RESEÑAS

 


 

P. Barceló Aguilar

4º Curso de Filología Hispánica (Universidad de Málaga)

UN NUEVO MANUAL SOBRE VARIACIÓN SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ESPAÑOL

    En este libro de Moreno Fernández, Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje, el autor recorre un camino que comienza en los factores internos que influyen en la variación de la lengua y termina en las causas y efectos de la planificación lingüística. Se trata, como vemos, de una obra que quiere abarcar todas las esferas del ámbito sociolingüístico, aportando, además, abundante bibliografía sobre cada tema.

    Habría que destacar, en general, su estructuración en cuatro áreas temáticas, divididas en capítulos y epígrafes, lo que facilita la lectura y la comprensión de los conceptos que se exponen: a) La variación en la lengua; b) La lengua en su uso social; c) La coexistencia de lenguas y sociedades; d) Teorías, métodos y explicaciones.

    De este material resulta particularmente interesante la tercera parte, dedicada a La coexistencia de lenguas y sociedades, ya que trata aspectos que gran importancia tanto para los que se dedican a la investigación sociolingüística como para el conjunto de los hablantes. Moreno Fernández expone realidades de base teórica, pero que tienen un reflejo concreto en la sociedad y que son conocidas por los hablantes, hecho que no ocurre tal vez con otros aspectos que se refieren a lo largo del libro, como es el caso, por ejemplo, de todo lo que tiene que ver con la fonética, la fonología, la gramática, etc… Se trata de situaciones creadas por algo tan natural como la coexistencia y el contacto de lenguas que se produce por la diversidad derivada de la multitud de culturas de las que son hijas. Los fenómenos que se plantean, y que Moreno Fernández intenta solucionar, son el bilingüismo, la diglosia, la elección, mantenimiento y sustitución de lenguas, el contacto entre éstas y, finalmente, dedica un capítulo al pidgin y a las lenguas criollas. Todas estas situaciones derivan, en muchos casos, por no decir en la mayoría, en conflictos personales, sociales, culturales y, por extensión, políticos.

    En lo que afecta al individuo, el bilingüismo puede resultar, como señala Moreno Fernández, beneficioso o perjudicial, aunque todo depende de las circunstancias en que se produzca. No puede ser lo mismo para una persona adquirir una segunda lengua cuando la propia es considerada una lengua de prestigio, que el aprendizaje de una lengua por necesidad, como les ocurre a los inmigrantes. Moreno Fernández ejemplifica con el caso de los hablantes francófonos de Québec, que aprenden inglés para ampliar su formación y tener más opciones a la hora de trabajar en su país, y con el de los hablantes hispanoamericanos, que llegan a Estados Unidos en busca de trabajo y aprenden inglés por necesidad (pág. 220). Así, cuando una persona llega a un país nuevo tiene dificultades de integración precisamente por el idioma, que puede llegar a convertirse en un instrumento de discriminación. Esto da lugar a dos situaciones: el olvido o abandono voluntario de la lengua materna en la segunda o tercera generación, o bien la degeneración del grupo inmigrante en un gueto como reacción a la cultura y, por ende, a la lengua por la que es discriminado.

    Otros procesos conflictivos son la elección de la lengua, en el caso de que esto sea posible, así como su supresión o mantenimiento; fenómenos que pueden darse en una dimensión individual o social y que conllevan casi siempre problemas de tipo político cuando el conflicto tiene un carácter colectivo.

    En relación a los procesos que afectan a las lenguas en su estructura y en sus distintos niveles, encontramos en el libro los diversos tipos de préstamos lingüísticos que se originan según la nomenclatura de varios autores, y se hace también referencia a las situaciones en que se producen la mezcla y el cambio de código en los hablantes bilingües.

    Es de destacar, por otra parte, la claridad en cuanto a la exposición de los conceptos y la contextualización que de cada fenómeno lleva a cabo el autor. Si en otros lugares del libro se echan en falta los ejemplos, aquí los encontramos en cantidad suficiente. En esta parte del manual son de gran utilidad, ya que, para un hablante no bilingüe o no conocedor de una situación vital de contacto de lenguas, es difícil imaginar las circunstancias y el modo en que se dan, por ejemplo, las interferencias lingüísticas o la mezcla de códigos. Además, el español es un idioma que se presta a este tipo de ejemplos con abundantes zonas de frontera lingüística y cultural. Hubiera sido deseable, sin embargo, que el autor hubiese incluido ejemplos relativos a los contactos del español con el resto de las lenguas peninsulares, aunque quizás los ha evitado por el conflicto lingüístico que vive hoy nuestro país, donde cualquier alusión es tomada como una amenaza o una provocación por parte de una comunidad u otra.

    Hay que elogiar el glosario que aparece al final del libro, porque ayuda a precisar los conceptos que pudieran quedar oscuros para el lector. Es justo ensalzar la labor compiladora de Moreno Fernández en cuanto a la sociolingüística del español.

   En la cuarta parte del volumen, concretamente en los capítulos 19 y 20, encontramos referencias a aspectos muy relacionados con los expuestos en la tercera parte del libro, que podrían abrir vías de solución de muchos de los problemas que plantea la convivencia de lenguas y culturas. Nos referimos a la enseñanza y a la planificación lingüística. No hay que olvidar que, por muchas teorizaciones que hagamos, la sociolingüística es una herramienta, un instrumento cuya aplicación puede conducirnos a la solución de problemas tan importantes como la elección de la variedad de una lengua que se debe enseñar (pág. 342), la elaboración de manuales y métodos de enseñanza tanto de primeras como de segundas lenguas o la planificación lingüística que, a menudo, está únicamente al servicio de intereses políticos y electorales.

    Por último, creemos, en relación con la utilidad de las lenguas, que es de una importancia capital reflexionar acerca de lo que hacemos con ellas, pues, además de ser vehículo y expresión de una determinada cultura, pocos ámbitos hay que se presten tanto al fanatismo.  No sería la primera vez que un conflicto lingüístico desemboca en un conflicto bélico y para comprobarlo no hace falta ir demasiado atrás en el tiempo. Respecto de la manipulación y abandono de las lenguas, tal vez convendría adoptar una postura intermedia entre el leave your language alone de R. Hall, Jr y «las intervenciones lingüístico-sociales que hacen los políticos» creando inseguridad en los hablantes (pág. 336). La postura conciliadora estaría en hacer un uso responsable y consciente de la lengua, sobre todo por parte de quienes tienen una mayor influencia en la sociedad, esto es, los medios de comunicación, aunque, por ahora, considerar que «se están convirtiendo en un paradigma del buen hablar» es algo que está más cerca de la utopía que de la realidad. Por otro lado, es fundamental avanzar hacia una educación en la que la enseñanza de la lengua (a ser posible, de las lenguas) no siga siendo una asignatura pendiente. Como vemos, la sociolingüística puede convertirse en una disciplina del siglo XXI, en el que, como ya ocurre hoy, tanto la necesidad de aprender idiomas como el desarrollo de conflictos lingüísticos estarán de plena actualidad.

 

 


 

J. M. Rodríguez Pavón

4º Curso de Filología Hispánica (Universidad de Málaga)

SOCIOLINGÜÍSTICA Y PRAGMÁTICA

 

    A diferencia de las diversas recensiones generales que ya se han realizado sobre el volumen, y como complemento parcial, esta reseña tiene por objeto la revisión de un apartado específico de los allí recogidos, a saber: el que atañe al beneficioso vínculo metodológico -por lo que a sociedad y cultura respecta- que la investigación más reciente se inclina a aceptar entre la parcela teórica de la sociolingüística (entendida como una subdisciplina de la lingüística, amén de que para Labov no existe la lingüística asocial) y el ámbito de estudio para lo que ha venido denominándose, ya desde su florecimiento en los años 60 y 70, pragmática.

    Antes de continuar, y como tal vez el término «revisión» empleado más arriba para declarar el propósito de estas líneas pueda parecer algo pretencioso, es preciso dejar plena constancia del feliz cauce divulgativo con que el libro de Moreno Fernández se lleva a término, en la medida en que toma como punto de partida la claridad de exposición y la exhaustividad en los puntos tratados, no sólo por dar cabida en sus páginas a los problemas que propia y consensuadamente se consideran sociolingüísticos, sino por hacerlo también con los que de una manera u otra comparten su terreno, verbi gratia los de la pragmática (cap. 8), los de la etnografía de la comunicación (cap. 17), la enseñanza de lenguas (cap. 19), etc., aparte de los que afectan a la sociología aplicada al lenguaje, como ya el mismo título del manual indica.

    En el caso de la pragmática, no puede menos que ser un acierto el hecho de que, estando vigente la discusión sobre si ésta ha de considerarse una rama de la lingüística, otra lingüística o una ciencia social distinta, Moreno Fernández la relacione directamente con la tarea sociolingüística, tanto que no se ciñe sólo a establecer procedimientos o conclusiones paralelas entre ambos enfoques, pues no en balde dedica la segunda parte del manual a «la lengua en su uso social»; y esto implica, por un lado, la atención a fenómenos que, pese a no tener fundamento lingüístico, tienen que ver con el lenguaje, con su estructura y significado; y, por otro, un mecanismo subrepticio de asociación de ideas, a través del cual todos estos fenómenos, incluida la pragmática, se agruparían como concernientes a una materia de mayor alcance: la sociolingüística.

    «Pero ¿qué ocurre con los niveles, unidades y fenómenos que reciben la etiqueta de supraoracionales?», se plantea Moreno Fernández, sin olvidarse de confesar sus reservas ante el «claro riesgo» que supone ocuparse de «otras muchas disciplinas, que sin ser sociolingüística -a veces, sin ser siquiera lingüística-, manifiestan algún tipo de interés por la interacción comunicativa y sus resultados», en tanto que sus campos son limítrofes, «pero no ajenos al fin y al cabo».

    No obstante, Moreno Fernández asume la necesidad de entendimiento en provecho recíproco y ofrece una suerte de introducción a la pragmática bajo los epígrafes «Sociolingüística y pragmática» y «la cortesía», los cuales, en contra de lo que cabía esperar (por cuanto ya se ha dicho de que el autor concibe su tratado como una minuciosa visión de conjunto), presentan ciertas lagunas que no pueden simplemente justificarse por el carácter general de la obra, cuanto más habiéndose comprobado que una de las características encomiables de los trabajos del autor es la extensa bibliografía que maneja. No se trata, claro está, de denunciar la mínima o escasa profundización en determinados aspectos, ya que, de hecho, la no incursión en detalles excesivamente especializados es uno de los logros del manual; sino que se trata de indagar un poco más en algunas ideas de elemental importancia, ni tan siquiera mencionadas.

    Moreno Fernández comienza aludiendo a la «conversación» como lugar de confluencia de la sociolingüística y de la pragmática; seguidamente añade otro factor de interés común: los actos de habla, sistematizados en la teoría de John L. Austin. Después de definir la pragmática desde la óptica de van Dijk, como el conjunto subyacente de condiciones y reglas textuales que posibilitan la comunicación interlocutiva, se centra en la idea de que el lenguaje no sólo sirve para describir el mundo, sino también para hacer cosas, según se desprende de la distinción que hace Austin entre enunciados asertivos y performativos (o constatativos y realizativos, como Moreno Fernández los traduce), además de las clases en que pueden dividirse estos últimos. Asimismo, tiene en cuenta que el infortunio -o incompresión- no procede de la mala correspondencia entre el lenguaje y la verdad, y sí de la falta de conciencia entre lo que el enunciado dice y lo que en realidad se hace. No desatiende tampoco a la reformulación que de su propia teoría hace John Austin con la tripartición de los enunciados en actos locucionarios, actos ilocucionarios y actos perlocucionarios, dependiendo de lo que las palabras digan, hagan o provoquen. Con todo, Moreno Fernández omite la aportación teórica que John Searle, seguidor de Austin, hace a la teoría de los actos de habla, a pesar de que el libro donde se expone (Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980), aparece citado en la bibliografía completa de la pág. 355.

    Para Searle, los actos de habla son unidades de comunicación lingüística y se realizan de acuerdo con normas. Agrupándolos por géneros, este lingüista pragmático, se propuso constatar los requisitos necesarios para la interacción conversacional: inteligibilidad, predisposición y sinceridad; condiciones inherentes porque crean o definen una forma de comportamiento. Searle, además, verificó la correlación existente entre la forma lingüística y el acto de habla («afirmación»: forma declarativa; «pregunta»: forma interrogativa; etc.)

    Sí es estimada, en cambio, la dicotomía que H. Haverkate establece entre actos de habla corteses y actos no corteses, y Moreno Fernández aduce como ejemplo ilustrativo un trabajo de campo realizado por él mismo en Quintanar de la Orden (Toledo).

    Prosigue en la misma dirección y llega al modelo explicativo de una de las principales autoridades en los estudios pragmáticos: H. P. Grice y su principio de cooperación. Este principio viene a decir que, en circunstancias normales, se sabe que cualquier conocido o desconocido va a prestar atención si se le dirige la palabra, debido al acuerdo tácito -psicológico- de colaboración en el que participan todos los hablantes. Así, la conversación comporta, normalmente, un esfuerzo por cooperar con el interlocutor y genera una expectativa tan fuerte que, si el hablante viola este principio, el oyente, en vez de pensar que éste no cumple, va a pensar que quiere comunicar otra cosa, un significado adicional, esto es, contextual y extralingüístico. Y esa otra cosa será una implicatura. El principio de cooperación comprende cuatro categorías que Grice llama "máximas" –cantidad, cualidad, relación y modalidad- y que limitan "lo dicho" frente a "lo implicado".

    Moreno Fernández, por otra parte, no recoge los tipos de implicaturas propuestas por Grice: convencionales (se oponen a las conversacionales), calculables (resultan de sopesar lo que el hablante dice, los datos del contexto y el principio de cooperación), cancelables (pueden eliminarse sin que haya contradicción) y separables (desaparecen al enunciar la expresión de otro modo). Igualmente, cuando cita los casos donde actúan las implicaturas, Moreno Fernández se refiere a las circunstancias en que a) se obedece a las máximas, b) se viola una máxima para no incurrir en un conflicto con otra y c) se viola abiertamente una máxima. Pero en la última parece confundir, o sencillamente fundir, dos tipos diferentes de incumplimiento de las categorías, ya que habla de una violación ostentosa y la ejemplifica mediante una violación aparente (un informe que omite el asunto solicitado, pág. 147). Sería más correcto, pues, precisar que lo uno supone la identificación por parte del oyente de una desobediencia deliberada de las máximas por parte del hablante (-¿Ya estás aquí? –No, aún no estoy.), y lo otro supone que el hablante obedece a las máximas, o que al menos respeta el principio de cooperación (sólo entonces es válido el ejemplo de Moreno Fernández).

    Además, al prescindir de los tipos de implicaturas, no puede considerar la diferencia entre presuposiciones e implicaturas convencionales, ya que esta oposición se basa únicamente en la noción de separabilidad.

    Se abordan luego los modelos de cortesía de Lakoff, Leech (con su categoría del tacto), Brown y Levinson, quienes hablan de una cortesía positiva y otra negativa, etc.

    En adelante, Moreno Fernández se adentra en cuestiones de índole semántica (como la ordenación de la sustancia lingüística, págs. 148-149), psicológica (como los conceptos de poder y solidaridad) y de sociología del lenguaje (como las formas de tratamiento, págs. 149-154).

    De cualquier manera, si bien muchos detalles no aparecen explícitos en el texto, sí es cierto que se proporcionan las referencias bibliográficas oportunas para ahondar en los diferentes asuntos que, por razonables criterios de selección, han sido omitidos en estos Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje.

    No puede decirse lo mismo, sin embargo, de la sorprendente exclusión de la teoría de la relevancia, verdadero hito formulado por Dan Sperber y Deirdre Wilson en el libro Relevance. Comunication and Cognition (1986) -no mencionado por Moreno Fernández- y que es, con el modelo neogriceano, una de las teorías más influyentes de la pragmática actual. Su eliminación empobrece ciertamente esta sección de «la lengua en su uso social».

    La relevancia es el principio que explica todos los actos comunicativos, sin excepción alguna: se presta atención al interlocutor porque se da por descontado que es relevante. Según Grice, los hablantes son cooperativos. Sperber y Wilson exponen la causa de esta expectación: se tiene algo que ganar, conocimiento del mundo. Cuantos mas "efectos cognoscitivos" produce un enunciado y menos esfuerzo de interpretación exige –pues se tiende a equilibrar ganancia y esfuerzo-, más relevante es. En el entorno cognoscitivo hay 1) información inmediatamente asequible y que no necesita ser procesada, 2) información totalmente desconectada que exigiría un gran esfuerzo de procesamiento, quizá inútil, 3) e información nueva conectada con la que ya se tiene en la memoria. Esta última hace que la información sea más relevante, puesto que produce un efecto de multiplicación con un bajo coste de procesamiento. La teoría de la relevancia es menos refutable que la de Grice, y, por ser cognitiva, es universal.

    También queda fuera, consecuentemente, la idea de explicatura, tan importante como pueda serlo la de implicatura. El modelo griceano y neogriceano se ha centrado en dos niveles: el de "lo dicho" y el de "lo comunicado". En la teoría de la relevancia se tiene en cuenta que "lo dicho" está formado no solamente por los significados convencionales, sino por el resultado de la asignación de referencias, la desambiguación y el enriquecimiento de algunas expresiones. De esta forma se intenta explicar cómo se llega a interpretar "lo dicho", postulando que el paso del primer nivel (el del significado convencional) al segundo (el de lo codificado) se hace a través de un proceso inferencial semejante al requerido para el paso del segundo nivel al tercero (el de lo implicado).

    Puede argüirse que todo esto se aleja demasiado de lo puramente sociolingüístico y que tal es la razón por la que disquisiciones tan conceptuosas no hayan tenido eco en un manual para no iniciados. Pero ya se vio cómo al principio Moreno Fernández se hacía responsable del peligro que conlleva interferirse en disciplinas fronterizas, y desde luego no hay nada que evidencie una mayor afinidad entre el principio de cooperación y la sociolingüística, que entre ésta y la teoría de la relevancia.

    Sería perfectamente legítimo preguntar al autor si el rastro perdido de esta vertiente pragmática tiene más fundamento que el de un remisible descuido ante la imposibilidad de abarcar toda la teoría existente sobre un tema, y si, al cabo, no es más prudente fijar los límites de la sociolingüística como una metodología de investigación del cambio lingüístico con trasfondo social, en el sentido exclusivamente variacionista, a fin de expurgarla de entromisiones pragmáticas, dialectales, etnográficas, psicológicas, políticas, etc. y de encaminar los estudios al desarrollo de la corriente laboviana que, hasta hoy, es la que más críticas ha recibido pero la que más y mejores rendimientos ha dado.

 

 


 

R. Soto Gámez

4º Curso de Filología Hispánica (Universidad de Málaga)

¿ES POSIBLE UNA SOCIOLINGÜÍSTICA HISTÓRICA?

      

    Esta obra se caracteriza por una claridad expositiva digna de elogio, junto con un prurito de elaboración de un manual amplio, claro y útil. Moreno Fernández se propone resumir las teorías de las diversas corrientes de investigación sociolingüística (tarea encomiable por la gran cantidad de bibliografía que maneja), respecto del panorama actual de esta metodología.  Nos ha llamado la atención las aportaciones que Moreno Fernández hace al final de cada capítulo en forma de reflexiones y ejercicios.

     La sociolingüística actual, si bien presenta algunas dificultades a la hora de aplicar los postulados de su concepción metodológica –siendo, sin duda, uno de los principales obstáculos la superación de la paradoja del observador– se nos presenta como un método efectivo y compatible (no excluyente) con otras disciplinas para estudiar el cambio lingüístico en sus dos parcelas, en tiempo real y en tiempo aparente, desde las primeras décadas de este siglo –cuando comienzan a utilizarse grabaciones magnetofónicas para la investigación sociolingüística– hasta este momento y en adelante. Por el contrario, una posible sociolingüística histórica suscitaría numerosos problemas no tanto de metodología –las directrices a seguir parecen ya establecidas– como referentes a los datos empíricos a los que aplicar este método de trabajo. La principal objeción que podrían hacer los críticos a esta perspectiva sería el problema de la representatividad de los testimonios. Partimos de la enorme dificultad que supone la caracterización formal del informante, esto es, el escritor de un texto que se ha conservado por azar, por una serie de circunstancias históricas; de este texto desconocemos si refleja la lengua nativa del hablante, si éste emplea un estilo culto o pretende reflejar la lengua hablada –menos frecuente–, si (por tratarse de un estilo prestigioso) puede estar sometido a hipercorrecciones; pueden aparecer voces arcaicas, se pueden mezclar dialectos, el texto puede obedecer a la comunidad en que fue escrito, etc. y estas dificultades son en mayor o menor medida de carácter general. En un terreno más concreto, pongamos por caso el de la fonética y fonología, las dificultades aumentan considerablemente, ya que ¿cómo podemos establecer el sistema fonológico de una lengua «hablada» exclusivamente a través de textos escritos? ¿Hasta qué punto estas grafías reflejan el habla? Es cierto que contamos con los testimonios aportados por los gramáticos de diferentes épocas, pero sus obras suelen ser normativas (incluso hoy escasean las gramáticas descriptivas). Con todas estas objeciones y obstáculos estamos cuestionando no sólo una posible investigación de carácter sociolingüístico, sino que podemos dudar incluso de la cientificidad de disciplinas como la lingüística o la fonética históricas. ¿Cómo podemos hablar de ciencia si manejamos unas leyes fonéticas que no son empíricamente demostrables? ¿No nos estaremos moviendo en el campo de la dóxa? ¿Podemos hablar, epistemológicamente, de la lingüística histórica como ciencia?

    Planteadas las cuestiones referidas a la sociolingüística –la condición científica o no de las disciplinas antes mencionadas daría lugar a largas conjeturas–, acudimos a la obra del padre de la sociolingüística, William Labov, a la búsqueda de respuestas. Sorprende descubrir en una lectura del primer volumen de los Principios del cambio lingüístico (vol. 1, Factores internos, Gredos, Madrid, 1996) que Labov no se conforma con enumerar las objeciones que hemos venido planteando, sino que ofrece –cuando cualquier lingüista incompetente habría sorteado estos problemas sin apenas mencionarlos– aún más trabas para la investigación sociolingüística histórica (paradojas de los testimonios, hechos inesperados y paradojas de los principios). Labov afirma haber recurrido a métodos de investigación de disciplinas tan diferentes a la lingüística como la biología y la geología, ya que, para él, «no es probable que pueda sacarse la explicación del cambio lingüístico de la estructura lingüística sola, puesto que el hecho del cambio lingüístico mismo no es consistente con nuestra concepción fundamental del lenguaje» (pág. 37). Así, tenemos dos premisas fundamentales; hemos de partir del presente para explicar el pasado y debemos buscar las causas del cambio lingüístico fuera del sistema de la lengua. Siguiendo estas dos premisas, Labov parte de los hechos para predicar generalizaciones sobre ellos y deducir los principios (proyecciones máximas de las generalizaciones) del cambio lingüístico.

    No obstante, la primera directriz nos lleva a una nueva paradoja, la de la lingüística histórica (que Labov define como «el arte de hacer el mejor uso posible de datos deficientes» (pág. 45)). La paradoja es expuesta de la siguiente manera: 

La tarea de la lingüística histórica es explicar las diferencias entre el pasado y el presente; pero no hay modo de saber en qué grado el pasado era diferente del presente (pág. 60).

    Otro principio a tener en cuenta es el principio de uniformidad, pero el mismo Labov se muestra cauteloso; de hecho, en el "Prólogo a la edición española" aparece esta –a nuestro juicio significativa– frase: «según el principio de uniformidad, tenemos que suponer que factores similares a los que ahora observamos operaron para producir los cambios que condujeron a la gran diversidad presente de patrones flexivos en los varios dialectos españoles e hispanoamericanos.» (pág. 12, el subrayado es nuestro). 

    El uso del presente para explicar el pasado que realiza Labov en estos «Factores Internos» es realmente magistral. Asombra corroborar, como ya demostrase en sus Modelos sociolingüísticos, la alta calidad en la exposición de los distintos fenómenos de que se ocupa. Pero si estos Principios del cambio lingüístico no dejan de admirarnos por el partido que su autor ha sacado a la metodología sociolingüística, su obra, al menos hasta el momento, no ha encontrado continuadores a su altura. Es cierto que existen trabajos, alguno de ellos en español, que explican algunos fenómenos históricos atendiendo a variables sociales, pero todavía no hemos visto un proyecto de la envergadura de los Principios labovianos. Así pues, ansiosos a la espera de los anunciados «Factores Externos» del cambio lingüístico, sólo nos resta reformular la pregunta que dio pie a estas páginas: ¿Es posible una sociolingüística histórica después de los trabajos de W. Labov?