RECENSIONES 97

Emilio Araúxo, Cinsa do vento. Libro da ribeira sacra noitarenga (V. Araguas); Elena Sáinz, Premonición en el parterre de Stravinsky (B. Molina); Eduardo Becerra, Pensar el lenguaje; escribir la escritura. Experiencias de la Narrativa Hispanoamericana contemporánea (I. Moreno García); José Luis Muñío Valverde, El gerundio en el español medieval (s. XII-XIV) (M. Galeote); Rafael Lapesa, Léxico e historia: I Palabras (M. Galeote); Juan M. Lope Blanch, Ensayos sobre el español de América (J. V. Torres Caballero); Manuel Mourelle de Lema, El lenguaje publicitario. Aproximación a su estudio (E. Gago Sánchez); Juan Antonio Moya Corral y Emilio García Wiedemann, El habla de Granada y sus barrios (M. Galeote); José Antonio Martínez, Propuesta de gramática funcional (C. Cuadrado); Fernando Poyatos, La comunicación no verbal. Cultura, lenguaje y comunicación, I. Paralenguaje, kinésica e interacción, II. Nuevas perspectivas en novela y teatro y en su traducción, III (S. Peláez Santamaría); Juan Martínez Martín, Estudios de fraseología española (L. E. Asencio); Tendencias actuales en la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera (M. Paniagua López); Claire Kramsch, Context and Culture in Language Teaching (A. Martínez García); José Martínez de Sousa, Diccionario de usos y dudas del español actual (C. Cuadrado); Marianne Moore, Poesía reunida (1915-1951) (E. Morillas); Miguel Menéndez, El sueño de Santa María de las Piedras (J. A. Perles); Charlotte Perkins Gilman, El empapelado amarillo. La wisteria gigante (J. A. Perles); Emilio Lorenzo, Anglicismos hispánicos (L. E. Asencio), J. Prado Biezma, J. Bravo Castillo y M. D. Picazo, Autobiografía y modernidad literaria (I. Morales Sánchez); J. A. Hernández Guerrero, Teoría y práctica del comentario literario (I. Morales Sánchez), J. A. Hernández Guerrero y M. C. García Tejera, Orientaciones prácticas para el comentario crítico de textos (I. Morales Sánchez). Pedro Aullón de Haro, Teoría de la Crítica Literaria (M. Castillo Lancha).

Publicadas en Analecta Malacitana, XX, 1, 1997, págs. 357-406.

 

Emilio Araúxo, Cinsa do vento. Libro da ribeira sacra noitarenga, Santiago de Compostela, 1996, 209 págs.

    La poesía gallega de los ochenta se caracterizó por un conjunto de tendencias (culturalismo, épica, estética del silencio, nueva sentimentalidad, experiencia a secas) que consiguieron apartarla de tendencias monolíticas. Eso sí, parecía haber un deseo tácito de evitar implicaciones políticas y aun sociales, tal vez porque el período inmediatamente anterior había sido pródigo en ellas. Y ya se sabe, en literatura funciona la vieja espiral dialéctica, de modo que cada movimiento sucesivo relega o ataca o simplemente descompone el anterior. La poesía gallega de los noventa, a su vez, parece recuperar los viejos fundamentos éticos. Digo parece porque las cosas están todavía poco claras y en todo caso la abundancia de árboles no deja ver bien el bosque. Muchos árboles, sí, en esta nueva generación, con abundancia de mujeres (es obvio que finaliza una época paternalista, también en los dominios poéticos), desmintiendo los temores de algunos, entre los que me encontraba, de que la pirámide invertida que representaba a nuestra poesía se fuera a quedar así por los siglos de los siglos. Pero no, y eso que salimos ganando. Entre ochentistas y noventistas (aclaro que los poetas del 80 se pueden dividir en dos grupos, el del 68 y el del 75, y a los del 90 entiendo que les corresponde la nomenclatura de generación del 2000) se han ido quedando descolgadas gentes que, por publicar fuera de tiempo e incluso de espacio, son difícilmente encasillables; ni falta que hace dirá alguno, y seguramente, con razón. El caso es que hoy, entre los «outsiders», veo a autores como Antonio Domínguez Rey (Fendas Eidos da mirada), que es de 1945, o Emilio Araúxo, nacido en 1946. Domínguez Rey practica una poesía muy reflexiva y honda dentro de parámetros silenciosos que no tienen más salida que la inmediata consecución del «pathos». Emilio Araúxo, y entramos en la materia que aquí me ha traído, es un escritor amplio, de mirada poderosa, que ha aterrizado en la literatura, en su dominio público me refiero, cuando tantos ya están de vuelta en el sentido estricto de la palabra. Araúxo, en cambio, lo está en la acepción familiar del término, lo que coadyuva a la evidente madurez de una expresión infinitamente matizada por la vitalidad y la frescura. Dicho de otra manera, Emilio Araúxo (traductor y estudioso de Alain Badiou, y el dato es significativo) busca la revelación: se / nos revela, pero sobre todo porque se rebela. Lo suyo es la revelación porque dentro de sus parámetros conceptuales prima la idea revolucionaria. Y tampoco se me escapa la idea de que Araúxo pertenece a la vieja guardia sesentaiochista por lo que, y vuelvo al punto de partida, podamos y debamos poéticamente hablando, incluirlo dentro del grupo poético del 68 en el que, considero, encajan poetas como Manuel Vilanova, Fermín Bouza, Víctor Vaqueiro, Xosé María Álvarez Cáccamo o Xulio Calviño, bien que Vilanova y Cáccamo hayan publicado poemas en castellano, y Calviño se mantenga hasta la fecha inédito en el idioma propio de Galicia en cuanto que poeta. De Xulio Calviño precisamente, son las palabras que cierran (exactamente se encuentran en la contraportada) el libro de Araúxo Cinsa do vento (Libro da Ribeira Sacra) (Noitarenga, Santiago de Compostela, 1996). Dice Xulio Calviño, y esto no tiene ningún desperdicio, que «Cinsa do vento es una exegesis hiperbólica, un poema celebratorio que se sitúa al margen de la tercera Crítica de I. Kant y de su aporía de que su juicio del gusto no es un juicio del conocimiento». Y es que en el caso de Araúxo el gusto, esto es, la comunicación, el entronque con lo elemental salta en paralelo con la exactitud (también la profundidad) a la hora de nombrar las cosas que nos rodean. Y aquí incluyo cuanto de humano puedan tener éstas, en tanto que elementos elaborados por la mano del hombre, o disfrutados por su mirada, que al cabo todo viene a ser lo mismo. El hombre / la mujer aquí devienen «pueblo», un término que tras el deterioro a que lo sometió la poesía social-realista y el ninguneo que hubo de sufrir en los salones de baile posmoderno, solamente encuentra significado pleno reinventando el romanticismo, el primer movimiento auténticamente moderno que registró en su partitura los parámetros populares. Y no solamente en la poesía, es claro, sino también en la narrativa breve que, como se sabe, bebe hasta la exasperación de la oralidad. Desde aquí, y a partir de la línea de sombra que perfila con timidez la poesía moderna, la que entre nosotros viene de Rosalía de Castro y Bécquer —¡qué poeta insuperable si Rosalía no hubiera escrito «también» en castellano!—, y continúa en Rubén (en el menos ornamental) y Manuel Machado, y se tortura en Lorca, y desemboca, tras pasar por Cunqueiro y Fermín Bouza-Brey, en Antonio Gamoneda y Xosé Luis Méndez Ferrín, a partir de esta línea, digo, llegamos a Emilio Araúxo. Fuera de nuestras coordenadas hubo una voz popular excesivamente arisatocrática en Goethe, de mayor celebración en Whitman, y aquí ya hay un paralelismo importante con Rubén Darío, caudalosa en Neruda y definitivamente moderna en Ginsberg, Ferlinghetti y Corso por un lado, Seamus Heaney —siempre Heaney— por el otro. También esta línea foránea se va desovillando hasta llegar a emilio Araúxo a quien la poesía —reitero— coge en camino de vuelta cuando tantos, nada líricos porque nunca supieron ser épicos, retroceden o van, ya desnortados y sin armas, en confuso camino de vuelta. Al contrario que Emilio Araúxo, revelado, rebelado, autor de Cinsa do vento, un libro que por su amplitud de miras contrasta con aquellos modos de hacer poesía actuales incapaces ni siquiera de mirarse en el ombligo —el «omphalos» heyneano— sino que se limitan a contemplar el exterior a través de unos vidrios probablemente empañados. Subtitula su libro Emilio Araúxo como «Libro da Ribeira Sacra», siendo este espacio mítico arauxiano la vieja Rivoira Sacrata del Sil, en tiempos colonizada por monjes que dejaron un inmenso esplendor románico entre aguas y viñedos. Hoy estos lugares sufren, en proceso colonizador inverso, la misma suerte que tantas otras partes de Galicia dejadas al albur de un abandono pertinaz de gentes, costumbres e idioma. Desde semejantes premisas surge el libro de Emilio Araúxo, incardinado en el corazón —valga el pleonasmo— del mismo pueblo protagonista, activo o pasivo, de esta manifestación epidemológica de exilio interior. Para exorcizarlo, Araúxo echa mano de los cantares populares, de la formulación conceptual de los cantares populares, para a través de ellos manifestar una oposición radical en cuanto de humillación que supone la huida hacia atrás de aquellos que, en tiempos, poseyeron agua, viñas, amor, lengua en la Ribeira Sacra que, al cabo, no es sino Galicia. Naturalmente, si Emilio Araúxo se hubiese dedicado a recopilar cantares populares, su libro no sería más que una muestra, benemérita sin duda, de folklorismo. Si el propio Araúxo hubiese rehecho dichos cantares desde las formulaciones métricas o conceptuales que éstos tenían, estaríamos hablando de un poeta neofolklórico o cosa semejante. Ocurre, sin embargo, que Emilio Araúxo, con talento, sensibilidad y voluntad innovadora, ha planteado Cinsa do vento como artilugio diabólico que terminará explotando, arrojando cuanta metralla excelsa aloja en su interior. Utiliza Araúxo un sistema expresivo aparentemente prosaico, lo que chocará a los lectores acostumbrados a que la temática del pueblo vaya acompañada del sonsonete asimismo popular. Así, las bruscas disonancias, la desarticulación que Araúxo impone a sus poemas, alarmará a los oídos bienpensantes. Que no cunda el pánico; léanse despacio estos poemas y se apreciará que la música conceptual no hay quien la toque. Desde los pequeños, breves como epigramas, que Emilio Araúxo prodiga, hasta aquellos largos o aun muy largos donde no se produce la inevitable caída en la monotonía que suelen causar los consabidos artilugios métricos que, ya se dijo, Emilio Araúxo no trabaja y que se llaman heptasílabos, endecasílabos o alejandrinos. Así que atención a los prosaísmos adrede (que estaban, por ejemplo, en Luis Seoane, un poeta gallego al que el tiempo dará la razón; empieza a dársela, y bien sé que ésta es otra historia, al propio Ramón de Campoamor), cuando estos vienen justificados por el alibi popular. Pero es que, además, aquí, en el libro de Emilio Araúxo, hay cotas inalcanzables por tanto poeta «culto». Y téngase en cuenta que Araúxo ni es, ni quiere ser, un autodidacta; su reino, precisamente por ser de este mundo, circula por una tradición de poesía culta por popular. Cinsa do vento, en fin, es el libro de la totalidad donde la naturaleza, las costumbres, la vestimenta, la fauna, el idioma se vertebran articulados por un poeta sumamente vigoroso hasta formar un cuerpo único. Ahí la grandeza de un poeta singular, y no me duelen prendas, dentro de nuestro entorno épico-lírico. Un poeta de numerosos registros a quien el futuro dará la razón. Leámoslo, de momento, como quien se baña en el Miño y luego se tiende al sol —cromática maravillosa en otoño, Otero Pedrayo dixit— de la Ribeira Sacra.

V. Araguas

 

Elena Sáinz, Premonición en el parterre de Stravinsky, Torremozas (Col. Torremozas, 114), Madrid, 1995, 70 págs.

    En nítido contraste con las voces urbanas que han venido resonando en nuestra poesía de los últimos años, aparece esta invitación de Elena Sáinz. La cita es Premonición en el parterre de Stravisnky, un escenario peculiar de profundo y brillante intimismo revestido del verso y de la imagen más tópicamente modernistas.

    Ocupan la primera parte de este sueño poético los «Reproches y lamentos de un platónico ruiseñor», que entona un melancólico canto pincelado de palacios, cisnes, sirenas, príncipes, terciopelos, tigres... tan verbales como ajenos. En su orientalismo, abrigan la figura simbólica y cosmopolita del ave cantora de la noche que eleva al cielo su queja de amor, herido de mal de ausencia. La filosofía platónica y, en seguimiento, la del amor cortesano, hace del ruiseñor-amante un sufridor, en cambio, gozoso; y, así, éste se recrea ‘narcisamente solo en sus delicias’ cantando su desgracia:

No, no sufras, pues gozo mis tormentos

y soy el emperador de tus caprichos

y soy el faraón de la pereza,

Aceptando su trágico destino:

E insisto que no hay sitio adonde huya;

que no puedo escapar de ésta mi suerte

que es amor: que es amarte: que es no verte.

    Espíritu teñido de lo femenino, alterna sus deseos de entrega y abandono para finalmente sucumbir al sentimiento de que no hay vida sin comunión de los amadores y, vital, rompe una lanza en favor de la valentía ante la muerte:

Que soy tu identidad, ¡que soy tú mismo!

¿lo entiendes, vida mía?: no hay motivo

de la mutua traición en que gozamos,

de forma, corazón, que yo no vivo

si dejas de vivir en mí, tu esclavo.

¿Y a qué tanta sospecha o tanto miedo,

por qué tanto temor de amarnos tanto?

    El motivo del ruiseñor que simbólicamente ha reunido siempre amor y muerte adquiere en estos poemas de Elena Sáinz un protagonismo de sujeto aislado que lo acerca a esa otra tradición dentro de las corrientes mística del passer solitarius, que en Occidente tiene sus máximas manifestaciones en Leopardi y San Juan de la Cruz. En la noche oscura del alma, allí donde se está más cerca del misterio y de Dios, el ruiseñor que transfigura ya el espíritu del poeta, asiste en su contemplación al desenmascaramiento fugaz de su existencia: ¿es la vida burla de un instante / disfrazado fantasma de verdad? Por virtud de la invención, las alas del pájaro se transforman en alas de ángel, primera premonición en este jardín: ¡premonición de Dios, qué inmensa luz! / resumida en la llama que tirita. Y la libre prisión y el amor doloroso del ruiseñor es el mismo de la poetisa hacia una luz sin nombre que justifica ambos cantos:

Por ello, disculparme tanto llanto;

sabed que si medroso al mundo lloro,

es sólo de reproche, o de lamento,

de no dejarme en paz lo que yo adoro.

    La música, el color, las flores, los besos... Sensualidad exquisita en la segunda parte del mismo título del libro: «Premonición en el parterre de Stravinsky». Desprovista de su forma de pájaro, el alma sigue entonando en el encuadre perfecto y armonioso su historia infinita de amor y lágrimas. Pero ha cesado la melancolía, quiere vivirse la muerte en la vida, porque del mundo de los sueños el amor semi-llega vestido de ángel confirmando su existencia y su presencia simétrica entre aquellos que se miran. Es este amor quien redime, la aspiración más alta:

Era Amor un rey exaltado y purísimo:

lo que él no besaba..., ¡qué fea realidad!,

presente sin encanto, o el espejo tristísimo

donde mirar los cuerpos su inútil soledad.

    Y como todo tiende a su natural, el espíritu alado anhela desde la tierra la luz célica misteriosa que diviniza:

Muy alta y muy arriba luz existes

brillando poderosa en tu grandeza

y abajo yo te iro embelesada

y abajo y desmayada en mi embeleso,

no se qué parte mía, luz, te reza.

    También guarda un espacio la poetisa en esta tercera parte consagrada, «Bodas con la luz en el santuario rosado», para alabar su gran vocación, la filosofía:

Sabia filosofía, me has enseñado

a mirar desde abajo y hacia arriba;

por ti, niña soy siempre; no ha callado

el asombro total hacia la vida.

    Llevada de esta inquietud, las preguntas más existenciales se plantean como adivinanzas de respuesta sencilla y antigua en la realidad «novia del Gran Sueño». Sueños, en fin, efímeros en su fragilidad; tan peligrosos como eternos.

    El «Finale (Presentimiento)» cierra esta sinfonía y, a ritmo de vals, baila la última premonición:

y en reino de verdad sin rey ninguno,

cuando sea tan sólo adivinanza,

desgranará su pétalo, uno a uno,

para lenta y dulcísima enseñanza.

    Afirmaba Stravinsky, presente aquí en su orientalismo y su armonía, pero también en su espíritu cuestionador, que cada composición era un nuevo enigma que descubrir. También así, cada uno de los poemas de este obra, que en cada verso son una respuesta onírica a la adivinanza de la realidad, figurando su verdad. ¿Acaso no es eso la filosofía? Con ella, y con la pintura de este cuadro perfecto del parterre acompañado del ritmo de la música, que es el de la poesía, fija Elena Sáinz su canto a la eternidad de la belleza, al sueño cierto de la verdad presentida.

B. Molina

 

Eduardo Becerra, Pensar el lenguaje; escribir la escritura. Experiencias de la Narrativa Hispanoamericana contemporánea, Universidad Autónoma de Madrid, 1996, 246 págs.

    Bajo el sugestivo título Pensar el lenguaje; escribir la escritura el Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid nos presenta la espléndida contribución del profesor Eduardo Becerra al estudio de una de las más inabordables manifestaciones de la narrativa hispanoamericana contemporánea: la llamada novela de la escritura. Esta narrativa, que buscó sus temas y problemas en el proceso mismo de la creación y que asumió desde sus relatos la conciencia ficcional de la obra y su inequívoca naturaleza verbal, se desarrolló con intensidad durante las décadas de los años sesenta y setenta de nuestro siglo. En su intento de trazar los límites del espacio literario que esta novelística instaura, el ambicioso trabajo de Eduardo Becerra nos ofrece las claves culturales, filosóficas y literarias de esta intrincada narrativa, que hizo del gran problema de la reflexión sobre el lenguaje el eje temático y estructural de sus manifestaciones, y llevó a los terrenos de la ficción literaria las inquietudes e incertidumbres que han caracterizado a la cultura de nuestro tiempo.

    Previamente al análisis de los criterios que fundamentaron la llamada crisis epistemológica del pensamiento actual, marcado por la profunda desconfianza en el poder de la palabra, Eduardo Becerra se remonta a los orígenes autóctonos de la propia tradición literaria hispanoamericana, en cuya naturaleza utópica y mítica se ha venido fraguando de forma constante y recurrente la búsqueda de la identidad americana. En la dimensión quimérica que ha caracterizado al discurso literario americano desde sus inicios históricos se dan cita la visión propia de un mundo vacío de significado, en cuya faz cristalizaron desde siempre las fábulas fantásticas de la cultura occidental, y la asunción por parte de la literatura de la labor permanente de imaginar dicho mundo, esquivando siempre la imposible tarea de interpretarlo. América, por tanto, que se asume como tierra original y desprovista de significaciones absolutas, frente al desgastado espacio cultural europeo, simbolizará desde su pasado ancestral la utopía de reconocerse como terreno esperanzador, capaz de propiciar la recuperación de la anhelada unidad originaria del ser humano. Iniciado en el siglo XIX, este proceso de autoconocimiento y búsqueda de la identidad se halla ligado directamente con el logro de una expresión propia. Así, en su particular imaginación mítica, la «interdependencia entre el lenguaje y el ser americano» será una unión omnipresente.

    Una vez caracterizadas la condiciones esenciales y profundas de este mundo utópico que debía favorecer la aparición de una literatura vuelta siempre hacia sí misma y obsesionada por la capacidad de su lenguaje para dar cuenta de la realidad, el estudio de E. Becerra se detiene en las orientaciones ideológicas que sustentaron el pensamiento finisecular y que abrieron nuevas sendas al deseo eterno de la literatura de alejarse de las representaciones lógicas y adentrarse en los terrenos de lo enigmático. Dando fin a la noción de realismo decimonónico, el vanguardismo irrumpirá en la prosa de ficción contemporánea para aniquilar el anhelo de representación lógica de la realidad e instaurar un nuevo discurso autorreflexivo cuya única ambición será la de exhibir su propia artificialidad y su naturaleza exclusivamente verbal. El saber moderno cifrará su reflexión en torno a lo real en los inciertos ámbitos de su lenguaje, llegando a convertirse durante el siglo actual en el «escenario donde discurre de principio a fin este drama ontológico en el que el hombre, al tomar conciencia de la fractura que lo sustenta, decide ingresar».

    La novela de la escritura hace su aparición en el panorama narrativo hispanoamericano como consecuencia del convencimiento generalizado del pensamiento moderno que reniega de la capacidad para la representación del lenguaje verbal; pero que, sin embargo, hace de él el objeto permanente de reflexión, asumiéndolo inevitablemente como único instrumento mediador entre el hombre y su mundo. Obligadas y muy iluminadoras resultan las referencias de E. Becerra a las consideraciones de Michel Foucault, el fundamental sistematizador de estos conflictos para el saber actual, en torno a las causas que provocaron la aparición de esta nueva percepción del lenguaje por parte del hombre. Para el filósofo francés, los orígenes de tan trascendental cambio se sitúan en el siglo XIX, etapa en la que el lenguaje se convierte en un objeto más de conocimiento, y cuyas leyes internas son escudriñadas como si de un ente autónomo de la realidad y de sus hablantes se tratara. Lejos ya de ser considerado un mero mediador entre los sujetos y la realidad circundante, al lenguaje le es reconocida una nueva singularidad de esencias y estructuras aún por explorar, pero en las que es posible vislumbrar respuestas a incertidumbres eternas del ser humano. A partir de este reconocimiento —raíz y causa remota y también directa de manifestaciones literarias como la novela de la escritura que nos ocupa—, E. Becerra señala la importancia para la reflexión en torno al lenguaje de la doble orientación filosófica que marcó al siglo anterior: el formalismo del pensamiento y el descubrimiento del inconsciente humano, pues ambas dejarán su huella en las producciones actuales. La aportación de Wittgenstein al conocimiento de los límites y mecanismos formales de la expresión lingüística apuntaba ya incluso la existencia de niveles más profundos y opacos que la mera formulación lógica de las palabras. La literatura emprenderá la tarea de hacer hablar al lenguaje de sí mismo en un intento esforzado por sacar a la superficie de sus textos la verdadera esencia, siempre silenciosa y esquiva a la revelación de sus estructuras profundas, pues en ellas podrían fundamentarse las de la mente humana. El psicoanálisis, por su parte, y más concretamente la noción de «inconsciente colectivo» formulada por Carl J. Jung, vendría a reafirmar los primigenios y aún perdurables discursos míticos americanos y a proclamar la esencia de su literatura como «rito verbal capaz de manifestar y celebrar los mitos escondidos que resbalan a lo largo de la historia de lo escrito por los hombres». La narrativa de la escritura, entonces, pretende un conocimiento absoluto del mundo. Para ello, el lenguaje abandona su vieja función representativa y emprende la difícil tarea de encarnar con sus palabras a las mismas cosas, convirtiéndose así en una «literatura que sueña con desaparecer» y donde, más que la obra, importa su ejecución.

    Una vez establecidas las condiciones de su aparición, E. Becerra aborda el análisis de autores y obras que ostentan decididamente su naturaleza textual y que se inscriben en este ámbito narrativo. En muchos de sus relatos, Borges nos muestra el propio proceso de la escritura en acción y en casi todos parece recurrente la percepción del mundo como gran texto, aprovechando incluso metáforas de vieja raigambre medieval como la que identifica al universo con un gran libro sagrado. De La vida breve de Juan Carlos Onetti, destaca la configuración netamente verbal de la ciudad de Santa María. En la no menos verbal Macondo, E. Becerra se detiene en el análisis del juego textual que propone García Márquez para el final de Cien años de soledad: el desciframiento final de los manuscritos de Melquíades ofrece la conversión de la historia en puro relato y plasma la exclusiva entidad lingüística del universo de los Buendía. También la novela de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo se plantea como «un recorrido que continuamente insinúa su factura silenciosa». En todas estas obras es manifiesta la ilusión de que nada existe fuera de la misma realidad ficticia. Con idéntico carácter reflexivo, pero con mayor conciencia de su artificialidad, Rayuela de Cortázar busca la demolición de cualquier forma tradicional de relato, fundamentando su discurso en la exhibición de su esencia verbal, estrategia con la que pretende traspasar el umbral de lo ficticio y convertirse en ente real. Lezama Lima, por su parte, realiza idéntica operación en unos relatos regidos por la «imago», noción que pretende albergar y suplantar la realidad en lugar de evocarla. De radical importancia resulta la aportación narrativa de Severo Sarduy y, muy especialmente, su concepto de neobarroco, en el que el novelista pretende reflejar la ruptura del pensamiento con la idea de homogeneidad y la conciencia de descentralización y ausencia de referentes objetivos que han marcado los fundamentos espistemológicos del saber moderno. En novelas como Cobra o De dónde son los cantantes, Sarduy parte de la artificialidad de unos textos que son concebidos como tejidos y que aluden exclusivamente a sus confección, olvidando siempre el desenlace de su trama. También Carlos Fuentes, en su novela Terra nostra, se detiene en el periodo inicial del Barroco como momento fundamental del cambio y del paso a una nueva era marcada por la ausencia de analogías ordenadoras y la carencia de centros objetivos en la concepción de la realidad. De nuevo E. Becerra nos ilustra tan intrincadas reflexiones con las palabras de pensadores tan imprescindibles para el problema contemporáneo del lenguaje como Jaques Derrida, Umberto Eco —con sus conceptos de «estructura ausente» u «obra abierta»— o Roland Barthes, quien insiste en el carácter enfáticamente significante de la literatura actual, ante el reconocimiento de la ausencia evidente de significados.

    Fruto de la reflexión en torno a las obras analizadas, E. Becerra concluye en la consideración de estas manifestaciones narrativas como «expresiones de nada», donde el único testimonio que se revela es el de la «mera realidad de su acontecer». La cosecuencia positiva de este proceso destructor que parecen emprender las obras metaficcionales analizadas —meros «campos de probabilidad», en palabras de Umberto Eco— será el de la libertad incesante de sus formas, una vez liberadas de los imperativos de cualquier mensaje y afirmada la «disolución del tema». La narrativa de la escritura, como «merodeo incesante por la orilla de un vacío», se erige como «inmensa ceremonia de la simulación», donde el texto busca evidenciar sólo las circunstancias que rodean al hecho objetivo, pero nunca el hecho en sí, pues éste resulta ser siempre finalmente un vacío. Concluye E. Becerra sus reflexiones revelándonos la utópica y redentora finalidad trascendental de unas creaciones cuya naturaleza se nos ha presentado como devastadora en sus mecanismos más profundos. En su deseo de explorar los espacios recónditos del espíritu, la obra de la escritura buscará, no ya aludir o representar organismos de la realidad exterior, sino conformarse ella misma como cuerpo objetivo para poder experimentar una verdadera fusión con lo real. E. Becerra nos remite a la correspondencia propuesta por Todorov entre el deseo humano y la experiencia literaria, pues en ambas se encarna el deseo de apropiación de lo que se halla ausente: el cuerpo ajeno para el deseo humano y las cosas para el lenguaje. La lectura de E. Becerra intuye en estas obras la conciliación última entre literatura y erotismo, pulsiones humanas ambas que insinúan la posibilidad de una totalización, pero cuya existencia se encarna siempre en el trance del deseo, más que en su satisfacción. Escritura y cuerpo erótico vivirán siempre el común «momento anhelante» de una plenitud inalcanzable.

    Como epílogo a su trabajo, E. Becerra nos ofrece el interesante análisis de la novela de Jorge Enrique Adoum Entre Marx y la mujer desnuda, obra que testifica el inicio del ocaso de la novela de la escritura. A pesar de que Enrique Adoum parte de los presupuestos de dicha novelística, su orientación será, sin embargo, la de cuestionarlos, dejando aflorar la escasa utilidad y operatividad de unas obras marcadas por el «ensimismamiento intelectual» e incapaces de dar fe del difícil momento histórico vivido en Hispanoamérica. Adoum ya no inscribe la ficción de su relato en un plano de abstracción epistemológica, sino que busca el compromiso con el momento histórico en el que éste se inscribe. A pesar de ello, y aunque esta novela ilustra «el callejón sin salida» al que había llegado la narrativa objeto de este estudio, Adoum no renuncia a la autorreferencialidad en su novela, que parece debatirse en torno al gran conflicto esencial del arte contemporáneo: la necesidad y el compromiso de emprender la acción transformadora de la realidad y el desencanto ante la incapacidad de hacer real tal utopía.

    El extraordinario trabajo de E. Becerra nos adentra en los vericuetos de unas obras marcadas por la experimentación que ha caracterizado a la novelística más sobresaliente de la segunda mitad de nuestro siglo. En su relevante esfuerzo crítico, no sólo son desmenuzados con lucidez y transparencia los mecanismos interiores de este enrevesado quehacer narrativo, sino que, además, son establecidos los condicionamientos sociales, filosóficos y culturales que dieron lugar a su origen y que, en definitiva, no son otros que los del pensamiento contemporáneo.

I. Moreno García

 

José Luis Muñío Valverde, El gerundio en el español medieval (s. XIIXIV), Librería Ágora, Málaga, 1995, 199 págs.

    Esta monografía representa una aproximación somera a las estructuras sintagmáticas del gerundio en un corpus de textos medievales castellanos (citados en las págs. 197-199), atendiendo a su significado y función. Los numerosos ejemplos, entresacados de los pasajes de las obras consideradas, ilustran los tipos de construcción medieval más frecuentes. Las fuentes de las que se ha servido el autor son literarias, en su mayoría. Hubiera sido muy enriquecedor para el estudio haber contrastado los ejemplos con otros de carácter no literario (textos científicos, forales, jurídicos o de otro tipo), junto con los textos «novelescos» y «poéticos».

    En el primer capítulo, se consideran detenidamente las estructuras (7400 ejemplos), donde aparece la forma verbal no personal, con objeto de obtener una visión clara de la colocación del gerundio. Los resultados cuantitativos —expresados en porcentajes—, sobre la coincidencia del sujeto del gerundio con el sujeto del verbo personal, la anteposición del gerundio a la forma personal o su posposición se representan gráficamente en los cuadros de las páginas 60-62, aunque inexplicablemente falta algún comentario sobre ellos o alguna explicación. Fundamentalmente, son dos los aspectos que sobresalen en la Distribución de estructuras medievales del gerundio: a) en el 70% de los casos, el sujeto del gerundio es el mismo que el del verbo personal; b) lógicamente, de acuerdo con el orden de palabras en español, desde sus orígenes, predomina la posposición de la construcción con gerundio (54% de los casos). En el estudio subyace una aspiración a establecer, ciertamente, relaciones con las construcciones de gerundio en el español de nuestros días; sin embargo, no se llegan a realizar nunca comparaciones explícitas ni se aportan ejemplos actuales (literarios, orales, periodísticos, administrativos o jurídicos).

    Las funciones del gerundio como complemento circunstancial o adyacente nominal se han considerado en el segundo capítulo (págs. 63-90), sin que se desprendan conclusiones claras sobre su uso en la lengua medieval, frente a la lengua renacentista o a los orígenes del idioma. El tercer capítulo (págs. 91-112) profundiza en los valores semánticos (temporales, modales, instrumentales, causales y concesivos) del gerundio, mostrando su «considerable aptitud para la expresión de diversas determinaciones del verbo personal mediante las más variadas combinaciones sintácticas» (pág. 112).

    Por último, el capítulo cuarto se ocupa del gerundio con la preposición en (con función circunstancial y valor temporal) y el capítulo quinto de las perífrasis verbales con gerundio: sus usos, valores y verbos auxiliares (de movimiento, de estado, reposo y permanencia) que lo acompañan. Se constata que tales construcciones perifrásticas «presentan, a grandes rasgos, los mismos matices que se les asignan en la lengua actual, pero ofrecen mayor flexibilidad y variedad de combinaciones sintácticas» (pág. 182).

    El título podría llevarnos a pensar que se trata de un estudio historicolingüístico del gerundio a lo largo de los siglos XII, XIII y XIV. Sin embargo, faltan planteamientos diacrónicos o históricos rigurosos, que puedan explicar los millares de construcciones consideradas y que ahonden en el significado, función, frecuencia de empleo, valores literarios, coloquiales o pragmáticos del gerundio en la lengua medieval. Además, una investigación de tales características precisa una cronología precisa de las construcciones comentadas, que sobrepase el mero cómputo estadístico de las estructuras, sin discriminación de su carácter lingüístico y de sus aspectos cronológicos.

M. Galeote

 

Rafael Lapesa, Léxico e historia: I. Palabras (volumen preparado por J. R. Lodares en colaboración con el autor), Istmo (Col. Biblioteca Española de Lingüística y Filología), Madrid, 1992, 232 págs.

    En este primer volumen de Léxico e historia se ofrece una selecta hacina de artículos de Rafael Lapesa —alguno inédito y otros ya impresos en anteriores publicaciones—, escritos en diferentes momentos de su larga y fructífera trayectoria científica. Los más antiguos vieron la luz en la Revista de Filología Española en los años 1930 y 1931. Todos comparten el interés constante de su autor por la historia del vocabulario románico.

    Como señala el compilador, por una parte, la obra muestra el quehacer filológico del maestro y sirve de complemento a sus monografías sobre historia literaria y lingüística; por otra parte, viene a llenar el vacío en una parcela donde escasean las visiones de conjunto. Por eso, nos parece realmente loable que esta colección de Istmo, dirigida por José Polo, haya acogido el Léxico e historia, referencia ineludible de ahora en adelante para los investigadores.

    Los diecisiete trabajos sobre las Palabras se agrupan en tres secciones: a) Etimologías (la más extensa, con once artículos); b) Lexicología y semántica y c) Toponimia y antroponimia (cada una con tres artículos). El volumen se completa con la bibliografía y tres índices: 1) índice de palabras, frases hechas, topónimos y nombres propios; 2) índice de fenómenos ortográficos, fonéticos y morfológicos; y 3) índice de autoridades citadas en el texto.

    En la 1ª parte se analiza la etimología de términos y palabras, documentados durante la época medieval en textos literarios, colecciones diplomáticas, textos forales y de otro tipo: los derivados españoles del latín sulcus; vocablos del siglo XIII (documentados en las obras de Berceo o del Arcipreste de Hita, en el Fuero de Madrid, etc.) y varias notas lexicológicas sobre palabras como bigote, préstamo en español y portugués. Asimismo, el estudio historicolingüístico de latinismos (ínsula), arcaísmos (linencia, linenciar linencioso) semicultimos (cabillo, capillo «cabildo») y otras bases léxico-semánticas de origen extranjero, junto al esclarecedor análisis del origen provenzal del nombre español, vienen a engrosar la sección más extensa del libro (111 págs.), que se cierra con el capítulo sobre los orígenes románicos de las palabras chanzón, chanzoneta, chancha, chanza, chanzaina, chanfaina y sus derivados.

    La primera colaboración (págs. 115-134) de la 2ª parte versa sobre aspectos semántico-lexicológicos del Setenario de Alfonso X, cuyo interés léxico —en opinión del propio Lapesa— «no se reduce a sus definiciones y etimologías: en este libro primerizo se registra el vocabulario disponible en castellano para la exposición doctrinal al iniciarse la aventura intelectual y lingüística de las grandes empresas alfonsíes» (pág. 131).

    Los otros dos capítulos se centran en los llamados cultismos de acepción, escasamente tenidos en cuenta hasta ese momento: nos referimos a los latinismos semánticos de la poesía lírica de Garcilaso de la Vega (págs. 135-151) y de Fray Luis de León (págs. 153-165). Lapesa repara en un aspecto muy sutil de la técnica y de la maestría garcilasianas, consistente en servirse de algunas voces patrimoniales del idioma con una acepción latina: animoso, avena, comprehender, conducir, convertir, corromper, dañar, declinar, despreciar, diputar (deputar), diverso, enajenar, estudio, fatigar, felice, etc. Este recurso estilístico es otro ejemplo de la elaboración encubierta, que subyace bajo el artificio de la naturalidad de Garcilaso.

    Por su parte, Fray Luis de León, cuyo estilo se caracteriza por la parquedad en la incorporación de voces nuevas al castellano, acude también con frecuencia al latinismo semántico: leño, despreciar, fatigar, aplicar, perdonar, declinar, pedir, desesperar y otros ejemplos. Estas «palabras ya asentadas en el idioma aparecen en Fray Luis con un sentido inusitado que corresponde a precedentes latinos» (pág. 155). Lapesa sugiere, en este punto, que la repercusión de estas desviaciones semánticas en el desarrollo posterior de la expresión poética española pudo ser mayor de lo que se cree comúnmente.

    Las páginas que cierran el volumen están dedicadas a la toponimia y la antroponimia españolas. Siempre le interesaron al investigador de la historia de la lengua española los nombres de lugar, porque encarnan nuestra «herencia histórica y lingüística». No son nombres desposeídos de significado, meras etiquetas, sino palabras plenas de sustancia semántica, que los poetas —sobre todo los del 98— han empleado por su capacidad evocadora y poética: Ríoseco, Ríofrío, Montealegre, Torreblanca, Villarrubia, Tierra de Campos, La Umbría; Araduey, Segovia, Astorga, Mérida; Santa Olalla, San Ciprián; Benicarló, Medina del Campo, Gibralfaro, Castro del Río, Aguilar de la Frontera; Santiago de la Espada, Villanueva de los Infantes y La Carolina, entre tantos otros millares que podrían recordarse, muestran la relación entre el hombre y la tierra por donde camina, batalla y sueña. La acrisolada historia de la Península Ibérica resplandece con nuevo brío en estos nombres de origen ibérico, vasco, latino, germánico, árabe o romance, que representan un archivo histórico de indiscutible importancia para la historia del español. Este aparente «depósito de fósiles» toponímicos es un valioso auxiliar de nuestra historia lingüística: permite documentar cambios fonéticos del español en su etapa primitiva, contrastar las tendencias patrimoniales con las reacciones cultistas de la lengua, conocer la cronología de un fenómeno y su desarrollo en función de las áreas toponímicas, etc. Así, pues, ahondando en este campo de la toponimia y de la antroponimia (Aldonza, Dulce, Dulcinea o Sancho) podemos hallar incitantes y sugerentes propuestas para la investigación.

    En fin, todas estas contribuciones de R. Lapesa a la filología y a la lingüística hispánica destacan por el rigor en el análisis histórico, la claridad expositiva, la metodología impecable, la expresión ajustada y el juicio siempre atinado del maestro.

M. Galeote

 

Juan M. Lope Blanch, Nuevos estudios de lingüística hispánica, Universidad Nacional Autónoma de México, Méjico, 1993, 207 págs.

    Volumen en el que el autor recoge quince trabajos —ponencias a congresos y artículos aparecidos en homenajes, revistas y libros colectivos— de 1984 a 1990; dos de ellos: «La elección de una norma lingüística válida para los medios de comunicación» (1983) y «El español de América y la lingüística hispanoamericana» (1990) son inéditos. Los estudios aquí concentrados se pueden organizar en torno a cuatro temas de singular importancia para el hispanismo general de ambas orillas, más otros dos (los dos últimos artículos del volumen) que quedan, aparentemente, descolgados del resto. La intención del autor no es otra que recordar, otra vez, que entre las variedades del español hablado y escrito en ambos mundos hay más semejanzas que diferencias por lo que respecta a la arquitectura morfosintáctica; es decir: frente a las variantes geográficas peculiares de cada zona, el español mantiene una homogeneidad estructural.

    Los cuatro primeros estudios abordan la frecuencia de uso de las unidades morfosintácticas superiores —cláusula, oración, frase, prooración y período— (para la definición de estos conceptos, véase además del mismo autor: «Unidades sintácticas (recapitulación)», Revista de Filología Española, LXI, 1-4, 1981, 29-63), en las hablas culta y popular y en el lenguaje escrito literario de diversos países hispanoamericanos y de España. En «El análisis gramatical de la cláusula» (1984; 1990; 1993, 5-19), el autor analiza las unidades sintácticas en un corpus que recoge las manifestaciones oral y escrita, principalmente de Méjico y de Madrid. Comprueba que entre lengua literaria y habla culta no existen grandes diferencias en cuanto a la organización de las unidades: oraciones constitutivas de las cláusulas, estructura sintáctica de la cláusula, períodos copulativos y subordinación adjetiva; en cambio, la subordinación causal es más frecuente en el habla popular que en las otras dos manifestaciones. En el estudio comparativo de cinco escritores mejicanos contemporáneos y algunos textos y autores de diversas épocas no modernas, Lope Blanch observa que el género literario y el estilo particular de cada autor condicionan el empleo de las estructuras sintácticas; llega a la conclusión de que los textos que presentan una mayor complejidad léxica de la oración poseen un tipo de cláusula con simplificación oracional. Esta diferencia es la que se encuentra, por ejemplo, entre ensayo y novela o entre Quevedo y Gracián.

    En «La estructura de la cláusula en el habla de Buenos Aires» (1989; 1993, 21-30), el autor toma al azar cinco muestras de igual extensión y de carácter narrativo, de los materiales publicados en El habla culta de la ciudad de Buenos Aires: materiales para su estudio (1987), y compara la situación de las unidades sintácticas en el habla de la capital argentina con las hablas cultas de Méjico, San Juan de Puerto Rico, Santiago de Chile, Caracas y Madrid. Las conclusiones a las que llega Lope Blanch son elocuentes: 1) una gran variedad entre los informantes, que pertenecen a tres generaciones sucesivas; 2) similitudes y coincidencias entre las hablas de las ciudades estudiadas en cuanto al uso de las estructuras sintácticas superiores; 3) proximidad del habla de Buenos Aires a la que sería la norma hispánica general; y 4) mayor afinidad entre el habla de Buenos Aires y el de Caracas. En cuanto a las relaciones entre la capital argentina y Madrid, los datos revelan semejanzas solamente en los criterios de palabras por oración, coordinación de estructuras y subordinación sustantiva.

    El mismo procedimiento metodológico lleva a cabo el autor en «La estructura de la cláusula en el habla culta de Bogotá» (1988; 1993, 31-43), estudio basado en las encuestas recogidas en El habla de la ciudad de Bogotá. Materiales para su estudio (1986). De los resultados del análisis y de la comparación con las hablas de las ciudades mencionadas en el artículo anterior, el autor extrae la conclusión de que el habla bogotana no se desvía de la norma hispánica general, puesto que coincide en sus fundamentos sintácticos con el resto de las hablas hispánicas. En el último trabajo dedicado a las unidades sintácticas —«Vitalidad de los diversos períodos gramaticales en español» (1993, 45-57)—, se presenta un balance general, en el que se afirma que la variedad idiomática se encuentra en la diacronía y en el estilo particular de autor.

    Una segunda zona recoge estudios dedicados a algunas contrucciones sintácticas: sobre los relativos («Peculiaridades sintácticas de los relativos en el habla culta de Madrid», 1989; 1993, 59-70; trabajo que continúa otros del autor: «Duplicaciones en el habla culta de Madrid», Hommage à Bernard Pottier, 1988, vol. II, 493-498, y «Despronominalización de los relativos», Hispanic Linguistics, I, 1984, 257-272), y sobre la locución conjuntiva desde que («Un canarismo sintáctico en Galdós», 1991; 1993, 71-87; y «Desde que y (en) donde: sobre geografía lingüística hispánica», 1992; 1993, 89-102). Para Lope Blanch, el desdoblamiento funcional de los relativos es el rasgo sintáctico más general del habla culta madrileña. Las encuestas (El habla de la ciudad de Madrid. Materiales para su estudio, CSIC, Madrid, 1981) revelan, por un lado, que el pronombre que es el relativo más usado en el habla; sustituye a cuando y, sobre todo, a cuyo, pronombre éste con una frecuencia de empleo muy baja y, por otro lado, que la desparición de la preposición delante del relativo es una de las anomalías más frecuentes en el habla de Madrid. En cuanto al uso de la locución conjuntiva desde que con el sentido de «anterioridad inmediata» referida no sólo al pasado (Desde que lo supe, se lo dije a él, Dejó de trabajar desde que le tocó la lotería; Desde que entró en casa, olí a gas), sino también al futuro (Desde que llegue al aeropuerto, te telefonearé; «Nos liberaremos, [...] desde que hayas cumplido tu misión» —Pérez Galdós—, Desde que llegue el verano, me voy a la playa; Desde que lo vea, le doy tu recado, Desde que venga se lo diré) la documenta el autor en las variedades del español hablado en la República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico, Colombia, Cuba, Andalucía occidental —provincias de Cádiz, Huelva y Málaga—, en Tenerife y en el español escrito, a modo de rasgo dialectal, en algunas de las novelas de Galdós (Fortunata y Jacinta, Angel Guerra, La Fontana) y en La luna no era de queso, del autor puertorriqueño José Luis González. Para Lope Blanch, este fenómeno —de origen español— es otra prueba más de las coincidencias entre las variedades del español de ambos mundos.

    Un tercer grupo de trabajos —«Polimorfismo y geografía lingüística», 1992; 1993, 103-116; «La elección de una norma lingüística válida para los medios de comunicación», 1983; 1993, 117-125; y «El español de América y la norma lingüística hispánica», 1989; 1991; 1993, 127-136—, tiene carácter metodológico. Para el autor, el polimorfismo («concurrencia de dos o más formas diferentes capaces de desempeñar indistintamente una misma función», pág. 103) es un fenómeno ligado al cambio lingüístico. Distingue entre polimorfismo individual y colectivo o dialectal, que está condicionado por los factores sociocultural, generacional y profesional. El autor expone el procedimiento seguido por él mismo en la recogida de materiales orales tendentes al estudio de las variantes fonéticas (polimorfismo) en Méjico y, en definitiva, al estudio del grado de polimorfismo en esta zona geográfica. Por lo que respecta a la norma hispánica, la posición de Lope Blanch es muy conocida en el ámbito del hispanismo: junto a la indudable vitalidad de normas particulares, propias y específicas de cada zona geográfica diferenciada, existe una norma hispánica general de imposible definición o delimitación —no existe la norma hispánica ideal—, pero que se puede concretar en la lengua culta hablada y escrita por todos los hispanohablantes y lo que hace que el español se mantenga uniforme.

    El cuarto grupo de estudios lo forman tres artículos de indudable valor para el futuro de la investigación lingüística: en «Perspectivas de la investigación sobre el español de América» (1989; 1993, 137-147), el autor denuncia la situación en que se encontraban los estudios sobre el español de América hasta la mitad de nuestro siglo y su mejoría a partir de entonces debido, fundamentalmente, a la preparación científica de los investigadores y a la participación en trabajos colectivos. «El español de América y la lingüística hispanoamericana» (1990; 1993, 149-165), es un magnífico conjunto de ideas programáticas, ya conocidas, de gran interés para la elaboración de futuros estudios en el campo del español de América; de las recomendaciones, cabe destacar a modo de objetivos: 1) prestar más atención al objeto de estudio que al método mismo (crítica a la modernidad mal entendida); 2) estudiar conjuntamente lengua y literatura (escuela de Menéndez Pidal); 3) jerarquizar el trabajo en el sentido de llevar a cabo primero el estudio general de la lengua y después los estudios particulares de las variedades lingüísticas geográficas (de lo general a lo particular); y 4) trabajar colectivamente, sobre todo en proyectos ambiciosos y de gran alcance. El tercer trabajo de este grupo de ensayos —«El proyecto de estudio histórico del español americano» (1992; 1993, 167-179)— es un informe y un alegato, muy comunes y repetidos en el autor: informe sobre la elaboración del «Proyecto de estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Hispanoamérica», y alegato en favor de los estudios históricos de las variedades lingüísticas del español americano.

    Finalmente, en «La lingüística en la Universidad de México: un precursor sin par» (1987; 1993, 181-189), el autor dedica un homenaje a la figura de Mariano Silva y Aceves, y en «Entre moyotes, mosquitos o escarabajos» (1990; 1993, 191-203), Lope Blanch estudia la voz azteca moyote con los significados de «mosquito» y «escarabajo volador» en Méjico y sus relaciones léxicas con otras voces designativas de especies volátiles y empleadas igualmente en las diversas zonas geográficas mejicanas: moyote, mosquito, escarabajo, zancudo, mosco, y el antillanismo jején.

J. V. Torres Caballero

 

Rafael Lapesa, Léxico e historia: II. Diccionarios (volumen preparado por J. R. Lodares en colaboración con el autor), Biblioteca Española de Lingüística y Filología, Istmo, Madrid, 1992, 120 págs.

    La crestomatía Léxico e historia de Rafael Lapesa recopila en esta segunda parte, subtitulada Diccionarios, los resultados de su investigación lexicográfica, centrada fundamentalmente en el Diccionario histórico de la Lengua Española (DHLE). Esta obra representa, a nuestro juicio, un complemento imprescindible del primer volumen, dedicado al estudio histórico de las Palabras.

    Los artículos incluidos se clasifican en dos partes, la primera (págs. 13-61) más extensa, con siete aportaciones al estudio del dhle, y la segunda (págs. 65-109), más breve, con dos aportaciones concretas sobre alma y ánima en el Diccionario, que son de interés «para la metodología lexicográfica, para la lexicografía histórica y para el estudio formal, semántico y teórico de la fraseología» (pág. 65), seguidas de un apéndice (dos prólogos, una reseña en francés de una obra de J. Casares y unas notas extraídas de las contestaciones a discursos académicos de Julián Marías, F. Lázaro Carreter, M. Seco y E. Lorenzo). Como el volumen anterior, éste se cierra con unos índices auxiliares de palabras y autores.

    Como es bien sabido, R. Lapesa ha participado activa y afanosamente en la elaboración del DHLE, tarea ardua por su propio carácter de vasta recopilación histórica y por haberse convertido el español en una lengua difundida secularmente por extensos confines, que se caracteriza por una acusada variación dialectal y sociolingüística, que va desde las innovaciones de las modernas áreas urbanas peninsulares, hasta las gigantescas urbes de Hispanoamérica (México, Santiago de Chile, Lima o Bogotá), pasando por el arcaísmo de las zonas rurales de Andalucía, por ejemplo, o de la isla de Chiloé —último reducto colonial español en el Sur de Chile—, tan ligada a sus mitos ancestrales.

    A pesar de estas dificultades, que el español no comparte con otras lenguas románicas, la Academia prosigue la empresa del DHLE a través de su Seminario de Lexicografía, empeñada en no contentarse con almacenar el léxico literario exclusivamente, sino también el «riquísimo caudal de voces populares, tanto de uso general como de áreas geográficas más o menos restringidas» (pág. 27) y el contenido en la literatura costumbrista, en los vocabularios regionales y en las monografías dialectales. Junto con las voces del dominio lingüístico castellano van los regionalismos astur-leoneses, alto-aragoneses y los del castellano en áreas bilingües. No se han establecido límites para los americanismos y regionalismos americanos. Por su parte, los indigenismos se incluirán siempre que hayan experimentado la correspondiente acomodación a la estructura lingüística del español, lo mismo que los extranjerismos. Dicho en palabras del propio Lapesa: «Nuestro Diccionario pretende registrar el vocabulario de todas las épocas y de todos los niveles, desde el señorial y culto hasta el de la plebe; desde el léxico empleado en toda la extensión del mundo hispánico hasta el muy restringido de un país o de una región española o hispanoamericana; desde el más duradero a aquél cuya vida ha sido efímera» (pág. 34).

    Tras la publicación de los primeros fascículos del DHLE, los trabajos sobre las entradas alma y ánima (junto con su rica fraseología) y los que se incluyen en el Apéndice prueban de manera manifiesta la envergadura de la labor emprendida.

    A través de las páginas de este libro, su autor va desvelando pacientemente, en cada una de las contribuciones —como si se tratara de antiguos recuerdos—, los entresijos (antecedentes, preparativos, recursos, proyectos, límites, primeros resultados, etc.) del memorable proyecto de un Diccionario histórico de la Lengua Española, que ya ha dado frutos sabrosos, y cuyo autor se afana y se desvela por corregir las galeradas de la letra z.

 

M. Galeote

Juan M. Lope Blanch, Ensayos sobre el español de América, Universidad Nacional Autónoma de México, Méjico, 1993, 290 págs.

    Volumen en el que el autor recoge catorce trabajos —ponencias a congresos, mesas redondas, coloquios, simposios, y artículos—, de 1975 a 1990, de los cuales cinco tienen el valor de ser inéditos, los que llevan por título: «La lengua española en Mesoamérica», «Caracterización del español de México», «La defensa del idioma nacional», «La geografía lingüística y el Atlas de México» y «Consideraciones sobre la influencia de las lenguas amerindias en el español de México». A pesar del título del libro, los estudios abordan fundamentalmente el español de Méjico.

    Un primer grupo de estudios tiene un carácter general informativo y programático; así, en «La sociolingüística y la dialectología hispánica» (1975; 1976; 1993, 7-35), se delimitan los campos de acción de cada una de las disciplinas y sus relaciones. El interés del autor es observar de qué manera la sociolingüística puede servir para los estudios dialectológicos, partiendo del hecho de que ambas ramas tienen objetivos y metodologías diferentes. Llega a la conclusión de que la dialectología se dedica exclusivamente al habla, popular o culta, urbana o rural, y la aportación de la sociolingüística se reduce a la consideración del factor social. El contenido de «El estudio histórico del español de América» (1989; 1992; 1993, 95-107) es el mismo que otro incluido en Nuevos estudios de lingüística hispánica, UNAM, Méjico, 1993, («El proyecto de estudio histórico del español americano», 167-179), en el que el autor, sin rechazar la perspectiva sincrónica, defiende una postura historicista necesaria para la adecuada descripción y comprensión de los fenónemos lingüísticos del español americano. Desde otro punto de vista, el autor denuncia el escaso interés que parece ha suscitado el español hablado en Centroamérica, al menos en la fecha de elaboración de la conferencia «La lengua española en Mesoamérica» (1985). A juicio de Lope Blanch, la casi totalidad de estudios monográficos dedicados a estas variedades se limitan al plano léxico, con una notable ausencia de estudios generales que indiquen la norma de los países involucrados en esta área geográfica. El título de la conferencia es, en realidad, una escusa para hablar de lo que más conoce el autor: la situación dialectal mejicana. Para aquél, en Méjico existen al menos trece zonas dialectales diferenciadas, trece variedades lingüísticas dentro del complejo idiomático de aquel país. Un ejemplo vivo son las cuatro realizaciones extremas del fonema palatal sonoro / y /: frivativa [y] del altiplano central y de todo el meridional, africada [y] de las hablas yucateca y chiapaneca, rehilada [y] o [z] de Tabasco y territorios próximos al Distrito Federal, y abierta [y] peculiar de la península de la Baja California, las costas de Sinaloa y Sonora. Relacionado con el contenido de esta conferencia se encuentra otra —«Caracterización del español de México», 1984; 1993, 119-136— en la que el autor presenta interesantes opiniones, a modo de conclusión, seguidas hoy por la mayoría de los investigadores por su evidencia y por el sentido común que demuestra Lope Blanch: a) la lengua llevada a América no solamente era popular o vulgar, fueron allí también personas letradas; b) no existió, ni existe una homogeneridad lingüística; las lenguas amerindias no han influido intensamente en la mayoría de las variedades del español hablado en América y, por ejemplo, en Méjico, la influencia es casi insignificante; d) es imposible hablar de un «español de Méjico», de un «español de América» y de un «español de España», pues las variedades geográficas son claramente diferenciadoras; e) la situación lingüística de Méjico reproduce en su interior la compleja situación del español americano en general: variedad y polimorfismo; variedad explicable por la extensión territorial y por la diversidad cronológica y demográfica de las sucesivas colonizaciones; y polimorfismo —fonético, morfosintáctico y léxico— entendido como síntoma de vitalidad idiomática, no como arcaísmo o conservadurismo; y f) la variación dialectal mejicana viene determinada por el hecho de la diferente proporción con que un fenómeno se produce en unas y otras regiones. Desde el punto de vista fónico, los fonemas que presentan un mayor número de variantes en el español de Méjico son: / s, r, y, n, f, x /.

    No podían faltar en el volumen estudios informativos referentes al levantamiento del Atlas lingüístico de Méjico («La geografía lingüística y el atlas de México», 1987; 1993, 247-262; y «El atlas lingüístico de México», 1990; 1993, 219-245), magna obra e importante labor dialectológica llevada a cabo por Lope Blanch y un equipo de eficaces colaboradores. Trabajos en los que el autor hace la «historia de un proyecto» que finalmente pudo hacerse realidad. Las observaciones metodológicas, basadas en la experiencia, despiertan un especial interés para trabajos similares en otras zonas geográficas.

    Los estudios más llamativos son, sin duda, los dedicados a la relación entre el español y las lenguas amerindias en los territorios americanos y, sobre todo, en Méjico («Un caso de interferencia amerindia en el español de México», 1982; 1984; 1993, 277-285; «Consideraciones sobre la influencia de las lengua amerindias en el español de México», 1987; 1993, 263-275; y «La originalidad del español americano y las lenguas amerindias», 1990; 1993, 37-93, brillante trabajo éste en el que rebate punto por punto las ideas centrales de las tesis de Angel Rosenblat: indigenismo, división lingüística de Méjico en tierras altas y tierras bajas, y hablas andaluzas como prolongación del castellano). El objetivo de Lope Blanch no es otro que desmitificar la influencia que se supone ejercieron y ejercen las lenguas nativas sobre las variedades de español hablado en Méjico. Para él, las lenguas amerindias no han interferido realmente en el sistema lingüístico español, por lo tanto no hace falta buscar razones externas a nuestra lengua para dar cuenta de los hechos lingüísticos. Por lo que se refiere al español general hablado en Méjico, esas influencias —del maya y del nahoa, sobre todo— se reducen a los siguientes rasgos lingüísticos: en el dominio fonológico, empleo del fonema prepalatal sordo / s / en palabras como mixtamal, mixiote, xixi, xales o xoxa ; en el dominio fonético, el sonido dentoalveolar, africado, sordo [s] que se encuentra en voces como Tepotztlán, Quetzalcóatl, Tzintzuntzan, quetzal, etc., y la especial articulación del grupo tl —fonema lateral sordo / l / del nahoa—, tanto en palabras de origen hispánico (división silábica: A-tlán-tico) como americanas (escuintle); sonido que, a juicio del autor, es la peculiaridad fonética del español mejicano más singular y distintivoa. En el ámbito morfosintáctico, el nahoa dejó el sufijo -eco (yucateco, guatemalteco, chiapaneco) y probablemente el sufijo despectivo -iche (pediche, metiche, caguiche). Por último, el vocabulario es, según el autor, el campo donde verdaderamente se percibe esa influencia indígena; influencia que, a pesar de todo, no es tan abundante como se cree. Por otra lado, en la única zona bilingüe del país —Península de Yucatán— el maya convive con el español en una situación de bilingüismo armónico con un total del 46,70% de bilingües frente al 44,50% de monolingües; bilingüismo que perdurará en el futuro gracias a la consideración social de prestigo de esta lengua indígena. Para Lope Blanch, hay un caso de interferencia del maya sobre el español en Yucatán: aparición de «clausuras glotales», propias de aquella lengua. En maya existe un fonema glotal —sonido oclusivo glotal— con la correspondiente función fonológica; en el español yucateco, en cambio, dicha unidad no es funcional; por lo tanto, la influencia abarca únicamente esa especial articulación.

    Sobre los peligros que acechan al español, el autor dedica un estudio —«La defensa de la lengua nacional, 1975; 1993, 137-148»— en el que expone las preocupaciones de todo profesional ante los neologismos, las incorrecciones y la presunta y debatida fragmentación del idioma. La opinión de Lope Blanch es clara, rotunda y compartida: es más preocupante la actitud de los hablantes ante los fenómenos que los fenómenos mismos; un neologismo innecesario o un error sintáctico pueden ser corregidos de inmediato, pero la actitud de indiferencia, descuido o desidia solamente se puede corregir a largo plazo; es decir, en y desde la escuela. Sobre los anglicismos, el autor considera de urgente corrección los llamados «de lujo», innecesarios, los calcos semánticos y sintácticos que se introducen de una manera casi imperceptible. Sobre la hipotética fragmentación, el autor lleva decenios afirmando que estamos ante un temor carente de todo fundamento, pues la unidad del sistema no se ha resquebrajado a pesar de las enriquecedoras diferenciaciones dialectales, propias de una lengua como el español.

    Para Lope Blanch, la norma de la ciudad de Méjico sirve de modelo para las demás normas regionales mejicanas; sin embargo, en la metrópoli se producen «desviaciones» respecto de la hipotética norma ideal hispánica. «Anomalías en la norma lingüística mexicana», 1989; 1992; 1993, 149-156, es una aportación en la que el autor da cuenta de las mencionadas desviaciones, que se limitan a unos pocos casos en el ámbito morfosintáctico: errónea concordancia —pluralización— del pronombre átono en la secuencia se lo (Di el recado a mis padres–se los di); personalización del verbo haber en su uso impersonal (Hubieron fiestas); empleo de las preposiciones hasta y desde sin referencia a límite final o inicial en construcciones de sentido durativo (Hasta mañana pagan, Viene hasta las once, Desde el lunes llegó Fulano); y falsas concordancias del adverbio medio (Son medios tontos, Están medias locas) y del indefinido poco precedido de artículo (Dame una poca de agua). Ante estos casos, no es de extrañar que el autor concluya que el español mejicano es fiel a la norma hispánica general. Una de estas desviaciones —el singular empleo de la preposición hasta— es objeto de un matizado análisis en «Precisiones sobre el uso mexicano de la preposición hasta», 1990; 1993, 157-189; mejicanismo sintáctico en el que la preposición introduce un complemento temporal o locativo en estructuras oracionales afirmativas: Viene hasta las diez, Hasta mañana lo entierran, y que, en el español general, iría construida en forma negativa: No viene hasta las diez, No lo entierran hasta mañana o, en algunos casos, en forma afirmativa con cambio de preposición: Viene a las diez. Fenómeno interpretado como cambio de significado de la preposición: desplazamiento del sentido final al inicial y valor enfático o intensivo. Construcción tendente a su normalización y empleada con mayor intensidad en el habla popular (55,90%) que en la culta (13,60%).

    La fonética también está representada en este volumen con dos aportaciones ya clásicas del autor: «La labiodental sonora en el español de México», 1988; 1993, 199-218; y «Una nota sobre la sibilante africada», 1989; 1993, 191-197. Para Lope Blanch, en el español de Méjico solamente se encuentran testimonios de la llamada v pedante, ultracorrecta o afectada —sonido labiodental sonoro—, en elocuciones formales o en discurso enfático, principalmente en locutores de radio y televisión; dicho sonido, y fonema —inexistentes en español—, se pueden encontrar en cualquier posición de la palabra y en contacto con cualquier sonido consonántico, sobre todo después de / n / y / l /. Finalmente, el autor comprueba que en Méjico la articulación africada de la / s / —[×]— está condicionada fonéticamente: se produce al menos detrás de / n, l, r / y en posición inicial absoluta; africación registrada en todas las poblaciones estudiadas y en todo tipo de hablantes y de diversa condición socioeconómica.

J. V. Torres Caballero

 

Manuel Mourelle de Lema, El lenguaje publicitario. Aproximación a su estudio, Grugalma, Madrid, 1994, 113 págs.

    La obra del profesor Manuel Mourelle pretende ser un conciso y práctico manual de lenguaje publicitario donde se traten aspectos fundamentalmente lingüísticos. Argumentando la ausencia de títulos de estas características hasta 1994, fecha en la que Mourelle presenta su trabajo, éste aparece como un estudio orientativo para aquellos que se acerquen a la publicidad y la presentación del mensaje como materias de análisis.

    Mourelle comienza haciendo una aproximación al ciclo de desarrollo de la publicidad como forma de comunicación autónoma y definida, al tiempo que marca su creciente protagonismo en los medios a lo largo de la historia. Parte del surgimiento del anuncio en la prensa estadounidense, de su penetración en la radio —momento en el que empieza a adquirir sus modernos atributos—, para trazar más tarde las líneas del panorama actual de medios españoles, calculando el volumen publicitario presente en ellos.

    La publicidad se nos plantea a través de las teorías de Mourelle, como un género informativo útil para el lector-audiencia, apoyado en unos contenidos formativos, con un fin lúdico en el mismo hecho de comunicar, y de interés práctico para el receptor. Según todo esto, podríamos hablar de publicidad periodística, no sin acercarnos a unas cuestionables y peligrosas definiciones, puesto que para considerar la publicidad «género formativo» sería necesario establecer las diferencias entre la naturaleza de estos y otros contenidos «formativos». Los fines de la información periodística, formar, informar y entretener, no tienen nada en común con los del mensaje publicitario: atraer la atención, despertar interés, el deseo de compra, para después provocar esta acción.

    La persuasión, pilar de la comunicación publicitaria, se define como estímulo conductor, motor de actitudes y posicionamientos en una sociedad que, tendiendo a la homogeneización por la norma social, está necesitada de alternativas que den lugar a la pluralidad en la medida de lo posible. La persuasión, para ser tal, requiere de la aplicación de una técnica estudiada, que tiene como fundamento el conocimiento de la lógica de aquellos a quienes se pretende persuadir. Ésta es la clave de la eficacia del mensaje publicitario, junto a la creación y promoción de nuevos valores y esquemas válidos para la sociedad, siempre valores que no vayan en contra de esa norma impuesta.

    El lenguaje verbal es indispensable herramienta para producir el efecto de la persuasión. Elementos como la imagen icónica o plástica, la fotografía, el motivo sonoro no verbal —ruido o música—, refuerzan el sentido y el mensaje, pero no son instrumentos de persuasión por sí solos. La retórica, como «arte de persuadir», implica unas cualidades definidas por los maestros clásicos —aptum, decorum, puritas, perspicuitas y ornatus—, una serie de condiciones que se han visto en cierta medida modificadas con el tiempo, pero que siguen respondiendo en su esencia a los mismos principios: determinados estímulos para idénticas respuestas.

    El recorrido del autor por la reciente historia de la publicidad, le lleva a poner de relieve la evolución en la construcción del mensaje, comparando la fórmula de diversos anuncios de productos semejantes en diferentes momentos del siglo actual. En los años 40, el sintagma del mensaje estaba compuesto por la personificación del producto, la presentación del objeto y el texto; la brevedad era ya entonces una condición indispensable para la penetración del mensaje, junto a la atribución de cualidades en las personas que optasen por la marca anunciada. En el 60, se tiende a la presentación del producto, evitando cualquier personificación: el objeto se hacía más impersonal y se prescindía de vinculaciones, consideradas entonces limitadoras del posible público comprador. Es a partir de los años 70, cuando comienza una nueva etapa en la que el discurso varía y se carga de connotaciones técnicas y científicas que dotan al mensaje de una aparente credibilidad.

    Mourelle entra superficialmente en la valoración de estos fenómenos y cambios, en los efectos producidos sobre las audiencias, o en la influencia de esas alteraciones en los hábitos de consumo, puesto que, al tratarse de un manual de lenguaje publicitario, se limita a desarrollar aspectos gramaticales y lingüísticos. Lo cierto es que estos aspectos, al ser estudiados aisladamente, pueden ofrecer quizás al lector una visión sesgada de lo que es la elaboración del mensaje persuasivo publicitario, donde confluyen un gran número de factores definitivos para alcanzar el principal objeto de la publicidad: convencer.

    Del mismo modo, breve resulta la alusión del autor al tema de la moral en el ámbito de la comunicación publicitaria en lo que al uso del lenguaje se refiere, explicando cómo el conocimiento de la norma, tanto social como del habla, es condición indispensable para hacer un uso justo de la libertad en el ejercicio de esta tarea.

E. Gago Sánchez

 

Juan Antonio Moya Corral y Emilio García Wiedemann, El habla de Granada y sus barrios, Servicio de Publicaciones de la Universidad (Col. Estudios de Lengua Española), Granada, 1995, 324 págs.

    Esta obra ha supuesto la culminación de un concienzudo proyecto de investigación sociolingüística del habla granadina, tras varios años de trabajo continuado de los Doctores Moya Corral y García Wiedemann, profesores de la Universidad de Granada. Los primeros resultados salen a la luz, con un Prólogo de Gregorio Salvador, dentro de una colección del Departamento de Filología Española, al que ambos investigadores pertenecen. Ellos coordinan, además, el equipo de trabajo del Proyecto HAGA (Estudio Sociolingüístico del Habla de Granada) que está acometiendo un análisis riguroso del habla urbana de la ciudad.

    Entre los objetivos que se habían marcado previamente los autores —según se apunta en la Presentación— se encuentran los de «conocer de cerca los aspectos más sobresalientes del habla granadina» y «determinar, con cierta precisión, la estructura del mapa lingüístico de la ciudad» (pág. 11). Ciertamente este estudio sobresale por su minuciosidad y representa una contribución en el campo de la sociolingüística andaluza, que viene a sumarse a los trabajos anteriores sobre fonética y lexicología en la capital granadina —aunque con diferente metodología y alcance— de F. Salvador: «Niveles sociolingüísticos de seseo, ceceo y distinción en la ciudad de Granada», Español Actual 37-38 (1980), págs. 25-32; y Léxico del habla culta de Granada, 2 vols., Universidad de Granada, 1991.

    El trabajo, dividido en cuatro capítulos, responde a una estructura en la que se aprecian claramente una introducción (Capítulo I, págs. 15-63) y dos partes: 1) Análisis del seseo y de la pronunciación de la prepalatal africada sorda /c/ (capítulos II y III, págs. 65-239); y 2) Valoración subjetiva de la distinción, del seseo, del ceceo y de las realizaciones alofónicas fricativas de /c/ (capítulo IV, págs. 241-316). En este sentido, a nuestro juicio, convienen varias observaciones:

    a) En un trabajo como éste, se echa en falta un capítulo con las conclusiones, siempre necesarias y útiles, tanto para el lector como para futuros investigadores que se acerquen a su consulta.

    b) Por otra parte, presuponemos que este volumen es el primero de una serie de estudios posteriores, ya proyectados, que permitirán obtener una imagen global y rigurosa de El habla de Granada y sus barrios, pues el presente estudio se centra sólo en el «funcionamiento de las sibilantes /s/ y /q/ que, según sus manifestaciones conducen al seseo, ceceo o distinción fonológica» y «en la penetración social de las dos variantes africada y fricativa del fonema /ch/» (pág. 49).

    c) Convendría que los colaboradores del Proyecto HAGA profundizaran aún más, en la medida que fuera posible, respecto de las consideraciones historicolingüísticas, imprescindibles para la descripción sincrónica del español en Andalucía y en Granada. De este modo podría ilustrarse y completarse el desarrollo histórico del seseo (expuesto en las págs. 65-66) a través de los siglos y el proceso de fricatización de /c/, con todas sus consecuencias fonológicas (en págs. 111-112).

    d) Asimismo, tras detenerse minuciosa y prolijamente en las características de la población de numerosos sectores urbanos (La Chana, La Paz, Haza Grande, el Barrio de los Pintores, el Barrio de San Antón, de San Matías, etc.), con especial atención al nivel cultural y la ocupación laboral del informante, entre otras variables sociales, los autores seleccionan para su estudio únicamente «dos barrios tradicionales, Albaicín y Realejo, y dos nuevos, Zaidín y Chana». En cambio, las otras zonas se agrupan en un sector único que «naturalmente no es un barrio, sino el resto de los distritos granadinos [...] A este sector lo llamamos Heterogéneo» (pág. 53). Efectivamente, el conjunto de nuevos barrios, demasiado heterogéneo, tal vez no pueda considerarse como una entidad con personalidad, frente a otros sectores urbanos. De este modo, se lograría el equilibrio entre el caudal de datos del primer capítulo y su rentabilidad en los siguientes. Asimismo, convendría que la información dispersa (págs. 53-55 y 84-86) sobre los cinco barrios granadinos que han sido objeto de estudio, se hubiera agrupado en el mismo lugar; y en todo caso, si es necesario, podría haberse establecido un sistema de referencias internas que satisfagan los objetivos específicos de cada cuestión o apartado.

    En fin, la segunda parte del libro —dedicada a la Valoración subjetiva— comprende el capítulo IV (págs. 241-316), donde los autores se detienen a analizar minuciosamente la estimación sociolingüística subjetiva de las variables fonéticas en función de las variables independientes (sexo, nivel generacional, edad, cultura), en cada barrio granadino. A este respecto, destaca el cambio que los investigadores detectan en la valoración subjetiva de los hablantes granadinos ante la realización fonética africada de [c] —a partir de los años cincuenta del presente siglo—, al tiempo que consideran a la 2ª generación como principal propulsora de la variación sociolingüística.

    Entre otras consideraciones que pueden hacerse en torno a este título reseñado, sobre todo pensando en estudios venideros sobre las hablas andaluzas y más concretamente del habla granadina, apuntaremos la atención al polimorfismo fonético, que «como concepto y como realidad lingüística es un hecho innegable» (J. Mondéjar, El verbo andaluz. Formas y estructuras, ed. de P. Carrasco, Ágora, Málaga, [1994], págs. 47-52); conviene atender a las realizaciones alofónicas de /s/ (articulaciones sonoras, aspiradas, ciceantes, relajadas, etc.) y de /q/ (realizaciones aspiradas, siseantes, etc.), registradas en la ciudad. Desde un punto de vista estrictamente formal, no acabamos de comprender por qué los autores (nota 30) prescinden de la notación fonética, máxime cuando nos hallamos ante un análisis estrictamente fonético-fonológico.

    Cabe alguna otra observación, que no puede considerarse en absoluto demérito de un trabajo minucioso y serio: por ejemplo, se analiza la distinción de /s/ y /q/ (págs. 207-208) en función de variables generacionales y culturales sin atender a la influencia de la variable educación escolar de los jóvenes. Es necesario esperar al § 3.7. del tercer capítulo (pág. 235) para encontrar el «conjunto de circunstancias» que explican «la distinción juvenil». Sin embargo, es justo ensalzar la abundancia de gráficos y cuadros con datos estadísticos, elaborados a partir de las encuestas, que ilustran el análisis de cada particularidad fonética y que resultan de un valor inestimable. De esta manera gráfica pueden apreciarse mucho mejor las diferencias sociolingüísticas en el habla urbana granadina.

    La bibliografía que se utiliza, adecuada y necesaria, podría completarse, no obstante, con trabajos teóricos recientes y rigurosos de Juan A. Villena Ponsoda [«Perspectivas y límites de la investigación sociolingüística contemporánea (Reflexiones programáticas a propósito del Proyecto de Investigación del sistema de variedades vernáculas malagueñas)», Estudios de Lingüística de la Universidad de Alicante 5 (1988–89), 237-274; y «Variación o sistema. El estudio de la lengua en su contexto social: William Labov», Analecta Malacitana VII 2 (1984), 267-295; VIII, 1 (1985), 3-45], cuya crítica a la metodología sociolingüística urbana —expuesta ya en La ciudad lingüística, Universidad de Granada, 1994— puede ser muy provechosa para esta investigación en marcha, a la que deseamos toda clase de parabienes.

    En fin, no vamos a excedernos en esta reseña de una publicación que destaca por la novedad en la perspectiva y en la profundidad del análisis, para acercarnos a la compleja realidad sociolingüística de los barrios de Granada. Es la primera vez que se acomete un análisis estadístico, partiendo de fenómenos como el seseo, el ceceo, la distinción y la fricatización del fonema prepalatal africado sordo /c/. Puede afirmarse, sin ningún género de duda, que El habla de Granada y sus barrios constituye en líneas generales un trabajo paciente y detenido que deja una puerta abierta a sus autores para seguir ahondando en el conocimiento sociolingüístico del habla de los barrios granadinos, con resultados tan excelentes como los aquí reseñados.

M. Galeote

 

José Antonio Martínez, Propuesta de gramática funcional, Istmo, Madrid, 1994, 329 págs.

    El mismo año en que aparece este libro, J. A. Martínez publica también en la misma editorial Cuestiones marginales de la gramática española y Funciones, categorías y transposición, trabajos que vienen a complementar los principios generales y teóricos expuestos en el primero. Los tres estudios aparecen interconexionados y dependientes de manera que llegan a formar una «especie de trilogía» que el autor dedica en su intergridad al estudio de cuestiones relativas a la gramática de la lengua española desde la perspectiva del funcionalismo. Cabe, pues, incluir esta trilogía en la corriente de la gramática funcional española.

    En 1973 E. Alarcos Llorach decidió reunir en Estudios de gramática funcional del español una serie de artículos dispersos en los que aplicaba a la lengua española los nuevos enfoques estructurales y funcionales europeos. A la luz de las distintas orientaciones de Hjelmslev, Martinet y Jakobson analiza una serie de temas puntuales y concretos de la lengua, como ciertas estructuras particulares del predicado y del verbo español, los pronombres personales, el artículo, etc. En todos estos trabajos predomina de manera patente el enfoque estructural y funcional desde la perspectiva de los tres grandes maestros antes mencionados. Mediante tales estudios, no sólo se exponen unas ideas que se han demostrado muy fecundas en el análisis de la lengua española, como pueden ser la delimitación de los usos del perfecto simple y compuesto o la motivación de la oposición singular / plural, sino que se difunden y se implantan en nuestro país los presupuestos y las teorías de la nueva lingüística. Por este motivo, se puede decir que con los Estudios se inicia de modo eficiente el funcionalismo en la gramática del español. Esta misma orientación se mantiene también en la Gramática de la lengua española publicada en 1994, en la que el análísis descriptivo de los hechos se hace, como él mismo dice en la introducción, «dejando que entre líneas se trasluzca el fundamento científico de lo expuesto».

    En los más de veinte años que median entre ambos trabajos, han sido muchas las investigaciones y estudios que han visto la luz inspirados en los principios del estructuralismo y funcionalismo europeos aplicados por E. Alarcos. No obstante, en ninguno de ellos se habían recopilado y expuesto de forma ordenada y sistemática los fundamentos teóricos que alimentan sus raíces y el ámbito de su aplicación. Faltaba en la lingüítica española la presentación de un cuerpo doctrinal concreto que desarrollase de manera científica y abstracta el conjunto de conceptos y definiciones propios de una metodología con pretensiones de generalidad. Éste es precisamente el objetivo que J. A. Martínez se propone en su Propuesta de gramática funcional. Como el mismo título dice, se trata de una propuesta con la que pretende exponer de forma explícita los fundamentos teóricos que apoyan y caracterizan los diversos trabajos que han conformado en la práctica la gramática funcional del español y que todos los estudios hechos desde esta perspectiva daban por consabidos sin que ninguno de ellos llegase a exponerlos de forma clara.

    El autor quiere indagar cuáles son en concreto los principios funcionalistas que se han aplicado en la gramática funcional española para sacarlos a la luz y poder contrastarlos al mismo tiempo con la tradición, la corriente generativista y con la metodología de otros funcionalismos más próximos. Pero su objetivo no se ciñe únicamente al ámbito teórico sino que pretende también proporcionar un marco que pueda ser aplicado de modo práctico a la descripción y explicación de la gramática del español actual. En consecuencia, podemos decir que persigue un doble objetivo. Por una parte, diseñar de forma clara y coherente las líneas teóricas que subyacen y fundamentan los estudios de tipo funcionalista y, por otra, dotar de unos mecanismos aptos para el análisis de los distintos elementos que conforman la lengua española.

    Para llevar a cabo esta tarea considera imprescindible delimitar la corriente de «gramática funcional del español», determinar los límites o autores que la integran, establecer los requisitos que debe reunir esta gramática y las fuentes que la han inspirado. Tarea que califica ardua y difícil porque se trata de una corriente muy heterogénea donde, según sus palabras, «reina el eclepticismo, el aislamiento, el personalismo y la confusión». Respecto de las condiciones que debe reunir, opina que en principio conviene formular de modo expreso y ordenado las definiciones, los conceptos, los métodos y pruebas seguidas en las investigaciones sectoriales para conformar con todo ese material las bases de la gramática española desde la óptica del estructuralismo y funcionalismo europeos. Por último, se hace necesario también precisar las fuentes de esta gramática que, en su opinión, no son otras que las teorías de Martinet y de Hjelmslev, con algunas aportaciones puntuales de Jakobson y de Tesnière, y la gramática tradicional de A. Bello y de R. Lenz en particular. De este modo, el funcionalismo gramatical español se presenta como el resultado de una integración de la corriente estructuralista, asumida según las orientaciones específicas citadas, y la gramática tradicional, presente siempre de una u otra manera en todos los estudios de tipo funcionalista.

    En opinión del autor, tres son los rasgos que conforman el funcionalismo español y le dotan de un carácter peculiar. En primer lugar, la selección que realiza dentro de las distintas orientaciones del estructuralismo, pues unas veces sigue a Martinet, otras a Hjelmslev, a Jakobson o a Tesnière, según que sus orientaciones se muestren más o menos eficientes y apropiadas para el análisis práctico de la lengua. En segundo lugar, el haber adoptado la noción de trasposición, y, por último, la revisión de la tradición gramatical a la luz de los nuevos presupuestos.

    J. A. Martínez en su obra sigue esta misma corriente iniciada por E. Alarcos pero introduciendo ciertos cambios de matiz. La glosemática de Hjelmslev se hace más presente ya que, como se observa en los tres últimos capítulos, las tres funciones generales de este autor permiten analizar y sintetizar «construcciones» o funciones sintácticas según sus categorías o funtivos, y tener en cuenta a la vez el contenido semántico de cada función. Se trata, en último término, de no prescindir del significado sino de introducir dentro del código estas construcciones lo mismo que se han mantenido hasta ahora las unidades de la lengua y tomarlas como modelos que dirijan tanto la producción como la interpretación de los mensajes.

    En este libro se reúne la materia de una serie de trabajos escritos de forma separada, pero a la luz de una misma idea y un mismo objetivo. En el primer capítulo se presenta un trabajo inédito que sirve para dotar a toda la obra de una base teórica sólida y una perfecta cohesión interna. Los restantes recogen tres artículos de temas particulares y concretos publicados a lo largo de casi una decena de años (1977–1985). En el capítulo primero se exponen las características generales del funcionalismo gramatical español, que no son otras que las ya implantadas en la lingüística estructural europea. El autor define los perfiles generales del funcionalismo en contraste con el generativismo, poniendo de relieve los aspectos divergentes que los separan y resaltando al mismo tiempo aquellos puntos en que ambas corrientes convergen. Todo ello con la intención expresa de lograr la compatibilidad del funcionalismo de Martinet y Jakobson con la glosemática de Hjelmslev. Defiende, junto con el funcionalismo, la comunicación como función externa básica de la lengua y su carácter social opuesto a la consideración individual que de ella tiene el generatisvismo, y asume por otra parte las funciones glosemáticas de dependencia, combinación y solidaridad para deducir o «construir» todas las funciones internas de la gramática funcional del español. Además de las dos articulaciones de Martinet en el plano de la expresión, el autor distingue otras unidades en el significado que se descomponen en «elementos de contenido», «semas», «clasemas» o morfemas. Los elementos de ambos planos forman sistemas y están en la base de toda lengua en cuanto código o sistema de signos. Así introduce en el esquema de Martinet la iii articulación o articulación del contenido desde la perspectiva de la glosemática que considera la lengua como un sistema de «glosemas», «figuras» o «elementos». Según J. A. Martínez, esta es una de las características relevantes del funcionalismo gramatical español.

    En el 2º capítulo, propone (re)leer la glosemática para revisar aquellos aspectos que de algún modo ha ido asumiendo y que pueden ser aplicados en estudios futuros.

    En el capítulo 3º critica el modo de proceder de la gramática al basar el análisis de sus unidades exclusivamente en el significante sin tener en cuenta el significado. Afirma que «una gramática será descriptivamente homogénea cuando opere como si sus unidades elementales fuesen siempre y sólo figuras de contenido». Es decir, no basta el análisis de la doble articulación sino que se debe tener también en cuenta la tercera, basada en la concepción de la lengua como sistema de «figuras».

    En el 4º capítulo sigue a Martinet al considerar el sintagma como unidad básica de la comunicación siempre y cuando se considere como una entidad pertenenciente a alguna de las categorías definibles a partir de las funciones de Hjelmslev. También expone la necesidad que tiene toda gramática funcional de establecer un mecanismo transpositor.

    El libro se cierra con un extenso glosario de términos y conceptos de la gramática funcional del español, un índice analítico de materias y otro onomástico, muy útiles para el manejo del trabajo.

    Como el mismo autor reconoce en la introducción, la trilogía formada por los tres estudios no llega a ser una gramática del español pero sí consigue concretar de forma clara las bases del funcionalismo español a la vez que hace patente las características propias del mismo. Este objetivo que se propone y desarrolla plenamente sería suficiente para calificarla como una obra básica para la investigación gramatical. El autor ha hecho un gran favor a la lingüística española pues no es fácil trazar la línea serpenteante de su gramática funcional exponiendo de una forma tan sencilla como clarividente los puntos que le unen y le separan de las distintas corrientes estructuralistas. Sus páginas dejan traslucir el dinamismo tanto en su forma de expresión como en su contenido. No merma en nada el hecho de que los tres últimos capítulos hayan sido confeccionados con anterioridad a la exposición de los principios, sino que por el contrario, resaltan su unidad, pues los principios no sólo se explicitan como producto de una simple reflexión teórica o especulativa, sino que emanan de la propia experiencia práctica expuesta en esos capítulos.

    En conclusión, la Propuesta de gramática funcional nos parece una obra necesaria que viene a llenar un hueco en la lingüística española y que servirá de base para desarrollos posteriores tanto en los aspectos prácticos como en sus aplicaciones concretas.

C. Cuadrado

 

Fernando Poyatos, La comunicación no verbal. Cultura, lenguaje y comunicación, I. Paralenguaje, kinésica e interacción, II. Nuevas perspectivas en novela y teatro y en su traducción, III, Istmo (Biblioteca Española de lingüística y Filología), Madrid, 1994, I, 296 págs., II, 348 págs. y III, 332 págs., respectivamente.

    Tal vez, a una persona ajena al mundo de la enseñanza en general y de la enseñanza de la lengua en particular, le sea difícil percatarse de la cantidad de elementos no verbales que rodean a cualquier acto de comunicación. Desde el primer momento en el que el profesor entra en una clase se está produciendo un acto de comunicación. Todo esto se puede ver con mayor nitidez en un aula de estudiantes de una lengua extranjera, en su primer día y sin conocimiento alguno de la misma. Tanto el profesor como los alumnos establecen una acto de comunicación desde el primer momento: el color del pelo, la ropa, la forma de sentarse, al hablar con otro compañero, los gestos, etc. Todos estos factores están dando información tanto al alumno como al profesor. De lo contrario ¿cómo sería posible dar una clase a alumnos extranjeros sin utilizar la lengua materna de los estudiantes el primer día, si no es valiéndose de los elementos no verbales de la comunicación?

    Fernando Poyatos, tras terminar sus estudios de Filología, comenzó a trabajar dando clases de Lengua y Literatura a alumnos extranjeros, y en ese mismo momento empezó a reconocer la triple realidad de todo discurso: lo que decimos, cómo lo decimos y cómo nos movemos. Todo esto no era nada nuevo, pero percibió que no se había estudiado sistemáticamente ni con la seriedad que dicho reconocimiento requería. Fue entonces cuando a través de libros, de trabajos de diferentes autores y de sus propias experiencias y conclusiones, empieza a interesarse en serio, abandonando incluso trabajos de gran embergadura ya comenzados. Y todo esto no hizo sino confirmar su propio trabajo sobre lo que empezó a llamar la «triple estructura básica de la comunicación humana: lenguaje-paralenguaje-kinésica». Tanto nosotros como el ambiente natural que nos rodea estamos emitiendo constantemente signos no verbales. Como consecuencia de esto, el estudio del lenguaje no puede estar ligado a una sola disciplina, sino que ha de ser interdisciplinar, porque ésa es su naturaleza y abarca además campos tan variados como el de la arquitectura, jardinería, medicina, enfermería, comercio, turismo, publicidad, educación, literatura y un largo etcétera. Sin embargo, desde un punto de vista más concreto y funcional, el estudio debe centrarse en la actividad tripartita del discurso, unido, todo lo más, a las dos dimensiones del espacio y el tiempo, las cuales determinan actitudes estudiadas como la proxémica, «las distancias y el contacto físico interpersonales y con el medio ambiente» y la cronémica, «nuestro concepto y actitudes respecto al tiempo que manejamos diariamente».

    La obra que aquí se presenta está dividida en tres volúmenes: Cultura, lenguaje y comunicación, I; Paralenguaje, kinésica e interacción, II, y Nuevas perspectivas en novela y teatro y en su traducción, III.

    El primer volumen, el primero de los que forman un estudio progresivo y acumulativo en tres partes sobre lenguaje, comunicación no verbal e interación, trata temas que en realidad deben conocer aquellas personas que pudieran estar interesadas en los de los otros dos, es decir, los del volumen II y III. Está dividido en siete capítulos en los que se analizan temas como la definición de la naturaleza comunicativa de la cultura y las relaciones interculturales, las posibilidades comunicativas del cuerpo humano como organismo socializante, la realidad audiovisual del discurso, estudia la verdadera realidad triple del discurso: «lenguaje-paralenguaje-kinésica», la realidad comunicativa del silencio y la quietud, un modelo para la identificación y análisis de las categorías no verbales y por último, otro modelo, el de la estructura de la conversación.

    En este volumen y al igual que en los siguientes se utilizan numerosas ilustraciones literarias tomadas sobre todo de novelas, citas, que a diferencia de las científicas, no están traducidas, a fin de conservar todos sus valores originales. También aparecen esquemas y tablas que proporcionan al lector una representación visual de los temas estudiados. Finalmente, —es algo digno de elogio— cada capítulo concluye con una lista de 15 temas de investigación en varios campos, que pueden ser tratados a diferentes niveles de investigación, es decir, como trabajo de curso, tesina o incluso tesis doctoral.

    En el segundo volumen, Paralenguaje, kinésica e interacción predominan cuatro temas principales que forman en realidad otros campos de estudio: el paralenguaje, los sonidos comunicativos más allá de él, la kinésica y la interacción. Los cuatro temas están divididos también en siete capítulos que tratan sobre el desarrollo de los estudios paralingüísticos e identificación de las cualidades primarias, los tipos de voz o calificadores lingüísticos, las reacciones fisiológicas y emocionales, un «vocabulario» más allá del diccionario oficial formado por emisiones de voz no verbales, principios básicos de la kinésica, los sonidos más allá del lenguaje y paralenguaje y, finalmente, un modelo teórico de lo que verdaderamente es nuestra interacción interpersonal. Tanto en los temas sugeridos en este volumen como en el resto del libro, se persigue fomentar no sólo la interdisciplinaridad, sino los «estudios transculturales».

    Por último, en el volumen de las Nuevas perspectivas en novela y teatro y en su traducción, la intención del autor es fomentar también la investigación más exhaustiva que la suya tanto en distintos períodos y culturas como en autores concretos, pero siempre con un enfoque interdisciplinar y «nunca ignorando ciertos elementos para concretarse en otros». Al igual que los dos volúmenes primeros, está formado el tercero por el mismo número de capítulos en los que se puede ver y estudiar temas o puntos como la presencia explícita o implícita de los componentes verbales y no verbales, personales y ambientales en los textos, el complejo itinerario semiótico-comunicativo, el paralenguaje y los sonidos extrasomáticos y ambientales en narrativa y teatro, un modelo teórico para un tratamiento sistemático y exhaustivo de la kinésica, el sistema de puntuación, los diversos tipos de funciones estilísticas, comunicativas y técnicas que lo no verbal puede representar en el texto y el concepto de «antropología literaria», como campo interdisciplinar de análisis sincrónico o diacrónico de la obra literaria.

    El estudio de F. Poyatos tiene como fin sensibilizar a los estudiosos del lenguaje ante la presencia de lo no verbal en la gente y en el medio ambiente, y familiarizarlos con sus muchas aplicaciones en un gran número de disciplinas. Pero también se trata de enseñar todas aquellas actitudes y actividades no verbales que aludan a establecer una relación perfecta con la gente en situaciones tan variadas como son las entrevistas, en la educación primaria, entre un médico y una enfermera, con personas que sufren una discapacidad, etc. Cuando se consiga alcanzar este nivel se podrá decir que somos plenos conocedores del lenguaje.

S. Peláez Santamaría

 

Juan Martínez Marín, Estudios de fraseología española, Ágora, Málaga, 1996, 107 págs.

    Juan Martínez Marín ha llevado a cabo, desde su cátedra de Lengua Española en el Departamento de Filología Española de la Universidad de Granada, múltiples estudios sobre gran parte de los aspectos del idioma (sintácticos, léxicos, de historiografía lingüística y de metodología de enseñanza de las lenguas). Concretamente, en este libro se centra en la fraseología, tema, aunque presente tradicionalmente en los estudios de lingüística, sólo acometido en profundidad a partir de la introducción de la lingüística moderna, ya en época reciente.

    Según el autor mismo explica en su primera parte, «Introducción», la lingüística moderna ha conseguido grandes avances en el estudio de aspectos de las lenguas que no estaban al alcance de las ideas y los métodos tradicionales. Los estudios de este tipo tenían como eje articulador la palabra; de ahí que el concepto de fraseología no adquiriese el sentido moderno hasta el surgimiento en la investigación lingüística de conceptos como los de discurso repetido, pragmática o análisis del discurso, junto a la necesidad de atender a otros importantes aspectos de las lenguas humanas como el oral. La fraseología ha interesado, además, a los investigadores modernos con vistas a su inclusión en los diccionarios.

    En este ámbito se inscribe el presente libro, conformado por siete estudios —dos de ellos inéditos— elaborados entre 1989 y 1992, y cuyo objetivo se concentra en la fraseología, que con el transcurso del tiempo ha ido adquiriendo mayor entidad y extensión. Redactados para darlos a conocer en lugares diversos, a veces —como en seguida veremos— todos ellos repiten unas mismas ideas, circunstancia inevitable a juicio del autor, quien así nos lo advierte de entrada.

    El primero de los estudios versa sobre «Las expresiones fijas del verbo pronominal en español: el tipo “verbo + complemento prepositivo”» (1989). Es a partir de los años 70 cuando comienza a estudiarse la selección de las lenguas conocida, hoy en día, como «discurso repetido»; esa tardanza ha determinado que existan elementos que aún permanecen casi desconocidos. Entre estos elementos se encuentran las expresiones fijas que, como ya conocemos, pertenecen a la fraseología. De forma más específica, podemos asegurar que son las aportaciones de un grupo de lingüistas soviéticos (Vinogradov, Reichstein) y alemanes (Rothkegel, Burger) las que impulsan la fraseología dando lugar entre sus aportaciones conceptuales a dos ideas: el principio de fijación fraseológica (carácter de fijación de aquellos elementos desde un punto de vista formal) y el principio de idiomaticidad (todos los componentes tienen como rasgo característico «el significado traslaticio, idiomático de al menos uno de los componentes»). Sentados tales principios, el autor analiza desde un punto de vista más práctico las expresiones fijas verbales sobre un corpus procedente del Diccionario de uso del español de M. Moliner, distinguiendo tres aspectos principales: el formal, el semántico y el pragmático. Dentro del formal las expresiones se clasifican según su estructura, para desde ahí deducir unas pautas generales, a saber: algunas han pertenecido a las lenguas funcionales para pasar luego a la lengua general (irse al garete, pág. 29), otras muestran en su cuerpo el lugar geográfico que sirvió de motivación (irse por los cerros de Úbeda, pág. 30), etc. El aspecto de tipo semántico contempla los fenómenos de transposición semántica arrojando ideas tales como el relieve de la transposición desde la zona de sentido material a la intelectual (ponerse por las nubes, pág. 32), o la existencia de una serie de expresiones polisémicas (curarse en salud, pág. 33). Y por el aspecto pragmático destacan algunos de sus valores en las expresiones fijas, como expresar el carácter de determinadas conductas (mantenerse en sus trece, pág. 35) o comportamientos (pasarse de listo, pág. 35). Es decir, su rasgo más característico consiste en indicar las convenciones de las conductas de las personas en el trato social.

    Una de las líneas más fructíferas en la investigación fraseológica ha centrado su análisis en las manifestaciones orales y, por tanto, en el análisis del discurso. Éste es el punto de partida del segundo trabajo, «Las expresiones fijas verbales en el habla culta de Caracas» (1990), muy similar al primero, en cuanto que se vuelven a delimitar las características de las expresiones en dos: una de tipo formal y otra de tipo semántico, en la que se incluye también el valor pragmático. Una necesaria inclusión derivada de que los estudiosos en sus análisis semánticos de las expresiones fijas subrayan su peculiar valor pragmático debido a que «los contenidos de estos elementos lingüísticos lo son sobre todo en relación con las instancias del discurso, como interlocutores y su relación con el mensaje y con ellos mismos» (pág. 42). La única diferencia que destaca es el tipo de expresiones examinadas en la parte práctica que proceden, como ya señala el título, de Caracas; ahí encontramos frases como armar un zaperoco (pág. 40), montar cachos a los maridos (pág. 41), dar chance (pág. 42).

    En la introducción misma de «Las expresiones fijas del español y la relación de antonimia» (1990), tercero de los artículos y dedicado al análisis de las expresiones fijas que presentan entre sus componentes lexemas antónimos, reaparecen las teorías y circunstancias favorecedoras de la investigación de estas expresiones fijas. También aquí se parte de una distinción entre la tipología formal y los valores semántico-pragmáticos. Dentro de la tipología formal se analiza el rasgo de antonimia en estas expresiones fijas que hace referencia al modo de dependencia con que se expresan las relaciones de coordinación, subordinación e interordinación; y atendiendo a la estructura se distinguen a su vez dos tipos: las expresiones fijas de carácter verbal (dar la callada por respuesta, donde las dan las toman, pág. 53) y las de carácter no verbal (de arriba abajo, dimes y diretes, pág. 54). Con respecto a su valor intercomunicativo o semántico-pragmático, esto es, a su funcionamiento en el discurso, estas expresiones encierran al mismo tiempo valores semánticos que contemplan la indicación por el hablante de la actitud negativa de una persona (estar a las duras y a las maduras, pág. 55), la valoración de un esfuerzo inútil (sacar la cabeza caliente y los pies fríos, pág. 55), la exhortación ante la adversidad (a mal tiempo buena cara, pág. 55), el comentario del hablante sobre lo conveniente o no socialmente (las cosas claras y el chocolate espeso, pág. 55), el énfasis (a lo ancho y a lo largo, pág. 55), etc. Aspectos variados y complejos, en suma, de las expresiones fijas en cuyo tratamiento lexicográfico destaca sobremanera el Diccionario del uso del español de M. Moliner.

    Junto al de la insigne lexicógrafa, dedican también gran atención a la fraseología el Gran Diccionario de la lengua española de SGEL y otros que solicitan el examen de una nueva cuestión. La manera de comprobar una mala o buena dedicación en un diccionario, o siquiera su existencia, figura en el tema principal del cuarto trabajo, «Fraseología y diccionarios modernos del español» (1991) cuyo propósito es analizar la forma en que la fraseología ha sido incorporada y tratada en los principales diccionarios modernos del español. En principio casi todos los diccionarios recientes registran la fijación de las expresiones fijas al final del artículo con una marca característica como encabezamiento. Y ya en su interior nos encontramos con un aspecto normalmente mal resuelto: el de su estructura formal o significante de las expresiones fijas. Los fallos con los que podemos tropezar en este ámbito son: indistinción de elementos de la expresión fija y elementos del contorno, inclusión de un elemento del contorno entre los componentes de la expresión y otros problemas de formalización del significado de la expresión. Por su lado, el significado, capital en la fraseología, tampoco se solventa de una manera homogénea; no hay más que observar la variedad de resultados en su tratamiento. Una metodología de calidad en el tratamiento consistiría en la inclusión dentro de la definición de «aplicaciones» de la expresión; y una de mala calidad residiría en implicar lo definido en la definición. En resumen, lo más censurable en los diccionarios modernos es la desigualdad en el tratamiento de la fraseología y la falta de información pragmática.

    Acudimos de nuevo al desarrollo histórico y a la principal división tipológica (formal, semántica y pragmática) en «Las expresiones fijas en español: perspectivas teóricodescriptiva y aplicada» (1991), quinto estudio. Sin embargo, el tema central es el desarrollo de las investigaciones fraseológicas, siguiendo dos vías características de la lingüística moderna: la teórica y la aplicada. La vía teórica, o mejor dicho, teóricodescriptiva ha servido para determinar o establecer las características de las expresiones fijas; como ya queda dicho, las características que más destacan son las de tipo formal (su condición de elemento fijado estructuralmente) y las de tipo semántico (idiomaticidad y valor pragmático). Por su parte, la aplicada incide sobre tres ámbitos especialmente: el lexicográfico (todos los buenos diccionarios del español aunque sea con tratamiento desigual incluyen fraseología al final de los artículos), el de la enseñanza de las lenguas (destacan los estudios sobre la lengua inglesa) y el de la estilística del discurso (abarca desde la atención a los tipos de estilos funcionales de las expresiones en los textos hasta la consideración del contenido ideológico y cultural en general).

    Con la estilística del discurso dentro de la vía aplicada se relaciona en cierta medida el análisis de la naturaleza sintáctica de las expresiones fijas y la función de los elementos fraseológicos en el texto, objeto de estudio en el sexto artículo, «Las expresiones fijas en español: aspectos morfofuncional y discursivo» (1992). El aspecto morfofuncional está ligado a la naturaleza sintáctica de las expresiones fijas y su consideración como unidades oracionales, mientras que el discursivo tiene que ver con la función de los elementos fraseológicos en el texto. Por ello, hay que fijar dos tipos de relación: la de las expresiones fijas y la sintaxis, y la de las expresiones fijas con el texto. La primera permanece poco estudiada, sólo investigaciones como las de J. Casares y A. Zuluaga han supuesto un avance, en el que destaca el empleo de la distinción entre locuciones y enunciados fraseológicos, partiendo de que las unidades fraseológicas se agrupan según precisen o no integrarse en la oración para su funcionamiento. Este avance supone consecuencias positivas, porque ello entraña el situar el estudio de la fraseología en el marco adecuado, por la necesidad de traspasar el nivel oracional y, en definitiva, llegar al texto que es donde muchas de las unidades fraseológicas encuentran una explicación satisfactoria. Y la segunda relación apuntada ahonda en la «dinámica del texto», que consiste en los fenómenos de «salto de rango» (los sufren los enunciados al insertarse en el texto con función de elemento oracional) y «modificaciones» (afectan a su estructura formal). Estas modificaciones pueden ser a su vez de dos tipos, según atañan al orden de los elementos de la expresión o a los propios elementos alterando su forma. La alteración del orden, por ejemplo, es un procedimiento de desautomatización frecuente en los textos publicitarios.

    El aspecto histórico-teórico se retoma en el último trabajo, «Fraseología y pragmática (con especial referencia a la lengua española)» (1992), cuyo núcleo fundamental de estudio lo constituye el especial valor comunicativo de las expresiones fijas que han llevado a los tratadistas a examinarlas desde la perspectiva pragmática. Por este fundamental valor pragmático o comunicativo se justifican hechos como el uso en situaciones particulares de la comunicación (fórmulas de saludo, pésame o felicitación), y la expresión de las particulares relaciones entre interlocutores (actitud del hablante respecto a otra persona, valoración del hablante de hechos o cualidades de las personas y expresión de los comportamientos estereotipados socialmente). Puede corroborarse con todo ello que el valor pragmático comporta la presencia explícita de los interlocutores. Y el papel de los interlocutores es de vital importancia, sin ir más lejos, en la lengua periodística donde la fraseología parece encontrar un campo de uso particular, al proporcionar el punto de vista del periódico o del autor.

    En conclusión de lo expuesto, deducimos que la obra posee un claro objetivo práctico, que cumple el propósito didáctico explicitado por el autor desde la introducción general, y que percibimos ya en la lectura de la dedicatoria inicial a sus alumnos de doctorado de 1988–89, quienes «fueron los primeros en conocer la mayor parte de lo que se expone en este libro», pues, como decimos, su meta principal es incitar a la investigación y solucionar cuestiones sobre la fraseología. Ahora bien, a pesar de la advertencia previa en la misma introducción acerca de la repetición de ideas en los estudios expuestos, en aras de ese señalado y perseguido objetivo metodológico, nos aventuramos a sugerir que una introducción histórico-teórica general común podría haber conformado un prólogo idóneo para todos los trabajos, en cada uno de los cuales a continuación podría abordarse el objetivo específico de su contenido, con las aportaciones particulares al tronco común de la investigación.

L. E. Asencio

 

Tendencias Actuales en la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera I (ed. de S. Montesa Peydro y P. Gomis Blanco), ASELE, Málaga, 1996, 319 págs.

    En los últimos diez años la investigación y la renovación metodológica en torno al español como lengua extranjera ha experimentado un auge extraordinario. A este crecimiento, a la difusión de la lengua y la cultura españolas, contribuye año tras año, cada vez con más éxito y seguidores, asele (Asociación para la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera), cuyo nacimiento data de 1987.

    La obra que a continuación reseñamos está formada por una serie de ponencias y comunicaciones (treinta y una en concreto) leídas en el Quinto Congreso Internacional de dicha Asociación, celebrado en Santander durante los días 29, 30 de Septiembre y 1 de Octubre de 1994.

    Los trabajos que conforman este volumen (centrados todos ellos en el ELE) tratan aspectos de muy variada índole, siendo por esto un material muy útil a la hora de enfrentarnos a las dificultades que tanto el profesor como el estudiante extranjero tienen a la hora de enseñar / aprender nuestra lengua.

    Asimismo, esta diversidad de temas hace imposible la tarea de quien pretende abarcar en tan corto espacio todas y cada una de estas nuevas aportaciones, por lo que nos centraremos en grandes bloques temáticos (expresión oral y escrita, gramática, léxico, cultura, metodología...), integrando en cada uno de éstos las comunicaciones que se nos presentan.

    El fin exclusivo de una lengua es la comunicación entre sus usuarios. Para que esto sea posible han de proponerse unos objetivos comunicativos globales, a saber: comprensión lectora, comprensión auditiva y comunicación oral y escrita.

    No debemos caer en el error, como venía haciéndose años atrás, de optar exclusivamente por habla o gramática, dejando olvidada una en favor de otra, pues no son enfoques excluyentes entre sí, sino, más bien, necesariamente complementarios.

    Los métodos utilizados hace años enseñaban la gramática (el sistema) pero no incidían apenas en el habla. Hoy día, en cambio, tiene mucho más valor la competencia comunicativa.

    Es de agradecer, por todo lo expuesto anteriormente, que en este caso no se haya caído en ese error, reivindicando el aspecto comunicativo en detrimento de la gramática, sino que uno y otra tienen cabida en estas páginas.

    El análisis de la dificultad que entraña la enseñanza de los pasados (perfecto, imperfecto e indefinido), el funcionamiento de los conectores en el enunciado discursivo, las estrategias didácticas para el reconocimiento del dequeísmo y del queísmo mediante sencillas sustituciones, los valores aportados por las tareas formales (valor educativo, valor comunicativo, valor gramatical y valor de aprendizaje autónomo), la enseñanza de la gramática mediante tareas (constituyéndose las Tareas Formales como una alternativa coherente para la Enseñanza de la Gramática), etc., son cuestiones tratadas en el presente volumen, con un enfoque que, partiendo de la práctica del aula, sabe sustentarse en una teorización seria y acertada.

    Si hay un elemento imprescindible en el aprendizaje de una lengua extranjera, ése es el de la adquisición del léxico, expresándose, de esta forma, el dominio de una lengua mediante el mayor o menor conocimiento de éste. Es, por tanto, el léxico y su enseñanza otro de los grandes bloques temáticos en el que se desarrollan estrategias para sacar rentabilidad pedagógica al uso, generalmente tedioso, de los diccionarios; implementar el vocabulario; reconocer los «falsos amigos»; formar correctamente las palabras; utilizar en contextos adecuados los familiarismos, peyorativos y vulgarismos, etc.

    Polémica que sigue estando vigente en nuestros días es la del uso o supresión de la literatura en la clase de idiomas. Tras una etapa en que, con equivocados criterios comunicativistas, estuvo desterrada de las aulas, hoy poco a poco vuelve a considerarse como elemento imprescindible. Redescubrir el valor cultural en la enseñanza de la lengua y la literatura como una de las catalizaciones paradigmáticas de la cultura de un pueblo es uno de los aciertos más productivos de las últimas corrientes. Por eso satisface encontrar en estas páginas varios estudios centrados en el tema con propuestas renovadas sobre qué textos, a qué niveles y cómo deben ser explotados. Como se afirma en uno de los trabajos, «reiteramos que la enseñanza de idiomas extranjeros a través de la literatura en la lengua meta constituye, ante todo, un proceso interactivo de comunicación (entre el autor, el texto, el lector y el profesor como mediador) que puede contribuir al desarrollo de la interlengua y asimismo conducir al acercamiento cultural» (pág. 231).

    Un último bloque temático sería el de la metodología, siendo difícil, casi imposible, separarlo tajantemente de los demás, puesto que en la mayoría de las comunicaciones se incluyen reflexiones metodológicas.

    Desde estas páginas no se presupone tal o cual metodología de enseñanza de español como segunda lengua. El profesor debe tener claras sus estrategias de enseñanza, dentro de la línea que le parezca más pertinente y en función de los objetivos propuestos, de los niveles del alumnado, de su edad, etc. No se sacraliza ningún método ni se propone ninguna panacea. No hay una solución unívoca. «La respuesta es problemática porque confluyen numerosísimos factores en su diseño: edad del alumno, nivel de aprendizaje, formación lingüística, intereses específicos del aprendiz, nivel de lenguaje, secuenciación, etc. El tema sería objeto no de una conferencia sino de un Congreso» (pág. 27).

    Otras muchas cosas se podrían destacar: estrategias, enfoques, métodos o materiales (desde el teletexto al lenguaje de la publicidad pasando por el valor del chiste en la clase). Baste, sin embargo, con lo apuntado.

    El lector interesado descubrirá un verdadero filón en este libro que sabe aunar una sólida teoría con la práctica docente. Démonos la enhorabuena porque vean la luz trabajos como éste, y desde aquí animamos a asele a continuar con la misma solidez que hasta ahora en su labor de rellenar tantas lagunas como todavía quedan en este apartado de la lingüística aplicada.

M. Paniagua López

 

Claire Kramsch, Context and Culture in Language Teaching, Oxford Univesity Press, Oxford, 1994, 295 págs.

    En esta obra la autora examina el papel de la competencia cultural en el aprendizaje de segundas lenguas como resultado de la reflexión emanada de tres fuentes: a) del contacto directo en el aula con estudiantes universitarios de varios países, b) del diálogo con profesionales de la enseñanza y c) otras personas, que como dice la autora, se han embarcado en la aventura multicultural. Da una visión global sobre el tema sin dejarse fuera ningún aspecto. Tomando como punto de partida el papel que desempeñan el contexto y la cultura en la enseñanza de lenguas extranjeras o glosodidáctica, analiza el discurso en sus distintas vertientes orales y escritas. Trata todo tipo de texto, desde el literario, publicitario, etc. En todos los tipos de texto siempre sugiere la utilización de textos reales, lo que a nuestro juicio resulta muy útil.

    El objetivo principal es una reevaluación del concepto de cultura donde entra de lleno en el debate actual y deja claro que el estructuralismo como método de análisis y enseñanza de los implícitos culturales es inoperante porque no es su principal objetivo. Se decanta por una postura ecléctica y pragmática, como se puede ver ya en la introducción cuando habla de las dicotomías ambiguas y de las simetrías engañosas, dubious dichotomies and deceptive symmetries, que constriñen al profesor de idiomas y lo encorsetan limitando sus posibilidades. Claire Kramsch se embarca en el giro postmoderno donde todo es válido si es útil. Partiendo de la base antropológica, recuerda que como seres humanos, todos tenemos básicamente las mismas necesidades y que podremos comunicarnos siempre que dispongamos de un mismo código, por tanto, lo que tenemos que hacer es aprender a utilizar dicho código con precisión y propiedad, y adaptarlo a las diferentes situaciones de la vida cotidiana. Se espera que lo que se dice en una lengua se pueda decir o traducir a otra —aunque no sea en ocasiones una tarea fácil—; por lo tanto, concibe la lengua como vehículo de la cultura. Esta idea de considerar a la cultura continuación de la naturaleza humana, como diría Ortega y Gasset, tambíen coincide con la forma de concebir la cultura de algunos lingüistas, por ejemplo, Casado Velarde dice al respecto que el termino cultura se encuentra contrapuesto al de naturaleza, es decir, que la «cultura es lo que el hombre ha hecho con lo dado por la naturaleza» concuerda con la postura que hemos sostenido en artículos y ponencias sobre el tema, como en «Traducción y cultura», «Los implícitos culturales en los libros de texto» y «Los supuestos culturales en la interpretación textual». La transposición cultural es, con frecuencia, el mayor escollo con el que se encuentra tanto el aprendiz de idiomas como el traductor, puesto que la cultura es siempre el telón de fondo y está presente desde el instante primero. La autora destaca su importancia desde los primeros balbuceos en lengua extranjera hasta que el alumno alcanza la competencia comunicativa. A menudo, lo desconcierta y lo coloca de lleno en una situación de ambigüedad, de dificultad para desentrañar el mundo que lo rodea, en el cual se debe tener en cuenta la complejidad de la relaciones humanas, las dificultades intrínsecas de la comunicación en sí y, por si fuera poco, la comunicación en una lengua extranjera. No se pueden ignorar los múltiples factores que inciden en la situación comunicativa: edad, raza, sexo, género, clase social, generación, ambiente familiar, las experiencias vividas, la idiosincrasia lingüística, el estilo de la conversación y la intencionalidad además de las interferencias y las limitaciones de tiempo.

    Este libro se aleja de las formas universales de expresar ideas y conceptos en las distintas culturas, y trata de centrarse en los aspectos en los que difieren o no existen, es decir, en las situaciones concretas que pueden generar conflicto en el transvase cultural, en el reconocimiento de la complejidad y la aceptación de la ambigüedad. Considera que la comunicación, sobre todo intercultural, cuando se da, es casi un milagro.

    El profesor de idiomas, consciente de todas estas dificultades, debe tener una visión amplia y una capacidad de reacción que sea operativa en cada circunstancia, y no dejarse constreñir por las dicotomías o por los métodos en boga; por ejemplo, desarrollar un programa gramatical o funcional, centrado en el profesor o en el alumno, en la enseñanza o en aprendizaje, en el alumno como protagonista o en el profesor, etc. Claire Kramsch reflexiona sobre estas siete dicotomías y adopta, como ya hemos mencionado anteriormente, una postura ecléctica. Está en contra de que se haya considerado la cultura como una quinta destreza, como una herramienta, mero vehículo instrumental, privada de todo valor intelectual. Está en contra de los métodos que han considerado la cultura como asignatura en los planes de estudio que ha sido ignorada en los primeros cursos y que sólo adquiere valor intelectual cuando el aprendiz es capaz de expresar y discutir ideas abstractas en la lengua extranjera. En la primera dicotomía, afirma que el docente no debe encasillarse en compartimentos estancos, por ejemplo, centrarse en la enseñanza de la lengua como simple habilidad, privada de todo valor intelectual, learning by doing versus learning by thinking, que tanta aceptación tuvo con el método funcional en los centros en los que se perseguía sólo un alto rendimiento académico, estadísticamente hablando, pero ese rendimiento estaba poco cualificado o desprovisto de referencias culturales. El alumno debe aprender practicando pero también pensando e interiorizando lo que aprende para que pase a ser parte de su propia experiencia, de ahí la bondad de los textos reales.

    En la segunda dicotomía, grammar versus communication, sugiere que antes que adoptar el método gramatical o comunicativo, es preferible situarse en el plano de la semiótica social que propone Halliday y contar con las múltiples formas que el uso de la lengua, al variar el contexto, puede tener. En la tercera dicotomía sobre quién debe hablar, el profesor o el alumno, teacher-talk versus student talk, se decanta con un actitud crítica y se plantea cómo puede aprender el alumno sin un previo input del modelo de habla que es el profesor. Se parte de la idea de que el estudiante no internaliza lo que no practica. Mas, ¿cómo puede el docente trasmitir ese conocimiento sin tomar parte activa? En vez de preocuparnos por la cantidad, es más interesante analizar la forma en que el alumno aprende. En la cuarta dicotomía, leer para aprender frente aprender a leer, reading to learn versus learning to read, considera al texto en lengua extranjera como fuente de información. Pensamos que la quinta dicotomía es la de más peso específico, language versus literature; obedece ante todo a la imperiosa necesidad de ejemplificar la gran utilidad que implica la enseñanza mediante textos literarios, donde se pueden observar todos los recursos estilísticos y las distintas lecturas que puede tener un texto. En la sexta dicotomía, lengua y cultura, language versus culture, no se muestra de acuerdo con la postura adoptada por otros lingüistas que consideran el corpus de la enseñanza de la lengua como las cuatro destrezas más cultura, y que ven a la cultura como simple información y no como rasgo de la lengua en sí. Conforme a dicho enfoque la cultura ocupa un lugar en el programa académico como asignatura independiente de la lengua. En cambio, si vemos la comunicación lingüística como un acto social, la cultura se convierte en el eje principal de la enseñanza de la lengua: competencia cultural y competencia lingüística son ahora el resultado de la apropiación a partir del uso de la lengua. Como vemos, la autora se sitúa en la línea de Halliday afirmando que la «gramática» es la teoría de la experiencia humana y el «texto» la forma lingüística de la interacción social. Al explicar la noción de contexto se opone al estructuralismo y a Becker (1984), en particular, y adopta la postura de Halliday (1978:5), quien define el contexto como el medio en que el texto se despliega, the total environment in which the text unfold, y considera que tiene cinco dimensiones: lingüística, situación, interacción, cultural e intertextualidad. En definitiva lengua y cultura son indisolubles en la enseñanza y en el aprendizaje de idiomas, y es justamente el dominio profundo de la cultura lo que constituye la séptima dicotomía, native speaker versus non-native speaker, que desde el primer paso en aprendizaje de la lengua el estudiante asuma y se desenvuelva con las características del hablante nativo en el continuum de adquisición de la competencia comunicativa.

    Al hablar de la importancia del contexto defiende que texto y contexto son inseparables. El texto es la expresión de pensamientos e intenciones individuales; los contextos son convergencias de la realidad de acuerdo con cinco ejes: linguistic, situational, interactional, cultural e intertextual; contexto es pues, la realidad social que refleja y construye la intersección de texto y discurso, de lo individual y lo social.

    La autora capta el modo de pensar colectivo basándose en la experiencia directa en el aula, que le suministra ejemplos muy interesantes de los problemas que el anisoformismo de los sistemas puede provocar y que designa con el término desafío; ve en el desafío cultural una llamada al diálogo entre hablantes de distintas lenguas que se debaten por tener un canal de comunicación abierto, a pesar de la diferencias ideológicas o debido a ellas. Estamos de acuerdo con la autora cuando dice que es en este marco donde se debe enseñar la lengua extranjera, aunque Kramsch nos advierte del riesgo que, dentro de esta corriente, se corre de limitarse a los intereses del grupo y del profesor. Consideramos que es un riesgo que puede traer muchos beneficios respecto a la interacción en el aula, la empatía con los alumnos, clima social, motivación y un largo etcétera. Si se toma como punto de partida y luego se amplia el campo hasta llegar a crear una tercera lengua, por utilizar la terminología de Alan Duff o una tercera cultura, por utilizar la terminología de Claire Kramsch, que al hablar del discurso en dos vertientes, Double-voiced discourse, defiende que el alumno debe adquirir la competencia lingüística y cultural al mismo tiempo. El aprendiz puede desenvolverse como un hablante nativo desde el principio si se le enseña el contexto y el entorno sociocultural de cada situación. Esto se consigue haciéndoles conscientes en el uso del discurso de las formas de hablar y de pensar que comparten y las que son exclusivas de su cultura. La enseñanza monolítica de la lengua con un patrón único —el hablante nativo ideal que se desenvuelve igual en todas las situaciones— es inoperativa; el aprendiz debe ser al mismo tiempo un hablante social y cultural, y se hace eco de los estudios de Attinasi y Friedrich (1994), que constatan que en la mayoría de las conversaciones de una comunidad se dan en dos tipos de diálogos: en primer lugar, los que se repiten y son clichés y fórmulas rutinarias, incluso vanas y vacuas, que forman el corpus del habla cotidiana en el entorno más cercano: familiar, de amigos y de vecinos. En segundo lugar, los diálogos que Attinasi y Friedrich llaman «catalizadores del cambio entre las imaginaciones que dialogan». Este tipo de diálogo dilucida sobre la reorganización y reevaluación de los valores psicológicos que están en la mente de los interlocutores y que son los responsables del cambio o Life changing dialogues. Cuando el aprendiz adquiere esa competencia que le permite extraer varias lecturas de un mismo texto, imbuirse de toda su significado le produce una profunda satisfacción, además del placer que supone hacerse entender y ser entendido, e incluso el poder de poseer la habilidad de manipular el lenguaje y su significado. Al aplicar estas ideas a la situación de la clase de idiomas, Kramsch insiste en las actividades comunicativas en el aula, en la mayoría de las cuales la lengua, como sistema de referencia, es universal y lo que se debe adaptar es la referencia a una realidad concreta, la particularidad; para ello el texto escrito es la mejor vía. Esto enlaza con la cuestión de la enseñanza mediante textos literarios, aspecto en el que la autora se adentra en el concepto de contexto tanto desde la esfera de la «intersubjetividad» como en la esfera de «intertextualidad» que envuelve al lector y al texto. En los textos literarios nos encontramos con los mismos problemas de expresión, de interpretación y de negociación del significado que en los textos orales, pero con la ventaja de que aquí el proceso tanto de creación como de recreación nos permite disfrutar de la lectura desde el punto de vista estético, permite al alumno recrearse en la particularidad creativa del autor y acceder al mundo de actitudes y valores, a la imaginación colectiva y al marco histórico de referencia que constituye la memoria de cada pueblo y su forma de hablar. Esto hace que la cultura y la literatura sean inseparables.

    Los capítulos cinco, seis, siete y ocho, nos han parecido los más interesantes por hablar de los textos reales, en los que la enseñanza aunada de la lengua y la cultura, y la búsqueda de un tercer lugar, donde el docente no debe caer ni en el adoctrinamiento, ni en los estereotipos se marcan como bases para la docencia.

    En los tres últimos capítulos acaba de redondear la reflexión exhaustiva y profunda que planteaba en el capítulo primero. Claire Kramsch se mete de lleno en los entresijos del debate actual sobre la cuestión, y da sobradas razones para el fracaso del estructuralismo tanto como método de análisis como en la enseñanza de lenguas y culturas extranjeras. Son muy útiles las propuestas de enseñanza de lengua y cultura que hace al final como marco de referencia teórica para el docente.

    Las citas son aportunas, adecuadas y completas; la bibliografía abundante, moderna y adecuada al tema; no obstante, echo en falta alguna alusión a T. Barry y S. Stempleski, Culture Awareness, A. Maley (ed.), Oxford, Oxford University Press, 1993, y a A. Duff, The Third Language, Pergamon Press, Londres, 1987, que podrían haber añadido matices a esta obra. A diferencia de Culture Awareness y de Culture Bound de Joyce Merrill Valdes, se limita, que no es poco, a reflexionar y reevaluar el rol, el espacio que debe ocupar la cultura; sin embargo los artículos que edita Merrill Valdes intentan llenar el vacío que en la enseñanza de idiomas ha tenido la cultura con una aplicación práctica.

    En conclusión, Claire Kramsch ha afrontado un tema de indudable dificultad y ha sabido dar una visión global mediante una reflexión clara y profunda.

    Sus reflexiones finales hacen que el lector quede inmerso y no pare de leer hasta llegar al final, y aunque el terreno sea como arenas movedizas por lo difuso, el hilo conductor, la reflexión, es profunda y clara a la vez.

A. Martínez García

 

José Martínez de Sousa, Diccionario de usos y dudas del español actual, Bibliograf, Barcelona, 1996, 493 págs.

    La editorial Bibliograf presenta un nuevo diccionario Vox a cargo del lingüista J. Martínez de Sousa, especialista en distintos campos de la Lingüística y particularmente en los de la ortografía y lexicografía.

Hoy no resulta novedoso sino que es ya casi un tópico el decir que las lenguas cambian. Las lenguas están en continua ebullición interna y evolución interna y externa. Precisamente en estos momentos, dada la celeridad de los cambios que se producen en todos los ámbitos de la vida y la realidad, las lenguas necesitan cada vez con más urgencia despojarse de términos y estructuras viejas para dotarse de otras nuevas que les permitan seguir siendo instrumentos válidos de comunicación. Quizás nos puedan parecer vanas las censuras del Appedix Probi cuando a fines del siglo III recomendaba «vetulus non veclus», «calida non calda», «vinea non vinia» y otras 224 correcciones más. El mismo Saussure, cuando quiso estudiar la lengua, tuvo que asirla y detenerla en la abstracta langue porque de lo contrario su objeto resultaría indescriptible, dada la movilidad, variedad y asistematicidad en que se movía lo que él calificó como parole. Tampoco es una novedad el afirmar que esa lengua abstracta no existe, sino sólo y legítimamente la lengua real en su devenir diario.

    Desde este punto de vista, podemos preguntarnos hasta qué punto tienen justificación todas aquellas obras, gramáticas o diccionarios, que de algún modo la encorsetan y pueden llegar a desrealizarla y ofrecer una imagen del pasado. Por lo mismo, cabe preguntarse si es posible decir qué es lo correcto o lo incorrecto cuando comprobamos que muchos términos, giros o frases de gran vitalidad pasan años condenados y de pronto son llamados a formar parte de derecho de esa lengua que consideramos oficial. En definitiva, se plantea el problema de si es posible hacer un diccionario de usos y dudas cuando los usos son tan volátiles y los nuevos cambios engendran nuevas dudas.

    La respuesta a todos estas cuestiones quizás la encontremos en el mismo prólogo del Diccionario en donde el autor dice que «el lenguaje evoluciona constantemente, pero en medida tan lenta como para que una generación no sea consciente de ello». Puede que una lengua en un determinado momento experimente intensos cambios en alguno de sus niveles, como por ejemplo, en el léxico o semántico, pero su estructura interna general permanece durante un tiempo más o menos extenso. Es precisamente aquí donde las obras de este tipo encuentran su cabida y justificación. Su función se limita a orientar sobre los usos que en un determinado momento se ajustan más a lo que es la propia estructura de la lengua, pero sin perder de vista la naturaleza evolutiva de la misma. Estas obras, por su propia naturaleza, tienen siempre un carácter normativo aun cuando se presenten en un tono orientativo y de consejo. El problema que se presenta entonces es decidir qué norma se va a adoptar en las continuas decisiones.

    Martínez de Sousa, consciente de la necesidad del aprendizaje para lograr la propiedad y elegancia, se propone ejercer una crítica constructiva y creadora para proporcionar al lector una información contrastada que le permita el dominio de la palabra y de la expresión. El enfoque y la flexibilidad en el análisis de los distintos temas y problemas sitúan esta obra lejos de toda postura dogmática. El autor se limita a ofrecer una información lo más objetiva posible y deja que sea el ususario quien elija entre los distintos usos propuestos, con independencia de que él se incline por ciertas opciones que considera más apropiadas. Pero sus preferencias no vienen determinadas por ninguna norma de tipo literario o academicista sino más bien por el mismo uso diario que el hablante hace de la lengua y de acuerdo con un criterio simplificador y de coherencia. Esta perspectiva le lleva a veces a ofrecer soluciones diferentes a las adoptadas por la Academia cuando éstas no parecen justificadas. Así ocurre por ejemplo en las alografías, en la definición de términos (titularidad / titulación, ecólogo / ecologista, en la acentuación de palabras (elite en lugar de élite), etc.

    El período de análisis en estas obras siempre tiene que ser determinado, pues se deben circunscribir a una época concreta. En este caso el estudio abarca los últimos cincuenta años y toma como referencia la edición del Diccionario de la Real Academia Española de 1956.

    Toda la materia se presenta articulada en cinco partes: prólogo (págs. 13-15), composición de la obra (págs. 17-34), abreviaciones (págs. 35-36), el diccionario propiamente dicho a-z (págs. 37-487) y la bibliografía relacionada con la materia tratada (págs. 489-493).

    El autor reflexiona en el prólogo sobre los problemas que afectan al español actual, derivados tanto del escaso conocimiento de la propia lengua (barbarismos, solecismos, monotonía, impropiedades, etc.), como de la presión que en los últimos tiempos ejercen los extranjerismos, que afectan no sólo al plano léxico sino también al sintáctico y al semántico. La admisión de préstamos es necesaria, pues cerrar las puertas a cualquier influjo exterior significaría contribuir a la pobreza del idioma. Pero el autor, en este punto, advierte de la necesidad de acomodar tales palabras lo más rápidamente posible a los moldes de nuestra lengua para evitar que arraiguen y perduren los llamados «extranjerismos crudos».

    Ante estos hechos, y debido al carácter de los mismos, Martínez de Sousa piensa que no se pueden resolver por medio de leyes u otros mecanismos similares sino más bien mediante una política que favorezca el aprendizaje y el buen uso de la lengua en la que se vieran implicadas tanto las instituciones públicas como privadas. La costumbre seguida en el mundo hispánico de confiar exclusivamente esta labor a la Academia no es la más conveniente pues, ya sea por lentitud en unas ocasiones ya por precipitación en otras, esta institución ha tomado a veces decisiones presididas por criterios pocos adecuados. Alude en este sentido al modelo francés, donde ciertas instituciones oficiales al margen de la Academia se encargan de estudiar los extranjerismos y de realizar propuestas.

    El apartado composición de la obra, fundamental para su comprensión y manejo, se centra en los conceptos de uso y de duda que concretan el epígrafe general. El primero se define como el conjunto de reglas gramaticales adoptadas por una mayoría en una época y en un medio social determinados, y el segundo como «indeterminación o vacilación ante dos o más opciones». A continuación se precisa el ámbito de aplicación de toda una serie de términos que se encuentran relacionados con los dos primeros (abreviamento, abreviatura, alógrafo, barbarismo, solecismo, etc). Termina este apartado exponiendo la estructura de la obra en lo concerniente a la disposición y grafía de las entradas, estructura de los artículos, criterios seguidos en las definiciones y en las remisiones internas. De acuerdo con su concepto de uso, el autor registrará términos del español que son utilizados por una mayoría de usuarios independientemente de que sean correctos o no.

    En el capítulo de abreviaciones se recogen las abreviaturas registradas en el texto, las siglas bibliográficas del material utilizado y los signos convencionales. Le sigue el registro de voces y expresiones clasificadas según los criterios previamente expuestos. En él se puede encontrar una gran cantidad de términos de uso común, no aceptados aún por la Academia, un gran número de estranjerismos del campo de la tecnología y de la ciencia, una importante nómina de expresiones que el hablante suele usar de modo incorrecto (dequeísmo, queísmo, pleonasmos), etc. El libro se cierra con la bibliografía.

    Al terminar de analizar esta obra el lector se encuentra inmerso en la vida misma del lenguaje. Sorprende sobremanera la capacidad de trabajo, el fino análisis y la apertura de espíritu que exige la adopción de determinadas soluciones. Su criterio abierto y su amplia perspectiva, sin alejarse de lo que es científico y sin dejar llevarse en ningún momento por la moda pasajera, hacen que este estudio vaya más allá de lo que normalmente se entiende por un diccionario. No es fácil abandonar la seguridad de la Academia y lanzarse a un peligroso vadear entre la fugacidad de las nuevas formas y la incertidumbre del uso. Con esta obra, el autor consigue dar un nuevo aire y un nuevo espíritu a los estudios lexicográficos. No encorseta, sino que libera y abre caminos nuevos a la crítica constructiva y eficiente. En conclusión, este diccionario no sólo es una herramienta que ayuda a expresarse bien en la compleja realidad social, sino que abre nuevos campos a la reflexión al tiempo que proporciona una visión nueva, más amable y luminosa de la riqueza de nuestra lengua.

C. Cuadrado

 

Marianne Moore, Poesía reunida (1915–1951) (trad. de L. Taillefer de Haya, edición bilingüe), Hiperión, Madrid, 1996, 399 págs.

    Veinticinco años han transcurrido desde la muerte de Marianne Moore (1881–1972). Aunque la primera generación de poetas modernos norteamericanos (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens o William Carlos Williams) no se explica sin ella (el crítico y escritor Ciryl Connolly dijo que «en la farmacología del Movimiento Moderno ocupa el lugar de una vitamina imperceptible de propiedades poco conocidas, cuya ausencia podría resultar mortal»), su proyección fuera de los Estados Unidos no ha sido tan notable como la de sus compañeros de generación, a pesar de que su poesía potenciara una ascendencia determinante para estos autores o para autores de generaciones posteriores como Elizabeth Bishop o Robert Lowell. Quizá su singularidad y su voz tan absolutamente personal impidieron que tuviera discípulos directos o imitadores.

    Marianne Moore nació en St. Louis, pero en 1918 se marcharía a Nueva York, donde, entre otras ocupaciones, trabajó como profesora, bibliotecaria y como directora de la revista The Dial. Comenzó a publicar poemas en la revista inglesa de los imaginistas, The Egoist. Una selección de estos poemas, hecha por sus amigos y sin su conocimiento, constituiría su primer libro, Poems (1921). Le seguirían Observations (1924) y Selected Poems (1935), con introducción de T. S. Eliot. Este volumen más los tres posteriores, The Pangolin and Other Verse (1936), What are Years (1941) y Nevertheless (1944) integrarían, junto a algunos poemas dispersos, el pilar de la producción mooreiana: Collected Poems (1951), que obtuvo el Premio Pulitzer y el National Book Award, y el Bollingen Prize ya en 1953. Lidia Taillefer, con acierto y buen criterio, ha asumido la tarea de trasladar al español este volumen, dándole el título de Poesía reunida (1915–1951), y ha elaborado un documentado estudio sobre la poética de Marianne Moore. Si —que tengamos noticia— ésta es la primera traducción que en España se publica de un libro completo de Marianne Moore (que, además, como se ha apuntado, en este caso reúne cuatro títulos) sería de esperar una segunda entrega, con traducciones del resto de la producción poética de Marianne Moore, libros como Like a Bulwark (1956), o To be a Dragon (1959) o Tell me, tell me (1966), aunque bien es verdad, como se ha apuntado desde distintos foros, que aún no se dispone de una edición definitiva que aúne absolutamente toda la obra de Marianne Moore.

    Harold Bloom, en su popular y discutido El canon occidental, considera a Marianne Moore, Elizabeth Bishop y May Swenson como las mejores poetas de nuestro siglo, en la estela de Dickinson. Defensora del sufragismo y la igualdad económica de la mujer, Marianne Moore quiso distanciarse de la división entre poética femenina y poética masculina (véase, últimamente, el artículo de james Fenton en el The New York Review del 24 de abril) y no escribir desde la experiencia poética de la mujer, sino desde la experiencia universal de la creación y la experiencia individual de su propia escritura. En una época en que los poetas norteamericanos intentaban encontrar nuevas formas de expresión, su resistencia al canon modernista, su autenticidad y su experimentación lingüística (Moore cultivó una apasionado amor hacia las palabras, con afán filológico de enriquecer el idioma) fueron fundamentales.

    Si para los modernistas el verso y la frase eran los elementos constitutivos esenciales de un poema, para Marianne Moore lo serían la estrofa y la oración: su verso es largo, o se descompone al ritmo del pensamiento, coincidiendo rara vez verso y oración a causa de la intensa hipotaxis; sus poemas están llenos de pequeñísimos detalles, de observaciones, de imágenes, combinan la elegancia y el humor, la contención y la exuberancia. Eliot apuntó en su prólogo a Selected Poems que en la poesía importa —tanto como en la prosa— la precisión más que el efecto, encontrar un lenguaje propio. Le gustaba la minuciosidad en los detalles, siempre al servicio del conjunto, que ofrecía Marianne Moore, cuya poesía, apuntaba Eliot, se podría definir como «descriptiva» más que como «lírica» o «dramática».

    Los poemas de Marianne Moore combinan tanto la preocupación por la configuración visual de la estrofa, el uso de un determinado número de sílabas por verso (mediante encabalgamientos, neologismos o creación de compuestos) y el empleo irregular de la rima. Así, encontramos poemas sin rima, otros en los que la rima o la sonancia no siguen un esquema fijo y otros, en fin, en los que se alternan períodos rimados con otros sin rima. El propio Auden manifestó tener dificultades, en un primer momento, para captar el ritmo de los poemas de Moore, así como para seguir su modo de pensar. Lidia Taillefer ha preferido no reproducir la rima, pero sí mantiene el peculiar ritmo de Moore, a veces modificando la estructura sintáctica del inglés para adaptarla a la formación de la frase en castellano o suprimiendo algunos de los encabalgamientos, creemos que para no aumentar la complejidad formal de los poemas ni enredar el hilo del discurso mooreiano, a veces difícil de destejer.

    Son elementos característicos de la poesía de Moore el empleo de la técnica del collage, con multiplicidad de registros y voces, y la recurrencia a los animales como figuras del poema, aspecto al que Auden dedicó un pequeño análisis. Los poemas se encuentran llenos de citas y referencias extratextuales cuyas fuentes nos proporciona la poeta en las notas que cierran el volumen, imprescindibles para su interpretación. Estas notas recogen referencias universales (artísticas, históricas, bíblicas, mitológicas, etc.), y van desde un artículo sobre el vuelo aparecido en el Ilustrated London News hasta un libro de Charles Lamb sobre los rangos y dignidades de la sociedad británica o la leyenda inscrita en una estatua de Daniel Webster en Central Park.

    Casi todos los poemas de los cuatro libros que integran Poesía reunida (1915–1951) tienen como protagonistas a los animales, preferentemente los exóticos, autosuficientes y valientes (hipopótamo, avestruz salvaje, basilisco, pelícano, búfalo, mono, mangosta, pulpo, unicornio, pavo real...), y la interacción entre los reinos de la naturaleza y la cultura, ámbitos, a saber, de seres que actúan sin ser conscientes y de individuos incapaces de actuar por exceso de consciencia.

    En poemas como «El jerbo» (que Elizabeth Bishop había copiado en un cuaderno, contando las sílabas y marcando las rimas), «El basilisco plumado» o «El pretel», muy bien analizados por Robin G. Schulze en su reciente The web of friendship. Marianne Moore and Wallace Stevens, Moore comparte con Stevens la cuestión de cómo equilibrar la inwardness poética con la responsabilidad social. Moore, que había traducido a La Fontaine, a veces utiliza a los animales como en las fábulas, con el fin de explicar comportamientos y servir de enseñanza o divertimento. Moore busca, sobre todo en su etapa final, instruir. Su abuelo materno, que era pastor presbiteriano, le había enseñado que sus poemas debían culturizar a los demás, y Moore participaba de ese semtimiento religioso de responsabilidad.

    Pero también se sirve Moore del animal como analogía, y así hace ver que determinados animales han sido modelos para determinado personaje mítico o histórico. Encontramos también al animal como símbolo alegórico: es necesario que el lector pueda comprender las asociaciones que, según apunta Auden, no son evidentes como en la analogía, y así las notas acudirán una vez más para aclarar significados y resonancias del poema.

    Inteligente, estimulante y emocionante, Marianne Moore es uno de esos autores cuyo interés no se agota en una primera lectura. Poemas como «El reparadordel campanario», «El matrimonio», «El estudioso», «Una botella egipcia de vidrio soplado en forma de pez» cautivarán, ya sea por su sencillez, su profundidad o su originalidad. Afirma la traductora de estos versos en su introducción al volumen que «si esta traducción aporta nuevos lectores a la obra mooreiana, si consigue transmitir el valor de su poesía, compensará el esfuerzo realizado». Estamos seguros de ello. Marianne Moore, ya accesible para el lector español en edición bilingüe, ocupará por fin un espacio de nuestras estanterías junto a los clásicos de este siglo.

E. Morillas

 

Miguel Menéndez, El sueño de Santa María de las Piedras, Port Royal Narrativa, Granada, 1997, 242 págs.

    Es difícil negar, en un mundo en el que convivimos con una fuerte exaltación de los nacionalismos, la existencia en el universo de las letras y la cultura hispana con una cierta tendencia a ensalzar la heroicidad del mantenimiento de la lengua española frente a la colonización imparable del inglés. Por ello, es de extrañar que El sueño de Santa María de las Piedras, una obra escrita íntegramente en español por el chicano Miguel Méndez para un público estadounidense, sea la primera novela que éste publica en nuestro país.

    Miguel Méndez, nacido de padres mexicanos en un pequeño pueblecito minero de Arizona, tuvo que retornar con su familia a México cuando el trabajo en la mina se agotó. Allí, con una educación formal casi inexistente, inició su auto-formación leyendo todo lo que caía en sus manos, aunque los clásicos ocupaban un lugar especial en su biblioteca. Más tarde, siguió el ejemplo de miles de mexicanos que emigraron a los Estados Unidos en busca de un empleo del que carecían en el desierto sonorense. A fuerza de duros trabajos y de insistir en encauzar su carrera en el campo de la creación literaria, Méndez ha logrado hacerse un sitio como profesor en la Universidad de Arizona y tiene en su haber, además del ya clásico Peregrinos de Aztlán, más de una decena de títulos publicados en español en los Estados Unidos.

    La novela que Méndez ha elegido para promocionar su obra en España, El sueño de Santa María de las Piedras, fue editada por primera vez en 1986 y es considerada como su mejor novela desde Peregrinos de Aztlán. No obstante, nueve años son demasiados para una industria que nos inunda con títulos nuevos cada temporada, y que pretende compensar la falta de lectores con una diversificación de títulos que abusa de la traducción como herramienta de marketing. El retraso en la aparición de El sueño de Santa María de las Piedras se debe a las malas costumbres de la industria editorial española.

    La consecuencia más clara de este retraso en la publicación de esta obra es una cierta desorientación del lector. La novela se parece demasiado a Cien años de Soledad, una obra que acaba de cumplir veinte años desde que vio la luz por primera vez. La construcción onírica de Santa María de las Piedras, como un lugar real del desierto de Sonora con sus calles y plazas, pero que a la vez fue creado en esos «sueños que sueñan las piedras», reproduce la estrategia mito-poética de García Márquez al diseñar su Macondo.

    Santa María de las piedras, no obstante, se distancia del Macondo selvático de Márquez por su emplazamiento en el desierto sonorense, justo en la frontera con los Estados Unidos. Allí las duras condiciones naturales y su situación geográfica van a determinar la selección de los acontecimientos narrados en tres secuencias temporales: 1) 1985, momento en el que unos ancianos «cuentacuentos» nos desvelan la memoria instrahistórica del pueblo; 2) los años treinta, década en la que Santa María de las Piedras se ve sacudida por la fiebre del oro, y 3) los comienzos del siglo XX con la llegada de la Revolución.

    Es en la segunda secuencia temporal cuando El sueño de Santa María de las Piedras llega a parecerse más a Cien años de Soledad. La familia Noragua es para Santa María de las Piedras lo que la familia Buendía es para Macondo: quintaesencia y ejemplificación de todas la virtudes y vicios del colombiano o mexicano habitante de la frontera. Incluso el estilo, fresco y bíblico a la vez, de la genial obra de Márquez es reproducido en la de Méndez.

    Sin embargo, en este punto las dos obras se separan. La introducción de la voz disconexa de los ancianos y la historia del peregrinaje de Timoteo Noragua a los Estados Unidos en busca de un dios imposible, son argumentos suficientes para disculpar cualquier exceso imitativo.

    En efecto, los ancianos, a los que Méndez venera por la función que cumplen en lo referente al mantenimiento de las raíces y las costumbres frente a la invasión neocolonial estadounidense, cargan con el peso de la narración. Paparruchas, Nacho, Abelardo y Teófilo nos cuentan las historias, inventadas o no, que conforman el corazón de este ente onírico que es Santa María de las Piedras en el que realidad y ficción son intencionalmente entremezcladas.

    La realidad y la ficción también son confundidas en la mente del otro personaje clave para la novela: Timoteo Noragua. Al igual que Don Quijote con los libros de caballerías, Timoteo escuchará a un indio contar maravillas del otro lado. Tan embelesado quedará nuestro personaje con lo que oye que decide abandonar a su familia y marchar hacia el paraíso acompañado de su burro Salomón. Una vez allí, maravillado por el paisaje delirante de un parque de atracciones, preguntará quién es el creador de todo aquello y recibirá siempre la misma respuesta de los americanos que no entienden su idioma: «What’d you said?». Para Timoteo será «Huachasey», su particular transcripción de la insistente respuesta que recibe a su pregunta, un dios que perseguirá por todo el suroeste de los Estados Unidos. No obstante, Timoteo acabará sus días en el desengaño pues la utopía que él cree haber descubierto se convierte en distopía al ser testigo del sufrimiento humano causado por la destrucción nuclear. El peregrinaje de Timoteo Noragua y su evolución desde la ilusión al desengaño es equiparable al de los inmigrantes mexicanos que atraviesan la frontera legal o ilegalmente.

    Observamos, por lo tanto, que la novela que Miguel Méndez publica ahora en España no carece de interés y originalidad a pesar de sus excesos iniciales. Además, la edición de Port Royal, una editorial granadina, incluye un útil glosario de términos poco conocidos por el lector español, y una buena introducción del también escritor y profesor universitario Manuel Villar Raso. Esperemos que estos argumentos sean suficientes para ver publicados otros trabajos de este escritor chicano desconocido en España.

J. A. Perles

 

Charlotte Perkins Gilman, El empapelado amarillo. La wisteria gigante, Taller de Estudios Norteamericanos, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León, 1996, 107 págs.

    El Secretariado de Publicaciones de la Universidad de León viene publicando, desde hace ya algunos años en su «Taller de Estudios Norteamericanos», una serie de textos clave para la cultura de aquel país. En ella conviven textos de carácter histórico y socio-político (ediciones con portada de color rosa o verde) con los literarios (edición con portada azul). Se trata, generalmente, de textos poco conocidos para el público español y que este Secretariado, haciendo gala de un loable afán divulgativo, presenta traducidos o en edición bilingüe, y con introducción y notas, lo que además convierte a esta serie en una herramienta básica para la docencia de Literatura y Cultura Norteamericana en sus estadios iniciales.

    En esta ocasión, se editan dos de los cuentos góticos más importantes de la escritora norteamericana Charlotte Perkins Gilman. Esta escritora, conocida por sus aportaciones teóricas al sufragismo feminista finisecular, encontró en el cultivo este versátil subgénero narrativo un campo abonado en el que expresar, a través de sus heroínas, la ansiedad que la opresión patriarcal producía en la mujer estadounidense a finales del siglo XIX. De ahí que El empapelado amarillo y La wisteria gigante tengan como protagonistas dos mujeres, víctimas de la rigidez opresiva del patriarcado encarnada por dos hombres relacionados con ellas por lazos familiares.

    La opresión patriarcal muestra en las dos historias aquí presentadas una cara bien distinta. Si en el primer cuento corto la protagonista está casada con un médico, quien le ha recetado reposo y vida sana como remedio infalible a una serie de accesos histéricos y la confina al espacio del hogar mediante halagos y argumentos racionales, en el segundo se insinúa el asesinato por parte de patriarca familiar del bebé ilegítimo de su hija para mantener intacta la reputación familiar. En ambos casos, el trastorno y el sufrimiento de las mujeres está relacionado con lo inexplicable y lo sobrenatural, con el mundo de lo irracional en el que las mujeres se han visto obligadas a intimar al ser relegadas a los márgenes del orden del padre, al convertirse en el «Otro», en el continente oscuro e impenetrable por la masculinidad.

    Todas estas explicaciones y muchas otras de importancia son desarrolladas en la introducción por Victoria Rosado Castillo. En ella se aúnan la figura de la traductora y de la investigadora demostrando, en ambas tareas, su indudable pericia. Por un lado construye un estudio crítico serio y sólido, en el que no faltan ni las obligadas referencias biográficas ni las valoraciones críticas de las obras editadas ni del resto de las que componen la producción creativa de Perkins Gilman. Por otro, supera las prueba de la edición bilingüe, que facilita al ojo crítico una fácil comparación entre el original y el texto traducido. Una útil bibliografía resumida tanto de las recientes reimpresiones de la obra de Perkins Gilman como de los principales estudios críticos hace de esta obra una herramienta de indudable valía tanto para el alumno como para el docente.

    El prólogo, realizado por Bárbara Ozieblo, profesora de Literatura Norteamericana en la Universidad de Málaga, viene a culminar un trabajo bien hecho. En él, Ozieblo dibuja, con gruesas pinceladas, el paisaje cultural en el que se desenvolvía la mujer en general y las sufragistas en particular. Nombres insignes de la lucha por la consecución del voto y el acceso al poder político aparecen en un prefacio en el que se centra adecuadamente el trabajo tanto teórico como literario de Charlotte Perkins Gilman.

J. A. Perles

Emilio Lorenzo, Anglicismos hispánicos, Gredos, Madrid, 1996, 710 págs.

    Emilio Lorenzo comenzó en 1955 a estudiar la influencia del inglés sobre el español. En el curso de la historia de las lenguas, es un privilegio contar con un testigo atento y meticuloso como él que, cuatro décadas más tarde, puede dar fe con este nuevo trabajo del aumento de la presión de la lengua inglesa, a veces en aspectos difícilmente apreciables a primera vista.

    El libro, excelentemente estructurado, se divide en seis partes. A modo de introducción, en la primera, se aborda el fenómeno del anglicismo de forma muy general. Emilio Lorenzo afirma que la capacidad de integración del inglés es la clave de su hegemonía, no siempre deliberadamente buscada, pero tampoco rehuida en el mercado actual de las comunicaciones humanas. En nuestro ámbito, el descuido notable del español a la hora de medir el influjo del inglés, todo lo contrario de nuestros vecinos transpirenaicos que han tomado medidas legislativas para frenar ese influjo, resulta a veces lamentable y contribuye a propiciar el uso de los calcos y préstamos. El aspecto más importante del problema es la diversidad de soluciones léxicas y fonéticas que se proponen y adoptan para cada uno de los préstamos que tomamos del inglés. Las medidas adoptadas por las Academias deberían garantizar una mayor homogeneidad del idioma en cuanto a los neologismos, pero por lo regular sólo actúan sobre el vocabulario. Sin embargo, el criterio académico no está cerrado a la inclusión de préstamos ingleses, siendo éstos aceptados por lo general cuando su uso está suficientemente extendido y documentado. Las dudas aparecen cuando la adaptación fonética u ortográfica admite mejoras, o va claramente contra el sistema fonológico español. El autor conjetura que con el tiempo y una mayor apertura del oído hispánico a fonemas y grupos consonánticos anómalos de otros idiomas, se alterarán en español las leyes fonológicas para dar cabida en ellas, como en otras lenguas, a sonidos característicos de voces extranjeras.

    Al estudio de estos problemas del anglicismo han contribuido tres importantes obras: las de Ricardo J. Alfaro, Antonio Fernández y Chris Pratt, de cada una de las cuales el profesor Lorenzo destaca en sus análisis lo original en el tratamiento fonético-ortográfico de los anglicismos y, a su vez, critica las carencias que sufren como resultado de no poder utilizar suficientes datos documentales.

    La «Explicación», segunda parte, aclara que en muchos casos los anglicismos son ejemplos aislados que aparecen una vez en ciertas circunstancias, luego desaparecen y vuelven a aparecer en las mismas circunstancias u otras. La discontinuidad de su aparición induce a pensar que las cosas acontecen esporádicamente en el espacio y en el tiempo. Son relativamente recientes las denuncias de los calcos ingleses, se trata en su mayoría de anglicismos solapados debidos casi siempre al propósito de decir en español lo que una palabra o expresión parece significar en inglés. Por todo ello, más de una vez nos preguntamos si todos los términos tenidos por anglicismos lo son, pues aunque el inglés es el vehículo de comunicación más empleado entre todas las comunidades lingüísticas, no es de extrañar que mezclados con esta lengua penetren elementos de otra procedencia que no todo el mundo es capaz de identificar como ajenos al inglés. Para poder resolver este problema, se nos ofrecen dos lugares de consulta: el MEU (Manual de Español Urgente) y el Diccionario de Arturo Hoyo. El primero de ellos sirve de guía y orientación práctica ante algunos préstamos y calcos no totalmente instalados en el español de estos finales de siglo. La aceptación o condena de usos se justifican, o bien rechazándolos rotundamente o bien proponiendo el entrecomillado o su admisión sin restricciones, sea porque la Academia los incluye ya en su diccionario o porque aun sin estar incluidos, resulte aconsejable (a falta de una solución mejor) incorporarlos al uso informativo. Y el segundo no es un diccionario etimológico, pero se nota que el autor ha sabido incorporar un juicio prudente y ecuánime que le salva del disparate y de las conclusiones precipitadas.

    Como dijimos, las preocupaciones del autor sobre el problema vienen de lejos, y a esos «Antecedentes» dedica la tercera parte, con un resumen de sus estudios de 1955, 1966 y 1979, que atienden pertinentemente al devenir histórico de la lengua. En el de 1955 constata que el grupo más importante lo forman términos generalmente tomados del campo de las ciencias naturales o de la técnica. Los puristas empiezan a hacer oír su voz. Unas veces se les ofrece a los hablantes una palabra tradicional de contenido semántico bien perfilado en el diccionario pero de límites distintos en el habla: la palabra es, por consiguiente, rechazada; y otras, la solución recomendada es un término de gran precisión, pero ininteligible para la mayoría hablante. Mayor gravedad reviste la instrucción de expresiones y modos de decir que solapadamente perturban el buen funcionamiento del organismo idiomático. Uno de los usos que más perturba el ritmo oracional del período español es la tendencia a colocar el sujeto siempre en primer lugar, unido a las grandes vacilaciones en el uso del artículo.

    Los estragos del inglés en nuestra lengua, según estudia E. Lorenzo en 1966, son cada vez mayores, pues a la situación anterior ha venido a sumarse un instrumento comunicativo importantísimo: la televisión. Se habla de adoptar una lengua «neutra» o equidistante de las variantes hispanoamericana y peninsular. Los efectos serían beneficiosos para la unidad del español, si se procurara garantizar una depuración previa de vicios anglizantes. Pero la presión del inglés continúa y se acentúa en todos los sectores de la cultura hispánica susceptibles de influencia y en relación inversa con el grado de educación alcanzado por quienes se ven sometidos a ellas. Los más dañinos y peligrosos efectos del anglicismo operan en la sintaxis y alteran constante pero imperceptiblemente, la estructura de la oración; así, los traductores, al elegir entre distintas correspondencias sintácticas del español, optan por la más parecida al inglés, desplazando de tal manera a otras aparentemente sinónimas y empobreciendo la expresión. Además, otras lenguas extranjeras también ejercen su influjo: el francés y el italiano.

    Y en su cala ulterior, de 1979, el autor advierte ya que el problema rebasa el campo de lo estrictamente lingüístico, puesto que la influencia de lo anglosajón es claramente perceptible en usos y modas no siempre justificadas que, en rigor, deberían ser materia de estudio para el sociólogo. Ni siquiera se libran de la impregnación de lo anglosajón las altas esferas y , así, se resucitan los Secretarios de Estado que actúan a la par que los Ministros y Subsecretarios; el nombre de Fuerza Aérea aparece en los aviones del Estado; y se extiende el uso de plataforma electoral para designar el programa de un partido.

    Pero son las tres últimas partes del libro las más importantes y densas, porque están conformadas por un completísimo glosario de préstamos, calcos y anomalías sintácticas debidas a la influencia anglosajona, que el autor ha ido recogiendo desde su primer estudio en 1955, con sus posteriores comentarios.

    En los «Préstamos» el autor recuerda cómo en 1988 le tocó en suerte la revisión del primer tercio de la XX edición del DRAE. En la Academia se impuso el criterio de eliminar etimologías de etimologías (postura tajante que tuvo un inmediata excepción a favor de las lenguas clásicas). Por ello, tuvo que convencer a Rafael Lapesa de que si dársena y arsenal las derivábamos directamente del italiano, sin mencionar el árabe, su relación con atarazana, que es del mismo origen, quedaba oculta. Sólo entonces tuvo E. Lorenzo libertad para explicar, aunque únicamente desde la A hasta la D, estas etimologías. Asimismo especifica que en los comentarios hay más de un overlapping o traslapo, pues en su origen respondían al resultado de estudios de propuestas o descalificaciones encontradas por ejemplo en el MEU (Manual de Español Urgente).

    Respecto a los «Calcos», hace notar que la convergencia secular de modelos culturales fomenta la presencia simultánea de los mismos medios expresivos, siendo lo más frecuente que signifiquen lo mismo y contribuyan al allanamiento de diferencias lingüísticas. Aunque también suele ocurrir que una misma palabra o expresión haya cambiado o evolucionado semánticamente en una lengua y no en otra o haya seguido caminos diversos en ambas, creyendo hallar los hablantes respectivos en la apariencia formal una identidad con lo familiar, denominándose a éstos falsos amigos. Cuando la forma es exactamente la misma en nuestra lengua, hablamos de «estado puro», no hay que buscar correspondencia formal en el diccionario: ocurre con romance y complexión (pág. 448); a estos mismos ejemplos los llamamos «calcos semánticos» ya que se forman mediante la «adopción de un significado extranjero para una palabra existente en una lengua» (DRAE, 92). Y dentro de los calcos, se diferencia entre calcos unimembres, como por ejemplo amarillo con el significado de sensacionalista (pág. 493), y calcos plurimembres como mountain bike o bicicleta de montaña (pág. 567).

    En el sexto y último capítulo, titulado «Sintaxis», E. Lorenzo advierte que la flexibilidad del español en cuanto al orden de palabras o la fluctuación en el uso aceptado de las preposiciones contribuyen a tomar con cautela cualquier afirmación que pretenda descalificar un uso determinado como anglicismo. Y siguiendo el criterio del autor, debe considerarse la frecuencia. Dentro del capítulo se destacan tres casos: las preposiciones, la voz pasiva con ser y otras anomalías sintácticas (giros, modismos, nexos, frases). Respecto a las preposiciones se ha exagerado mucho el influjo del inglés en el uso actual de las preposiciones españolas. Por su lado, el régimen de ciertos verbos tolera, para bien de la lengua, opciones diversas que enriquecen la capacidad expresiva de nuestro idioma. En cuanto a la voz pasiva con ser, comenta que existe una cierta resistencia a esta construcción porque suscita ambigüedad puesto que se dispone de una eficaz serie de opciones para matizar, en conmutación, la «pasividad» del sujeto y además porque la flexibilidad semántica permite destacar al objeto u otro complemento de la oración activa, sin acudir al recurso, tan utilizado en el inglés, de convertirlo en sujeto de la pasiva.

    Y, por último, dentro de las anomalías se estudian entre otras: la presunta influencia inglesa en el desgajamiento de las formas compuestas de la conjunción, es decir, las de «haber + participio» (más usada en obras traducidas o en la pluma de gentes influidas por el inglés que en páginas de creación individual que desconocen esa lengua); uso excesivo de los pronombres personales cuando el verbo los marca inequívocamente; predilección por ciertos giros y modismos, etc. Tanto en los préstamos y en los calcos, como en la sintaxis y en las anomalías, siempre hemos de tener en cuenta una cosa: que sean anglicismos de frecuencia, es decir, que la frecuencia de su uso en nuestro idioma sea innegable.

    En definitiva, lo más destacable en esta obra es, como hemos subrayado anteriormente, el completísimo glosario que contiene sobre préstamos, calcos y anglicismos dentro de la sintaxis u otras anomalías. Pero este glosario no sólo es importante por el elevado número de términos que lo forman, sino porque además a cada término acompañará un comentario sobre la etimología, el significado y el uso que se hace de él en nuestro idioma. En dicho comentario, además, algunos términos aparecen relacionados con otras palabras de su mismo campo semántico o con derivados de ellas mismas, es decir, que si por ejemplo la palabra es un nombre se la relacionará con su respectivo verbo, adjetivo, etc. Sin embargo, tampoco debemos pasar por alto el extenso aporte teórico acerca de los anglicismos que realiza el autor sobre todo en las tres primeras partes, donde además de llevar a cabo una excelente ubicación del anglicismo dentro de otros fenómenos lingüísticos, hace alusión a otros trabajos relacionados con el tema explicando lo que aportan al fenómeno del anglicismo que aquí se estudia. Sin olvidar, por supuesto, el práctico resumen que nos ofrece de sus principales estudios realizados hasta la fecha, lo que confiere al libro su excelente unidad orgánica.

 

L. E. Asencio

 

J. Prado Biezma, J. Bravo Castillo, M. D. Picazo, Autobiografía y modernidad literaria, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1994, 337 págs.

    La compleja estructura de lo que podríamos denominar «entorno autobiográfico» ha dificultado, en ocasiones, su delimitación teórico-práctica no sólo por la dispersión y variedad de formas que adopta en su realización, sino por su propia definición como ámbito creativo literario. La condición ficcional, intrínseca al texto literario, adquiere una nueva dimensión en los relatos de corte autobiográfico, donde los límites entre lo real / ficticio resultan mucho más difusos, pues se parte de la implicación directa del autor en los hechos o en los datos que lo configuran.

    Aunque el camino recorrido por los estudios sobre la materia autobiográfica ha tenido que salvar numerosos obstáculos, el creciente interés de la crítica por este tema empieza a dar sus frutos. A las distintas aportaciones realizadas por estudios históricos —Georges May, Ana Caballé—, teóricos —Philippe Lejeune— y monográficos —James D. Fernández—, hemos de unir una nueva hipótesis de trabajo dirigida, fundamentalmente, a sugerir nuevas orientaciones en el análisis de la materia autobiográfica. En Autobiografía y modernidad literaria convergen dos líneas de investigación, siempre abiertas: por un lado las relaciones entre la escritura del yo y la modernidad; por otro, la delimitación de los distintos lugares de emergencia del «yo» en el desarrollo de las técnicas y géneros narrativos insertos el espacio autobiográfico. Sus autores apuestan por el estudio del ámbito autobiográfico desde múltiples perspectivas que abarcan desde su gestación como espacio literario hasta su definición y descripción, sin centrar la atención en un género o una época determinados. El resultado es un análisis extenso de extraordinario interés, no sólo por la cantidad de conceptos que en él se tratan, sino por la calidad de las reflexiones que se ofrecen, dirigidas en su conjunto, a sugerir nuevos cauces de investigación, evitando, según expreso deseo de los autores, cualquier conclusión definitiva que cierre el camino a nuevas argumentaciones. El objetivo fundamental, por tanto, no se dirige a la descripción estricta de lo que convencionalmente se ha venido incluyendo como específicamente autobiográfico, sino a la valoración y dilucidación de otros espacios en los que se advierte una problemática presencia-ausencia del «yo» y que son, por tanto, sintomáticos de la existencia de otro tipo de estructuras, en las que la individualidad se manifiesta a través de unos valores específicos. Este planteamiento permite la implicación en el proyecto de las distintas vertientes teórica, histórica y práctica desde las que puede abordarse el estudio de la autobiografía.

    Desde esta pluralidad, lo autobiográfico y sus diversas implicaciones se estructuran en tres partes esenciales:

    La primera de ellas acota el origen y progresivo predominio del «yo» en el texto como forma privilegiada de expresión, vinculada esencialmente, al propio desarrollo del concepto de modernidad.

    La brusca ruptura con la escolástica medieval que caracteriza el período renacentista, marca el inicio de esta modernidad, entendida como un nuevo marco en el que se reafirman los valores de la personalidad individual. Éste es, sin duda, el punto de partida de una trayectoria particular que condicionará para estos autores el devenir de la literatura occidental, marcada, a partir de ese momento, por la evolución del individuo y su individualidad. La descripción de los rasgos esenciales de algunos discursos autobiográficos —San Pablo, San Agustín, Dante, Santa Teresa, Montaigne, Descartes, Rousseau, Sthendal o Gide— sirve en este caso para ilustrar las transformaciones experimentadas por este tipo de escritura en sus vertientes epistemológicas y ontológicas.

    En segundo lugar, el estudio se dirige hacia la propia definición de «autobiografía» a partir de distintos estudios elaborados al respecto. Es en esta parte donde la hipótesis de trabajo toma cuerpo, mediante la revisión de aquellos problemas terminológicos y nocionales que han venido acompañando el análisis de lo autobiográfico. En este sentido, el empleo común y genérico que se hizo del término «autobiografía», originó su utilización como verdadero «cajón de sastre» en el que se incluían todo tipo de escritos de muy diversa naturaleza, en detrimento de su acepción inicial, mucho más particular que se convierte ahora en objeto de análisis.

    La extensa e intensa argumentación podría resumirse en los siguientes contenidos:

    El concepto de autor: 1) El espacio de la modernidad y su arquitectura conceptual ha dado lugar a una solución antitética del problema de la autoría, ya que, si bien lo ha encumbrado como motor epistemológico de dicha modernidad, también lo ha destruido al desintegrar el alcance de la autoría y de su autoridad. En este sentido el autor y su creación han pasado a ser objeto histórico; luego, simplemente objeto; después pretexto de un método y, finalmente, el pretexto de una experiencia subjetiva. 2) Caben distinguirse tres grados o niveles de autoría en el proceso de la creación: un yo-autor pretextual; un autor transtextual y un autor intratextual.

    La delimitación de lo autobiográfico: Tras aceptar parcialmente la noción de «pacto autobiográfico» propuesta por Philippe Lejeune, los autores consideran que la literatura autobiográfica es una estructura compleja, conformada bajo múltiples modos y formas cuyos rasgos evidencian su organización en dos campos básicos: la autobiografía en sentido estricto y la escritura autobiográfica. Sin embargo, el pacto opera de forma distinta en cada una de ellas de manera que si bien en la primera aparece explícitamente en el texto, en la segunda basta con que esté supuesto, con que sea virtual. Es el lector quien acepta como signos de identidad determinadas marcas menos convencionales y nítidas pero no por ello menos definitorias de los lugares de inscripción del «yo» en la escritura. Como consecuencia, se entiende por espacio autobiográfico «un lugar de convergencia de múltiples huellas, susceptible de configurar la presencia del yo-autor, causa sustancial de la escritura, al margen de toda coincidencia en relación con el nombre y, por supuesto, con la historia vivida». La conclusión correspondiente llevará a la identificación de lo autobiográfico como un espacio gradual en el que aceptamos distintos niveles de intromisión del yo.

    Teniendo en cuenta los presupuestos anteriores, se elabora la descripción de los distintos géneros a partir de los grados de manifestación del «yo» en el texto:

    Emergencia directa. Presencias del «yo» en un primer grado. Se incluyen aquí las confesiones y autobiografías en general, los diarios y otros tipos de escritura similares, las correspondencias y el ensayo —según el modelo propuesto por Montaigne—. Todos estos géneros coinciden en la manifestación del «yo» sensible como ser singular, aunque presentan estructuras muy diferentes, a veces contaminadas entre sí.

    En otros casos, la ambigüedad del término elegido para definir un ámbito concreto, marcada además por la amplitud de contenidos que se albergan en él, hace preciso un paréntesis teórico, encaminado a resolver la situación de algunos géneros respecto al resto. Así se perfila la noción de «Memoria», considerada por los autores de este estudio como un espacio intermedio de emergencia del yo donde confluyen gradualmente la historia y la ficción (memorias centradas en la historia, memorias centradas en el yo, novela de memorias).

    Emergencia disfrazada. Niveles del «yo» en un segundo grado. Pertenecen a él las novelas autobiográficas, las novelas en primera persona en general, las novelas-diario y las novelas epistolares, cuatro modalidades que se convierten en objeto de análisis y reflexión en tanto constituyen espacios en los que el autor aparece indirectamente, bajo el tamiz de historias ficticias.

    Más acertado aún si cabe es el tratamiento de los niveles del yo en tercer grado bajo el epígrafe «las trampas del narrador omnisciente», pues, si bien los apartados anteriores efectuaban un acercamiento riguroso a aquellos modelos de relatos donde el autor manifestaba su presencia de forma consciente y voluntaria, ahora el interés se centra en otro tipo de textos, caracterizados por la intención de expulsar al «yo» de la escritura. Este argumento permite la indagación en técnicas desarrolladas por relatos de corte realista, en los que el narrador aspira a una absoluta impersonalidad. Pero la pretendida objetividad no impide la presencia del «yo» en el texto, a través de intromisiones estructurales realizadas en el interior del desarrollo narrativo del mismo. Cabe destacar en este sentido, la tecnicidad y la exactitud con las que se detallan los diferentes procedimientos: intromisiones formales, metadiscursivas y actanciales; digresiones disfuncionales; monólogo interior; puesta en abismo, intertextualidad y diálogo.

    Por último, el tercer capítulo indaga en las fronteras del yo, desde la consideración del texto como reflejo del escritor ya que, consciente o inconscientemente, la presencia de éste ultimo en el mismo existe. A partir de aquí, los autores analizan la dialéctica subyacente entre la crítica del yo y otras críticas: la marxista, la psicoanalítica y la mitocrítica (estructuras de lo imaginario) para cerrar este apartado con las difíciles relaciones del género y el texto, la conexión entre el espacio abstracto y la escritura de la modernidad.

    Como conclusión de este interesante acercamiento a la presencia del yo en la literatura, emerge una idea fundamental: «La literatura de la modernidad es un problema de fronteras genéricas transitadas furtivamente por el yo». Es necesario, por tanto, recuperar, por un lado, la idea de frontera como «lugar del comercio fecundo» frente a arquetipo y a género; por otro, analizar la escritura como dialéctica que implica tensión, transgresión y fusión.

I. Morales Sánchez

 

J. A. Hernández Guerrero, Teoría y práctica del comentario literario, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, 282 págs.

    Continuando la línea de trabajo iniciada en su obra anterior (Orientaciones prácticas para el comentario crítico de textos, Sevilla, Algaida, 1995) el profesor Hernández Guerrero desarrolla en esta ocasión un completo ejercicio de reflexión y análisis de aquellas cuestiones que intervienen, por un lado, en la composición y estructuración de los textos literarios, por otro, en la formación del lector especializado, capaz de interpretarlos y valorarlos. La obra presenta una orientación esencialmente práctica y didáctica, por lo que el contenido aparece respaldado por numerosos ejemplos entre los que se citan no sólo fragmentos de obras literarias, sino opiniones y ensayos de diversos autores sobre la Literatura en general.

    Toda la argumentación aparece distribuida en torno a dos ejes fundamentales: el primero recupera el papel, la función y el desarrollo de la crítica como instrumento esencial en el análisis de la obra literaria. En este sentido, el objetivo se centra en la explicación de las relaciones recíprocas entre dos tareas convergentes y complementarias: lectura y crítica, íntimamente unidas en la práctica. La Crítica se convierte así en una actividad basada en la lectura, considerada a su vez tarea compleja, contradictoria y gradual, en la que intervienen diversos mecanismos y distintos niveles de profundización. A través de este ejercicio, actuamos sobre el texto descifrándolo, contextualizándolo y analizándolo. Desde estos presupuestos el crítico se convierte en un lector cualificado que sirve de intermediario entre el autor y los destinatarios pero que, en consecuencia, debe conocer la obra, al creador y a los lectores. Este hecho pone de manifiesto la necesidad de especificar cuáles son las características generales de la Crítica Literaria, primero, como disciplina cuyo objeto fundamental de estudio es la literatura; segundo, como actividad que implica cuestionar la obra, hacer conscientes las preguntas implícitas que mueven a leerla o, incluso, examinar las expectativas y prejuicios que van a determinar la interpretación y posterior valoración de los lectores.

    Una vez descritos los factores esenciales que intervienen en el proceso crítico, el autor articula el segundo bloque de contenidos, mucho más amplio, centrándose en los principios generales que han venido marcando la evolución de la creación literaria. Ya que todo crítico ha de apoyar sus juicios sobre la base firme de una teoría rigurosa, deberá conocer la naturaleza del hecho literario y las múltiples circunstancias que han influido en él a lo largo de la tradición teórica. Dicha teoría se desarrolla a partir de tres núcleos fundamentales:

    a) La noción de Literatura y Obra literaria. A partir la acepción más genérica del término Literatura se identifican los tres conceptos claves que han marcado su definición: arte, lengua y lenguaje. Con ello se pretende ofrecer al lector los distintos modos en los que se han concebido la creación literaria y su estudio.

    Las posibles dificultades que pudiese originar la explicación de conceptos como los de mímesis, ficción y armonía o de algunos principios como los de actualización, intertextualidad y coherencia, quedan superadas con una acertada selección de textos y notas que sugieren al lector las múltiples perspectivas de análisis del hecho literario.

    b) Los diferentes tipos de comentarios de textos. En este sentido la obra responde al interés didáctico de dar a conocer los diversos enfoques de estudio del texto literario. Esto facilita, simultáneamente, el aprendizaje de diversos métodos de análisis a los que han dado lugar diferentes corrientes críticas: el comentario lingüístico, el estilístico, el sociológico, el antropológico... entre otros vienen a determinar el llamado Comentario Científico, definido anteriormente por oposición a los comentarios Didáctico y Periodístico.

    c) La crítica de los géneros literarios. El género constituye un cauce temático y formal por el que ha transcurrido la creación literaria. El objetivo fundamental de este apartado es el de describir las características, los procedimientos y la naturaleza de los grupos textuales más básicos: lírico, narrativo y dramático. No se trata, pues, de un análisis histórico de la evolución de las formas particulares de composición, ni de un acercamiento a los problemas teóricos planteados por la propia noción de género. La perspectiva utilizada se dirige principalmente a delimitar las distintas categorías que conforman los mecanismos de creación de este tipo de textos: la función de la expresividad en el texto lírico, la manipulación del tiempo o el espacio en el texto narrativo, la dualidad texto-representación en el texto teatral, etc.

    Nos situamos, por tanto, ante un manual que presenta una interesante síntesis práctica y teórica que arranca de la descripción de la lectura como actividad íntimamente relacionada con la crítica para llegar al análisis concreto de aquellas nociones que han marcado a lo largo de diversas etapas el estudio de la literatura y de las obras literarias. Con esta obra, tanto el lector experimentado como el inexperto pueden hallar una útil guía orientativa que con facilidad y precisión nos muestra los pilares básicos en los que se fundamenta el estudio de la literatura. Su valor no sólo reside en los contenidos expuestos, sino en el oportuno enfoque didáctico dado a los mismos; sin duda, los textos, las anotaciones y los ejercicios que el autor sugiere en cada momento, dan muestra de una cuidadosa elaboración, respaldada, sin duda, por la experiencia docente.

I. Morales Sánchez

 

J. A. Hernández Guerrero y M. C. García Tejera, Orientaciones prácticas para el comentario crítico de textos, Algaida, Sevilla, 1995, 175 págs.

 

    Algunos de los principales inconvenientes con los que se enfrenta la enseñanza de la literatura vienen determinados por la dificultad de transmitir al alumno las pautas oportunas que consolidan su formación crítica. Si bien el comentario de textos es un instrumento eficaz y fácil de adaptar a cualquier nivel, su correcta formulación ofrece ciertos obstáculos pues, en ocasiones, algunos métodos se convierten en una rigurosa estructura sólo aplicable a un tipo concreto de escritos, por lo que su aprendizaje no siempre favorece la adquisición por parte del alumno de la destreza y soltura necesarias para integrar sus propias iniciativas o para desarrollar un estilo propio, aspectos perfectamente compatibles con la exactitud del análisis. En este sentido, se hace evidente que para comprender y estudiar un texto, sea de la naturaleza que sea, no es suficiente conocer las características de una forma particular de comentario, sino que debemos, a priori, poseer la capacidad de aprehender el sentido y esencia de cualquier texto para luego elaborar nuestro propio modelo en función a los criterios que decidamos aplicar.

    Con el deseo de responder precisamente a estas expectativas, los profesores Hernández Guerrero y García Tejera han confeccionado una útil y aleccionadora obra, fruto de sus propias experiencias docentes, que permite tanto al profesor como al alumno adentrarse de una forma sencilla y grata en la tarea del aprendizaje del comentario.

    No se trata, tal como indican sus autores, de un tratado sobre crítica literaria o análisis lingüístico, sino del esbozo de un método más entre los múltiples posibles en el comentario de textos. La ventaja fundamental del mismo es, precisamente, que no está orientado bajo los presupuestos de ninguna tendencia o corriente en concreto, ya que la finalidad principal que persigue es totalmente práctica y didáctica. El análisis de los aspectos más básicos y esenciales que intervienen en el entramado textual permite la proyección de estos conocimientos a cualquier texto, facilitando además, la comprensión, valoración y explicación del lenguaje escrito.

    Su detallada elaboración responde fielmente al título de Orientaciones prácticas, ya que cada idea aparece refrendada por una serie de textos ilustrativos, a los que se añaden una serie de ejercicios destinados a reforzar los conocimientos anteriormente desarrollados.

    Siguiendo una metodología sencilla pero eficaz, la obra describe una serie de operaciones aplicables al texto, que se convierten en pautas operativas de un programa de actividades. Con ello se ayuda a los alumnos a enfrentarse con un texto escrito: a leerlo críticamente, a interpretarlo, a disfrutarlo y a valorarlo. La línea argumental parte de la descripción y de la delimitación de dos actividades primordiales que conforman la propia capacidad crítica: la lectura y la escritura. El comentario crítico —por oposición a la glosa, al resumen o a la declaración de la impresión subjetiva— no es sino el método práctico de aprendizaje de estos dos elementos, que son los que facilitan el desarrollo de la capacidad interpretativa del individuo.

    Orientados y dispuestos en torno a estos dos factores esenciales —lectura y escritura (¿Cómo leer, qué leer? y ¿Cómo escribir? ¿Qué escribir?)— los contenidos permiten al lector conocer, en primer lugar, las características que definen a cada una de estas actividades; en segundo, los elementos esenciales que forman parte de todo texto —el título, el autor, el grado de referencialidad, el léxico, etc—, así como sus diversas aplicaciones y funciones; y por último, aquellos rasgos específicos que conforman cada uno de los tipos de escritura. En este sentido, es necesario destacar la oportuna integración no sólo de textos literarios —líricos, narrativos y dramáticos—, sino de otros escritos tales como textos jurídicos, periodísticos, administrativos, científico-técnicos, publicitarios, que proporcionan al alumno nuevos argumentos para el análisis.

    Esta obra resulta, en definitiva, una herramienta de trabajo útil tanto para el profesor (aplicación) como para el alumno (aprendizaje) pues facilita la enseñanza del pensamiento crítico, considerado, en esta ocasión, como proceso gradual, elaborado y aprehendido a través de la práctica.

 

I. Morales Sánchez

Pedro Aullón de Haro (coord.), Teoría de la Crítica Literaria, Trotta, Madrid, 1994, 560 págs.

    Integrar las corrientes críticas predominantes en el siglo XX con la ambiciosa finalidad de obtener, en la medida de lo posible, la valoración absoluta de la obra artística define el objetivo último de este libro. Los múltiples enfoques teóricos desde los que se puede abordar la ardua tarea de la comprensión textual no deben dar una visión sesgada y empobrecida de ésta, sino, por el contrario, enriquecerla, aunando y totalizando planteamientos que, al fin y al cabo, están movidos por un mismo propósito. Las distintas monografías, de gran rigor científico y valiosa erudición, constituyen como unidad tal «proyecto epistemológico», conservando, a su vez, su propia independencia y peculiar punto de vista, gracias a lo cual el lector queda perfectamente informado de las directrices que marcan el desarrollo de la crítica contemporánea.

    Estas investigaciones, iniciadas en la década da los ochenta con la publicación de Introducción a la Crítica Literaria actual, han sido retomadas en Teoría de la Crítica Literaria para actualizar y renovar los logros obtenidos en el campo, siempre vacilante, de la Teoría de la Literatura. Al final de cada capítulo se pone a disposición de los lectores una cuantiosa y útil bibliografía que recoge gran número de títulos en español, aumentando con creces el mérito de este compendio.

    Pedro Aullón de Haro nos introduce, con el primer capítulo «Epistemología de la Teoría y la Crítica de la Literatura», en la reflexión acerca de la necesidad de interrelación de las distintas disciplinas que conforman las ciencias humanas, al tiempo que deja entrever una útil clasificación de las ciencias. Y esto porque la crítica literaria, cuyo objeto de estudio es el «discurso artístico y sus relaciones», no debe centrar su análisis exclusivamente en el texto, sino prestar atención a las correspondencias que entablan todos y cada uno de los componentes de la comunicación literaria. De ahí que la crítica no sólo requiera ayuda proveniente de la filología, sino también de otras disciplinas humanas como la psicología, sociología, antropología, ciencias del arte, que se apoyarán, a su vez, en la filosofía para abstraer y concluir los logros obtenidos.

    El editor, en el segundo capítulo, «La construcción de la Teoría Crítico-literaria moderna en el marco del pensamiento estético y poético», consigue con acierto reconstruir «el disperso pensamiento estético y teórico-literario explícito o programático» que nos ha brindado la tradición. Antes de seguir avanzando en terrenos fluctuantes y continuar alimentando los actuales tiempos de crisis, conviene hacer un alto en el camino y reflexionar sobre las distintas opciones en torno a las claves interpretativas que la crítica ha ofrecido a lo largo de la historia, dentro de un complejo proceso que se inicia en el mundo clásico y evoluciona hasta la cultura moderna. En él se recogen los filósofos, críticos, historiadores y literatos más representativos, logrando el autor una clara y, a la vez, completísima contextualización. La sustitución de la retórica clásica por la poética moderna es descrita ampliamente en cada uno de los apartados que conforman el capítulo, desde la misma gestación del pensamiento prerromántico y el desarrollo del romanticismo hasta el positivismo y las corrientes idealistas.

    En «La Teoría de la Crítica de los géneros literarios», Javier Huerta Calvo reclama también apoyo interdisciplinario, con el fin de integrar metodologías procedentes de distintos campos científicos del saber para, así, poder lograr un esclarecimiento provechoso de la siempre debatida y necesaria cuestión de los géneros literarios, concebidos éstos como «uno de los soportes más eficaces de la objetividad crítica».

    Con maestría y lucidez elabora una descripción de las reflexiones genéricas que cuestiona el propio concepto de género, precisa terminologías («género», «series genéricas», «antigénero», «contragénero», «plurigénero»), al tiempo que le sirve como base para proyectar una tipología —que, en última instancia, es lo que más interesa al crítico— en la que tienen cabida los resultados de los intentos taxonómicos anteriores, valorados desde la importancia otorgada a cada género en determinados contextos históricos.

    Sentadas las bases de la tradición teórica de los géneros, el problema sigue siendo la esencia de la obra misma o, mejor dicho, intentar ordenar y simplificar lo que por naturaleza es abigarrado y heterogéneo. Pero tal esfuerzo merece la pena, pues, según el autor, «el estudio del texto no puede realizarse satisfactoriamente sin antes haber elucidado las claves genéricas del mismo y, consiguientemente, la tradición en que él se inserta».

    Al margen de la abundancia de contenidos, a mi juicio, el mérito de esta propuesta de clasificación reside en actualizar y ajustar a las necesidades de las obras de creación modernas la tipología clásica, aunque, eso sí, retocada por las corrientes críticas del siglo XX y muy especialmente por la teoría hegeliana. Los cuatro grandes grupos de géneros señalados (géneros lírico-poéticos, géneros épico-narrativos, géneros teatrales, géneros didáctico-ensayísticos) son capaces de mantener el grado de flexibilidad y apertura necesarios para contener la variedad genérica creativa que caracteriza la producción actual.

    Las vías de acceso intrínseco al estudio de la literatura son ampliamente examinadas por Tomás Albaladejo Mayordomo y Francisco Chico Rico en « La Teoría de la Crítica lingüística y formal» .

    La llamada «Poética Lingüística», revisando y corrigiendo los radicalismos y asimilando, a la vez, los logros de las corrientes crítico-formales europeas y americanas (formalismo ruso y checo, la estilística, el «New Criticism», la escuela de Chicago, la crítica estructuralista), se erige como crítica inmanente dentro de nuestro siglo. Al constituir la obra en sí su orientación de análisis, es indudable que elija como soporte científico la colaboración de la lingüística, beneficiándose enormemente de los avances de ésta. Por su parte, la moderna lingüística iniciada por Ferdinand de Saussure y el estructuralismo, continuada por la gramática generativo-transformacional hasta la pragmática y la psicolingüística va ampliando progresivamente su campo de trabajo hacia una «lingüística contextual», que ayuda enormente a reconciliar estudios intrísecos y extrínsecos, sin dejar de tener primacía el texto, como eje que coordina las múltiples relaciones que dimanan entre los diferentes componentes de la comunicación literaria. Así, la poética lingüística consigue salir airosa de la crisis en la que se hallaban inmersas las críticas formales, dirigiendo también sus esfuerzos hacia una semiología de base pragmática y convirtiéndose, desde su irremediable parcialidad, en un intento muy positivo de globalidad crítica.

    Los nuevos avances dentro del campo de la crítica psicológica están representados en el capítulo titulado «El psicoanálisis, la hermenéutica del lenguaje y el universo literario». Partiendo de las aportaciones psicoanalíticas que Freud y sus discípulos brindaron a los estudios literarios, Carlos Castilla del Pino propone construir una teoría de la interpretación respaldada científicamente por la hermenéutica y aplicable a todo el llamado «universo literario» y a sus relaciones. En este sentido, intenta salvar al psicologismo de la exclusiva atención prestada a la figura del autor, tal y como nos tenía acostumbrados la crítica romántica, interesándose ahora también por el texto y el lector. Y esta ampliación del centro de interés del autor al universo literario se debe a la importancia que hoy en día se le otorga al contexto —es decir, todos los componentes extratextuales que hacen posible la comunicación—, sin el cual no puede ser concebido el texto. Por su parte, el texto, entendido como «constructo resultante de una secuencia de actos de conducta», revela una de las premisas fundamentales del psicologismo: el sujeto —ya sea autor o lector— siempre se refleja a sí mismo aunque hable de otro.

    De esta manera, el objeto epistemológico se extiende dentro de los límites contextuales que ofrece el texto: «Todo el espacio (virtual) del autor, lector y mundo de ambos». La investigación hermenéutica comienza, por tanto, en el texto, que es el que fija las claves que remiten a cada sector contextual, y el éxito de la interpretación consiste en entablar las relaciones entre texto-contexto con el inconveniente que entraña la imposibilidad de verificar los aspectos subjetivos que quedan en un plano hipotético de probabilidades.

    Por último, Carlos Castilla del Pino, elabora minuciosamente una metodología mediante la cual aplica su teoría a varios textos narrativos en los que la interpretación psicoanalítica siempre va más allá de la estructura superficial del texto, es decir, en otro nivel lógico diferente, denominado «bloque connotativo» o «metalenguaje». Al igual que en la comprensión del sentido del primer nivel textual —en la que el intérprete se vale de ciertas reglas gramaticales—, el paso del sentido denotativo al connotativo necesita seguir unas «reglas de inferencias» que el intérprete supone. Esta teoría intenta sistematizar tales inferencias.

    La sociología de la literatura es otro de los principales pilares sobre los que se sustenta la crítica literaria contemporánea. Dentro de tan amplia denominación tienen cabida múltiples y variadas corrientes teóricas literarias que comparten el estudio de las relaciones existentes entre literatura y sociedad. La necesidad de precisar tales teorías analizando sus coincidencias y diferencias define el objetivo marcado por Antonio Chicharro Chamorro en el capítulo «La Teoría de la Crítica Sociológica». Resulta inapropiado y simplista encasillar sin más precisión como corriente sociológica a la sociología positivista, la sociología empírica, la sociología de corte marxista, la teoría de la recepción, la semiótica... Todas y cada una de estas tendencias deben ser reconocidas como corrientes autónomas, ya que así lo demuestran sus peculiares puntos de vista, al igual que sus dispares metodologías. A lo largo de todo el capítulo se establecen las distinciones entre las teorías sociológicas, sacándose a colación sus novedades y aportaciones dentro del momento histórico en el que tienen lugar. El punto de partida viene marcado por el nacimiento de la sociología en el marco del positivismo y el auge de la razón, que pronto tenderá hacia el llamado socialismo científico. A raíz de esta confrontación entre marxismo y sociología, los debates sociológicos se van a avivar intensamente y van a gestar un variado número de corrientes teóricas cuyos avances más provechosos correspondieron al período clásico marxista (Marx y Engels), el marxismo soviético, el Círculo de Bajtín, la estética marxista de Lukács, la escuela de Frankfurt, la estética de la negatividad de Adorno, el marxismo y el estructuralismo, el estructuralismo genético, el marxismo anglosajón y la critica de las ideologías literarias.

    Este catálogo de tendencias sociológicas queda concluido con la inclusión de las teorías literarias que conforman el panorama crítico actual, tales como la llamada sociología empírica, la teoría de la recepción y la semiótica.

    Teresa Hernández considera, en el capítulo titulado «La Crítica literaria y la Crítica de las artes plásticas», la comparación entre las distintas artes como «la mejor vía de penetración en la naturaleza de los fenómenos artísticos»». La teorización de la literatura debe tener en cuenta, en beneficio propio, las consideraciones teóricas de las demás artes. Por ello la autora, a través de un breve recorrido histórico desde los inicios de la crítica literaria hasta nuestros días, ofrece sus reflexiones acerca de tan fructíferas relaciones, modificadas, por supuesto, por el contexto en el que tienen lugar y por el ideal estético vigente.

    La concepción unitaria del arte defendida por Platón, donde las distintas artes eran distintos modos de expresión de un ideal único, junto con la comparación de Aristóteles en su Poética entre literatura y pintura, hasta el ya extremo tópico horaciano de ut pictura poesis son muestras significativas de que los clásicos consideraban muy próximos los fundamentos estéticos de la literatura y las otras artes y basaban sus teorizaciones artísticas en las confrontaciones entre ellas.

    Frente a la mímesis clásica, en la Edad Media continúan siendo muy frecuentes las alusiones teóricas que relacionan entre sí las distintas artes, pero en este caso, se implantan la «estética de la imaginación» y el «ideal de abstracción» como pautas estéticas, respaldadas enormemente por el pensamiento neoplatónico. De ahí que la más abstracta de las artes, la arquitectura, alcance gran importancia.

    En el renacimiento hallamos una teorización más desarrollada y avanzada de la literatura con respecto a las demás artes. Se introduce el modelo retórico en la pintura y su importancia es capital en la gestación de la teoría de las artes visuales. Asistimos a un cambio en la concepción del pintor, considerado como artista y ya no sólo como artesano. Su trabajo no es simplemente mecánico, pues la pintura deja de concebirse sólo como imitación y se espiritualiza como «doctrina de la imitación ideal». Según la concepción mimética o clasicista, la pintura queda supeditada a la escritura, pues es el «arte más sujeto a las limitaciones referenciales y espiritualistas de la mímesis literaria». La pintura emprenderá la búsqueda de su propia autonomía e independencia, que se verá más ratificada en los albores de la modernidad.

    El romanticismo europeo continúa desarrollando esta «estética de lo sublime» y sin preocuparse por diferenciar las distintas artes, se interesa por destacar los valores absolutos del arte, que culminarán con Kant y Hegel. Según la autora «el romanticismo fue el último momento en el que la iniciativa literaria aparece completamente clara sobre la pictórica».

    Teresa Hernández termina el capítulo haciendo un cotejo entre la literatura y las artes visuales dentro de la teoría estética del siglo XX. Estas comparaciones ofrecen gran interés, sobre todo si tenemos en cuenta que muchas de las tendencias literarias de este siglo brotaron del seno de las artes visuales. Incluso los movimientos literarios vanguardistas y transvanguardistas están íntimamente relacionados con los movimientos pictóricos, pues es precisamente en pintura donde mejor se consigue la ruptura con el elemento referencial y se consigue con mayor acierto que en la literatura ese poder de abstracción. La autora termina aludiendo a la semiología como corriente capaz de hacer confluir un método de análisis aplicable tanto a los textos literarios como a las artes visuales.

    En «La Crítica literaria y la Crítica cinematográfica», Vicente Sánchez-Biosca analiza los estudios en torno al significante del cine publicados a partir de la década de los 60. Las investigaciones anteriores ofrecían enfoques externos, abordados desde la óptica de distintas disciplinas como la sociología, fenomenología, psicología... Dedica un apartado a esbozar las aportaciones de la narratología al lenguaje del cine, pues ésta se ha visto obligada a ampliar su campo de estudio, abarcando no sólo el discurso literario únicamente sino también el texto cinematográfico. Insiste, sin embargo, el autor en que no se debe considerar al cine como un fenómeno exclusivamente narrativo. Esta vertiente clásica del cine convive con otras que también son de gran interés, como su dimensión de espectáculo o atracción popular, vertiente recuperada, por otra parte, por las vanguardias.

    Las corrientes formalistas se dedicaron a estudiar el lenguaje específico del cine y lo relacionaron con los demás lenguajes artísticos, con el inconveniente de que forzaron su propia esencia al señalar las normas a las que se debía ajustar tal lenguaje.

    Frente a las teorizaciones de los formalistas rusos, la teoría del cine en la actualidad tiene como objetivo «digitalizar al máximo la imagen con el fin de hacerla apta para la transmisión de conceptos abstractos».

    Después de elucidar el punto de partida y las primeras especulaciones hermenéuticas, junto con un resumen de la propia evolución del concepto de interpretación, a José M. Cuesta Abad le interesa especialmente enfrentarse ante «la delimitación teórica de los contenidos hermenéuticos». El problema no es otro que la inevitable universalidad de la interpretación; la Hermenéutica conecta el lenguaje con la realidad y por ello toda interpretación carece de límites precisos. Desde sus orígenes, la hermenéutica concibe el lenguaje como expresión de lo individual y colectivo, de lo interno y de lo externo, de lo personal y lo social. Así la «hermeneia» es entendida por el autor como «el vínculo que permite el acceso a realidades exteriores o interiores que trascienden la inmediatez del mundo». La interpretación textual depende de la comunicación existente entre el autor, la obra y el lector. Así que la hermenéutica literaria, dentro del ámbito de la crítica, tendría como misión estudiar las transformaciones que la significación va adquiriendo a lo largo de la historia, tal y como lo había expresado Gadamer. La hermenéutica se definiría «como una crítica histórica del efecto interpretativo que entraña a un tiempo el estudio de los prejuicios y los criterios axiológicos que son objeto de una teoría del valor». Termina el capítulo haciendo referencia a aquellas corrientes teóricas que en nuestro siglo han requerido la colaboración de la hermenéutica y reconoce especialmente los méritos que en este campo ha conseguido la estética de la recepción.

    Finalmente y a modo de epílogo, García Berrio se muestra profundamente escéptico en lo concerniente a los logros obtenidos por todos los «ismos» que conforman la teoría literaria del siglo XX. Todos chocan con los límites impuestos por la inevitable parcialidad, de manera que la obra de arte escapa a tan pobres intentos.

    Ya que ningún método ha logrado el éxito y todos arrastran algún que otro error relativo, lo idóneo sería no desechar ninguno de ellos y abrir paso a la globalidad crítica. Este es el ideal cuestionado por García Berrio. Ninguna teoría debe excluir a otra, sino que, en última instancia, todas se complementan, pues sus fines son los mismos. Analizando con gran acierto las aportaciones de cada una, plantea cómo podrían llegar a complementarse.

    Como corriente teórica literaria capaz de aportar soluciones a la teoría literaria actual, García Berrio confía en la retórica y poética del pasado y anticipa que la crítica futura se va a orientar por estos derroteros, recuperando de nuevo sus mismas preocupaciones e interrogantes.

    Buena falta nos hacen, para ver avanzar precisamente los estudios teóricos literarios, compendios como este libro, que resumen los logros actuales de la crítica, corrigen errores, plantean nuevas soluciones y abren esperanzadoras perspectivas o posibilidades de análisis.

M. Castillo Lancha