La tinta corriendo sobre el papel

 

Gaspar Garrote Bernal

universidad de málaga

 

 

 

A la memoria de Rafael León

y Alberto Sánchez Álvarez-Insúa

 

 

Quedan un día y un monográfico menos. Quiero decir que cada vez estamos más cerca de disponer de una completa Historia de la literatura sexual española. Porque la masa crítica empieza a desbordarse: catálogos y bibliografías, estudios y ediciones, glosarios y propuestas metodológicas ajustadas y reajustadas, han aportado en los últimos cincuenta años un amplio y reevaluable conocimiento sobre textos, autores, trayectorias de transmisión, motivos, modos retóricos y ámbitos de recepción de esa parcela de la literatura española que cada vez sabemos que fue mucho menos marginal de lo que los diversos prejuicios sentenciaban.

Han ocurrido estas cosas dignas de mención tras ser superados tales prejuicios. Sobre todo el que se revestía con otros ropajes: la que ahora tenemos por estéril especulación en torno a la famosa parejita, erotismo y pornografía. La puritana dicotomía se había transformado en cansino tópico prologal de muchos discursos sobre literatura sexual. Así —por decir de un caso— en la moralización de Moix (1992)[1]. Tal oposición, presentada como artificio para medir calidades estéticas, ha sido al fin desvelada como penúltimo cobijo del prejuicio; encubierta forma de homilía o lema pancartero, «erotismo sí, pornografía no», de unos postmodernos más mojigatos de lo que ellos mismos están dispuestos a reconocer. Es a lo que apuntan la propuesta jocoseria de Iwasaki Cauti (1996) y otras que son herederas de quienes, tal Charney (1981: 1-14), pusieron al descubierto la falacia de la oposición. En efecto, al estudiar la ficción sexual, Charney entendió que términos como pornografía, obscenidad, sexual y erótico «are more or less synonymous, depending on the value judgments and class orientation of individual users» (1981: 2).

Liberada de esa y otras ataduras supuestamente —o no tanto— académicas, la investigación se va dotando de telescopios más precisos con que observar el ancho panorama y de microscopios mejor calibrados para escudriñar los más leves pliegues. Así que un nuevo Alexandrian (1989) tendría que tentarse mucho la ropa antes de volver a negar la existencia de literatura sexual española. Pero costar ha costado[2]. Y apenas consuela que España y su cultura, que desde la Contrarreforma recorrieron un azaroso camino que acabó sumergiéndolas en el cenagal franquista, no hayan sido una excepción. Lo que cabría subrayar: no hay excepción española en este campo. El postulado contrario —y mayoritariamente aceptado— constituye una hipótesis elevada a certeza de la que conviene descansar, no solo por acríticamente archirrepetida en los estudios, sino también por haberse convertido en relato inercialmente presupuesto, como anexo de leyenda negra para eruditos a la violeta. Que por tanto no merece ser contratastado con un tabú antisexual que tiene visos de ser universal o, por decirlo de otra manera, de estar ligado a nuestra especie.

Vamos, que el control censor suele generalizarse en cada tiempo y lugar. Echemos un vistazo a la anónima Nude with Mirror, fotografía francesa de hacia 1850 exhibida en The Metropolitan Museum of Art de Nueva York, dentro de su exposición Naked before the Camera (marzo-septiembre de 2012). Dirijamos luego la vista hacia su no menos instructiva descripción, que informa sobre la secular afición de los gobiernos —así el republicano francés del XIX y el fascista italiano del XX— a incautar daguerrotipos similares, sobre todo si los desnudos fotográficos eran masculinos. Para que estos circularan por Estados Unidos, hubieron de ser cobijados en revistas promotoras del deporte y la salud, esas benditas excusas, hasta que solo en 1962, o sea, anteayer, terminaron legalizados, Tribunal Supremo mediante.

A propósito de este puritanismo protestante y anglosajón, recordaré no el choque de Wilde con su circunstancia victorianista, sino cómo el autor de la no menos perseguida novela El amante de lady Chatterley tiraba en «Pornography and Obscenity» (Lawrence 1953), uno de sus ensayos sobre literatura erótica inglesa y sobre Sade, de la famosa oposición erotismo / pornografía, para hacer sinónimo de suciedad al segundo término.

Tal puritanismo encarna mejor en el libro de Loth. Quien dedicó sus dos primeros capítulos (1961: 11-65) a centrar la materia, regido por la siguiente intención:

 

Me propongo explorar en estas páginas los usos y costumbres que permitían a nuestros antepasados disfrutar de escritos sobre el sexo que poseían tanta gracia como verdad, y cómo fue que la alegría y la belleza se vieron desterradas de tales escritos. Asimismo, por qué se convirtieron en tabú las antiguas palabras que designaban los órganos genitales y las funciones excretoras, y fueron reemplazadas por alusiones despreciativas (1961: 16).

 

La cosa prometía. Pero tras un repaso —parcial, claro (1961: 66-272)[3]— a la historia de la literatura sexual, Loth terminó analizando en el capítulo X algunos de sus temas, denominándolos «perversiones» (1961: 273-297). Y ya envalentonado, estudió en el capítulo XI los efectos de la pornografía sobre el receptor… para proponer consecuentes y aleccionadoras medidas con que frenarla (1961: 298-335).

No diré ahora del neomoralismo postmoderno y su restrictiva ideología feminista mucho más de lo que apunté en otros sitios (Garrote Bernal 2002: 115-120 y 2007: 67-68); baste ahora con recordar que su tantas veces anacrónico y severo juicio moral contra el pasado suele terminar achacando a Góngora, y otras gentes así, el que, en cierto recodo de la prehistoria, el matriarcado fuera sustituido por el patriarcado. Es cuestión de paciencia ver girar las tornas (o los tornos). Quizá entonces surjan los análisis que traten tal producción intelectual: cuando, como les pasa a todas, se halle en vías de extinción. Es de lo poco que algunos hemos retenido del doctrinal católico: que su estar en trance de inoperatividad ha posibilitado la afloración de nuevas creaciones y de más estudios de literatura sexual. Por la misma razón —su agostamiento y decadencia—, propondré mejor reflexionar sobre otro catecismo, ligado, como su más directo antecedente, al neomoralismo postmoderno. Me refiero al puritanismo marxista.

Que El Caballero Audaz compusiera novela erótica no fue óbice —más bien, todo lo contrario— para que los autores de cierta Historia social lo echaran a las llamas de la hoguera rotulada como literatura fascista: «Nombres como José María Carretero, “El Caballero Audaz”, y de modo particular Tomás Borrás, con sus Checas de Madrid (1940), ejemplifican lo que ha podido llamarse la pornografía política», en cuya «nómina» militaba asimismo Foxá (Blanco Aguinaga et al. 1978-1979: III, 63-65). Quienes aún sigan percibiendo la dialéctica histórica con prisma binario y lineal —en vez de en círculo o en espiral, pongo por caso—, no dejarán de sorprenderse, a propósito del versátil empleo del marbete categorizador pornografía, ante las coincidencias de esta con la otra inquisición, que generó el hábito religioso de la misma y simplista mentalidad autoritaria: el presbítero Estop y Puig inauguraba el curso 1948-1949 del Seminario Conciliar de Barcelona motejando de «atea, pornográfica y nauseabunda» a la obra de Sartre (cito por Barrero López 1987: 32).

No superándolas, sino hermanándose con las tan denostadas moral clerical y moral burguesa, la marxista despacha con disgusto los textos procaces, como «los largos y aburridos romances» —«demasiados» según el gusto de la izquierda divina— que, para «desmitificar tradiciones literarias», así «el mito de Hero y Leandro», «caen en chabacana grosería recurriendo, entre otras cosas, a que los personajes orinen o satisfagan sus necesidades mayores» (Blanco Aguinaga et al. 1978-1979: I, 383). Qué no se pontificará entonces de Cela: San Camilo 1936 es una «inadmisible descripción del Madrid de julio de 1936» que presenta «todo», «vida y muerte, política, valores humanos», «bajo el prisma deformante de un erotismo en que machaconamente se hace escarnio de prostitutas, puteros y homosexuales» (Blanco Aguinaga et al. 1978-1979: III, 112). En conclusión: que, de acuerdo con una norma implícita en la tradicional o burguesa, la no menos decimonónica historiografía marxista excluye del canon a la literatura sexual.

Catolicismo, marxismo y postmodernismo son los pensamientos únicos que hemos visto sucederse durante nuestras vidas, acompañados de su correspondiente academicismo, carabina siempre dócil, servil e inerte. Por eso tengo para mí que no debe esperarse incremento significativo en el saber sobre la literatura sexual desde las laderas de esas ideologías y sus anexas supuraciones críticas, que, prejuiciosas y sesgadas, tanto se afanan en salvarnos, y tanto convencieron y han convencido a numerosos colegas de que el erotismo literario no es digno de estudio.

Frente a esas estrecheces, el método de la filología —algo menos viejo que la libertad— sigue obrando en los textos y en sus tradiciones y ámbitos de recepción. Es lo que propone y practica este monográfico de AnMal Electrónica que enseguida comenzará su andadura por la Red. Cuyas dos partes, «Ejercicios multilingües y de la mirada» y «Con lengua propia», plantean y discuten aspectos eróticos relacionados con la cultura en general —la pintura, la imprenta, el cine— e invitan a recorrer la polivalencia sexual hecha imagen y palabra, desde la literatura latina hasta las penúltimas realizaciones de la española.

Para titular y presentar este monográfico, he elegido el lema La tinta corriendo sobre el papel, pues que me parece que se ajusta con precisión al modo y al tema del volumen. No en vano, larga —y al menos aquí importará el tamaño— es la tradición que convirtió las acciones sucesivas de mojar la pluma en el tintero y de trazar los renglones —torcidos o no— de la escritura sobre la superficie de un folio, en imágenes de otro acto que bien entendía cualquier receptor, dotado o no, que se iba sutilmente mentando: de la lírica popular a la novela realista (Pérez Ortega 2007).

Imagino que Rafael León hubiera preguntado, rápido, pícaro y perspicaz, si el folio estaba en blanco o se trataba de un palimpsesto. Por desgracia, ya no comentaremos con él las veintitrés lecciones que contiene este monográfico, que tanto como a sus juguetones amigos del Veintisiete le habrían divertido, y para el que de forma tan entusiasta envió, el primero, su contribución. Tampoco podrá ser lector de esos trabajos uno de los maestros pioneros de la historia de la literatura sexual española moderna y contemporánea: Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, que preparaba para este número de AnMal Electrónica un trabajo sobre «Las colecciones eróticas españolas del periodo de entreguerras».

Con todo nuestro reconocimiento, a la memoria de ambos va dedicado el presente volumen.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

[s.] alexandrian (1989), Historia de la literatura erótica, Barcelona, Planeta, 1990.

ó. barrero lópez (1987), La novela existencial española de posguerra, Madrid, Gredos.

c. blanco aguinaga, j. rodríguez puértolas e i. m. zavala (1978-1979), Historia social de la Literatura española (en lengua castellana), Madrid, Castalia, 19842, 3 vols.

m. charney (1981), Sexual Fiction, London-New York, Methuen.

m. díaz-diocaretz e i. m. zavala (1992), eds., Discurso erótico y discurso transgresor en la cultura peninsular, siglos XI al XX, Madrid, Tuero.

j. i. díez fernández (2006), «Asedios al concepto de literatura erótica», en Venus venerada. Tradiciones eróticas de la literatura española, Madrid, Complutense, ed. J. I. Díez y A. L. Martín, Madrid, Complutense, pp. 1-18.

f. garcía lara (2000), «Sucintas apostillas al erotismo literario español», en Aula de Literatura Comparada. Seminario 98/99. Erotismo y Literatura, ed. M. Ledesma Pedraz, Jaén, Universidad, pp. 51-60.

g. garrote bernal (2002), «La erótica heterodoxia de Samaniego», Por amor a la palabra. Estudios sobre el español literario, Málaga, Universidad, 2008, pp. 115-146.

g. garrote bernal (2007), «La burla del varón en boca de mujeres. Una constante en la poesía gongorina», en Góngora Hoy IX. […] «Ángel fieramente humano», Góngora y la mujer […], ed. J. Roses, Córdoba, Diputación Provincial, pp. 67-89.

c. guillén (1993), «La expresión total: notas sobre literatura y obscenidad», en La obscenidad, ed. C. Castilla del Pino, Madrid, Alianza, pp. 41-98.

f. iwasaki cauti (1996), «Las bragas de Pitágoras. Teorema en torno al erotismo y la pornografía», en Los territorios literarios de la historia del placer. I Coloquio de Erótica Hispánica […], ed. J. A. Cerezo et al., Madrid, Huerga & Fierro, pp. 107-114.

d. h. lawrence (1953), «Pornography and Obscenity», Sex, Literature, and Censorship, ed. H. T. Moore, New York, The Viking Press, 1973, pp. 64-81.

m. e. llorente (2002), «Erotismo y pornografía: revisión de enfoques y aproximaciones al concepto de erotismo y de literatura erótica», Anuario de Letras, 40, pp. 359-375.

l. lópez-baralt y f. márquez villanueva (1995), «Introducción», en Erotismo en las letras hispánicas. Aspectos, modos y fronteras, ed. L. López-Baralt y F. Márquez Villanueva, México, El Colegio de México, pp. 9-16.

[d. loth] (1961), Pornografía, erotismo y literatura, Buenos Aires, Paidós, 1969.

a. m. moix (1992), «Erotismo y literatura», en díaz-diocaretz y zavala (1992), pp. 199-208.

g. morales (2005), «Capítulo primero. El juego del viento y la luna: el erotismo en la literatura», en Un título para Eros: erotismo, sensualidad y sexualidad en la literatura, ed. R. Sánchez García, Granada, Universidad, pp. 11-44.

m. u. pérez ortega (2007), Discurso […]. Recado de escribir, Granada, Academia de Buenas Letras.

f. j. ríos torres (2009), «La expresión erótica en la literatura hispánica», Anuario de Estudios Filológicos, 32, pp. 193-206.

i. m. zavala (1992), «Arqueología de la imaginación: erotismo, transgresión y pornografía», en díaz-diocaretz y zavala (1992), pp. 155-181.


 

NOTAS

[1] También en Zavala (1992), García Lara (2000) y Morales (2005), pero no son ni mucho menos los únicos. Como estado de la cuestión sobre tal asunto funciona Llorente (2002). Atinada denuncia de este tópico crítico, en Díez Fernández (2006).

[2] Agudas observaciones sobre la historiografía de la literatura sexual hay en López-Baralt y Márquez Villanueva (1995).

[3] Completan ese panorama, además del mentado Alexandrian (1989), que se centra en las literaturas francesa, inglesa e italiana, el excelente trabajo de Guillén (1993) y otros, como los de Charney (1981), para Europa, y el esquemático de Ríos Torres (2009), para España.