El lenguaje políticamente correcto y el humor

 

Ricard Morant Marco

(Ricardo.Morant@uv.es)

universitat de valència

 

 

Resumen

Nuestro humorismo, especialmente el practicado en los medios de comunicación, se ha visto afectado con la llegada del Lenguaje Políticamente Correcto (LPC), cuyos mecanismos (redenominación a través de circunloquios) e ideas básicas (los problemas sociales se arreglan en parte con soluciones lingüísticas) crean inseguridad en los hablantes, pero también son humorísticamente puestos en entredicho por estos.

 

Abstract

The arrival of the Politically Correct Movement has certainly influenced our sense of humor, specifically humor in mass media. The basic mechanisms of PC Language (renaming by circumlocution) and the movement’s fundamental ideas (social problems can be “fixed”, in part, with linguistic solutions) have not only caused speakers to hesitate, but also to make political correctness the target of their jokes.

 

Palabras clave

Lenguaje políticamente correcto

Humor

Medios de comunicación de masas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Key words

PC Language

Humor

Mass media

 

 

  

 

 

 

 

AnMal Electrónica 23 (2007)

ISSN 1697-4239

 

 

I

 

Al repasar la Prensa diaria nos damos cuenta de que noticias como la que presentamos a continuación son cada día más habituales:

 

Un tribunal de EEUU acaba de ordenar a una anciana que quite el irónico cartel de su jardín que ponía: «Nuestro perro se alimenta de testigos de Jehová». De nada le ha servido a la mujer argumentar que se trataba de una broma con la que disuadir a vendedores y predicadores a domicilio. El letrero que plantó su difunto marido hace 30 años ya ha sido retirado (Arias 2006).

 

Este texto nos puede hacer sonreír, pero otros, relacionados también con el humor, nos parecen muy preocupantes. Entre estos, el que relata el caso de Flemming Rose, redactor jefe de Cultura del diario danés Jyllands-Posten, que publicó doce caricaturas y dibujos de Mahoma en septiembre de 2005. Cinco meses más tarde, las embajadas de Dinamarca y Noruega en Siria fueron incendiadas y el Gobierno danés cerró sus sedes diplomáticas en Pakistán, Indonesia e Irán. En marzo de 2006, medio centenar de personas habían perdido la vida en las protestas. Rose y los caricaturistas tuvieron que pasar a la clandestinidad (M. R. 2007).

La lectura de estas noticias nos permite reflexionar sobre dos de las características del lenguaje humorístico[1]. La primera es que éste va cambiando, se va adaptando a los nuevos tiempos; en otras palabras, lo que antes hacía (son)reír ahora puede resultar humillante. La segunda es la subjetividad del humor: lo que a nosotros nos puede resultar gracioso a otros les puede ofender. Aquí trataremos de mostrar de qué manera se ha visto afectado nuestro humorismo, especialmente el practicado en los medios de comunicación, con la llegada del Lenguaje Políticamente Correcto (LPC). Este movimiento de corrección política, procedente de los Estados Unidos de América, referido a la forma de expresión que trata de ser respetuosa con las minorías y que pretende hacer justicia con los marginados socialmente, parte de la idea de que si cambiamos el lenguaje discriminatorio, cambiará la realidad: «La intención de la corrección política es erradicar las actitudes y pensamientos nocivos por la vía de reemplazar palabras de uso corriente con neologismos de nuevo cuño» (Martínez 2006).

Esta corriente, entre cuyos seguidores se encuentran las feministas, los ecologistas, los políticos, los defensores de minorías y los medios de comunicación, es valorada de distinta manera. Para unos, es positiva en tanto que elimina una serie de expresiones y vocablos ofensivos y realiza una renovación lingüística con el fin de conseguir la igualdad social de ciertos colectivos tradicionalmente estigmatizados. Otros, en cambio, rechazan lo que para ellos es una imposición del lenguaje no discriminatorio, al menos por dos razones. Primero, porque consideran que la eliminación de ciertos términos y la redenominación no solucionan las desigualdades sociales, como indica Eco (2004): «Si se decide llamar a las personas que van en silla de ruedas ya no minusválidos, sino discapaces o “capaces de otra forma”, pero después no se les construye rampas de acceso a los lugares públicos, evidentemente, se obvia hipócritamente la palabra, pero no el problema». En segundo lugar, porque creen que es una especie de censura lingüística, según sostiene Lindo:

 

No es fácil desacreditar sin más la corrección política porque nació del intento legítimo de corregir un abuso histórico ligado a sectores de población que sufrían desprecios muy arraigados en el lenguaje. Hablo de Estados Unidos, donde nació la tendencia. Pero eso se desvirtuó, los colectivos que luchaban por sus derechos se convirtieron en grupos de presión que fiscalizaban el lenguaje y el pensamiento. En España, si bien es deseable cierta corrección porque nuestras maneras pueden ser groseras, sería un desastre para el ejercicio de la libertad de expresión que eso cundiera. No conduce a nada, no mejora la vida de quienes pretende defender (cito por Manrique Sabogal 2007).

 

 

II

 

En el ámbito humorístico, la corrección política llega a principios de la década de los noventa: «Si uno mira atrás unos diez años (creo que es, más o menos, en ese tiempo cuando se instaló entre nosotros o, al menos cuando yo tuve conciencia de ello) el lenguaje era más libre, las expresiones más espontáneas, el humor más mordaz, incluso la ideología más diversa» (Calvet 2001). Por ejemplo, Salcedo (2005: 304-305), integrante del dúo Martes y Trece, relata en un libro las protestas que empezaron a recibir en aquella época por algunas de sus gracias televisivas:

 

Con motivo de un partido de fútbol reciente entre el Cádiz y el Real Madrid en el Santiago Bernabéu se me ocurrió: Tomad y jugad todos con él, porque éste es mi Cádiz. Recibimos varias cartas protestando por ridiculizar a la Santa Madre  Iglesia en un momento tan importante como era la Eucaristía. ¡Por Dios que no dimos crédito! Si nos vestíamos de monjas, se nos quejaba un convento entero; si de curas, el sketch fuera, escocíale al clero. ¡No ha venido el Padre Prior! ¡Pues prior para él! Hasta de Cataluña recibimos cartas rechazando las parodias sobre Montserrat Caballé. Algo extraño estaba pasando. No era lógico que se protestara por cosas que ya habíamos hecho en algún Fin de Año. No hubo cartas entonces.

También se animó a escribirnos, por supuesto protestando, un cura de La Manga del Mar Menor. Decía más o menos que trabajaba con gitanos en un poblado de chabolas de La Manga y que estaban muy ofendidos por la expresión dicha en una entrega de Viéndonos «tienes más peligro que una gitana en un Pryca». No recuerdo mucho más, sí que nos llamaba xenófobos. ¡Joodeeé! ¡Con tanta protesta, este país tan católico parecía protestante! A la gitana que se lo dije, una de las hermanas de Los Chunguitos, durante su presentación en Viéndonos, no le molestó, ni tampoco a nadie del cuadro gitano que las acompañaban, por eso nos escamó que a un cura de La Manga le hubiera perturbado tanto un dicho popular e intrascendente que está en boca de todos.

 

Este tipo de quejas continúa en la actualidad, y la siguiente carta (Fürst 2007) constituye una prueba evidente:

 

Banalizar el sufrimiento

Hace unos tres días se estrenó en Antena 3 la serie «El internado». En el primer capítulo, una de las bromas consistió en comparar este supuesto internado con el campo de concentración nazi de Auschwitz. La única diferencia era que en ese colegio «no te gaseaban». ¿Qué clase de guionista puede hacer un chiste de tan mal gusto? ¿Qué clase de público se ríe de este chiste? Auschwitz se convirtió en símbolo del terror, del genocidio y del Holocausto, porque fue el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, en donde se calcula que fueron asesinadas no menos de 1.000.000 personas. En los primeros tiempos, alrededor del 50 por ciento de los prisioneros murieron de hambre, exceso de trabajo, condiciones de vida inhumanas, epidemias, torturas y experimentos médicos criminales. A partir de 1942, el 75 por ciento era enviado directamente a las cámaras de gas.

Quienes hacen estos programas de televisión deben ser responsables de lo que dicen y del daño que pueden causar, sobre todo en una serie que pretende ser familiar. La banalización de temas como Auschwitz es peligrosa. La muerte y el sufrimiento de millones de inocentes no tienen gracia, y olvidarnos de esto hasta el punto de hacer de ello una broma sólo ayuda a que este tipo de tragedias puedan volver a repetirse, desgraciadamente.

Natalia Fürst (Barcelona).

 

Estas críticas, en opinión de algunos estudiosos, se realizan por el desconocimiento de lo que significa el humor: hay gente que ve fantasmas donde no los hay porque ignora que reírse no es nada malo, sobre todo si se hace con sentido del humor y sin ánimo de ofender, o porque cree que el humor protagonizado por las personas que sufren marginación siempre es ofensivo o en toda ocasión resulta humillante. No saben tal vez que también existe el denominado por Cabodevilla (1989) humor solidario, el humor compasivo en el mejor sentido de la palabra: no compadecerse de, sino padecer con. O lo que es igual, no reírse de, sino reírse con. Para aclarar esta diferencia recurriremos al testimonio de Masoud Harandi, un iraní que lleva más de 20 años viviendo en España, y que recuerda cómo empezó a expresarse en nuestro país:

 

Al principio utilizaba mucho los gestos. Y después acudió a los gestos en combinación con las onomatopeyas: «Cuando quería comprar carne imitaba el sonido, decía “beee”, para indicar que quería cordero, y hacía “oink, oink” más el gesto negativo de cabeza para indicar que no quería cerdo. Cuando el carnicero ya me conocía él hacía “beee” y yo decía sí con la cabeza. Vivía en Canillejas y todo el mundo del mercado esperaba que yo llegara para reírse, pero no de mí sino conmigo».

 

Señalada la llegada de lo PC y la vigencia de este movimiento en la actualidad, pasamos a analizar la reacción de cierta gente ante la presión ejercida por esta corriente a la hora de hacer reír. Así, encontramos intelectuales y humoristas que a través del humor tratan de quitar la venda de la corrección política. Con este objetivo ponen en tela de juicio de manera festiva dos aspectos de lo PC, como veremos a continuación: el de los circunloquios no discriminatorios que sustituyen a las expresiones ofensivas, y la idea en la que se fundamenta esta corriente, la de que cambiando el nombre se puede cambiar la realidad.

No resulta difícil demostrar cómo la gente pone en entredicho de manera humorística el mecanismo lingüístico estrella de la corrección política, la redenominación a través de circunloquios. A estas expresiones que dan lugar a frases interminables, barrocas y oscuras, dedica Forges (El País, 11-11-1999) una viñeta que presenta a dos clientes delante la barra de un bar:

 

Cliente 1: Perdone, pero ¿cómo se dice, en lenguaje políticamente correcto, «¿qué se debe?».

Cliente 2: Se dice: «Infórmeme del débito generado por mi matutina ingesta protocalórica».

 

Ilustraremos el asunto de los circunloquios con casos pertenecientes a dos campos básicos de la corrección política: el del aspecto y el de las profesiones. Para ejemplificar el primero recurriremos a dos paráfrasis que, señaladas por López, pueden provocar la risa con tan solo oírlas o leerlas:

 

La mujer que lucha denodadamente con la báscula ha dejado de ser una gorda, ahora es una persona «horizontalmente desarrollada»; el hombre que intenta ocultar su pancheta tampoco tiene por qué avergonzarse de ser un gordo, se trata de un «ciudadano de patrón circunférico» (no se rían: el término existe y lo he llegado a ver en letras de molde).[2]

 

La obsesión por el aspecto físico no sólo ha afectado al lenguaje verbal, sino también al lenguaje corporal de la publicidad. Por ejemplo, han adelgazado de nuevo al muñeco Michelin —que responde al nombre de Bibendum— para usarlo en otro anuncio, lo que admite tres interpretaciones: 1) la de quienes denuncian airados que Michelin es una agresión contra la minoría obesa; 2) la de quienes opinan que es necesario dar a todos los símbolos un aire más saludable y que está muy bien empezar por Bibendum, para seguir con el toro de Osborne, la botella de Tío Pepe y Homer Simpson; 3) la de quienes piensan: «vale, ¿y qué?» (Fallarás 2007).

También resultan curiosas las paráfrasis alusivas a las profesiones con poco prestigio. Entre éstas sobresalen la expresión especialista en estética de vehículos, empleada para denominar al lavacoches, o la de técnico en higiene urbana para referirse al barrendero, o corredor de bolsas aplicada al basurero porque traslada los sacos de plástico llenos de basura, o mejor dicho, de residuos orgánicos, desde el contenedor o el suelo al camión. De este último profesional se dice festivamente que desempeña la tarea más alegre ya que siempre está-ba-rriendo.

Existe asimismo la tendencia contraria, la de degradar profesiones mediante nombres humorísticos. Si últimamente el nombre prestigioso de quien «pone guapos a los vivos» es el visagista o cosmetólogo, las personas que se dedican a arreglar a los personajes televisivos antes de sus apariciones en la pequeña pantalla reciben el nombre festivo de marilourdes: «quienes llaman marilourdes a las maquilladoras que encubren la decrepitud de los personajes públicos, están rechazando los estereotipos que los medios de comunicación quieren imponernos. Las marilourdes, como la Virgen, consiguen el milagro de convertir en caricaturas del modelo publicitario a los más feos y esmirriados» (García Gallarín y García Gallarín 1997: 8-9)[3].

Entre las actividades masculinas encontramos alguna que, sin estar mal considerada socialmente, sirve de inspiración a los humoristas: así,  el circunloquio irónico de Forges, el de «especialista de la logística domiciliaria de gases licuados», para referirse al fontanero (Guitart 2005: 54). En el terreno laboral femenino hay un sector de trabajadoras muy desprestigiado, el de las amas de casa[4]. El movimiento PC intenta luchar contra su discriminación, contra su falta de reconocimiento, sustituyendo la expresión tradicional que las denomina por otras que consideran más dignas: gladiadoras del hogar, trabajadoras invisibles o interinas sin papeles. Alguna de estas mujeres con hijos a su cargo ha ido más lejos en la redenominación, como se desprende de la anécdota extraída de la revista Hacer Familia:

 

¿Cuál es su ocupación? —le pregunta una funcionaria.

Y para no contestar soy mamá y que le diga que eso no es ninguna profesión le responde:

— Soy una Investigadora Asociada en el campo del Desarrollo Infantil y Relaciones Humanas.

 

Esta tendencia a la dignificación lingüística de carácter profesional no es algo nuevo. Por ejemplo, ya se encuentra en Carandell (1998: 145). De entre las expresiones femeninas, provocan la sonrisa en muchos las expresiones PC surgidas en relación con las mujeres que son alérgicas al trabajo.  Al nombre de estas últimas se le dedicó en un diario gratuito (ADN, 30-11-2003, p. 9) una viñeta que presenta, en la barra de un bar, a dos hombres conversando con el vaso en la mano:

 

— ¿Qué hace tu novia?

— Es gestora de recursos minimalistas.

— ¿Y eso qué significa?

— Que es una vaga redomada.

 

La otra cuestión relacionada con la corrección política que se suele poner en entredicho de manera humorística es la idea básica de lo PC: la de que los problemas sociales se arreglan con soluciones lingüísticas, o que con el cambio de los términos ofensivos desaparecen los conflictos. El humorista gráfico López contradice esa idea con una viñeta en la que un magrebí, apaleado por un nazi que se está alejando, dice: «Yo no soy un moro, soy un magrebí». Y el nazi, que luce un brazalete con una cruz gamada y un puño de hierro en su mano derecha, responde: «Por supuesto, y yo no soy nazi, padezco una insuficiencia intercultural» (2005: 61).

Ya hemos comentado cuándo llega el movimiento PC a nuestro país, y acabamos de comprobar de qué se ríen (de los circunloquios y de la idea clave) las personas contrarias a este movimiento para ponerlo en entredicho. Ahora nos queda anotar cuáles han sido las consecuencias de su llegada. Parece evidente que la actividad humorística se ha visto afectada por la corrección política. En nuestro país, por ejemplo, ha dado lugar a una situación paradójica: si con el establecimiento de la democracia los humoristas habían recuperado la libertad de expresión, con la venida de lo PC vuelven los temas y los términos que no se pueden tratar ni decir  para no herir sensibilidades; así, retorna en cierto modo la censura. Ante este nuevo panorama hay humoristas que al ver dificultada su labor se valen del humor defensivo, de la parodia, para salvaguardarse de las acusaciones de ciertas personas. Martes y Trece, por ejemplo, en su época de máximo apogeo, utilizaron esta estrategia; según Salcedo (2005: 307),

 

Hartos de tanta protesta infundada o infundida, decidimos hacer nuestra propia protesta. Bastante desafortunada, por cierto. En mitad de un sketch, donde una señora-Josema me abroncaba por cosas relacionadas con los celos matrimoniales y sin venir a cuento, cambiábamos de actitud:

Josema: ¡Que mientes más que un concejal!

Millán: No, Josema, eso no se puede decir.

Josema: ¡Ah, es verdad! ¡Que los concejales no mienten! Mientes más… ¡que un alcalde!

Millán: ¡No! ¡Tampoco! Y ahora en un tiempo de elecciones…

Josema: ¡Más que un chino!

Millán: ¡No! ¡La chinofobia! ¡Luego dicen en los periódicos…!

Josema: ¡Más que un blanco!

Millán: ¡No, tampoco! ¡Más que un sandwich!

Josema: ¡No, tampoco, que luego dicen que si vacilamos con el hambre del mundo! (ambos hacemos el gesto de pensar)

Josema: ¡Ah! ¡Ya! ¡Que mientes más que los barones Thyssen!

Millán: ¡No, que los barones están haciendo mucho por España y no se puede uno meter con ellos!

Josema: Que mientes más que… que… ¡Que una salida de aire acondicionado!

Millán: ¿Una salida de aire acondicionado? ¡Ah! ¡Sí!

Josema: Eso, ni siente ni padece.

 

En este texto se reflejan dos de las consecuencias de la corrección política: el temor a emplear alguna expresión inadecuada y la búsqueda a la hora de reírse de protagonistas inanimados para no ofender a nadie. Ambos aspectos van a ser objeto de risa para muchos. Al dirigirse a personas pertenecientes a determinados grupos discriminados, surge el miedo a meter la pata, a elegir mal los vocablos, con la consiguiente inseguridad lingüística. Veamos dos casos. El primero, relatado por un corresponsal a Miguel (2005):

 

Por lo visto, en su casa trabajaba una empleada doméstica —término de notoria corrección política— de raza negra. La señora animó a descansar a la criada con estas palabras: «Para un poco, hija, que llevas todo el día trabajando como una negra». Nada más decirlo, la señora se dio cuenta del uso tan poco delicado e intentó arreglarlo de esta forma: «¡Huy, perdón! Quiero decir como una bestia». Concluye mi comunicante: «Con lo que, efectivamente, acabó de arreglarlo».

 

Este temor a ser acusado de irrespetuoso con las minorías constituye el tema central de la segunda historieta en clave de humor, procedente del artículo «Políticamente correcto» (Ñciclopedia):

 

Juan va por la calle y ve a lo lejos a Luis, que camina con muletas. El primer pensamiento de Juan es decirle:

¡Vaya! ¿Estás jodido de la pezuña, eh?

Pero esto suena horrible, así que Juan piensa rápido y cambia su comentario por:

¡Vaya! ¿Te has quedado inválido, eh?

Pero esto, se dice Juan, es como insinuar que ya no vale. Mejor decir:

¡Vaya! ¿Te encuentras temporalmente incapacitado, eh?

Aunque incapacitado es el que no tiene capacidad, cosa que al pobre Luis no se le puede aplicar; por ello, cuando Juan llega a la altura de Luis su comentario es:

¡Vaya! ¿Te encuentras en la situación de ser una persona tan válida como el resto que debido a los infortunios de la vida ha visto mermada su capacidad pero a la que todos queremos y apoyamos, especialmente yo, eh?

A lo que Luis, sin el menor tacto replica:

¡No, estoy cojo, imbécil!

 

La otra consecuencia de lo PC es la búsqueda de protagonistas no conflictivos a la hora de hacer reír. Para evitar críticas por no ser políticamente correctos, se aconseja servirse de protagonistas no humanos. Por ejemplo, al publicar una viñeta («Tallas grandes», en www.paisdelocos.com) ambientada en la sección de ropa interior de unos grandes almacenes, en la que una dependienta de cuerpo escultural se dirige a una señora con sobrepeso diciéndole «Lo siento, la tienda de paracaídas es en el siguiente piso», el humorista gráfico se arriesga a que algunas mujeres, las que sufren por no estar satisfechas con su propio cuerpo porque visten tallas «especiales», se sientan ofendidas. Pensemos simplemente en las siguientes palabras de Freire: «He visto a mis amigas, mujeres inteligentes, sensatas, al borde de las lágrimas en un probador, mientras la cremallera de una falda se negaba a subir. Las he visto más avergonzadas por haber engordado tras las fiestas navideñas que por haber suspendido una asignatura» (2000: 137). Pero la viñeta mencionada se puede interpretar también como caso del llamado humor calmante, el que sirve para aliviar y al que se refiere la humorista gráfica Maitena (1999) —«uno se puede reír de lo que sufrió»—, sosteniendo que su trabajo consiste en «reírme de las cosas por las que lloramos las mujeres. A nadie le gusta estar gorda, sola y separada, y la única forma de no pegarte un tiro es reírte de ello».

Para evitar que ciertas personas y determinados colectivos vean desprecio donde no lo hay, algunos profesionales del humor optan por recurrir a personajes no racionales como los animales. Pero el mundo animal también genera múltiples protestas, como se observa en la siguiente queja de Esquivel Frías (27-6-2005):

 

En la sección «el desternillador» del diario de repartición gratuita 20 minutos, salió un chiste que sugería cómo limpiar un retrete metiendo un gato y tirando de la cadena.

A quien corresponda:

El lunes 27 salió publicada en su sección de chistes «limpieza de retretes con mascota».

Más que un chiste, me parece una descripción de cómo maltratar a un animal de compañía. El fallo no es de quien lo escribe, sino del responsable de su publicación. Tal vez ustedes ignoran que casos semejantes de maltrato se dan en la vida real, no sólo en «chistes de mal gusto».

Gente que mete gatos a la lavadora o a la batidora, gente que les pasa la aspiradora, gente que baña a los perros con lejía, etc.

La lista de maltratos es enorme, pero ningún comentario que pueda fomentarlo es motivo de gracia.

Por favor si no sugieren la «limpieza de retretes con humanos», no lo hagan con animales no humanos.

Atentamente

Leonora Esquivel Frías.

 

De cartas como ésta surgen textos que ilustran en clave cómica que lo más rentable es optar por reírse de los objetos y de las cosas. Así, con protagonistas inanimados no se corre el peligro de humillar a alguien, como en este «Chiste políticamente correcto»: «¿Qué le dice una pared a otra? Nos encontramos en la esquina». A esta ocurrencia le siguen diez matizaciones, de las que citamos éstas:

 

1) La intención de este chiste no es ofender a las paredes.

2) Tampoco es mi intención hacer un feo a otras estructuras, como vallas o verjas, a las cuales también se podría aplicar el chiste; se ha usado simplemente ‘pared’ por sencillez, sin ánimo despreciativo.

3) La alusión a la esquina no tiene nada que ver con la prostitución. El autor del chiste no se responsabiliza de otras posibles malinterpretaciones que se pudieran hacer del chiste…

[…]

10) El autor del chiste pide humildemente perdón a cualquier persona, animal o cosa que se sienta ofendida y/o aludida por el chiste anterior y pretende dejar claro que no era su intención.

 

 

III

 

Desde comienzos de la década de los noventa, la llegada a nuestro país del movimiento de la corrección política, procedente de los Estados Unidos, influye en nuestra manera de pensar, de decir y de actuar. Con el LPC queda afectado nuestro sentido del humor. De hecho, desde entonces se va practicando un doble tipo de humor. Uno de carácter privado, que es más libre y que se da con los seres más allegados por temor a que sea mal interpretado. Esta clase de humor se desarrolla últimamente sobre todo a través de Internet; Lindo (2005) lo deja muy claro:

 

En estos tiempos en los que hay que medir cada cosa que se dice, en los que los buenos nunca fuman en las películas, que en EEUU se prohíbe en los libros de texto hacer referencia a que los negros se les dan bien los deportes o la música, porque se considera un comentario racista, o que en los anuncios publicitarios españoles hay que tener cuidado con hacer cualquier chiste de paletos, Internet se ha convertido en ese gran wáter global, el retrete de la escuela, del bar de carretera, en el que leemos y escribimos aquello que no se nos está permitido decir ni delante de nuestros amigos.

 

El otro tipo de humor, el público, el que se da especialmente en los medios de comunicación, ha cambiado en gran manera. Debido a la fuerza de los seguidores de lo PC, que no admiten que se rían de los grupos tradicionalmente marginados de la sociedad, puesto que así se les continúa excluyendo, la gente ha restringido, a la hora de hacer reír, a los protagonistas de sus gracias, como expone el humorista Salcedo (2005: 308): «Si eliminamos del humor los tópicos sobre homosexuales, gitanos, fuerzas vivas, tartajas, gangosos, disminuidos físicos y mentales, al clero, las diferencias de género, a los paletos, negros, chinos y tantos cientos de etcéteras, ¿qué nos quedaría?». Con la aplicación de la corrección política, por tanto, se está produciendo lo que ciertos intelectuales consideran una «hipertrofia del sentido del humor», que se nota en la forma y en el contenido de los textos humorísticos.

En resumen, frente a los partidarios de un humor PC, defendido como un instrumento que puede ayudar a resolver las desigualdades sociales, se encuentran sus detractores, que sienten restringida su libertad de expresión y cuya forma de hacer reír públicamente se ha visto determinada y limitada en nuestro país por la fuerza de los primeros. La existencia de ambos grupos antitéticos se llega a entender cuando se asume que el humor es cosa de dos y se caracteriza por ser subjetivo: lo que hace reír a unos, puede ofender a otros.

 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

arias, E., «¿Libertad de expresión?», Metro Hoy, 4-9-2006, p. 10.

buenafuente, A., Cosas nuestras, Madrid, Martínez Roca, 2005.

cabodevilla, J. M., La jirafa tiene ideas muy elevadas. Para un estudio cristiano sobre el humor, Madrid, Ediciones Paulinas, 1989.

calvet, D., «Políticamente Correcto», La Vanguardia, 8-10-2001.

carandell, L., Celtiberia Show, Madrid, Maeva, 1998.

eco, U., «Fuegos fatuos: sobre lo políticamente correcto y el lenguaje», El Mundo, 18-6-2004.

fallarás, C., «Mala noticia para el defensor de lo correcto», Suplemento Especial ADN, 28-2-2007, p. 36.

freire, E., «Ser o no ser guapa. La vida frente al espejo», en L. Freixas, ed., Ser Mujer, Madrid, Temas de Hoy, 2000.

fürst, N., «Banalizar el sufrimiento», Abc, 5-6-2007, p. 8.

garcía gallarín, C. y garcía gallarín, C., Deonomástica hispánica. Vocabulario científico, humanístico y jergal, Madrid, Complutense, 1997.

guitart, P., Discurso parlamentario y lenguaje políticamente correcto, Madrid, Congreso de los Diputados, 2005.

lindo, E., «Retrete global», El País, 6-4-2005, p. 64.

lópez, A., Políticamente Incorrecto, Barcelona, Icaria, 2005.

lópez, A., «Políticamente Incorrecto», El País. Comunidad Valenciana.

m. r., «La pugna por la libertad de expresión», El País, 23-3-2007, p. 4.

maitena, «Me río de lo que lloramos las mujeres», 14-10-1999, en ClubCultura. com.

manrique sabogal, W., «Dime qué decir», El País, 14-1-2007.

martínez, J. A., «El lenguaje (políticamente) correcto», Oviedo, Universidad, lección inaugural del curso 2006-2007.

miguel, A. de, «Palabras prohibidas», Libertad Digital, 29-4-2005.

«Políticamente correcto», Ñciclopedia.

salcedo, M., En mis trece, Madrid, Santillana, 2005.


 

[1] Partimos de la definición de humor que dan E. Jáuregui y J. D. Fernández Solís en www.humorpositivo.com: «cualquier estímulo que pueda provocar la risa de un sujeto: juegos, bromas, chistes, viñetas, situaciones embarazosas, incongruencias, inocentadas, cosquillas…».

[2] López continúa así: «Lo curioso es que tantas contemplaciones coinciden en el tiempo con una época absurda, la primera época de la historia humana en la que estar gordo se considera una desgracia social. Antiguamente no había anoréxicos/as: cuando a uno lo invitaban a pasar una semana en casa de los parientes en el pueblo, estos se esforzaban por devolverte bien gordo y lucido no fueran a pensar tus padres que te habían tratado mal. Ahora conviven las liposucciones más feroces con una dieta basura que alimenta precisamente la obesidad y una nueva intervención al cabo de muy poco tiempo. O sea que lo que se intenta velar pudorosamente no son los complejos y la inseguridad de los gordos, sino la imagen social de la gordura, que es diferente. Si el problema fueran ellos y ellas la cura de la obesidad habría sido incluida en la Seguridad Social y los alimentos pensados para cebarlos estarían fuertemente cargados de impuestos y su publicidad prohibida».

[3] Emplear estas denominaciones humorísticas puede a veces ocasionar disgustos: «Como uno que lo pararon en Barcelona, y cuando se le acercó el municipal, le dijo: “¿Qué pasa, pitufo?”. Esto es verídico. Y el guardia le respondió: “Pitufo, ¡eh? Pues mire, como usted acaba de pitufarse un semáforo en rojo, y a mí me sale de los pitufos, le voy a empitufar bien empitufado”. Esto último no es verídico» (Buenafuente 2005: 154-155).

[4] Forges, define con acierto el gran papel de estas personas en la siguiente viñeta, situada en una oficina de la Administración Pública:

Funcionario: «¿Profesión?»

Ciudadana: «Limpiadora, cocinera, doncella, costurera, planchadora, niñera, maestra, telefonista, recepcionista, choferesa, psiquiatra, enfermera, puericultora, economista, matemática, intendente, sensual geisha y amante».

Funcionario: «Todo esto no cabe».

Ciudadana: «Pues ponga ‘ama de casa’, es lo mismo».