Nuevas propuestas sobre doña Cristobalina

Fernández de Alarcón, e Hipólita y Luciana de Narváez

 

Juan Javier Moreau Cueto[1]

universidad de málaga

 

 

Resumen

Una revisión de los testimonios conocidos y el añadido de nuevas propuestas en relación a las poetas Cristobalina Fernández de Alarcón, Hipólita de Narváez y Luciana de Narváez, abren nuevas perspectivas de estudio sobre desconocidos datos biográficos.

 

Abstract

A review of the known testimonies and the added of new offers in relation of poets Cristobalina Fernandez de Alarcón, Hipólita de Narváez and Luciana de Narváez open new perspectives of study about unknown biographical information.

 

Palabras clave

Autoras de poesía del Siglo de Oro

Poesía antequerana

 

 

 

 

 

  

Key words

Female poetry of the Spanish Golden Age

Poetry of Antequera

 

  

AnMal Electrónica 29 (2010)

ISSN 1697-4239

 

 

Durante una investigación reciente (Moreau Cueto 2009), surgieron varios datos sobre doña Cristobalina Fernández de Alarcón, así como sobre Hipólita y Luciana de Narváez, autoras del nutrido grupo poético —Pedro Espinosa, Rodrigo de Carvajal, Agustín de Tejada, Luis Martín de la Plaza, entre otros, formaron parte de él— que floreció a la sombra de la Cátedra de Gramática de Antequera a finales del siglo XVI y principios del XVII.

Las antologías Flores de poetas ilustres de España, compilada por Espinosa y publicada en 1605, la Segunda parte de las Flores…, de Juan Antonio Calderón, preparado acaso para la imprenta en 1611, y el Cancionero antequerano Toledo y Godoy recopiló entre 1627 y 1628, muestran, además de una foto fija del gusto literario español de la época, las características del grupo en su

 

progresivo dominio de complejos artificios manieristas y de hallazgos en representaciones exteriorizadas de suntuosidad y colorido, la predilección por géneros de escaso cultivo como el madrigal y la silva, o la superioridad sobre los temas amorosos petrarquistas del tratamiento burlesco de la mitología. […] combinan un arcaísmo relativo […] con la experimentación de origen clasicista […] y una convergencia plural de intereses con las tradiciones italianizantes […] su marchamo pregongorino no se encuentra tanto en el lenguaje poético […] cuanto en la escritura libre respecto de las codificaciones dominantes de motivos, formas y extensión poemáticas: la invención descriptiva o narrativa, la dispositio cíclica de poemas largos y el uso métrico innovador (Lara Garrido 1997: 166-167).

 

 

DOÑA CRISTOBALINA Y SU POSIBLE PARTIDA DE BAUTISMO

 

Cristobalina Fernández de Alarcón fue la poeta de mayor proyección dentro del grupo antequerano-granadino, pero «el peso de su supuesta relación con Pedro Espinosa, ha ahogado prácticamente el propio mérito poético de esta autora, de las más elogiadas de su tiempo», «aunque lamentablemente se conserven de ella pocos poemas, los más, ejercicios poéticos presentados a certamen o dedicados al elogio de algún escritor amigo» (Molina Huete 2003: 221). Acerca de su devenir personal, Rodríguez Marín (1920) publicó todos los documentos que encontró en los archivos antequeranos y en otros andaluces. Y dejó inédito un proyecto que la tomaba como protagonista de un estudio pormenorizado, estudio que sí abordó sobre Pedro Espinosa, donde también habla de nuestra autora (Rodríguez Marín 1907: 70-80).

Rodríguez Marín (1920) nos presenta el primer matrimonio de doña Cristobalina con el comerciante malagueño Agustín de los Ríos, de 1591; el testamento de su padre Gonzalo Fernández Perdigón, de 1597; su segundo matrimonio, con el estudiante Juan Francisco Correa, de 1606; las partidas de bautismo de los hijos nacidos de este segundo matrimonio, de 1609 y 1612; el matrimonio de uno de sus hijos, de 1633; las partidas de bautismo de sus nietos, de 1634, 1635, 1637, 1640, 1641 y 1642; el testamento de doña Cristobalina, de 1646; y, por último, documentos notariales varios que marcarían cronológicamente la estancia de esta autora tanto en Antequera como en la ciudad sevillana de Estepa.

Sin embargo, Rodríguez Marín no pudo hallar la fe de bautismo de la «Décima musa del Parnaso, como la llamó su paisano Carvajal y Robles (1627: 157)[2]. Y no la pudo hallar porque no existe: no bajo el nombre de Cristobalina.

El estudio de los libros parroquiales de las distintas colaciones de Antequera desde 1570 a 1580, arco temporal que marca el nacimiento de la poeta, no dio resultados. Al ser este nombre poco común entre las cristianadas en esos años, era fácil llegar a las partidas tomando como guía los distintos libros de «índice» que obligatoriamente debían confeccionar los párrocos de la época. El caso es que no había ninguna Cristobalina apuntada como «hija de la caridad» o «hija de Dios y de Santa María», eufemismos que usaba el párroco en la anotación de dichos libros para referirse a los expósitos. La estricta moralidad de la Edad Moderna giraba en torno al honor, lo que conllevaba también evitar cualquier mancha familiar y su dominio público. Esta moralidad propiciaba que los bebés nacidos fuera del matrimonio fuesen abandonados a su suerte a la puerta de iglesias o conventos. La gran cantidad de expósitos fue siempre una lacra para esta sociedad (Domínguez Ortiz 1987: 345-356). Las pocas Cristobalinas que aparecían en los mencionados libros tenían sus padres señalados en la partida, como era de rigor, pero ninguno era Fernández Perdigón. Me había sucedido lo mismo que a Rodríguez Marín.

Esta cala me hizo cambiar de hipótesis. Quizá la antequerana no fue bautizada con el nombre con que la conocemos, sino que posiblemente lo fuera con el más común de María[3]. En los años estudiados, hay muchas niñas bautizadas como «hijas de la caridad» con el nombre de María. En la parroquia de Santa María, lugar donde casa por primera vez doña Cristobalina, ocho; en San Sebastián, donde celebra sus segundos esponsales, otras ocho; en San Isidoro, una. En el resto de parroquias (San Pedro, San Salvador y San Juan) no aparece ninguna.

Para corroborar la hipótesis, y dilucidar qué partida era la de nuestra poeta, tendría que relacionar alguno de los nombres con la familia de doña Cristobalina. La dificultad comenzó al no hallar entre las madrinas a ninguna de las hermanas Ribera, sus tías que la criaron. Debía, entonces, estudiar uno por uno los nombres de los diferentes padrinos y madrinas, intentando hallar alguna relación o con Fernández Perdigón o con las hermanas Ribera.

El padrino de una de estas expósitas, bautizada en 1577 en la parroquia de San Sebastián, era don Pedro de Padilla. Este señor estuvo cercano al círculo de Fernández Perdigón por su situación como miembro del patriciado urbano de Antequera. No he encontrado relación alguna del resto de padrinos y madrinas con la familia.

La partida de bautismo que identifico como la de doña Cristobalina es la siguiente: (al margen: m[ari]a):

 

En diez de no[viem]bre de mil y qui[nient]os y setenta y siete años baptizo el señor lic[encia]do caceres a maria y sus padres no se conocieron fueron los compadres don p[edr]o de padilla y doña luisa su her[ma]na y lo firmo de su nobre [firmas: el lic[cencia]do caceres […] / joan ortiz].[4]

 

Como vemos por la fecha, nuestra poeta sería algo más joven de lo que defendía Rodríguez Marín (1907: 71). De cualquier manera, también estaba en edad casadera cuando contrajo sus primeras nupcias con Agustín de los Ríos en febrero de 1591, ya que las mujeres de la época casaban a partir de los trece o catorce años en matrimonios de conveniencia: catorce años tendría Cristobalina en el momento del enlace.

Sin embargo, a veces los archivos presentan otros documentos que hacen tambalear las hipótesis esbozadas. En el libro tercero de bautismos de la parroquia de San Isidoro, encontramos la siguiente partida: (al margen: mençia):

 

En El d[ic]ho dia [20-08-1575] baptizo El s[eñ]or maestro a mençia hija de gonçalo fernandez y de su muger elvira garçia fueron los padrinos fran[cis]co diaz del puerto y y su muger ynes fernandez En fee de lo q[ua]l lo firme de mi nonbre [firma: El m[aestr]o puebla / luis garçia descalante].

 

Como sabemos, el padre de doña Cristobalina era Gonzalo Fernández Perdigón. ¿Es posible que sea el Gonzalo Fernández de esta partida de bautismo? A veces encontramos en los documentos personas del mismo nombre cohabitando en el mismo lugar; de ahí el interés, sobre todo en los varones que vuelcan su vida más al exterior, de usar un apodo o el segundo apellido para distinguirse. Quizá este fuera el caso del padre de Cristobalina, quien, como hombre público, usaría el Perdigón para diferenciarse de este otro Gonzalo Fernández. Como sabemos, Perdigón casa con Teresa Ortiz de Córdoba en 1587, fecha posterior a la que indica el documento donde aparece como mujer otra persona. También debo señalar que la madrina, «ynes fernandez», lo más probable es que fuera la hermana del tal Gonzalo Fernández, lo que echaría por tierra el identificarlo con el escribano, ya que sus hermanas usaban el apellido Ribera. A pesar de los datos en contra, esta nueva hipótesis podría haber sido también válida, pues estaríamos de nuevo dentro del periodo señalado por los investigadores para el nacimiento de nuestra poeta.

Hay, finalmente, otros dos datos de interés. En el documento de matrimonio de Agustín de los Ríos «con doña xpoualina (Cristobalina) de alarco[n] hija de Gonçalo f[e]r[nande]s perdigon natural y vez[ina] desta ciudad»[5], vemos que la poeta ostenta ya el título de doña. A no ser que se perteneciera a la nobleza o a la hidalguía, una mujer tan joven no solía ser denominada así, y menos una hija no legítima. El segundo dato es que Cristobalina Fernández aparece como hija de Perdigón; es decir, su padre la ha aceptado ya como hija natural, lo que refrendó en su testamento varios años después:

 

Iten declaro que mucho antes del casamiento con la d[ic]ha doña teresa ortis de cordoua mi muger yo hube por mi hija natural a doña xpoualina ferna[n]dez muger de Augustin de los rios vecino de la d[ic]ha ciudad e por tal la fui tuve e reconosci e yo la tengo e reconozco porque la ube entonces por quien pudiera casar conforme a lo dispuesto por la santa madre Yglesia rromana (AHMA, escribano Rodrigo Alonso de Mesa, Leg. 1287, f.896r).

 

Perdigón la aceptaría como hija para que pudiera casarse; lo más probable es que fuera a petición de sus hermanas, las Ribera (Rodríguez Marín 1907: 72).

 

 

HIPÓTESIS PARA LA IDENTIFICACIÓN

DE HIPÓLITA Y LUCIANA DE NARVÁEZ

 

Las otras dos mujeres antologadas en las Flores de poetas ilustres de Espinosa, doña Hipólita y doña Luciana de Narváez, no aparecen en el registro para las fechas que se supone vivieron en Antequera. Tal es así que Alonso Cortés, en sus Noticias de una corte literaria, las hacía naturales de Valladolid u otro lugar lejos de la ciudad de la Peña de los Enamorados (tomo el dato de Molina Huete 2003: 203). Fue Rodríguez Marín quien las emparentó como hermanas (1907: 69). Fuera cual fuera el origen de Hipólita, Molina Huete indica que «su adscripción al grupo antequerano-granadino, y su contribución a definirlo, resulta indiscutible», y «sus poemas engrosan las distintas series ideológicas en las que se ven inmersos (idealismo amoroso petrarquista, cierta naturaleza moral) y afirman a un tiempo un estilo que se presenta como constante a lo largo de la obra, el manierista» (2003: 212). Según Molina Huete, también doña Hipólita y doña Luciana de Narváez fueron influidas por el espíritu de la Cátedra de Gramática. Pero, ¿por qué no aparecen en el registro? ¿O es que no se llamaban así?

Las pocas mujeres asistentes a la Cátedra de Gramática pertenecían a las clases privilegiadas de la ciudad. Y lo más probable es pensar que entre los varones de esos grupos de privilegio, con un honor tan exacerbado, ver que sus mujeres presentaran sus poemas en público no fuera del todo agradable. Firmar los textos con seudónimo quizás fuese la solución. Pero entonces, ¿por qué doña Cristobalina sí firma con su nombre? Puede que ella tuviese más libertad en ese aspecto. Su primer marido era un comerciante, no un caballero; pertenecía a un estamento intermedio entre los privilegiados y las clases populares, y compuesto por «un colectivo, de funcionarios públicos —escribanos, procuradores, etc.—, las denominadas profesiones liberales —médicos, abogados, etc.—, comerciantes, maestros artesanos y mediano-pequeño propietarios» (Parejo Barranco 1987: 204). Además, no podemos olvidar que era malagueño: llegaba de fuera.

Quizás en Hipólita y Luciana veamos la necesidad de ocultamiento frente a la presión social de su grupo privilegiado. O tal vez el propio Espinosa las envuelve en una bruma, dando de paso prestigio a los poemas con el arrimo de uno de los apellidos más importantes de la ciudad, Narváez, que, al fin y a la postre, es la rama de la que descienden todos los privilegiados de Antequera. Así se explicaría el porqué de su sola inclusión en las Flores… de Espinosa y el olvido en las antologías de Calderón y de Toledo y Godoy.

Aunque presenten dos nombres reales, no hay constancia de la autoría de los poemas para esas mujeres en concreto, no hay un autógrafo que identifique los textos con sus verdaderas autoras. Si estamos ante seudónimos, cada una de estas poetas pudiera ser cualquier mujer con el dominio suficiente de la escritura como para componer aquellos poemas. El ámbito se reduce, pues el porcentaje de iletradas en la época era muy alto: cerca de un ochenta por ciento, frente al sesenta de los hombres (Viñao Frago 1999: 39-51). Por supuesto, las que reciben educación pertenecen siempre a la élite.

Voy a exponer mi hipótesis: 1603, la fecha en que Espinosa intenta publicar en la Corte su antología, que ya estaba preparada para la imprenta, es una fecha a tener en cuenta. Coincide con el año en que don Juan Ocón y Trillo es nombrado gobernador de Costa Rica (Moreau Cueto 2009: 65). La mejor forma de establecerse en Indias era acompañando a un gobernador. En este caso, varios familiares antequeranos marcharon con el séquito del hijo de doña Catalina de Trillo a tierras centroamericanas.

Uno de estos familiares era Leonor Chacón de Narváez y Zapata. Aun cuando figura como hija de Juan Chacón de Narváez y Rojas y de Beatriz Zapata en algunos documentos, en otros se indica que era hija natural de Pedro de Narváez y Chacón, nacido en Antequera, y de Isabel Ortega de Villavicencio. En realidad, se crió en casa de don Pedro Gómez de Oñate, como dice su partida de matrimonio, que testimonia que se casó en la parroquia de San Salvador de Antequera, el día 27 de noviembre de 1585, con el alguacil mayor Juan de Alarcón (Parroquia de San Salvador, libro único de matrimonios, f.41r). Este hombre murió de un infarto al corazón durante la travesía a Costa Rica. Cuando Leonor y sus hijos llegaron a Cartago (Costa Rica), ella casó de nuevo con el capitán Francisco Pavón. Leonor Chacón de Narváez otorgó testamento el 8 de agosto de 1633. Creo que esta Leonor es la Luciana de Narváez del texto de Espinosa. Al irse de Antequera, no aparecerá más ningún texto de ella.

Por el contrario, la otra candidata permaneció en la ciudad. Rodríguez Marín, al referirse a las supuestas «hermanas» Narváez, trae a colación una serie de datos sobre el parroquial antequerano, intentando hallar el que necesita a partir de los nombres de las autoras, ya que por el apellido no encuentra nada concluyente. Uno de estos datos siempre llamó mi atención: «Dª Polonia, hija de Diego Fernández Chacón y casada con Agustín de Morales en 11 de febrero de 1601» (Rodríguez Marín 1907: 70)[6]. El nacimiento en Antequera de las hijas de esta Polonia, o Apolonia, como a veces aparece reseñado (Tomasina, Apolonia y Catalina, apellidadas Chacón y Morales), nos indica que esta mujer permaneció en su ciudad. También pertenece al clan Chacón. Pero su relación con la señora que estudiamos anteriormente, Leonor Chacón, es de simple pariente lejana. Creo que esta señora es Hipólita de Narváez.

En contra de esta hipótesis se encuentra el argumento de que, si esta señora permaneció en Antequera, podía perfectamente haber aparecido algún poema más en las dos antologías posteriores que se fraguaron (la de Calderón y la de Toledo y Godoy), como sucede con doña Cristobalina. De Hipólita son cuatro los poemas antologados por Espinosa, más incluso que los presentados de Cristobalina, que fueron dos.

A favor de la hipótesis se halla el hecho de que Polonia, o Apolonia, se casó en 1601. Quizá este matrimonio, con otro miembro del estamento privilegiado, la retirase del arte de versificar; mejor dicho, la apartase de la publicación de esos versos, faceta que quedaría para la intimidad del hogar:

 

por ostentar su erudición, se hacía blanco de censuras, diatribas, mofas y sátiras. La razón principal de esta represalia masculina […] era que la mujer al hacer públicos sus escritos implícitamente buscaba la fama y la fama era el privilegio y la condición del hombre; la mujer que buscaba la fama pregonaba su deshonra y desvergüenza. Por el mero hecho de hacer públicos sus escritos, la mujer se hacía una mujer pública, y, por consiguiente, se exponía a toda inventiva que este tipo de mujer recibía (Olivares y Boyce 1993: 6-7).

 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

r. carvajal y robles (1627), Poema del asalto y conquista de Antequera, Lima, 1627, ed. F. López Estrada, Madrid, Real Academia Española, 1963.

a. domínguez ortiz (1987), «Los expósitos en la España Moderna: la obra de Antonio de Bilbao», Estudios de Historia económica y social de España, Granada, Universidad.

j. lara garrido (1997), Del Siglo de Oro (métodos y relecciones), Madrid, Universidad Europea-CEES.

b. molina huete (2003), La trama del ramillete. Construcción y sentido de las «Flores de poetas ilustres» de Pedro Espinosa, Sevilla, Fundación José Manuel Lara.

j. j. moreau cueto (2009), «Doña Catalina de Trillo: fin de una fama», AnMal Electrónica, 26, pp. 59-83.

j. olivares y e. s. boyle (1993), Tras el espejo la musa escribe, Madrid, Siglo XXI.

j. a. parejo barranco (1987), Historia de Antequera, Antequera, Caja de Ahorros.

f. rodríguez marín (1907), Pedro Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, ed. facs. B. Molina Huete, Málaga, Universidad, 2004.

f. rodríguez marín (1920), «Nuevos datos sobre Cristobalina Fernández de Alarcón», Boletín de la Real Academia Española, VII, pp. 368-423.

a. viñao frago (1999), «Alfabetización y primera letras, siglos XVI-XVII», en Escribir y leer en el siglo de Cervantes, ed. A Castillo, Barcelona, Gedisa, pp. 39-84.


 

NOTAS

[1] La temprana y lamentable desaparición de Juan Javier Moreau, alumno del Máster en Gestión del Patrimonio Lingüístico y Literario Español, del Departamento de Filología Española I y Filología Románica de la Universidad de Málaga, impidió que este artículo alcanzara su forma definitiva. Lo publicamos en el estado en que lo dejó, como homenaje a su autor y recuerdo de su truncada trayectoria investigadora.

[2] El fragmento dedicado a nuestra autora se encuentra en la estrofa 140 del Poema del asalto y conquista de Antequera: «Otra décima ninfa de Parnaso / Antequera dará, que al mundo eleue / en aquel siglo desde Oriente a Ocaso, / porque valdrá más sola que las nueue; / aserán sus versos confusión del Taso, / y del labio mejor que el Pindo beue, / para dar a sus claros Alarcones / doña Christoualina, más blasones».

[3] Ya vimos cómo la nieta mayor de doña Catalina de Trillo fue bautizada con ese nombre y, sin embargo, en la documentación estudiada siempre es nombrada como Isabel, el nombre de su madre (Moreau Cueto 2009: 64). Una de las hermanas más pequeñas de esta Isabel, de nuevo es cristianada con el nombre de María, y así se la denomina.

[4] Archivo Histórico Municipal de Antequera (AHMA), parroquia de San Sebastián, libro III de bautismos, f. 177v, 3ª anotación.

[5] Lo publicó Rodríguez Marín (1920): Se halla en AHMA, parroquia de Santa María, libro I de matrimonios, f. 105v, 1ª anotación.

[6] Este matrimonio, celebrado en la parroquia de Santa María, figura apuntado en el libro II de matrimonios, f. 66r.