Senilis amor: postura de los elegíacos latinos

frente al amor en la vejez

 

Juan Luis Arcaz Pozo

(arcaz@filol.ucm.es)

UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

 

Resumen

Este trabajo analiza la opinión que los poetas elegíacos latinos tienen sobre el disfrute del amor en la vejez. Todos consideran poco apta esa edad para ello, y solo ven posible el amor in senectute si se mantiene la relación presente con las respectivas puellae.

 

 

Abstract

This paper analyzes the view that Latin elegiac poets have about the enjoyment of love in old age. They think this age unsuitable for loving and see that the amor in senectute is only possible if the relationship with respective puellae is maintained.

 

Palabras clave

Sexo

Vejez

Elegía latina

 

 

 

 

 

 

 

Key words

Sex

Old age

Latin elegy

 

 

AnMal Electrónica 32 (2012)

ISSN 1697-4239

     

 

 

   

El tema del viejo y el amor, reflejo, como tantas otras cosas, de una incuestionable realidad social de todas las épocas (Minois 1989)[1], no es un motivo en absoluto desconocido a la literatura grecolatina ni está circunscrito con exclusividad a ningún género literario en concreto. Muy al contrario, su presencia es sorprendentemente llamativa y abultada tanto en las obras griegas como en las latinas (ya sean en prosa o en verso), y, aun con algunos matices, la visión que del amor in senectute estas nos ofrecen suele ser de ordinario bastante negativa, si no vejatoria y denigrante, con respecto al extraño binomio que forman el viejo y el amor, como de manera muy señalada podemos observar que ocurre, por circunscribirnos al mundo romano, en la comedia latina —sobre todo en la de Plauto (Cody 1976; Ryder 1984), y algo menos en la de Terencio— y en la poesía satírica, así en la de Horacio y, especialmente, en la de Juvenal (Richlin 1984).

Nuestro objetivo no es, sin embargo, reparar en qué tratamiento recibe el motivo este del viejo y el amor, del amor in senectute o del senilis amor, en la literatura antigua (algo sobre lo que ya hay globales y sustanciosos estudios[2]), sino fijarnos concretamente en la postura que frente a las relaciones amorosas en la ancianidad adoptan los poetas elegíacos latinos, cuyas obras —como es bien sabido— tienen por denominador común el tema del amor, tanto en lo que toca a los sentimientos como a su expresión más carnal. Para ello analizaremos qué opinión les merece dicho senilis amor a los poetas augústeos Tibulo, Propercio y Ovidio (y también Lígdamo, sea augústeo o posterior), que animaron al disfrute del amor desde la juventud y no experimentaron la pulsión erótica en la vejez (aunque se manifestaron a propósito de ella), y al poeta tardío Maximiano Etrusco, el último eslabón del género elegíaco que en el ocaso de la Antigüedad cantó al amor, él ya sí, desde su perspectiva de anciano y sufrió en carne propia los achaques de la vejez —y así lo contó— en relación con el sexo. Por último, haremos unas consideraciones generales sobre la continuidad de la visión del senilis amor con posterioridad a la obra del poeta etrusco con la intención de conectar este último eslabón de la elegía antigua con la poesía amorosa medieval y renacentista.

 

Comenzando por Tibulo[3], el tersus atque elegans poeta de Gabios[4], del que conservamos, distribuidas en dos libros, dieciséis elegías —más otras dos quizá suyas que cierran el libro III del denominado Corpus Tibullianum—, en las que canta fundamentalmente sus amores con Delia, Némesis y el joven Márato, hemos de señalar que, de manera general, su visión del amor en la vejez adelanta la postura que vamos a ver repetirse de alguna forma en Propercio y Ovidio (y en este, al menos, en su poesía estrictamente elegíaca). Hay que distinguir, con todo y de acuerdo a lo dicho antes, que su postura ante el amor en la vejez es, por un lado, positiva siempre y cuando se trate de mantener en el tiempo el amor por la puella como resultado del foedus amoris que los une y, por otro, negativa por lo que se refiere a la inconveniencia de enamorar a las jóvenes en la edad avanzada y la búsqueda de amor carnal con ellas (especialmente si son jóvenes).

De lo primero hay en la elegía tibuliana varios ejemplos que conforman, por añadidura, el ideal amoroso del poeta, un ideal que lógicamente está forjado en el presente y se proyecta bajo la forma de un anhelo inalcanzable en el futuro. Así, la más clara manifestación de dicho ideal la encontramos, al menos, en dos significativos pasajes en los que la protagonista es Delia, sin duda alguna la mujer con la que el poeta parece haber tenido —de tratarse de una relación real y no ficticia— un vínculo afectivo mucho más sincero y profundo que el que han despertado en él los amores por Némesis y Márato —de ser también reales y no inventados, como a juicio de algunos (cfr. Fedeli 1986) parece serlo el de Márato—. El primero de estos pasajes se corresponde con el final de la elegía I 1, poema programático que perfila muy nítidamente el ideario vital y amoroso de Tibulo. Allí, el poeta, tras repasar en su composición algunos temas que le son especialmente caros y que constituyen los puntos vitales de su filosofía de vida, cuando incide en que su único bien y fortuna es el disfrute del amor por Delia, proyecta en el futuro su propia muerte y en ese instante sólo anhela dar el último suspiro en compañía de su amada (I 1, 59-60): Te spectem, suprema mihi cum venerit hora, / te teneam moriens deficiente manu («Ojalá pueda verte, cuando me llegue la hora suprema, y pueda tocarte, al morir, con mi mano temblorosa»).

Y, como refrendo de la lealtad de ese amor que ha llegado a la vejez (pues hemos de entender que la escena la sitúa Tibulo al final de la larga vida que para él desea, según manifiesta en otros pasajes que ahora comentaremos), aspira también a que su muerte desencadene el duelo de Delia y de todos aquellos que asistan a sus exequias (I 1, 61-66)[5]:

 

Flebis et arsuro positum me, Delia, lecto,

tristibus et lacrimis oscula mixta dabis.

Flebis: non tua sunt duro praecordia ferro

vincta, neque in tenero stat tibi corde silex.

Illo non iuvenis poterit de funere quisquam

lumina, non virgo, sicca referre domum.[6]

Asimismo, el segundo pasaje en que se alude a la idea de llegar a la vejez manteniendo hasta entonces el vínculo afectivo con la amada (aunque nada se diga tampoco de relación amorosa carnal alguna) la volvemos a encontrar en el colofón de la elegía I 6, vv. 85-86: … nos, Delia, amoris / exemplum cana simus uterque coma («Nosotros, Delia mía, seamos ejemplo de amor, uno y otro, con el cabello blanco»), una elegía en la que el poeta, dirigiéndose a Delia, ha tocado el tema de la perfidia de amor y en la que avisa de la triste vejez que puede esperarle a la mujer que no guarde la debida fidelidad cuando con el correr de los años se encuentre completamente sola (vv. 77-84):

At quae fida fuit nulli, post victa senecta

ducit inops tremula stamina torta manu

firmaque conductis adnectit licia telis

tractaque de niveo vellere ducta putat.

Hanc animo gaudente vident iuvenumque catervae

commemorant merito tot mala ferre senem,

hanc Venus ex alto flentem sublimis Olympo

spectat et infidis quam sit acerba monet.[7]

 

En ambos casos, pues, vemos que en el poeta cabe la posibilidad de amar en la vejez, aunque se trata más bien de la continuidad de un amor fraguado tiempo atrás y que, con las pertinentes transformaciones y cambios en su intensidad (según luego veremos que desea, como mal menor, Maximiano en su elegía II), puede prolongarse hasta el final de su vida. Una y otra cosa, el amor in aeternum y la larga existencia que anhela el poeta, son dos de los elementos en los que se apoya el idílico sueño de Tibulo que tan de bruces choca con la realidad que parece haberle tocado vivir[8].

Pero son otros muchos los pasajes en que Tibulo, bien porque traslada al futuro el ideal de su propia vida, bien porque proyecta en otros ese mismo ideal, se refiere a ese deseo de envejecer acompañado, si es posible, del afecto de su amada. En la elegía I 10, que en responsión a la I 1 recoge nuevamente los puntos principales del ideario vital y amoroso del poeta, volvemos a encontrar expreso el deseo de llegar a viejo en compañía de la mujer que, además, le haya dado una venerable descendencia. Tibulo pinta una escena, típica en él por la recurrente referencia a la vida tranquila y ajena al lujo que propugna insistemente, en la que, tras la mención al anónimo afortunado que llega a viejo en tales circunstancias, él mismo se imagina en esa beatífica situación (sic ego sim) peinando canas (caput candescere canis) y haciendo recuento del tiempo que ya pasó (temporis prisci facta referre):

 

Quam potius laudandus et hic, quem prole parata

occupat in parva pigre senecta casa!

Ipse suas sectatur oves, at filius agnos,

et calidam fesso comparat uxor aquam.

Sic ego sim, liceatque caput candescere canis,

temporis et prisci facta referre senem (I 10, 39-44).[9]

 

Por otro lado, estampas similares, vislumbradas ahora en los demás pero semejantes en su sentido a aquellas en las que él mismo era el protagonista (como las anteriormente citadas), son las que podemos leer, en primer lugar, en I 6, 63, pasaje en el que, en pago a los servicios prestados por la madre de Delia al objeto de que el poeta pudiera encontrarse con la joven, Tibulo le desea una larga vida, para que también, de ese modo, los encuentros furtivos con la puella lleguen siempre a buen puerto y el amante nunca se sienta rechazado al encontrarse la puerta cerrada (como vemos que sí ocurre en el caso de su relación con Némesis cuando en II 6, 47-50 el poeta nos dice que la alcahueta Friné, que es quien propicia los encuentros entre los amantes, suele despedirlo con cajas destempladas a la menor insinuación en ese sentido de la muchacha[10]): Vive diu mihi, dulcis anus: proprios ego tecum, / sit modo fas, annos contribuisse velim («Vive largo tiempo, dulce anciana: con sólo que fuera posible, yo querría entregarte mis propios años»).

También, en segundo lugar, volvemos a encontrar los mismos deseos en la celebración que de los cumpleaños de Mesala y Cornuto realiza el poeta en las elegías I 7 y II 2, respectivamente. En ellas, y entre otras cosas, Tibulo desea a sus amigos que vivan muchos años y tengan una vejez en la que puedan disfrutar de la compañía de sus hijos y seres queridos. Y así, para Mesala, entre las diversas menciones que hace de sus grandes obras sociales, como contraste con la austera petición que expresa el poeta, solicita lo que tanto anhela para sí mismo en I 7, 55-56: At tibi succrescat proles, quae facta parentis / augeat et circa stet venerata senem («Pero que a ti te crezca una descendencia que aumente las gestas de su padre y esté cerca de él, ya viejo, para venerarlo»), mientras que para Cornuto, cuyos deseos el propio Tibulo sospecha que tendrán que ver con el ruego de que el amor de su esposa le sea fiel siempre (cfr. v. 11: auguror, uxoris fidos optabis amores [«lo adivino: desearás que sea fiel el amor de tu esposa»]), le pide en muy parecidos términos (vejez y descendencia) lo siguiente (II 2, 19-22):

 

Vincula quae maneant semper, dum tarda senectus

inducat rugas inficiatque comas.

Huc venias, Natalis, avis prolemque ministres,

ludat ut ante tuos turba novella pedes.[11]

 

Encontramos, pues, en Tibulo una relación positiva entre vejez y amor en tanto este último se mantiene inalterable, mas sin concreción carnal o erótica, durante la primera, conforme a los ideales que definen la filosofía amorosa del poeta y que se enmarcan en ese conjunto de principios fundamentales que nutren su ideal de vida.

No obstante, también en este poeta hay una visión negativa de la vejez que coincide, en gran medida, con la que podemos encontrar expresada en otros géneros literarios antiguos y que en su caso se corresponde, lógicamente, con la esperable en los poetas elegíacos, para quienes, como dijimos, el amor es algo que hay que vivir mientras se es joven, ya que su búsqueda no cuadra en absoluto con lo que conviene a la edad provecta. Eso es lo que, por ejemplo, Tibulo expresa en I 1, 69-74. Este pasaje contiene una incitación a vivir el momento presente, hecha a través de una formulación que, repetida luego con cierta semejanza en Propercio II 15, 23-24 (Dum nos fata sinunt, oculos satiemus amore: / nox tibi longa venit, nec reditura dies («Mientras los hados nos dejan, saciemos de amor nuestros ojos: una larga noche te llega y el día que no habrá de volver»), está tomada de los epigramas sepulcrales y es cercana —en su postura ante los placeres de la vida y del amor— a Catulo 5, 1-6[12] y a lo expresado por la juntura del carpe diem horaciano (Odas I 11, 8)[13]. Junto a todo esto, Tibulo avisa ahí de lo poco adecuado que resulta en la vejez la búsqueda del amor (nec amare decebit) en los términos en los que entiende el poeta que hay que hacerlo mientras se es joven (esto es, galantear con las muchachas [dicere cano blanditias capite], buscar el goce sexual [levis est tractanda Venus] y aventurarse a arrostrar determinados contratiempos [frangere postes y rixas inseruisse]):

 

Interea, dum fata sinunt, iungamus amores:

iam veniet tenebris Mors adoperta caput,

iam subrepet iners aetas, nec amare decebit,

dicere nec cano blanditias capite.

Nunc levis est tractanda Venus, dum frangere postes

non pudet et rixas inseruisse iuvat.[14]

 

Y que, en efecto, la búsqueda del amor por parte de un viejo no se corresponde con la severidad que debe presidir cada uno de sus actos, queda también patente en I 2, 91-98, cuando refiere la ridícula situación que ha de vivir el anciano que pretende amores cuando ya no es el momento y se afana en hacer lo que antes (en I 1, 71-74) consideraba un baldón para sus años:

 

Vidi ego, qui iuvenum miseros lusisset amores,

post Veneris vinclis subdere colla senem,

et sibi blanditias tremula componere voce

et manibus canas fingere velle comas:

stare nec ante fores puduit caraeve puellae

ancillam medio detinuisse foro.

Hunc puer, hunc iuvenis turba circumterit arta,

despuit in molles et sibi quisque sinus.[15]

 

De la misma manera que considera fuera de lugar que el amor haga decir estupideces a un viejo, conforme al motivo literario del paraclausíthyron, ante la puerta cerrada de la amada, como confirma en II 1, 73-74: Hic iuveni detraxit opes, hic dicere iussit/ limen ad iratae verba pudenda senem («Este [el amor] esquilmó las riquezas a un joven, este ordenó que un viejo dijera palabras vergonzantes al umbral de una mujer esquiva»)[16].

Estas ideas, pero con el añadido de la queja por haber dejado pasar el tiempo en vano cuando se podía disfrutar del amor, las volvemos a leer en una de las elegías del ciclo de Márato, la I 8, cuando alude a lo fuera de lugar que está el buscar una apariencia juvenil para la conquista amorosa (I 8, 41-48):

 

Heu sero revocatur amor seroque iuventa,

cum vetus infecit cana senecta caput.

Tunc studium formae est: coma tunc mutatur, ut annos

dissimulet viridi cortice tincta nucis,

tollere tunc cura est albos a stirpe capillos

et faciem dempta pelle referre novam.

At tu, dum primi floret tibi temporis aetas,

utere: non tardo labitur illa pede.[17]

 

Y yendo más allá en su desprecio del amor en la vejez, en los términos que estamos viendo (como una pulsión nueva de un afán que no se supo aprovechar en el tiempo pasado y que ahora no cuadra al senex amator y resulta ridícula e inoperante), el poeta considera no solo que el amor senilis es carnalmente infructuoso por los obvios condicionantes de la edad, como indica en I 8, 29-30 (Munera nec poscas: det munera canus amator,  / ut foveat molli frigida membra sinu, [«Y no pidas regalos: que dé regalos el amante viejo para que caliente sus fríos miembros en tu tierno regazo»]), sino también que su práctica es desagradable y despreciada por las mujeres a las que los viejos quieren seducir, según dice en I 9, 73-74 a propósito del marido de la joven a la que Márato pretende: Nec facit hoc vitio, sed corpora foeda podagra / et senis amplexus culta puella fugit («Y esto no lo hace por vicio, sino porque una chica delicada huye de un cuerpo tullido de gota y los abrazos de un viejo»).

Tibulo es consciente, pues, por la experiencia ajena —o por influjo de la imagen que tienen los senes en relación al amor en otros géneros literarios que también han vertido motivos propios en la elegía, como es el caso de la comedia—, de que el amor de los viejos es rechazado de plano por las mujeres, que son capaces, no obstante —y de acuerdo con el motivo amatorio de la avara puella (Navarro Antolín 1991)—, de vender su amor a cualquiera que le ofrezca algo en pago y pase a convertirse en rival amoroso del poeta. Entiende que la consecución del amor en estas condiciones tan poco decorosas es algo que corresponde fundamentalmente a la vejez, ya que solo de este modo, y por mucho que el senex se acicale y quiera aparentar un cierto vigor juvenil, podría encontrar consuelo a sus pretensiones. Obvio es que las relaciones carnales están dificultadas también por la edad y la compra del amor es capaz únicamente de «calentar» la fría pasión que sienten los viejos, como vimos que señalaba el poeta en I 8, 29-30. Por tanto, Tibulo solo concibe el amor in senectute como una situación ideal a la que quisiera llegar en compañía del amor presente que siente por su amada, con quien, prescindiendo de cualquier otro deseo que lo aparte de ese disfrute, imagina hogareñas estampas en las que él mismo se ve (como también les desea a sus amigos Mesala y Cornuto) felizmente rodeado de esposa, hijos y nietos.

 

En las elegías de Lígdamo[18], el poeta del círculo de Mesala al que perteneció Tibulo y cuyas composiciones siguen muy de cerca la poética y la temática del poeta de Gabios (hasta el punto de que, como bien se sabe, sus elegías pasaron por ser del propio Tibulo durante bastante tiempo), también encontramos referencia al deseo del autor por envejecer al lado de su amada Neera y mantener en consecuencia la relación amorosa hasta el final de sus días. Claramente influido por el ideal de paupertas y otros muchos que proclama Tibulo, es en la elegía III 3 del Corpus Tibullianum[19] donde Lígdamo, tras expresar el desprecio que siente por cualquier tipo de lujo y riqueza, manifiesta su deseo de permanecer toda la vida junto a Neera (tecum longae sociarem gaudia vitae) y envejecer a su lado (inquo tuo caderet nostra senecta sinu) hasta el momento de embarcarse, tan desnudo de riquezas como ha dejado dicho que viviría (nudus), en la barca de Caronte (III 3, 3-10):

 

Non ut marmorei prodirem e limine tecti,

insignis clara conspicuusque domo

aut ut multa mei renovarent iugera tauri

et magnas messes terra benigna daret,

sed tecum ut longae sociarem gaudia vitae

inque tuo caderet nostra senecta sinu

tum cum permenso defunctus tempore lucis

nudus Lethaea cogerer ire rate?[20]

 

En el caso de Propercio también encontramos una valoración positiva del amor en la vejez como forma de mantener en el tiempo el foedus amoris que lo une a Cintia, aunque el poeta tenga que afianzar esta esperanza, que solo es tal en su deseo pero no en la realidad de su relación con ella, recurriendo al exemplum mythologicum que le brinda la leyenda de Titono, el amante de la Aurora para quien esta pidió la eternidad, concedida por los dioses, pero olvidó pedir también la eterna juventud, haciendo que su desgraciado amante fuera envejeciendo sine die y sine morte. El de Asís, en II 18A, amparándose en el mito señalado, viene a decir que la esquiva Cintia no va a mantener largo tiempo su amor por él en vista de que lo rechaza en el momento presente a pesar de ser él todavía joven. Se pregunta Propercio qué pasaría si fuera ya un viejo (vv. 1-2: quid mea si canis aetas candesceret annis, / et faceret scissas languida ruga genas? [«¿Qué si mi edad comenzara a blanquear con las canas de los años y unas lánguidas arrugas surcaran mi rostro?»]) y se responde a sí mismo (II 18A, 17-18) con el argumento del ejemplo contrario que le presta el mito —que la Aurora, aún joven, no tuvo reparos en besar y abrazar al viejo Titono: Cum sene non puduit talem dormire puellam / et canae totiens oscula ferre comae («No le avergonzó a tal muchacha dormir con un viejo y darle un sinfín de besos a su cabeza cana»)—, convencido de que Cintia lo despreciará en el futuro todavía más que ahora, ella, que no se percata de que pronto será también una anciana encorvada (anus curva) y de que el amor del poeta hacia ella menguará igualmente con el paso del tiempo (vv. 19-22):

 

At tu etiam iuvenem odisti me, perfida, cum sis

ipsa anus haud longa curva futura die.

Quin ego deminuo curam, quod saepe Cupido

huic malus esse solet, cui bonus ante fuit.[21]

 

Es también el mito de Titono, juntamente con el de la proverbial ancianidad de Néstor, el caudillo aqueo participante en la guerra de Troya considerado asimismo un paradigma de sabiduría, el que sirve a Propercio en otro lugar para cerrar una serie de símiles (el arrojo del soldado, la laboriosidad de los bueyes, la utilidad de los barcos y los escudos) con los que ejemplifica que el tiempo todo lo vence, salvo su amor por Cintia, de quien no podrá separarlo una vejez tan dilatada en el tiempo como la que atribuyen a los paradigmáticos ancianos Titono y Néstor (II 25, 5-10):

 

Miles depositis annosus secubat armis,

grandaevique negant ducere aratra boves,

putris et in vacua requiescit navis harena,

et vetus in templo bellica parma vacat:

at me ab amore tuo deducet nulla senectus,

    sive ego Tithonus sive ego Nestor ero.[22]

 

No hay, por tanto, en el poeta de Asís una visión negativa del amor en la vejez, aunque esto solo ocurra en lo que a él concierne, pero no por lo que toca a Cintia, cuya fidelidad, como hemos visto, Propercio considera que, a la vista del comportamiento que muestra con él, no podrá mantenerse en el tiempo[23]. Esta consideración del amor in senectute (como algo que se fragua en el presente y se proyecta al futuro, pero que no se busca en él, porque no es decoroso, como hemos dicho, que un viejo se comporte al modo de un joven para galantear a las jóvenes) coincide plenamente con una de las ideas de más profundo calado y originales del poeta, esto es, la de pensar que el amor no se termina con la muerte: illic quidquid ero, semper tua dicar imago: / traicit et fati litora magnus amor (I 19, 11-12: «Allí [en los Infiernos], cualquier cosa que sea, siempre seré tenido por tu imagen: un gran amor atraviesa incluso las riberas del hado») y que, por muy largo que sea, el amor nunca dura lo suficiente: non satis est ullo tempore longus amor (I 19, 26).

 

Es Ovidio, de los tres poetas augústeos que estamos analizando, el que tuvo una vida más longeva y el que, por tanto, algo del senilis amor pudo experimentar en carne propia. Sin embargo, habida cuenta de que sus últimos años los pasó desterrado en Tomis, y de que sus desvelos, en contra de lo ocurrido durante su juventud en Roma, lo mantuvieron apartado del amor al menos como tema literario inspirado en su experiencia personal, no tenemos ninguna noticia significativa a este respecto, salvo la constatación de la queja del poeta por envejecer en tierra extraña e ir llegando a viejo (recuérdese que murió en el 17 d. C., con sesenta años de edad) separado de su esposa, según nos recuerda en Tristes IV 8, 11-12: inque sinu dominae carisque sodalibus inque / securus patria consenuisse mea («… Y envejecer tranquilo en el regazo de mi amada y con mis queridos amigos y en mi patria»).

 

Por lo demás, la experiencia ovidiana del amor in senectute es similar a la comentada en los otros elegíacos. En efecto, el vate de Sulmona recurre a la mención de la llegada de una vejez contraria al amor cuando se trata de incitar a las jóvenes a vivir el momento presente, como ocurre en Amores I 8, 53 (forma, nisi admittas, nullo exercente senescit [«La hermosura, si no lo permites, envejece sin nadie que la aproveche»]) o de forma más extensa en Ars amatoria III 59-98, según puede comprobarse con la sola introducción del tema en los vv. 59-60: Venturae memores iam nunc estote senectae: / sic nullum vobis tempus abibit iners («Tened en cuenta ya desde este momento la vejez que habrá de venir: así ningún momento se os irá de vacío»); o considera, en el marco del motivo de la militia amoris que equipara los hechos de armas con los hechos de amor, que la vejez es tan poco adecuada para este último como para el soldado es lo primero, según refiere el conocido comienzo de Amores I 9, en el que se verbaliza paradigmáticamente este motivo amoroso (vv. 1-4):

 

Militat omnis amans, et habet sua castra Cupido;

Attice, crede mihi, militat omnis amans.

Quae bello est habilis, Veneri quoque convenit aetas:

turpe senex miles, turpe senilis amor.[24]

 

Esta consideración negativa de la vejez como edad inapropiada para todo lo concerniente a Venus no es óbice para que el poeta, en Ars amatoria II 675-680, recomiende a los varones que hagan el amor con mujeres de avanzada edad debido a su experiencia en estas lides:

 

Adde, quod est illis operum prudentia maior,

Solus et artifices qui facit, usus adest:

illae munditiis annorum damna rependunt,

et faciunt cura, ne videantur anus.

Utque velis, venerem iungunt per mille figuras:

invenit plures nulla tabella modos.[25]

 

Una valoración positiva del amor en la vejez que, por otro lado, no se aplica a sí mismo cuando en Amores III 7, elegía en la que Ovidio relata un fallido encuentro amoroso con una puella, el poeta se augura una desastrosa vejez, sexualmente hablando, a tenor del fracaso a que se ha visto abocado aun siendo todavía un joven amante (Amores III 7, 17-20):

 

Quae mihi ventura est, siquidem ventura, senectus,

cum desit numeris ipsa iuventa suis?

A, pudet annorum: quo me iuvenemque virumque?

Nec iuvenem nec me sensit amica virum![26]

 

Fuera de su poesía elegíaca y por clara imposición del contenido del mito que nos relata (el de Filemón y Baucis), encontramos una visión muy favorable del amor in senectute representada por los ancianos protagonistas de la leyenda. Son ellos, en el mito narrado, quienes manifiestan su deseo de mantenerse unidos hasta el momento de la muerte, que también anhelan que ocurra en el mismo instante para los dos, según Metamorfosis VIII, 709-710: Auferat hora duos eadem, nec coniugis umquam / busta meae videam, neu sim tumulandus ab illa («… que nos lleve a los dos una misma hora y no vea jamás el sepulcro de mi esposa ni sea enterrado por ella»).

La duración in aeternum de su amor —que se prolonga, al decir de Ovidio, en los árboles en que se metamorfosean (Metamorfosis VIII, 719-720)[27]— es un aspecto más de la bondad que caracteriza a los hospitalarios ancianos, los únicos que, según el mito, habían echado mano de todo lo que tenían para agasajar a los dioses. Este amor in senectute, marcado por la serenidad y el decoro, cobra un claro valor paradigmático no solo en el contexto de la leyenda y con respecto a la impiedad que afecta al resto de hombres que no fueron generosos con los dioses. Esta leyenda, en manos de un poeta de amor y mitos como Ovidio, atento a exponer por boca de sus personajes inquietudes atemporales y comunes pero también propias de su época (tal es la curiosa preocupación que el poeta hace que muestren algunas mujeres mitológicas como Penélope, la Sibila o Helena por aminorar, cual si de contemporáneas suyas se tratara, la huella del paso del tiempo en su cuerpo, según leemos en Heroidas o Metamorfosis), ofrece una lección de amor leal mediante la que se nos deja claro que solo perdura el amor conyugal que practican aquellos que no se mueven ni por impiedad ni por desmedida codicia, males los dos que, como podemos adivinar por el contexto de la elegía a la que tanto se dedicó Ovidio y a pesar de la literaturización de las relaciones amorosas que allí se pintan, estaban fuertemente enraizados en la época que le tocó vivir.

 

Pero, sin lugar a dudas, es Maximiano Etrusco, el último poeta elegíaco de la Antigüedad (pues su vida suele ubicarse, aun con precauciones, entre finales del siglo V y los primeros tres cuartos del VI), el que más extensamente se pronuncia a propósito del amor en la vejez[28]. Si antes decíamos que los elegíacos augústeos hablaban del senilis amor sin conocimiento de causa (pues eran poetas jóvenes para quienes la mención de la senectus era una forma de expresar su incitación al disfrute del amor en la juventud o, a lo sumo, un procedimiento para proclamar su deseo de prolongar en el tiempo el foedus amoris que los vinculaba a su puella), ahora en cambio se trata de un poeta viejo que no es que nos hable solamente de su experiencia amorosa juvenil desde la perspectiva de un anciano, sino que también nos ilustra sobre la forma en que se materializa su afán amoroso en la ancianidad que está viviendo en el mismo momento de escribir su obra. Como apunta Pinotti (1989: 188), es innovación de Maximiano no solo el haber incorporado a la elegía la figura del senex como sujeto y yo poético, sino también el haberlo hecho, a diferencia de los elegíacos ya analizados, como objeto y tema de esta o como nota discordante en la relación amorosa del poeta con su puella o con respecto al disfrute del goce carnal en su expresión más universal.

La obra de Maximiano, formada por un conjunto de seis elegías de desigual extensión (cfr. Ramírez de Verger 1986b), nos ofrece, de forma directa y también por contraste con lo hecho por el poeta en su juventud, un balance muy negativo de la vejez. Y dentro de este balance negativo cobra una especial importancia todo lo que tiene que ver con el amor y, sobre todo, con la materialización carnal del amor. Mucho más directo y descarnado que el resto de elegíacos, Maximiano no tiene reparo alguno en describir con absoluto realismo y naturalidad los males que en materia sexual acongojan al anciano y lo llevan a ser lo que el poeta considera un muerto en vida (según verbaliza en el último verso de todo el corpus, en VI, 12, diciendo a modo de colofón: me defunctum vivere [...] puto [«pienso que vivo ya muerto»]), al haberse visto privado de algo que desde su perspectiva es lo más importante de la creación (como se hace en la elegía V por boca de la Graia puella, protagonista, junto al anciano poeta, del fracasado lance amoroso que allí se cuenta). Es la poesía maximianea, en definitiva, el mejor exponente de la visión que un elegíaco antiguo puede ofrecernos del motivo del senilis amor por tratarse, a lo que parece, de un documento de primera mano y personal que nos brinda, con las pertinentes licencias poéticas, la experiencia de su autor, viejo y amante, en esas lides.

Por los pocos datos biográficos de que se dispone (tomados de otros autores que parecen haber sido contemporáneos suyos y de su propia obra, aunque con la precaución de que esta pueda no ser exclusivamente una biografía sentimental del poeta), podemos aventurar la hipótesis de que Maximiano, de origen etrusco y vinculado a las altas instancias del aparato estatal romano, aparte de hombre de gran cultural y bien relacionado intelectualmente, escribió y publicó su corpus elegíaco cuando contaba aproximadamente setenta años, en torno al 560. Este corpus, concebido bien como un relato continuo de su vida amorosa o bien como un elenco de poemas sueltos, aunque vinculados entre sí, en los que nos habla con una cierta cronología de sus amores de juventud, madurez y vejez, supone en sus aspectos literarios una clara subversión de todos los códigos amorosos de la elegía clásica (cfr. Pinotti 1989) y una muestra excelente del influjo que otros géneros, como la sátira (Szövérffy 1967) o el epigrama, ejercieron sobre la elegía a fines de la Antigüedad. Esto quiere decir, por un lado, que a su propia experiencia personal en el amor hay que sumar lo que la tradición del género le prestaba para la configuración literaria de esta, con toda suerte de motivos y lugares comunes, presentes en los principales autores de los que precisamente Maximiano bebe: Tibulo (Ruiz Sánchez y Sánchez Macanas 1985), Propercio (Bailey 1952) y Ovidio (Schneider 2003: 70-74; Cristóbal 1991: 373); por otro lado, que en tal configuración literaria hay que contar también, por la cercanía temática entre estos y el contenido de su obra, con los préstamos tomados de otros géneros para los que el tema del amor en la vejez o la vejez misma constituía un campo por el que ya habían transitado algunos poetas, como en los casos del epigrama —no solo el de Marcial, sino también el de buena parte de los autores griegos del libro V de la Antología Palatina[29] y de la sátira, con la obra de Juvenal a la cabeza.

Que a Maximiano la vejez le parece el peor de los males posibles y que es una situación de la que el hombre tiene que librarse cuanto antes con la muerte, es algo que leemos insistentemente en toda su obra, pero de manera muy especial en la elegía I, allí donde el poeta contrasta sus aptitudes juveniles, ya pasadas y vistas con la nostalgia de un anciano, con la cruda realidad de su vejez o, como él mismo hemos dicho que se califica, de su inaceptable situación de muerto en vida. Ya desde el comienzo del relato de sus amores, el tema sexual parece erigirse en el eje de buena parte de las desgracias que angustian al anciano autor de los poemas, pues bien pronto Maximiano expresa, con el tono sentencioso que caracteriza su obra, cuál es la carencia más lamentada de todas las menguas que acarrea la vejez, esto es, la de no poder hacer uso de la parte más importante de su cuerpo, la mentula, a la que dedicará el conocido lamento de la elegía V, por culpa de la edad (I, 5-6): Non sum qui fueram: periit pars maxima nostri, / hoc quoque quod superest languor et horror habent (»No soy el que era: ha muerto la parte más importante de mí, y lo que me queda es presa también del cansancio y del miedo»).

Pero más dolor le produce, si cabe, el constatar cómo fue reticente al goce del amor en sus años jóvenes, según dice en la elegía I y refrenda en el relato de sus amores con una muchacha llamada Aquilina en la elegía III, a pesar de la general aceptación de sus encantos (I, 71-74):

 

Sic cunctis formosus ego gratusque videbar

omnibus, et sponsus sic generalis eram.

Sed tantum sponsus; nam me natura pudicum

fecerat, et casto pectore durus eram.[30]

 

Ahora, ya viejo, Maximiano no cree ni apropiado hablar del amor o del sexo (como señala en I, 101-106) porque estas facetas de su vida se cuentan entre los placeres de los que ya no puede disfrutar, al igual que ocurre con la comida o el sueño (I, 163-166): Non Veneris, non grata mihi sunt munera Bacchi, / nec quicquid vitae fallere damna solet («No me son gratos los dones de Venus ni los de Baco, ni nada de lo que suele disimular de la vida los daños»).

Todas estas servidumbres de la vejez, y otras más que refiere, están vistas y contadas desde su perspectiva de anciano aquejado de tales y tantos achaques. Acrecienta su lamento, pues, el dar cuenta fehaciente de las oportunidades amorosas perdidas o desperdiciadas, como corrobora la biografía sentimental que parece esbozar en las elegías II, III y IV, fundamentalmente.

Lamento de un amor roto por la vejez del poeta y por el desmedido apetito sexual de Licóride, lo encontramos en la elegía II, una curiosa muestra del motivo de la renuntiatio amoris elaborada con ingredientes nuevos y sorprendentes para el género. En efecto, la que algunos estudiosos consideran la única elegía que propiamente ha de llamarse así, supone una manifiesta subversión del motivo citado, en tanto y en cuanto es el propio poeta el que decide la ruptura ante el desdén que sufre por parte de la puella, Licóride, que lo desprecia porque ya no puede satisfacerla sexualmente y ahora va en busca de amantes más jóvenes. Maximiano, en contra de lo esperable, no maldice a los rivales amorosos, sino que arremete contra la propia muchacha echándole en cara su también algo visible vejez (por más que aún conserve vestigios de la belleza pasada) y su decisición de arriesgarse a probar lo inseguro dejando a un lado lo que tan bien y tanto conoce. No obstante, el poeta es consciente de su debilidad sexual como viejo que es (II, 5-6): Iamque alios iuvenes aliosque requirit amores; / me vocat imbellem decrepitumque senem («Y ya busca otros jóvenes y otros amores; y me llama inepto y decrépito viejo»), aunque se defiende al decir que fue la propia Licóride la que agotó su vigor sexual (II, 7-8), nec meminisse volet transactae dulcia vitae / nec me quod potius reddidit ipsa senem («y no quiere acordarse de los placeres de la vida que hemos pasado juntos ni de que más bien fue ella la que me convirtió en viejo») y que, en cualquier caso, en cuestiones de amor carnal las mujeres superan en aguante al hombre (II, 41-42): Omnia nemo pati, non omnes omnia possunt / efficere: hoc vincit femina victa viro («Nadie soporta todo ni todos pueden hacer todas las cosas: en esto, aun rendidas por el hombre, las féminas ganan»)[31].

Por último, la aceptación de la cruda realidad —que él es un viejo, sum grandaevus ego (v. 55) y que Licóride lo desprecia— lo lleva a pedir clementemente a la joven que mantengan algún vínculo afectivo (como cuadraría, podríamos añadir, al típico amor in senectute propugnado por los elegíacos augústeos), aunque no haya ningún tipo de relación sexual (II, 69-70): Dicere si fratrem seu dedignaris amicum, / dic patrem: affectum nomen utrumque tenet («Si has evitado llamarme hermano o amigo, llámame padre: cualquiera de estos nombres encierra el afecto»).

También lamento de un amor no aprovechado cuando las fuerzas acompañaban y contaba incluso con el beneplácito de un importante personaje como su amigo Boecio, el autor de la Consolatio philosophiae que aparece en la elegía a modo de consejero de amor del poeta[32], es el que se expresa en la elegía III a propósito de la relación no consumada con la joven Aquilina, una nueva y también sorprendente renuntiatio amoris que el poeta aceptó motu proprio ante su deseo de llevar una vida casta  y apartada del amor y del sexo. Situación y lamento similares vuelven a darse en la elegía IV, en que narra una nueva relación con Blanca, joven bailarina y cantante con quien el poeta quiso consumar su amor en secreto, pero que quedó a todos manifiesto a través de un sueño que él mismo proclamó en voz alta y dejó en entredicho la castidad que, como dijera en la elegía III, había querido abrazar.

Entre estos lamentos de amores no consumados por mor de la vida casta que prefirió el poeta (Aquilina y Blanca) y por causa de la incipiente vejez que lo atenaza (Licóride), destaca sobremanera el gran fracaso sexual (elaborado sobre el modelo que le ofrecía Ovidio en Amores III 7[33]) que Maximiano relata en la elegía V, el poema más llamativo de todo el repertorio y el que contiene las más importantes ideas del autor sobre el significado del sexo en la vida del hombre.

En efecto, en la elegía V cuenta Maximiano su encuentro amoroso con una joven (una innominada Graia puella) a la que conoce con motivo de un viaje que lo lleva a Oriente en misión oficial. Dejándose embaucar por los encantos de la muchacha y sin poder sustraerse a su poder de seducción, el viejo poeta acaba sucumbiendo para consumar una relación sexual que, en su segundo asalto, resulta fallida (V, 47-50):

 

Sed mihi prima quidem nox affuit ac sua solvit

munera, grandaevo vix subeunda viro.

Proxima destituit vires vacuusque recessit

ardor et in Venerem segnis ut ante fui.[34]

 

Como es de esperar y ocurre de ordinario en los textos antiguos que dan cuenta de lances semejantes (cfr. Moreno Soldevila 2011: 66a-66b), la joven intenta reanimar el miembro viril del poeta de todas las formas posibles y, ante los nulos resultados, increpa al poeta, que acaba por aducir como causa real de su impotencia el carecer de fuerzas por culpa de la vejez (V, 75-76): Me miserum cuius non est culpanda voluptas! / Vindicor infelix debilitatis ope («¡Desdichado de mí, mi deseo no tiene la culpa! Víctima soy, infeliz, de mi debilidad»).

Enfurecida por las palabras de Maximiano y viendo que el miembro del anciano no responde a sus maniobras, la muchacha pasa a llorar, bajo la forma de un lamento ritual (Ramírez de Verger 1984), la muerte simbólica de la verga del poeta, poniendo de manifiesto (como luego ratifica con más detalle) la vital importancia que tiene el sexo en la vida de hombres y mujeres, tanto a sus ojos como a los del propio Maximiano (V, 87-104):

 

Mentula, festorum cultrix operosa dierum,

quondam deliciae divitiaeque meae,

quo te deiectam lacrimarum gurgite plangam,

quae de tot meritis carmina digna feram?

Tu mihi flagranti succurrere saepe solebas

atque aestus animi ludificare mei.

Tu mihi per totam custos gratissima noctem

consors laetitiae tristitiaeque meae,

conscia secreti semper fidissima nostri,

astans internis pervigil obsequiis:

quo tibi fervor abit per quem feritura placebas,

quo tibi cristatum vulnificumque caput?

Nempe iaces nullo, ut quondam, perfusa rubore,

pallida demisso vertice nempe iaces.

Nil tibi blanditiae, nil dulcia carmina prosunt,

non quicquid mentem sollicitare solet.

Hinc velut exposito meritam te funere plango:

occidit, assueto quod caret officio.[35]

 

A la vista está que, como decíamos antes, la experiencia de Maximiano con respecto a la práctica amorosa en la ancianidad no puede arrojar un balance más devastador y pesimista, pues, lejos de la declaración de buenas intenciones y deseos anhelantes que manifestaban los elegíacos augústeos con respecto al amor in senectute y al margen de las tópicas chanzas —más producto de las convenciones literarias heredadas que de una constatación personal—, la realidad que vive el poeta se muestra con toda su crudeza y se encarna en un hombre que ha probado el menoscabo de la vejez en todos los aspectos de la vida y de su cuerpo. No es el lugar para entrar en consideraciones sobre el autobiografismo del corpus de elegías maximianeas, pero el realismo de las situaciones y vivencias descritas (por más que, por ejemplo, la descripción de las deformidades y calamidades que trae la senectud tengan su más claro antecedente en la Sátira X de Juvenal)[36] no ofrece casi lugar a dudas sobre la veracidad de lo contado, y experimentado, por el poeta. Si, bajo su perspectiva, hay algo realmente penoso para el hombre que a través de la vejez enfila el camino de la muerte, eso es la merma paulatina y constante de su misma esencia humana y de los sentidos, entre los que la capacidad para el disfrute del amor, más en sus aspectos carnales que sentimentales, resulta la peor de las pérdidas.

 

Tras Maximiano, la elegía latina, que ya había quedado reducida a su mínima expresión después de la muerte de Ovidio a comienzos de nuestra era, no volvió a dar, a lo que sabemos, ningún fruto nuevo, pero fue la obra de este último poeta de amor, como de alguna manera lo definió muy acertadamente Raby (19572: I, 125), la que conectó la temática de la elegía clásica con la lírica amorosa medieval. De hecho, aunque el código de amor elegíaco fluyó por Occidente gracias al influjo que cosecharon las muy leídas y apreciadas obras de Propercio y Ovidio, fundamentalmente, no puede negarse el importante papel que el breve corpus maximianeo jugó en la configuración del motivo que nos ocupa, a tenor de la enorme aceptación que tuvieron sus elegías a lo largo del Medievo, como demuestra su huella en algunas comedias elegíacas —así De nuntio sagaci o De tribus puellis[37] y en el mismo Renacimiento. En efecto, las elegías de Maximiano fueron transmitidas muy frecuentemente de forma extractada en antologías y florilegios, aparte de haberlo sido también de manera completa en un abultado número de manuscritos. La negativa visión que Maximiano ofrece de la ancianidad, muy próxima a la patética descripción de sus males hecha por Juvenal en la citada Sátira X, es el más inmediato antecedente de época antigua que tienen las muchas obras medievales[38] que, filosófica y éticamente, se acercaron al tema de la vejez en términos muy distintos a los empleados por Cicerón en su Cato maior De senectute, como pudiera ser el caso de la obra del profesor florentino de retórica Boncompagno da Signa, del siglo XIII, autor de un tratado titulado De malo senectutis et senii (Signa 2005) diametralmente opuesto en sus principios a la obra ciceroniana y muy cercano en sus diatribas contra la vejez, y el amor en la vejez, al poeta Maximiano.

Como ya indicamos en otro lugar (Maximiano Etrusco 2011: 30-33), aunque el tema del senex amator no tuvo una implantación muy significativa en la literatura medieval hispana, no está de más señalar, para concluir, la concomitancia, incluso textual, del tratamiento del motivo por parte de Maximiano y las palabras que el Amor dirige al anciano protagonista del Diálogo entre el Amor y un viejo de Rodrigo Cota (Valencia, 1511), de igual manera que no resulta descabellado poner en relación las aventuras sexuales del personaje de Diego Fajardo que aparece en la anónima Carajicomedia, de principios del siglo XVI, con los afanes eróticos que el viejo Maximiano arrostra en la misión política que lo llevó a Oriente y lo hizo encontrarse con esa Graia puella, la valedora de la virilidad que el poeta acabó perdiendo y que nunca, ni con la ayuda de la muchacha, llegó a recobrar.

 

 

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NOTAS

[1] El presente trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación «Poetas romanos en España» (FFI2011-29372), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

[2] Coffman (1934); Suder (1992); Iacub (1994); López Moreda (2003); López Pulido (2008); Moreno Soldevila (2011).

[3] Sobre el tema de la vejez y el amor en Tibulo, cfr. Évrard (1978) y García Leal (1984).

[4] Según la conocida honrosa calificación que le adjudica Quintiliano en su Institutio oratoria (X 1, 93): … mihi tersus atque elegans maxime videtur auctor Tibullus («… a mí me parece Tibulo el autor más delicado y elegante»).

[5] Algo muy distinto de lo que en II 4, 43-44 augura a la mujer que por avaricia, perfidia y deslealtad haya burlado la fidelidad del poeta, quien, conforme a la situación habitual de los elegíacos, es amante y pobre a la vez: Heu veniet tibi mors, neque sit qui lugeat ullus, / nec qui det maestas munus in exsequias («¡Ay!, te llegará la muerte y no habrá nadie que te llore ni deje una ofrenda en tus tristes exequias»).

[6] «Llorarás y al ponerme en el lecho dispuesto a las llamas, Delia, me darás besos mezclados con tristes lágrimas. Llorarás: no están tus entrañas atadas con duro hierro ni una piedra se aloja en tu tierno corazón. Ningún joven podrá regresar a su casa de aquel funeral, ni ninguna doncella, con los ojos secos».

[7] «Pero la que no fue fiel a nadie, después, vencida por la vejez, lleva, mísera, los retorcidos hilos con mano temblorosa y anuda las firmes urdimbres a las telas que le encargan y limpia el hilo cardado de un vellón blanco como la nieve. La algarabía de jóvenes la ve con alborozo y comenta que la anciana soporta tantos males merecidamente. A ella, la excelsa Venus desde el muy elevado Olimpo la observa llorar y le recuerda cuán cruel se muestra para con los infieles».

[8] Muy oportuna es la apreciación de Otón a propósito de que la gran paradoja existencial de Tibulo fue la de «tener que haber vivido un sueño y dormido una realidad» (en Tibulo 1979: 22 y 30).

[9] «¡Cuánto más digno de ser alabado es aquel a quien, dispuesta su descendencia, lo sorprende la perezosa vejez en su pequeña casa! Él mismo sigue a sus ovejas, pero su hijo a los corderos, y su esposa le prepara agua caliente cuando está cansado. Sea yo así y me quepa blanquear mi cabeza con canas y, ya viejo, contar lo ya hecho en el tiempo pasado».

[10] II 6, 47-50: Saepe, ego cum dominae dulces a limine duro / agnosco voces, haec negat esse domi: / saepe, ubi nox promissa mihi est, languere puellam / nuntiat aut aliquas extimuisse minas («A menudo, cuando yo reconozco la dulce voz de mi dueña desde sus crueles umbrales, ésta [Friné] niega que se encuentre en casa; a menudo, cuando me ha prometido una noche, me anuncia que mi amada está descansando o que teme alguna amenaza»).

[11] «Cadenas que duren por siempre, mientras la lenta vejez nos viste de arrugas y nos blanquea el cabello. Ven aquí, Cumpleaños, y provee a los abuelos de nietos, para que un tropel de niños juegue a tus pies».

[12] Vivamus, mea Lesbia, atque amemus, / rumoresque senum severiorum / omnes unius aestimemus assis! / Soles occidere et redire possunt: / nobis cum semel occidit brevis lux, / nox est perpetua una dormienda («Vivamus, Lesbia mía, y amémonos, y a las habladurías de los viejos más adustos démosles a todas el valor de un as. Los soles pueden ocultarse y volver a salir: nosotros, tan pronto se extinga nuestra breve luz, tendremos que dormir una noche perpetua»).

[13] …Dum loquimur, fugit invida / aetas: carpe diem, quam minimum credula postero («Mientras hablamos, huye envidiosa la edad: aprovecha este día, y fíate lo menos posible del que ha de venir»). Sobre el tema del carpe diem en la literatura latina, cfr. Cristóbal (1994).

[14] «Entretanto, mientras los hados nos dejan, unamos nuestro amor: ya vendrá la Muerte, cubierta su cabeza de tinieblas, ya se colará de pronto la edad inactiva y no convendrá amar ni decir ternezas con la cabeza cana. Ahora hay que aprovecharse de la ligera Venus, mientras no da pudor derribar puertas y gusta meterse en peleas».

[15] «Yo he visto que quien ha despreciado los desdichados amores juveniles ha puesto después, ya viejo, su cuello bajo las cadenas de Venus y ha improvisado para sí ternezas con voz temblorosa y ha querido tapar con la mano su cabello cano; y no le ha avergonzado estar de pie ante las puertas o parar en mitad del foro a la esclava de su querida muchacha. A éste un joven, a éste un nutrido tropel de chicos le pega y todos a una le escupen en su flojo regazo».

[16] Asimismo advierte a las mujeres que no son receptivas al amor que persigue y propugna el poeta, ya que de ancianas serán también objeto de burla y menosprecio, como hemos visto que hacía en I 6, 81-82: Hanc animo gaudente vident iuvenumque catervae /  commemorant merito tot mala ferre senem.

[17] «¡Ay!, tarde se vuelve a llamar al amor y tarde a la juventud, cuando la cana vejez blanquea tu vieja cabeza. Entonces se procura cuidar la belleza, entonces se cambia el cabello para que, teñido con la verde corteza de una nuez, disimule los años; entonces preocupa arrancar de raíz las canas y tener el rostro fresco cambiando la piel. Pero tú, mientras florece la edad de tus años primeros, disfruta: no se desliza ella con lento pie».

[18] Sobre la personalidad de este autor y las características de su obra, remitimos al excelente comentario de Navarro Antolín (en Lygdamus 1996).

[19] Hemos de precisar que es en el libro III del Corpus Tibullianum, que en algunas ediciones antiguas aparece dividido en cuatro libros —los libros I y II con las elegías propiamente de Tibulo, como hemos dicho; el III con las del poeta denominado Lígdamo; el IV con el conocido como Panegírico a Mesala y las pequeñas elegías de Sulpicia, las de un autor desconocido que habla de los amores de Sulpicia con su amado Cerinto y un par de elegías finales que parecen atribuibles a Tibulo, y donde el poeta, al menos en una de ellas, parece dirigirse a una nueva amada bajo el nombre de Glícera—, en el que se contienen las elegías de este poeta, ya sea contemporáneo del autor de Gabios o posterior a él (e incluso a Ovidio).

[20] «No para salir, insigne y admirado por mi ilustre casa, del umbral de un edificio de mármol o para que mis bueyes araran muchas yugadas y la tierra benévola diera abundantes cosechas, sino para compartir contigo las alegrías de una larga vida y para que mi vejez declinara a tu costado. Entonces sería cuando, tras haber cumplido con el tiempo recorrido por mi vida, me vería forzado a ir, desnudo, en la barca del Leteo».

[21] «Pero tú, traidora, incluso me odias siendo yo joven, cuando en un día no muy lejano tú misma vas a ser una anciana encorvada. Por eso yo aminoro mis pesares, porque a menudo Cupido suele ser malo con quien antes fue bueno».

[22] «El soldado entrado en años reposa al dejar las armas y los bueyes ya viejos se niegan a llevar el arado; la nave desvencijada descansa en la desierta playa y el usado escudo de guerra cuelga en el templo. Sin embargo, de tu amor no me separará vejez alguna, ya me convierta yo en Titono o ya en Néstor».

[23] Sobre la evolución, vista a través de las elegías, del amor de Propercio y Cintia, cfr. Ramírez de Verger (1986a).

[24] «Todo el que ama es soldado, y tiene Cupido su propio campamento; Ático, créeme, todo el que ama es soldado. La edad que es apta para la guerra, también conviene a Venus: cosa indecente es un viejo que sea soldado, cosa indecente el amor de un viejo».

[25] «Añade que ellas tienen mayor entendimiento en estas operaciones y que solo de su lado está la experiencia que las hace maestras. Ellas reponen con refinamiento el quebranto de los años y consiguen con su empeño no parecer viejas. Y según quieras, hacen el amor en mil posturas: ningún manual enseña más posiciones».

[26] «¿Qué vejez me llegará, si es que me llega, cuando mi propia juventud ha faltado al número que se espera de ella? ¡Ay, me avergüenzo de mis años! ¿Para qué ser joven y hombre? Mi amiga no ha notado ni a un joven ni a un hombre».

[27] … ostendit adhuc Thyneius illic / incola de gemino vicinos corpore truncos («… enseña todavía allí el habitante de Bitinia unos troncos vecinos saliendo de un doble tocón»).

[28] Para lo relativo a los datos sobre la vida y la obra de este autor, permítasenos remitir de manera general a las páginas introductorias de nuestra traducción de sus elegías (Maximiano Etrusco 2011: pp. 9-37), donde también podrá encontrarse una selección bibliográfica en torno al autor y a los principales problemas que plantea su obra (2011: 39-42).

[29] Sobre el posible influjo del epigrama griego en Maximiano, cfr. Arcaz Pozo (en prensa).

[30] «Así, yo les parecía hermoso a todas y para todas era agradable, y así era un novio universal. Pero sólo era un novio, pues a mí la naturaleza me había hecho casto y me mostraba inflexible en mi casto corazón».

[31] Este dístico aparece atetizado en algunas ediciones de Maximiano.

[32] Hic mihi, magnarum scrutator maxime rerum, / solus, Boethi, fers miseratus opem, III, 47-48 («Sólo tú, Boecio, que escrutas las cosas más importantes, me ofreciste, compadeciéndote de mí, tu ayuda»).

[33] Cfr. Arcaz Pozo (1995); y sobre la elegía ovidiana y el motivo de la impotencia, Baeza Angulo (1989).

[34] «La primera noche me fue favorable y me proporcionó unos regalos que apenas podía tomarlos un viejo. La siguiente me dejó sin fuerzas y mi ardor se apartó vacío, y fui un cobarde, como antes, con Venus».

[35] «Oh verga, incansable hacedora de mis días felices, otrora delicia y riqueza mía. ¿Con qué torbellino de lágrimas te lloraré, ahora que has muerto, qué poemas haré dignos de tantos méritos tuyos? Tú solías socorrerme a menudo en mi ardor y aliviar el fuego de mi alma. Tú, gratísima guardiana mía durante toda la noche, compañera de alegrías y tristezas, fiel confidente siempre de mis secretos, vigilante incansable de mis íntimos gozos. ¿Adónde se marcha el ardor con el que al herir agradabas, adónde tu empenachada y aguerrida cabeza? Ahora yaces sin la rojez de antes, pálida con la cabeza baja, ahora yaces. De nada te sirven las ternezas ni los dulces poemas, ni nada de lo que suele excitar la mente. Aquí, como en un funeral, te lloro por tus méritos: muere lo que no cumple su oficio de siempre».

[36] Realismo que, dicho sea de paso, fue uno de los rasgos de la obra de Maximiano que llevaron a Gabriele Zerbi, médico italiano del siglo XV, a utilizarlo en la redacción de su Gerontocomia como modelo para describir los estragos de la vejez que el poeta etrusco refiere en la elegía I (Zerbi 1988).

[37] De hecho, Curtius (1989[5]: I, 81-82) hace ver cómo, a tenor de la buena posición de la obra de Maximiano en las listas medievales de autores más leídos, la Edad Media no tuvo el menor empacho en leer y apreciar la poesía, notablemente retoricista, del etrusco.

[38] Un estudio de las reflexiones que las más importantes hacen sobre el tema de la vejez puede verse en Feros Ruys (2007).