SOBRE LOS RECIENTES DEBATES TEÓRICOS EN TORNO A LA LITERATURA COMPARADA, Santiago Navarro Pastor, Heinrich-Heine-Universität Düsseldorf   (Publicado en Analecta Malacitana, XXI, 2, 1998, págs. 773-780)

 

C. BERNHEIMER (ed.), Comparative Literature in the Age of Multiculturalism, The Johns Hopkins University Press («Parallax: Re-visions of Culture and Society»), Baltimore & Londres, 1995, XI + 207 págs.

 

    La American Comparative Literature Association contempla en sus estatutos la elaboración cada diez años de un informe que formule pautas orientativas del ejercicio de la disciplina de la literatura comparada en el mundo académico norteamericano. En esos documentos se han ido fijando objetivos, métodos de trabajo y propuestas de planes de estudios para la especialidad. La tarea se encomendó en el pasado a las comisiones presididas por Harry Levin en 1965 y Thomas Greene en 1975, pero la falta de acuerdo entre sus autores impidió sacar a la luz el informe previsto para 1985. En 1992 Charles Bernheimer, profesor de la Universidad de Pennsylvania, aceptó el encargo de preparar el correspondiente a los años noventa, que se daría a conocer al año siguiente. Para ello constituyó un grupo de trabajo formado por diez especialistas que ejercen, como el mencionado coordinador, en centros estadounidenses: Jonathan Arac (Pittsburgh), Marianne Hirsch (Dartmouth), Ann Rosalind Jones (Smith), Ronald Judy (Carnegie-Mellon), Arnold Krupat (Sarah Lawrence), Dominick LaCapra (Cornell), Sylvia Molloy (Nueva York), Steve Nichols (Johns Hopkins) y Sara Suleri (Yale). Los integrantes del equipo se propusieron realizar «a fundamental examination of the discipline’s identity and goals at the end of the century» [1]. Inicialmente sólo les unía un deseo genérico: «We agreed that we wanted to write a report that would stir up controversy, not one that try to find a comfortable middle ground» (pág. X). En palabras del presidente de la comisión, la labor era más que oportuna, ya que los informes previos «are strong articulations of a view of comparative literature which, in my view, no longer applies to actual practices in the field» (pág. IX). Contrariamente a lo ocurrido en la década de los ochenta, esta vez el proyecto no encalló por disparidad de criterios entre sus redactores: «Despite our differences, a surprising consensus emerged about the directions in which we felt comparative literature should move» (pág. X). Una vez consensuado el documento, sus autores decidieron someterlo a una ulterior discusión, con el objeto de darle la mayor publicidad posible. A ese efecto se organizó un debate en el curso de la reunión anual de la Modern Language Association celebrada en 1993 en Toronto y se invitó a participar en él a figuras de la universidad norteamericana tales como Michael Riffaterre, Mary Louise Pratt y K. Anthony Appiah. Toda la documentación generada en esas sesiones de debate se reunió en el volumen compilado por Charles Bernheimer que lleva por título Comparative Literature in the Age of Multiculturalism, en el que figuran también, claro está, el informe auspiciado por él («Comparative Literature at the Turn of the Century»), los previos de Levin y Greene y una serie de Position Papers en torno a las directrices señaladas por la comisión Bernheimer.

    El volumen consta de tres partes. Descontando el capítulo introductorio, «The Anxieties of Comparison» (que es obra del compilador), la primera parte reúne los «Three Reports to the American Comparative Literature Association» ya mencionados. En la segunda parte se reúnen las «Three Responses to the Bernheimer Report at the Modern Language Association Convention, 1993», de Appiah, Pratt y Riffaterre, respectivamente. La tercera parte la ocupan trece Position Papers en los que se prolonga la discusión pública iniciada en las jornadas de Toronto: Ed Ahearn y Arnold Weinstein («The Function of Criticism at the Present Time: The Promise of Comparative Literature»), Emily Apter («Comparative Exile: Competing Margins in the History of Comparative Literature»), Peter Brooks («Must We Apologize?»), Rey Chow («In the Name of Comparative Literature»), Jonathan Culler («Comparative Literature, at Last!»), David Damrosch («Literary Study in an Elliptical Age»), Elisabeth Fox-Genovese («Between Elitism and Popularism: Whither Comparative Literature?»), Roland Greene («Their Generation»), Margaret R. Higonnet («Comparative Literature on the Feminist Edge»), Françoise Lionnet («Spaces of Comparison»), Marjorie Perloff («“Literature” in the Expanded Field»), Mary Russo («Telling Tales out of School: Comparative Literature and Disciplinary Recession») y Tobin Siebers («Sincerly Yours»).

    El informe Bernheimer es, por tanto, el centro de gravedad del libro, una obra de asunto unitario, autorreferencial casi. Dada su génesis, todas las colaboraciones convergen en el comentario de las tesis expuestas por los responsables del dictamen de 1993, repitiendo incluso las mismas citas de sus pasajes más elocuentes o controvertidos. Del documento se desprenden recomendaciones para renovar la investigación comparatista y configurar nuevos planes de estudios universitarios, en los niveles tanto del Graduate como del Undergraduate Program. Por extractar asimismo el contenido más relevante de los informes de 1965 y 1975, el texto de la comisión Bernheimer dibuja un fresco de las vicisitudes y mutaciones fundamentales experimentadas por la disciplina de la literatura comparada en los últimos treinta años. Los redactores de aquellos primeros trabajos habían señalado el auge de la disciplina tras la Segunda Guerra Mundial, una actividad que se había ejercido adoptando unas perspectivas en constante ampliación, pero que a pesar de todo «did not often reach beyond Europe and Europe’s high-cultural lineage going back to the civilizations of classical antiquity» (pág. 40) y en la que podía comprobarse una marcada tendencia «to reinforce an identification of nation-states as imagined communities with national languages as their natural bases» (pág. 40). El espíritu transnacional que propugnaban aquellos trabajos era en realidad de alcance muy limitado. Como señala K. Anthony Appiah, «the second report is fundamentally in tune with the first, in its conception of the task of comparative literature. Its authors seem more conscious, however, of the pressure of the world outside the West. Where the first report gestures toward Sanskrit and the Oriental, the internationalism of wich it boasts is the internationalism of the Treaty of Rome: the nations in question are largely those of western Europe, with the occasional diversion into literatures, like those of Russia, which have for some time been part if only in translation of the reading of the educated western European bourgeoisies. In the second report [...] the “new vision of global literature is emerging, embracing all the verbal creativity during the history of our planet, a vision which will soon begin to make our comfortable European perspectives parochial”. Nevertheless, the authors went on, “Our effort now is to absorb the shift without slackening our dedication to the best of our heritage”» (pág. 54). Pese a advertir sobre los peligros que amenazaban al comparatismo que había cundido hasta esas fechas, inspirado en concepciones de índole eminentemente tradicional e inmovilista, Levin y Greene no dejaban de denunciar las tentativas de socavar «the very basis of comparative literature’s elite image» (pág. 40) por parte de aquellos que por razones de comodidad empezaban a recurrir a las traducciones, en lugar de enfrentarse con los textos en su lengua original. Junto a ello, manifestaban alguna reserva ante la multidisciplinariedad, por el riesgo de lenidad que entrañaba esa diversificación de enfoques, y ante el interés desmedido por la teoría literaria, en detrimento de la vertiente aplicada de la materia, registrado en los departamentos de comparatística durante los años setenta.

    Los autores del informe de 1993 abogan por una redefinición radical de objetivos y métodos, puesto que, tal como admiten, «the dangers confronting the discipline thus constructed [esto es, a la manera tradicional eurocéntrica] have only intensified in the seventeen years since the publication of the Greene report, to the point that, in the opinion of this commitee, the construction no longer corresponds to the practices that currently define the field» (pág. 41). Desde finales de los años ochenta, esas tendencias en la investigación en literatura comparada se han puesto en sintonía con las corrientes multiculturalistas, que han impregnado el discurso de las Humanidades y son moneda corriente desde hace años en algunos países de fuerte afluencia inmigratoria [2]. En el caso que nos ocupa, ese nuevo sesgo que se ha impreso a la disciplina la hace colindar peligrosamente, según algunos, con los llamados cultural studies. Esta última es una orientación que en opinión de sus detractores ha dado pie a no pocos desvaríos intelectuales, puesto que, antes que interesarse por los valores estéticos de la obra literaria, propende a dilucidar reductivamente la relevancia de un ejemplo artístico cualquiera en función sólo de los contextos histórico, de clase, de raza o de género en que ha surgido. La obra literaria digna de atención pierde carácter singular y pasa a ser concebida, por el contrario, como la decantación de una identidad de grupo, que debe preservar a toda costa su pretendida pureza evitando toda transacción con otros grupúsculos, enrocados a su vez en su obsesión identificable, en un panorama social que se atomiza sin remedio en compartimentos estancos. Con arreglo a esas premisas, del crítico literario se espera que se interese primordialmente, en actitud endogámica, por aquellos productos culturales (en sentido lato) que sean portadores del espíritu de grupo correspondiente o que se dedique a fiscalizar y a censurar las desviaciones con respecto al código tribal que exhiban las obras que no respondan a esa exigencia colectivista. No hace falta insistir en que los reparos a las posturas multiculturalistas a ultranza se han formulado desde campos no únicamente retrógrados. Las presentes líneas se adhieren a ese sector de críticas inspiradas en designios ilustrados proclives al pluralismo y que se dirigen por tanto a las derivaciones intransigentes y segregacionistas, no hacia la cara constructiva e integradora, del fenómeno que cubre un término lamentablemente tan pervertido, seguramente en razón de su tremenda vaguedad, como el de ‘multiculturalismo’. A este respecto, hay que llamar la atención sobre los recientes análisis de Robert Hughes y Pascal Bruckner, que tienen como precedente la línea de reflexión que inauguró Alain Finkielkraut en La derrota del pensamiento [3]. En sus obras se muestra a las claras a qué grado de demencia han llegado algunos en el empeño de destrucción y recambio de prestigios culturales impuestos de manera arrogante —si nos hacemos eco del típico credo extremista— por la acción política de las potencias colonizadoras occidentales y en razón de preponderancias patriarcales que ha llegado el momento de suprimir, dado el fracaso de esfuerzos previos, más conciliadores y moderados, por ponerles coto. Los ensayos de Hughes y Bruckner permiten comprender mejor las motivaciones de Gerald Gillespie, profesor de la Universidad de Stanford, cuando advierte al mundo universitario europeo: «Meine These ist, daß das, was gemeinhin unter der Bezeichnung ‘Multikulturalismus’ verstanden wird, kein brauchbares Modell für das Studium der europäischen Literaturen oder der Weltliteratur darstellt. [...] Das Mosaik sozialer Forderungen, die unter dem Multikulturalismus als vordringlich dargestellt werden, bildet keinen Ersatz für den erwünschten ernsthaften internationalen Austausch von Meinungen und Zusammenarbeit» [4].

    El informe de Bernheimer no es un manifiesto que se proponga la inversión de la jerarquía de valores culturales vigente con el ahínco de los militantes más extremosos del multiculturalismo. A decir verdad, no viene sino a sancionar una situación de hecho, que se resume en los siguientes términos: «The space of comparison today involves comparisons between artistic productions usually studied by different disciplines; between various cultural constructions of those disciplines; between Western cultural traditions, both high and popular, and those of non-Western cultures; between the pre- and postcontact cultural productions of colonized peoples; between gender constructions defined as feminine and those defined as masculine, or between sexual orientations defined as straight and those defined as gay; between racial and ethnic modes of signifying; between hermeneutic articulations of meaning and materialist analysis of its modes of production and circulation; and much more» (pág. 42). Este planteamiento desemboca directamente en una de las tesis más polémicas del informe, criticada severamente por Riffaterre: «These ways of contextualizing literature in the expanded fields of discourse, culture, ideology, race, and gender are so different from the old models of literary study according to authors, nations, periods, and genres that the term “literature” may no longer adequately describe our subject of study» (pág. 42). Sin embargo, a ello se añade la reserva de intención tranquilizadora de que «Our recommendation to broaden the field of inquiry [...] does not mean that comparative study should abandon the close analysis of rhetorical, prosodic, and other formal features but textually precise readings should take account as well of the ideological, cultural, and institutional contexts in which their meanings are produced» (pág. 43). En materia de conocimiento de lenguas, se aconseja a los estudiantes de la especialidad «to broaden their linguistic horizonts to encompass at least one non-European language» (pág. 43), aunque «the old hostilities toward translation should be mitigated» (pág. 44), puesto que en primer lugar «translation can well be seen as a paradigm for larger problems of understanding and interpretation across different discursive traditions» (pág. 44) y también porque «It may be better, for instance, to teach a work in translation, even if you don’t have access to the original language, than to neglect marginal voices because of their mediated transmission» (pág. 44). La formación y la reconfiguración del canon han de ser, como es natural, caballos de batalla del nuevo comparatismo: «Comparative literature courses should teach not just “great books” but also how a book comes to be designated as “great” in a particular culture, that is, what interests have been and are invested in maintaining this label» (pág. 46). Resumiendo los objetivos de los autores, se afirma: «Our report puts forward some guiding ideas about the way curricula can be structured in order to expand students’ perspectives and stimulate them to think in culturally pluralistic terms» (pág. 47).

    Discrepante en muchos aspectos con respecto al informe Bernheimer es, como queda dicho, el ensayo de Michael Riffaterre, «On the Complementarity of Comparative Literature and Cultural Studies». Riffaterre puntualiza que la pretensión de los autores del informe de 1993 «is clearly to bring comparative literature closer to the field of cultural studies by annexing some of its territory and most of its methods» (pág. 66). Tres puntos del texto que obedecen a «the same ideological frame of mind» (pág. 66) le parecen especialmente vituperables: primeramente, la generalización del uso de las traducciones en la docencia, extremo a propósito del cual destaca los sempiternos problemas de desfiguración inherentes a la tarea y resultados de la traducción; en segundo lugar, el empeño que se pone en los enfoques extrínsecos ya mencionados, a costa del examen de la especificidad literaria; y en tercer lugar la que llama «diatribe against the word literature» (pág. 72) o la tendencia a desdeñar «a so-called high literature to the advantage of popular literatures» (pág. 66). Riffaterre atribuye la enunciación de esas tres propuestas a las presiones ejercidas por los partidarios de los estudios culturales sobre los integrantes de la comisión redactora y propugna una demarcación clara de objetivos entre literatura comparada y la moda de los estudios culturales. Para concluir, insiste en el peligro que entraña «the teaching of literature as a facet of a national or group identity» (pág. 67).

    Más anuentes con las tesis de la comisión Bernheimer son los artículos de K. Anthony Appiah («Geist Stories») y Mary Louise Pratt («Comparative Literature and Global Citizenship»). El primero retoma el comentario de los puntos más sobresalientes de los informes de 1965 y 1975, a cuyos redactores les reprocha el abuso de la etiqueta ‘literatura universal’: «A franker labeling —literatures of Western civilization, say— would have identified something more like what was going on» (pág. 55). Con todo, las observaciones de Appiah están dictadas por un talante ponderado y persiguen el maridaje entre las apuestas programáticas denostadas por Riffaterre y los logros del comparatismo del pasado. Característica de su posición contemporizadora pero al mismo tiempo cauta es la advertencia que se refiere a la obligación de desarrollar y aplicar con la necesaria discriminación el utillaje metodológico pertinente a cada forma de comparación de entre la amplísima gama que prevé el informe Bernheimer: «I see no harm in a focus on the written texts of particular traditions, narrowly or broadly conceived. I also see no harm in attention to movies and music, dances and toasts, in relative isolation from the high literary canon. Interesting work in any of these areas can draw on work in any of the others. But if we give up the idea of distinctive trainings, what we are going to get is not interdisciplinarity [...] but an unstructured postmodern hodge-podge» (págs. 56-57).

    Para Mary Louise Pratt, una investigadora de origen canadiense, la imagen que mejor define los desvelos de los comparatistas norteamericanos de la era Levin y Greene es el empeño de estabular y levantar empalizadas para preservar una estricta delimitación de tareas y métodos. Esa práctica obedecía a condicionamientos históricos: «Comparative literature in the United States seems to have been founded by a rhetoric of vigilance associated with the Cold War» (pág. 58). Alteradas las circunstancias históricas en los años noventa, los efectos derivados de tres factores como la globalización, la democratización creciente y la descolonización tenían que obligar según la autora a una redefinición disciplinaria como la que refleja el informe de 1993, con el que se manifiesta de acuerdo en lo esencial: «The report includes a number of truly salutory proposals which, to return to my earlier metaphor, move some fences so they give people more room and move others to where the people actually are» (pág. 59).

    Las publicaciones de las que damos cuenta, en las que se testimonia la modificación esencial que se ha operado en la concepción de la literatura comparada en las últimas décadas, son dignas de atención si queremos perfilar, a partir del examen de experiencias fructíferas o equivocadas como las que ahí se comentan, modelos de docencia e investigación para una disciplina llamada a desempeñar un papel relevante en un mundo en el que los intercambios transnacionales han adquirido una densidad que no es necesario ponderar.

 

NOTAS

[1] C. Bernheimer (ed.), Comparative Literature in the Age of Multiculturalism, The Johns Hopkins University Press («Parallax: Re-visions of Culture and Society»), Baltimore & Londres, 1995, pág. X. El número de página entre paréntesis se refiere siempre a esta obra.

[2] Ello es sobre todo cierto de sociedades como la canadiense, en la que —con la excepción del problema de Québec— los esfuerzos de integración multicultural emprendidos desde hace décadas ofrecen, en opinión de Winfried Siemerling (cf. su comentario sobre el volumen de Bernheimer, «Comparative Literature, Multiculturalism, and “The New Face of America”», Mosaic, 29, 3, 1996 [= E. J. Hinz (ed.), Idols of Otherness: The Rhetoric and Reality of Multiculturalism, University of Manitoba, Winnipeg, 1996], págs. 155-164), un balance más halagüeño que el que presenta el caso norteamericano, donde el término ‘multiculturalismo’ parece haberse especializado irremediablemente en designar la derivación aberrante del ideal integrador al que la palabra parecía aludir en su origen, tal como muestra la tesitura de diatribas inconciliables y tendencias desagregadoras que registra la vida social de los Estados Unidos y que han expuesto de manera tan brillante autores como Robert Hughes y Pascal Bruckner. Cf. además en torno a este asunto los ensayos sobre los debates culturales norteamericanos incluidos en el nº 173 (1995) de la Revista de Occidente.

[3] Cf. R. Hughes, Culture of Complaint. The Fraying of America, The Harvill Press, Londres, 1995 [1993]; vers. esp.: La cultura de la queja. Trifulcas norteamericanas (trad. de R. de España), Anagrama, Barcelona, 1994. P. Bruckner, La Tentation de l’innocence, Grasset, París, 1995; vers. esp.: La tentación de la inocencia (trad. de T. Kauf), Anagrama, Barcelona, 1996. A. Finkielkraut, La Défait de la pensée, Gallimard, París, 1987; vers. esp.: La derrota del pensamiento (trad. de J. Jordá), Anagrama, Barcelona, 1987. Un ejemplo emblemático de cómo en los planteamientos multiculturalistas el prurito de contextualización desemboca en abierto determinismo son algunos desarrollos de la teoría feminista destacados por Bruckner: «Le fait d’être né par hasard homme ou femme devient une fatalité à laquelle il n’est plus possible de se soustraire. Chacun, selon la catégorie où il est tombé, n’a qu’à réaliser ce qu’Aristote appelait son telos, son essence et sa fin, simple ponctuation dans un genre qui l’a précédé et lui succédera. À la fois héritier et transmetteur, l’individu est incarcéré à vie dans le petit ghetto de sa différence imprenable. Il n’est rien, son groupe est tout et, comme dans le romantisme réactionnaire, cette appartenance le détermine à la façon d’un implacable commandement» (op. cit., pág. 173).

[4] G. Gillespie, «Auf den multikulturellen Irrwegen der amerikanischen Komparatistik. Kontrast und Mahnbild für ein junges Europa», en M. Schmeling (ed.), Weltliteratur heute. Konzepte und Perspektiven, Königshausen & Neumann («Saarbrücker Beiträge zur vergleichenden Literatur- und Kulturwissenschaft», Bd. 1), Würzburg, 1995, págs. 85-98. «Mi tesis es la de que lo que se conoce comúnmente con el nombre de ‘multiculturalismo’ no representa un modelo apropiado para el estudio de las literaturas europeas o para la literatura universal. [...] El mosaico de reivindicaciones sociales que se presentan como apremiantes en el multiculturalismo no puede constituir una alternativa al deseado y serio intercambio internacional de opiniones y colaboración» (pág. 85).

 

RESUMEN PARA REPERTORIOS BIBLIOGRÁFICOS

 

TÍTULO. SOBRE LOS RECIENTES DEBATES TEÓRICOS EN TORNO A LA LITERATURA COMPARADA.

AUTOR. Santiago Navarro Pastor.

LUGAR. Heinrich-Heine-Universität Düsseldorf.

TÍTULO DE LA REVISTA. Analecta Malacitana, XXI, 2, 1998.

RESUMEN. El artículo se ocupa de examinar los cambios fundamentales que ha registrado la disciplina de la literatura comparada en las últimas décadas, mediante un repaso a varias publicaciones recientes (en particular al volumen colectivo coordinado por Charles Bernheimer, Comparative Literature in the Age of Multiculturalism, Baltimore-Londres, 1995) en las que se exponen las tendencias teóricas vigentes en la actualidad en el terreno del comparatismo.

ABSTRACT. This article deals with the main changes in Comparative Literature in recent time. It takes into account different publications (particulary the collection edited by Charles Bernheimer, Comparative Literature in the Age of Multiculturalism, Baltimore-London, 1995) in which nowadays theoretical trends in Comparative Literature are discussed.

NOTAS. Comentario del volumen Comparative Literature in the Age of Multiculturalism (1995), coordinado por Charles Bernheimer.

DESCRIPTORES. Literatura Comparada / Teoría de la Literatura / Estudios Culturales / Multiculturalismo.

KEY-WORDS. Comparative Literature / Theory of Literature / Cultural Studies / Multiculturalism.

IDENTIFICADORES. Ahearn, Ed / American Comparative Literature Association / Appiah, K. Anthony / Apter, Emily / Arac, Jonathan / Bernheimer, Charles / Brooks, Peter / Bruckner, Pascal / Chow, Rey / Cold War / Culler, Jonathan / Damrosch, David / Finkielkraut, Alain / España, Ramón de / Fox-Genovese, Elisabeth / Gillespie, G. / Greene, Ronald / Greene, Thomas / Guerra Fría / Higonnet, Margaret R. / Hinz, E. J. / Hirsch, Marianne / Hughes, Robert / Johns Hopkins University / Jones, Ann Rosalind / Jordá, J. / Judy, Ronald / Kauf, T. / Krupat, Arnold / LaCapra, Dominick / Levin, Harry / Lionnet, Françoise / Modern Language Association / Molloy, Sylvia / New York / Nichols, Steve / Perloff, Marjorie / Pratt, Mary Louise / Riffaterre, Michael / Russo, Mary / Sarah Lawrence University / Schmeling, Manfred / Segunda Guerra Mundial / Siebers, Tobin / Siemerling, Winfried / Smith College / Sureli, Sara / Stanford University / Tratado de Roma / Treaty of Rome / University of Manitoba / Yale University / Weinstein, Arnold.

TOPÓNIMOS. Baltimore / Canadá / Carnegie-Mellon / Cornell / Dartmouth / Estados Unidos / Europa / Londres / Toronto / París / Pennsylvania / Pittsburgh / Winnipeg/Würzburg / Yale.