Erotismo y poesía pastoril

Álvaro Alonso

(alvaroalonso@filol.ucm.es)

universidad complutense de madrid

 

Resumen

Este artículo muestra que varios poemas del Cancionero Musical de Palacio (algunos, de Juan del Encina) contienen segundos sentidos de tipo sexual. Se estudian, desde este punto de vista, el campo de los regalos que el pastor hace a la pastora, el del baile y la música, y el de las prendas del pastor.

 

 

Abstract

This article shows that some poems of the Cancionero Musical de Palacio (some of them by Juan del Encina) hide second sexual meanings. From this point of view, the article studies the semantic field of the gifts the shepherd offers the sheppheress, the dance and music, and the shepherd’s garments.

 

Palabras clave

 

Erotismo

Juan del Encina

Poesía cancioneril

 

  

 

 

 

 

 

Key words

 

Eroticism

Juan del Encina

Cancionero poetry

 

 

 

 

AnMal Electrónica 32 (2012)

ISSN 1697-4239

     

  

 

Frente a su representación idealizada en piezas navideñas o églogas virgilianas, el universo pastoril aparece con frecuencia como encarnación de la ignorancia o la estulticia. En consonancia con esas características, el pastor o la pastora se definen muchas veces por una sexualidad elemental y desbocada, que contrasta con las refinadas convenciones eróticas de los galanes y las damas de corte.

Ya en el siglo XIV, los encuentros del Arcipreste con las serranas (coplas 950-1042) aparecen marcados por una intensa carga sexual (Ruiz 1988: 305-328), y aunque en textos posteriores las pastoras, vaqueras y serranillas atenúan su lujuria y su agresividad erótica, no por eso pierden por completo esos rasgos. No conviene olvidar que son varias las serranillas del marqués de Santillana que terminan con un encuentro sexual entre el caballero y la pastora, y que en tales encuentros el vocabulario tiende a subrayar la naturaleza física de la situación (López de Mendoza 1988: 88, 92, 94). Así, en «Después que nasçí», vv. 7-9, el protagonista se encuentra con la serrana de Lozoyuela y «de guisa la vi / que me fizo gana / la fruta temprana» (López de Mendoza 1988: 90).

La figura del pastor es muy rara en la poesía de los siglos XIV y XV: desde luego, mucho más que la de su homólogo femenino. Aun así, ya desde sus primeras apariciones, el pastor poético queda definido por su intemperancia sexual. Hacia los años 1460-1470, las Coplas de Mingo Revulgo, vv. 23-60, atribuyen al pastor Candaulo una sospechosa inclinación por los mozalvillos (Ciceri 1977: 190); y aunque es cierto que Candaulo funciona aquí como alter ego de Enrique IV, es muy probable que sus excesos no sean solo la transposición de los del monarca, sino también los característicos de un pastor arquetípico.

Algo después, en la obra lírica de Juan del Encina, las referencias explícitas de tipo sexual no son demasiado frecuentes. No faltan, sin embargo, algunos ejemplos, como el de «Pedro, bien te quiero» (Encina 1975: 172), en cuyos versos 7-10 el pastor protagonista se vanagloria:

 

— A la fe, nuestr’ ama,

ya suena mi fama,

y aun pues en la cama

soy muy más artero.

 

Pero, sin duda, el ejemplo más claro de estos pastores (y pastoras) lujuriosos se halla en las composiciones de Rodrigo de Reinosa. Poemas como «Aborrir quiero, Antonilla» o «¡Biva la gala de la pastorcilla» presentan de forma muy brutal las relaciones entre personajes rústicos, o entre el yo poético y una serrana (Reinosa 2010: 157 y 161). Aunque ligeramente más tardío, vale la pena citar uno de los más conocidos episodios de la Carajicomedia, en el que el pastor Santilario comienza masturbándose y termina sodomizando al mismísimo demonio.

En esta atmósfera cargada de erotismo que caracteriza al primitivo universo pastoril, cabe preguntarse si muchos términos y situaciones de apariencia inocente no ocultan, en realidad, una segunda intención obscena. Junto a la mención explícita, la alusión y el doble sentido son mecanismos casi inevitables en la poesía erótica y una búsqueda de esta naturaleza no parece, por tanto, descaminada (Díez Fernández 2003: 93-104). Lope (s. a.: 85-109) ha realizado un análisis de esta índole para el Libro de buen amor, y Puerto Moro para los poemas pastoriles de Rodrigo de Reinosa (2010: passim). Salvo alguna interpretación dudosa, sus conclusiones me parecen irrebatibles, y de ellas me valdré con frecuencia en lo que sigue.

 

EROTISMO PASTORIL EN EL CANCIONERO MUSICAL DE PALACIO

Mi propósito es centrarme en el Cancionero Musical de Palacio (en adelante, CMP), comenzando por el análisis de un texto concreto, de sentido sexual bastante obvio. Pasaré luego al estudio de algunos de los dobles sentidos que aparecen aquí y allá en diferentes composiciones pastoriles de ese mismo cancionero.

 

«¡Norabuena vengas, Menga!»

El primer texto que me propongo analizar es el que comienza «¡Norabuena vengas, Menga!», que reproduce el diálogo entre un pastor y una pastora. Al saludo de esta responde el personaje masculino explicando dónde ha dejado su ganado y prometiendo varios regalos a su interlocutora (CMP 1996: 183-184):

 

— ¡Norabuena vengas, Menga!

¡A [la] fe, que Dios mantenga!

 

— ¿Dónde dejaste el ganado,

pastorcillo descuidado,

pues que vienes tan cansado?

— ¡A [la] fe que Dios mantenga!

 

— Dexélo en un regajo

paçiendo a gran gasajo,

i vengo por pan i ajo.

— ¿A [la] fe, que Dios mantenga!  

 

Daros he la mantequilla,

aunque enbuelto en la capilla,

si me dais pan i morçilla,

antes que nuestr’ amo venga.

 

I traigo un poco de leche,

i dadme algo en que lo eche,

porque más os aproveche.

¡A l[la] fe, que Dios mantenga!

 

Por empezar por lo más claro, parece indiscutible el sentido obsceno de los cuatro versos finales. La petición de un recipiente para echar la leche «porque más os aproveche» tiene algo vagamente absurdo si los versos se leen de forma inocente: es perogrullesco que a nadie ha de aprovecharle un líquido que no puede beber porque no lo ha recogido en un recipiente. En realidad, este tipo de observaciones («para que te aproveche», «para agradarte», «para que quedes satisfecha», o bien «que es cosa de mucho gusto» o «que te dará gran solaz») suelen orientar la lectura en un sentido sexual. Basten dos ejemplos. El primero corresponde a un texto del Siglo de Oro, y en él, un vendedor de cedazos se dirige así a una muchacha (PESO 1984: 141 [vv. 10-13]):

 

Tomad deste delantero,

que es de tan buena hechura

que de cada cernedura

vos habréis muy gran solaz.

 

Ponderar el gran solaz que la muchacha obtendrá del cedazo y de cerner con él parece un poco exagerado, salvo que cedazo y cernedura quieran decir otra cosa.

El segundo ejemplo corresponde a Rodrigo de Reinosa. Aquí el pastor le promete a la pastora un pedazo de carne (2010: 161 [vv. 63-66]):

 

¡Juro hago a Santiago

que yo tengo en el horcajo

de oveja un buen tasajo

con que te pueda agradar!

 

El sentido obsceno del término tasajo me parece indudable, y así lo señala Puerto Moro en la nota correspondiente. Pero lo que ahora me interesa es la expresión «con que te pueda agradar», análoga a «porque más os aproveche» o «que te dará gran solaz», y que es como un guiño al lector para subrayar el doble sentido de la palabra anterior. Ayuda a esa interpretación el hecho de que aprovechar sea una palabra frecuente en contextos veladamente sexuales (Garrote Bernal 2012: 27 y n. 27). Así que la propuesta del pastor del Cancionero Musical de Palacio se vuelve plenamente coherente si la leche es el semen; el recipiente, el órgano sexual femenino, y el provecho al que se alude es el placer erótico que la pastora ha de obtener.

A la vista de esa lectura, parece muy probable que también tenga que interpretarse en clave sexual la mantequilla de la estrofa anterior. La sospecha se convierte casi en certidumbre si se tiene en cuenta la aclaración «aunque envuelto en la capilla». Es difícil precisar si el término capilla debe entenderse aquí como «capa corta» o como «capuchón», de acuerdo con Covarrubias (1611: 296b): «Díxose capilla a capite, por ser cobertura de la cabeça». En cualquier caso, el enunciado es, de nuevo, ligeramente absurdo si se entiende en su sentido literal: «te daré mantequilla, aunque vaya envuelto en mi capilla». ¿Por qué el hecho de ir envuelto en una capilla (o en cualquier otra prenda) habría de ser un obstáculo para dar mantequilla? El enunciado, en cambio, adquiere pleno sentido si se recuerda el poema «Marica jugaba», donde el personaje femenino se entretiene jugando al frailecico del haba (PESO 1984: 156-158):

 

Toma una habilla

de mediano tomo

y de en medio el lomo

saca una tirilla,

con que la capilla

ponía y quitaba

de aquel frailecillo del haba.

 

Según el Diccionario de Autoridades, el frailecillo del haba es un «juguete que hacen los niños cortando la parte superior de una haba y, sacándole el grano, queda el hollejo de modo que recuerda a la capilla de un fraile». Pero, como explican los modernos editores del poema, «esa capilla tiene mucho de capullo, y este fraile se parece bastante a Matihuelo», es decir, al falo (PESO 1984: 158). Así que el haba, y el acto de ponerle y quitarle la capilla, tienen aquí un evidente sentido obsceno. Como lo tiene en el poema pastoril de CMP.

Igualmente sospechosa es la recompensa que pide el pastor: «pan i ajo» en el verso 9 y «pan i morçilla» en el 13. No hace falta documentar la equivalencia entre el pan y el órgano sexual femenino. Pero los dos alimentos que acompañan aquí al pan tampoco parecen haber sido escogidos al azar: la morcilla puede fácilmente evocar el falo, en tanto que el ajo se encuentra con frecuencia en textos eróticos (PESO 1984: 329). Venus, en brazos de Vulcano,

 

Por más que dijo que era porquería,

se estuvo queda, y alargó las ancas

al ajo y queso, de que fue gustando.

(PESO 1984: 71)

 

Pueden parecer incongruentes las alusiones al órgano sexual masculino cuando se habla de una mujer, pero tales incoherencias son normales en la poesía erótica, donde importa más el poder evocador de los términos que su perfecta adecuación al contexto. De hecho, las parejas del tipo pan (sexo femenino) + ajo, morcilla (sexo masculino) obedecen a un esquema tópico. Así, de nuevo en PESO, el falo «dice que tiene un sabor más dulce que pan y nueces» (1984: 153). A lo que anotan los editores:

 

Pan y nueces. Expresión popular, para encarecer el sabor de alguna cosa. Pero el poder evocativo muy concreto de la palabra nueces y el sentido figurado muy frecuente de pan (cunnus) hicieron que la expresión pan y nueces cobrara alguna vez un sentido parcialmente erótico.

 

«Pan y ajo», «pan y morcilla», «pan y nueces» parecen, por tanto, variaciones de un mismo esquema metafórico que agrupa la referencia al órgano sexual femenino con la del falo o los testículos.

Después de considerar los regalos que piensan intercambiar el pastor y la pastora, conviene detenerse en el segundo motivo de la composición, el del ganado que pasta. La imagen de un animal que pace se asocia con frecuencia con el acto sexual. Un caracol, por ejemplo (PESO 1984: 161 [vv. 3-8]):

 

De su huerto en la frescura

una dama apacentaba

en caracol que adoraba,

gozosa de su ventura:

él pació de su verdura

y en su concha se escondió […]

 

O el cordero de Pitas Payas, al menos en la versión de fray Melchor de la Serna. En ella el pintor traza así la imagen en el cuerpo de su mujer (Labrador Herraiz y DiFranco 2003: 69 [vv. 79-84]):

 

De un pequeño cordero la figura,

y en el medio del vientre atravesado,

al óleo le pintó por más segura.

Y la cabeza púsole inclinada

como que de el hambre estimulado

quiere pacer la hierba delicada.

 

La oveja es aquí equivalente al falo, y su cabeza, de acuerdo con una conocida metáfora, equivale al glande (PESO 1984: 332). En este contexto, la hierba no puede ser sino el órgano sexual femenino o, quizá, el vello púbico.

En el poema que nos ocupa, las ovejas que pacen en un valle apartado tienen el mismo valor. Para apuntar a ese sentido erótico, el autor ha recurrido aquí a varios expedientes, cuya presencia en el contexto no puede ser casual. En primer lugar, la sugerente rima en –ajo. En segundo lugar, la ponderación del placer que experimenta el ganado pertenece al mismo tipo de aclaraciones que ya hemos visto: «paciendo a gran gasajo» es una advertencia parecida a «porque más os aproveche». Más teniendo en cuenta que el término gasajo es frecuentísimo en la poesía erótica (Garrote Bernal 2012: 27).

 

Motivos obscenos en otros poemas pastoriles de CMP

Quizá sin la coherencia que tienen en la composición anterior, son varios los poemas del Cancionero Musical de Palacio que presentan pasajes susceptibles de una segunda lectura erótica. Presento aquí los motivos más frecuentes.

Regalos pastoriles: cucharas, cazos y cedazos. Ya se ha visto que la enumeración de los regalos del pastor es uno de los contextos donde con más frecuencia aparecen términos con doble sentido. Así ocurre en «¡Norabuena vengas, Menga!», pero también en Rodrigo de Reinosa y en el Arcipreste de Hita. A la vista de esos textos, no parece fuera de lugar leer en clave erótica enumeraciones como las de Juan del Encina en el poema «Ya soy desposado» (CMP 1996: 229 [vv. 214-225]):

 

— Cucharón y caço

tanbién le demanda.

— Y artesa i cedaço,

que aliñándose anda

y a mercar se manda […]

— Mérquente unos pendes

para pender lana.

— Si tú me los vendes,

antes de mañana

y aun de buena gana.

 

Los cuatro sustantivos de los primeros versos tienen frecuentemente implicaciones obscenas. Para cucharón y cazo basta recordar «Mi marido es cucharetero» (PESO 1984: 128 [vv. 3-7 y 24-28]). No puede excluirse que para cazo haya además una influencia del italiano cazzo:

 

Mi marido hace cucharas,

con mil lindezas tan raras

en el cabo,

que labra como en un nabo

en un madero […].

También cazos sabe hacer,

y, viéndose antes de ayer

sin embarazo,

a Pascuala hizo un cazo

espumadero.

 

Para cedazo y artesa puede remitirse a los dos poemas recogidos en PESO, donde el cedazo aparece como equivalente al órgano sexual masculino en un caso  («¡Al cedaz, cedaz!») y del femenino en otro («Déjame cerner mi harina»). (La artesa aparece solo en el segundo de esos poemas.)

En la estrofa siguiente, el uso de pende, en lugar del más normal peine, obedece con toda probabilidad al deseo de evocar pendejo. Tanto más cuanto de lo que se trata es de peinar lana, término que, según veremos con más detalle luego, tiene una frecuente significación erótica.

 

Otros regalos pastoriles: «cosas», nuégados y caracoles. La composición «Un, señora, muerto havías» no es un poema pastoril, pero incluye la característica lista de regalos rústicos, por lo que vale la pena que la consideremos aquí (CMP 1984: 146 [vv. 16-27]):

 

Dart’ he cosas bonitas,

de muchos cuentas i manillas

y çapatas mucho ricas

i otras cosas maravillas. […]

Muchas frutas i rosquillas,

nuégados i caracoles;

dart’ he undaya con coles,

qu’ es muy rico comezón.

 

Al menos el ofrecimiento de nuégados y caracoles no ofrece dudas. Los nuégados, hechos con nueces y miel, tienen el mismo valor que las nueces, y de esa forma aparecen en numerosas composiciones. Para mayor claridad, la que empieza «Fue Teresa a su majuelo» los relaciona sin más con un nabo (PESO 1984: 277-278). En cuanto a los caracoles, ya se han visto los versos en los que pacían el secreto huerto de la dama. Pero más relevante es el siguiente texto, del Cancionero de Rávena (PESO 1984: 164):

 

Las mozuelas tiernas

se huelgan con él [el caracol],

porque es como miel

cuajada en almendras.

 

«Miel cuajada en almendras» es algo muy parecido a los nuégados del poema de CMP. Es decir, la dieta es muy parecida en los dos poemas: caracoles y miel y nueces (nuégados) en uno, y caracoles y miel y almendras en el otro. A la vista de esas alusiones, habrá que entender también como referencias eróticas las «cosas bonitas» y las «cosas maravillas» de los versos anteriores. Y, por supuesto, no ha de ser una casualidad que el poema termine definiendo el régimen alimenticio de la muchacha como rico comezón: un sustantivo todavía hoy especializado en designar el deseo sexual (PESO 1984; 187).

 

Más regalos pastoriles: leche, cuajada y tasajos. La revellada. En el poema «Ya no ‘spero qu’ en mi vida», un pastor lamenta que su pastora se haya casado con otro. Lo que más le duele es la ingratitud con la que ha olvidado sus regalos (CMP 1996: 237 [vv. 18-28]):

 

Mirara la revelada

que le dava muchos dones:

manteca, leche, cuajada,

quesillos y requesones,

i las pullas i razones

qu’ entre nos havían pasado

andando el ganado.

Mirara los gasajados

qu’ entre ella fueron i mí

i quantos buenos tasajos

en este mundo le di.

 

 La enumeración puede entenderse de forma inocente, pero la acumulación de términos ambiguos sugiere un segundo sentido obsceno. Es cierto que la leche de los versos iniciales es un regalo pastoril tan frecuente que, en ausencia de otras pistas, resultaría forzado entenderla en sentido sexual. Sin embargo, unos versos después aparece la palabra gasajados, frecuentísima en la poesía erótica. Pero, sobre todo, son los «buenos tasajos» del penúltimo verso los que resultan más reveladores. A diferencia de la leche, los tasajos no son un regalo pastoril «normal», y parecen especializados en contextos exclusivamente obscenos. Ya he mencionado el poema de Rodrigo de Reinosa donde el término se refiere claramente al órgano sexual masculino, en significativa relación con horcajo.

Quizá los versos más difíciles sean los dos primeros: «Mirara la revelada que le dava muchos dones». Podría entenderse que la revelada es el sujeto de mirara y, en tal caso, habría que darle el sentido de ‘la que se rebela’. El término no es imposible referido a una pastora que ha abandonado a su pastor, pero no parece del todo satisfactorio. Propongo, en cambio, leer la revellada, es decir ‘la reverencia’, ‘el homenaje’, entenderlo como complemento directo y puntuar de otra forma: «Mirara la revellada, que le dava muchos dones», es decir, «Mirara [la pastora] mi reverencia, el respeto con el que la trataba, pues le daba muchos regalos». Pero si debiera leerse revellada conviene no olvidar que el término aparece en Rodrigo de Reinosa (2010: 154) con significado claramente obsceno, tal y como señala Puerto Moro. De manera que el clima sexual de esta lista de regalos estaría dado desde el comienzo.

 

El baile y la música. Repicar. Los poemas pastoriles del Arcipreste y los de Rodrigo de Reinosa presentan ejemplos muy claros de palabras asociadas con el baile y la música que deben ser interpretadas en clave sexual. Lope (s. a.) y Puerto Moro (en Reinosa 2010: 155) comentan con acierto esos textos y basta remitir a sus observaciones.

Volviendo ahora al CMP, son varios los poemas susceptibles de esa lectura. Así, en la composición que comienza «Gran plazer siento yo ya» (1996: 284 [vv. 32-39]):

 

Yréla yo a musicar

con la gaita i caramillo,

con la flauta y çaramillo

cada noche a despertar,

y Minguillo cantará:

«¡Mi fe, ayudart’ he yo!»

Andaré yo repicando,

que ella rehuelgue, aosadas.

 

No consigo documentar el término çaramillo, pero todos los demás (caramillo, flauta, gaita) pueden adquirir fácilmente un valor fálico. De hecho, es muy posible que el caramillo pastoril de Candaulo tenga ya esas implicaciones en las Coplas de Mingo Revulgo (Ciceri: 1977)[1]:

 

Él risadas, en oíllo,

ni por eso el caramillo

nunca dexa de tocar.

¿Sabes, sabes? El modorro,

allá dond’ anda a grillos,

búrlanle los moçalvillos

que andan con él en el corro.

 

En cuanto a Minguillo, puede sospecharse que es, como Matigüelo, una personificación del órgano sexual masculino, y su canto, entonces, habrá de interpretarse en el sentido erótico que tiene en infinidad de composiciones.

En los dos versos finales tenemos un término, repicando, de indudable valor obsceno. Dos ejemplos (PESO 1984: 211 [vv. 3-4] y 69 [vv. 1-4]):

 

Para hacer de la novia cata y cala

y repicar el virginal pandero.

 

Abríme, Minguilla,

abríme, y te daré,

botín cerrado

que te repique en el pie.

 

La ya consabida referencia al provecho o al placer que ella ha de obtener de esta música, «que ella rehuelgue, aosadas», refuerza esa significación sexual.

Un doble sentido parece tener también el poema «Daca, bailemos, carillo», en el que dos pastores se apresuran a buscar a la prometida de uno de ellos (CMP 1996: 193 [vv. 44-50]):

 

— Abállate, no engorremos,

que ora me diste la vida;

i vamos muy de corrida,

que soy sano si la vemos.

Y el caramillo llevemos,

para fazelle un sonezillo.

 

¿Es casual que coincidan en el mismo contexto correr y caramillo? Algo después, uno de los dos amigos aconseja al otro: «Vamos siquiera de huzia, / i ponte de repiquete». La expresión suscita la perplejidad del moderno editor de Encina (1975: 165): «repiquete: voz de sentido dudoso aquí. Posiblemente está relacionada con el verbo repicarse, así que la frase ponte de repiquete vendría a significar “ponte el vestido en que más presumes de elegante”». Conviene retener estas dudas del editor para algo que señalaré en seguida.

En «Ya soy desposado», también de Juan del Encina:

 

— ¿Tocaste las quintas

de tu caramillo?

— Y al trocar las cintas

mucho cantarcillo.

Diome aqueste anillo […]

— ¡Quánta castaña,[2]

Mingo, por el cielo!

— Y aun, ¡qué çapateta

dava allí un moçuelo!,

¡haz gemir el suelo!

 

Obsérvese que el caramillo aparece aquí junto al anillo, es decir, una fácil (y frecuente) metáfora para el órgano sexual femenino. En cuanto a la expresión «haz gemir el suelo», su propósito parece introducir el verbo gemir, que refuerza el sentido erótico de la zapateta a la que se alude inmediatamente antes.

Unos versos después, el amo aconseja al pastor: «Aburre los çelos / i tenla [a la pastora] repicada» (CMP 1996: 227 [vv. 136-137]). La expresión «tenla repicada» es lo suficientemente rara como para provocar de nuevo las dudas de Jones, quien anota (Encina 1975: 181 [vv. 143-144]): «tenla repicada. ¿“tenla en mucha estima”?». No me parece casual que dos expresiones ligeramente anómalas de los poemas de Encina (tener repicada y la anterior, ir de repiquete) estén relacionadas con el verbo repicar. Da la impresión de que el autor ha echado mano de esos giros extraños simplemente porque le permitían evocar la palabra repicar y sugerir así un sentido sexual para sus versos.

 

Indumentaria del pastor manto, capilla, capillo y jubón. Ya se ha visto, en el poema «¡Norabuena vengas, Menga!», que la capilla a la que allí se aludía tenía un claro sentido obsceno. No parece el único caso en CMP. Así, en «Ya soy desposado», amo y pastor dialogan sobre los regalos que este último dará a su prometida (CMP 1996: 226 [vv. 116-127]):

 

— ¿Qué le diste en donas,

que te dé Dios vida?

— Lo que otras personas

dan a su querida:

cosa bien guarnida.

Nuestr’ amo,

ya soy desposado.

— ¿Y aun manto bermejo

hasle ya endonado?

Y aun buen capillejo

de hilo colorado,

azul y morado.

 

La «cosa bien guarnida» que promete el pastor recuerda a las «cosas bonitas» y las «cosas maravillas» que hemos visto ya en un poema anterior, donde esas cosas se concretaban en «nuégados y caracoles». En ese contexto, no parece arriesgado atribuir un significado sexual al manto bermejo y al capillejo. Contribuye a esa interpretación el color rojo y los matices azul y morado del capillo en cuestión.

Las mismas imágenes del manto o capa y de la capucha vuelven a aparecer en «Daca, bailemos, carillo». Un pastor le pide a otro una serie de prendas para bailar (CMP 1996: 193 [vv. 57-62]):

 

— Pues también m’ has de prestar

el tu jubón colorado

y el cinto claveteado

para salir a bailar,

porque no quiero llevar

otra capa ni capillo.

 

Teniendo en cuenta el doble sentido del baile, bien se comprende que el pastor quiera salir sin capillo. El sentido del término habrá de ser idéntico al que tiene en una composición tardía, en la que la diosa Venus se ofrece a un joven, y a su falo, que no se hace rogar dos veces. El texto tiene la ventaja de que es metafórico solo a medias, es decir, que mantiene la metáfora de la cabeza desnuda, pero llama al capillo por su nombre (Díez Fernández 2003: 294-295):

 

Entre dos blancas grevas inclinado,

desnuda del prepucio la cabeza […]

estaba un joven bello arrebatado

a la bagasa Venus ofreciendo

el mondongo reciente en sacrificio.

 

La ecuación metafórica «glande = cabeza» hace posible la metáfora «prepucio = capillo», pero si se parte de una imagen ligeramente distinta, «glande = cuerpo» se llega a la identificación entre el prepucio y la capa (o manto, como se lo llama en otros poemas). Si la capa tiene aquí el significado que sugiero, el jubón (colorado, por más señas) habrá de ser lo que hay debajo. De hecho, en la misma composición, ya unos versos antes, un pastor saltaba y bailaba en jubón (CMP 1996: 192 [vv. 15-20]):

 

— ¡Dusna, dusna el çamarón!

¡Sal acá, pes’ a San Junco!

¡Riedro vaya el despelunco,

salta en el corro en jubón!

¡Mira qué agudillo son

para saltar con gritillo!

 

El gritillo del último verso (como lo de «hacer gemir el suelo» en un poema anterior) debe ya sugerirnos la verdadera naturaleza de este baile y estos saltos. El zamarrón sería entonces el equivalente de la capa y el jubón tendría la misma significación que en el pasaje recién citado.

Un jubón colorado aparece de nuevo también en relación con el baile en un contexto que ya he citado (CMP 1996: 284 [vv. 32-46]):

 

Yréla yo a musicar

con la gaita i caramillo […].

Andaré yo repicando,

qu’ ella rehuelgue, aosadas.

Mis calzas abotonadas,

mi jubón el colorado,

mi gala relucirá 

que nunca nadie le vio.   

 

Esta obsesión por las capuchas, las capas y los jubones (preferentemente rojos, o rojo-azulados; y preferentemente relacionados con el baile) no puede ser inocente.

Veamos, en fin, un último poema de CMP que, aunque no estrictamente pastoril, vuelve a asociar una prenda roja con el baile. Es el que comienza «Dale si le das» (1996: 100-101):

 

Dale, si le das,

moçuela de Carasa;

dale si le das,

que me llaman en casa.

Una moçuela de Logroño

mostrado me havía su co…

po de lana negra, que hilava.

 

El artificio más llamativo de este pasaje, que se repite en todo el poema, consiste en la rima sugerida por un final de verso, pero contrariada por el siguiente. A ese artificio hay que añadir otro, más sutil, consistente en que el verso aparentemente inocente («copo de lana negra») tampoco lo es, ya que admite una segunda lectura equivalente a la palabra sugerida y negada (coño). El valor de copo y de lana (sobre todo, negra), se ve claro en el poema «Cata el lobo dó va» (PESO 1984: 4-7):

 

Cata el lobo, Juana,

que a tu hato un día

dicen que quería

mordelle la lana […]

 

Y la nota de los editores, que vale la pena reproducir: «La lana. También se decía copo. Lo que designa se deduce fácilmente del consejo de Lozana: “Amuestra a tu marido el copo mas no del todo”». Así que «co… po de lana» equivale, sin más, a coño.

Puesto en marcha el mecanismo, se aplica en varias estrofas, hasta llegar a la última, que es la que ahora me interesa:

 

Y ella me mostró un rendajo;

yo atesetele mi cara…

peruça colorada para la baila.

 

Si el «copo de lana» equivalía al coño que sugería la rima, la «caperuza colorada para el baile» habrá de ser equivalente al carajo, igualmente sugerido por la rima. O quizá, de manera más concreta, al prepucio.

 

CONCLUSIÓN

 

A favor de la interpretación sexual de los textos que aquí he propuesto pueden aducirse, por tanto, varios argumentos:

1. Los términos se documentan con frecuencia en poemas inequívocamente eróticos. Más aún: muchas veces tales términos se agrupan de forma idéntica a como lo hacen en otros textos obscenos. ¿Es verosímil, por ejemplo, que la casi imposible dieta de nueces, miel (nuégados) y caracoles no tenga una segunda intención en CMP y sí la tenga la muy parecida de almendras, miel y caracoles de PESO?

  2. Casi siempre tales términos aparecen en contextos donde son frecuentes los juegos de palabras. Recordemos, como ejemplo, la enumeración de los regalos que ofrece el pastor a su pastora. El lector que había leído esas listas de regalos pastoriles en versos como los del Arcipreste o Rodrigo de Reinosa ¿no estaría dispuesto a leer en clave erótica casi cualquier enumeración de ese tipo? Tanto más cuanto que tales enumeraciones van asociadas muchas veces al anuncio de la boda del pastor, con todas las facilidades que la situación «noche de bodas» ofrece para los chistes obscenos. Consideraciones no muy diferentes podrían hacerse a propósito del contexto «baile pastoril», favorable al double entendre ya desde el Libro de buen amor.

3. Las palabras susceptibles de una doble significación aparecen acumuladas de   una forma poco natural en muchos de estos poemas. Así en «Ya soy desposado» aparecen, unos casi a continuación de los otros, cucharón, cazo, cedazo, artesa, pende y lana.

4. La lectura inocente de esos versos es, a veces, ligeramente absurda: «te daré leche aunque envuelto en la capilla». ¿Por qué aunque? Más aún: el acto de dar leche y el de ir envuelto en una capilla son tan dispares entre sí que su mera mención sucesiva va contra toda norma de coherencia discursiva: «Te daré leche. Voy envuelto en una capilla» parece un discurso anómalamente inconexo. En otros casos no puede hablarse de absurdo, pero sí de expresiones extrañas: así, por ejemplo, el consejo de tener repicada a la pastora, o la referencia al pastor que con sus bailes (el baile, de nuevo) hace gemir el suelo resultan, aunque comprensibles, llamativos en su formulación, e invitan a pensar que el autor buscó expresiones tan poco naturales porque necesitaba a todo trance introducir los términos clave gemir y repicar.

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

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NOTAS

[1] Agradezco a Devid Paolini que haya llamado mi atención sobre ese pasaje.

[2] Así en la edición de González Cuenca, aunque la rima exige castañeta. Probablemente el error está ya en el manuscrito, y no deja de ser revelador, ya que es frecuente la equivalencia «castaña = testículo».