RETRATO DE GENERALES EN CORNELIO NEPOTE, José Joaquín Caerols Pérez, Universidad Complutense de Madrid, (Publicado en Analecta Malacitana, XXI, 1, 1998, págs. 17-32)

 

    Es lugar común [1] en los tratados que estudian la biografía latina etiquetar a Cornelio Nepote como autor mediocre [2]. A pesar de los elogios que le dirigen los autores antiguos [3], la crítica moderna, apoyándose en juicios previos de autoridades como Cicerón [4], ha insistido en considerarlo un escritor de segunda fila o, en palabras de Büchner, una especie de «mercado distribuidor de mercancías intelectuales de calidad media» [5]. Sin embargo, los estudios más recientes parecen corregir esta visión: Nepote comienza a adquirir una personalidad propia y su obra es enjuiciada ahora desde puntos de vista que no son los del estilo, el género biográfico o los errores y las falsificaciones históricas. Estos aspectos son fundamentales, evidentemente, pero la valoración negativa que han deparado de Nepote había terminado por oscurecer al escritor y su obra, condenándolo a una penumbra de la que ahora está siendo rescatado, no sin esfuerzo [6].

    El propósito de este trabajo es contribuir a esa recuperación, a la reivindicación de Nepote como autor consciente de la tarea asumida, muy por encima del trivial e inútil diletantismo que habitualmente se le ha atribuido. Una de las facetas en que ese esfuerzo se percibe con más claridad es su asunción del componente moral y ético de la obra literaria, aspecto éste fundamental en la tradición cultural y educativa romana. Según trataré de mostrar en la páginas que siguen, Nepote tenía presente en todo momento el carácter ejemplarizante de las biografías que elaboraba, en ellas se deja entrever, bajo el disfraz de lo extranjero, de lo pretérito, una imagen ideal del jefe militar y del estadista, un modelo que se ajustaba al más riguroso ideario republicano y contradecía abiertamente las prácticas y métodos habituales entre los ambiciosos líderes de los tiempos revueltos y peligrosos que le tocó vivir. Nepote cumplía de este modo con un deber cívico, rindiendo su particular servicio a los romanos de su época y a las generaciones venideras. No utilizó para ello las armas de la lucha política, ni tampoco el utillaje y los métodos de la literatura más o menos «comprometida» de un Cicerón, sino los mecanismos más sutiles de la alusión literaria y la metáfora, la crítica velada y la comparación encubierta, en definitiva, las técnicas del creador literario.

    Los magros datos que conforman el perfil biográfico de Cornelio Nepote nos presentan a este contemporáneo de Cicerón [7], espectador directo de los acontecimientos que llevaron al fin del gobierno republicano y al inicio de una nueva forma de gobierno autocrático que llamamos Imperio, como persona escasamente interesada por la actividad política. No parece que llegara a detentar cargo público alguno ni que se sentara en el Senado, ni tampoco que perteneciera a la aristocracia senatorial. Pero ello no le impidió conocer de primera mano la vida política del momento y sus protagonistas. Sabemos, en efecto, que disponía de una fortuna personal lo suficientemente holgada como para poder vivir en Roma la mayor parte de su vida, dedicado sobre todo a la literatura, en la doble faceta de escritor y editor de obras. Lógicamente, debió frecuentar ambientes cultos  [8] y, de hecho, mantuvo buenas relaciones con Ático —cuya mansión del Quirinal frecuentaba—, así como con el poeta Catulo, que le dedicó un libro de poemas [9]. De Cicerón, en cambio, le separaban profundamente sus planteamientos teóricos y culturales: ajeno a los vastos intereses culturales del Arpinate, Nepote era, como afirma Anne-Marie Guillemin, un «viejo romano en toda la acepción del término» [10]. Para el propósito que nos guía, estas noticias avalan la idea de que nuestro biógrafo tuvo acceso a los grandes prohombres de la cultura y la política de su tiempo.

    De la que pasa por ser una obra prolífica [11] sólo nos ha llegado, junto a algunos restos de poca entidad (fundamentalmente, secciones del De Historicis latinis, vidas de Catón y Ático, una Carta a Cornelia y algún que otro fragmento suelto), parte del extenso (16 libros) compendio biográfico titulado De uiris illustribus. Sabemos que estaba dividido en grupos de dos libros (uno para los extranjeros, griegos fundamentalmente, y otro para los romanos), en los que se recogían las biografías de generales, historiadores, reyes, poetas y, con menos seguridad, de filósofos, oradores, jurisconsultos y gramáticos. El propósito último de esta disposición en paralelo no era otro que el de establecer una comparación entre lo romano y lo extranjero, posiblemente decantada a favor del primero en la mayoría de los casos; Varrón le había precedido con sus Imagines. Pues bien, de dicho compendio sólo se nos ha conservado el tercer libro, que lleva por título De Excellentibus Ducibus Exterarum Gentium y que durante mucho tiempo fue tenido por obra de Emilio Probo, gramático que vivió durante el reinado de Teodosio II, en la primera mitad del Vd. C.; en la actualidad se piensa que Probo no fue sino el editor de una colección de vidas seleccionadas del De uiris illustribus [12]. De Excellentibus Ducibus Exterarum Gentium debió de ser considerado como un libro autónomo, y como tal sería publicado en torno al 34 ó 35 a. C., con una segunda edición antes del 27 a. C., en la que se añadieron las vidas de Dátames, Amílcar y Aníbal (en la primera, pues, sólo se biografiaban generales griegos) [13]. Serán las biografías recogidas en dicho libro el objeto del análisis que propone el presente estudio.

    Lo que en las páginas que siguen intentaré pergeñar es la imagen que un romano culto del final de la República podía tener acerca de los hombres llamados a desempeñar las funciones de generales. Se objetará que, en realidad, las biografías que nos han llegado corresponden, en primer lugar, a generales que no son romanos —griegos, en su mayoría—, y, en segundo lugar, que se encuentran muy alejados en el tiempo. Además, Nepote se inserta en una tradición, más o menos amplia, de escritos biográficos que le imponía los temas, el material, la forma, etc., y dejaba poco espacio para la originalidad. Por último, es un hecho innegable que la obra de Nepote presenta una cantidad más que preocupante de errores, exageraciones, contradicciones internas y datos falsos.

    Todo esto supone un obstáculo importante, pero no insalvable, a la hora de extraer de estas biografías datos acerca del pensamiento de su autor. De hecho, en los trabajos más recientes se tiende a pensar que Nepote ha adoptado una postura de relativa independencia en relación con sus fuentes y con sus predecesores: de lo que éstos le suministraban Nepote ha ido escogiendo los elementos que ha considerado oportunos y los ha manejado según un criterio propio y personal, fundamentalmente moralizante y didáctico [14], que a la postre le lleva a cometer todo tipo de dislates e imprecisiones históricas, aunque ello no parece preocuparle en demasía. Conforme se avanza en esta línea se observa que Nepote ha querido transmitir a sus lectores una imagen definida de estos generales de otras naciones y otros tiempos.

   manuscript1.jpg (198063 bytes) Esta imagen, sostengo yo, responde en gran medida a las reflexiones y preocupaciones de este erudito que ha sido testigo directo de las confrontaciones entre los grandes generales romanos del momento, causa última del fin de la libertas republicana [15]. El interés —o la inquietud— de Nepote por los avatares políticos de su época se trasluce en no pocos pasajes de su obra: en ocasiones, de forma más o menos indirecta, como cuando alude al hecho de que Milcíades había conseguido «un trato propio de un rey», no en virtud «de un cargo militar, sino por su sentido de la justicia» [16], o cuando alaba en éste mismo su deseo de favorecer «más la libertad de todos que los intereses de su propio poder» [17], o cuando afirma que «resulta fácil para cualquiera comprender cuán odioso resulta el poder de un solo hombre y cuán digna de compasión es la vida de los que prefieren ser temidos a ser amados» [18], o en su añoranza de lejanos tiempos en los que «el gobierno del Estado se basaba no en el poder sino en la justicia» [19]; en otros casos, de forma más directa, como el famoso pasaje de la vida de Agesilao en el que se ha querido ver una alusión directa a César, que desobedece las órdenes del Senado y provoca la guerra civil: «Y con motivo de esto hay que admirar no menos el amor a su patria que su valor como militar, ya que, estando al frente como estaba de un ejército victorioso, y abrigando la esperanza de apoderarse del reino de los persas, obedeció con tanta humildad a las órdenes de unos magistrados, que se encontraban tan lejos, como si se tratara de un ciudadano particular en una asamblea de Esparta. Ojalá que su ejemplo lo hubieran querido seguir nuestros generales» [20], o su dura crítica contra la insolencia e indisciplina de los veteranos romanos, fiel reflejo de «aquella célebre falange de Alejandro Magno, que había recorrido Asia y vencido a los persas, desde tanto tiempo tan indisciplinada como famosa», que «quería no obedecer a sus jefes sino ser ella la que mandara, como ocurre hoy día con nuestros veteranos. Así se corre el peligro de que hagan lo que aquellos hicieron: echarlo todo a perder por su intemperancia y excesiva indisciplina y (destruir) más incluso a sus partidarios que a sus enemigos. Y si hay alguno que lea la historia de aquellos veteranos, reconocerá que la de los nuestros es igual y juzgará que la única diferencia que existe es la época» [21].

    Las ideas que guían estas reflexiones de Nepote son las mismas que informan su pintura de los generales extranjeros: aunque ya en sus fuentes ha debido encontrarse un perfil moral de estos personajes, con todo, las virtudes que en ellos ensalza y los vicios que denosta responden a una concepción particular acerca de qué debe ser un hombre al que se le confía el mando supremo de un ejército.

    Pero antes de dar comienzo al catálogo de virtudes y aptitudes que deben adornar al buen general según Nepote, es conveniente prestar atención a un hecho de capital importancia acerca de los mandos militares en las ciudades estado como Atenas, Esparta o Roma. Aquéllos son conferidos y retirados en virtud de decisiones políticas, en tanto en cuanto no existe un estamento militar institucionalizado y permanente. Tan es así que encontramos al gran Epaminondas, el héroe tebano, sirviendo como soldado raso después de haber deparado tanta gloria a su patria [22]. Para los grandes hombres de estas ciudades, el desempeño de diversos cargos dentro del ejército no es sino un aspecto más de su carrera cívica. Las alusiones a la actividad política de los grandes generales, fundamentalmente griegos, son constantes: de Milcíades dice Nepote que «había pasado gran parte de su vida investido de las magistraturas tanto militares como civiles...» [23]; de Temístocles, que «se dedicó por entero a la vida pública, tratando de este modo de adquirir fama y amigos. Por ello solía participar asiduamente en las causas civiles, tomando con frecuencia la palabra en las asambleas del pueblo...» [24] y, más explícitamente, que «su primer paso en la vida política fue con motivo de la guerra de Corcira: el pueblo lo eligió general y lo puso al frente de la misma» [25]; de Cimón, que «ascendió rápidamente a ocupar los principales puestos, pues tenía gran elocuencia, prodigalidad en grado sumo, un gran conocimiento teórico y práctico tanto del derecho civil como en asuntos militares, ya que de niño había acompañado a su padre a filas. Por esto tuvo bajo su autoridad al pueblo ateniense y gozó de gran predicamento entre los soldados» [26]; de Timoteo, que era «entendido en los asuntos militares y no menos en el gobierno del Estado» [27]; y de Catón, que era «político experimentado» [28].

    Aún más, el principal instrumento para la confrontación política es la oratoria, la elocuencia. Nepote suele alabar la habilidad de muchos de ellos en estas lides: tal es el caso de Alcibiades.jpg (113596 bytes)Alcibíades, «hasta el punto de ser uno de los mejores en este arte, como (lo demuestra) el hecho de que, cuando pronunciaba un discurso, nadie se le resistía ante tan gran facilidad de palabra y claridad de exposición» [29]; de Timoteo [30]; de Epaminondas, que «tuvo tal facilidad de palabra que ningún tebano le igualó en elocuencia y tan concreto en sus respuestas como hábil para los exornos en sus discursos» [31], hasta el punto de que en cierta ocasión, en la propia Esparta, «atacó la tiranía espartana con tanta violencia, que bien (puede decirse que) deshizo el poder de Esparta tanto con su discurso como en la batalla de Leuctra» [32].

    La preeminencia lograda por estos hombres en el terreno político y militar a menudo les ha llevado a disfrutar de un poder casi absoluto: así, sin el consentimiento de Temístocles «no solía hacerse nada que fuese de cierta importancia»[33], y a Alcibíades se le llegan a entregar «todos los asuntos tanto en paz como en guerra para que los llevara a efecto él según su criterio» [34]. Ante ello, no todos han reaccionado de la misma manera: «Milcíades, que había pasado gran parte de su vida investido de las magistraturas tanto militares como civiles, no parecía poder considerarse ahora como un ciudadano cualquiera, ya que la costumbre (de mandar) parecía arrastrarle de una manera inexorable a desear el poder. Pues ya en el Quersoneso, durante todos aquellos años que lo había habitado, ostentó un poder vitalicio y había recibido el apelativo de tirano, pero tirano justo. Y es que el poder lo había conseguido no por la fuerza, sino por deseo de sus conciudadanos, y lo mantenía gracias a su probidad» [35]; Dión, «lo que quería era acumular en sus manos todo el poder» [36]; y Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, «lo único que ambicionó fue detentar el poder supremo, que fue precisamente lo que hizo de él una persona cruel» [37].

    Esta misma condición de personajes públicos, situados en una posición de preeminencia, pero obligados, al tiempo, a rendir cuentas ante el pueblo soberano, explica la presencia constante de ciertos temas, como son el de la estima y buena reputación entre los conciudadanos, el miedo de éstos a la tiranía, su inuidia e ingratitud con los grandes prohombres.

    Así, es el prestigio de Milcíades el que logra que las tropas atenienses salgan de la ciudad y presenten batalla ante el ejército persa en Maratón [38], y de Cimón se dice que «con tal comportamiento nada tiene de raro que, si su vida discurrió libre de toda inquietud, su muerte fuera muy sentida» [39]; el caso de Alcibíades es extremo: «Fue tan grande el deseo de la multitud de ver a Alcibíades, que el pueblo entero se dirigió solamente hacia la trirreme de Alcibíades, como si fuera él solo el que acabara de llegar. Y es que el pueblo estaba convencido de que tanto las desgracias pasadas como los éxitos del momento le tenían a él como único protagonista. [...] todos le seguían en cortejo solamente a él y, cosa que jamás había ocurrido antes, si no era con los vencedores en las Olimpíadas, el pueblo le arrojaba coronas doradas y de bronce» [40]; Dionisio el Joven manda al exilio a Dión al darse cuenta de que éste «le aventajaba en talento, en influencia y en amor del pueblo...» [41]; y de Ifícrates se dice que «su vida se prolongó hasta edad muy avanzada, disfrutando siempre de la simpatía de sus conciudadanos» [42]; a Timoleón «le querían tanto todos los sicilianos que no había encontrado oposición por parte de ellos para obtener el poder absoluto» [43].

    El miedo del pueblo a la tiranía y al poder autocrático es constante: «En efecto, debido a la tiranía de Pisístrato, que había tenido lugar pocos años antes, los atenienses tenían miedo del poder extralimitado de sus conciudadanos. [...] Pero ya se sabe que se llaman y se les considera tiranos a todos aquellos que obtienen el poder vitalicio en una ciudad que antes había disfrutado de libertades públicas» [44]; la misma suerte corren Temístocles, «por los mismos temores por los que Milcíades había sido desterrado» [45] y Cimón, que «vino a ser objeto de las mismas envidias que (sufrieran) antes su padre y demás ciudadanos principales de Atenas» [46]. En fin, de Alcibíades dice Nepote: «Por eso creo que nada le perjudicó tanto como aquella excesiva reputación de talento y valor; se le temía tanto cuanto se le apreciaba, no fuera que, espoleado por su buena suerte y sus grandes riquezas, acabase por sentir deseos de tiranía» [47].

    Sin embargo, a menudo se confunde ese temor a la tiranía con otro sentimiento que Nepote define como inuidia, una desconfianza natural ante cualquiera que disfrute de poder y prestigio en grado superlativo, que a menudo lleva al pueblo a mostrarse injusto y desagradecido con sus generales y estadistas: a Milcíades, «el pueblo prefirió que se le castigara, aun inocente, a seguir temiéndole por más tiempo» [48], y Cabrias es consciente de que la vida de boato a que estaba acostumbrado no le permitiría «eludir la envida del pueblo» [49]. Para Nepote, «es éste el defecto común a todos los estados grandes y democráticos: que la envidia sea compañera de la gloria y en ellos el pueblo rebaja gustoso a los que ve sobresalir por encima de los demás: los pobres no toleran con ecuanimidad la suerte ajena [de los ricos]» [50].

    A menudo encontramos a los generales reflexionando sobre la ingratitud de sus conciudadanos: tal Alcibíades, «meditando consigo mismo sobre el desmedido desenfreno de sus conciudadanos y sobre sus vejaciones para con los personajes importantes...» [51], o Timoteo, que «movido por la ira contra su desagradecida patria se retiró a Calcis» [52]. Quizá uno de los testimonios más trágicos sea el de Foción, en este caso condenado con justicia por haber traicionado a su patria, al que se encuentra, camino ya del suplicio, «Eufileto, que había sido gran amigo suyo, quien, llorando, le dijo: "¡Oh, cuántas iniquidades estás sufriendo, Foción!". Éste le contestó: "Pero no inesperadas, pues éste es el final que tuvieron la mayoría de los personajes ilustres en Atenas"» [53]. Incluso en Cartago se dejan sentir los perniciosos efectos de la inuidia: según Nepote, Aníbal, «de no haber sido porque la envidia de su propios conciudadanos había resquebrajado su poder, se podía pensar que hubiera terminado por vencer definitivamente a los romanos. Pero la envidia de muchos terminó por vencer el valor de uno solo» [54].

    Estas observaciones sirven para documentar de forma suficiente el carácter eminentemente político del generalato entre griegos y romanos (y cartagineses, habría que añadir). Nepote no hace otra cosa que reflejar lo que es un hecho incontestable y evidente para cualquier escritor en la Antigüedad. Pero, además, ocasionalmente se deslizan entre sus descripciones apuntes y observaciones que no siempre proceden de sus fuentes, sino que son fruto de su propia reflexión ante la situación política que le ha tocado vivir. Esta estrecha imbricación entre milicia y política se hace aún más patente en el catálogo de virtudes que, según el escritor (y, suponemos, sus fuentes), deben adornar a un buen general.

    Son las que podríamos llamar «virtudes cívicas» las que Nepote parece considerar más importantes. Por delante de las aptitudes físicas y mentales para la dirección de la guerra, por delante de la capacidad estratégica, Nepote presta atención preferente a los aspectos relativos al correcto comportamiento del general en relación con su ciudad y sus conciudadanos. De hecho, una de las ideas predominantes, casi obsesiva, en las Vidas es la de la fidelidad a la patria, a menudo identificada por Nepote con la obediencia absoluta a las órdenes recibidas de las autoridades civiles: Alcibíades «no pudo nunca apartar de su corazón el amor a su patria» [55]; a Trasíbulo «nadie le superó en fidelidad, en invariabilidad de palabra, en magnanimidad y en amor a la patria» [56]; Timoteo no duda en luchar contra Jasón, tirano de Tesalia, que antaño lo defendiera, «pensando que los derechos de la patria son más sagrados que los de la hospitalidad» [57]; el mismo Epaminondas que asegura «prefiero el amor a mi patria a todo el dinero del mundo» [58], se muestra «paciente y tolerante con las afrentas de sus conciudadanos, pues pensaba que odiar a la patria era un sacrilegio» [59]; más arriba hemos dado cuenta del elogioso comentario que dedica Nepote a la actitud de un Agesilao que obedece con docilidad las órdenes de los éforos espartanos y regresa a su patria cuando tenía a sus pies el reino persa [60], de modo que «prefirió una buena reputación a un reino, el más rico de todos, y consideró mayor gloria el haber obedecido a las leyes de su patria que el vencer a Asia en la guerra» [61].

    Estrechamente vinculada a la idea de fidelidad a la patria aparece la del amor a la libertad, libertad de la patria y de los ciudadanos: de Alcibíades dice Nepote que «todos sus pensamientos los tenía puestos en liberar a su patria» [62] y de Trasíbulo que «mientras fueron muchos los que desearon —y pocos los que pudieron— librar a su patria de un tirano, sólo a él cupo librarla de la esclavitud cuando estaba oprimida por treinta tiranos» [63]; y más al norte, en Beocia, «la gloria de la liberación de Tebas hay que concedérsela toda ella a Pelópidas» [64]; en Corinto, a Timoleón, ya que «sólo él —no sé si algún otro— acumuló la gloria de liberar del yugo de la tiranía a la patria que le había visto nacer» [65], hasta el punto de preferir «la libertad de sus conciudadanos a la vida de su hermano, inclinándose más por la obediencia a las leyes que por ostentar el poder en su patria» [66]; este mismo Timoleón define con claridad qué clase de libertad es ésa por la que ha luchado: «Siempre les había pedido a los dioses inmortales que le permitieran volver a darles a los siracusanos una libertad tal que cada ciudadano pudiera hablar impunemente de lo que creyera conveniente» [67].

    La tercera gran virtud que define al general como buen ciudadano y patriota es su piedad hacia los dioses. Así, Agesilao prefiere atenerse a un pacto concluido con Tisafernes, a pesar de la deslealtad de éste, «pues decía que así sacaba gran partido por cuanto el perjurio de Tisafernes implicaría el alejamiento de los hombres de su causa y la ira de los dioses, mientras que él, al cumplir la palabra dada, se ganaba al ejército, cuando éste viera que los dioses le eran propicios y que los hombres le mostraban más afecto, ya que éstos sienten mayor afecto y protegen a los que ven que guardan la fidelidad a la palabra dada» [68]; el mismo Agesilao respetará a los refugiados en un templo de Minerva tras la batalla de Coronea, «y esto de respetar el templo como lugar sagrado de los dioses no lo hizo solamente en Grecia, sino también en los países bárbaros respetó con el mayor escrúpulo religioso las imágenes y los altares. Por eso solía decir en público que se maravillaba de que no se les considerara como sacrílegos a aquellos que se habían atrevido a hacer daños a los que se postraban suplicantes ante los dioses, y no se castigara con mayores penas a quienes atentaban contra los lugares sagrados que a aquellos que robaban los templos» [69]; y Timoleón, «siempre que oía alabanzas hacia su persona lo único que se le ocurría decir era que tenía que dar muchas gracias a los dioses y estarles muy agradecido por haber querido y preferido que fuera él el principal fautor de una nueva Sicilia. Pues nada humano podía llevarse a efecto sin contar con la voluntad de los dioses, pensaba él; esto fue lo que le movió a erigir en su propia casa un santuario a la diosa Fortuna y venerarla con grandes sentimientos de piedad» [70].

    Frente a estas virtudes, hay un catálogo de rasgos y actuaciones que definen al general que es causa de ruina y perdición para su patria, como Lisandro, quien «se permitió tales cosas que por culpa suya hizo desencadenar contra Esparta el odio irrefrenable de toda Grecia» [71]. Son estos hombres dispuestos a traicionar a su patria, como es el caso del espartano Pausanias, que negocia con el rey de Persia la entrega de toda Grecia [72], o el ateniense Foción, que había «convenido con Demades en entregar la ciudad (sc. de Atenas) a Antípatro» [73]. Y si son capaces de pactar con los enemigos exteriores, nada tiene de extraño verlos actuando dentro de la propia patria, intentando promover la revolución y subvertir el orden establecido: de Pausanias nos dice Nepote que «también se creía que trataba de sublevarlos (sc. a los hilotas), prometiéndoles la libertad» [74]; y también Lisandro «comenzó a maquinar la abolición del poder real en Esparta» [75]. Esta gente no se arredra ni siquiera ante el sacrilegio: Lisandro, obsesionado por hacerse con el poder intenta «sobornar al (oráculo) de Delfos. Y como fracasó en este intento, lo volvió a intentar de nuevo en Dodona. Fracasando de nuevo aquí, dijo que había hecho un voto, que debía cumplir, a Júpiter Amón, creyendo que los africanos serían más susceptibles de sobornar» [76]. Y recurren al soborno, la corrupción y el clientelismo siempre que lo consideran oportuno: así, cuando Pausanias recibe un aviso conminatorio de los éforos espartanos, «un tanto asustado por este mensaje y con la esperanza de que con su dinero y su desorbitado poder alejaría el peligro que se le cernía, volvió a su patria» [77]; en los gobiernos impuestos por Lisandro en las ciudades griegas, «no podía ser admitido en el número de estos diez nadie que no estuviese vinculado a él por lazos de hospitalidad, o no se comprometiera bajo juramento a ser cosa suya» [78].

    Así las cosas, si para un general el corolario de una vida honesta e irreprochable como ciudadano y patriota es, además de la gloria y la estima de sus conciudadanos a que aludíamos más arriba, una muerte honrosa en el campo de batalla, como la que tienen Cabrias —que «prefirió morir a arrojar sus armas y abandonar la nave» y «pensando que más vale una muerte honrosa que una vida de vergüenza, fue muerto, luchando cuerpo a cuerpo, por los dardos enemigos» [79]—, o Epaminondas —que en Mantinea «notó enseguida que la herida que había recibido era mortal, y sabiendo que, si se le sacaba la parte del hierro que, separada de la empuñadura de madera, tenía clavada en su cuerpo, moriría al instante, se negó a que lo extrajeran hasta que se anunció definitivamente que los beocios habían vencido. Cuando, por fin, se enteró de la victoria, dijo: "Ya he vivido lo suficiente, pues muero invicto". Entonces se sacó el hierro y murió al momento» [80]—, lo que aguarda a los generales desafectos a su patria es la reprobación de la propia familia, el descrédito entre sus conciudadanos (tal el que deben soportar Dión de Siracusa, llamado tirano por su pueblo [81], y Foción [82]) y, en fin, una muerte deshonrosa, como la de Pausanias, cuya propia madre colabora y es «de los primeros en aportar a la entrada del templo (donde aquél se había refugiado) piedras para impedir la salida de su hijo» [83], o la de Foción, tan odiado «que ningún hombre libre osó darle sepultura, por lo que tuvieron que ser esclavos los que lo hicieran» [84].

    Enlazando con lo que decía más arriba, es difícil no entrever en estos paradigmas y anti-paradigmas una especie de desideratum de un Nepote que reflexiona, posiblemente con más amargura que optimismo, acerca del papel que los jefes militares deben desempeñar en la vida política de su ciudad. Las virtudes que Nepote más alaba en estos generales extranjeros son, de hecho, las que preconizaban en su época quienes clamaban lamentando la pérdida de la antigua libertas republicana: la fidelidad total a la patria, la sumisión absoluta a sus leyes y mandatos, la piedad hacia los dioses. Frente a todo ello, Nepote critica sin recato prácticas y hechos tales como el soborno, la corrupción generalizada, el clientelismo, la manipulación de la religión oficial, el enfrentamiento civil y el desorden social: són éstas algunas de las constantes del último siglo de la República romana que, a la postre, abocarán al establecimiento de un poder autocrático que, sólo aparentemente, venía a restaurar la vieja libertas, ya perdida irremisiblemente. Evidentemente, Nepote ha encontrado en sus fuentes un material y una forma a las que debe atenerse y, posiblemente, también cierta idea ya formada acerca del «buen general». Lo cierto es, sin embargo, que, aun contando con semejante precedente, nuestro autor elige, a la hora de biografiar a estos estrategos, una serie de rasgos que inciden particularmente en su relación con la ciudad-estado de la que forman parte. Resulta difícil no ver aquí una decisión consciente de Nepote, necesariamente influenciada por los acontecimientos de su época, cuando determinados jefes militares parecían dispuestos a hacer bascular en su propio provecho el obligado equilibrio entre poder civil y poder militar.

    No tan importantes a los ojos de Nepote como las que he dado en llamar «virtudes cívicas», hay otras que atañen más a la esfera estrictamente personal, tales como la moderación, la prudencia, la equidad y la justicia, la clemencia, la fidelidad a la palabra dada, la honestidad, la amabilidad y las buenas maneras, la modestia, la humildad, el desinterés y la generosidad [85]. El correlato negativo de estas cualidades son defectos tales como el orgullo y ambición desmedida, la arrogancia y las malas maneras, la crueldad, la ira, la perfidia, la avaricia, la voluptuosidad y la intemperancia, la ostentación [86].

    Se habla, por otro lado, de ciertas capacidades y aptitudes que convienen especialmente al jefe militar: la previsión, el saber amoldarse a las circunstancias y el sentido de la oportunidad, la habilidad y la astucia necesarias para urdir todo tipo de estratagemas y engaños, la capacidad para moverse con rapidez [87] y, sobre todo, aquellas cualidades que sirven para acrecentar la autoridad ante los soldados, como son las dotes de psicología, la presencia de ánimo y el valor, un estricto sentido de la disciplina [88]. En el otro extremo, defectos tales como la cobardía o la temeridad [89].

    Por último, hay un conjunto de conocimientos y habilidades que son más bien fruto de la experiencia y el aprendizaje que de la naturaleza, como el sentido de la estrategia o la capacidad para improvisar nuevos armamentos, nuevas técnicas y tácticas, y también para procurarse con rapidez un ejército completamente equipado y adiestrado [90], etc.

    No quiero acabar sin antes aludir a un tema recurrente en la obra de Nepote y, en términos generales, casi omnipresente en la mentalidad antigua, especialmente cuando se trata de asuntos tales como éstos de la guerra: el valor de la suerte [91]. Al cabo de un proceso lento, pero imparable, los generales romanos del final de la República habían ido asociando, cada vez más, la idea de éxito militar con la de buena fortuna, en el sentido de que sus victorias se debían a que habían sido favorecidos por la suerte, gracias a una especial predisposición de los dioses hacia su persona. Éste fue, de hecho, uno de los factores que más ayudarían a consolidar la idea de la divinización del emperador romano, heredero directo de estos «condottieros» republicanos. Pues bien, como decía, en Nepote el tema aparece con notable frecuencia, si bien asociado a los generales extranjeros. Al margen de que ya sus fuentes insistieran en esta idea, lo cierto es que en su época la propaganda de cada bando ha insistido machaconamente en la vinculación de la «fortuna» —generalmente, de forma exclusiva— a los diferentes jefes militares en liza. Casi todos los generales biografiados por Nepote deben repartir la responsabilidad de sus triunfos entre sus propias cualidades y la fortuna [92] que les sonríe: tal es el caso de Milcíades, ayudado «no menos (por) su prudencia que (por) su buena suerte» [93], y de Timoleón, quien «con increíble buena suerte expulsó de toda Sicilia a Dionisio» [94], y hasta tal punto lleva su veneración por la fortuna que le erige un altar en su propia casa [95]. Esta suerte, ciega por completo, ayuda por igual a justos e injustos. Este último caso es el del tirano de Siracusa, Dionisio el Viejo, que logra conservar el poder «gracias a su buena suerte» [96]. Y es que, como dice nuestro autor, «todos estos éxitos son aplicables tanto a los generales como a los simples soldados e incluso a la propia suerte, ya que en medio de la lucha el éxito pasa de la prudencia a la fuerza y al número de (los combatientes). En consecuencia, el soldado tiene derecho a reclamar para sí de su general alguno de los méritos, mientras la mayor parte de éstos correspondan a la suerte, que con razón bien pudiera decir que en orden a los mismos ella ha tenido más influencia (que la prudencia del general)» [97].

 

NOTAS

[1] Este trabajo reproduce, con diversos cambios, el texto de una conferencia impartida en el II Curso Humanismo y Milicia (julio 1992). Agradezco al Dr. Vicente Cristóbal la lectura del original y las sugerencias que de él he recibido.

[2] Para el texto latino me atengo a la edición de A. M. Guillemin, Cornélius Népos. Oeuvres, París, 1923. Todas las traducciones proceden, sin excepción ni cambio alguno, de la versión española de M. Segura Moreno, Cornelio Nepote. Vidas, Madrid, 1985. Para el comentario y comprensión de algunos pasajes me ha resultado de especial utilidad la obra de A. Monginot, Cornelius Nepos, París, 21882, a falta del clásico estudio de Nipperdey-Witte. Para una visión general sobre Cornelio Nepote y su obra, véanse los recientes trabajos de E. M. Jenkinson, «Genus scripturae leve. Cornelius Nepos and the early history of biography at Rome», anrw, 1.3, 1973, págs. 703-719, con bibliografía, I. Moreno Ferrero, «Una nueva aproximación al dvi de Nepote», en A. Ramos (ed.), Mnemosynum C. Codoñer a discipulis oblatum, Salamanca, 1991, págs. 199-217, y, sobre todo, J. Geiger, Cornelius Nepos and ancient political biography, Stuttgart, 1985.

[3] Gell. 15.28.1 (Cornelius Nepos et rerum memoriae non indiligens), Hier. Chron. 159.9 Helm-Treu (Cornelius Nepos scriptor historicus clarus habetur), Cat. 1.1 (ausus es unus Italorum / omne aeuum tribus explicare cartis, doctis, Iuppiter, et laboriosis).

[4] Att. 16.5.5.

[5] K. Büchner, Historia de la Literatura latina, trad. esp., Barcelona, 1968, pág. 221.

[6] Véase, por ejemplo, O. Schoenberger, «Cornelius Nepos, ein mittelmässiger Schriftsteller», Altertum, 16, 1970, págs. 153-163.

[7] Nace hacia el 100 ó 99 a. C., en la Galia Cisalpina, probablemente en la actual Pavía —Ticinum; Plinio lo llama Padi accola, hn 3.18—, y muere entre el 30 y el 24 a. C. —Segura Moreno (op. cit., pág. 8) sostiene que la fecha ha debido ser en torno al 28 a. C., basándose en el hecho de que en la Vida de Ático se designa a Octavio como imperator, pero no como Augusto—.

[8] Solía acudir a las reuniones literarias de la villa Tanfiliana, en el Quirinal, donde tenía como contertulios a personalidades de la talla de Cicerón u Hortensio (Cic. Att. 13).

[9] Cat. 1.1.

[10] Guillemin, op. cit., págs. VII-VIII.

[11] Se le atribuyen: Poemas de amor, Chronica —3 libros de crónica universal, quizá según el modelo de Apolodoro de Atenas—, 5 libros de Exempla —una especie de historia de la civilización romana, para Guillemin (op. cit., pág. x)—, una Vida de Catón, una Vida de Cicerón, un tratado de geografía.

[12] Véase M. Ruch, Cornelius Nepos. Vies d’Hannibal, de Caton et d’Atticus, París, 1968, págs. XI-XIII; últimamente, J. Geiger, «Cornelius Nepos and the authorship of the book on foreign generals», lcm, 7, 1982, págs. 134-136.

[13] Ruch, op. cit., pág. 12.

[14] Sobre las pretensiones moralizantes del De uiris illustribus existe una copiosa y añeja bibliografía. Últimamente, véase T. G. McCarty, «The content of Cornelius Nepos’ De viris illustribus», cw, 67, 1974, págs. 383-391, y L. Havas, «Geschichtsphilosophische Interpretations-möglichkeiten bei Cornelius Nepos», Klio, 67, 1985, págs. 502-506.

[15] La perspectiva no es nueva y cuenta ya con algún trabajo de obligada referencia: A. Dionisotti, «Nepos and the generals», jrs, 78, 1988, págs. 35-49. En la misma línea, véase F. Millar, «Cornelius Nepos, "Atticus" and the Roman revolution», g&r, 35, 1988, págs. 40-55, N. Holzberg, «Literarische Tradition und politische Aussage in den Felderrnviten des Cornelius Nepos», Anregung, 35, 1989, págs. 12-27 (= wja 15, 1989, págs. 159-173), y M. L. Amerio, «I duces di Cornelio Nepote, la propaganda politica di Ottaviano ed Antonio e le proscrizioni triumvirali», InvLuc, 13-14, 1991-1992, págs. 5-46.

[16] Milt. 2.3: Erat enim inter eos dignitate regia, quamuis carebat nomine, neque id magis imperio quam iustitia consecutus.

[17] Milt. 3.6: […] amicior omnium libertati quam suae fuerit dominationi.

[18] Dio. 9.5: […] quam inuisa sit singularis potentia et miseranda uita, qui se metui quam amari malunt.

[19] Cato. 2.2: […] tum non potentia, sed iure res publica administrabatur.

[20] Ages. 4.2: […] in hoc non minus eius pietas suspicienda est quam uirtus bellica; qui cum uictori praeesset exercitui maximamque haberet fiduciam regni Persarum potiundi, tanta modestia dicto audiens fuit iussis absentium magistratuum ut si priuatus in comitio esset Spartae. Cuius exemplum utinam imperatores nostri sequi uoluissent! Véase al respecto Segura Moreno, op. cit., pág. 168, nota 285. Véase en el mismo sentido Monginot, op. cit., pág. 211, nota 3.

[21] Eum. 8.2-3: Namque illa phalanx Alexandri Magni, quae Asiam peragrarat deuiceratque Persas, inueterata cum gloria tum etiam licentia, non parere se ducibus, sed imperare postulabat, ut nunc ueterani faciunt nostri. Itaque periculum est ne faciant quod illi fecerunt, sua intemperantia nimiaque licentia ut omnia perdant neque minus eos, cum quibus steterint quam aduersus quos fecerint. Quod si quis illorum ueteranorum legat facta, paria horum cognoscat neque rem ullam nisi tempus interesse iudicet. Es evidente que Nepote piensa en los excesos de las guerras civiles de Roma. Véase Monginot, op. cit., pág. 237, nota 5; Guillemin, op. cit., pág. 114, nota 1; Segura Moreno, op. cit., pág. 183, nota 314.

[22] Epam. 7.1: […] erat enim ibi priuatus numero militis.

[23] Milt. 8.2: […] multum in imperiis magistratibusque uersatus.

[24] Them. 1.3: […] totum se dedidit rei publicae, diligentius amicis famaeque seruiens. Multum in iudiciis priuatis uersabatur, saepe in contionem populi prodibat.

[25] Them. 2.1: Primus autem gradus fuit capessendae rei publicae bello Corcyraeo; ad quod gerendum praetor a populo factus. En realidad, la guerra fue contra Egina, según Heródoto (7.134) y Plutarco (Them. 4). Éste es uno de los numerosos errores históricos, a menudo de bulto, que plagan la obra de Nepote. Habida cuenta de que éstos han sido señalados y comentados con profusión en ediciones y traducciones anteriores, prescindiré aquí de dar noticia de los mismos. De hecho, no son los datos históricos como tales lo que aquí interesa, sino lo que la descripción de los mismos, sean verdaderos o falsos, deja entrever acerca de las ideas y el pensamiento de su autor.

[26] Cim. 2.1: […] celeriter ad principatum peruenit. Habebat enim satis eloquentiae, summam liberalitatem, magnam prudentiam cum iuris ciuilis tum rei militaris, quod cum patre a puero in exercitibus fuerat uersatus. Itaque hic et populum urbanum in sua tenuit potestate et apud excercitum plurimum ualuit auctoritate.

[27] Thimoth. 1.1: […] rei militaris peritus neque minus ciuitatis regendae.

[28] Cato 3.1: […] rei publicae peritus.

[29] Alc. 1.2: […] ut in primis [dicendo] ualeret, quod tanta erat commendatio oris atque orationis, ut nemo ei [dicendo] posset resistere.

[30] Thimoth. 1.1: […] fuit enim disertus.

[31] Epam. 5.1: Fuit etiam disertus ut nemo ei Thebanus par esset eloquentia neque minus concinnus in breuitate respondendi quam in perpetua oratione ornatus.

[32] Epam. 6.4: sic Lacedaemoniorum tyrannidem coarguit ut non minus illa oratione opes eorum concusserit quam Leuctrica pugna.

[33] Them. 1.3: […] nulla res maior sine eo gerebatur.

[34] Alc. 7.1: […] ei omnes essent honores decreti totaque res publica domi bellique tradita, ut unius arbitrio gereretur.

[35] Milt. 8.2-3: Miltiades, multum in imperiis magistratibusque uersatus, non uidebatur posse esse priuatus, praesertim cum consuetudine ad imperii cupiditatem trahi uideretur. Nam Chersonesi omnes illos quos habitarat annos perpetuam obtinuerat dominationem tyrannusque fuerat appellatus, sed iustus. Non erat enim ui consecutus, sed suorum uoluntate, eamque potestate bonitate retinebat.

[36] Dio 6.4: […] omnia in sua potestate esse se uelle.

[37] Reg. 2.2: […] nullius denique rei cupidus nisi singularis perpetuique imperii ob eamque rem crudelis.

[38] Milt. 5.2: Eius ergo auctoritate impulsi Athenienses copias ex urbe eduxerunt locoque idoneo castra fecerunt.

[39] Cim. 4.4: Sic se gerendo minime est mirandum si et uita eius fuit secura et mors acerba.

[40] Alc. 6.1-2 y 3: […] tanta fuit omnium exspectatio uisendi Alcibiadis ut ad eius triremem uulgus conflueret proinde ac si solus aduenisset. Sic enim populo erat persuasum, et aduersas superiores et praesentes secundas res accidisse eius opera. [...] unum illum omnes prosequebantur, et, id quod nunquam antea usu uenerat nisi Olympiae uictoribus, coronis aureis aeneisque uulgo donabatur.

[41] Dio. 4.1: […] se superari uideret ingenio, auctoritate, amore populi.

[42] Iph. 3.3: Vixit ad senectutem placatis in se suorum ciuim animis.

[43] Timol. 3.4: […] tantum autem amorem haberet omnium Siculorum ut nullo recusante regnum obtineret.

[44] Milt. 8.1, 3 y 4: Namque Athenienses propter Pisistrati tyrannidem quae paucis annis ante fuerat nimiam ciuium suorum potentiam extimescebant. [...] Omnes autem et dicuntur et habentur tyranni, qui potestate sunt perpetua in ea ciuitate quae libertate usa est. [...] Haec populus respiciens maluit illum innoxium quam se diutius esse in timore.

[45] Them. 8.1: […] ob eundem timorem quo damnatus erat Miltiades.

[46] Cim. 3.1: […] incidit in eandem inuidiam quam pater suus ceterique Atheniensium principes.

[47] Alc. 7.3: Itaque huic maxime putamus malo fuisse nimiam opinionem ingenii atque uirtutis; timebatur enim non minus quam diligebatur, ne secunda fortuna magnisque opibus elatus tyrannidem concupisceret.

[48] Milt. 8.4, op. cit, nota 44.

[49] Chabr. 3.2: […] inuidiam uulgi posset effugere.

[50] Chabr. 3.3: Est enim hoc commune uitium in magnis liberisque ciuitatibus, ut inuidia gloriae comes sit, et libenter de iis detrahunt quos eminere uideant altius; neque animo aequo pauperes alienam [opulentium] intuuntur fortunam.

[51] Alc. 4.4: […] multa secum reputans de immoderata ciuium suorum licentia crudelitateque erga nobiles.

[52] Thimoth. 3.5: Ille odio ingratae ciuitatis coactus Chalcidem se contulit.

[53] Phoc. 4.3: Euphiletus, quo familiariter fuerat usus. Is cum lacrimans dixissest: «O quam indigna perpeteris Phocion!» huic ille: «At non inopinata;» inquit «hunc enim exitum plerique clari uiri habuerunt Athenienses».

[54] Hann. 1.2: Quod nisi domi ciuium suorum inuidia debilitatus esset, Romanos uidetur superare potuisse. Sed multorum obtrectatio deuicit unius uirtutem.

[55] Alc. 8.1: Neque tamen a caritate patriae potuit recedere.

[56] Thras. 1.1: […] neminem huic praefero fide, constantia, magnitude animi, in patriam amore.

[57] Thimoth. 4.3: […] patriae sanctiora iura quam hospitii esse duxit.

[58] Epam. 4.2: […] orbis terrarum diuitias accipere nolo pro patriae caritate.

[59] Epam. 7.1: Fuisse patientem suorumque iniurias ferentem ciuium quod se patriae irasci nefas esse duceret.

[60] Ages. 4.2, op. cit., nota 20.

[61] Ages. 4.3: […] opulentissimo regno praeposuit bonam existimationem multoque gloriosius duxit, si institutis patriae paruisset quam si bello superasset Asiam.

[62] Alc. 9.4: […] ad patriam liberandam omni ferebatur cogitatione.

[63] Thras. 1.2: Nam quod multi uoluerunt paucique potuerunt ab uno tyranno patriam liberare, huic contigit ut a triginta oppressam tyrannis e seruitute in libertatem uindicaret.

[64] Pel. 4.1: […] haec liberandarum Thebarum propia laus est Pelopidae.

[65] Timol. 1.1: […] huic uni contigit, quod nescio an ulli, ut et patriam in qua erat natus oppressam a tyranno liberaret.

[66] Timol. 1.3: […] ut antetulerit ciuium suorum libertatem fratris saluti et parere legibus quam imperare patriae satius duxerit.

[67] Timol. 5.3. […] hoc a diis immortalibus semper precatum, ut talem libertatem restitueret Syracusanis in qua cuius liceret de quo uellet impune dicere.

[68] Ages. 2.5: […] multumque in eo se consequi dicebat quod Tissaphernes periurio suo et homines suis rebus abalienaret et deos sibi iratos redderet, se autem conseruata religione confirmare exercitum, cum animaduerteret deum numen facere secum, hominesque sibi conciliari amicioris, quod iis studere consuesset quos conseruare fidem uiderent.

[69] Ages. 4.6-8: Neque uero hoc solum in Graecia fecit, ut templa deorum sancta haberet, sed etiam apud barbaros summa religione omnia simulacra arasque conseruauit. Itaque praedicabat mirari se non sacrilegorum numero haberi qui supplicibus eorum nocuissent, aut non grauioribus poenis affici qui religionem minuerent quam qui fana spoliarent.

[70] Timol. 4.3: Qui quidem, cum suas laudes audiret praedicari, numquam aliud dixit quam se in ea re maximas diis agere gratias atque habere, quod, cum Siciliam recreare constituissent, tum se potissimum ducem esse uoluissent. Nihil enim rerum humanarum sine deorum numine geri putabat; itaque suae domi sacellum Automatias constituerat idque sanctissime colebat.

[71] Lys. 1.3: […] sic sibi indulsit ut eius opera in maximum odium Graeciae Lacedaemonii peruenerint.

[72] Paus. 2.2-3.

[73] Phoc. 2.2: […] cum Demade de urbe tradenda Antipatro consenserat.

[74] Paus. 3.6: Hos quoque sollicitare spe libertatis existimabatur. El verbo que utiliza Nepote, sollicitare, suele aparecer referido a quienes intentan provocar problemas y tumultos. Así ocurre, por ejemplo, con Catilina en la versión de Salustio: credebat se posse seruitia urbana sollicitare (Cat. 24). Véase Monginot, op. cit., pág. 62, nota 9.

[75]Lys. 3.1: […] iniit consilia reges Lacedaemoniorum tollere. Cf. 3.5.

[76]Lys. 3.2: Primum Delphicum corrumpere est conatus. Cum id non potuisset, Dodonam adortus est. Hinc quoque repulsus dixit se uota suscepisse quae Ioui Hammoni solueret, existimans se Afros facilius corrupturum.

[77] Paus. 3.5: Hoc nuntio commotus, sperans se etiam tum pecunia et potentia instans periculum posse depellere, domum rediit.

[78] Lys. 1.5: Horum in numero nemo admittebatur, nisi qui aut eius hospitio contineretur aut se illius fore proprium fide confirmarat.

[79] Chabr. 4.3: […] perire maluit quam armis abiectis nauem relinquere [...] At ille praestare honestam mortem existimans turpi uitae, comminus pugnans telis hostium interfectus est.

[80] Epam. 9.3-4: […] cum animaduerteret mortiferum se uulnus accepisse simulque si ferrum quod ex hastili in corpore remanserat extraxisset, animam statim emissurum, usque eo retinuit quoad renuntiatum est uincisse Boeotios. Id postquam audiuit: «Satis» inquit «uixi, inuictus enim morior». Tum ferro extracto confestim exanimatus est.

[81] Dio. 7.3.

[82] Phoc. 2.1-2 y 4.1.

[83] Paus. 5.3: […] in primis ad filium claudendum lapidem ad introitum aedis attulisse.

[84] Phoc. 4.4: […] ut nemo ausus sit eum liber sepelire. Itaque a seruis sepultus est.

[85] Cf. Milt. 1.1, Thimoth. 4.2 (moderación); Milt. 2.2, Cim. 3.3, Alc. 1.2, Thras. 2.3 y 6, Con. 1.2, 4.3, Iph. 1.2, Thimoth. 4.6 (prudencia); Milt. 2.2-3, 8.3, Arist. 1.2, 2.2, Reg. 1.4, Cato. 2.3 (equidad); Alc. 5.6, Thras. 2.6, 3.2-3 (clemencia); Dat. 5.5, 8.6, Epam. 3.2, 4.5, Ages. 2.4-5, Eum. 3.1, Hann. 8.3 (fidelidad a la palabra dada); Phoc. 1.1 (honestidad); Milt. 8.4, Alc. 1.3, 9.3, Dio 1.2, 4 (amabilidad); Epam. 3.1, 4, Ages. 7.3, Phoc. 1.2 (modestia); Thras. 4.1 y 3, Timol. 4.2 (humildad); Milt. 3.3 y 6, Arist. 3.2, Cim. 3.2, 4.1, Alc. 1.3, Epam. 3.4, 7.1 (generosidad).

[86] Cf. Paus. 1. 3, 2. 1-2, Lys. 1. 3 y 4 (orgullo y ambición); Paus. 3. 3 (arrogancia); Lys. 2. 1, 4. 1, Dio. 6. 5, Reg. 2. 2 (crueldad); Lys. 3. 1 (ira); Lys. 2. 1, 4. 1, Dat. 11. 5 (perfidia); Lys. 4. 1, Dio. 7. 1-2 (avaricia); Alc. 1. 4 (intemperancia); Alc. 1. 4, Chabr. 3.2 (ostentación).

[87] Cf. Them. 1.3-4, 2.2-4, Alc. 4.7, 5.2, Epam. 3.1, Eum. 1.3 (previsión); Alc. 1.3-4, 4.4, 11.3-5, Epam. 3.1 (adaptación a las circunstancias); Dat. 4.3 (sentido de la oportunidad); Milt. 2.5, Them. 4.3-5, 5.1-3, 6.2 y 5, 7.1-3, Chabr. 1.2, Dat. 6.3-4 y 8, Ages. 3.4-5, Eum. 5.7, 9.3 y 5, 10.1, Hann. 5.2, 11.1 y 4-6 (astucia); Ages. 2.2, 3.2, Hann. 6.3 (agilidad).

[88] Cf. Milt. 4.5, Dio 5.3, Dat. 6.3-4, Ages. 6.2, Eum. 3.5-6 (dotes de psicología); Them. 4.2, 6.2-7.6, Epam. 3.1, Eum. 1.3, 4.2 (valor); Iph. 2.1-2, 2.4 (sentido de la disciplina).

[89] Cf. Paus. 3.5, 4.5-6 (cobardía); Lys. 1.3, Con. 5.1, Thimoth. 3.4, Phoc. 2.4-5 (temeridad).

[90] Cf. Them. 3.2, Dat. 8.3-4, Ages. 3.6, Eum. 3.6, 5.2 (sentido de la estrategia); Iph. 1.2 (capacidad de improvisación táctica); Dat. 4.1, Ages. 3.2-3 (movilización de ejércitos).

[91] Véase al respecto J. D. Jefferis, «The Concept of Fortuna in Cornelius Nepos», CPh, 1943, págs. 48-50.

[92] En general, los términos que Nepote utiliza para designar la buena suerte son, en la misma proporción aproximadamente, felicitate y fortuna, ésta última acompañada a menudo del adjetivo secunda.

[93] Milt. 2.2: Neque minus in ea re prudentia quam felicitate adiutus est.

[94] Timol. 2.1: […] incredibili felicitate Dionysium tota Sicilia depulit.

[95] Timol. 4.3.

[96] Reg. 2.3: […] magna retinuit felicitate.

[97] Thras. 1.4: Sed illa tamen omnia communia imperatoribus cum militibus et fortuna, quod in proelii concursu abit res a consilio ad uires casusque [pugnantium]. Itaque iure suo nonnulla ab imperatore miles, plurima uero fortuna uindicat seque his plus ualuisse [quam ducis prudentiam] uere potest praedicare.