COMENTARIO SINTÁCTICO DE UN TEXTO ORAL, Pedro Carbonero Cano, Universidad de Sevilla (Publicado en Comentario lingüístico de textos, Anejo VIII de Analecta Malacitana, 1997, págs. 211-221)

      

    Acometer el comentario sintáctico de un texto oral presupone la idea de que las diferencias entre la manifestación oral y la escrita de la lengua no quedan restringidas al plano del significante, es decir, al hecho de que los mensajes orales contienen signos fónicos, los cuales en la escritura son sustituidos, de manera aproximada, por signos gráficos. Más allá de esa distinción palpable, hemos de reconocer que normalmente el discurso oral y el discurso escrito se producen en situaciones comunicativas diferentes, como analizaremos más adelante. Y ello tiene unas claras repercusiones en la elección que el emisor del mensaje haga, tanto del léxico, como de las construcciones sintácticas. Las diferencias, pues, entre lo oral y lo escrito afectan a todos los ámbitos de la estructura de la lengua. No obstante, establecido este presupuesto básico, habrá que hacer algunas precisiones:

    1. Cualquiera que sea la forma de manifestarse los mensajes con una lengua dada, ya sea por el canal bucal-auditivo, ya sea por medio de la expresión gráfica, el código de unidades y reglas es el mismo. Cuando distinguimos, para el análisis, lo oral y lo escrito, sólo estaremos ante diferentes modos de realización discursiva del mismo sistema de lengua [1].

    2. Si bien a partir de un mismo sistema lingüístico es posible producir mensajes orales y escritos, con sus peculiaridades propias y diferenciadas, ni el uno ni el otro, cada uno por su lado, constituyen realidades homogéneas. Así como en lo escrito podemos reconocer diferentes formas o grados de elaboración (desde un poema hasta una carta familiar, pasando por los varios géneros literarios o los usos periodísticos, científicos, jurídicos, etc. de la lengua), tampoco los textos orales son todos del mismo tipo, y no es igual el uso de la lengua que se hace en un diálogo informal espontáneo, en un debate organizado, en una entrevista o en una exposición oral pública previamente elaborada y preparada.

    Ahora bien, no cabe duda de que, exceptuando casos extremos en que un texto oral está muy elaborado con antelación a su emisión o que un texto escrito pretenda reflejar la oralidad, como ocurre en cierto tipo de literatura, normalmente el mensaje escrito tiene mayor grado de elaboración, porque el acto de escribir suele ser previo a su lectura por cualquier receptor y eso permite al emisor reflexionar, corregir, suprimir, añadir, etc. cuanto le parezca oportuno, mientras que la emisión oral suele ser simultánea a su recepción (salvo en algunas circunstancias más o menos artificiales de las formas de comunicación actual, tales como los mensajes grabados) y, en consecuencia, lo dicho oralmente difícilmente puede ser corregido «sin que se note» y las autocorrecciones del emisor, aunque son posibles e incluso normales, son captadas por el destinatario.

    Todo ello produce una serie de peculiaridades lingüísticas que se manifiesta en las diversas facetas del hablar y, por tanto, ciñéndonos al objetivo de lo que va a ser nuestro comentario, en unas construcciones sintácticas características, por lo específico o por lo habitual de las mismas.

    Para mostrarlo de manera concreta e ilustrativa, vamos a proceder directamente a comentar un fragmento tomado de una conversación oral. He aquí el texto:

 

 

 

5

 

 

10

 

 

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45

 

 

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I: Puedo contar muchas anécdotas de este barrio, del barrio antiguo, pero, vamos, sirva de cosa, ¿no?, sirva de ejemplo, lo que le hicieron a un bar- bero que había en el Porvenir. Al barbero... Total, que allí se juntaba una plebe, yo no quiero nombrar a nadie, allí se juntaba una plebe los cuales eran... En casa Severo, que todavía existe, que hoy, vamos, era Severo, que ya el pobrecito ha muerto, era casa Palacio. Total, que allí se juntaban y me emborrachan a mi amigo el barbero y uno se acuerda que tenía una armadura de armado de la Macarena. Le montan, le ponen la armadura con la tajá, con pérdida del conocimiento que tuvo el pobre hombre y todo, de la tajá que cogió.

E: ¿Una armadura de qué?

I: Una armadura de armado de la Macarena. Es decir, uno que salió de armado de la Macarena, por tradición de los padres y demás, ¿te enteras? Y me lo visten al pobrecito, con pérdida de conocimiento, lo meten en un coche y se lo llevan al aeropuerto de San Pablo y le sacan un billete de avión nada más que para Barcelona. Hablan con la azafata, la azafata con... con el estado en que iba ese hombre. Nada, nada, nosotros lo metemos en el avión, usted no se preocupe. Me lo meten en el avión y había que escuchar a ese hombre cuando llega a Barcelona, cuando se le quitó la tajá en medio del vuelo, sin conocer a nadie en Barcelona. Lo menos que decía era de hijo de la gran puta para adelante. Había que escuchar a este hombre cuando llegó a Sevilla, que se quería cargar a la mitad, pero, vamos... Claro, había que entender que estas personas, claro, estas gentes eran... tenían poder adquisitivo y se podían gastar perfectamente en esas cosas, pues... pues gastarse dos o tres mil pesetas que costaba en aquella época mandar a un tío a Barcelona, ¿no? Pero, vamos, lo mandaron. De estas historias, que siempre se cuentan y se hacen... Y, claro, han llegado a gracia porque en Sevilla hay bastantes tradiciones. Una de ellas es... Un tío que tenía mucha gracia era el Marqués de Pitman que, por cierto, tiene un cuadro con dos amigos, él, de San Fernando, uno de San Leandro y el otro de San Isidoro, cuadro pintado, además, por un pintor famoso. Creo que es Romero Rosendi. No sé, uno de ellos, a plan de cachondeo. Esta gente también hicieron... Porque, claro, históricamente en Sevilla se han contado muchas cosas de éstas, porque lo que dice Paco Gandía, muchas cosas lleva razón, son cosas sacadas de los patios antiguos de Sevilla, de la calle Santiago y... , son cosas antiguas de Sevilla y cosas de gracia verdaderamente, porque aquí ha habido mucha gracia. Total, que allí me apunté... La segunda graciosa que tuvo, de verdad, de verdad, fue una vez que yo iba vestido de nazareno en el Porvenir. Iba detrás, iba de peni- tente. Total, que había un grupo de catalanes en la calle Sierpes. La calle Sierpes, como es estrecha, tienen que levantar los... cuando pasan los pasos.

E: Ya no pasan por allí, ¿no?

I: Sí, por la calle Sierpes hoy pasan los pasos, ¡coño!, La Campana, la catedral... Total, que los catalanes estaban en primera fila y tenían una caja de por lo menos dos o tres docenas de pasteles, una caja de La Campana, buena. Yo me di cuenta porque yo iba detrás, vamos. Y, claro, pasa el paso, con respeto todo el mundo se levantan y salen dos manos del paso y meten la caja para adentro. De verdad, cómo se fueron esos catalanes de Sevilla no te quiero ni acordar, tío, los dejaron sin un pastel, vamos. No es que le cogieran uno sino que es que le cogieron toda la caja, por la cara. Eso son anécdotas de Sevilla y demás. Yo, verdaderamente, no sé de qué hablar, ¿no? Podemos hablar de Sevilla y de sus monumentos porque, claro, ya... Podemos hablar de los monumentos, de cosas de Sevilla que nadie las conoce, que es muy difícil.

    Este texto se ha extraído de una entrevista que forma parte de las encuestas del habla urbana de Sevilla, que fueron realizadas por el Grupo de Investigación que lleva a cabo el estudio sociolingüístico del habla de la ciudad, y posteriormente fueron transcritas y publicadas. Aunque evidentemente aquí se presenta como un texto escrito, se trata de una transcripción literal —no fonética, sino en ortografía estándar— de una conversación oral. La encuesta corresponde a un informante de nivel medio que, como se observa, narra algunas anécdotas de la ciudad y de su barrio [2].

    Desde el primer momento notamos que el texto está dotado de evidentes rasgos de oralidad, tanto en el uso del léxico como en las construcciones sintácticas y discursivas. En el léxico no nos vamos a detener, pero cabe observar fácilmente la presencia de palabras y expresiones coloquiales como la tajá (líns. 9, 10, 20), una plebe (lín. 4), tío (líns. 26, 29, 49), cachondeo (lín. 32), por la cara (líns. 50, 51), etc. Tampoco falta algún «taco» como ¡coño! (lín. 43) o alguna muestra de léxico específico sevillano, como es la expresión armado de la Macarena (lín. 12), refiriéndose a un tipo de soldado romano perteneciente a la «centuria» que desfila en la conocida procesión de la Semana Santa. Asimismo es propio del lenguaje espontáneo el empleo de un léxico difuminado, como ocurre con la frecuente aparición de la palabra cosa(s) (líns. 34, 35, 36...), que es sémicamente bastante vacía y que se llena de sentido sólo en el contexto discursivo.

    Pero pasemos al análisis de los aspectos sintácticos, que son el objeto específico de nuestro comentario. Con sólo ponernos a mirar, línea por línea, la construcción sintagmática del texto, van saltando a la vista diferentes usos que podemos reconocer como propios o característicos del lenguaje hablado, pues nuestra propia conciencia de usuarios de la lengua nos invita a pensar que, de tener que poner esas mismas ideas por escrito, el emisor del mensaje lo habría construido de otra manera. Como cabe esperar, muchas de las características que vamos a encontrar coinciden con las que aparecen ya recogidas en trabajos generales o específicos que prestan atención a la morfosintaxis oral [3]. Más que hacer un recorrido lineal por cada fenómeno o construcción que encontremos dignos de mención, intentaremos agrupar toda la variedad posible de usos, que puedan ser representativos de cierta «oralidad sintáctica», en torno a unos tipos básicos, que seguramente obedecerán a las circunstancias en que se desarrolla el acto comunicativo. Para ello proponemos el siguiente esquema:

 Falta de elaboración previa:

                      Fenómenos de construcción discursiva

     Fenómenos de uso gramatical

 Presencia del yo-hablante:

                  Conexiones enunciación-enunciado

                                                                         La afectividad

     La idea de la que partimos es que la mayor parte de los rasgos significativos de la oralidad obedecen a dos circunstancias comunicativas fundamentales:

    1. Una de ellas es, como antes hemos apuntado, la habitual falta de elaboración previa de los mensajes orales espontáneos, por la simultaneidad entre el pensar y el decir, lo cual genera una construcción sintáctica improvisada. A ello se une que la presencia física del oyente, cuya intervención es imprevisible, puede inducir a modificar inopinadamente la concreta secuenciación de unidades para expresar las ideas que van surgiendo en la mente del hablante. Este factor propio de la situación comunicativa oral origina una variedad de rasgos sintácticos, que vamos a presentar organizados en dos tipos: fenómenos de construcción discursiva y fenómenos de uso gramatical.

    1.1. Entre los fenómenos de construcción discursiva, en nuestro texto podemos señalar los siguientes:

    — INTERRUPCIONES DEL DISCURSO, ya sea porque el hablante no encuentra la construcción apropiada, ya sea porque pasa a expresar otra idea sin haber terminado sintácticamente con la anterior. Ejemplos: 

Al barbero... (lín. 3).

[...] son cosas sacadas de los patios antiguos de Sevilla, de la calle Santiago y... (líns. 35, 36).

Podemos hablar de Sevilla y de sus monumentos porque, claro, ya... (líns. 52, 53).

    —REDUNDANCIAS LÉXICAS Y DE CONSTRUCCIÓN que desde luego no denotan un estilo cuidadoso y sirven al hablante para reforzar la conexión de sus ideas o la propia convicción con que pretende expresarse: 

Hablan con la azafata, la azafata (lín. 16).

Nada, nada, nosotros lo metemos (lín. 17).

    — REPETICIONES DE SEGMENTOS DE DISCURSO CON VARIANTES EXPLICATIVAS, donde la segunda parte de la secuencia —manteniendo normalmente la misma estructura que la primera— aclara mejor la idea: 

[...] de este barrio, del barrio antiguo (lín. 1).

[...] sirva de cosa, ¿no?, sirva de ejemplo (lín.2).

Le montan, le ponen (lín. 8).

Iba detrás, iba de penitente (líns. 39, 40).

    Este último ejemplo se interpreta claramente en el contexto cofradiero sevillano, en el que se llaman penitentes específicamente a los que van detrás de los pasos con la cruz al hombro.

     — AUTOCORRECCIONES [4], en las que se interrumpe la construcción, para cambiar alguna unidad léxica que permita continuar el mensaje de manera más adecuada: 

[...] estas gentes eran... tenían poder adquisitivo (líns. 23, 24).

    — ANACOLUTOS, donde se hace difícil establecer el tipo de conexión sintáctica que contraen entre sí los componentes de la secuencia, aunque ello no impide que la sucesión de ideas expresadas tenga pleno valor comunicativo para el oyente: 

La calle Sierpes, como es estrecha, tienen que levantar los... cuando pasan los pasos (líns. 40, 41).

[...] lo que dice Paco Gandía, muchas cosas lleva razón (líns. 34, 35).

    Si en este ejemplo tuviéramos que reconstruir el enunciado, buscando la ilación en su estructura sintáctica, el resultado sería una oración como la siguiente: «Paco Gandía lleva razón en muchas de las cosas que dice».

    — INTERFERENCIAS, como en: 

[...] no te quiero ni acordar (lín. 49)

donde probablemente se ha producido para el hablante un cruce entre dos construcciones, las cuales funcionan como clichés que suelen estar memorizados y los usuarios de la lengua suelen reproducir con valores expresivos de carácter enfático: «no te quiero ni contar» y «no me quiero ni acordar».

    — Presencia habitual de MULETILLAS, que sirven de apoyo discursivo al hablante y refuerzan la función fática o de contacto con el oyente. Las más usuales en nuestro texto son: 

vamos (líns. 2, 5, 23, 26, 49...): indica un control del hablante ante lo dicho; cuando va al principio de la comunicación o intercalado sirve para corregir o precisar lo que se quiere decir y, si se manifiesta al final, suele marcar la enunciación que le precede como la que se ajusta a la realidad de lo expresado [5].

¿no? (líns. 2, 26, 52...): usado con valor comprobativo, busca la conformidad del oyente [6].

claro (líns. 23, 27...): adquiere un valor justificativo, dando a entender lo que se considera lógico o evidente [7].

    — Elementos RESUMIDORES del discurso. Algunos de ellos, como «y todo» (lín. 10), «y demás» (líns. 13, 51) tienen en lo oral un valor cercano al etcétera, pero no tanto para finalizar una enumeración, sino más bien para evitar un desarrollo preciso de la idea expresada, dejando a la imaginación del oyente que recomponga o suponga los detalles de los hechos que se narran o de la realidad que se describe.

    Hay un resumidor, la fórmula «Total, que...» (líns. 3, 6, 37, 40...), cuyo valor discursivo fundamental es el de recuperar la línea temática. No es extraño que en la improvisación del discurso oral el hablante tienda a desviarse del tema, según le van viniendo ideas en sucesivas y diversas asociaciones mentales. No obstante, llegado el momento que considera apropiado, el hablante tiene capacidad para volver a la idea principal en la que estaba, y entonces el resumidor «Total, que...» es el indicador, para el oyente, de que se recupera la línea fundamental de su acto discursivo, según puede observarse en los ejemplos indicados del texto que comentamos. 

    1.2. Muy habituales en la sintaxis oral, aunque no exclusivos de ella, son usos gramaticales como los que vamos a considerar:

    — El QUEÍSMO. Este fenómeno, consistente en omitir la preposición de —y, en menor grado, otras preposiciones— ante la conjunción que introductora de oración subordinada, se da en nuestro texto con el verbo acordarse, el cual, aunque en una construcción canónica parece requerir preposición (acordarse de algo), se da sin ella de manera muy frecuente en el español actual [8]

[...] uno se acuerda que tenía... (lín. 7).

    —PRONOMBRE REDUNDANTE EN ORACIÓN DE RELATIVO. Véase en el texto la expresión siguiente: 

[...] cosas de Sevilla que nadie las conoce (líns. 53, 54).

    Aquí el pronombre las repite la función complemento directo ya desempeñada por el relativo que. En realidad este fenómeno no es, en un sentido riguroso, una «redundancia», aunque se le dé a veces esta denominación, ya que la presencia de ese pronombre personal tiene, entre otros, el valor comunicativo de reflejar el género y el número del antecedente (cosas), que el pronombre que no puede indicar por su morfología invariable [9].

     — CONCORDANCIA   «AD SENSUM». Los más habituales son los conocidos usos en que el sujeto de la oración contiene un nombre de significado colectivo que, aunque se expresa gramaticalmente en singular, lleva el verbo en plural: 

Esta gente también hicieron... (líns. 32, 33).

[...] con respeto todo el mundo se levantan (lín. 47).

    — Uso del pronombre átono le, en lugar de les, cuando tiene un referente plural. Ejemplo:

No es que le cogieran uno sino que es que le cogieron toda la caja

[a ellos] (lín. 50).

    Podría pensarse, ya que estamos ante la transcripción de un texto oral emitido por un hablante sevillano, que aquí nos encontramos con un fenómeno no gramatical, sino fonético: la pérdida de -s implosiva. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos circunstancias. Por un lado, en la audición de la cinta no se percibe ningún indicio fonético de dicha desaparición, como suele ser, en el habla sevillana, la pronunciación aspirada de la -s en contacto con la consonante siguiente [10]. Además, ésta que podríamos llamar neutralización de la marca plural / singular en el pronombre le, empleándose el término no marcado para ambos valores, es un fenómeno ya reconocido y citado por los gramáticos [11] y no es exclusivo de los usos orales, aunque en éstos —por su espontaneidad— puedan ser más habituales que en lo escrito.

     — El ORDEN DE LAS PALABRAS es, en general, muy diverso, como cabe comprender, primero por la propia naturaleza de la lengua española, que suele ser caracterizada por tener bastante libertad en este sentido (al menos desde el punto de vista de las estrictas «relaciones sintácticas», aunque no tanto si se tienen en cuenta las condiciones de la «estructura informativa» de la frase), pero también por la propia situación psicológica del hablante al construir el mensaje de manera bastante improvisada, según le van viniendo las ideas a la mente, o los acontecimientos a la memoria.

    En este texto queremos señalar, al menos, que cuando interviene el esquema dialógico de pregunta-respuesta propio de la entrevista, aparece la ordenación habitual de tema + rema, donde la parte de la respuesta que contiene la «información conocida» —que sirve como punto de partida en la pregunta— antecede sintagmáticamente a la «información nueva» [12], aquello que el hablante quiere afirmar o confirmar. Así, en el ejemplo: 

Sí, por la calle Sierpes hoy pasan los pasos (lín. 43),

el complemento de lugar (por la calle Sierpes) está al principio de la oración —antes que los otros elementos de la misma— por ser la parte «temática» de la respuesta, tras la incertidumbre expresada por el interlocutor.

    — El POLISÍNDETON PARA LA NARRACIÓN SUCESIVA es perceptible en algunos fragmentos del texto:

Y me lo visten al pobrecito, con pérdida de conocimiento, lo meten en un coche y se lo llevan al aeropuerto de San Pablo y le sacan un billete de avión nada más que para Barcelona (líns. 14-16).

Y, claro, pasa el paso, con respeto todo el mundo se levantan y salen dos manos del paso y meten la caja para adentro (líns. 46-48).

    2. Otro rasgo comunicativo muy característico de los textos orales es la fuerte presencia del yo-hablante en la construcción de su discurso. Esto se refleja en diversos aspectos que afectan a la estructura sintáctica, de los cuales destacan dos que son fundamentales: las conexiones entre enunciación y enunciado y la afectividad.

    2.1. Relacionados con el primer aspecto citado están los siguientes procedimientos y fenómenos gramaticales:

    — La DEÍXIS. Los elementos de valor deíctico sirven de anclaje entre el plano de la enunciación y el plano del enunciado. Lógicamente, hay ocasiones en que el referente principal del texto es el propio hablante, su vida, sus experiencias, sus opiniones..., y entonces el yo tiene una presencia constante. Pero incluso si lo narrado o comentado tiene otros referentes, el hablante no puede evitar «hacerse presente», para conectar lo que dice con su acto enunciativo. Ello se manifiesta con ciertos deícticos alusivos al ámbito de la enunciación —personales (yo, mi...), locativos (este barrio...), temporales (hoy...), etc.—, en contraste con los deícticos que aluden al ámbito de lo enunciado —personales (él...), locativos (allí...), temporales (en aquella época...), etc.—. Ejemplos de cada tipo pueden verse en los siguientes fragmentos del texto:

     Primer tipo:

Yo me di cuenta porque yo iba detrás, vamos (lín. 46).

Puedo contar muchas anécdotas de este barrio (lín. 1).

[...] que todavía existe, que hoy, vamos (lín. 5).

    Segundo tipo:

[...] tiene un cuadro con dos amigos, él, de San Fernando, uno de San Leandro y el otro de San Isidoro (líns. 29-31).

[...] allí se juntaba una plebe (líns. 3, 4).

[...] dos o tres mil pesetas que costaba en aquella época mandar a un tío a Barcelona (líns. 25-26).

    — CONSTRUCCIONES PARENTÉTICAS ALUSIVAS A LA ENUNCIACIÓN, que se incrustan en el enunciado, con lo cual el hablante interviene en interpretaciones metalingüísticas de su discurso. Ejemplos: 

[...] allí se juntaba una plebe, yo no quiero nombrar a nadie, allí se juntaba una plebe los cuales eran... (líns. 3-5).

[...] cómo se fueron esos catalanes de Sevilla no te quiero ni acordar, tío, los dejaron sin un pastel, vamos (líns. 48-49).

    — DIÁLOGO INCORPORADO A LA NARRACIÓN, sin necesitar la presencia explícita de un «verbum dicendi». El hablante es capaz de combinar, en la misma línea discursiva, lo narrado por él con lo hablado por los personajes de la historia que cuenta. En el fragmento de texto con que lo vamos a ejemplificar marcaremos convencionalmente entre comillas la parte dialogada: 

Hablan con la azafata, la azafata con... con el estado en que iba ese hombre. «Nada, nada, nosotros lo metemos en el avión, usted no se preocupe». Me lo meten en el avión y había que escuchar a ese hombre cuando llega a Barcelona (líns. 16-19).

    — ACERCAMIENTO DEL DISCURSO, saltando de las formas verbales de pasado a las formas de presente, las cuales mantienen un valor narrativo. Ejs.: 

Total, que allí se juntaban y me emborrachan a mi amigo el barbero (líns. 6-7).

    2.2. Relacionados con la afectividad que exterioriza el hablante están algunos rasgos de construcción sintáctica, a través de los cuales podemos percibir constantes valoraciones personales o apreciaciones subjetivas. Veamos algunos casos:

    — ADJETIVACIONES DE ALUSIÓN APRECIATIVA, como vemos en el pobre hombre (lín. 9), el pobrecito... (líns. 6 y 14). En este segundo caso, además, la afectividad, expresada para compadecerse de la persona aludida, se ve realzada con el uso del diminutivo.

     — CONSTRUCCIONES DE VALOR EXPLETIVO CON DATIVO ÉTICO. Se dan en el texto algunos ejemplos en que el pronombre me, de primera persona, no sería necesario desde un punto de vista estrictamente denotativo, pero su presencia hace que el hablante manifieste una connotación afectiva: 

[...] me emborrachan a mi amigo el barbero (lín. 7).

[...] me lo visten al pobrecito (lín. 14).

Me lo meten en el avión (lín. 18).

    — FÓRMULAS ENFATIZADORAS, como «nada más que...» o «no es que... sino que es que...», las cuales realzan la expresividad y si se suprimieran la narración quedaría con un tono más neutro. Ejemplos: 

[...] y le sacan un billete de avión nada más que para Barcelona (líns. 15-16).

No es que le cogieran uno sino que es que le cogieron toda la caja

(lín. 50).

    — VALOR EXPRESIVO DE LA CONSTRUCCIÓN PERIFRÁSTICA hay que + infinitivo, que en estos casos no indica una modalidad obligativa, sino enfática: 

[...] había que escuchar a ese hombre cuando llega a Barcelona (líns. 18-19).

Había que escuchar a este hombre cuando llegó a Sevilla (líns. 21-22).

    — ENUNCIADOS EXCLAMATIVOS que, además de poseer sus propias marcas entonativas, reflejan rasgos gramaticales, como son las llamadas «partículas exclamativas»: 

[...] cómo se fueron esos catalanes de Sevilla (líns. 48-49).

    — ESTRUCTURAS PONDERATIVAS, que presentan un valor apreciativo cercano al de la exclamación [13], como se da en las siguientes construcciones del tipo «el... que...», «la... que...»: 

[...] la tajá que cogió (lín. 10).

[...] el estado en que iba ese hombre (lín. 17).

    Según su construcción, son estructuras relativas, pero dotadas de ciertas características especiales: la subordinada de relativo (el segundo miembro de la construcción) no es un simple modificador que pueda suprimirse sin que afecte al significado básico del enunciado, sino que entra en correlación con el primer miembro (el sustantivo) llevando implícito un valor de intensificación. Estas construcciones, si se expresaran como enunciados independientes («¡la tajá que cogió!», «¡el estado en que iba ese hombre!»), se presentarían como estructuras exclamativas, y cuando van conectadas a la oración mediante preposiciones, como ocurre en el texto («de la tajá que cogió...», «con el estado en que iba...»), se usan con un valor explicativo basado en la ponderación afectiva de lo expresado.

    Como es evidente, la relación de fenómenos sintácticos que hemos comentado no pretende ser cerrada ni exhaustiva. Otros muchos podrían mencionarse, siempre de manera abierta, dada la variedad de recursos que pueden encontrarse en cualquier fragmento de conversación que se someta al análisis. Nos ha movido la intención de presentar sólo de manera panorámica la existencia de una serie de características gramaticales y de construcción, que adquieren relevancia en el lenguaje oral y que se han visto plasmadas en nuestro texto.

    Desde luego, cada uno de los fenómenos posee particularmente su propia complejidad interna, pero profundizar en el análisis pormenorizado de ellos necesitaría sus correspondientes investigaciones específicas. Algunos de los usos de habla comentados ya han sido objeto de diversos estudios y consideraciones, mientras que otros requieren aún ser investigados con mayor detenimiento. En cualquier caso, lo que hemos observado en este comentario nos indica claramente que la construcción de los mensajes orales genera unos rasgos sintácticos cuyo conocimiento posee indudable interés lingüístico.

 

NOTAS:

[1] Cf. Mª J. Bedmar, «La norma del texto oral y la norma del texto escrito», Revista Española de Lingüística, 19-1, 1989, págs. 111-120.

[2] M. Ollero y M. A. Pineda (eds.), Sociolingüística Andaluza, 6: Encuestas del habla urbana de Sevilla –nivel medio–, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1992, pág. 153.

[3] Cf. A. M. Vigara, Morfosintaxis del español coloquial, Gredos, Madrid, 1992.

[4] Cf. F. Rodríguez-Izquierdo, «Conciencia metalingüística en la autocorrección de hablantes andaluces cultos», en V. Lamíquiz y P. Carbonero (eds.), Sociolingüística Andaluza, 1: Metodología y estudios, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1985, págs. 151-159.

[5] C. Fuentes, «Algunos operadores de función fática», en P. Carbonero y T. Palet (eds.), Sociolingüística Andaluza, 5: Habla de Sevilla y hablas americanas, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1990, págs. 137-170.

[6] C. Fuentes, «Apéndices con valor apelativo», en Sociolingüística Andaluza, 5, págs. 171-196.

[7] C. Fuentes, «Claro: modalización y conexión», en P. Carbonero y C. Fuentes (eds.), Sociolingüística Andaluza, 8: Estudios sobre el enunciado oral, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1993, págs. 99-126.

[8] Cf. P. Carbonero, «Queísmo y dequeísmo en el habla culta de Sevilla: análisis contrastado con otras hablas peninsulares y americanas», Scripta Philologica In Honorem Juan M. Lope Blanch, U.N.A.M., México, 1992, II, págs. 43-63.

[9] Este uso pronominal —y otros similares o relacionados con él— es una muestra de un fenómeno que presenta diversas perspectivas de análisis. Cf. P. Carbonero, «Sobre ciertas construcciones de relativo en el habla urbana de Sevilla», en V. Lamíquiz y F. Rodríguez-Izquierdo (eds.), Sociolingüística Andaluza, 3: El discurso sociolingüístico, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1985, págs. 65-85.

[10] Cf. V. Lamíquiz y P. Carbonero, Perfil sociolingüístico del sevillano culto (de. del Instituto de Desarrollo Regional), Universidad de Sevilla, 1987.

[11] S. Gili Gaya, Curso superior de sintaxis española, Biblograf, Barcelona, 1970, pág. 232.

[12] Cf. H. Contreras, A Theory of Word Order with Special Reference to Spanish, North-Holland, Amsterdam, 1976.

[13] Cf. P. Carbonero, «Configuración sintáctica de los enunciados exclamativos», Philologia Hispalensis, v-1, 1990, págs. 111-137; S. Plann, «Cláusulas cuantificadas», Verba, 11, 1984, págs. 101-129.