El mito de las razas y de la edad de oro en Contra Símaco I de Prudencio

Alfredo Encuentra

Universidad de Zaragoza

 

    Según la datación comúnmente aceptada del segundo libro del contra orationem Symmachi en el 402 y la reconstrucción de D. Shanzer [1], es posible que el libro primero fuese escrito en distintas fases entre el 394 y la fecha de redacción del segundo y de publicación conjunta. ¿Cuál era entonces la actualidad de una obra concebida al menos diez años después de los acontecimientos surgidos en torno al altar de Victoria y la petición de Símaco? El contenido de su célebre relatio del 384 puede resumirse en el deseo de conservar la tradición romana [2], entre la que se incluía el culto pagano, tal como afirma una anciana y airada Roma, que no se arrepiente de su pasado (§ 8):

utar caerimoniis avitis, neque enim paenitet!.... ad hoc servata sum, ut longaeva reprehendar?

    Por ese motivo, más que una nueva crítica a la religión pagana —innecesaria desde las obras de Fírmico Materno y Lactancio— o a la argumentación de Símaco —llevada ya a cabo con éxito por Ambrosio y a la que se volverá en c. Symm. II— el interés concreto de Prudencio era ofrecer un nuevo ideal de patriotismo que compitiera con el tradicional, separase dioses y estado romano [3] y lo uniese de paso con Teodosio [4]. En el plano literario este ideal se plasma en un canto de la conversión de Roma [5]. El deseo de conservar la belleza de las estatuas de los dioses, purificadas y ajenas ya a los ritos paganos —Marmora tabenti respergine tincta lavate [...] artificum magnorum opera (501-503)— se corresponde con el de hacer de Símaco un instrumento divino cuyas gemas oratorias y el oro de su boca —os dignum aterno tinctum quod fulgeat auro / si mallet laudare deum (635-636)— adquieran dimensión eterna. La obra se integra así en un programa poético más amplio de asimilación de la literatura pagana anterior para uso cristiano, según lo indica ya en el prólogo y en el epílogo que enmarca su poemario.

    1. Para conseguir esa fusión Prudencio recupera en este primer libro un tópico que había usado Virgilio con fortuna para vincular la gesta de Eneas con la ansiada paz de Augusto: el retorno de la edad de oro. Son básicamente tres los pasajes en que lo configura el mantuano. En la égloga IV se canta el nacimiento de un puer gracias al que, por designio de las parcas, habrá de volver el reinado de Saturno y desaparecerán todos los males, encarnados por la serpiente y el veneno (24-25) occidet et serpens, et fallax herba veneni / occidet; cuando llegue el niño a la edad adulta, la bondad prístina y automática de la naturaleza hará innecesarias sponte sua (37-45) la navegación, la defnsa de la propiedad y la agricultura [6]. Los dos siguientes pertenecen a su epopeya y sirven de enlace entre Lacio mítico y primitivo con la era de Augusto: en VI 789-805 Anquises predice a su hijo el retorno de una edad de oro que Augusto difundirá en forma de paz más allá de donde llegaron Hércules y Baco —extra sidera [...] extra anni solisque vias (795-796)—. Paz y civilización son la gran labor de Saturno en el Lacio, según reconoce Evandro a Eneas en VIII, 314-327, pues lo habitaban faunos, ninfas y hombres quis neque mos neque cultus erat (316) [7].

    El mito hesiodeo, sin abandonar su concepción inicial, reaparece así como elemento de alabanza imperial, cuyo éxito puede rastrearse en la literatura posterior desde Séneca a Claudiano [8]. Prudencio mantiene la orientación virgiliana pero también el mito original para articular el contenido de c. Symm. I reinterpretándolo desde un punto de vista evemerista y romano. Es evemerista porque, sin identificarlos explícitamente, traza cinco estadios degenerativos de una genealogía divina en clave de dinastías humanas que la posteridad ha divinizado, estructura que aprovecha para rastrear la evolución del culto pagano. Al mismo tiempo, remontándose a los arcanos de la tradición mítica romana, consigue ofrecer un nuevo sentido a las conquistas de Roma como preparación de su conversión. En ella destaca la actuación de Teodosio, auténtico héroe civilizador que, a diferencia de Augusto, pone fin definitivo al error Troicus, según vaticina el mártir Lorenzo en Per. II, 445.

    2. Antes de iniciar el poema, Prudencio lo hace preceder de un prólogo en que anticipa el tema y las ideas principales que desarrolla después. Allí comienza por alabar la misión de San Pablo como un Saturno que con un placido dogmate (4) siembra en los fera gentium corda la semilla de Cristo (1-2). Procede entonces a narrar lo acontecido en Malta al apóstol de camino a Roma (Act. 27, 9-28, 10). Como si de un nuevo Eneas (Aen. I, 170-9) se tratase, tras amainar la tempestad y llegar a tierra, se apresura a hacer fuego; entonces una serpiente, reavivada por el calor, muerde su mano; todos piensan que el veneno mortal hará efecto, pero él murmura el nombre de Cristo sub tacito pectore (36), arroja el reptil al fuego y su herida sana espontáneamente sin dejar cicatriz (40-2). La segunda parte del prólogo (45-89) se dedica a desgranar la simbología de la primera, muy cercana a la égloga mesiánica: la nave representa los escritos del apóstol, su mano herida la mano de Justicia —que Servio identificaba con la Virgo de Ecl. IV, 6—, el veneno el paganismo y la mordedura la relatio de Símaco, por quien pide compasión a Dios (80-9).

    3. La metáfora de la herida inicia la obra en forma de amplificación y alabanza de Teodosio como médico de almas, príncipe sabio que al prohibir el culto pagano dio a su imperio una dimensión espiritual —imperium protendit latius aevo / posteriore (28-9)—. La enfernedad es la parálisis y adocenamiento secular —ne sinat antiquo Romam squalere veterno (7) que Júpiter combatía también al establecer el trabajo tras la edad de oro en Georg. I, 124: nec torpere gravi passus sua regna veterno. Sin embargo, la medicina imperial no habrá servido de nada si, como el veneno del símil, en el corazón de Roma hay una facción senatorial que sigue aferrada a las antiguas creencias. De este modo concluye la parte inicial (1-41) animando a dejar la superstitio avorum (39) y a creer en un sólo Dios. El tema así propuesto es el de una edad de oro amenazada por la oratoria de Símaco; el desarrollo del poema será la historia de su consecución, representada por la conversión de Roma. El contraste de Teodosio con Saturno introduce los antecedentes de tal acontecmiento según el citado plan hesiodeo (42-407) en el que la exposición de las cinco razas se acompaña de una reflexión sobre el arraigo y difusión de ese mos patrius (154), siempre en dimensión creciente.

    Comienza entonces por preguntarse si gobernó mejor Saturno —edictis qui talibus informavit agrestes animos et barbara corda virorum (43-4) en un verso que evoca las leges y el composuit de Aen. VIII, 321-323. A continuación, Prudencio expande el contenido de informavit en una enérgica adlocución del dios a los primitivos latinos (45-54)praebete latebras. Occultate senem [...] placet hic [...] ut lateam— enmarcada por dos declaraciones de su origen divino. Esta primera etapa se cierra con una breve reflexión (54-58) sobre los ritos que acompañaron la importación de la agricultura y de la vida urbana.

    A éste sucede un reinado deterior (59), el de Júpiter, marcado como el de su padre por la lascivia y el desenfreno que muestra con Leda, Dánae o Ganimedes (59-81), al que sigue una desacreditación de la mentalidad primitiva que consagró el gobierno del extranjero Saturno como una edad de oro (72-84). Tras ella aparece una corruptior aetas (84) representada por cuatro frutos del desenfreno de Júpiter: Mercurio, Príapo, Hércules y Baco (84-163). De ellos resalta de nuevo la maldad de sus hazañas –como los engaños del primero o la lascivia del resto– y, de paso, su ineficacia como héroes culturales y referentes de Augusto en Aen. VI, 801-805, a pesar de introducir la agricultura en los Italos hortos (112) y la navegación con la nave Argo (117). Corresponden estos cultos a una edad bucólica de pastores y Neeras [9], en la que se ubican las primeras divinidades latinas que se citan en 233-234, como Ítalo, Jano, Sabino o Pico. Al igual que en anteriores etapas, se cierra con una reflexión sobre la influencia del poder real sobre la religión (145-163) y el mal ejemplo de estos personajes en gobernantes posteriores. Esta edad da paso a la de los héroes, a la de la Roma semidea (165) y sus dioses fundadores, Marte y Venus cuyas desiguales uniones no deja el poeta sin crítica (164-244). Es ese el momento de mayor proliferación de la divinización —et tot templa deum Romae quot in orbe sepulchra heroum numerare licet (190-191) que se propaga por transmisión de padres a hijos, como desarrolla en los versos 180-244.

    Se alcanza por último una edad marcada por su docilidad (245). En ella se repite la divinización de Júpiter, Juno y Ganimedes en las parejas igualmente criticadas de Augusto y Livia o de Hadriano y Antínoo (245-277). Esa etapa no es la definitiva para la humanidad, no hay un verdadero retorno, por lo que Prudencio rechaza con ironía la profecía de Anquises y la misión que asigna a Roma —idque deum sortes, id Apollinis antra / dederunt (262-263)— para ofrecer poco después (278-290) su versión:

Quam pudet hoc illis persuasum talibus ut se

Romanasque acies censerent Martis amore

posse regi, dum se Paphiae male blandus adulter

venditat Aeneadasque suos successibus auget!

 

Felices, si cuncta deo sua prospera Christo

principe disposita scissent, qui currere regna

certis ducta modis Romanorumque triumfos

crescere et impletis voluit se infundere saeclis! (283-290)

    En ella toca de lleno el núcleo de la argumentación de Símaco, como es la protección del estado romano por parte de la diosa Victoria. Para saber la misión que Prudencio otorga a Roma hay que acudir a otro presagio, el que pronuncia Lorenzo durante su martirio (Per. II, 413-484): los triunfos han unificado el orbe bajo unas mismas leyes para la difusión del cristianismo. La relación intertextual es deliberada, pues en el presagio discurre la facción pagana de la Catonum curia (445), las divinidades laciares más antiguas, Estérculo y Saturno (450, 452), el héroe Teodosio (473) y las estatuas ya limpias después de que Pablo y Pedro (469-470) hayan expulsado a Júpiter de Roma. La urbs adquiere con estos últimos unos nuevos fundadores, a quienes se dedican los prólogos de los respectivos libros c. Symm.

    Este es el momento cumbre del poema. El resto de los acontecimientos son consecuencia de la voluntad de Cristo, que sustituye a las Parcas en tejer los hilos del destino, como alude la expresión currere regna [10]. Este deseo se plasma en la adlocución de Teodosio a Roma después del último y más largo excurso dedicado a la divinización de fuerzas naturales –en especial al sol a quien tributaron gran devoción los perseguidores y aparece bajo apelativo de Febo en descripciones anteriores del mito– y espíritus malignos e infernales (297-407).

    4. La transición al discurso de Teodosio y la subsiguiente conversión de Roma la anticipa hábilmente el poeta al dirigirse a la urbs en la crítica de las divinidades infernales —tibi, Roma (355), te (370), respice (379)— y al adelantar algunos puntos de su argumentación, como el contraste de la grandeza imperial —Nonne pudet regem populum sceptrisque potentem (390)— con la degeneración de los juegos gladiatorios. El discurso de Teodosio (415-505) es concebido como respuesta a la relatio y a la prosopopeya de Símaco y discurre entre imperativos al igual que la adlocución de Saturno para que fuese escondido en el Lacio y en los corazones de sus habitantes. El exue tristes [...] habitus (415) introduce el elogio de la historia romana y su misión divina de llevar civilización y la nueva religión a los bárbaros a ella sometidos (455-460):

At te, quae domitis leges ac iura dedisti

gentibus, instituens magnus qua tenditur orbis

armorum morumque feros mansuescere ritus

indignum ac miserum est in religione tenenda

hoc sapere, inmanes populi de more ferino

quod sapiunt nullaque rudes ratione sequuntur.

Con agnoscas mea signa (464) y la mención del oro y las gemas del lábaro pasa a alabar la conversión de Constantino. Aprovecha también la ocasión para contrastar ese modelo de príncipe con Majencio, tirano que comparte la degeneración y la lascivia de los dioses antes criticados [11]. La entusiasta conversión del senado tras la derrota del tirano precede la última llamada, cave (496) [...] Deponas (499), a abandonar los ritos paganos y anticipa la que se produce una vez que Teodosio pone fin a sus palabras (506-513):

Talibus edictis urbs informata refugit

errores veteres et turbida ab ore vieto

nubila discussit iam nobilitate parata

aeternas temptare vias Christumque vocante

magnanimo ductore sequi et spem mittere in aevum.

 

Tum primum senio docilis sua saecula Roma

erubuit, pudet exacti iam temporis, odit

praeteritos foedis cum religionibus annos.

La fraseología –edictis informare– presenta al emperador como un nuevo Saturno (43) y en forma de sinónimo juega con las leges de Aen. VIII, 322 y el histórico edicto de Tesalónica. La conversión de la hasta entonces recalcitrante Roma es la derrota del enemigo interno, el paganismo con su serpente veneno, y así se entiende su comparación con Catilina en 524-532. A su vez, acerca de nuevo la figura de Teodosio al Augusto vencedor de de la guerra civil y la refuerza como verificación auténtica de la profecía de Júpiter en Aen. I, 278-9 [12]:

Ergo triumfator latitanti ex hoste togatus

clara tropaea refert sine sanguine remque Quirini

adsuescit supero pollere in saecula regno.

Denique nec metas statuit nec tempora ponit,

imperium sine fine docet, ne Romula virtus

iam sit anus, norit ne gloria parta senectam. (538-543)

    La victoria es además incruenta y abre las puertas a una nueva eternidad según ha declarado antes (28-29). La última parte del poema está dedicada a reflejar el cambio en la sociedad romana, el cual se realiza con el automatismo y espontaneidad del mito clásico. Por lo que respecta a la nobleza (544-577), enmarcados por los iam (548, 561) de la profecía virgiliana se narran los anhelos de los ancianos Catones en vestir la toga de la piedad y acudir a los templos cristianos y la presteza de los Olibrios en inclinar las insignias romanas ante los restos de mártires. Tras constatar la misma situación en el pueblo (578-590), que pasa volens a las Christi leges (587-588), vuelve de nuevo a un senado, una libera cum pedibus tum corde frequentia (612), del todo unánime con la decisión del emperador. Sólo queda esperar la conversión de Símaco y su grupo a los que la tolerancia religiosa de Teodosio no ha impedido alcanzar los más elevados honores (616-631). Con una nueva llamada a la compasión de Símaco (632-642) se completa el ciclo del poema que cierra una simulada ajristeiva épica entre Prudencio y el autor de la relatio (643-655).

    5. Como se acaba de comprobar, el mito de las razas articula c. Symm. I mediante el juego de alusiones que establece Prudencio con su propia obra y con la de Virgilio. Es un ejemplo más de sus numerosos sincretismos entre mito y fe cristiana [13] en forma de espiritualización [14], y con él establece una base literaria para la argumentación que desarrolla con más detenimiento en c. Symm. II.

    Sólo resta ampliar en un plano simbólico el sentido que otorga el poeta a esa edad de oro dentro de su obra. Roma es presentada como un ser vivo que se convierte en su dócil y sabia vejez, quinta etapa de la vida humana según expone en c. Symm. II, 315-324; así coincide con la nueva conversión que el poeta lleva a cabo ya anciano en el prólogo, donde repasa su vida en cinco estadios, cada uno en una estrofa (7-21) después de indicar su edad en fracciones de cinco: quinquennia [...] decem, septimus cardo insuper (1-3). No es tampoco casual que aplique a su conversión el mismo verbo que Teodosio dirigía a Roma, stultitiam exuat (35) ni que se arrepienta de los pecados de juventud, heu pudet ac piget (11), como Roma de sus creencias anteriores.

    Como muestra el poeta en el epílogo, el oro que busca no posee naturaleza física; está en el más allá, al que aspira llegar con su obra mundana, humilde vasija de varro que contrasta con el lodo a que destina Símaco el marfil de su rastrillo y el oro de su azada (638-640). De esta forma, el oro de la poderosa Roma (418) y sus gemas (420), que Teodosio encuentra empañados antes de su conversión, alcanzan dimensión eterna en el lábaro y el templo que las virtudes edifican en el corazón humano al final de Psychomachia (823-888) según el trazado de la Jerusalén celeste (Apoc. 21, 9-22). Es por ello que Teodosio sólo enseña, docet (542), un imperio sin fin, no lo alcanza en la tierra. Si la conversión es tarea del corazón, como muestra Psychomachia y la sanación del apóstol, la labor de Roma es la misma que la de Prudencio: ser un instrumento divino, un medio por el que circule la nave de Pablo.

 

NOTAS:

[1] Según resulta de su elaborada hipótesis, (D. Shanzer, «The Date and Composition of Prudentius’s contra orationem Symmachi libri», RFIC, 117, 1989, 442-462, pág. 458):  «C. Sym 1 was largely written during the lifetime of Theodosius in 394. Line 551 may have been penned in 395, but, at any rate, no earlier than September 394. Lines 501-505 on statues were probably altered after 399. The section on Diana-Trivia and the gladiatorial games surrounding line 385 (vv. 354-407) and definitely that line itself were written after 399. They were probably added to reinforce and match the appeal of c. Symm. 2, 1091 ff.

[2] En § 4 se expresa en los siguientes términos: praestate, oro vos, ut ea quae pueri suscepimus, senes posterius relinquamus. Consuetudinis amor magnus est.

[3] Según la opinión de F. Paschoud, Roma aeterna. Études sur le patriotisme romain dans l’occident latin à l’époque des grands invasions, Neuchâtel, 1967, págs. 224 y 226.

[4] F. J. Talavera Esteso, «El libro primero del contra Símaco de Prudencio. Introducción y traducción española», AnMal, 5, 1982, 127-161, pág. 138, ve en ella la idea medular del poema.

[5] Así lo ha visto J. Fontaine, «La dernière épopée de la Rome chrétienne: le Contre Symmaque de Prudence», VL, 81, 1981, págs. 3-14.

[6] Estos elementos son los mismos que la descripción que lleva a cabo Tibulo en I 3, 35-50.

[7] Como hace notar G. Guastella, «Saturn, Lord of the Golden Age», en M. Ciavolella-A. Iannucci (eds.), Saturn from Antiquity to the Renaissance, Toronto, 1992, 1-22,  pág. 8, la insistencia en el carácter filantrópico del dios Saturno en detrimento de su lado oculto es un desarrollo peculiar del mito en la literatura latina. Sobre los aurea saecla y la implantación de la agricultura en Italia merecen citarse dos pasajes virgilianos: la institución del trabajo en Georg. I, 118-158 y la célebre laus Italiae de Georg. II, 136-176.

[8] Los pasajes más destacados son Sen. Apocol. 3, Buc. Eins. I-II, Luc. 33-66 y Claud. Gild. 201-212, poema datado en el 398. Este último pasaje resulta muy interesante tanto por la proximidad en el tiempo como por ofrecer la prosopopeya de una Roma anciana que por decisión de Júpiter se renueva para combatir al tirano; sobre una posible vía de imitación, cf. E. Fernández Vallina, «Roma senescens aut Roma revirescens? Prudencio ante Claudiano», en C. Codoñer-M. P. Fernández Álvarez-J. A. Fernández Delgado (eds.), Stephanion. Homenaje a M. C. Giner, Salamanca, 1988, págs. 205-210.

[9] Así lo indica los paralelos textuales de 113-114 con Verg. Ecl. 33-34 o la mención générica de Neaera en 139, pastora cantada en Ecl. III, 3.

[10] Cf. Verg. Ecl. IV, 46: ‘Talia saecla’ suis dixerunt ‘currite’ fusis.

[11] El contraste del elogiado con el vituperio de su rival es habitual en los panegíricos de Claudiano, como puede verse en el retrato de Gildón en Gild. 162-200.

[12] Sobre la relación de ambos textos, cf. S. Döpp, «Vergilische Elemente in Prudentius’ Contra Symmachum», Hermes, 94, 1988, 337-42,  pág. 341.

[13] Como los que recogen M. Malamud, A Poetics of Transformation: Prudentius and Classical Mythology, Ítaca, Londres, 1989 o M. D. Castro Jiménez, «Sincretismos en el uso de la mitología en la obra de Prudencio», CFC (ELat), 15, 1998, págs. 297-311.

[14] R. Herzog, «Rom und Alttestament» en L. Holtz-J. C. Fredouille (eds.), De Tertullien aux mozarabes I. Antiquité tardive et christianisme ancien (IIIe-VIe siècles), París, 1992, págs. 551-570, ve en le cristianización prudenciana de los clásicos, pág. 558, una spiritualisierende Imitation [...] in Form der Erfüllung. En un camino inverso, llega Prudencio a considerar a Roma heredera del pueblo de Israel, cuando coloca a los enemigos de aquélla entre los que cercan Jerusalén en hamart. 496-498.