RESEÑA

Gheorghe Bârlea, Introducere în studiul Latinei Crestine. Manual pentru facultatile de teologie si filologie, Colectia Dacoromania, Grai si Suflet – Cultura Nationala, Bucarest, 2000, 223 págs.

    Como su propio título indica, la obra que ahora presentamos pretende servir de introducción a la compleja problemática que plantean los estudios de latín cristiano, mostrando de una manera clara y sistemática el estado actual de las investigaciones en este terreno.

    Este trabajo viene a colmar en parte, según reconoce su propio autor, una laguna que existía en lengua rumana en la que faltaba un tratado de conjunto sobre el latín cristiano. Hay asimismo una intencionalidad didáctica: crear un manual de referencia y de apoyo para los estudios teológicos [1] y humanísticos de las facultades y secciones de teología, filología, historia o filosofía. De hecho, el libro surgió como fruto de la labor docente del profesor Bârlea con alumnos de varios cursos de teología.

    La obra se estructura en tres partes bien diferenciadas:

1. En la primera, págs. 9-40, después de una breve justificación de la misma, se plantea una serie de problemas teóricos relacionados con el concepto de ‘lengua especial’ y las relaciones, desde este punto de vista, entre el latín cristiano y la lengua común.

2. En la segunda, págs. 41-80, se hace una introducción al latín cristiano desde una perspectiva histórica, con la que se pretende familiarizar a los lectores con los conceptos y herramientas de trabajo fundamentales para cualquiera que se acerque a los estudios latino-cristianos. Para ello aquí se repasan desde las principales fuentes para conocer el latín cristiano hasta las escuelas de pensamiento que se han dedicado a su estudio (Escuela de Nimega, Escuela de Washington y la «Escuela de Málaga», del profesor García de la Fuente, además de muchas otras contribuciones francesas, italianas y rumanas).

3. En la tercera, págs. 81-196, se expone de un modo conciso pero muy bien estructurado los resultados de las investigaciones en este campo, con las que se justifica que podamos considerar al latín cristiano como una lengua especial. Así se estudia el lugar que ocupa el latín cristiano en la evolución de la lengua latina, las etapas en su formación, los niveles y variantes que presenta en su seno y, por último, sus principales rasgos morfosintácticos, léxicos y estilísticos. Se cierra este bloque con una breve conclusión (págs. 193-196), donde retoma una parte de los argumentos expuestos en las conclusiones parciales con las que había cerrado algunos de los epígrafes anteriores.

    La obra se cierra con una completa bibliografía sobre el tema (págs. 197-223), en la que, consciente del público al que quiere dirigirse, estudiantes y muchos de ellos con pocos conocimientos filológicos, y de las múltiples perspectivas desde las que puede tratarse la problemática latino-cristiana, da cabida desde grandes repertorios bibliográficos sobre patrística y estudios bíblicos o ediciones y antologías, como obras de información general, hasta tratados sobre historia, cultura y civilización de la época latino-cristiana y estudios más propiamente filológicos sobre lengua y estilo.

    La idea fundamental de la que parte el profesor Bârlea es la de que el latín cristiano constituye, ante todo, una variedad de latín, surgida en unas circunstancias temporales, sociales y religiosas muy concretas, cuyo carácter de «lengua especial» radica en una serie de rasgos morfosintácticos, léxicos y estilísticos, fundamentalmente, de muy diversa procedencia (elementos de origen popular, del latín arcaico, del latín tardío, grecismos, semitismos y otros desarrollados dentro de las propias comunidades cristianas).

    Evidentemente, no estamos ante una realidad lingüística homogénea. Son muchas las diferencias diacrónicas, diatópicas y diastráticas. Así no es igual el latín de los primeros autores cristianos, Tertuliano por ejemplo, uno de los artífices de esta variedad lingüística, que el de los grandes autores de los siglos IV y V, Agustín o Jerónimo, por poner algunos casos. No es el mismo el latín de las inscripciones cristianas o el de las primeras versiones de la Biblia (la Vetus Latina) que el latín literario de los grandes Padres de la Iglesia.

    Asimismo, en su seno conviven varios niveles y variantes, las más importantes de las cuales son el latín bíblico y el latín litúrgico, al primero de los cuales, aunque no se le reconoce una personalidad diferenciada frente al resto de la lengua cristiana, sí se le considera uno de sus pilares fundamentales, situándose en el nivel más popular de la lengua latina cristiana.

    Y es que, de hecho, para comprender la complejidad que supone el latín cristiano hay que darse cuenta de que, en el fondo, está constituida por una suma de formas sucesivas y consecutivas que van desde las inscripciones, muy cercanas a la lengua popular, el latín culto de Tertuliano, el latín de las primeras traducciones de la Biblia, el latín de los Padres de la Iglesia y el latín litúrgico hasta incluso el latín como lengua oficial de la cancillería pontificia. De todas ellas, el latín de los principales autores eclesiásticos sería el latín cristiano clásico.

    No obstante esa multiplicidad, o mejor dicho, por encima de ella, siguen existiendo un conjunto de rasgos comunes que permiten seguir hablando del latín cristiano como una realidad única, a pesar de la diversidad. Evidentemente, es el dominio del léxico el que le confiere su indudable personalidad, hasta el punto de que las comunidades de fieles eran impenetrables, desde el punto de vista del léxico, para los hablantes profanos. Y en este terreno, Bârlea destaca la capacidad de los hablantes cristianos para crear imágenes y sentidos figurados, muchas veces a partir de términos y procedimientos ya utilizados por la lengua común.

    Asimismo, es esta misma multiplicidad y riqueza la que confiere al latín cristiano su carácter de realidad viva e históricamente objetivable.

    A pesar de que no comparta con el profesor García de la Fuente su tajante distinción entre latín bíblico y latín cristiano, se percibe por doquier su huella, que él mismo reconoce explícitamente, a través del gran número de argumentos y ejemplos que de él toma, sin olvidar por ello lo mucho que debe a otros investigadores como A. Blaise o Chr. Mohrmann.

    De su bibliografía queremos destacar sobre todo el apartado que dedica a recoger estudios lingüísticos (págs. 210-223), el más interesante para nosotros. Aunque es cierto que no es exhaustivo, ni lo pretende, cualquier estudiante del área de humanidades podrá encontrar aquí las obras fundamentales, los principales manuales, no sólo de latín cristiano, sino también de lingüística general y de lingüística latina, en especial, de latín tardío y vulgar, dos de los constituyentes fundamentales de la lengua cristiana.

    En definitiva, creemos que los objetivos perseguidos por el autor con este libro se han cumplido con creces. Con él no dudamos que los estudiantes de lengua rumana verán muy facilitado el camino para comprender la compleja problemática de este campo de investigación. Y es que, a pesar de su carácter introductorio, propio del manual escolar que pretende ser, están tratadas todas las cuestiones que aún permanecen abiertas, de una forma clara, concisa y sistemática.

    Asimismo, no dudamos de su utilidad incluso para lectores españoles no especialistas, aun cuando el idioma supone una barrera importante, aunque no insalvable.

Cristóbal Macías

Universidad de Málaga

 

NOTAS:

[1] La necesidad de proporcionar un manual de estas características a los alumnos de teología rumanos se entiende mejor a partir de estos datos proporcionados por el propio autor: en Rumanía hay en la actualidad (los datos se refieren a 1999) 31 facultades e institutos de teología (ortodoxa, católica, greco-ortodoxa, protestante y neoprotestante) y 83 seminarios y liceos teológicos. Ello supone un número importante de alumnos que hasta ahora carecían de un instrumento adecuado para conocer la lengua latina cristiana, uno de los soportes fundamentales para sus estudios.