo tampoco les ha sido dado de una sola vez. Hay una preparación y un aprendizaje en el arte de ver, y el que tiene verdadera suerte encontrara á tiempo un maestro que le enseñe la visión pura.[28]” (Aforismo 497). El camino y la práctica de la filosofía consiste en estimular el ojo purificador (o del alma), para lograr percibir el mundo más allá de la estructura narcisista y de los sentidos corporales. Proceso llamado por Sócrates morir en vida y lo explica en el diálogo, que compila Platón bajo el nombre de Fedón (o del alma), como un trabajo que consiste en percibir el mundo por encima de mí**** mismo[29]. «Pero “aquel mundo” permanece muy oculto a los ojos del hombre, aquel inhumano mundo deshumanizado no es sino una celestial nada; y las entrañas del ser no le declaran nada al hombre, al no ser en forma de hombre. En verdad, es difícil demostrar el ser, y es difícil hacerle hablar. Decidme hermanos míos, las más extraordinaria de todas las cosas, ¿no es acaso la mejor demostrada?[30]» Y aún no nos es suficiente demostración la historia de la especie y la propia, para darnos cuenta del sufrimiento en el cual anda sumergida nuestra vida por la estructura narcisista. Por dicha razón es que Zarathustra exhorta a la especie con su frase: ¡El hombre es algo que debe ser superado!

Zarathustra nos dice también: Hay que amar por encima de nosotros mismos. No se puede amar con la estructura narcisista, ya que dicha estructura imposibilita reconocer auténticamente el ser de su amor. Desde la estructura narcisista todo se percibe como objetos. Por esto, el vinculo que establece el narcisismo con el mundo y lo que éste contiene es una relación instrumentalista, en tanto que los considera como objetos que deben servirle, que deben amoldarse a sus cánones: «El masoquista necesita del sádico como el sádico necesita del masoquista. Las relaciones humanas no han sido más que esto, no han ido más allá del círculo de la dependencia: relaciones esclavistas que se han categorizado y adornado con calificativos como: “virtud”, “amor”, “amistad”, “altruismo”: El hombre es la medida de todas las cosas.[31]» Por consiguiente las relaciones entre los sujetos son de índole utilitarista e instrumental, cuando se relacionan con el otro lo usan: «Unos van al prójimo por que se buscan a sí mismos, y otros lo hacen por que quisieran perderse. Vuestro amor a vosotros mismos es lo que convierte en prisión vuestra soledad.[32]» Y a tal uso lo llamamos “virtud.”

Aquel que sigue el camino de la aletheia, de la filosofía, va desocultando “aquel mundo oculto a los ojos del hombre a través de su “ojo. Y ve a “aquel mundo” y a todo lo que contiene, ya no como objetos sino como seres. Deja de reducirlos a su medida, a instrumentalizarlos: no los define. Ha aprendido el arte de hacerse inaccesible: «Ser inaccesible significa tocar lo menos posible el mundo que te rodea. No comes cinco perdices; comes una. No dañas las plantas sólo por hacer un foso para barbacoa. No te expones al poder del viento al menos que sea obligatorio. No usas ni exprimes a la gente hasta dejarla en nada, y menos a la gente que amas. [...] significa que no estás hambriento como el hijo de puta que siente que no volverá a comer y devora toda la comida que puede, ¡todas las cinco perdices! [...] ser inaccesible no significa esconderse ni andar con secretos. Tampoco significa que no puedas tratar con la gente. Un inaccesible***** usa su mundo lo menos posible y con ternura, sin importar que el mundo sean cosas o plantas, o animales o personas o poder. Un inaccesible tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para ese mismo mundo. [...] Es inaccesible porque no exprime ni deforma su mundo. Lo toca levemente, se queda cuanto necesita quedarse, y luego se aleja raudo, casi sin dejar señal alguna.» (Don Juan Matus).[33]

A lo largo de toda la obra de Carlos Castaneda, se puede apreciar todo el proceso de enseñanza, dada por Don Juan a Carlos, para que aprendiera el arte de ver el mundo con otros ojos, y así cambiar la aprehensión de éste. Don Juan le decía a Carlos: «Para ti el mundo es extraño porque cuando no te aburre estas enemistado con él. Para mí el mundo es extraño por que es estupendo, pavoroso, misterioso, impenetrable; mi interés ha sido convencerte de que debes hacerte responsable por estar aquí, en este maravilloso mundo, en este maravilloso desierto, en este maravilloso tiempo. Quise convencerte de que debes aprender a hacer que cada acto cuente, pues vas a estar aquí sólo un rato corto, de hecho, muy corto para presenciar todas las maravillas que existen.[34]» Para “ver” el mundo, Don Juan le explica a Carlos que se necesita de un aliado, de una fuerza o espíritu del otro mundo, para que le cambie la percepción del mundo de los hombres.[35]

Los sujetos al tener una percepción distorsionada del mundo, permanecen en un estado de engaño, y, por consecuencia, sus actos y argumentos son también de la naturaleza: «No solamente miente quien habla en contra de lo que conoce, sino, ante todo; quien habla en contra de lo que no conoce; y así es como vosotros habláis de vosotros en sociedad, y, además de a vosotros, mentís al vecino.[36]» La percepción engañosa, imparte y produce conocimientos torpes e inadecuados, y deja por resultado un mal aprendizaje y una mala enseñanza: «Sabemos demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.[37]»  Lo aquí mencionado es el origen de que estemos convencidos de que la vida, el mundo, “es así” y que no podemos hacer nada para cambiarlos. Sí, eso es cierto, la vida y el mundo no se pueden cambiar. Pero si podemos cambiar el modo de percibirlos. Al aceptar lo fugaz de nuestra presencia, en este extraño mundo, trataríamos de darnos la posibilidad de aprovechar: este presente que agoniza: en el más grande regocijo. Porque de cada uno de nosotros depende, la templanza y la voluntad de dominio, para ser dichosos, para buscar el tesoro. No hay excusas, no hay lamentos; ni racionalizaciones o teorías que solventen y salven: una vida miserable, irresponsable o mediocre frente a la Muerte.

Hay que aprender entonces a: amar por encima de nosotros mismos el mundo, la vida y a la Muerte, y para conseguirlo, hay que asumir el trabajo de transmutamos en el niño. Ya es hora de quitarnos las esperanzas y los problemas, de sacarnos de una vez por todas la flecha envenenada. Sí, puede doler. Pero recordemos las palabras de Epicuro, en cuanto a que, es preferible un pequeño dolor que traiga como consecuencia un gran placer; a un gran placer que conlleve a un gran dolor. Es necesario limitar nuestros deseos, pasiones y tendencias, para no inundarnos de tanta frustración y tristeza. No hay que permitimos caer en las excusas y justificaciones que nos obstaculicen el salir de sí mismo. Es necesario dejar de fingir-nos, de aparentar que estamos sanos: ¡Hay que cambiar y ya! No para o por los demás, sino por y para nosotros mismos. La Muerte nos está esperando y no podemos hacer nada para evitarla. Si se cambia, si no se cambia, igual se va a morir; pero es muy diferente vivir sin angustias que con éstas, y está, en nuestras decisiones que así sea. Además solamente tenemos está vida para lograrlo.

La evasión del conflicto y de la Muerte, es un camino de esperanza; una vía para eludir la responsabilidad de decidir y asumir la responsabilidad de nuestros actos. Dicha evasión, deja como resultado el fortalecimiento del narcisismo, la actitud de acomodar el mundo a su medida, a la medida de su percepción e interpretación: entonces se le huye al conflicto y a la Muerte por el miedo a soltar las estructuras (internas y externas) y se opta por refugiarse en la esperanza.

El hombre-sujeto, a causa de su estructura narcisista, se relaciona de modo instrumentalista con el mundo y lo que éste contiene. Para el sujeto son objetos que “usa y utiliza” a su acomodo. Cuando un objeto le es útil, para sus intereses y necesidades, y generan en él, una gran emoción y satisfacción lo denomina: “amor”; ¡lo cual es erróneo! No se puede amar desde el narcisismo. El hombre-sujeto tiene miedo a salir de sí mismo, y, por consiguiente tiene temor, de dejar de ser narciso; de ver el mundo y lo contenido en él como seres libres de su definición, de su medida. Se puede decir, entonces, que el hombre-sujeto evade el conflicto y la Muerte por que teme al amor.

El amor exige un trabajo, un camino ascético, para demoler las estructuras y sujetaciones (internas y externas), de dejar “el mundo construido y de objetos”. El amor es un estado en el cual se percibe el mundo y lo que alberga como seres. Y a “aquel mundo” para disfrutarlo, exige la desujetaciòn de todo. El sujeto debe transmutarse en niño.

Desde su caverna, en la compañía de su león, serpiente y águila; habla[38] el niño Zarathustra: Yo me vencí a mí mismo y yo amo al mundo por encima de mí.[39] «“Yo mismo me ofrezco a mi amor; y a mi prójimo como a mí mismo.”: éste es el lenguaje de todo los creadores. Mas todos los creadores son duros.[40]» Hablad en el lenguaje de los que se han transmutado en niños, libres de todo tejido. Amigos míos: El hombre es algo que debe ser superado. Para lograrlo debéis «Amar por encima de vosotros mismos, ¡Aprended, pues, primero a amar! ¡Apurar para ello sin reservas el amargo cáliz de vuestro amor! Amargura hallaréis hasta en el cáliz del mejor amor: ¡Por eso el amor despierta la sed del superhombre, por eso te da sed, creador! El amor es una antorcha que debe guiaros hacia caminos más altos.[41]» Permitid que los guíe más allá del encierro de vuestras medidas dadas por vuestros sentidos. Salid pronto de la telaraña, para daros cuenta que no es necesario, para percibir el mundo, que se enreden, en la tela, las cosas. Pero recordad que: «Quién libero su espíritu sigue necesitado de purificación: queda aún en él mucho de cárcel y moho: Su ojo tiene aún que volverse puro.[42]» ¡Aprended, amigos, pronto, el arte de “ver” con visión pura! Amigos míos: ¡Apurad, a purificaros vuestro “ojo”, para que comprobéis la existencia de “aquel mundo” que permanece muy oculto a los ojos del hombre! ¡Apurad, que la Muerte os puede tomar antes de que lo logren!

 

 

Concluir, al final: El tiempo llama a la Muerte. Cronometrado

luminosamente por la misteriosa dama. (La racionalización

opaca la claridad de la medida).

 

Las esperanzas de crear un destino se disipan al vibrar

de la pitonisa. El Oráculo reza: “Hagas lo que hagas o

dejes de hacer: carece de sentido: La Parca te espera”.

Antiquísima tragedia que genera el único drama de la

existencia: esa tragedia del hacer o no hacer frente a la Muerte...

 

Estés o no estés a mi lado. Cualquiera que sea tu decisión

¡no importa! (Consuelo que no consuela...)

 tenemos el mismo destino (!)

 

Comprensión injustificable: La creación de innumerables

metafísicas religiosas, argumentos y teorías; que pretenden

una solución artificiosa de la tragedia:

 He aquí el sustento de la comedia humana: 

¡El sufrimiento que trae recordar la Muerte!

Lo cual fecunda la infructuosa búsqueda

de la eternidad, del deseo de ser dioses!

 

¡Zeus, tú Olimpo es ahora, tu tumba!

 Bucaramanga, 29 de abril de 2004

(Correcciones, agosto-noviembre de 2006)

(Ampliaciones y correcciones, abril de 2007)

Agradecimientos a: Mauricio Cruz, Javier Jaimes, Raúl Camacho, Julio César Spinel, por las revisiones al texto; a Paula Ortiz, Everlide Porras, Sandra Cárdenas, Andrea Montañez, Liset Argüello, compañeras de clase, por colaborarme con los trabajos de la universidad para poder escribir el texto; a David Fajardo, Óscar González y Marina Luna por permitirme usar sus computadoras, impresoras e Internet y a Óscar López (presidente del CSH) por la invitación como ponente para el “Primer congreso nacional de ciencias sociales y humanas: Dirección, acción y prevención del conflicto siglo XXI”. A Nelson Vera, que me facilitó su hospitalidad para dar inicio a la transcripción del texto y en las múltiples conversaciones que sostuvimos estructuré la transformación del sujeto en individuo.

 


NOTAS:

 

[1] E. Zuleta, «Elogio de la dificultad», Sobre la idealización en la vida personal y colectiva, Procultura, Colombia,  1985, pág. 9.

[2] E. Zuleta, loc. Cit.

[3] C. Marx, «El dieciocho brumario de Luis Bonaparte», El manifiesto comunista, Proyectos Editoriales, España, 1983, pág. 107.

* La fábula aquí referenciada es la que trata sobre Pandora y la caja que contenía los males que los dioses no repartieron a los seres  del planeta. La esperanza se encontraba en el fondo de la caja.

[4] F. Nietzsche, Aurora, F. Sempere y compañía, España, 1912, págs. 33-34.

[5] E. Zuleta, op. cit., pág. 11.

[6]Platón, «Fedón o del alma», Diálogos, Ediciones Universales, Colombia, 1990, págs. 135-136.

[7] E. Zuleta, «Nietzsche y el ideal ascético», op. cit., pág. 146.

[8] E. Zuleta, «Elogio de la dificultad»,  pág. 12.

[9] Buda, «Majjhina Nikaga (Sermones Medios)», en A. Solé-Leris,  La meditación budista, Martínez Roca, España, 1995, págs. 20-21.

[10] E. Zuleta, «Nietzsche y el ideal ascético», pág. 143.

[11] Platón, op. cit., pág. 132 y sigs.

[12] E. Zuleta, «Nietzsche y el ideal ascético», pág. 147.

[13] E. Zuleta, «Elogio de la dificultad», pág. 10 y sigs.

[14] E. Zuleta, loc. cit., pág. 14.

[15] F. Nietzsche, Así habló Zarathustra, Planeta-Agustini, España, 1992, págs. 41-43.

[16] F. Nietzsche, loc. cit.

** La estructura narcisista percibe el mundo y lo que éste contiene como objetos. Cuando hay ausencia de narcisismo, se percibe el mundo y lo que éste contiene como seres.

[17] F. Nietzsche, loc. cit.

*** Ser niño es diferente al estado infantil. El estado infantil es de índole egoísta y caprichoso, dado por el desarrollo evolutivo, a diferencia de estado de  niño descrito por Nietzsche que es espiritual.

[18] F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Editores Mexicanos Unidos, México, 1981, pág. 81.

[19] C. Castaneda, Viaje a Ixtlán, Fondo de Cultura Económico, págs. 52-64.

[20] C. Castaneda, loc. cit., pág. 61.

[21] Xuliocs (España). Epicuro: Carta a Meneceo [en línea]: <www.xuliocs.com/cartamenec.htm>, [Consulta: 22 nov. 2006].

[22] Buda, «Visuddhi Magga», en  La meditación budista, pág. 50.

[23] C. Castaneda, op. cit., pág. 63.

[24] Editora Mandruva (Brasil). Los estilos de la filosofía [en línea]: Special Collections. <www.hottopos.com/rih4/mariasj.htm>, [Consulta: 22 nov. 2006].

[25] C. Castaneda, op. cit., pág. 41 y sigs.

[26] F. Nietzsche, Aurora, pág. 89.

[27] F. Nietzsche, loc. cit.

[28] F. Nietzsche, op. cit., pág. 236.

**** Es necesario aclarar que dicha percepción es por encima del “Yo”, el cual es diferente del  “Sí Mismo.”

[29] Platón, op. cit., págs. 125-183.

[30] F. Nietzsche, «De los de detrás del mundo», Así habló Zarathustra, pág. 48.

[31] Cita extraída de un texto que aún me encuentro construyendo.

[32] F. Nietzsche, «Del amor al prójimo», op. cit., pág. 81.

***** El subrayado es mío, en el original es “cazador.”

[33] C. Castaneda, op. cit., págs. 107-108.

[34] C. Castaneda, op. cit., pág. 122.

[35] C. Castaneda, op. cit., págs. 319-365.

[36] F. Nietzsche, «Del amor al prójimo», op. cit., pág. 81.

[37] F. Nietzsche, «De los poetas», op. cit., pág. 150.

[38] Recreación realizada con diferentes apartes de los libros: Así habló Zarathustra (De los de detrás del mundo, De los misericordiosos, Del hijo y del matrimonio, Del árbol de la montaña) y “Aurora” de Nietzsche, y del libro Viaje a Ixtlán.

[39] F. Nietzsche, «De los de detrás del mundo», op. cit., págs. 47-50.

[40] F. Nietzsche, «De los misericordiosos», op. cit., pág. 109.

[41] F. Nietzsche, «Del hijo y del matrimonio», op. cit., págs. 90-91.

[42] F. Nietzsche, «Del árbol de la montaña», op. cit., pág. 61.