RECENSIONES 94

Giuliano Imperatore, Alla madre degli dei, edizione critica, traduzzione e comento a cura di Valerio Ugenti (J. Mª Candau Morón); O. García de la Fuente, Latín bíblico y Latín cristiano (C. Macías Villalobos); María Pilar Garcés, La oración compuesta en español. Estructuras y nexos (A. Mª Medina Guerra); Álvaro García Meseguer, ¿Es sexista la lengua española? Una investigación sobre el género gramatical (E. Jiménez Urdiales); Albert Bastardas y Emili Boix (dirs.), ¿Un estado, una lengua? La organización política de la diversidad lingüística (Fcª. Torres Zambrana); G. L. Beccaria, G. Bertone, F. Bruni, V. Coletti, C. Marazzini, P. V. Mengaldo, G. Nencioni, L. Serianni, A. Stussi, P. Trifone, La storia della lingua italiana: percorsi e interpretazioni. Atti della Giornata di studio (Torino, 11 novembre 1993) (A. Pérez-Prat Vinuesa); J. L. González Vera (coord.), Homenaje a Rilke (C. Pérez Torres); Luis Alemany, Agustín Espinosa (Mª Th. Pao); Esteban Torre, Teoría de la traducción literaria (Mª Vª Utrera Torremocha).

Publicadas en Analecta Malacitana XVII, 1, págs. 193-211.

Giuliano Imperatore, Alla madre degli dei (edizione critica, traduzzione e comento a cura di Valerio Ugenti), Congedo Editore, Galatina, 1992.

    Las obras de Juliano editadas por J. Bidez para la colección «Les Belles Lettres» (cartas, fragmentos, 1924; discursos I-V, 1932) son un modelo de precisión, rigor y buen hacer filológicos. Bidez murió sin poder llevar a término —como era su propósito— la edición completa de las obras de Juliano, y los responsables de la colección encomendaron la finalización de esta tarea a G. Rochefort (discursos VI-IX, 1963) y C. Lacombrade (discursos X-XII, 1964). Rochefort y Lacombrade pudieron disponer del material que, en forma de apuntes personales, había reunido Bidez para completar su proyecto editorial; pese a ello —o quizás por ello, dados los problemas a que suelen enfrentarse las colaboraciones póstumas—, produjeron textos que no están a la altura de los editados por Bidez ni en lo que respecta al trabajo previo de lectura y utilización de los códices, ni en lo referente al aprovechamiento de anteriores contribuciones crítico-filológicas, ni tampoco por lo que toca a exactitud en la atribución de conjeturas o integraciones. A remediar este notorio desnivel se ha consagrado el profesor C. Prato, quien desde 1979 viene editando aquellas obras de Juliano —como el Discurso a la Madre de los dioses, de cuya edición para «Les Belles Lettres» se encargó Rochefort, pero tratadas desde el punto de vista anecdótico. Es en este contexto donde debe situarse la aparición de la obra reseñada.

    El mismo Prato realizó en 1987 una edición del Discurso a la Madre de los dioses (dentro de un volumen que incluía la Epístola a Temsitio, el Discurso a Helio Rey y el Misópogon y contaba con una introducción general de J. Fontaine y con traducciones y comentarios a cargo de A. Marcone), edición que constituye el referente y precedente inmediato del trabajo de Ugenti. Pese a la proximidad cronológica, entre ambas publicaciones no existe una relación de controversia o devaluación: si Prato recoge propuestas textuales formuladas por Ugenti en 1983, Ugenti (pág. XXII) proclama su deuda filológica y su relación discipular con Prato. Por otra parte, las divergencias entre el texto de Prato y el de Ugenti no son de envergadura ni excesivamente abundantes, aunque sí suficientes para indicar la presencia en el último de un criterio propio y un trabajo independiente. Este punto viene confirmado por las diferencias en el aparato crítico: la precisión, el grado de pormenorización y lo completo del aparato de Ugenti no sólo colocan su edición por encima de la de Prato, sino que la señalan, con independencia de cualquier paralelismo, como obra de calidad apreciable. La comparación de los comentarios también resulta ventajosa para Ugenti, cuyas observaciones, de superior pulcritud y minuciosidad, configuran un cuerpo de notas a la vez más ajustado y más amplio que el de Marcone.

    De la comparación entre la publicación reseñada y su inmediato precedente sólo podría surgir un reproche, el que incide en el carácter redundante de una edición que repite, sin cambios sustanciales en el texto ni en el comentario, una obra editada, y bien editada, cinco años antes. Tal reproche, no obstante, se ve debilitado por el hecho de que la edición realizada por Ugenti constituye, gracias sobre todo a su aparato crítico, un instrumento de trabajo más preciso y valioso que su predecesora. De mayor gravedad resultan las deficiencias debidas a la tipografía empleada para el griego, tipografía cuyo trazo, desmañado y excesivamente delgado, resta claridad a determinados caracteres, y, de manera particularmente notable en lo que respecta a la distinción entre el punto y la coma, induce a confusión. Dichas deficiencias resultan aún más penosas cuanto que, pese a emanar de circunstancias puramente técnicas y materiales, pueden dañar gravemente la presentación de lo que parece una tarea filológica realizada bajo estrictos criterios de rigor y autoexigencia. He podido además detectar dos erratas: sëzouan por sözousan en pág. 19, línea 23, y yukÅj por yucÅj en pág. 20, línea 1.

    La obra se completa con tres valiosos índices: index locorum, index verborum e índice de divergencias con la edición de Rochefort.

J. Mª Candau Morón

 

O. García de la Fuente, Latín bíblico y Latín cristiano, CEES, Madrid, 1994, 588 págs.

    La obra que ahora presentamos es la 2ª edición corregida y aumentada de la Introducción al latín bíblico y cristiano, que su autor, García de la Fuente, publicó en 1990 (ed. Clásicas, Madrid, 482 págs.). Simultáneamente a ésta apareció su Antología del Latín Bíblico y Cristiano (ed. Edinford, Málaga, 1990, 448 págs.). Ambas supusieron un auténtico hito en los estudios de la lengua latina en nuestro país, pues venían a colmar una importante laguna, y para su autor suponían dar forma definitiva a las tesis que durante casi veinte años de actividad investigadora había ido desarrollando en multitud de artículos y que venían a resumirse en una idea fundamental: hay bases más que suficientes para defender la especificidad del latín bíblico no sólo frente al latín profano, clásico o tardío, sino incluso frente al latín cristiano.

    La defensa de esta idea le ha llevado a enfrentarse, de un lado, a todos aquellos que, imbuidos de un mal entendido clasicismo, miraban con desprecio el latín de los autores cristianos (englobando dentro de éstos al latín de los textos bíblicos) y, de otro, a la propia Escuela de Nimega (C. Mohrmann sobre todo), que no distinguía entre latín cristiano y bíblico.

    Del éxito y la buena acogida dispensadas a ambas obras, sobre todo a la primera, son buena muestra, aparte de comentarios elogiosos en España y en Europa, el hecho de que la Introducción se haya agotado en tan sólo cuatro años y asistamos ahora a su reedición (cosa, por desgracia, poco habitual en el ámbito de nuestros estudios). Pues bien, su continuadora, ya incluso en su solo título —el Latín bíblico y Latín cristiano—, deja entrever que estamos ante algo más que una mera reedición.

    Frente a la primera, ésta aumenta notablemente su número de páginas —588 frente a 482—. Asimismo, creemos que supone un paso más. En efecto, la Introducción trataba ante todo de establecer los límites entre el latín bíblico y el cristiano, totalmente confundidos en la Escuela de Nimega, reivindicando de camino lo que pertenecía al latín bíblico (lo cual constituía la principal novedad del libro) y haciendo, asimismo, una historia de la literatura cristiana (ausente de los manuales más al uso) a la que servía de apoyo la Antología. La obra terminaba con un pequeño apéndice sobre la didáctica del latín en las Enseñanzas Medias y Universitarias, en la que se recomendaba el inicio de los estudios de lengua latina a partir de textos de la Vulgata (por su simplicidad sintáctica y la semejanza en el léxico con las lenguas romances).

    El Latín bíblico y Latín cristiano, como se ha dicho, da un paso más. Ya no trata sólo de reivindicar la personalidad propia del latín bíblico frente a cualquier otra forma de lengua latina, sino que si hasta ahora era el latín cristiano el que tenía la consideración de «lengua especial», García de la Fuente demuestra aquí que es el latín bíblico el que, por un gran número de consideraciones, merece tal calificativo. Además, ya no es tan evidente que el latín cristiano tenga que ser considerado como lengua especial distinta del latín popular de la época tardía. Y es en torno a esta idea alrededor de la que gira la reedición que comentamos.

    Por lo pronto se renueva no sólo el contenido sino hasta la propia presentación y tipografía. Se sigue dividiendo la obra en tres partes: El latín cristiano (págs. 28-81), que mantiene lo esencial de la 1º edición con cambios puntuales en algunos párrafos; El latín bíblico (págs. 84-316), que amplía notablemente lo dicho en la 1º y que es donde se han introducido las más importantes modificaciones; y Los autores cristianos (págs. 317-483), que se mantiene sin alteraciones respecto a su antecesora. Como Apéndice (págs. 486-495) se mantienen también las ideas en torno a la didáctica del latín de la edición precedente. El libro termina con una completa bibliografía sobre el tema (págs. 496-524), que amplía algo la dada en la 1º edición, y unos índices de palabras latinas (págs. 527-551), grecismos (págs. 553-559) y semitismos (págs. 561-565), que aparecen en la obra, junto con el índice específico por materias.

    Como ya se ha indicado, la parte que más modificaciones ha sufrido es la 2º, El latín bíblico, y por eso consagraremos a ella nuestro comentario. Así da cabida a unas páginas absolutamente preciosas sobre la historia y principales características del texto de la Biblia: la hebrea y aramea (págs. 89-94) y el texto griego del nt (págs. 94-100). También se estudian las distintas versiones de la Biblia, aunque aquí es absolutamente novedosa la parte dedicada a la Septuaginta (págs. 101-119) y a las versiones arameas (págs. 120-125). Por el contrario, la parte dedicada a las versiones latinas, Vetus Latina y Vulgata, salvo pequeños cambios de matiz, es la misma de la 1º edición.

    En esta sección el lector podrá comprender que, a pesar de la notable influencia del griego en la gestación del texto bíblico (el nt está redactado entero en griego y la Septuaginta influyó notablemente en las demás versiones de la Biblia), se trata de un griego cuajado de semitismos, por ser judíos todos los autores del nt, salvo Lucas, y porque la propia Septuaginta está basada en una versión hebrea más antigua, la masorética, a la que traduce literalmente.

    Conocemos también la gran importancia que tuvieron, en este mismo sentido, las versiones arameas o targumes, sobre todo el Palestinense o Neófiti I, que influyó en todo el nt y, sobre todo, en el libro del Apocalipsis.

    En el estudio de las versiones latinas de la Biblia se mantiene, como ya se ha dicho, lo fundamental de la edición anterior. No obstante, se extiende algo más el autor en el modo de traducir de Jerónimo y, lo más novedoso de este apartado, siguiendo a Reuschenbach, estudia la relación de la Vulgata con las demás versiones bíblicas latinas y griegas (págs. 154-158): así, los puntos de coincidencia con la Vetus Latina son muchos teniendo en cuenta que Jerónimo manejó un original de ésta cercano a la edición europea; con los Setenta y con las versiones judías de Aquila, Teodoción y Símaco las coincidencias son más puntuales.

    Y como para que una lengua pueda ser catalogada de «especial» precisa cumplir ciertas condiciones en los terrenos léxico y sintáctico sobre todo, es en el estudio de los rasgos del latín bíblico donde más se extiende García de la Fuente, pues frente a las 38 páginas que en la 1º edición dedica a este tema (págs. 106-144), en esta 2º son nada menos que 146 páginas (págs. 170-316) las empleadas, por lo que podemos afirmar que estamos ante una completa reelaboración de esta segunda parte del libro.

    Estos rasgos se agrupan, como en la primera edición, por los que son semitismos (págs. 170-268), grecismos (págs. 269-287) y vulgarismos (págs. 289-316), siendo tal la cantidad de rasgos estudiados que podemos afirmar, sin temor a exageraciones, que nos encontramos ante un auténtico esbozo de gramática del latín bíblico.

    En cuanto a los semitismos, estudia el autor primero los sintácticos (págs. 170-241), distinguiendo previamente entre los semitismos cualitativos y los cuantitativos. Los primeros son totalmente ajenos al latín profano en general y, por ello, exclusivos del latín bíblico; los segundos se refieren a hechos que, aunque tienen antecedentes en la lengua latina anterior, en bíblico aumentó enormemente su frecuencia por influjo semítico. Así, en la sintaxis, serían semitismos cualitativos el uso de homo y vir como indefinidos o el empleo como pronombres personales de sustantivos que aluden a partes del cuerpo humano: anima, facies, oculus, vultus, etc. Entre los semitismos cuantitativos tenemos, también en sintaxis, el genitivo inverso, el uso de quod, quia, quoniam con valor completivo tras los verbos declarativos en vez de infinitivo, etc.

    De las páginas 241 a 257 se estudian los semitismos léxicos, dándose varias listas de palabras que siendo de origen hebreo o arameo han pasado al latín bíblico, bien en su forma original (belial ‘infamia’), bien a través del griego (messias ‘ungido’) o del latín (cabus ‘medida de áridos’). Muy interesantes resultan también, en este apartado, los semitismos desde el punto de vista semántico, con la mención a una serie de palabras latinas pero con significados bíblicos: ambitio ‘acompañamiento’ o praeoccupare ‘ungir’. Los semitismos se cierran con una referencia, necesariamente breve (págs. 258-268), a los rasgos estilísticos básicos del latín bíblico.

    En cuanto a los grecismos (págs. 269-287), ocupan mucha menor extensión por su menor importancia numérica. Éstos se dividen en grecismos sintácticos (págs. 269-277), como el uso de genitivo como complemento del comparativo o el doble acusativo con verbos de ‘vestirse y desvestirse’; y léxicos (págs. 277-287), donde se dan listas de palabras griegas, neologismos y calcos léxicos, presentes en la Vetus Latina y la Vulgata.

    Los vulgarismos (págs. 289-316) aparecen divididos en morfológicos (págs. 289-297), con frecuentes cambios de declinación, género y número; sintácticos (págs. 297-310), como el uso de ad con acusativo en vez de dativo con los verbos de lengua; y, finalmente, léxicos (págs. 310-316), donde destacamos una larga lista de verbos compuestos de origen popular y expresiones de uso frecuente en la lengua española y que son de origen bíblico: estar en el candelero, el hombre de Dios, pulula como una plaga, etc. Esta lista, básicamente, es la misma de la primera edición.

    En definitiva, la lectura detenida de esta 2º edición, sobre todo de la parte dedicada al análisis de las peculiaridades del latín bíblico, llevan al lector al convencimiento, y eso es lo que precisamente el autor persigue, de que el latín bíblico es sin lugar a dudas, frente a cualquier otra forma de latín, una lengua especial, por la gran cantidad de rasgos sintácticos propios, muchos de ellos únicos, imposibles de encontrar en los textos profanos anteriores o contemporáneos, y, sobre todo, por su riquísimo bagaje léxico y semántico de términos introducidos en la lengua latina normalmente a través del griego o del propio latín, más raramente de procedencia hebrea directa. En todo ello se nota la marca persistente del semitismo, resultado directo de un hábito de traducción muy literal.

    Asimismo, el hecho de que fuera la lengua usada en la predicación en las iglesias ante los fieles sacó al latín bíblico del ámbito, necesariamente reducido, de una «lengua de traducción» y la convirtió, por el contrario, en un modelo linguístico que dejó su huella indeleble en las lenguas romances en la forma de expresiones forjadas un día por un traductor cuya principal preocupación era el respeto absoluto a la palabra sagrada del original.

C. Macías Villalobos

 

María Pilar Garcés, La oración compuesta en español. Estructuras y nexos, Verbum, Madrid, 1994, 189 págs.

    La comprensión de las estructuras y nexos de la «oración compuesta» supone un esfuerzo considerable tanto para los estudiantes de sintaxis en el bachillerato y en los primeros años de universidad como para los discentes de español como segunda lengua. La profesora María Pilar Garcés con este trabajo facilita su estudio y comprensión, pues evita una exposición teórica farragosa y rehúsa «[...] plantear problemas teóricos y metodológicos que podrían complicar la exposición de los hechos» (pág. 9).

    La claridad preside toda la obra y en pos de ella la autora se atiene a la clasificación tradicional al ser la más conocida por los estudiantes. Se mantiene, por tanto, la división entre compuestas por coordinación y compuestas por subordinación, y dentro de estas últimas los acostumbrados tres tipos: sustantivas, adjetivas y adverbiales.

    El libro se divide en tres capítulos: «Coordinación de oraciones» (págs. 13-32), «Subordinación de oraciones: sustantivas y adjetivas» (págs. 33-79), «Subordinación de oraciones: subordinadas adverbiales» (páginas 83-163); a los que se añaden las soluciones de los ejercicios planteados (págs. 165-182), la relación alfabética de nexos (págs. 183-188) y la bibliografía básica (pág. 189).

    En los tres capítulos se sigue el mismo esquema:

    a) definición sencilla y escueta de las estructuras gramaticales que se estudian;

    b) relación de los nexos que se emplean para expresarlas y los distintos valores de éstos, explicados con ejemplos;

    c) ejercicios.

    Especialmente beneficioso para el estudiante son las soluciones de los numerosos ejercicios que se plantean en la obra
—un total de cientonueve ejercicios cuidadosamente buscados por la autora— y el «[...] glosario final en el que se registra cada una de las partículas consideradas, la página en la que han sido estudiadas y, en los casos en los que era pertinente, se señala el modo con el que se construye» (pág.
9).

    Es de agradecer la brevedad y precisión con las que consigue exponer un tema tan complejo y polémico, así como la sencillez del léxico empleado, acorde con la intención didáctica que inspira toda la obra y que se refleja de manera muy especial en los numerosos ejemplos y ejercicios facilitados por la autora.

    En definitiva, se trata de un trabajo sumamente interesante y útil, sobre todo desde un punto de vista práctico, pues facilita al alumno el estudio de las estructuras gramaticales de la oración compuesta en español y da solución a muchos de los problemas que se presentan en las clases prácticas de sintaxis.

A. Mª Medina Guerra

 

Álvaro García Meseguer, ¿Es sexista la lengua española? Una investigación sobre el género gramatical, Paidós (Col. Papeles de Comunicación), Barcelona, 1994, 254 págs.

    Lo que José Luis Aranguren llama en la «Presentación» del libro «sexismo androcentrista de la lengua» refleja de diversos modos la desigualdad tradicional que ha regido desde siempre, y aún sigue hoy en gran medida, las relaciones entre hombres y mujeres, y la consideración de sus distintos roles en el seno de la sociedad. Por tanto, cabe preguntarse, como lo hace el autor en el título de su obra, si la lengua es sexista o no lo es —i. e., si en ella se contienen estructuras, voces o giros netamente discriminatorios hacia la mujer—. La respuesta de García Meseguer es rotunda: la lengua española no es sexista; antes al contrario: el sexismo lingüístico que se pueda detectar en cualquier conversación entre dos hispanohablantes o en un texto determinado, viene más del sexismo arraigado en la mente del hablante, oyente, lector o escritor, que de la propia estructura de nuestra lengua. La larga tradición patriarcal de nuestra sociedad ha deformado durante siglos los hábitos lingüísticos, mentales y sociales de los hablantes, de tal modo que los comportamientos lingüísticos sexistas que hoy se detectan tienen su raíz, no en la lengua misma, sino en el mal uso que de ella hacemos los hablantes.

    García Meseguer, por consiguiente, se propone con esta obra desenmascarar los comportamientos lingüísticos de carácter sexista (esto es algo que el autor se preocupa de dejar claro: es la presente una investigación de tipo lingüístico, no social, si bien no puede evitar que muchas de sus observaciones transiten por el terreno de la sociolingüística) que se ocultan en el habla cotidiana de los hablantes que tienen el español como lengua materna, analizando en profundidad las características del léxico español en cuanto al género.

    Así, el punto de partida de todo comportamiento lingüísticamente sexista se halla en la identificación, por parte del hablante, de las categorías gramaticales de género, «masculino» y «femenino», con los sexos naturales, «macho» y «hembra». Esta confusión entre género y sexo, en palabras de García Meseguer, «perjudica a la mujer y beneficia al varón» (pág. 19).

    Diferencia el autor dos tipos de sexismo lingüístico —el sexismo léxico y el sexismo sintáctico—, para posteriormente acometer una investigación acerca de las relaciones que se dan, en el mundo animado, entre el género gramatical de las palabras y el sexo de sus referentes, y proclama García Meseguer ser el primero en abordar un estudio de semejante laya, a consecuencia del cual puede el autor establecer una tipología semántica de los nombres animados en español. No se persigue con ello, como ya queda dicho, más fin que eliminar de la mente del lector la conexión automática entre «género gramatical» y «sexo de las personas».

    A partir de ahí, los siguientes pasos se encaminan a la enunciación de una teoría sobre el valor semántico del género en el mundo animado y, por fin, a revelar la estructura semántica del género en español, abarcando ya tanto el mundo animado como el inanimado. Para el establecimiento final de una tipología adecuada, García Meseguer se basa en lo que denomina «la lógica binaria del género». El resultado es una clasificación de ocho grupos de sustantivos y otros ocho de adjetivos y pronombres, que ofrecen una más que loable solución a la cuestión del género de las palabras en español:

    1. Sustantivos animados de doble forma (m y f);

    2. Sustantivos animados de forma única masculina (m);

   3. Sustantivos animados de forma única femenina (f);

   4. Sustantivos animados de género implícito (m/f);

    5. Sustantivos inanimados de doble forma (m y f);

    6. Sustantivos inanimados de forma única masculina (m);

    7. Sustantivos inanimados de forma única femenina (f);

    8. Sustantivos inanimados de género implícito (m/f);

   9. Adjetivos y pronombres animados de doble forma (m y f);

    10. Adjetivos y pronombres animados de forma única masculina (m);

    11. Adjetivos y pronombres animados de forma única femenina (f);

    12. Adjetivos y pronombres animados de género implícito (m/f);

    13. Adjetivos y pronombres inanimados de doble forma (m y f);

   14. Adjetivos y pronombres inanimados de forma única masculina (m);

    15. Adjetivos y pronombres inanimados de forma única femenina (f);

   16. Adjetivos y pronombres inanimados de género implícito (m/f).

    Una fábula sobre el origen y el orden de aparición de las palabras, y unas conclusiones de carácter teórico y práctico, amén de las referencias bibliográficas, y unas sugerencias para profundizar en algunos de los aspectos tratados, cierran el libro.

    En cuanto a las conclusiones a las que llega García Meseguer, podemos abreviarlas en los siguientes principios:

    a. Es completamente falsa la arraigada idea de que los géneros gramaticales se corresponden de manera exacta con los sexos de la naturaleza. Esta identificación es una rutina cultural, no una ley lingüística.

    b. En «la realidad de la lengua, la mujer es tan dueña del género masculino como el varón» (pág. 241).

    c. La identificación «género-sexo» es una añagaza de la comunidad patriarcal para aumentar el espacio del género masculino a costa del femenino.

    d. El sexismo lingüístico puede ser, como ya dijimos, de carácter léxico o de carácter sintáctico. Este segundo, más profundo, «es también socialmente más insidioso que el primero» (pág. 243).

    e. El sexismo lingüístico no radica en la lengua, sino en la mentalidad del hablante o del oyente. El español «tiene reglas relativas al género gramatical que, en sí mismas, no discriminan por sexo (pág. 243).

    f. En los sustantivos que presentan doble forma, «la oposición femenino/masculino no corresponde a la oposición mujer/varón sino a la oposición mujer/persona» (pág. 243). La identificación del género masculino con el sexo varón se encuentra en la raíz de todo el problema.

    Es de agradecer en todo momento el esfuerzo crítico que hace García Meseguer por clarificar esta cuestión del género y sus implicaciones sexistas, y que, al mismo tiempo que reivindica una actitud consciente del lector para erradicar los usos sexistas de la lengua, no permita que dicho esfuerzo se diluya en un panfleto moralista o «políticamente correcto», advirtiendo contra los perniciosos —y contraproducentes para la «causa»— efectos que puede acarrear el importar soluciones «anti-sexistas» de otras lenguas —fundamentalmente el inglés— en las que, a diferencia de lo que ocurre con el español, sí existen marcas de sexo, y no género gramatical; esto es, sí contienen elementos claramente potenciadores del sexismo lingüístico.

    No es posible entrar, en el breve espacio de una recensión, en el análisis pormenorizado de todos los elementos del libro. Sí es de ley, sin embargo, señalar dos faltas de consideración que el autor puede enmendar en próximas ediciones de su obra.

    En primer lugar, su manifiesto leísmo, puesto de relieve en tres cuestiones (páginas 70, 164 y 210, no siendo ninguno de los tres casos referido a acusativo masculino de persona, el único admitido por la RAE), la primera de las cuales, además, hace que el ejemplo propuesto pierda casi completamente su valor modélico.

    En segundo lugar, en la página 144 recurre García Meseguer a un término inglés no reconocido por la rae, «gay», como pareja de «lesbiana», para ejemplificar, entre otros, aquellos nombres que, «siendo de forma única según el criterio morfológico, son emparejados según el criterio semántico» (pág. 144). No parece que sea ésta la elección más adecuada.

    En definitiva, y aparte estos detalles, podemos concluir diciendo que, a nuestro entender, el libro de Álvaro García Meseguer abre una importante vía de discusión y de investigación. García Meseguer, doctor ingeniero de caminos, se lanza a desbrozar una selva que los propios lingüistas no se habían atrevido a hollar, rodeándola o evitándola las más de las veces. Y lo hace con pasión y dedicación, y con un desparpajo que puede levantar ampollas en el mundo de los lingüistas de oficio. Es esta obra un avance en lo gramatical a través de un empuje en lo sociolingüístico. Se podrá discutir si la terminología propuesta por el autor es adecuada o no, o sobre el alcance verdadero de sus conclusiones, o sobre el oportunismo social de un trabajo de estas características... Lo que difícilmente podremos negarle a García Meseguer es su esfuerzo clarificador —y clasificador— y el haber sentado unas bases, si ya no del todo definitivas, sí sólidas y firmes sobre las que continuar la investigación.

E. Jiménez Urdiales

 

Albert Bastardas y Emili Boix (dirs.), ¿Un estado, una lengua? La organización política de la diversidad lingüística, Octaedro (Col. Octaedro Universidad), Barcelona, 1994.

    La presente obra supone la recopilación de parte de las ponencias del simposio Estado y población plurilingüe, celebrado en Barcelona los días 16 y 17 de diciembre de 1991, y organizado por la Sección de Lingüística General y el Departamento de Lengua Catalana de la Universidad de Barcelona. Así, y tras una «Introducción» de Albert Bastardas y Emili Boix, encontramos los siguientes artículos:

    1. «La ecología de las sociedades plurilingües», de William F. Mackey.

   2. «El papel de la legislación lingüística o la regulación del pluralismo lingüístico en Bélgica», de Pete Van de Craen.

   3. «El establecimiento de una política lingüística en sociedades plurilingües: cinco dimensiones cruciales», de Kenneth D. McRae.

   4. «El plurilingüismo en los ámbitos federales de la configuración suiza», por Rudolf Viletta;

    5. «La regulación del plurilingüismo en la administración española», por Jaume Vernet i Llobet.

   6. «España como país plurilingüe: líneas de futuro», de Rafael L. Ninyoles.

    7. «Plurilingüismo en las comunidades europeas», por Oriol Ramon y Mimó.

    Veámoslos más detenidamente.

    La «Introducción» trata de la organización lingüística en Europa, y más en concreto, del plurilingüismo en el Estado español, todo ello desde el punto de vista de la ecología lingüística y la sociolingüística. En lo que se refiere a la organización lingüística en Europa, se habla de los esfuerzos realizados por los estados-nación en mantener la unidad y el autogobierno de los pueblos que administran, y de la necesidad de unificar la lengua de éstos. Los intereses de esta unidad lingüística no sólo están del lado de los gobernantes, sino también del de los hablantes, que tienden a usar aquella lengua que, bien por prestigio, bien por intereses sociales (trabajo, bienestar económico...), les ofrece más posibilidades. Por lo tanto, el número de hablantes de la lengua mayoritaria irá incrementándose cada vez más, mientras que el número de hablantes de las minoritarias se mantendrá y su uso será limitado incluso dentro de sus regiones.

    Hacen Bastardas y Boix una distinción entre «Estado» y «estado»; «[...] nos referimos al Estado como país dentro de unas fronteras, y al estado como institución administrativa gubernamental de ese país» (pág. 9). Y ofrecen como ejemplo de estado plurilingüe Suiza y la convivencia perfecta de sus cuatro lenguas, italiano, francés, alemán y romanche.

    Hay que añadir factores sociales a la hora de la elección de los hablantes de lenguas minoritarias; sin contar con que las regiones en que se hablan estas lenguas minoritarias han sido tradicionalmente, y salvo Galicia, centros de afluencia de movimientos migratorios de población castellanohablante, y rara vez, focos de emigración.

    El balance que realizan Bastardas y Boix del plurilingüismo en España desde 1978 es negativo, empezando por la regulación no igualitaria entre el castellano y las otras tres lenguas, gallego, euskera y catalán (art. III de la Constitución Española), y terminan estos autores pidiendo una aplicación efectiva de dicho artículo, de acuerdo con el principio de «respeto y protección» que establece la propia Constitución.

    En cuanto al artículo de William F. Mackey, «La ecología de las sociedades plurilingües», se cuestiona el hecho de si podemos hablar de una «ecología» de la lengua o no. Comienza Mackey observando la ignorancia sistemática del destino de las lenguas por parte de las principales tendencias de la lingüística, incluyendo el estructuralismo o el generativismo, y anota que sólo algunos han intentado explicar la vida de las lenguas en la sociedad (contextualismo, relativismo, evolucionismo y entropía). Destaca también la arbitrariedad de las fronteras políticas en relación a una lengua, e indica que la ecología lingüística no trata a las lenguas como algo abstracto, sino que se detiene en los fenómenos relacionados con ellas. Reseña la evolución de los conceptos ecológicos y concluye definiendo el término «ecología de la lengua», utilizado por primera vez por Einar Haugen en 1970 en referencia al estudio de los ámbitos territoriales de las lenguas, más que a su estructura.

    El artículo de Pete Van de Craen, «El papel de la legislación lingüística o la regulación del pluralismo lingüístico en Bélgica», ofrece una visión historicolingüística de Bélgica, aludiendo frecuentemente a la inexistencia de estudios acerca de su historia y evolución. Se aclara el significado de los términos «flamenco», «neerlandés» y «francófono», causantes, según el autor, de ciertas confusiones entre los sociolingüistas. Por otra parte, señala el impacto de la legislación lingüística y los resultados que ésta ha provocado, y concluye advirtiendo que si la legislación lingüística es aplicada con demasiada rigidez puede llegar a perjudicar a aquellos a los que un día intentó defender.

    En el artículo de Kenneth D. McRae, «El establecimiento de una política lingüística en sociedades plurilingües: cinco dimensiones cruciales», se nos ofrece el punto de vista de la «no despolitización» de los conflictos lingüísticos, de acuerdo con cinco premisas:

    · ¿Quién tendría que tomar decisiones en política lingüística?

    · ¿Quién tendría que recibir los servicios de una lengua, minoritaria o mayoritaria?

    · ¿En qué lengua se tendrían que proporcionar los servicios?

    · ¿En qué ámbito tendrían que ser asequibles los servicios en la lengua mayoritaria?

    · ¿En qué versión de la lengua mayoritaria se tendrían que ofrecer los servicios?

    A estas cinco preguntas responde el autor con casos concretos, como los de Suiza, Bélgica, Finlandia o Canadá. Como conclusión, McRae presenta una lista experimental de variables.

    Por su parte el Dr. Rudolf Viletta, de profesión abogado, se centra en su artículo, «El plurilingüismo en los ámbitos federales de la confederación suiza», en el caso de Suiza y en su reflejo en la legislación, considerando la libertad de lengua como un derecho de la persona y, por tanto, parte del derecho interno, que sobrepasa el derecho internacional; por ello, el uso y la legislación de las lenguas quedan dentro de las propias fronteras.

    En «La regulación del plurilingüismo en la administración española», Jauma Vernet i Llobet se basa en la parcelación del problema, delimitándolo en comunidades autónomas con lenguas propias distintas a la castellana. Hace un análisis de los principios constitucionales y estatutarios, indicando una serie de disfunciones, sobre todo en los estatutos que han recogido sólo como lenguas oficiales el gallego, el euskera y el catalán, dejando fuera el bable, el aragonés, los dialectos andaluces y el aranés, que no tienen consideración de lenguas oficiales, sino de simples modalidades lingüísticas. Indica Vernet i Llobet que la actitud negligente, en lo que se refiere a legislación, viene dada por la inercia del régimen uniformista anterior, y apunta como solución la concienciación y culturización de las personas que dirigen estas instituciones, para trasladar a éstas el plurilingüismo existente en la sociedad.

    En cuanto al artículo de Rafael L. Ninyoles, «España como país plurilingüe: líneas de futuro», se vuelve a analizar el artículo III de la Constitución Española, dejando el camino abierto hacia un estado de plurilingüismo más certero mediante la planificación legislativa y bajo la perspectiva territorial.

    Por último, y a modo de colofón, Oriol Ramon i Mimó, en «Plurilingüismo en las comunidades europeas», hace una reflexión sobre el estado actual del plurilingüismo en Europa y sobre su futuro. Futuro que, por otra parte, no ve con tintes halagüeños, ya que, según los últimos datos, la ce pretende reducir a dos las lenguas de trabajo.

Fcº Torres Zambrana

G. L. Beccaria, G. Bertone, F. Bruni, V. Coletti, C. Marazzini, P. V. Mengaldo, G. Nencioni, L. Serianni, A. Stussi, P. Trifone, La storia della lingua italiana: percorsi e interpretazioni. Atti della Giornata di studio (Torino, 11 novembre 1993), al cuidado de G. L. Beccaria y E. Soletti, Istituto dell’Atlante Linguistico Italiano, Turín, 1994, 71 págs.

    Reunidos en Turín el 11 de noviembre de 1993, estos grandes de la lingüística y de la historia de la lengua, se han dado cita para festejar con una jornada de estudio la reciente aparición de algunas novedades editoriales en el campo de la historia de la lengua.

    De una parte están dos iniciativas de casas editoriales: dos colecciones de historia de la lengua dirigidas ambas por Francesco Bruni para las editoriales Il Mulino de Bolonia y utet de Turín.

    En la primera, desde el año 89 hasta la celebración de este encuentro habían aparecido ya seis volúmenes, no colectivos, de los cuales cinco pertenecen a la serie cronológica (planteada con una división en períodos que se aleja poco de la ya clásica de Migliorini) y uno (el volumen de Nencioni sobre Manzoni) a la serie de volúmenes monográficos dedicados a autores de especial importancia en la tradición lingüística italiana. En cada uno de los volúmenes la exposición del autor va seguida de una amplia antología de textos comentados.

    En la segunda, a raíz de la publicación en 1992 del primero de los dos volúmenes colectivos de L’italiano nelle regioni. Lingua nazionale e identità regionali (el segundo estaba en prensa cuando se celebró esta jornada), se creó la colección «La nostra lingua. Biblioteca storica di linguistica italiana» que recogió a posteriori algunos volúmenes salidos en años precedentes.

    De otra parte se festeja también en este encuentro la aparición de otros tres volúmenes, editados por Einaudi en 1993. Se trata de los libros de Alfredo Stussi: Lingua, dialetto e letteratura, de Vittorio Coletti: Storia dell’italiano letterario. Dalle origini al Novecento y del volumen colectivo, al cuidado de Luca Serianni y Pietro Trifone: Storia della lingua italiana. I. I luoghi della codificazione, que es el primero de los tres volúmenes previstos como complemento a la imponente mole de la Letteratura italiana dirigida por Alberto Asor Rosa.

    Aparte del obligado tributo a los maestros, las alabanzas recíprocas y los comentarios y críticas puntuales, son varias las cuestiones de interés general planteadas en las distintas ponencias y surgen todas en el terreno de las elecciones de fondo, en algún caso como toma de posición metodológica, en otro como elección obligada, dada la peculiaridad de la historia lingüística italiana y el estado actual de la investigación lingüística. Hemos individuado las siguientes, que por claridad expositiva presentaremos separadamente, aunque se trate de dualidades que se superponen e incluyen recíprocamente:

    1. Lengua común/Lengua literaria

    2. Escrito/Hablado

   3. Opción centrípeta/Opción pluricéntrica

    4. Lengua/Estilo

    1. Lengua común/Lengua literaria.

    Mengaldo, Beccaria y, claro está, Coletti, en sus ponencias (respectivamente: «Edonismo e concettualità nella lingua italiana», «Introduzione ai lavori», «Lingua e stile nella storia della lingua italiana»), justifican la pertinencia de una historia separada de la lengua literaria, no sólo en virtud de las teorías lingüístico-literarias que proponen la noción de «desvío» de la lengua común como constitutiva del lenguaje literario, sino, en concreto para el italiano, en virtud de su particularísima historia lingüística. La que actualmente es la lengua nacional, lo es porque durante siglos mantuvo viva y estable su candidatura gracias a su indiscutible prestigio literario. El italiano no tiene una historia interna que vea coincidir la evolución de la lengua con los grandes períodos históricos, sino que se ha mantenido anclado en modelos estables forjados por la tradición literaria, lo que ha alimentado el desfase entre la lengua común y la literaria. Esta cohesión del italiano literario, este recorrido rectilíneo hacia una solución central, son los que justifican una opción como la tomada por Coletti al elaborar una historia de la lengua literaria.

    Otros datos que ilustran el peso que la tradición literaria ha tenido en la historia del italiano los aporta Serianni en su ponencia «Norma dei grammatici e norma degli utenti». Con una serie de ejemplos extraídos de periódicos, muestra Serianni cómo el italiano, en una medida impensable para las otras grandes lenguas europeas, ha mantenido viva la posibilidad de usar, como elección estilísticamente marcada, arcaísmos y formas áulicas, literarias o librescas, que forman, por tanto, parte de la competencia pasiva de un amplio espectro de hablantes escolarizados.

    2. Escrito/Hablado.

    Para el italiano, que ha empezado a ser hablado por la gran mayoría de la población hace poco más de treinta años, la oposición escrito/hablado no puede abarcarse en su complejidad sólo a través de la modelización de las distintas estrategias compositivas de cada canal de comunicación. La lingüística histórica tiene mucho que decir en este campo.

    Por un lado debe seguir el rastro de determinados fenómenos lingüísticos que han emergido con la estandarización del italiano y que, presentes en la lengua desde los primeros tiempos, habían sido censurados y frenados por la norma literaria. Seguir el rastro significa asignarlos a determinado registro, variedad o estilo, y ver si se han mantenido en estos mismos parámetros. En este sentido se expresa Trifone (en su ponencia «Piuttosto un complesso di lingue che una lingua sola») cuando lamenta que este considerable conjunto de rasgos lingüísticos haya sido atribuido por Berruto y Sabatini a una variedad emergente del italiano, llamada por ellos respectivamente «neoestándar» e «italiano del uso medio», sin tener en cuenta, como sí hace Castellani, que estos rasgos han estado presentes en el italiano desde siempre, y sin diferenciar cuáles corresponden a una variedad escrita y cuáles a una hablada, cuáles a un registro formal y cuáles a uno informal.

    Por otro lado, debe trazar las trayectorias cruzadas del habla real y el habla simulada. En su brillante ponencia señala Coletti la necesidad de estudios detallados sobre la mimesis del habla para dar su justo valor a las categorías que ensamblan una historia de la lengua; porque las técnicas de simulación de las oralidad en la escritura no proporcionan solamente un reflejo de la evolución social del habla, sino que son también su simbolización. Por ejemplo, en las novelas de los últimos años la gama mimética es menos variada y minuciosa que la de las novelas menos recientes, particularmente las decimonónicas. Esto depende de varios factores, como la situación lingüística de la sociedad (el italiano hablado en el siglo XIX era más una invención de los narradores que una práctica social) o el virtuosismo de los autores para disimular la mimesis, pero sobre todo depende del cambio de valores expresados por la oralidad. Hoy, que el italiano medio es una realidad difundida y compartida por casi todos, hablantes y escritores, los rasgos de lo «oral» en la escritura ya no caracterizan tanto al habla en sí como a las condiciones en las que ésta se produce o a la cultura del que «habla». Es decir, son más símbolos sociolingüísticos que verdaderas señales lingüísticas. Lo mismo opina Coletti de la introducción del dialecto, que aparece cada vez más asociado al arcaísmo, al artificio lingüístico, en lugar de como signo de oralidad. Asimismo la utilización en la narrativa de los lenguajes sectoriales o en general del italiano «medio» tiene un valor simbólico, como signo irónico o compasible de la mediedad social, de la homogeneidad cultural de nuestro tiempo.

    También Trifone destaca la relevancia del estudio de la simulación del habla en la escritura (particularmente en los textos teatrales) como óptimo campo de verificación de las tensiones que caracterizan la intrincada historia lingüística italiana. En ausencia de un italiano hablado común, se instalaron en la literatura dos filones expresivos rastreables desde los primeros tiempos: la explotación expresiva del plurilingüismo y la invención literaria del italiano hablado. Partiendo de una antigua técnica cómica de los bufones: la mimesis fónico-verbal, el plurilingüismo alcanza sus más altas cotas entre la tardía Edad Media, el Renacimiento y el Barroco («quando l’affermazione di una norma stimola la coscienza e il gusto dell’illegalità, e alla grammatica dell’ordine costituito si contrappone il liberatorio linguaggio del caos» (pág. 60), y llega hasta nuestros días en autores como Gadda. Por su parte, la invención de un italiano hablado, que, además de invención retórica, ha sido también descubrimiento y prefiguración, ha procedido por modelos de esquemas sintácticos y módulos expresivos que se han trasmitido de siglo en siglo, como el paradigma boccacciano, que pasó a los «novellieri» de los siglos XV y XVI y, reinterpretado extremándolo, a los comediógrafos.

    3. Opción centrípeta/opción pluricéntrica.

    El libro de Coletti ha hecho plantear a varios de los participantes en este encuentro la debatida cuestión lengua/dialecto, más concretamente, la legitimidad de una opción que se ciña a la unitariedad de la literatura en italiano, frente a la pluralidad de la literatura regional o dialectal.

    El concepto de una articulación geográfica de la literatura italiana, ya clásico por la autoridad de las voces que lo sustentan, no se niega en la obra de Coletti. Así lo sostienen Nencioni, en su conferencia conclusiva, Beccaria, en la introducción, Mengaldo y el propio Coletti. Todos coinciden en señalar que una opción como la de Coletti se justifica en dos sentidos: porque se trata de una historia del italiano literario y no de una historia de la literatura italiana o de la lengua literaria en Italia, y porque afirmar la centralidad de la tradición literaria en italiano no es negar la célebre máxima de Contini de que la italiana es la única literatura nacional cuya producción dialectal forma parte inescindible con el cuerpo restante del patrimonio. Para Nencioni nadie puede dudar de la homogeneización de la lírica sobre el modelo petrarquista, ni de un dominante modelo unificador en la teoría de la lengua y en la prosa. Para Mengaldo tal linealidad vale más para la poesía que para la prosa, pero no duda de esa tendencia, típica de la literatura italiana, a la disolución del individuo en la tradición, que homologa incluso las diferencias geográficas; lo ejemplifica con el caso de la trasmisión de la poesía del siglo XIII a través de Cancioneros supraindividuales. Coletti va más allá y afirma que para él las literaturas dialectales, en cuanto a su función, no son algo sustancialmente distinto de la literatura provenzal o francesa en la Italia de los primeros siglos, esto es, literaturas en otras lenguas. Si acaso, se plantearía el problema de las incursiones del italiano en textos dialectales o, al contrario, de los dialectos en textos dentro del italiano; y éstos, a su juicio, son más bien casos de diglosia que de plurilingüismo, ya que las variedades lingüísticas no tienen casi nunca un valor verdaderamente diatópico sino diastrático, es decir, no denotan lugares geográficos o lenguas distintas sino categorías sociales y estratificaciones lingüísticas.

    4. Lengua/Estilo.

    Es también el libro de Coletti el que ha motivado algunas consideraciones en torno al papel de la estilística en una historia de la lengua.

    Beccaria se pregunta sobre la utilidad de proyectar una serie de monografías estilísticas sobre autores que representen momentos individuales importantes, estudiándolos, no en el plano del valor o de la novedad literaria, sino en cuanto a la actitud y las elecciones del autor respecto a la lengua como tradición literaria. En este sentido alaba Nencioni el libro de Coletti, que ha sabido captar, en la variedad de estilos individuales y de escuela, el formarse de «quelle catene di costanti elette che portano il nome di “tradizione”» (pág. 69). Coletti, por su parte, se justifica por haber radicalizado la oposición lengua/estilo, precisando que no se trata de dos vías netamente separables: mientras que hay terrenos en los que la atención al espesor estilístico individual es imprescindible, como para la literatura del siglo XX, particularmente la novela, hay otros que son privilegio de las continuidades sincrónicas (las escuelas) o diacrónicas (las tradiciones), como todo el período antiguo y los géneros en los que la lengua antigua es más resistente, es decir, la poesía, incluso la poesía del siglo XX.

    Para concluir queremos señalar el interés de una iniciativa como la de esta jornada de estudio y del libro que ha salido de ella. Interés que reside no sólo en la brillantez de las voces que lo componen y en la utilidad documental, sobre todo fuera de las fronteras, sino también en su calidad de grato testimonio de la productividad, altura y modernidad de los estudios lingüísticos en Italia. No es sólo por encontrarse entre colegas y compatriotas por lo que Beccaria se permite decir que el italiano es actualmente en Europa la lengua mejor descrita; y Bertone, escudándose en las palabras de Patota —que apunta aún más alto—, que es la mejor descrita del mundo.

A. Pérez-Prat Vinuesa

J. L. González Vera (coord.), Homenaje a Rilke, Fundación Unicaja Ronda, Málaga, 1994.

    El día 23 de diciembre de 1994 se terminó de imprimir este libro testimonial que recoge el texto de una serie de conferencias dictadas en ocasión conmemorativa (estancia de Rainer María Rilke en Ronda desde diciembre de 1912 hasta febrero de 1913). Libro, por tanto, irregular, variado; una pequeña colección de fragmentos literarios de distinto estilo que componen un conjunto grato, fácil de leer y, lo que es más importante, bastante clarificador respecto a las dimensiones de la lírica rilkiana y a su vocación de universalidad. Impreso, además, según reza el colofón, por el buen gusto de Carmen y Francisco Peralto.

    Después de acabar el libro, incluso el hipotético lector que no tuviera noticia previa alguna de Rainer María Rilke (aunque dudo que en tal caso se decidiera a leerlo) se quedaría, ciertamente, con ganas de conocer más a fondo a este autor, sumergirse en su obra, aproximarse tal vez a su biografía. Incluso, si me apuran, sentiría deseos de subir hasta el Mirador de Santa María de la Cabeza para contemplar desde allí la ciudad soñada.

    Seguiré el orden de encuardernación para ir reseñando las diferentes intervenciones (sucesivamente, de los profesores Francisco Garrido Domínguez, José Mª Prieto Soler, Antonio Garrido Moraga y Salvador Montesa Peydro), pero es urgente anticipar que es a José Luis González Vera, maestro de ceremonias a la hora de presentar a los conferenciantes cuando tuvieron lugar los actos de homenaje en Ronda, a quien le queda ahora el papel coordinador cuando se decide llevar el núcleo de tal conmemoración a soporte papel para aspirar a la dosis de perennidad o permanencia conveniente en estos casos. No obstante el buen cuidado de la edición, su principal aportación ocupa la sección postrera del libro con la versión española de una serie de poemas rondeños que incluye, por cierto, la Trilogía Española, escrita entre el seis y el catorce de enero de 1913, «uno de los poemas más importantes de la poesía del siglo XX», según Prieto Soler, y en el que «muchos pensadores contemporáneos han buceado para encontrar nuevos aspectos en la interpretación filosófica del hombre».

    A modo de exordio, Francisco Garrido nos sitúa el personaje, repasa las vicisitudes de su vida, sus viajes por Europa, y me da el mejor motivo para alegrarme de haber elegido reseñar este libro: evita remarcar el malagueñismo propio de la efeméride y se centra en la proyección universal de un poeta como Rilke, peregrino por naturaleza, libre casi por definición, un hombre que escrutaba los diferentes paisajes para transformarlos en poesía (tal identificación del poeta con el paisaje me hace acordarme de Antonio Machado acusando recibo por esas mismas fechas de 1912-1913 de los campos de Castilla y Andalucía, Soria y Baeza). No sólo Ronda fascinó a Rilke; también el recorrido por el milenario Egipto a través del Nilo lo había fascinado antes, como la primavera sueca de Borbebygard o, antes incluso, la inmensidad de los paisajes y la sencillez y la religiosidad del pueblo ruso, que lo habían dejado verdaderamente impresionado. Francisco Garrido despliega su habilidad para demostrar la consagración, sin concesiones, de Rilke a lo poético, a la Poesía, y en este sentido, acierta con la inclusión, entre las páginas 23 y 24, de una larga cita, perteneciente a los Cuadernos de Malte, donde el poeta presupone que «para que el alma destile una sola palabra poética tiene que existir un sedimento de vivencias y sensaciones riquísimo», a través del cual se produce la síntesis que consigue que se eleve la primera palabra de un verso. Finalmente, Garrido nos ofrece una presentación cronológica de la obra de Rilke, y nos descubre en qué estado anímico llegó a Ronda, algo fundamental para aspirar a comprender, estudiar o simplemente apreciar mejor los poemas que compuso allí.

    José Mª Prieto Soler es quien primero y con más detención se ocupa de evocar aquella conmemoración, en 1966, también en Ronda, del cuadragésimo aniversario de la muerte de Rilke; recuerda en primera persona, como Vicepresidente que fue de la Comisión Organizadora, el entusiasmo que despertaba el proyecto. Consiguieron en aquella ocasión la presencia y la colaboración en el homenaje nada menos que de Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Federico Muelas, Juan Fernández Figueroa, Manuel Alcántara, Luis López Anglada y Alfonso Canales, entre otros. Se detiene también a explicar el sentido de la estatua en bronce que se le ha levantado, sin pedestal, a ras de tierra, en los jardines del Hotel Reina Victoria, donde se hospedó en Ronda, y los proyectos de Habitación-Casa-Museo, que aún no han cristalizado. De mucho menor interés me parece el párrafo en el cual se ocupa del enraizamiento en Ronda de Rilke, rastreando en diferentes textos las señales de su paso, e incluso apunta un análisis filosófico de algunas de las claves de la Trilogía Española.

    Antonio Garrido se aparta por fin del episodio de la estancia de Rilke en el Hotel Reina Victoria con la idea de estudiar la teoría poética del autor con intención más diacrónica. Reclama una nueva interpretación de las tres etapas que frecuentemente se señalan en su trayectoria poética: la etapa romántica, la objetiva y la oracular, y al final de su intervención aporta argumentos causales para el paso de una etapa a otra. Como experimento más interesante, se plantea demostrar mediante el análisis de un campo semántico a lo largo de cuatro composiciones de Nuevos Poemas (1907) que el famoso concepto teórico de poema-cosa que Rilke quería utilizar, afortunadamente, según Garrido Moraga, no se aplica, puesto que una y otra vez su poética sensual, de percepción de los sentidos, de sensaciones, lo aleja de la frialdad de los referentes objetivos. La empresa de Garrido Moraga es tanto más meritoria en cuanto que se sitúa frente a interpretaciones críticas anteriores comúnmente aceptadas, que hacían prevalecer el carácter descriptivo de los poemas, máxime cuando los referentes objetivos se anuncian ya desde los mismos títulos de las composiciones poéticas: La catedral, El rosetón, El capitel y La procesión de la Virgen de Brujas.

    La conferencia de Salvador Montesa debió de ser, sin duda, la más amena de todas para el público. El lector, al menos, asiste a una brillante introducción, con la sombra de un Rilke antagonista. Es curiosa la prevención de nuestro poeta (que ilustra Salvador Montesa con citas textuales pertenecientes a Cartas a un joven poeta) contra los críticos y los periodistas. Esta sección es recomendable para todo aquel interesado no tanto en el Rilke poeta, sino en el hombre. Con un método peculiar nos acerca algunos aspectos de su biografía: la infancia, las mujeres y el amor, la soledad y la obra, la muerte. Al final queda muy claro que todos los que se congregaron en Ronda para estos actos de homenaje lo fueron en realidad convocados por el amor hacia Rilke como autor, y que, en efecto, para él, el arte fue la pasión de la totalidad.

    Las dos últimas secciones están ocupadas por textos líricos. La quinta ofrece material altamente valioso, pues adelanta seis poemas inéditos del libro La teja, de Alfonso Canales, nuestro insigne poeta y Presidente en ejercicio de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Pero, a decir verdad, encuentro difícilmente justificable el paréntesis en un libro monográfico como éste, máxime cuando no hay temática que pueda alinearse en ninguna esfera rilkiana, ni tan siquiera una cita de apoyo en alguno de los poemas (dudosa y, en mi opinión, erróneamente podría argumentarse una conexión en base al estilo). Cierto es que Alfonso Canales estuvo presente en aquel célebre antecedente de la conmemoración de 1966, y puede por esto representar un puente sobre el tiempo por el que hacer transitar una evocación por entregas, pero creo que los poemas de Canales («Nada más indeleble que la huella/de la esperanza, cuando están las cosas/por hacer y los días prometen ocasiones») tienen un extraordinario valor per se, y no merecían una instrumentación de ese tipo. No consigo quitarme la impresión de que el coordinador de este proyecto editorial tenía un material inédito y no quería perder la oportunidad de publicarlo; efectivamente, en la entradilla de presentación, González Vera cruza el puente en una demostración de difícil equilibrio. De todas formas, el buen lector de poesía, poco escrupuloso, saboreará sin problemas la jugosa pulpa de ese pero que acabo de poner, y acabará celebrando, como yo lo he hecho, la sabiduría de este Doctor en Ingeniería de Caminos Poéticos, Don Alfonso Canales.

    La sección sexta y última nos presenta directamente a Rilke, el poeta, de la mano de las versiones, muy trabajadas y bien conseguidas, de José Luis González Vera. Las reproducciones, en número breve pero preciso, compendian perfectamente el espectro temático que quiere abarcar el libro: el paso del tiempo queda reflejado en las fotografías de Rilke en las páginas 9 y 69; la influencia de la ciudad y el paisaje de Ronda, en el grabado de la página 35; la relación vinculante de la estancia rondeña con su obra, en el manuscrito reproducido en la página 161; y finalmente, el tema de la muerte, en la fotografía de su lápida, con el famoso epitafio de la rosa, en la página 111.

    Me falta únicamente felicitar a la Fundación Unicaja por la iniciativa de su publicación. La obra social y cultural es lo más altruista que una entidad financiera puede ofrecer, y es destacable que en Ronda (donde tuvieron lugar los actos) el esfuerzo de muchas personas haya terminado por hacer de Rilke algo propio, como acertadamente señala el profesor Montesa, aunque el poeta sea mayoritariamente conocido con esa visión estrecha y profunda que produce el cariño, y no mediante la lectura de sus obras.

C. Pérez Torres

 

Luis Alemany, Agustín Espinosa, Viceconsejería de Cultura y Deportes, Islas Canarias, 1994.

    A finales de 1934 Agustín Espinosa, el escritor canario frecuentemente citado como miembro clave del grupo denominado por Domingo Pérez-Minik como la «facción surrealista de Tenerife», publicó Crimen. La obra, compuesta de textos inquietantes y violentos, se consideró desde el momento de su aparición como portada de Oscar Domínguez y desde el punto de vista de su ilógica, aparentemente onírica, como ejemplar del surrealismo más auténtico y desbordante. Por ejemplo, Domingo López Torres en su «Índice de publicaciones surrealistas en 1934» que figura en el número 32 de Gaceta de Arte, opina que el libro de Espinosa demuestra «la necesidad interior de un hombre» y «la palabra más sincera y espontánea que en el suelo de España se haya pronunciado este año».

    Sin embargo, la recepción de otros sectores de la sociedad a los relatos plenamente sangrientos es menos favorable hasta que en septiembre de 1936 Espinosa se encuentra desprovisto de su cátedra en el Instituto de Bachillerato de Las Palmas de Gran Canaria. No es exagerado aventurar que la angustia de esta humillación y sus consecuentes esfuerzos por recuperar el puesto contribuyeran a su muerte menos de tres años después, cuando todavía no contaba con 42 años.

    Entre los autores que se han ocupado, en grados diversos, de la vida y la obra de Espinosa están Alfonso Armas Ayala, cuyo breve Espinosa, cazador de mitos (Instituto de Estudios Hispánicos, Puerto de la Cruz, 1960) es el primer libro entero dedicado a nuestro escritor; Sebastián de la Nuez, ex-alumno del catedrático-escritor, que lo recuerda en «Agustín Espinosa: la persona y su mito» (Revista de Filología de la Universidad de la Laguna 2 1983˜ ) y Miguel Pérez Corrales, actual profesor de la Universidad de La Laguna en Santa Cruz de Tenerife. Este último, con sus numerosos artículos de crítica y obra maestra en dos tomos, Agustín Espinosa: Entre el mito y el sueño (Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas, 1986), es quizás la autoridad principal respecto a cuestiones espinosianas, dado el carácter exhaustivo de sus investigaciones.

    El escritor más reciente que ha tratado de acercar a Espinosa en sus diversos aspectos es Luis Alemany, novelista, dramaturgo y ensayista, nacido en Barcelona, pero residente en Tenerife casi toda su vida. Aunque el libro Agustín Espinosa (Viceconsejería de Cultura y Deportes, Islas Canarias, 1994) está elaborado a base de investigaciones tanto estudiosas como detectivescas y entrevistas con familiares, amigos y conocidos, Alemany, en una muy breve conversación conmigo en Santa Cruz en junio de este año, me avisó que no se trata de un estudio estrictamente erudito sino de una interpretación de la vida de Espinosa hecha a través de los relativamente pocos datos biográficos disponibles y de sus textos.

    La obra de Alemany es la única de las arriba citadas que, curiosa o tal vez significativamente, no menciona el «mito» (derivado del interés de Espinosa en elaborar una mitología de la isla de Lanzarote en su texto de 1929, Lancelot 28º 7º) en su título. Lo que sí lleva, en cambio, es el subtítulo entre paréntesis, «historia de una contradicción», y efectivamente las palabras que aparecen con más frecuencia respecto a su sujeto son «contradictorio», «controvertido» y «ambiguo». Alemany se vale de varias trayectorias en su esfuerzo por aproximarse a Espinosa; éstas incluyen, además de sus escritos, su juventud, sus estudios, su ideología y amistades, el surrealismo y hasta un capítulo sobre «Mujeres» dedicado a sus posibles relaciones amorosas. También recopila, para tratar de proporcionar una imagen abarcadora, apartados del escritor visto por sí mismo y por otros que constan de fragmentos y textos originales. No obstante y con todo, el enigma de Espinosa no se resuelve. Pero es más, la figura del escritor como individuo, sometida a un escudriñamiento (dentro de lo posible) objetivo, no necesariamente gana con el examen.

    Al introducir su libro, Alemany explica que había llevado mucho tiempo admirando a Espinosa y Crimen, y su solidaridad con este escritor sólo aumentó un día al descubrir que él — Alemany—, sin darse cuenta, había concebido una isla precisamente de la misma manera que el otro años anteriores: como una cárcel con rejas de agua. De forma que cuando los editores de una serie de textos dedicados a la época aproximada de la revista vanguardista tinerfeña Gaceta de Arte le ofrecieron la grata tarea de escribir sobre su autor favorito, aceptó sin vacilar. Pero a pesar de su simpatía previa y declarada para con el escritor canario, Alemany es imparcial y la imagen que emerge de Espinosa no es completamente atractiva; por otra parte, contradictoria sí lo es.

    Espinosa, retratado por Alemany, es catedrático de Historia de la Literatura Española, pero parece demostrar poco rigor erudito y poco compromiso con su materia. Mientras, Alemany opina que, aunque cierta subjetividad es inevitable en todo escritor, Espinosa es un caso extremo «frente a los múltiples y diversos —cuando no contrapuestos— planteamientos analíticos a los que el autor pretende remitirse». Tal es la radical subjetividad de este escritor que «la mayor parte de la obra crítica [...] no es otra cosa que un ejercicio literario fabulado que sólo tiene a la literatura ajena como remoto punto de referencia» (pág. 61). Los artículos presumiblemente eruditos de Espinosa revelan un interés más personal que global: escribe sobre la sangre en la cultura de España, los asnos en su literatura y la brujería rural en Canarias. Alemany asevera que Espinosa borra los límites entre ensayo y fábula hasta tal punto que «toda su obra literaria se rige por los parámetros de su controvertida invención» (pág. 61), pero suaviza su juicio con el comentario que el estilo espinosiano se puede considerar como el perfil de «las obsesiones fabuladoras de un poeta» (página 63). Sin embargo, resulta difícil defender una postura tan ambigua que valora «casi simultáneamente el Romanticismo desde una doble perspectiva: peyorativa (como movimiento conservador y caduco) y elogiosa (como estética «maldita» precursora del Surrealismo), según le conviniese a los argumentos que trataba de defender en cada ocasión» (pág. 73). Esta misma flexibilidad permite a Espinosa condenar la religión católica pero defender los ritos de la Semana Santa.

    Respecto a su presunto surrealismo, Alemany ofrece datos que parecieran encuadrar mal con la adhesión de Espinosa al movimiento fundado por Breton. Por ejemplo, aunque el canario viajó a París en 1930 con el fin de llevar a cabo alguna investigación para terminar una biografía de José Clavijo y Fajardo y se quedó un período de tiempo indeterminado —quizás tres o cuatro meses como máximo—, la estancia no le haría mucha mella, ya que los nombres de artistas y poetas, tanto franceses como españoles que habría conocido en Francia no aparecen en ningún documento, ensayo o correspondencia, que sepa Alemany. Éste añade que, aunque existen especulaciones sobre si Espinosa conoció a Oscar Domínguez en París, no hay ninguna corroboración concreta, y el posible encuentro no deja el terreno de la pura conjetura. De hecho, Alemany detecta una especie de xenofobia intelectual en Espinosa —en su crítica, casi nunca se refiere a autores contemporáneos y a partir de 1932 se concentra exclusivamente en escritores canarios—.

    Todo pareciera señalar a un Espinosa no dispuesto a aceptar el surrealismo, o por lo menos, con pocas inclinaciones hacia un movimiento inicialmente formulado fuera de Canarias y fuera de España. Alemany también aclara que aunque Espinosa participó en la visita de Breton y Eluard a Tenerife para la Exposición Surrealista en mayo de 1935, principalmente por su posición como presidente del Ateneo de Santa Cruz, no se unió a la redacción de la Gaceta de Arte hasta 1936. Es más, cuando Espinosa se acerca al surrealismo, lo hace con el eclecticismo y desatención a límites estéticos y cronológicos que caracterizan gran parte de su obra crítica. A Alemany le llama la atención que para el canario, tanto Lautréamont como los textos tempranos del historiador de las Islas, José de Vicra y Clavijo, sean igual de surrealistas, «de la misma manera que titula “Un reportaje super-realista” al artículo que comenta las concomitancias folklóricas entre una anécdota rural canaria y la huella literaria clásica, o establece “los orígenes de la poesía sobrerrealista en Canarias” en el pintoresco texto de una señal de tráfico» (págs. 76-77).

    Quizás sólo después de la insurrección de julio de 1936 acabaron las inconsistencias de Espinosa. Según las investigaciones de Alemany, el escritor, al enterarse del suceso, esconde los ejemplares restantes de Crimen en el sótano del Hotel Aguere en La Laguna, donde se hospeda en aquellos momentos, vuelve a la casa paternal en Los Realejos y «busca por todos los medios la manera de conseguir congraciarse con los insurrectos» (pág. 37). Como parte de esta estrategia, Espinosa se retira del Movimiento Nacional y se inscribe en la Falange Española en agosto del mismo año: «Da la impresión que todos los esfuerzos de Espinosa, a partir de ese momento, se orientan a crear una nueva imagen de la literatura; llegando incluso a proponer otras lecturas de su producción pretérita, que pudieran ser aceptadas cómodamente por la mentalidad entonces imperante» (página 43). Más tarde Espinosa colaborará en revistas como Falange y ¡Arriba España! De manera que, aunque el escritor canario redactó unos (pocos) artículos izquierdistas, el hecho de su amistad con el futuro derechista Ernesto Giménez Caballero («Ideológicamente hemos coincidido [...] muchas veces»), su acuerdo declarado con la causa republicana (describe su situación curiosa de «Escribir para un diario republicano Hoy de Santa Cruz de Tenerife˜ , cuando no se es republicano ni se simpatiza siquiera con la clásica etimología de la palabra “república”») y su estima entusiasta por la guerra (en «Estética de lo bélico»), en el parecer de Alemany, «no queda más remedio que reconocer que en este batiburrillo ideológico, la balanza se inclina hacia la derecha con más frecuencia e intensidad que hacia la izquierda» (pág. 40).

    En general, las interpretaciones de Alemany me parecen acertadas y justas, aunque en determinados momentos me pregunté cuál era su fuente de algún detalle, como el del escamoteo de Crimen en el Hotel Aguerre, por ejemplo. Respecto al posible surrealismo de Espinosa, el autor de este estudio señala su empleo de imágenes modernas como el deporte, las hélices y los discos, aviones y cámaras Kodak —elementos que, a mi juicio, encuadran mejor en la estética futurista que en los dictámenes del movimiento francés—. Alemany no cita ningún libro de Breton ni de otro miembro de su grupo, sino sólo comenta que el enfrentamiento con valores convencionales y la presencia del sueño en la obra de Espinosa son suficientes para apuntar una tendencia surrealista. Termina al respecto planteando «si la contradicción es una de las características sustanciales del surrealismo, ¿hay más surrealista que la profunda contradicción esencial de Agustín Espinosa, que le impide —en una paradoja— ser plenamente surrealista?» (pág. 83). Esta evaluación —de que Espinosa es surrealista precisamente por no serlo— es, en mi opinión, una salida fácil en un innecesario esfuerzo por rescatar al autor canario. Hubiera bastado dejar el retrato de un escritor contradictorio, quizás por no conocerse a sí mismo o por miedo a revelarse, que tuvo la fortuna, la culpa o la mala suerte de haber escrito un libro que se podría considerar surrealista.

Mª Th. Pao

 

Esteban Torre, Teoría de la traducción literaria, Síntesis, Madrid, 1994, 255 págs.

    En Teoría de la traducción literaria Esteban Torre estudia con sólido rigor científico los aspectos teóricos y prácticos de la traducción y, concretamente, de la traducción literaria. A lo largo de su trabajo se ofrece una abundante y precisa información teórica y bibliográfica fundamentada sobre un profundo conocimiento teórico y práctico del proceso de traducción que hace de Teoría de la traducción literaria un tratado imprescindible en la bibliografía actual sobre el tema.

    Como teórico de la traducción y traductor, el profesor Torre trata de modo acertado y sistemático los principales puntos de interés de lo que él llama justificadamente el «arte» de traducir. En el capítulo primero se detiene en el concepto y la evolución histórica de la traducción. Desde el principio advierte que «lo que se traduce no son lenguas, sino textos», por lo que define la traducción como «el paso de un TLO, o texto de la lengua original, a un TLT, o texto de la lengua receptora». Tales textos han de ser equivalentes tanto en lo que concierne a los significados como en lo referente a la forma, sin olvidar nunca el contexto cultural. No obstante, el profesor Torre es consciente, como señala en el capítulo segundo, de que la equivalencia absoluta entre ambos textos es imposible, ya que el sentido textual varía según las épocas, los estilos, los contextos, etc. No hay que olvidar que «traducir» es un «concepto dinámico que implica cambio, movimiento dialógico, temporalidad». A pesar de esto y frente a algunas teorías lingüísticas que implican la negación de la traducción, Esteban Torre opina que ésta es posible siempre que se cumpla la equivalencia global entre el TLO y el TLT. El texto traducido debe ser exacto y natural, de ahí que no sea siempre adecuada la traducción literal, «palabra por palabra». Después de examinar concienzudamente las principales teorías lingüísticas sobre la traducción, de exponer al respecto la propia opinión crítica, siempre bien fundamentada, y de repasar, entre otros, términos como, por ejemplo, el de «intérprete», el profesor Torre se detiene en la naturaleza de la traducción. En la traducción literaria el traductor no sólo debe poseer unos conocimientos teóricos y científicos, sino cierta habilidad, cierto ingenio, que son los que hacen que toda buena traducción pertenezca al ámbito del arte más que al de la ciencia. Así, el buen traductor sólo lo es realmente cuando posee «competencia literaria». Al lado de la revisión crítica sobre la bibliografía actual, en la que se defiende la necesidad de respetar el espíritu del texto original, se presenta al final del capítulo una completa visión histórica, desde la cultura sumeria y egipcia hastas nuestros días. Esteban Torre muestra de manera ceñida y sugerente los principales momentos en la historia y la teoría de la traducción con datos escogidos y precisos. Este repaso histórico le permite identificarse con algunos supuestos teóricos de ciertos autores, especialmente en lo que se refiere a la defensa de una traducción no literal. En Cicerón, San Jerónimo, Maimónides, Lutero y J. L. Vives, por ejemplo, se basa el profesor Torre para entender la traducción como una actividad artística en la que no debe prescindirse de la gracia, de la eufonía y, en fin, de la belleza. A veces, su atenta lectura de las fuentes originales supone una reinterpretación sobre tópicos comúnmente aceptados. Es el caso, por ejemplo, del problema de la traducción literal en Fray Luis de León. Esta revisión histórica es fundamental en la teoría de la traducción y de su historia, ya que propone nuevos enfoques sobre puntos esenciales del arte de traducir.

    El segundo capítulo de Teoría de la traducción literaria está dedicado a los fundamentos biológicos y lingüísticos de la traducción. El hecho de que el profesor Torre sea doctor en Medicina y Cirugía, además de serlo en Filosofía y Letras (Filología), le permite explicar las bases biológicas, neurolingüísticas, sin olvidar los últimos avances de la neurofísica. Se estudia aquí, entre otros aspectos, el cerebro del traductor, sin dejar a un lado las afasias, el bilingüismo, y distinguiendo en todo momento, con base científica clara, la capacidad de hablar dos o más lenguas de la capacidad de traducirlas. En este mismo capítulo se abordan también las bases psicolingüísticas, los procesos que se producen en el hablante y en el oyente al pasar de una lengua a otra, teniendo en cuenta también el contexto social y cultural. El estudio de las relaciones entre lingüística y traducción demuestra la necesidad de combatir la simplificación excesiva de los problemas teóricos de la traducción por parte de algunos lingüistas. Tras una aguda crítica a R. Jakobson, el profesor Torre atiende a los modelos lingüísticos principales y a los procesos de traducción, como los de Nida y Taber, Vázquez Ayora, García Yebra, Petöfi, entre otros, insistiendo en la naturaleza textual de la traducción. No olvida tampoco el autor en este segundo capítulo la traducción asistida por ordenador, sus ventajas y sus inconvenientes.

    Esteban Torre se centra en el capítulo tercero en las transferencias lingüísticas y distingue los conceptos de traducción y transferencia, ocupándose del problema de los préstamos, calcos, nombres propios, topónimos, antropónimos, y la terminología de los lenguajes científicos y técnicos. Numerosas e interesantes aportaciones, con ingeniosos ejemplos, se ofrecen aquí junto a la bibliografía fundamental.

    En el capítulo cuarto, «Alternativas de la traducción», se presentan los procedimientos que intervienen en la traducción, para lo cual se tienen en cuenta las aportaciones de Savory junto a otros estudios más modernos, como los de Nida y Taber, Vinay y Darbelnet, Newmark, etc. Vuelve aquí el profesor Torre sobre el tema de la traducción literal y señala que en todo acto de traducir se dan inevitablemente pérdidas —pero también ganancias—, que deberán o no ser compensadas a través de diferentes procedimientos. En cualquier caso, el traductor debe seleccionar los elementos relevantes y encontrar los equivalentes textuales estéticamente pertinentes. La dificultad será mayor en aquellos textos que contengan mayor complejidad estilística. En este sentido, Esteban Torre dedica un interesante apartado al problema de la traducción de la metáfora. No sólo corresponde a la ciencia de la literatura el estudio del proceso de traducción, sino también el análisis y la valoración del resultado, ejercicio crítico que se revela más complejo y difícil en lo que concierne a la traducción literaria, ya que no siempre es posible fijar criterios estables y objetivos para dicha valoración.

    Sin duda, una de las dificultades mayores de la traducción es el verso. A ello está dedicado el quinto capítulo de Teoría de la traducción literaria. La dificultad de la traducción del verso surge, en parte, por el simbolismo fónico, las aliteraciones y las correspondencias fono-semánticas. Por ello se ha llegado a afirmar que la adecuada traducción del verso es imposible. No obstante, Esteban Torre disiente de esta opinión y señala que «en la práctica, es posible traducir poesía, siempre que se cumplan ciertos requisitos». Es necesario localizar los elementos pertinentes para reproducirlos, sin olvidar nunca el significado, por algún otro procedimiento. Como es lógico, se refiere también Esteban Torre en este capítulo a la rima y al ritmo, recursos fónicos que contribuyen claramente a la calidad literaria. Mientras, según el autor de Teoría de la traducción literaria, es necesaria la reproducción aproximada del ritmo, no siempre es relevante la rima. Reproducir el número de sílabas del verso obliga a veces a comprimir o expandir. Algo similar ocurre con la rima, ya que, si se busca, el traductor estaría obligado a hacer algunos cambios. Frente a Lefevre y Savory, que abogan por la traducción del verso en prosa, Esteban Torre considera que el verso puede y debe traducirse en verso, a veces omitiendo la rima. Lo importante en el verso poético, diferente del simplemente festivo, sería mantener en lo posible, según se subraya en este capítulo, la equivalencia textual que afecta tanto a la forma del contenido como a la de la expresión. En efecto, la práctica llevada a cabo por algunos poetas traductores evidencia que sí puede traducirse el verso poético en verso poético, haciendo equivalentes el TLO y el TLT. Así lo demuestra el mismo Esteban Torre con ejemplos de traducciones propias, que poseen una calidad poética equiparable a la de los originales. Las traducciones de Torre de J. M. Blanco White, Pessoa, Baudelaire y Verlaine que se incluyen en Teoría de la traducción literaria respetan el ritmo poético y la rima. El criterio de su traductor ha sido el de la fidelidad al original, donde también se encuentran esos mismos elementos. Como dice Torre a propósito de Pessoa, «prescindir de la forma de la expresión poética sería la peor de cuantas infidelidades pudieran cometerse al traducir —al interpretar— los 35 Sonnets». El autor explica el proceso y los criterios seguidos para sus traducciones, exponiendo las dificultades, variaciones y compensaciones en la adaptación del TLO al TLT. Así, siempre teniendo en cuenta el sentido y la forma, por medios a veces diferentes de los del original, obtiene resultados análogos, resultados que demuestran ampliamente su alta competencia literaria, su condición de poeta traductor. La regla de oro del arte de traducir es que «la traducción ha de ser tan literal, tan ceñida al texto original, como sea posible, y tan libre como sea necesario». Al traductor le corresponde la tarea de saber qué es lo verdaderamente esencial para conseguir que aparezca en el TLT con tal calidad literaria que pueda ser captado como si originariamente hubiera sido escrito en esa lengua: «Lo difícil es acertar. Lo verdaderamente importante es crear —o recrear— un poema». Y, en efecto, Esteban Torre crea y recrea el poema, y acierta.

    Finalmente, en el capítulo sexto se ofrece una interesante antología de textos teóricos sobre la traducción pertenecientes a San Jerónimo, M. Lutero, J. L. Vives, F. Schleiermacher, J. Ortega y Gasset, F. Ayala y C. Bousoño. En los casos de San Jerónimo, Lutero y Vives, Esteban Torre traduce los textos del latín y del alemán, demostrando de nuevo su capacidad en el difícil arte de traducir.

Mª Vª Utrera Torremocha