El poeta y sus contemporáneos

en La vida conquistada de López Anglada

 

Philip Martin-Clark

(Philip.Martin-clark@flinders.edu.au)

flinders university of south australia

 

 

Resumen

Empleando la teoría de Carl Jung sobre el artista y la sociedad, se estudian las relaciones de exclusión y compensación entre los valores de la sociedad española de los años 50 y los que enuncia López Anglada en La vida conquistada. El análisis revela que el poeta tiene claras la situación en que se encuentran él y sus contemporáneos, la manera de salir de ella y la dificultad de articular valores marginados por la conciencia dominante de la época.

 

Abstract

I draw on Carl Jung’s analysis of the relation between the artist and society to study the relations of exclusion and compensation between the values of Spanish society in the 1950s and the values put forward by López Anglada in La vida conquistada. The poet has a clear vision of the situation in which he and his contemporaries find themselves but also of the way out of that situation and of the difficulty of articulating values that have been marginalized by the then dominant mindset.

 

Palabras clave

Luis López Anglada

Carl Jung
Sociedad española de los años 50 
Compensación y exclusión

Valores dominantes y marginados

 

 

 

 

 

 

 

 

Key words

Luis López Anglada

Carl Jung
1950s Spanish society
Compensation and exclusion
Dominant and marginalized values

 

 

 

 

 

 

AnMal Electrónica 29 (2010)

ISSN 1697-4239

 

 

Según Carl Jung, todas las épocas y todos los pueblos muestran tendencias y actitudes características que excluyen y suprimen aquellos contenidos psíquicos que son incompatibles con ellas. Por consiguiente, los pueblos y las épocas sufren los efectos del comportamiento unidimensional. Por definición, el comportamiento unidimensional no permite que se expresen otras facetas de la naturaleza humana, por lo que se crean necesidades inconscientes que no llegan a satisfacerse y que se compensan mediante reacciones que lo inconsciente colectivo lleva a cabo por medio del artista (Jung 2002: 74-75 y 91). En este artículo queremos estudiar los dos procesos —el de exclusión y el de compensación— en algunos poemas de La vida conquistada de Luis López Anglada (Ceuta, 1919-Madrid, 2007) que tratan temas de la generación de la guerra civil y de la sociedad española de la posguerra. Para ello, compararemos los valores y las características que López Anglada atribuye a su generación y a la sociedad española de comienzos de los años cincuenta con los que enuncia el poeta para descubrir hasta qué punto están reñidos los unos con los otros. De los siete poemas que el poeta ceutí dedica en La vida conquistada (1949-1951) a los temas sociales y generacionales —«Generación», «Madrigal», «Hombre nuevo», «En marcha», «Vamos a ver a este muerto», «Cambio libre» y «Hombre de negocios»[1]— todos, menos el último, figuran en la primera sección del libro. La importancia de los poemas que examinaremos no radica en la cantidad —son siete, de un total de 34—, sino en el papel que desempeñan dentro del libro: forman el contexto que nos permite entender adecuadamente los otros poemas de la colección y por esta razón nuestros temas ocupan casi la mitad de las páginas de la primera parte del poemario. Dado el relativo olvido crítico en que ha caído la obra de López Anglada, dedicaremos el mayor espacio posible a los propios poemas, dejando para otra ocasión el estudio de sus relaciones con su contexto social y literario.

Empezaremos nuestro estudio analizando el tercer poema del libro, «Generación», que el poeta dedica a Miguel Delibes y a Antonio Merino, quienes colaboraron con la revista de poesía Halcón y cuyo último número se publicó en 1949 (Paraíso 1990: 465-466), cuando López Anglada ya había empezado La vida conquistada, su sexto poemario, por el que fue galardonado con un accésit en el Premio Adonais de Poesía de 1951 (Diego 1993: 134). El poema es un diálogo entre dos interlocutores que representan distintos puntos de vista sobre la vida y el pasado, y pone de manifiesto la situación en que se encontraba la generación del poeta. Para facilitar el análisis del poema, me referiré al interlocutor A, quien tiene una respuesta pronta para todo, y al interlocutor B, quien no hace más que preguntar, soñar con el pasado y escuchar a los muertos de la guerra civil. A pesar del diálogo que sostienen, no hay comunicación en la relación: el interlocutor A se niega a contestar seria y sinceramente a dos preguntas del interlocutor B que han sido durante siglos misterios para la humanidad (las contesta en seis versos); rechaza la nostalgia de su compañero, y, finalmente, pisotea el intento balbuciente de éste para que se conceda a los muertos la importancia que tienen en esa generación. Con otras palabras, el interlocutor A intenta alejar de sí mismo preguntas fundamentales sobre la vida y también emociones y valores incómodos. El poema es, en este sentido, un claro ejemplo de cómo se excluyen determinados elementos psíquicos, como los llamaba Jung, de una sociedad o de una época como consecuencia de las limitaciones que se derivan de su visión consciente del mundo y de la vida.

Un análisis más pormenorizado del poema nos muestra que la primera pregunta que el interlocutor B le dirige a su compañero («— ¿Qué hacemos aquí?» [v. 3]) es, quizás, la pregunta de mayor importancia para los humanos, además de ser el primer intento por parte del interlocutor B para encontrar un sentido al hecho arbitrario de pertenecer a esa generación. La respuesta del interlocutor no se hace esperar, pero ocupa tan sólo tres versos. Según el interlocutor A, la vida de esa generación, que lleva inevitablemente a la muerte, oscila entre el temor y las «rosas», experiencias fugitivas de belleza y de amor (vv. 3-4). Después de que el personaje A ha despachado este misterio humano, el interlocutor B le plantea otro, preguntando qué harán en el más allá (vv. 6-7). A pesar de su aparente seguridad, el interlocutor A explica cómo los miembros de su generación se van a conocer en el cielo en vez de ofrecer una visión de la vida eterna (vv. 7-9). La evasiva confirma nuestra sospecha, que fue motivada por la brevedad de la primera respuesta, de que no quiere conectar sinceramente con su compañero de generación, sólo le interesa contestar a sus preguntas lo más pronto posible para luego olvidarse de ellas.

El rasgo más distintivo de la generación de los interlocutores es la época que les tocó vivir (vv. 8-9). Este rasgo les distinguirá mucho más que sus «obras», que pueden ser no muy distintas de las de otras generaciones. Para compensar la importancia exclusiva que el interlocutor A concede al presente, cuyos rasgos son tan poco edificantes, el personaje B empieza la tercera sección del poema con una exclamación nostálgica (v. 10) a la que sigue la descripción del tiempo que define a su generación:

 

(Aquel [tiempo] de la luna blanca

que ya se apagó, del verso

que olvidamos, del amor,

del tiempo de nuestro tiempo.) (vv. 11-14)

 

Dada la edad del poeta y la de los dos hombres a los que dedica el poema, lo más probable es que estos versos se refieran a la época anterior a la guerra civil. El hecho de que la luna blanca se haya apagado y de que el verso se haya olvidado demuestra que esa época ha sido destruida completamente, y se sobreentiende que la causa de esa destrucción haya sido la guerra. Los interlocutores tienen una reacción diferente ante este hecho, a pesar de que coinciden en que la guerra civil no definió a su generación, sino que cortó para siempre su conexión con el tiempo que la definía, es decir, con los años que la precedieron. (Esta coincidencia de opiniones la vemos en el verso 15 cuando el interlocutor A dice: «Sí.») Esas reacciones diferentes se nos revelan en los versos siguientes: en vez de detenerse a explorar con su compañero los campos de la nostalgia, el interlocutor A vuelve a centrar nuestra atención en el presente, en que la vida de esa generación no tiene ni sentido ni propósito y en que sus miembros están gastando inconscientemente la poca vida que tienen y que les «cobija» (vv. 16-20). La vida de los miembros de esa generación, aunque corta, es tranquila, porque pueden refugiarse en ella para protegerse de cualquier miedo o experiencia perturbadora y porque además pasa sin que se den cuenta realmente de lo que significan la brevedad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Es lógico que después de este retrato tan pesimista, el interlocutor B intente echar mano de algo que dé sentido a la vida, algo que la rescate del pesimismo de su compañero, y que lo busque fuera del presente apelando a «los muertos» (v. 21) que, probablemente, sean los de la guerra civil. Sin embargo, el carácter balbuciente de su afirmación —que se ve sobre todo en los puntos suspensivos— revela el dominio de los valores del interlocutor A y la debilidad de los intentos del interlocutor B para compensarlos. Por tanto, no es de extrañar que en la última estrofa del poema se describa a los muertos como seres totalmente irrelevantes, con lo que los valores del interlocutor A excluyen de manera enfática los de su compañero.

Cuando dijimos que los valores del interlocutor A excluyen los del personaje B, ¿a qué valores nos referíamos exactamente? Principalmente, a su pesimismo, es decir, a su visión de la vida humana como algo sin sentido y a la de los seres humanos como mendigos que se refugian detrás de una muralla para gastar sin darse cuenta su «limosna de vida» (vv. 17-20). Dicho de otro modo, para el interlocutor A los seres humanos son temerosos, dependen de otros para vivir, son incapaces en sentido figurado de ganarse su propio dinero y de gastarlo de modo consciente. A pesar de su pesimismo y sin negarle su parte de verdad, esta visión de la humanidad no deja de ser, en cierto sentido, una postura cómoda: si una muralla nos protege, nada puede afectarnos ni hacernos daño. Y si dependemos de otros para vivir, no podemos hacer nada para cambiar nuestra situación, aun cuando nos disguste profundamente. Por lo tanto, el pesimismo del interlocutor A le lleva a retratar a los miembros de su generación como si fueran pasivos e impotentes, como víctimas o como muertos. Los valores del interlocutor B contrastan con el pesimismo abrumador y la visión ordenada, estática y segura del mundo del interlocutor A. Aunque lo que contribuye al poema parezca muy poco —dos preguntas (vv. 3 y 6-7), cinco versos nostálgicos (vv. 10-14), y un murmullo inconcluso (v. 21)— es lo suficiente como para provocar las respuestas del compañero. Además, los valores que aporta al poema el interlocutor B son muy distintos de los de su compañero: para él, la vida humana es un misterio ante el que se siente perplejo; siente nostalgia de su juventud, y al final cree que los muertos tienen cierta importancia para el momento presente, aunque no puede expresar con fuerza lo que significa el hecho de no olvidarlos y de prestar atención a lo que puedan decirnos. Y quizás sea la debilidad la característica principal del interlocutor B, quien en este poema es incapaz de expresar de forma dinámica y directa sus propios valores para que compensen el punto de vista de su compañero.

En «Madrigal» encontramos por primera vez el tema de la relación entre el poeta y sus contemporáneos. En la primera parte del poema (vv. 1-18), los compatriotas del poeta no sólo están muy alejados de él sino que también se encuentran «sometidos» con una «muralla» muy fuerte (vv. 5-11), que puede ser la misma muralla detrás de la que se refugiaban de la vida en «Generación». Profundizando en esta descripción, el poeta explica que sus compañeros (y él con ellos) están solos y se encuentran en una situación en la que se ha roto la comunicación que ya no tiene ni transmite calor humano, y en la que la sinceridad y los sentimientos han dejado de servir (vv. 13-18). Es una situación de incomunicación y soledad que parece no tener ninguna posibilidad de cambio ni de esperanza. La situación en este poema es similar a la que vimos en «Generación»: tanto el interlocutor B de ese poema como el poeta de «Madrigal» intentan conectar con sus contemporáneos. En «Generación» esos intentos de comunicación fueron pisoteados por el interlocutor A, mientras que en este poema no le «basta[n]» al poeta (vv. 8, 12 y 13): no parece que el poeta y sus contemporáneos se puedan comunicar de manera apropiada y satisfactoria para el poeta. Mientras que en «Generación», la incomunicación era el resultado de las limitaciones de los valores dominantes de la época, en este poema se debe mucho más al desajuste entre las necesidades del poeta y la relación que trata de establecer con sus contemporáneos. El poeta no puede relacionarse satisfactoriamente con sus contemporáneos y no sólo por ser quien es, sino también por cómo se plantea ponerse en contacto con ellos: ni le satisface pertenecer al grupo (vv. 4-7) ni quiere animar a sus coetáneos a que rompan la «muralla» que les tiene «sometidos» (vv. 9-11). Le basta una forma indirecta de relacionarse con los demás que no consiste en dirigirse a sus contemporáneos sino en explorar y conocer a fondo su mundo personal, en este caso en hundir su alma en la relación con su esposa (vv. 19-26). Por tanto en este poema el poeta esboza cómo va a participar en la vida de la sociedad española de su época de un modo que a él le satisfaga a la vez que descubre algunos de los valores con los que va a compensar los de sus contemporáneos: una exploración sincera y consciente de la vida e identidad personal en la que el alma del poeta desempeñará un papel fundamental.

Parece a primera vista que el personaje que habla en el poema «Hombre nuevo» contradice la condición de naufragio humano, comunicativo y sentimental descrita en «Madrigal». Las exclamaciones de los versos 1, 5-7, 11-12, 22 y 25, y la fuerza, brevedad y seguridad con que el hombre nuevo se expresa, son el mejor reflejo del hecho de que en este poema se transmita de forma eficaz ese calor humano que tanto echaba en falta el autor de «Madrigal». Como ejemplo de fuerza y brevedad expresivas, citaremos los versos uno a siete que se componen de ocho enunciados, de los cuales tres no tienen verbo y uno consiste en un mandato, mientras que para la seguridad pueden servir de muestra los versos 17-21 y 26-28. Parece superada la soledad que el poeta y sus contemporáneos sufrían en «Madrigal»: el llamado hombre nuevo se dirige directa y enérgicamente a sus compatriotas que no son otra cosa que su público. Dos de las características más llamativas del hombre nuevo son el conocimiento del pasado cultural, específicamente de la poesía de Bécquer y de Juan Ramón Jiménez y el deseo de romper definitivamente con ese pasado o también podríamos decir con los muertos. Al querer romper con ese pasado rechaza el alma, «la casa vieja», la noche, la suciedad del mundo y los sentimientos (vv. 2-6), además de la naturaleza y la delicadeza (vv. 7-10), el amor (vv. 13-14) y el sueño (vv. 22-24). Sin embargo, y a pesar de rechazar tantas cosas, el hombre nuevo no propone nada que las sustituya: rechaza lo que es supuestamente viejo por la sola razón de que cree que es viejo. Lo que ofrece es la novedad por la novedad.

Al contrario de lo que podría esperarse, el poeta adopta una actitud más comprensiva que crítica hacia el hombre nuevo. En particular, aprovecha los paréntesis (vv. 15-16 y 31-32) para revelar que el hombre nuevo siente cierta nostalgia por el pasado, a pesar de su deseo de romper con él[2]. El propósito del poeta en estos versos no es atacar al hombre nuevo sino descubrir el conflicto que tiene: el vigor con que expresa su deseo de ruptura y de novedad no puede ocultar la tristeza que ese mismo deseo le provoca. Vemos esta misma debilidad ideológica en el desmoronamiento de las predicciones sobre el futuro. Inicialmente el hombre nuevo asegura que «[h]abrá un camino seguro» y «plantas / de nueva luz para el pie» y «alas / puestas en cualquier camino / para esperarme» (vv. 17, 20-21 y 26-28), pero las afirmaciones con que se refiere al futuro se hacen cada vez más cortas (vv. 28-30) para acabar convirtiéndose en una pregunta y duda en el verso final (v. 33). En conclusión, el poema ofrece una imagen muy clara de la exclusión de determinados valores o elementos psíquicos de una sociedad. En este caso, se rechaza todo lo que no sea nuevo y huela a viejo. Sin embargo, el poema muestra también que semejante rechazo indiscriminado es insostenible, y en ese sentido el texto trata de compensar la desolación a que conduce ese comportamiento. Para ello, el poeta cede la palabra a aquellos compatriotas que deseaban romper con el pasado para mostrar que su postura está condenada al fracaso.

El segundo poema que trata el tema generacional es «En marcha», título formado por las palabras con las que una voz anónima despertó a la generación del poeta y la lanzó a una vida inesperada y de actividad implícitamente militar, cuyos orígenes desconocía por completo (vv. 19-21)[3]. Esa ignorancia generacional se refleja no sólo en la descripción de la generación como dormida (vv. 1, 8, 11 y 21), sino también, en «Generación», en la inconsciencia de esa generación por el paso del tiempo y la brevedad de la vida humana. Por tanto, el poeta retrata, en «En marcha» y «Generación», a una promoción que no es consciente ni de su propio pasado inmediato ni del presente. Es lógico que una generación que no conoce sus propios orígenes, no sepa valorar adecuadamente ni el pasado ni a los muertos, y quiera rechazarlos indiscriminadamente como lo hacen el hombre nuevo y el interlocutor A de «Generación». Este rechazo del pasado, que implica la destrucción de cualquier posibilidad de compararlo con el presente, nos ayuda a entender que en «Generación», esa promoción no se dé cuenta de lo que significan el presente y el estar vivo y que en los dos poemas viva de manera irreflexiva o automática.

En «Vamos a ver a este muerto», la inconsciencia de la generación del poeta se traduce parcialmente en un refugiarse detrás del muro de ideas fijas. Al comienzo del poema, los contemporáneos del poeta se oponen a la sugerencia de éste de que vayan a ver al muerto, diciendo que «[d]a lo mismo, ¡mueren tantos!» (vv. 6-7). Para ellos, ni la vida ni la muerte es un misterio; de hecho la muerte es una experiencia tan común que, antes de ver cómo reaccionan al visitar al muerto, saben que no van a sacar nada por contemplarlo, del mismo modo que el interlocutor A de «Generación» dijo que todos los miembros de su generación tendrían «[u]n día / la misma muerte» (vv. 5-6). En realidad, sólo creen que lo saben y, por extensión, sólo creen que saben de antemano cuáles son las experiencias a las que hay que abrirse y cerrarse. Una vez superada la resistencia de sus contemporáneos, el poeta describe la visión que tenía el muerto de sí mismo (vv. 8-21) y que es compartida por el poeta y sus coetáneos (vv. 41-42). Según el poeta, la visión de la vida humana que domina la conciencia de la sociedad de aquel entonces consiste en la idea del muerto de que él «[n]o era el centro» (v. 14). Según el muerto, él y su vida no tenían nada de especial y no eran ni únicos ni importantes: igual que él, «otros […] se morían» en otras partes del país o del mundo y, tal vez —y esto sirve para subrayar su supuesta insignificancia— incluso en otros planetas (vv. 11-13). Al mismo tiempo, sus sentimientos eran pequeños, los mismos que los de otros seres humanos, y no eran dignos de atención (vv. 15-21). Este conglomerado de opiniones, que puede resumirse en la idea de que el individuo y su vida no valen nada, era para el muerto —y para el poeta y el resto de sus compatriotas— el equivalente a sentirse vivo (vv. 8-9).

Mientras que en «Generación» había una diferencia enorme entre los valores de los interlocutores, en este poema la diferencia entre el poeta y sus contemporáneos es menor ya que reconoce que se comporta del mismo modo que ellos y que comparte sus opiniones (abundan las referencias a un «nosotros» en la segunda mitad del poema; vv. 23-24 y 31-44). En este sentido, «Vamos a ver a este muerto» se parece más a «En marcha», donde el uso repetido de la primera persona del plural (vv. 1, 8, 11, 19 y 21) revela la proximidad espiritual del poeta a los demás miembros de su generación. A pesar de que la diferencia sea menor que en otros poemas, sí hay una diferencia entre el poeta y sus compatriotas en «Vamos a ver a este muerto»: es el poeta quien convence a sus coetáneos de que vayan a ver al muerto y es él quien se atreve a cuestionar los valores que dominan la conciencia de su época y a introducir otros valores, preguntando si el muerto —junto con él y sus coetáneos— no tendrían una opinión equivocada de la importancia relativa que tienen y si no serían el centro del mundo (vv. 25-30). Al cuestionar la visión dominante de la vida humana y del mundo, el poeta se imagina las consecuencias para él y para sus contemporáneos: el muerto volvería del más allá y les interrogaría sobre su vida (vv. 31-34), lo que el poeta aprueba porque sería una llamada de atención a lo poco que saben de:

 

[T]anta estancia vacía

que albergamos, tanto tiempo

roto en no mirar y en fórmulas.

[…]

[Y de] tanto como se hizo

para nosotros. (vv. 35-37 y 39-40)

 

La pregunta del muerto —«¿qué hacéis?» (v. 34)—, de la que tanto eco se hace el interlocutor B en el verso tres de «Generación», sería justificada para el poeta porque les obligaría a él y a sus coetáneos a reflexionar sobre las posibilidades ignoradas que albergan el alma, el tiempo y el pasado (vv. 35-40). Con otras palabras, el poeta y sus contemporáneos sabrían lo que están haciendo —la vida tendría sentido— si se conociesen mejor a sí mismos; si prestasen mayor atención al presente y si lo cuidasen de forma más espontánea; y si comprendieran mejor el legado vital heredado de generaciones anteriores. Si se cumplieran estas tres condiciones, cambiaría su visión de la vida humana, lo que compensaría la visión insignificante del ser humano y de la vida. Es el poeta quien vislumbra la importancia que pueden tener esas tres condiciones, lo que no significa —y esto nos lo dice con el uso repetido de «nosotros»— que él se encuentre en condiciones de realizar las posibilidades que encierran. El poeta ve que pueden ser muy importantes, pero nada más, al menos en este poema.

El último poema de la primera parte del libro que trata sobre la relación entre el poeta y la sociedad se llama «Cambio libre» y López Anglada se lo dedica a Gerardo Diego. El poema describe a un grupo de vendedores que llegan a una ciudad por la noche y que se dispersan por ella para vender sus productos a sus habitantes y, entre ellos, al poeta. En este poema, la sociedad está dividida en dos bandos, en vendedores y compradores, y la relación entre ellos es puramente comercial, a pesar de que los compradores no paguen con dinero sino con «lo que duele» (v. 46). La mayor parte del poema se dedica a la descripción de los vendedores (vv. 1-12 y 17-21) y de la reacción del poeta ante las preguntas que éstos le hacen (vv. 22-48). Los vendedores forman una ruidosa y brillante oleada humana (vv. 1-5) que vende de todo: gasolina, carbón, oro, el amor y la «noche azul de los trenes» (vv. 7-12). Los vendedores le resultan físicamente repugnantes al poeta: cuando uno de ellos fija la mirada en él, se le distorsionan la cara y las manos de forma grotesca (vv. 17-21). La última característica de los vendedores —aparte de su insistencia— es el no entender los valores del poeta y, específicamente, el valor de los sueños (vv. 47-48).

Tanto en este poema como en «Vamos a ver a este muerto», la distancia que separa al poeta de sus contemporáneos se refleja en la diferencia de actitud: en «Vamos a ver a este muerto», el poeta supera la indiferencia de sus compañeros y pone en tela de juicio la visión compartida sobre ellos mismos, mientras que, en «Cambio libre», el poeta no responde automáticamente a la pregunta que le hacen los vendedores (v. 23) sino que sopesa bien la respuesta. Aunque parezca que la distancia entre el poeta y sus compatriotas compradores no podía ser mayor —él ofrece una pregunta que los vendedores no comprenden (vv. 47-48), mientras que éstos ofrecen «manos, sangre, / vida caliente, / hambre y espaldas desnudas» (vv. 13-15)—, no debiéramos dejarnos engañar por las apariencias. La reacción del poeta a la pregunta de los vendedores tiene cuatro fases. En la primera fase, al contemplar su alma el poeta ve «[a]guas de mar, playas verdes [,] / […] tardes con luz, / viento etc.», abundancia de versos y a sus hijos (vv. 24-29). En la segunda fase, ve la soledad que le traerá su deseo de ser «simple» y «puro» para así crear espontáneamente poemas que, aunque llenos de amor, son «inútiles» (vv. 30-34). Hasta aquí hay una clara diferencia entre la reacción material e instintiva de sus compatriotas y la reacción reflexiva y espiritual del poeta. Sin embargo, cierta proximidad se percibe ya, aunque oscuramente, en la segunda fase, donde una de las cosas que puede ofrecer el poeta son sus «versos […] / calientes / de amor» (vv. 32-34) del mismo modo que la «vida» que sus contemporáneos les dan a los vendedores está «caliente» (v. 14).

La tercera fase muestra con mayor claridad la semejanza del poeta con sus contemporáneos. Los deseos que el poeta experimenta en esta fase son deseos que algunos —incluso, él mismo— considerarían negativos y que son la cara opuesta de los que sintió en la segunda fase. En la tercera fase, vemos a plena luz el fuerte atractivo que ejerce el oro sobre los ojos, las manos y hasta el alma del poeta (vv. 35-43). El oro le resulta tan atractivo que desea tomar medidas drásticas para combatir su influjo: «cegar» sus ojos y «arrancar[se]» las manos y el alma (vv. 36-37 y 39-42). En lo que se refiere a su reacción instintiva así como a una parte de su reacción espiritual, el poeta se nos muestra idéntico a sus contemporáneos. Reconoce que comparte con ellos las mismas necesidades materiales y espirituales. Sin embargo, la diferencia del poeta radica en la libertad con la que trata a los vendedores y en el hecho de que se resista a la tentación del oro. Esa libertad que posee le permite responder a las preguntas de los vendedores con otra pregunta («¿Qué vale soñar?», v. 47), con la que finalmente descubre lo que desea ofrecer al mundo: los sueños. La diferencia entre el poeta y sus compatriotas se basa fundamentalmente en que el escritor sabe introducir un intervalo entre el mundo (la pregunta que le hacen) y su reacción (su respuesta) durante el cual contempla todas las estancias del alma y ve surgir la respuesta que le basta y con la que espera compensar el materialismo y el automatismo de sus contemporáneos. El que los vendedores no comprendan su pregunta y que la respuesta sea tan distinta de la de sus compatriotas son signos de la exclusión de los valores del poeta y de su incompatibilidad con los de la mayoría de sus contemporáneos. La atracción que ejercen los valores materiales en la sociedad española de la época se refleja no sólo en la insistencia de las preguntas de los vendedores sino también en la rapidez con que contestan los compatriotas del poeta y en parte de la reacción del poeta. La respuesta final del poeta es breve —ocupa un solo verso— y es un ejemplo de la aparente debilidad de los valores que ofrece el poeta para contrarrestar los valores dominantes de la época. Sin embargo, la respuesta del poeta es también fruto de un largo proceso de introspección del que no se ha excluido ninguno de sus deseos, ni siquiera los que le duelen por no coincidir con la visión de sí mismo que le gustaría tener. Aunque el futuro inmediato para los sueños no parezca prometedor —los vendedores no los comprenden—, la respuesta del autor se basa en un proceso largo y sincero, lo que sugiere que sobrevivirá y que el poeta sabrá mantenerla viva aun a través de circunstancias tan poco propicias como las que se describen en el poema.

En «Hombre de negocios», López Anglada vuelve a retratar a sus contemporáneos en términos comerciales. Los valores del poeta, que contempla la vida, están en conflicto con los del hombre de negocios del título, que representa a «los que duermen» (v. 18) y que tiene un estrecho parentesco con los miembros de la generación del poeta en «En marcha», quienes «dormía[n]» cuando llegó la orden de despertarse (vv. 11-12 y 21-22). Igual que en «Cambio libre», pero a diferencia de lo que pasaba en «Generación» y en «Vamos a ver a este muerto», el conflicto de valores en este poema es explícitamente un conflicto entre los valores que encarna la poesía y los de una sociedad que se muestra impasible ante cualquier manifestación de la vida que no pueda verse en términos comerciales. Igual que en los demás poemas que hemos examinado, la lucha entre la poesía y la sociedad en «Hombre de negocios» no es una lucha entre iguales: el poema describe una situación en que los valores o elementos psíquicos que dominan la conciencia de la sociedad han derrotado o excluido casi por completo los valores de la poesía, con la consecuencia de que éstos «se están muriendo, sin remedio posible» (v. 25).

El hombre de negocios representa principalmente la inconsciencia y el desinterés total por la vida y el mundo que se reflejan en el hecho de que está tan profundamente dormido que ni siquiera los gritos del poeta pueden despertarlo. Además, es el hermano espiritual del llamado hombre nuevo, quien rechazó la noche («Hombre nuevo», v. 4) del mismo modo que en este poema el poeta trata sin éxito de despertar al negociante para que vea la puesta del sol y la noche (vv. 1-9 y 13-17). El corazón humano ya no puede volar en el mundo que habita el hombre de negocios porque, en vez de pájaros, hay «números negros» que han hecho nido «[b]ajo su corazón» (vv. 10-11). De hecho, hacia el final del poema, el «nido / de números oscuros» cobra vida propia no para volar sino para «recorre[r] [la] carne» del negociante como un insecto grotesco (vv. 34-35). El mundo del hombre de negocios está lleno de «limpias tuberías» que «marcan tantos por ciento» (vv. 11-12) y es un mundo donde el valor supremo es la utilidad o el rendimiento de las cosas y donde todo está organizado para medirlo con la mayor precisión posible. Este utilitarismo domina la conciencia del hombre de negocios hasta tal extremo que, al final del poema, se convierte en un monstruo que amenaza con devorarle (v. 36)[4]. Y finalmente, su mundo es un lugar donde un potencial o futuro ha quedado sin realizarse, donde unos materiales de construcción que estaban listos para ser transportados a otro sitio han sido abandonados en «los andenes» (vv. 12-13). Esta referencia a los ferrocarriles nos recuerda la mención de la «noche azul de los trenes» en «Cambio libre» (v. 10) y es otra prueba del parentesco entre los negociantes de los dos poemas.

El poeta resume la reacción del negociante ante su vida refiriéndose a un millonario que llora «con el pecho clavado por puñales de hastío» («Hombre de negocios», vv. 21-22). El hombre de negocios se aburre horriblemente y sufre: para él —pero sin que se dé cuenta de ello (no se despierta en todo el poema)— la vida no tiene sentido y ese vacío le provoca sentimientos —de rabia, frustración y decepción, impotencia, desesperación y tristeza— que dirige contra sí mismo y que le duelen profundamente. Su vida es una cárcel de cantidades y medidas exactas donde sólo se valoran las cosas en función de su rendimiento y no por su propio valor y de la que es imposible escapar: sus sentimientos no pueden llevarlo a otra parte porque su corazón no tiene alas y ha quedado sin realizarse el futuro que parecía tener. Este corazón humano al que le han cortado las alas nos recuerda no sólo la muy poca importancia que tenían supuestamente los sentimientos del muerto en «Vamos a ver a este muerto» (vv. 15-21), sino también el «ya no quiero […] / alas» del protagonista de «Hombre nuevo» (vv. 9-10).

Pasemos ahora a estudiar cómo ve el poeta la existencia humana y los valores de compensación que encarna. En primer lugar, el poeta trata de dirigir la atención del hombre de negocios hacia una puesta de sol (vv. 2-8). Más tarde le anima a despertarse para mirar «la vida», vida que reparte en seguida entre cuatro símbolos: los «versos» que «como estrellas / cantan»; las «campanas / de amor» que «cantan» también; los «chorros de luna» que se ven «en las eras», y los «peces de trigo» (vv. 13-17). Además, en los versos 26-33 hallamos una larga lista de personajes, experiencias y cosas que se encuentran en un estado cada vez más débil y entre los que destacan las «horas de la luna», los «huertos de Fray Luis» y las «esquilas de pluma de Góngora» (vv. 26-27). Las «horas de la luna» se refieren no sólo a la puesta de sol con que empieza el poema, sino también a los «chorros» de luz que iluminan los «peces de trigo» en las «eras» (vv. 15-16) y a las «noches de seda y blanca luna» cuando «la carne […] se hizo / con tanto amor» (vv. 19-20). Por tanto, las «horas de la luna» son horas cuando se contemplan la belleza de la naturaleza y los frutos del trabajo humano, de la agricultura, además del amor. El tema de la agricultura lo vemos de nuevo en la referencia a los «huertos de Fray Luis» (v. 26). Como es bien sabido, el huerto de La Flecha de fray Luis de León no sólo es el fruto de sus labores, sino también un lugar de contemplación al que desea retirarse para llevar una vida de mayor pureza espiritual[5].

El tema agrícola aparece también en la mención que hace el poeta de las «esquilas de pluma de Góngora» (v. 27), no tanto por el significado del sustantivo «esquila» como porque el verso gongorino —«esquilas dulces de sonora pluma»— describe lo primero que oyó el peregrino al despertarse entre los pastores en la Soledad I, v. 117 (Góngora 1961: 638). Además de proporcionarle figurativamente al negociante las alas que necesita para que su corazón vuele y trascienda los límites del mundo, las «esquilas de pluma» gongorinas son un ejemplo de belleza y delicadeza expresivas. Por otra parte, el poeta y los suyos mantienen una relación con la naturaleza que en nada se asemeja a la del hombre de negocios: mientras que el poeta contempla y embellece la naturaleza, el negociante no le presta atención y la «mata» con su «sello» (vv. 37-38).

Como ya hemos mencionado anteriormente, el claro contraste que existe en este poema entre los valores del negociante y los del poeta no se traduce en una lucha entre iguales. Es evidente la supremacía de los valores comerciales cuando el poeta pide a sus coetáneos que le digan si todavía vale la pena seguir siendo poeta (vv. 18 y 39). El poeta espera el juicio de sus contemporáneos y dice que está dispuesto a romper sus poemas si así se lo recomiendan (v. 40). Esto nos lleva a la conclusión de que el poeta se siente tan débil en este poema que ya no puede decidir por su cuenta lo que va a hacer, que sus valores están a punto de extinguirse y que su futuro —y el de sus valores— ya no depende de él sino de otros, en los que no cree que pueda influir.

Todos los poemas que hemos examinado, excepto «En marcha», describen situaciones donde los valores dominantes de la época están en conflicto con otros marginados. Sin embargo, no describen una situación idéntica. En «Generación», los valores del interlocutor A ocupan la mayor parte del poema y éste termina excluyendo la aportación  del personaje B que podría compensarlos. Al contrario de lo que pasaba en «Generación», el poeta en «Hombre de negocios» propugna enérgicamente sus valores para intentar contrarrestar la inconsciencia e indiferencia del negociante. A pesar de que los valores del poeta ocupan mucho más espacio en este poema que en el otro, también corren el peligro de extinguirse o de ser excluidos definitivamente, igual que en «Generación». En «Hombre nuevo» parece que cualquier valor marginado ha sido excluido definitivamente de la identidad del protagonista y, en este sentido, el poema es un buen ejemplo de la exclusión de valores incompatibles. Al mismo tiempo, el poema compensa indirectamente los valores dominantes —principalmente en este caso, la novedad por la novedad— y muestra que cualquier proyecto cultural que rechace ciegamente lo que es supuestamente viejo acabará fracasando. Por otra parte, en «Vamos a ver a este muerto» y «Cambio libre» el poeta expresa, de forma más directa, los valores que le sirven de compensación. Aunque en estos dos poemas los valores dominantes de la época pesan mucho sobre el poeta y sus contemporáneos, el poeta dedica la mitad de ellos a crear una postura alternativa que sirva para contrarrestar la fuerza de los valores dominantes. Para contrarrestar esos valores, el poeta los pone en tela de juicio, intenta imaginar lo que ocurriría si no dominaran la época y busca en su propia alma un valor auténtico y duradero para ofrecerlo al mundo. Junto con estos poemas, «Madrigal» revela la importancia que tiene el alma del poeta para compensar los valores dominantes. Igual que en los otros dos poemas, en «Madrigal», López Anglada funda en el alma propia el oficio de poeta y, por extensión, el papel del poeta en la sociedad española de la época. En todos los poemas que hemos tratado en este artículo vemos que el poeta tiene una visión muy clara no sólo de la situación en la que se encuentran él y sus contemporáneos sino también de la manera de salir de ella y de la dificultad que supone articular valores que han sido marginados pero que pueden compensarle frente a los que dominaban la conciencia de la época[6].

 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

g. a. bécquer (1964), Rimas, Salamanca, Anaya.

g. diego (1993), «La vida conquistada», en G. Diego, Gerardo Diego y Adonais, Madrid, Rialp.

l. de góngora y argote (1961), Obras completas, Madrid, Aguilar.

j. r. jiménez (1970), Tercera antolojía poética (1898-1953), Madrid, Biblioteca Nueva.

c. jung (2002), Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia, Madrid, Trotta.

l. de león (1984), Poesías, Barcelona, Planeta.

l. lópez anglada (1952), La vida conquistada, Madrid, Rialp.

l. lópez anglada (1983), Oficio militar, Madrid, Servicio de Publicaciones del E[stado] M[ayor del] E[jército].

i. paraíso (1990), La literatura en Valladolid en el siglo XX (1939-1989), Valladolid, Ateneo.

 

 

NOTAS

 

 

[1] López Anglada (1952: 13-14, 17-18, 21-22, 23-24, 25-27, 32-34 y 42-44).

[2] En los versos 15-16, el protagonista cita el primer verso del poema «Con lilas llenas de agua», de Juan Ramón Jiménez (1970: 193-194), y en los versos 31-32, el primero de la rima LIII de Bécquer (1964: 72-73).

[3] Comprenderemos mejor el poema si tenemos en cuenta que López Anglada publicó otro con el título de «Generación de guerra» en el libro Oficio militar. En la primera estrofa de dicho poema (vv. 1-4) leemos: «Nadie nos avisó; nuestros mayores / nos dijeron: — ¡En marcha! Nos pusieron / frente a frente. Los muertos los cubrieron / a ambos lados con lágrimas y flores» (López Anglada 1983: 87).

[4] El que «el tanto por ciento» se describa como un «dragón de estrellas» (v. 36) quizás sea un ejemplo de la perversión de un valor a que lleva la indiferencia: las estrellas que los «[h]ombres blancos / sacan del corazón» al comienzo del poema (vv. 6-7) acaban convirtiéndose en un monstruo porque el hombre de negocios no les presta atención. La inevitabilidad de la noche se revela en el hecho de que la noche fue precisamente lo que el hombre de negocios se negó a mirar al principio del poema. El poeta parece querer decir que, tarde o temprano, el hombre de negocios tendrá que enfrentarse con la noche y que cuanto más aplaza ese encuentro tanto más terrorífico será el aspecto que adopta la noche.

[5] En «Vida retirada», fray Luis escribe que «[d]el monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto» (vv. 41-42) y que «[v]ivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo» (vv. 36-37; véase también los versos 83-85 del mismo poema) (León 1984: 9-12).

[6] Quisiera agradecer a Magdalena Rowan y a Itziar Urbieta su ayuda con la revisión del presente artículo.